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Confesiones con el Padre Pío
Juan 20, 21-23: “Y otra vez les dijo: ‘Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así yo también os envío’. Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos, y les dijo: ‘Recibid el Espíritu santo. A los que perdonareis los pecados, perdonados le son; y a los que se los retuviereis, les son retenidos’”.
En el Evangelio de Juan, vemos que Jesucristo confiere el poder de perdonar los pecados a los apóstoles. El poder de perdonar pecados que se confiere a los sacerdotes válidamente ordenados por un obispo desempeñaría un papel importante en la vida y milagros del Padre Pío. Desde 1918 hasta 1923, el Padre Pío oía confesiones de quince a diecinueve horas al día. En las décadas de 1940 y 1950, él generalmente dedicó un poco menos de tiempo a escuchar confesiones; no obstante, le siguió dedicando entre cinco a ocho horas al día[1].
El promedio de las confesiones hechas por el Padre Pío duraban sólo tres minutos. Según una estimación, el Padre Pío escuchó aproximadamente un total de cinco millones de confesiones[2].
Las muchas personas que querían que el Padre Pío escuchara sus confesiones por lo general tenían que esperar su turno por unas dos o tres semanas[3]. El número de personas llegó a ser tan grande que fue necesario abrir una oficina donde se les daba un boleto numerado que les indicaba en qué parte se encontraban en la fila del confesionario del Padre Pío[4]. Este sistema de enumeración comenzó a implementarse en enero de 1950[5]. Se estableció una regla de que nadie podía volver a confesarse con el Padre Pío hasta que pasaran más de ocho días.
Un hombre de Padua, quien ya había ido a confesarse con el Padre Pío, trató de ir a confesarse de nuevo antes de que se terminara el límite de los ocho días. Para esquivar este período de espera, mintió acerca de cuántos días habían pasado desde que tuvo su última confesión con el Padre Pío. Cuando entró al confesionario, el Padre Pío lo echó y lo acusó fuertemente de su mentira. Después de ser echado, el hombre dijo con lágrimas, “He dicho muchas mentiras en mi vida, y pensé que podía engañar al Padre Pío también”[6]. Pero el Padre Pío tuvo un conocimiento sobrenatural de su acción.
El Padre Pío exigía que cada confesión fuese una verdadera conversión. Nunca toleraba una falta de honestidad en la explicación de los pecados. Él era muy duro con aquellos que decían excusas, o que hablaban fingidamente, o no tenían la firme resolución de cambiar. Exigía total franqueza y honestidad de parte del penitente. Él también exigía una verdadera contrición de corazón, y una firmeza absoluta en las futuras resoluciones de la persona[7].
Muchos penitentes del Padre Pío hicieron la asombrosa declaración de que cuando estaban en su confesionario ellos experimentaban la extraordinaria impresión de estar ante el tribunal de Dios[8].
Si el penitente no era honesto, o solo leía su lista de pecados sin tener la firme resolución de cambiar, a menudo el Padre Pío refunfuñaba diciendo “fuera de aquí”[9]. Muchas personas dijeron que el Padre Pío era brusco e irritante, que a veces cerraba la puerta en la cara del penitente. El Padre Pío a menudo denunciaba al penitente con una frase áspera[10].
Un hombre que fue expulsado del confesionario por el Padre Pío dijo: “¿Qué clase de monje sinvergüenza es éste? ¡Ni siquiera me dio tiempo para decir una palabra, sino que inmediatamente me llamó de viejo cerdo y me dijo que me fuera!”. Otra persona le dijo a ese hombre que era probable que el Padre Pío tuviera buenas razones de haberlo llamado viejo cerdo y tratarlo así. “No se me ocurre por qué”, dijo el hombre que fue echado fuera del confesionario; y luego después de una pausa, el hombre dijo: “a menos que sea porque al momento estoy viviendo con una mujer que no es mi esposa”[11].
El Padre Pío también echó de su confesionario a ciertos sacerdotes y obispos[12]. Una vez el Padre Pío le dijo a un sacerdote: “¡Si supieras plenamente qué cosa tan terrible es estar ante el tribunal del confesionario! Estamos administrando la Sangre de Cristo. Debemos tener cuidado de no arrojarla por ser tolerante o negligente”[13].
Otro hombre fue a confesarse con el Padre Pío para ponerlo a prueba. Quería saber si el Padre Pío podía darse cuenta que estaba mintiendo. El hombre le dijo al Padre Pío que no había venido para confesarse sino para pedir oraciones por unos parientes. Esto no era verdad y el Padre Pío lo supo de inmediato. El Padre Pío lo golpeó en la cara y le ordenó que saliera del confesionario[14].
Una mujer que había venido de un largo viaje para ver al Padre Pío le dijo al confesarse, “Padre Pío, hace cuatro años perdí a mi esposo y no he asistido a la iglesia desde entonces”. El Padre Pío le respondió: “¿Por perder a tu marido, también has perdido a Dios? ¡Vete! ¡Vete de aquí!”, mientras cerraba rápidamente la puerta del confesionario.
Poco después de este acontecimiento, la misma mujer recuperó su fe, atribuyéndolo a la manera como fue tratada por el Padre Pío – probablemente porque reconoció que había puesto su cariño en su esposo más que en Dios[15].
Andre Mandato cuenta que cuando fue a confesarse con el Padre Pío: “Estuve yendo a misa todos los domingos pero no tenía una fe firme en la confesión. Iba de vez en cuando. Sólo después de ir con el Padre Pío es que comencé a creer en la confesión, él me dijo qué pecados había cometido”[16].
Katharina Tangeri describe lo que sucedió cuando fue a confesarse con el Padre Pío:
“… el Padre Pío empezaba preguntándonos cuánto tiempo había pasado desde la última confesión. Esta primera pregunta establecía el contacto entre el Padre Pío y el penitente; de repente parecía como si el Padre Pío ya supiera todo sobre nosotros. Si nuestras respuestas [las del penitente] no eran claras o eran inexactas, él las corregía; nos daba la impresión de que… sus ojos podían ver nuestras almas tal y como si estuvieran delante de Dios”[17].
El Padre Pío comentó respecto de las numerosas confesiones que había oído, y de cómo fue capaz de hacerlas: “Hubo períodos en los que oía confesiones dieciocho horas continuas sin interrupción. No tenía tiempo para mí. Pero Dios me ayuda efectivamente en mi ministerio. Siento la fuerza de renunciar a todo, con tal que las almas regresen a Jesús y lo amen”[18].
John McCaffery se fue a confesar con el Padre Pío, y escribió sobre su extraordinaria experiencia. McCaffery quería que el Padre Pío rezara por algunos de sus amigos.
Así lo cuenta McCaffery: “Entonces, después de una pausa, comencé a decirle: ‘Ah, y Padre…’, pero me interrumpió sonrientemente y me dijo: ‘Sí, ¡también me acordaré de tus amigos!’”[19].
Una mujer que se llamaba Nerina Noe fue a confesarse con el Padre Pío. Le dijo que estaba pensando en dejar de fumar; no se esperaba la brusca respuesta que le dio el Padre Pío: “Las mujeres que fuman cigarrillos son repugnantes”[20].
Frederick Abresh era uno de esos penitentes que se había convertido después de ir a la confesión con el Padre Pío. He aquí algunas cosas que él describió sobre la historia de su increíble conversión:
“En noviembre de 1928, cuando fui a ver por primera vez al Padre Pío, habían pasado unos pocos años desde que me convertí del protestantismo al catolicísimo, cosa que sólo hice por conveniencia social. No tenía fe; por lo menos ahora entiendo que yo no tenía más que una ilusión de tenerla. Habiendo sido criado en una familia muy anticatólica e imbuida de prejuicios contra los dogmas ―hasta tal punto que una ligera instrucción no era suficiente para borrarlos―, siempre estaba ansioso por las cosas secretas y misteriosas.
“Encontré a un amigo que me introdujo a los misterios del espiritismo. Muy rápidamente, sin embargo, me cansé de estos mensajes poco concluyentes que venían desde las tumbas; entré fervorosamente al campo del ocultismo, en la magia de todo tipo, etc. Luego me encontré con un hombre que declaró, con aire misterioso, que él poseía la única verdad: ‘la teosofía’. Rápidamente me hice su discípulo, y en nuestras mesas fuimos acumulando libros con los títulos más tentadores y atractivos. Con gran seguridad de mí mismo y presunción, utilizaba palabras como rencarnación, logos, Brahma, maja, esperando ansiosamente alguna nueva y grande realidad que supuestamente tenía que ocurrir.
“No sé por qué ―aunque creo que todo fue para complacer a mi esposa―, pero de vez en cuando seguía acercándome a los santos sacramentos. Este era el estado de mi alma cuando, por primera vez, escuché del cura capuchino que lo describían como un crucifijo viviente, obrando continuos milagros.
“Aumentando mi curiosidad… decidí en ir y verlo con mis propios ojos… me hinqué en el confesionario [y le dije al Padre Pío que]… consideraba que la confesión era como una buena institución social y educacional, pero que no creía en absoluto en la divinidad del sacramento… El Padre, sin embargo, dijo con expresiones de gran dolor, ‘¡Herejía! Entonces todas vuestras comuniones fueron sacrílegas… debéis hacer una confesión general. Examinad vuestra conciencia y recordad cuándo fue la última vez que hicisteis una buena confesión. Jesús ha sido más misericordioso con vos que con Judas’.
“Luego, mirando por encima de mi cabeza, con una mirada severa, dijo con una fuerte voz, ‘¡Alabados sean Jesús y María!’ y se fue a la Iglesia para oír las confesiones de las mujeres, mientras que yo me quedé en la sacristía, profundamente conmovido e impresionado. Mi cabeza daba vueltas y no pude concentrarme. Aun escuchaba en mis oídos: ‘¡Recuerda cuándo fue la última vez que hiciste una buena confesión!’. Con dificultad me las arreglé para llegar a la siguiente decisión: Le diré al Padre Pío que había sido protestante, y que si bien después de la abjuración fui rebautizado (condicionalmente), y todos mis pecados de mi vida pasada fueron borrados en virtud del santo bautismo, no obstante, para mi tranquilidad, quise comenzar la confesión desde mi niñez.
“Cuando regresó el Padre al confesionario, me repitió la misma pregunta: ‘¿Así que cuándo fue la última vez que hicisteis una buena confesión?’. Le respondí, ‘Padre, como yo…’ pero hasta aquí me interrumpió el Padre, diciendo, ‘… la última vez que hicisteis una buena confesión fue cuando regresabais de tu luna de miel, ¡dejemos todo lo demás a un lado y comenzad desde allí!’.
“Me quedé mudo, sacudido por un estupor, y comprendí que había tocado lo sobrenatural. El Padre, sin embargo, no me dio tiempo para reflexionar. Ocultando su conocimiento de todo mi pasado, y en la manera de cuestionario, me enumeró todas mis culpas con precisión y claridad… Después el Padre sacó a la luz todos mis pecados mortales con palabras impresionantes, con lo que me dio a entender la gravedad de estas mis culpas, añadiendo con un tono de voz inolvidable, ‘Le habéis cantado un himno a Satanás, mientras que Jesús en su ardiente amor se rompió el cuello por vos’. Luego me dio mi penitencia y me absolvió… Creo no solamente en los dogmas de la Iglesia católica, sino también en lo más mínimo de sus ceremonias… quitarme esta fe significa quitarme la vida también”[21].
Joe Greco, ahora un gran devoto del Padre Pío, tuvo un sueño en donde conoció al Padre Pío yendo por un camino y le pidió que salvara a su padre enfermo. El padre de Joe se curó repentinamente después del sueño. Para agradecerle al Padre Pío, Joe decidió ir a verlo en persona. Después de cuatro días, Joe llegó donde el Padre Pío para la confesión. Así describió el encuentro:
“Esto fue, de hecho, lo que me convenció; cuando el Padre Pío me vio, me dijo: ‘Pues, tu padre ya está bien’. Esto en serio me quebró porque nunca había visitado San Giovanni Rotondo. Nunca había estado en esa parte del mundo, ni conocía a persona alguna de allí. Y aun así le hice una pregunta en mi mente, diciéndome ‘¿era usted?, ¿era usted?’, y él replicó, ‘en el sueño, en el sueño’. Empecé a temblar, estaba totalmente asustado. Le dije, ‘sí Padre, en el sueño, Padre’. Le dije todos mis pecados, y antes de darme la absolución me dijo: ‘ahora bien, usted sabe que hay otra cosa’ [que no ha mencionado en la confesión]. Le dije, ‘pues Padre, no puedo recordar qué más me falta’. El Padre Pío describió a continuación un incidente con una muchacha en el parque cuando recién estuve en el ejército. Con eso recordé todo. Tanta fue mi vergüenza que quería que el suelo se abriera y me tragara. Luego le dije al Padre Pío, ‘Sí Padre, ya todo lo estoy recordando y me temo que he olvidado confesarlo, me siento tan avergonzado’ – ‘Pues’, dijo, ‘has estado cargando ese pecado contigo desde 1941, y de hecho el lugar era Blackburn’. Me levanté para irme y me dijo el Padre Pío, ‘Hay otra cosa que se te ha olvidado’, y había una pequeña sonrisa en su rostro. Le dije, ‘Oh no Padre, en serio que ya no hay nada más que recuerde’. Pensaba que era sobre algún pecado. Y me dijo: ‘mira en tu bolsillo’. Entonces saque mi rosario [de mi bolsillo], se lo di, me lo bendijo y me lo regresó. Y eso fue todo”.
Un hombre le dijo al Padre Pío en la confesión: “Pero estoy atado a mis pecados, parece que son una necesidad para mi forma de vida. Ayúdeme a encontrar un remedio”. El Padre Pío le dio una oración a San Miguel Arcángel para que la rezara a diario por cuatro meses[22].
Don Nello Castello, un sacerdote de Padua, Italia, que había ido a confesarse con el Padre Pío cientos de veces, recuerda sus increíbles experiencias:
“Yo fui a confesarme con el Padre Pío por lo menos cien veces. Recuerdo que en la primera de ellas, sus palabras me sacudieron tanto como me iluminaron. Los consejos que él me daba reflejaban un conocimiento exacto de toda mi vida tanto presente como futura. A veces me sorprendía con sugerencias que no tenían que ver con los pecados confesados. Pero con los eventos posteriores se volvía claro que sus consejos eran proféticos. En una confesión en 1957, me hizo cinco veces con insistencia la misma pregunta, usando diferentes palabras, y recordándome de una fea culpa de impaciencia. A continuación, me iluminó las causas subyacentes que provocaban la impaciencia. Me describió cuál debería haber sido mi actitud para evitar la impaciencia en el futuro. Esto ocurrió sin que yo le hubiera dicho ni una sola palabra acerca del problema. Por lo tanto, él conocía mis problemas mejor que yo y me aconsejaba cómo corregirlos”[23].
Entre los que fueron a ver al Padre Pío, había incrédulos públicos. Algunos iban a verlo por curiosidad, otros para burlarse del Padre Pío y de Dios.
Dos masones, que obstinadamente se oponían a Dios y a la Iglesia católica, decidieron hacer confesiones de pecados fantaseados para burlarse del Padre Pío. El plan era profanar el sacramento de la penitencia. Estos hombres se acercaron a él en distintos momentos. Al comenzar la confesión de sus pecados inventados, el Padre Pío los detuvo; les dijo que él sabía lo que estaban haciendo, y después comenzó a decirles a cada uno de ellos sus verdaderos pecados, detallando la ocasión, el lugar y cómo los cometieron. Los dos hombres quedaron tan asombrados, que pocos días después se arrepintieron de sus vidas pecaminosas y se convirtieron[24].
Un incrédulo comunista también fue donde el Padre Pío para confesarse. En aquel entonces aún no había dejado sus creencias malvadas. El Padre Pío lo corrió fuera del confesionario diciéndole: “¿Qué hacéis delante del tribunal de Dios si no creéis? ¡Idos de aquí! ¡Lejos! ¡Sois un comunista!”[25].
En el confesionario, el Padre Pío decía cosas como:
“¿Por qué le vendiste tu alma al demonio?… ¡Qué irresponsable!… ¡Estáis en el camino al infierno!… ¡Oh, hombre imprudente, id primero y obtened el arrepentimiento, y después venid aquí…!”[26].
Una persona le preguntó en la confesión sobre la existencia del infierno. El Padre Pío le respondió, “Lo creerás cuando estés allí”[27].
El Padre Pío consideraba que la confesión frecuente era algo necesario para el progreso en la vida espiritual. Él se confesaba por lo menos una vez a la semana. Nunca permitía que sus hijos espirituales dejaran pasar más de diez días sin confesión[28].
Una vez se le preguntó al Padre Pío: “Confesamos todo lo que recordamos y sabemos, pero, ¿quizás Dios ve otras cosas que no podemos recordar?”. Él respondió: “Si ponemos [en nuestra confesión] toda la buena voluntad y tenemos la intención de confesar [todos los pecados mortales]… todo lo que sabemos o recordamos, la misericordia de Dios es tan grande que Él incluirá e incluso borrará lo que no podemos recordar o saber”[29].
Por esta razón, es recomendable decir al final de la confesión, “y confieso todos los pecados que haya olvidado y no he mencionado en esta confesión”.
Notas:
[1] C. Bernard Ruffin, Padre Pio: The True Story, p. 294.
[2] P. Stefano Manelli, Padre Pio of Pietrelcina, p. 89.
[3] Padre Pío de Pietrelcina, Walking in the Footsteps of Jesus Christ [Caminando los pasos de Jesucristo], edición inglesa, The Leaflet Missal Company, St. Paul, MN. p. 72.
[4] Gennaro Preziuso, The Life of Padre Pio, pp. 148-149.
[5] P. John A. Schug, Padre Pío, edición inglesa, National Centre for Padre Pio, Barto, PA. p. 122.
[6] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 30.
[7] Padre Pio, The Wonder Worker, pp. 40, 41.
[8] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 42.
[9] P. John A. Schug, Padre Pío, p. 122.
[10] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 57.
[11] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 59.
[12] P. John A. Schug, Padre Pío, p. 133.
[13] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 41.
[14] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 59.
[15] Madame Katharina Tangari, Stories of Padre Pio [Historias del Padre Pío], edición inglesa, TAN Books, Rockford, IL. p. 57.
[16] Patricia Treece, Quiet Moments with Padre Pio [Momentos de silencio con el Padre Pío], edición inglesa, Servant Publications, Ann Arbor, MI. #94.
[17] Madame Katharina Tangari, Stories of Padre Pio, p. 50.
[18] Patricia Treece, Quiet Moments with Padre Pio, #69.
[19] John McCaffery, Blessed Padre Pio, p. 54.
[20] Clarice Bruno, Roads to Padre Pio, p. 183.
[21] Madame Katharina Tangari, Stories of Padre Pio, pp. 107-109.
[22] Dorothy Gaudiose, Prophet of the People, p. 207.
[23] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 30.
[24] Padre Pio, The Wonder Worker, p. XI.
[25] Radio Replies Press, Inc., Who is Padre Pio [¿Quién es el Padre Pío?], TAN Books, Rockford, IL. p. 28.
[26] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 41.
[27] A Celebration of Padre Pio, Pray, hope and don’t worry [Una celebración del Padre Pío, Orad, esperad, y no os preocupéis], National Centre for Padre Pio, Barto, PA. (video)
[28] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 41.
[29] Padre Pio, The Wonder Worker, p. 128.
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