En el Evangelio de San Lucas aprendemos que, después de predicar en el templo durante el día, Jesús pasaba sus noches en el Monte de Olivos. Jesús y sus apóstoles tenían que cruzar un arroyo para llegar allí. Como ese lugar de descanso era conocido solo al círculo íntimo de Jesús era, por consiguiente, un lugar de alivio y seguridad para el Señor; proporcionaba una brisa de soledad y paz.
Sin embargo, fue en ese lugar donde la Biblia hace su primera referencia a la agonía de Jesús, porque fue aquí donde Jesús sería traicionado, porque fue aquí donde Jesús llevaría a cabo una lucha insondable por la vida del mundo. En Marcos 14 leemos que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a sentir temor y angustia. Él les decía: “triste está mi alma hasta la muerte”. Él estaba en el huerto, y aunque no se manifestaba, le sobrevino una aflicción de dolor y muerte.
El primer Adán había sido vencido por la serpiente en un jardín, el Jardín del Edén. En Génesis 3 leemos que antes de la caída de Adán, el diablo convenció a Eva de que si comía del árbol de la ciencia del bien y de mal, ella no moriría. Satanás persuadió a Eva de que la muerte no sería el resultado por comer de ese árbol, sin embargo, la muerte fue exactamente lo que estaba en juego. Eva fue vencida por el diablo y ella decidió comer el fruto de ese árbol; luego le dio el fruto del árbol a su esposo, que hizo lo mismo. Cuando Adán comió del fruto, la humanidad se hundió en el estado de la muerte y del dolor, de la muerte eterna y el dolor eterno.
La Escritura nos dice que uno de los castigos por la desobediencia de Adán y Eva fue precisamente el dolor y la multiplicación de las miserias.
“Multiplicaré tus trabajos y miserias. Con dolor parirás los hijos”. –Génesis 3, 16
Dios le dijo a Adán:
“Maldita sea la tierra por tu causa, con grandes fatigas sacarás de ella el alimento en todo el transcurso de tu vida”. –Génesis 3, 17
La caída de Adán en el jardín resultó en dolor y muerte. De ahí vienen todas las miserias y todas las muertes en la historia, y lo que es más importante, la muerte del alma.
¿Es de sorprender, por lo tanto, que el nuevo Adán, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, a quien se le encomendó restaurar lo que Adán había perdido, haya experimentado una tribulación especial en el jardín? ¿Es de sorprender que en el huerto Él haya experimentado un sufrimiento inescrutable que se caracterizó por sentimientos de tristeza inimaginables? Estos sufrimientos fueron tan profundos, que su dolor lo puso al borde de la muerte.
Frente a esta agonía, Jesús cayó en tierra.
“Adelantándose un poco, cayó en tierra, y oraba que, si era posible, pasase de Él aquella hora. Decía: Padre, todo te es posible; aleja de mí esta cáliz; más no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. –Marcos 14, 35-36
Es razonable concluir que Jesús, cargado con el peso de todos los pecados del mundo sobre sus hombros, fuese afligido con todo el dolor y toda la muerte en la historia. Cada pecado, cada mentira, cada asesinato, cada robo, cada engaño, cada fornicación, cada borrachera, cada instante de incredulidad, cada acto de idolatría o iniquidad, junto con toda la miseria y la muerte que cada una de estas acciones producen, hayan sido impuestas sobre Él. Como dice Hebreos 2, 14: “Él tuvo la carga de destruir el imperio de la muerte”.
En la segunda carta a los Corintios, capítulo 12, versículos 7 a 8, leemos que Dios permitió que un ángel de Satanás abofeteara a San Pablo. El trastorno causado fue tan grande que San Pablo le pidió al Señor tres veces que lo librara de ello. Si un solo ángel del infierno puede causar dicho trastorno, ¿qué tipo de dolor y miseria tuvo que padecer Jesús para vencer a todos los ángeles del infierno y restaurar al mundo entero después del pecado de Adán?
Isaías profetizó que Jesús sería un varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento (Isaías 53).
La agonía de Jesús ocurrió en el Monte de Olivos, en el huerto o jardín de Getsemaní. El nombre Getsemaní viene de una palabra que significa prensa de aceite. En una prensa de aceite se extrae el aceite de los olivos mientras son aplastados lentamente entre dos grandes piedras. Los olivos, al ser presionados y aplastados, hacen que brote aceite. De la misma manera, Jesús, al ser aplastado bajo la presión de los pecados del mundo, hizo que brotara sangre de su cabeza.
“En esto se le apareció un ángel del cielo, confortándole. Y entrando en agonía oraba con mayor intensión; y le vino un sudor como de gotas de sangre, que chorreaba hasta el suelo. Y levantándose de la oración y viniendo a sus discípulos, los halló dormidos por causa de la tristeza”. –Lucas 22, 43-45
La condición de sudar sangre se llama hematidrosis. El Doctor Frederick Zugibe dice:
“Alrededor de las glándulas sudoríparas hay múltiples vasos sanguíneos en forma como de una red. Bajo la presión de un gran estrés los vasos se contraen. Entonces, cuando la ansiedad pasa por los vasos sanguíneos estos se dilatan hasta el punto de romperse, la sangre entra en las glándulas sudoríparas que salen luego en forma de gotas de sangre mezcladas con sudor”.
Dice Pierre Barbet en su libro “A Doctor at Calvary”, o sea, Un doctor en el calvario, página 160:
“Ocurre en condiciones excepcionales, escribe el Dr. Le Bec, ‘un agotamiento físico acompañado de un trastorno mental, consecuencia de una emoción profunda o de un miedo atroz, el terror y el horror se encuentran aquí en su máximo, al igual que los trastornos mentales’”.
El Huerto de Getsemaní, como es relatado en Lucas 22, es el único lugar en la Biblia donde vemos a Jesús descrito estar en agonía. Sus sufrimientos fueron tan grandes que la carta a los Hebreos describe estos momentos como “los días de su carne mortal y su grito al Padre fue con gran clamor” (Hebreos 5, 7).
Le fue enviado un ángel para confortarlo en esta batalla de infinitas ramificaciones. Las gotas de sangre no solo salieron de sus poros y fueron visibles, sino que “fueron tan abundantes que chorrearon hasta el suelo” (Lucas 22, 44).
Su tristeza y agonía penetraba el área y fue visto por sus apóstoles, porque cuando Jesús se levantó, los halló dormidos por causa de la tristeza. Debían haber estado abrumados por la confusión y la angustia al ver a su Señor tan enormemente angustiado. Después de tratar de mantenerlos despiertos para que velaren con Él, Jesús les dice que duerman y tomen su descanso. Solo una obra de caridad superior puede animar a otros a descansar, mientras Él tiene que trabajar. Solo puede aliviar el estrés del otro mientras Él es aplastado bajo el suyo propio.
También leemos que, entrando en agonía, oraba con mayor intensidad. Solo Jesús pudo seguir adelante en la oración mientras el peso de todo el mundo lo aplastaba. Solo Él podía poner más esfuerzo mientras todo le inclina a descansar. Jesús también se alejó a la distancia de un tiro de piedra de sus apóstoles para poder hacer oración. Él se enfrentó a la lucha en la soledad para enseñarnos cómo debemos orar y encontrar a Dios.
Cuando la tribulación del huerto llegó a su fin, Jesús se levantó rápidamente. Él sabía lo que vendría después. Se movió con presteza hacia ello. Su adversario había llegado con una multitud llevando espadas y palos. Jesús debió haber considerado con profunda angustia cómo los sumos sacerdotes habían tramado prenderle por todos los medios astutos posibles (Marcos 14, 1).
Ahora, su malvado designio había llegado a buen término. Judas había llegado e iba a entregar a Jesús a sus enemigos con un beso. Ninguna de las traiciones en la historia, ningún acto de falta de sinceridad, de falsedad y engaño, puede compararse con dicho evento.
Mostrando su poder divino, “apenas pues les dijo YO SOY, retrocedieron todos y cayeron en tierra” (Juan 18, 6).
“Porque nadie le puede quitar su vida, sino que Él la da por propia voluntad” (Juan 10, 18).
Los brillantes faroles y antorchas de fuego de los que acompañaron a Judas hicieron la escena aún más desconcertante, se robaron el último rastro de paz que quedaba de la noche. Fue Satanás quien se apoderó de Judas (Lucas 22, 3). El que se apodera de la paz y la bondad de la Tierra. Uno de los mayores sufrimientos en la vida que se pueda experimentar es el saber que uno esté en lo cierto, pero que el resto considera que está equivocado; el ser inocente, pero ser declarado culpable; el estar sediento por justicia, pero no ser saciado; de resistirse a los malos perseguidores, pero luego caer en sus manos. Jesús cayó en manos de aquellos que lo despreciaban profundamente, de aquellos que dedicaron sus vidas para acabar con Él. Ellos no eran del Padre, porque no eran de la verdad. Él comprendía la profundidad de su malicia infinitamente mejor que ningún otro. Ellos lo odiaban simplemente porque ellos eran de las tinieblas y Él era la Luz, y al fin la hora de las tinieblas había llegado.
“Aunque cada día estaba con vosotros en el templo, nunca me habéis echado la mano; mas esta es la hora vuestra y el poder de las tinieblas”. –Lucas 22, 53
Cuando la multitud armada prendió a Jesús para llevárselo, los apóstoles huyeron, según estaba escrito, “Hiere al Pastor y serán dispersadas las ovejas” (Zacarías 13, 7). Cada detalle se cumplió a la letra. Cuando los apóstoles entraron en el Monte de Olivos junto con Jesús, ellos habían experimentado una gran alegría, acababan de cantar un himno, pero ahora hay un mundo de distancia. Lo que quedaba era solo confusión y desolación, mientras todas sus expectativas se hicieron añicos y Jesús era llevado solo.
Amen, excelente video aunque muy triste.