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San Juan Vianney (c. 1845): "La embriaguez es un gran pecado. La conversión del borracho habitual es difícil... Probablemente porque está tan extendida, hay demasiada tolerancia con este mal”.
Papa Pío XII (1943): “… la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento… en el patíbulo de su muerte Jesús abolió la Ley con sus decretos (Ef. 2, 15)… y constituyó el Nuevo en su sangre, derramada por todo el género humano. Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, de tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de lo muchos sacrificios a una sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado del templo. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja…” (Mystici corporis Christi # 12).
San Alfonso (1790): “Dijo la Virgen a Santa Matilde que nadie puede saludarla mejor que con el Ave María. El que saluda a María, será saludado por ella. San Bernardo oyó cómo una vez la Virgen lo saludaba desde una imagen, y le decía: Dios te salve, Bernardo”.
San Agustín, 391: “Cuando nos encontremos ante su vista [de Dios], vamos a contemplar la equidad de la justicia de Dios. Entonces nadie dirá: … ¿Por qué éste hombre fue llevado por el mandato de Dios a ser bautizado, mientras que aquél hombre, aunque vivió correctamente como un catecúmeno, fue asesinado en un desastre repentino, y no fue bautizado? Busca recompensas, y encontrarás nada más que castigos”.
P. Martin von Cochem (1900): “También San Cirilo, escribiendo a San Agustín, dice que uno de los tres hombres que resucitaron de entre los muertos le dijo: ‘Cuando se acercaba la hora de mi muerte, una multitud de demonios, incontables en número, vinieron y se pusieron a mi alrededor. Sus formas eran más horribles que cualquier cosa que la imaginación pueda concebir. Uno preferiría quemarse en el fuego antes de verse obligado a mirarlos’” (The Four Last Things [Los novísimos], p. 55).
Papa Pío X (1907), contra el culto modernista: “En la evolución del culto, el factor principal es la necesidad de acomodarse a las costumbres y tradiciones populares...” (Pascendi #25).
San Luis de Montfort (1706): “... después de haber leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Madre de Dios, y de haber conversado familiarmente con las más sabias y santas personas de estos últimos tiempos, no he conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer...” (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, #118).
Papa León XIII (1895): “… se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en los Estados Unidos, o que universalmente es lícito o conveniente que lo civil y lo sagrado estén disociados y separados, al estilo estadounidense” (Longinqua #6)
“El joven pagano que había buscado a Santa Lucía en matrimonio se enfureció y acusó a Lucía ante Pascasio, el gobernador, de ser cristiana. Fue llevada ante un juez y éste ordenó que fuera expuesta a la tentación en una casa malvada. Pero Dios veló por ella y la hizo absolutamente inamovible, de modo que ningún número de guardias pudo llevarla a ese lugar. De igual manera la preservó de las penas de fuego y de otros espantosos tormentos. Finalmente murió en la cárcel por las heridas recibidas (304). Su nombre está en el canon de la Misa” (Santa Lucía, patrona de los ciegos).
Papa Pío X (1910): “El deber principal y más importante de los pastores es vigilar todo lo relacionado con el mantenimiento integral e inviolable de la fe católica, que la Santa Iglesia Romana profesa y enseña, sin la cual es imposible agradar a Dios” (Editae saepe #21).
“... se apareció el Señor a Salomón en sueños durante la noche, y dijo Dios: ‘Pide lo que quieres que Yo te otorgue’. A lo que respondió Salomón: ‘... Da pues, a tu siervo un corazón dócil, para juzgar a tu pueblo, para distinguir entre el bien y el mal...’ y le dijo Dios: ‘Por cuanto has pedido esto, y no has pedido para ti larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos; sino que has pedido para ti inteligencia a fin de aprender justicia, sábete que te hago según tu palabra; he aquí que te doy un corazón tan sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti, ni lo habrá igual después de ti. Y aun lo que no pediste te lo doy...’” (3 Reyes 3).
Papa Pío X (1910): “Es un hecho cierto y bien establecido que ningún otro crimen ofende a Dios tan seriamente y provoca Su mayor ira como el vicio de la herejía” (Editae saepe #43).
P. Martin von Cochem (1900): "[Los condenados en el día del juicio final] - Ya que todos estos incontables millones de seres humanos derramarán su excesivo dolor y angustia en lamentaciones lastimeras. A la espera de la llegada del Juez supremo, permanecen juntos, separados de los justos, llenos de confusión por su propia atrocidad, y especialmente por su pecaminosidad, ahora evidente para todos” (The Four Last Things [Los novísimos], p. 55).
Papa Pelagio II (585): “Y si alguno existe, o cree, o bien osa enseñar contra esta fe, sepa que está condenado y anatematizado según la sentencia de esos mismos Padres” (Quod ad dilectionem, Denz. 246).
P. Martin von Cochem (1900): "Ha quedado claro que los condenados serán arrojados un día, en cuerpo y alma, al enorme y espantoso horno del infierno, al inmenso lago de fuego, donde estarán rodeados de llamas. Habrá fuego debajo de ellos, fuego encima de ellos, fuego alrededor de ellos. Cada aliento será el aliento abrasador de un horno. Estas llamas infernales penetrarán en cada porción del cuerpo, de modo que no habrá parte o miembro, por dentro o por fuera, que no esté impregnado de fuego” (The Four Last Things [Los novísimos], p. 120).
“Yo el Señor, yo que soy el primero y el último” (Isaías 41, 4).
San Juan Crisóstomo (año 380): “La oración es la fuente, la raíz y la madre de innumerables bienes. El poder de la oración apaga la fuerza del fuego, refrena la furia de los leones, resuelve las guerras y las peleas, aguanta las tormentas, los demonios huyen, abre las puertas del cielo, rompe los lazos de la muerte, expulsa las enfermedades, repele las heridas y fortalece las ciudades destrozadas” (Hom. 15.).
San Agustín: “El pecado es todo lo que se habla, se hace o se desea, contrario a la ley de Dios”.
San Alfonso (año 1750): “Pensando que todo acaba con la muerte, resolvió San Francisco de Borja darse todo a Dios. Este Santo tuvo la comisión de acompañar a Granada el cuerpo de la emperatriz Isabel; y, cuando se abrió el ataúd, fue tan horrible el espectáculo que se presentó a su vista, y tan infecto el hedor, que los asistentes se retiraron; pero San Francisco, alumbrado por una luz divina, se quedó a contemplar en el cadáver la vanidad del mundo, y exclamó en medio de su mayor asombro: ‘¿Y vos sois mi emperatriz?’... Así pues, se dijo a sí mismo... ¡Oh! desde ahora quiero servir a un Señor que no pueda morir jamás” (Preparación para la muerte, Consideración 2 «Todo acaba con la muerte», Punto 3).
Papa San Gregorio Magno (año 590): “El perdón de los pecados solamente se nos concede por el bautismo de Cristo”.
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