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San Matías Apóstol (24 de febrero)
San Matías, que fue elegido en lugar del traidor Judas, fue de la tribu de Judá, y nació en Belén, de familia ilustre, no menos distinguida por su calidad y por su riqueza que por el celo que profesaba a la religión de Moisés.
Lo criaron sus padres con gran cuidado, instruyéndole en las buenas costumbres y en la ciencia de las Escrituras y de la religión. La inocencia de vida con que pasó la juventud fue una bella disposición para que se aplicase a oír la doctrina de Cristo, luego que se comenzó a manifestar después de su sagrado bautismo. Tuvo la dicha de seguirle en compañía de los Apóstoles desde el principio de su predicación hasta su gloriosa ascensión a los Cielos, y fue uno de los setenta y dos discípulos.
Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles que Jesucristo con particular amor había escogido para favorecidos y confidentes suyos, hizo traición a su Maestro, y con torpísima ingratitud le vendió a sus enemigos. De apóstol pasó a ser apóstata; y añadiendo la desesperación a la perfidia, él mismo vengó su delito, y acabó su desdichada vida con muerte horrible y vergonzosa.
Habiendo resucitado Cristo, quiso dar pruebas sensibles de la verdad de su resurrección por espacio de cuarenta días, y también instruir todavía más particularmente a sus Apóstoles y a sus amados discípulos. Se les aparecía de cuando en cuando; conversaba familiarmente con ellos, y con maravillosa bondad les explicaba los misterios más secretos de la religión, descubriéndoles todo el plan y toda la economía de la Santa Iglesia.
Hacía siempre delante de ellos algún milagro, para que advirtiesen que no se había disminuido con la muerte su poder. No eran continuas ni muy frecuentes sus apariciones, y aun algunas veces dejaba pasar muchos días sin manifestarse, para irlos poco a poco desacostumbrando y que se hiciesen a vivir sin el consuelo de su presencia corporal.
En todas estas visitas los instruía en lo que debían hacer para cumplir con las obligaciones de los cargos y empleos a que los destinaba en su Iglesia. En particular les enseñaba el modo de administrar los Sacramentos, de gobernar a los pueblos y de portarse entre sí unos con otros. Les declaraba una multitud de cosas, que en otras ocasiones no había hecho más que apuntar, reservando su individual y clara explicación para aquel tiempo.
En fin, estando ya para volverse a su Eterno Padre, entre otras muchas instrucciones les mandó que, después de su Ascensión a los Cielos, ellos se retirasen juntos a Jerusalén, sin salir de allí hasta nueva orden, y que esperasen el cumplimiento de la promesa que el mismo Padre Eterno les había hecho por su boca de que les comunicaría el mayor don de todos los dones, enviándoles al Espíritu Santo.
Luego que el Salvador subió a los Cielos desde el monte de las Olivas en presencia de todos ellos, los Apóstoles se volvieron a Jerusalén con la Santísima Virgen, y se encerraron todos en la casa que habían escogido para su retiro. Quedó santificada la casa con las continuas oraciones que hacían todos con un mismo espíritu, estando al frente de aquella apostólica congregación María Madre de Jesús, con algunos parientes cercanos suyos, que, según la costumbre de los judíos, se llamaban hermanos; añadiéndose también algunas devotas mujeres que ordinariamente acompañaban a la Virgen. La pieza más respetable y aún más santa de aquella dichosa casa era el cenáculo, que fue la primera Iglesia de la Religión cristiana. Vueltos, pues, del monte Olívete, subieron todos al Cenáculo, por ser el lugar donde celebraban sus juntas, y en una de ellas resolvieron llenar la plaza vacante en el Colegio Apostólico por la apostasía y funesta muerte del infelicísimo Judas Iscariote.
Aún no habían recibido visiblemente al Espíritu Santo; pero Pedro, como Príncipe de los Apóstoles, Vicario de Jesucristo y visible Cabeza de su Iglesia, obraba ya inspirado del mismo Espíritu Divino; y cómo a quien tocaba regir todas las cosas, y dar providencia en todo, se levantó en medio de los discípulos, en número de casi ciento y veinte, que ya tenían la costumbre de llamarse hermanos entre sí, por la estrechísima y santísima unión de la caridad fraternal que los enlazaba , y les habló de esta manera:
Se deliberó en la junta sobre quién había de ser el elegido; y, habiendo hecho oración a Dios, pasaron todos a votar. Se repartieron los votos entre dos, ambos sujetos muy recomendables entre los discípulos: el primero era José, llamado Bársabas, que por su particular virtud había merecido el nombre de Justo; el segundo era Matías ; pero no habiendo más que una silla vacante, y no sabiendo a cuál de los dos habían de preferir, porque ambos eran muy dignos y muy beneméritos, volvieron a orar con nuevo fervor, haciendo a Dios esta oración: Vos, Señor, que conocéis, los corazones de los hombres, dadnos a entender a cuál de estos dos habéis elegido para que entre en lugar del traidor Judas, sucediéndole en el ministerio y en el apostolado, de que él abusó para irse al infierno que merecía.
Oyó el Señor benignamente la oración de los fieles y, según la costumbre de los judíos, se echaron suertes entre los dos concurrentes, poniéndoles delante una caja o un vaso cubierto con su tapa, donde estaban las cédulas, y la mano invisible de Dios condujo la suerte de manera que cayó sobre Matías y, agregado a los otros once apóstoles, completó con ellos el número de doce.
Llevado ya a la dignidad del apóstol, recibió con ellos la plenitud del Espíritu Santo en el día de Pentecostés; y como era ya tan estimado de toda la nación, así por la integridad de sus costumbres como por la nobleza de su sangre, hizo maravilloso fruto con los celestiales dones que había recibido, convirtiendo a la fe gran número de judíos, y haciendo muchos milagros.
En el repartimiento del mundo, que hicieron los Apóstoles para conducir la luz de la fe y del Evangelio a todas las naciones, tocó a San Matías el reino de Judea. El abrasado celo que desde luego mostró por la conversión de sus mismos nacionales le obligó a padecer muchos trabajos, y a exponerse a grandes peligros y sufrir grandes persecuciones y, finalmente, a coronar su santa vida con un glorioso martirio.
Corrió casi todas las provincias de Judea anunciando a Jesucristo, confundiendo a los enemigos de la fe y haciendo en todas partes conversiones y conquistas. Dice San Clemente Alejandrino ser constante tradición que San Matías fue con particularidad gran predicador de la penitencia, la que enseñaba no menos con el ejemplo de su penitentísima vida que con los discursos que había aprendido de su divino Maestro. Decía que era menester mortificarse incesantemente, combatir contra la carne, tratarse con rigor, hacerse eterna violencia, reprimiendo los desordenados deseos de la sensualidad, llevando a cuestas la cruz y arreglando la vida por las máximas del Evangelio. Añadía que esta mortificación exterior, aunque tan necesaria, no basta si no está acompañada de una fe viva, de una esperanza superior a toda duda y de una caridad ardiente. Concluía qué ninguna persona, de cualquier edad o condición que fuese, estaba dispensada de esta ley, y que no había otra teología moral. Hizo San Matías gran fruto en toda Judea, teatro de sus trabajos, espacioso campo de su glorioso apostolado.
Muchos años había que este gran apóstol no respiraba más que la gloria de Jesucristo y la salvación de su nación, corriendo por toda ella, predicando con valor y con asombroso celo, confundiendo a los judíos y demostrándoles con testimonios irrefragables de la Sagrada Escritura que Jesucristo, a quien ellos habían crucificado y había resucitado al tercero día, era el Mesías prometido, Hijo de Dios, y en todo igual a su Padre.
No pudiendo sufrir los jefes del pueblo judaico verse tantas veces confundidos, irritados también, por otra parte, de la multitud de conversiones que hacía y de los milagros que obraba, resolvieron acabar con él. Refiere el Libro de los condenados, esto es, el libro donde se tomaba la razón de todos los que habían sido ajusticiados en Judea desde la resurrección del Señor, por haber violado la ley de Moisés, como San Esteban, los dos Santiagos y San Matías; refiere dicho libro que nuestro Santo fue preso por orden del pontífice Ananías y que habiendo confesado a Jesucristo en concilio pleno, demostrando su divinidad, y convenciendo que había sido Redentor del género humano con lugares claros de la Escritura y con hechos innegables a que no tuvieron qué responder, fue declarado enemigo de la Ley, y como tal sentenciado a ser apedreado. Llegado el Santo al lugar del suplicio, se hincó de rodillas y, levantando los ojos y las manos al Cielo, dio gracias al Señor por la merced que le hacía en morir por defender su santa religión; hizo oración por todos los presentes y por toda su nación, la que, concluida, fue cubierto de una espesa lluvia de piedras. Añade el mismo libro que no pudiendo sufrir este género de suplicio los romanos que gobernaban la provincia contuvieron el furor de los que le apedreaban, y hallando al Santo medio muerto, por despenarle, acabándole de matar le cortaron la cabeza. Sucedió el martirio de San Matías el día 24 de febrero, aunque no se sabe precisamente en qué año.
Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, de la que no tenemos motivo sólido, o por lo menos convincente, para separarnos, fue traído a Roma por Santa Elena, madre de Constantino, y hasta hoy se venera en la iglesia de Santa María la Mayor, la más considerable parte de sus preciosas reliquias. Se asegura que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a San Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia que hasta hoy tiene la advocación de San Matías.
Propósitos
[mhfmimg imgurl="https://www.vaticanocatolico.com/imagenes/san-matias-apostol-y-papa-san-gregorio-magno.jpg" alt="San Matías Apóstol y el Papa San Gregorio Magno" caption="El Papa San Gregorio Magno y San Matías Apóstol"]
Parece cierto que serán pocos los que se salven, respecto de la espantosa multitud de los cristianos que se condenan. Pero aunque el número de los primeros fuese mucho más pequeño de lo que es, es menester –cueste lo que costare– hacer todo lo posible para ser de este número. Para este fin, toma una fuerte resolución de aplicar todos tus talentos, toda tu industria, y de no perdonar medio alguno para salir con un negocio de tan gran consecuencia. El camino que guía a la vida es estrecho. Clame, grite lo que quisiere el amor propio y las pasiones; ello no hay dos caminos para la vida. Desde este punto has de resolverte a hacer todos los esfuerzos imaginables para entrar por la puerta estrecha. El camino es estrecho, es áspero, es dificultoso, y más cuando se ha de trepar por él cargado con una pesada cruz; pero es único, no hay otro en que escoger. Ni Cristo nos enseñó otro, ni fue por otro santo alguno, alma alguna de las que se salvaron. ¿Has tenido tú la dicha de encontrar acaso otro camino? Este camino es poco frecuentado; no vayas por donde va la muchedumbre; porque el ruido que hay y el polvo que se levanta impiden ver los precipicios.
Fuente: Las historias de las vidas de los santos fueron transcritas del libro “Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año” del padre Juan Croisset (1656-1738) de la Compañía de Jesús; traducido al castellano por el padre José Francisco de Isla (1703-1781) de la Compañía de Jesús. Publicado en el siglo XIX.
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