Una de las razones por las que el herético y nocivo Protocolo 122/49 ganó tal impulso en la mente de tantos obispos y sacerdotes, y pudo literalmente destruir por completo la creencia en el dogma (que los que mueren como no católicos se pierden) en casi todo el mundo católico, fue porque pensaban que tenía la aprobación a lo menos tácita del Papa Pío XII. De hecho, el documento afirma que él sí lo aprobó. La verdad es que él no lo firmó, ni lo promulgó en ninguna manera que pudiese afectar la infalibilidad. Incluso no fue publicado oficialmente. Y obviamente ningún Papa podría haber firmado el Protocolo ya que es bastante herético, como he demostrado.
Si el Papa Pío XII hubiera estado de acuerdo con el Protocolo y la persecución al Padre Feeney por predicar el dogma, entonces él no era más que simplemente un pecador mortal contra la fe. Si él se hubiera pronunciado a favor del Protocolo y en contra del P. Feeney entonces habría sido un hereje. Esto es simplemente un hecho. Si el Papa Pío XII hubiese negado el dogma – como lo hicieron los sacerdotes del Colegio de Boston, por ejemplo – y asentido a la sofocante represión a la predicación apostólica del Padre Feeney, entonces Pío XII se habría convertido en un hereje y en un enemigo de la fe.
Si el Papa Pío XII pensaba que el Padre Feeney estaba predicando su propia doctrina por afirmar exactamente lo que aseveró el Papa Gregorio XVI en Summo iugiter studio y lo que la Cátedra de Pedro ha definido dogmáticamente (que todos los que mueren como no católicos se pierden), entonces él no entendía la primera cosa sobre la fe católica – y de hecho no la poseería.
Se debe recordar que no todas las decisiones de un Papa son infalibles. En el estudio de los errores papales a través de la historia como parte de los preparativos para la declaración dogmática de la infalibilidad papal, los teólogos de Vaticano I encontraron que más que 40 Papas sostuvieron opiniones teológicas erradas. Pero ninguno de esos errores fueron enseñados por los Papas desde la Cátedra de Pedro. En un caso bien conocido de error papal, el Papa Juan XXII sostuvo la falsa opinión que los justos del Antiguo Testamento no recibirían la visión beatífica hasta después del Juicio Final[1].
Tal vez el caso más claro de error papal en la historia de la Iglesia fue el “sínodo cadavérico” de 897. Esto fue donde el cuerpo muerto del Papa Formoso – que a todas luces era un Papa santo y devoto – fue condenado después de su muerte por el Papa Esteban VII por una serie de supuestas violaciones de ley canónica[2]. Esta condenación del Papa Formoso por el Papa Esteban VII fue anulada por el Papa Teodoro II y el Papa Juan IX, pero favorecida por el Papa Sergio III[3]. Esto debería mostrarnos muy claramente que no todas las decisiones, discursos, opiniones o juicios de un Papa son infalibles. Un Papa es infalible cuando habla desde la Cátedra de Pedro o reitera lo que la Iglesia siempre ha enseñado en su magisterio ordinario y universal.
El Papa Honorio I fue condenado por el III Concilio de Constantinopla por fomentar la herejía monotelita (la creencia que Cristo solo tenía una voluntad) en dos cartas al patriarca Sergio. Así, al igual que el Papa Honorio I (625-638) fue condenado por promover la herejía por el III Concilio de Constantinopla y otros concilios ecuménicos[4], el Papa Pío XII habría caído en herejía si hubiera sostenido que los no católicos podrían salvarse y hubiera apoyado la persecución al Padre Feeney por afirmar la doctrina católica enseñada siempre.
Recuérdese que el Papa Pío XII no fue de ningún modo un firme tradicionalista. Sus reformas, omisiones y fracasos pavimentaron el camino para el Vaticano II. Algunas de las cosas que Pío XII hizo son:
- Él promovió a Annibale Bugnini, el autor de la Nueva Misa, y comenzó la reforma litúrgica con la introducción de reformas en los ritos de Semana Santa. Un buen número de eruditos litúrgicos piensan que las reformas de Semana Santa fueron terribles. Un ejemplo es el haber permitido distribuir la sagrada comunión el Viernes Santo. El decreto del Santo Oficio sobre la comunión frecuente bajo el Papa San Pío X, cita al Papa Inocencio XI, que condenó tal práctica.
- Él promovió a hombres como Angelo Roncalli (más tarde Juan XXIII) y Giovanni Montini (más tarde Pablo VI), sin las cuales promociones estos hombres nunca habrían tenido la influencia o causado la destrucción inmensurable que ellos hicieron.
- Él dijo que la evolución teísta se podía enseñar en las escuelas católicas (Humani generis, 1950), que es nada menos absurda – y posiblemente herética.
- Él enseñó que el control de la natalidad podría ser usado por las parejas mediante el método del ritmo (o planificación natural de la familia), que es una frustración y una subordinación del propósito primario del acto conyugal – la concepción.
- Él permitió la persecución y la posterior excomunión del Padre Leonard Feeney, ya sea por complicidad o negligencia intencional, por hacer lo que todo sacerdote católico debe hacer: predicar el Evangelio, defender la fe y adherirse al dogma definido.
Este último crimen fue de lo más grave. Con la persecución del Padre Feeney, las “autoridades” en Boston y Roma no solo no ayudaron al Padre Feeney en su lucha para convertir a los no católicos, ¡sino que en realidad la detuvieron! Téngase en cuenta lo siguiente: los hombres que deberían fomentar la salvación de las almas y la conversión a la verdadera fe en realidad dificultaron al máximo la posibilidad de que el Padre Feeney lo hiciera. Ellos hicieron tan dura cuanto pudieron su tarea de entregar el mensaje salvífico de Cristo – que la salvación solo viene por pertenecer a la Iglesia que Él estableció –, dando a la vez la falsa impresión a millones de no católicos que ellos estaban bien en el estado de condenación en el cual se encontraban. Richard Cushing, el arzobispo apóstata de Boston, quien primero silenció al Padre Feeney – no sobre el {bautismo de deseo, sino sobre el dogma extra ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación) – se jactó antes de su muerte que él nunca había hecho un solo converso en toda su vida[5].
Fue el 24 de septiembre de 1952 que el Padre Feeney dirigió una extensa y detallada carta a Pío XII. La carta quedó sin respuesta. Pero un mes más tarde (en una carta fechada el 25 de octubre de 1952) el cardenal Pizzardo del Santo Oficio lo llamó a Roma. El 30 de octubre de 1952, el Padre Feeney envió una respuesta a Pizzardo, solicitando una declaración de los cargos en su contra – como lo exige el Derecho Canónico. El 22 de noviembre de 1952, Pizzardo respondió:
“Su carta del 30 de octubre pone de manifiesto que usted está evadiendo la cuestión (…) Debe venir a Roma inmediatamente, donde se le informará de los cargos presentados en su contra (…) Si no se presenta (…) antes del 31 de diciembre este acto de desobediencia se hará público con las penas canónicas (…) El delegado apostólico ha sido autorizado a proveer los gastos de su viaje”[6].
El 2 de diciembre de 1952, Padre Feeney respondió:
“Su Eminencia parece haber malinterpretado mis motivos al responder a su carta del 25 de octubre de 1952. Yo había presumido que su primera carta era para servir como una citación canónica para presentarme ante su Sagrado Tribunal. Como la citación, sin embargo, fue fatalmente defectuosa bajo las normas del canon 1715, especialmente porque no se me informó de los cargos en mi contra. Este canon exige que la citación contenga a lo menos una declaración general de los cargos. Bajo las normas del canon 1723 todo procedimiento basado en una cita tan sustancialmente defectuosa está sujeta a una denuncia de nulidad”[7].
Este intercambio de cartas entre el Padre Feeney y Pizzardo es muy interesante y valioso para nuestra discusión. En primer lugar, muestra que el deseo del Padre Feeney fue operar dentro de los límites de la ley, mientras que el Pizzardo y los del Vaticano mostraban un flagrante desprecio de la ley, incluso en la manera de convocarlo a Roma. El Derecho Canónico estipula que un hombre convocado a Roma debe ser informado al menos en general acerca de los cargos en su contra, y el Padre Feeney citó los cánones pertinentes. Pizzardo y sus cohortes ignoraron constantemente estas leyes.
El 9 de enero de 1953, Pizzardo respondió a la carta del P. Feeney del 2 de diciembre de 1952:
(9 de enero de 1953) “En respuesta a su carta del 2 de diciembre de 1952 pidiendo explicaciones adicionales (…) el Santo Oficio le comunica por la presente las órdenes recibidas de Su Santidad, que usted debe presentarse a esta Congregación antes del 31 de enero de 1953, bajo pena de excomunión incurrida automáticamente (ipso facto) en caso de faltar presentarse en la fecha indicada. Esta decisión de Su Santidad es fruto de la llegada de los últimos documentos del Centro de San Benito”[8].
Una vez más, las leyes canónicas que requieren una razón para la convocatoria fueron ignoradas por completo. Pero esto fue apenas una parte del curso en el caso del Padre Feeney: la justicia, el dogma y el mandato de Cristo de predicar el Evangelio y bautizar fueron ignorados y pisoteados. No se puede dejar de notar el tono de disgusto de la carta del cardenal. Casi no hay duda de que Pizzardo también creía que los no católicos podrían salvarse como no católicos, y por lo tanto no estaba para nada preocupado que el caso de Padre Feeney fuese tratado en una manera justa.
Sin que se haya dado una razón para su convocatoria a Roma como se requería, el Padre Feeney justificadamente se quedó en los Estados Unidos, sabiendo que su negativa de presentarse en Roma antes del 31 de enero podría traerle falsas sanciones canónicas sobre su cabeza. Pero antes de eso, el 13 de enero de 1953, el P. Feeney “envió una carta extensa y fuerte al cardenal en protesta por lo siguiente:
- Violación del ‘secreto del Santo Oficio’ por filtrar su correspondencia a la prensa pública.
- Las repetidas amenazas del cardenal de imponer sanciones sin acusaciones o procedimientos, según sea el caso requerido por los cánones.
- La difusión del Protocolo 122/49 como un pronunciamiento doctrinal de la Santa Sede, a sabiendas de que nunca fue publicado en el Acta Apostolicae Sedis (Actas de la Sede Apostólica)”[9].
El Padre Feeney puso fin a esta última comunicación al cardenal Pizzardo con una declaración de justa indignación:
“Cuestiono seriamente la buena fe y la validez de cualquier intento de excomulgarme porque me atreví a pedir la sustancia de este decreto para su atención, y porque me atreví a insistir en mis derechos en mis cartas del 30 de octubre y del 2 de diciembre de 1952”[10].
El 13 de febrero de 1953, el Santo Oficio publicó un decreto declarando “excomulgado” al Padre Feeney. Leyó según lo siguiente:
“Puesto que el sacerdote Leonard Feeney, un residente de Boston (Centro San Benito), quien durante mucho tiempo ha sido suspendido de sus deberes sacerdotales por causa de grave desobediencia a la autoridad de la Iglesia, siendo impasible ante las repetidas advertencias y amenazas de incurrir en excomunión ipso facto, no habiéndose sometido, los eminentísimos y reverentísimos Padres, encargados de salvaguardar las materias de la fe y costumbres, en sesión plenaria celebrada el miércoles 4 de febrero de 1953, lo declaran excomulgado con todos los efectos de la ley.
El jueves 12 de febrero de 1953, Nuestro Santísimo Señor Pío XII, por Divina Providencia Papa, aprobó y confirmó el decreto de los eminentísimos Padres, y ordenó que se haga una cuestión de derecho público.
Dado en Roma, en la Oficina General del Santo Oficio, 13 de febrero de 1953”.
Marius Crovini, Notario
AAS (16 de febrero de 1953) vol. XXXXV, página 100
A la luz de los hechos anteriores, esta excomunión es un escándalo y no tiene ningún valor. El Padre Feeney no era culpable de nada: él no negó ninguna doctrina, y actuó en estricta conformidad con la ley. Quienes estaban excomulgados ipso facto fueron quienes persiguieron al Padre Feeney por enseñar que todos los que mueren como no católicos no se pueden salvar.
También hay que tener en cuenta que, si bien la “excomunión” se originó a partir de clérigos heréticos que se oponían a la predicación del P. Feeney sobre el dogma, la “excomunión” misma no menciona nada de doctrina. Solo se habla de “grave desobediencia a la autoridad de la Iglesia”. Esto es un punto importante, porque escuchamos mucho hoy en día, de quienes son ignorantes de los hechos del caso, afirmando erradamente que el Padre Feeney fue excomulgado por enseñar que los no católicos no se pueden salvar. Esas personas no saben de qué están hablando. No hay duda que el dogma que los que mueren como no católicos no se pueden salvar fue la razón por la cual estalló la controversia del Padre Feeney – la cuál culminó en su “excomunión” – pero la excomunión misma no menciona nada de doctrina. Por lo tanto, incluso si uno creyera que esta “excomunión” fue válida (lo que es absurdo), no constituiría ningún argumento contra la enseñanza de que no se pueden salvar los que mueren como no católicos, porque: 1) en toda la excomunión no se menciona nada de doctrina, y 2) esta doctrina es un dogma definido. Así que los que discutan sobre este tema que consigan la información correcta.
Pero, en definitiva, por causa de la “excomunión” al P. Feeney SJ de 1953, lo que fue excomulgado en la mente del público fue la enseñanza de que nadie se puede salvar fuera de la Iglesia católica. Con esto, Jesucristo fue públicamente vendido al mundo por dar la impresión a todos de que no es necesario pertenecer a la única Iglesia que Él fundó – ¡y, en efecto, se le castigaba el que promovía lo contrario!
Hace poco llamé a cerca de quince iglesias del Vaticano II/Novus Ordo y les pregunté si aceptaban el dogma católico fuera de la Iglesia no hay salvación. Todos ellos lo rechazaron de plano o colgaron el teléfono. Los pocos sacerdotes que dieron una respuesta coherente a mi pregunta sobre el dogma dijeron de inmediato “eso es una herejía” o palabras en ese sentido (significando que fuera de la Iglesia no hay salvación es una herejía); y todos hicieron referencia a la “excomunión” del P. Leonard Feeney, SJ para “justificar” su punto. Yo podría haber llamado a 200 de estas iglesias del Vaticano II y habría recibido las mismas respuestas. Esto es simplemente porque es un hecho que efectivamente todo sacerdote del Vaticano II/Novus Ordo de hoy, al igual que casi todos los sacerdotes “tradicionalistas”, creen que las almas pueden salvarse en cualquier religión, incluyendo a los judíos que rechazan a Cristo.
No cabe duda que el papel desempeñado por el Papa Pío XII en el caso del Padre Feeney fue crucial: crucial para la esencia misma de la fe católica, crucial para lo que pasaría poco después en el Vaticano II, y crucial para la salvación de millones de almas. Fue crucial porque si el Papa Pío XII hubiese salido en defensa del Padre Feeney a comienzos de los años 50, y reafirmado que todos los que mueren como no católicos se pierden (y por lo tanto deben ser convertidos), nunca habría habido un Vaticano II. Ello es cierto. No cabe duda que el apóstata Segundo Concilio Vaticano nunca hubiera podido darse sin la condenación del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación (por la condenación del P. Feeney) poco antes. Quienes rechazan este hecho no tienen ningún concepto de la realidad. Más del 90% de las herejías en el Vaticano II y posteriores al Vaticano II tratan directa o indirectamente con la negación de la necesidad de la Iglesia católica y la negación de la maldad de las religiones no católicas. Si hubiera habido una afirmación solemne, pública del dogma en los años 50 por el Papa Pío XII – como el Padre Feeney lo expuso – para que quedara claro a todos que el Padre Feeney tenía razón al decir que los no católicos no pueden salvarse, entonces los herejes del Vaticano II nunca hubieran podido salir con el decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio), el decreto sobre las religiones no católicas (Nostra aetate) o el decreto sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae), entre otros, todos los cuales alaban y estiman a las falsas religiones o afirman que miembros de otras religiones se pueden salvar.
Sin la clara indicación de que es falso sostener que todos los que mueren no católicos están perdidos (que es el dogma católico), el Vaticano II, la reforma litúrgica y todos los otros horrores que vemos ahora no hubieran sido posibles.
Desafortunadamente, Pío XII fue el hombre que ejecutó esta tarea. Pío XII fue el hombre que durante su reinado el mundo empezó a creer que era errado creer que solo los católicos se pueden salvar. Él desempeñó el papel, a sabiendas o no, del Judas que vendió a Cristo a los judíos para que pudieran crucificarle. El dogma fue vendido al mundo para que el diablo pudiera crucificar toda la estructura de la fe en el Vaticano II.
Entonces, cuando la gente ve las iglesias yermas; los confesionarios vacíos; la casi nula asistencia a Misa; los sacerdotes homosexuales en la iglesia Novus Ordo; menos del 25% de creencia en la Eucaristía; escándalos sexuales galopantes; misas de payaso, misas para niños, misas de globos; el 50% de los “católicos” votando a favor del aborto; el constante sincretismo interreligioso en el Vaticano; las jóvenes con el pecho desnudo en “Misas papales”; sumos sacerdotes del vudú predicando en la Iglesia de San Francisco en Asís, Italia; Buda sobre los “altares católicos”; la ignorancia casi universal sobre la enseñanza de la Iglesia; la inmoralidad y perversión casi universales; la educación sexual en escuelas “católicas”; universidades “católicas” negando la infalibilidad de la Escritura; universidades “católicas” promoviendo a personas a favor del aborto; la mayor apostasía generalizada de la enseñanza de Cristo de todos los tiempos; y un paganismo casi universal, pueden dar gracias a la condenación del Padre Feeney, lo cual fue un componente necesario para causar todo esto.
La “condena” del P. Feeney – combinada con el Protocolo 122/49 – aseguró que ni un solo seminario en el mundo, después de 1953, enseñara el dogma de que solo los católicos se pueden salvar. Y con la idea de que los que mueren como no católicos pueden salvarse arraigada profunda y universalmente, bastó un poco de tiempo para que el mundo empezare a darse cuenta de que creer en la religión católica y practicar la moralidad católica no tienen valor alguno, porque los miembros de las otras religiones también tienen la salvación. El precioso don de la verdadera fe se fue extinguiendo, y la afirmación de la Iglesia católica de ser la única verdadera religión fue asesinada en la mente del público, puesto que habría salvación en las otras religiones. Era lógico que poco tiempo después de la “excomunión” del Padre Feeney, la enseñanza católica haya cedido paso a una apostasía universal entre los católicos – con el Vaticano II siendo el vehículo para perpetuarla.
Aquellos que deploran algunas, muchas o todas las cosas mencionadas en el párrafo anterior, pero condenan, desprecian u odian al Padre Feeney, son ciegos. Ellos se quejan de las llamas y del humo, pero no se dan cuenta que su misma actitud fue la que comenzó el fuego. Ellos no pueden comprender los simples efectos de la descomposición de la fe, y la negación de aquel dogma más crucial de que solo los católicos se pueden salvar. Y esta cuestión no solamente implica las muchas consecuencias prácticas de negar el dogma que solo los católicos se pueden salvar. Esto implica sobre todo consecuencias para la fe, porque el dogma fuera de la Iglesia católica no hay salvación no es solo algo según lo cual los católicos deben vivir, sino algo que sobre todo deben creer. El Papa San Pío X condenó la siguiente proposición modernista el 3 de julio de 1907 en el decreto “Lamentabili”:
“Los dogmas de fe deben retenerse solamente según el sentido práctico, esto es, como norma preceptiva del obrar, mas no como norma de fe”. – Condenado[11]
La idea de que podemos predicar que no hay salvación fuera de la Iglesia, mientras creemos en el corazón que sí hay salvación fuera de la Iglesia, es herética. Que solo los católicos pueden salvarse es una verdad revelada del cielo que todo católico debe primero creer, y segundo profesar.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia romana] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no solo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que solo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[12].
Esta verdad fue arrancada de los corazones y mentes de casi todo el mundo católico con la condenación del Padre Feeney, quien fue su más público defensor. Y ello fue permitido que ocurriera por la negligencia y la debilidad de Pío XII.
Notas:
[1] The Catholic Encyclopedia, vol. 8, p. 433.
[2] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 2 (The Building of Christendom), 1987, p. 387.
[3] Warren H. Carroll, A History of Christendom, vol. 2 (The Building of Christendom), 1987, pp. 388‐390; J.N.D. Kelly, Oxford Dictionary of Popes, Oxford University Press, 1986, pp. 116‐117, 119.
[4] Por ejemplo, Segundo Concilio de Nicaea (787), Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 135; y el Cuarto Concilio de Constantinopla (869‐870), Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 162.
[5] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 37.
[6] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 22.
[7] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 23.
[8] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 23.
[9] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 25.
[10] Hno. Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, p. 25.
[11] Denzinger 2026.
[12] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
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¿Pero entonces Pío XII fue un Papa válido o un Anti Papa como todos los del anticoncilio Vaticano II?
Estuve escuchando la «Misa» del Gallo del Antipapa Bergoglio y si no recuerdo mal, creo que dijo que el hombre es Cristo, creo que puede ser el Anticristo perfectamente, aunque Juan Pablo no se queda atrás
Fue un Papa válido, pero fue débil. Definitivamente los antipapas del Vaticano II fueron herejes manifiestos, la prueba es abrumadora.