Quiero hablar acerca del mejor argumento contra el ‘bautismo de deseo’. Existen aproximadamente entre siete y diez argumentos basados en la enseñanza dogmática de la Iglesia católica que prueban absolutamente que la teoría del bautismo de deseo es incompatible con la enseñanza católica infalible. Voy a mencionar rápidamente siete de esos argumentos, y después explicaré lo que quizá es el mejor argumento de todos.
En primer lugar, en cada una de las declaraciones dogmáticas sobre el asunto, la Iglesia católica entiende las palabras de nuestro Señor Jesucristo en Juan 3, 5, según como están escritas. Jesús declaró que quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de Dios. Él comenzó su declaración diciendo: “En verdad, en verdad”, indicando que su declaración era extremadamente seria y solemne. Cuando la Iglesia católica entiende esas palabras de Jesús según como están escritas, como lo hace en cada declaración dogmática que aborda Juan 3, 5, ella enseña infaliblemente que nadie puede entrar al cielo sin renacer del agua y el Espíritu Santo, así como lo declaró Jesucristo mismo. Esto contradice el bautismo de deseo que postula la salvación sin el renacer del agua y del Espíritu Santo.
En segundo lugar, la Iglesia católica enseña infaliblemente que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad de salvación para toda criatura humana (Bonifacio VIII, Unam sanctam)[1]. También enseña infaliblemente que la Iglesia y el Romano Pontífice no ejercen ni podrán ejercer juicio o jurisdicción sobre aquellos que no han recibido el sacramento del bautismo (véase el Concilio de Trento, sesión 14, cap. 2)[2]. Pues como es de toda necesidad de salvación para toda criatura humana someterse a la jurisdicción de la Iglesia y del Romano Pontífice, y una criatura humana no puede someterse a la Iglesia y al Romano Pontífice sin la recepción del sacramento del bautismo, se deduce lógicamente que toda criatura humana debe recibir el sacramento del bautismo para salvarse. Simplemente no hay manera de evitar este argumento. E incluso los defensores del supuesto bautismo de deseo admiten que ni siquiera es un sacramento.
En tercer lugar, en la primera definición dogmática de fuera de la Iglesia no hay salvación, el Papa Inocencio III en el Cuarto Concilio de Letrán, del año 1215, definió infaliblemente que:
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra: “Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[3].
Está definido dogmáticamente que la Iglesia son los fieles y cualquier salvación fuera de los fieles es excluida enfáticamente con las palabras nullus omnino (absolutamente nadie). Pues bien, solamente los bautizados en agua forman parte de los fieles. Esto es clarísimo en la enseñanza, tradición y liturgia de la Iglesia. Los no bautizados, incluyendo a los catecúmenos no bautizados, eran excluidos explícitamente de la categoría de los fieles. Considérese, por ejemplo, la Misa de los catecúmenos (los no bautizados) en comparación con la Misa de los fieles (los bautizados). Como solamente los bautizados en agua forman parte de los fieles, como aprendemos de la enseñanza, tradición y liturgia de la Iglesia, y es infaliblemente cierto que no hay absolutamente ninguna salvación fuera de los fieles, como la Iglesia lo ha definido, se deduce lógicamente que no hay salvación para los que no están bautizados en agua.
En cuarto lugar, la Iglesia católica enseña infaliblemente que nadie puede estar dentro de la Iglesia católica (fuera de la cual nadie se salva) sin el sacramento del bautismo. Ella también enseña que no se puede ser un miembro de la Iglesia católica o formar parte del cuerpo de la Iglesia sin el sacramento del bautismo (véase Mystici corporis, entre otras cosas). La enseñanza de que solamente los bautizados en agua están dentro de la Iglesia, o que son miembros de ella, ha sido causa de tales problemas para los defensores del bautismo de deseo que se han visto obligados a inventar teorías ridículas, tales como que uno puede estar supuestamente dentro de la Iglesia católica sin ser un miembro de ella, y que uno puede formar parte del alma de la Iglesia sin ser parte del cuerpo de la Iglesia. Tales teorías, por supuesto, nunca fueron enseñadas por la Iglesia católica, y son, de hecho, contradichas por sus decretos infalibles. Por ejemplo, la Iglesia enseña infaliblemente que todos los que están dentro de la Iglesia son en realidad miembros de la Iglesia católica (véase el Concilio Vaticano I[4], entre otros.
Por lo tanto, es falso decir que alguien puede estar dentro de la Iglesia sin ser un miembro de ella. La Iglesia también enseña que solamente los que están dentro del cuerpo de la Iglesia pueden salvarse (véase Cantate Domino del Concilio de Florencia)[5]. Es, por ende, incompatible con la doctrina católica creer que alguien pueda salvarse estando supuestamente dentro del alma de la Iglesia, pero no dentro del cuerpo de la Iglesia. La enseñanza católica infalible acerca de la necesidad de la unidad de la Iglesia y sus miembros, y cómo ello está vinculado indisolublemente con la recepción del sacramento del bautismo, refuta la teoría del bautismo de deseo y otras falsas doctrinas similares.
En quinto lugar, la Iglesia católica enseña infaliblemente en su credo y en muchos otros pronunciamientos magisteriales que solo hay un bautismo, no tres. No solamente enseña infaliblemente que solo hay un bautismo, sino que éste bautismo único es celebrado en agua (Concilio de Vienne, 1311-1312). El Concilio dogmático de Vienne declaró específicamente que este bautismo único, celebrado en agua, es el que ha de ser fielmente confesado por todos los miembros de la Iglesia católica. No existe otro bautismo, según la enseñanza católica infalible. El Concilio de Vienne declaró:
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, 1311-1312, ex cathedra: “Además ha de ser por todos fielmente confesado un bautismo único que regenera a todos los bautizados en Cristo, como ha de confesarse ‘un solo Dios y una fe única’ (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado en agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos ser comúnmente, tanto para los niños como para los adultos, perfecto remedio de salvación”[6].
El mismo concilio enseña que para todos en la Iglesia hay un mismo bautismo.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, decreto # 30, 1311-1312, ex cathedra: “... una Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente (omnino) no hay (nullus) salvación (salvatur), puesto que para todos ellos hay un solo Señor, una fe, un bautismo...”.
Considérese estas dos sentencias dogmáticas del Concilio de Vienne sobre el bautismo como siendo un grupo dividido en A y B. (A) Para todos en la Iglesia (fuera de la cual absolutamente nadie se salva) hay un mismo y único bautismo; y (B) ese bautismo único (que todos tienen en la Iglesia) es de agua. Por lo tanto, el bautismo de deseo es falso.
En sexto lugar, la carta dogmática a Flaviano del Papa San León Magno (del año 449 d.C.), repetida en el Concilio de Calcedonia en 451 d.C., declara que el agua del bautismo, el espíritu de santificación, y la sangre de Redención son inseparables en la santificación. Los vínculos entre el agua, el espíritu y la sangre son de tal importancia que ninguno de ellos es separable en la santificación; mientras que las mismas teorías del ‘bautismo de deseo’ y del ‘bautismo de sangre’ proponen que alguien puede tener la santificación aparte del bautismo de agua. El ‘bautismo de deseo’ y el ‘bautismo de sangre’ son, por consiguiente, falsos.
En séptimo lugar, la bula Exultate Deo del Concilio de Florencia enseña infalible y explícitamente que no podemos entrar al cielo si no renacemos por el agua y el Espíritu, como la Verdad misma, Jesucristo, dice en Juan 3, 5.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual, pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[7].
El Concilio de Florencia por consiguiente utilizó sus propias palabras para presentar la enseñanza de Juan 3, 5 – esto es, que nadie entra al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu en el sacramento del bautismo – como una verdad de la revelación divina. Esa es la enseñanza infalible de la Iglesia católica y no deje que nadie le diga lo contrario. Eso contradice el bautismo de deseo que propone la salvación sin el renacimiento del agua y el Espíritu.
Hay varios otros argumentos que se podrían cubrir para refutar aún más el bautismo de deseo. Sin embargo, el argumento que ahora quiero discutir es quizá el mejor argumento de todos los argumentos contra el ‘bautismo de deseo’. Esto es así porque el argumento prueba que el bautismo de deseo NO PUEDE ser verdadero desde la mismísima definición sobre el bautismo de deseo dada por los teólogos que estuvieron a favor de la idea. El argumento que ahora vamos a considerar es, por lo tanto, absolutamente mortal para la falsa teoría y sus defensores.
Quizá la definición más célebre del ‘bautismo de deseo’, que presentan los defensores de la idea, es la opinión de San Alfonso de Ligorio sobre el tema. Ahora bien, la Iglesia católica nunca ha enseñado el bautismo de deseo – jamás lo ha hecho. Es por eso que los defensores del bautismo de deseo deben recurrir a citar la explicación presentada por los teólogos FALIBLES. Y de esos teólogos, ellos consideran la explicación y definición de la idea hecha por San Alfonso de Ligorio, en su libro Teología moral, como la más notable e importante. Hablan de ella todo el tiempo.
Antes de probar que la explicación de San Alfonso sobre el ‘bautismo de deseo’ es sin lugar a dudas incompatible con la enseñanza católica, se debe dejar claro que San Alfonso solamente creyó que el bautismo de deseo podría aplicarse a las personas que creían explícitamente en Jesucristo y en la Trinidad, pero que morían sin el bautismo de agua. Él no creyó que se podría aplicar a personas que no creían en los misterios esenciales de la fe católica o que estuvieron ignorantes de los mismos. A diferencia de los defensores modernos del bautismo de deseo, San Alfonso sostuvo que todos los que morían sin creer en los misterios esenciales de la fe católica (tales como todos los musulmanes, judíos, paganos, etc.), al igual que todos los herejes y cismáticos, están perdidos.
Al explicar la teoría, San Alfonso la llama baptismus flaminis. Baptismus flaminis es traducido a menudo como ‘bautismo de deseo’, a pesar de que no significa bautismo de deseo. De hecho, ella significa bautismo de soplo o de aliento. Explicaremos esto más adelante.
Ahora, consideremos pues el punto clave. Como señalamos en nuestro artículo El flagrante error de San Alfonso sobre el bautismo de deseo, así como discutimos temas relacionados en nuestro libro sobre el dogma de la salvación, cuando San Alfonso intenta explicar esta idea del bautismo de deseo, él dice que el bautismo de deseo supuestamente le concede a la persona la remisión de la culpa del pecado, pero que no da el carácter sacramental del bautismo ni suprime la pena temporal que por el pecado se debe. Como para San Alfonso el llamado bautismo de deseo no quita la pena temporal que por el pecado se debe, él sostuvo que alguien que moría con el supuesto bautismo de deseo tendría que ir al purgatorio. Es sumamente importante tomar en cuenta que así también fue como Santo Tomás de Aquino explicó el bautismo de deseo. Ya que Santo Tomás y San Alfonso así explicaron el bautismo de deseo – y esa misma explicación fue repetida por otros teólogos falibles – el punto que ahora voy a presentar es, por lo tanto, de importancia monumental; porque la explicación del ‘bautismo de deseo’ dada por Santo Tomás y San Alfonso es el bautismo de deseo. Si la explicación por ellos sobre el bautismo de deseo falla, entonces toda la teoría falla.
En la Summa Theologiae, P. III, q. 68, a. 2, respuesta a la objeción 2, Santo Tomás expresó su opinión falible sobre el bautismo de deseo de esta manera. Es importante que las personas pongan mucha atención aquí porque estos puntos van a la raíz del asunto. Santo Tomás dijo:
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, P. III, q. 68, a. 2, respuesta a la objeción 2: “Luego si muere un catecúmeno con deseo del bautismo... no llega inmediatamente a la vida eterna, sino que sufrirá la pena de sus pecados pasados, aunque se salvará, pero como quien pasa a través del fuego, como se dice en 1 Cor 3, 15”.
Así como San Alfonso, Santo Tomás creyó que este llamado bautismo de deseo, en un catecúmeno que tiene las creencias y disposiciones requeridas, podría perdonar la culpa del pecado, pero que no suministra el carácter sacramental del bautismo y que NO PERDONARÍA LA PENA TEMPORAL QUE POR EL PECADO SE DEBE (el punto más importante de nuestra discusión). Es por eso que él dice que un catecúmeno no bautizado, que recibió el supuesto bautismo de deseo, tendría que sufrir en el purgatorio. La persona no iría inmediatamente al cielo. Pues bien, como ahora probaré y explicaré, esa admisión destruye toda la teoría del bautismo de deseo.
Ante todo, esa admisión destruye toda la teoría porque el Concilio de Florencia y el Concilio de Trento enseñaron infaliblemente que la gracia del bautismo no solamente es la remisión de la culpa del pecado, sino también la remisión de la pena temporal debida a todo pecado. Es importante que las personas comprendan los significados de estos términos. Para quienes no conocen la diferencia entre la culpa del pecado y la pena temporal que por el pecado se debe, consideren el caso del rey David. David fue un hombre justificado, un hombre según el corazón del Señor (como leemos en 1 Samuel 13, 14), pero luego él cometió los pecados mortales de adulterio y asesinato y perdió su justificación. Al cometer esos pecados graves, David perdió la justificación y se colocó a sí mismo en la senda de la condenación. Sin embargo, David se arrepintió sinceramente de sus pecados mortales después de ser amonestado por el profeta Natán (como leemos en 2 Samuel 12). Como resultado de su sincero arrepentimiento, la culpa o el castigo eterno a causa de los pecados mortales de David fueron perdonados, de manera que David fue retirado de la senda de la condenación. No obstante, ahí no terminó el asunto, leemos que él todavía necesitaba sufrir la pérdida de su hijo como parte de la pena temporal debida a los pecados que él cometió. Él tuvo que sufrir algo para satisfacer por esos pecados, la culpa de la cual ya había sido perdonado por Dios. Esa es la diferencia entre la culpa del pecado y la pena temporal que por el pecado se debe. Solo porque la culpa del pecado es borrada en un caso no significa necesariamente que la pena temporal que por el pecado se debe ha sido borrada. Por eso algunas personas que se salvan deben pasar por el purgatorio. Ellas murieron con la verdadera fe y en el estado de gracia, habiéndose confesado y obtenido el perdón de cualquier pecado mortal que quizá hayan cometido después del bautismo, pero a veces necesitan satisfacer o sufrir la pena por los pecados cometidos después del bautismo. Es posible que alguien pueda satisfacer por sus pecados en esta vida, y que sea remitida por completo la pena temporal debida a esos pecados, cumpliendo con la voluntad de Dios, haciendo buenas obras, y afrontando de una manera adecuada lo que Dios le envíe. Sin embargo, cuando las personas mueren en el estado de gracia, pero necesitan hacer satisfacción por ciertos pecados que han sido perdonados, ellas no van directamente al cielo. Ellas deberán ir al purgatorio. El sacramento de la penitencia borra la culpa o el castigo eterno del pecado, pero no necesariamente borra la pena temporal que por el pecado se debe. El sacramento del bautismo, en cambio, que concede la entrada inicial en Cristo, borra todo. El bautismo borra la culpa del pecado y la pena temporal debida a todo pecado. Concede el renacimiento en Jesucristo, el lavado del Espíritu Santo. El que recibe esta gracia de renacimiento o bautismo, por lo tanto, no necesitará hacer satisfacción por ninguno de sus pecados pasados ni tendrá que sufrir ninguna pena temporal por los pecados cometidos antes de recibir esta gracia salvífica extraordinaria. Con respecto a la gracia salvífica dada en el bautismo de agua, leemos en Tito 3, 5: “... nos salvó mediante el baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo”. Esa gracia de renacimiento o bautismo no es la misma de la absolución que recibe una persona bautizada que ha caído en pecado mortal, pero que se arrepiente y es restaurada al estado de gracia. Entiéndase bien la diferencia.
En lo que concierne al efecto o a la gracia del sacramento del bautismo, el Concilio de Florencia declaró:
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Exultate Deo, 22 de noviembre de 1439: “… el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual… El efecto de este sacramento es la remisión de toda culpa original y actual, y también de toda la pena que por la culpa misma se debe. Por eso no ha de imponerse a los bautizados satisfacción alguna por los pecados pasados, sino que, si mueren antes de cometer alguna culpa, llegan inmediatamente al reino de los cielos y a la visión de Dios”[8].
Es un dogma que el efecto o la gracia del bautismo es la remisión de todo pecado y también de toda la pena que por el pecado se debe. La gracia del bautismo deja a la persona en un estado en el cual ella podrá entrar inmediatamente al cielo (nada de purgatorio) si ella muere antes de cometer otro pecado. Para expresar cómo los individuos que reciben esta gracia –y que mueren antes de cometer alguna culpa– se van directo al cielo, el pasaje de Florencia que acabamos de citar dice en el latín: “statim ad regnum caelorum et Dei visionem perveniunt”. Esto significa: llegan inmediatamente al reino de los cielos y a la visión de Dios.
El pasaje de Santo Tomás que citamos anteriormente, en donde él dice que el catecúmeno que muere con el supuesto bautismo de deseo, no llega inmediatamente a la vida eterna, sino que sufriría la pena de sus pecados pasados, él usa casi las mismas palabras exactas en latín para enseñar exactamente lo contrario a Florencia con respecto de si hay entrada inmediata al cielo y si la persona tendrá que sufrir la pena.
Santo Tomás dice, “non statim pervenit ad vitam aeternam”. Esto significa “no llega inmediatamente a la vida eterna”, justamente lo opuesto a lo declarado por Florencia sobre cómo el que recibe la gracia del bautismo sí llega inmediatamente al cielo y a la vida eterna. Tanto Florencia como Santo Tomás usan ‘statim’, que significa ‘inmediatamente’. Florencia dice que la persona llega statim (inmediatamente) a la visión de Dios y por lo tanto a la vida eterna, mientras que Santo Tomás dice non statim (no inmediatamente). Es más, Florencia y Santo Tomás usaron exactamente el mismo verbo pervenire, que significa llegar. Florencia utilizó perveniunt, el plural en tercera persona del verbo, para declarar que ellos llegan inmediatamente a la visión de Dios y, por tanto, a la vida eterna. Santo Tomás usó pervenit, el singular en tercera persona de exactamente el mismo verbo, para expresar que la persona no llega inmediatamente a la vida eterna. Y hay más. Florencia declaró que debido a que la gracia del bautismo borra todo, los que reciben esta gracia no necesitan hacer satisfacción alguna o sufrir la pena “por los pecados pasados”. Las palabras que Florencia utilizó para “por los pecados pasados” en latín son “pro peccatis praeteritis”.
Santo Tomás usó exactamente las mismas palabras, “pro peccatis praeteritis” (que significa “por los pecados pasados”) para enseñar que el que recibe un supuesto bautismo de deseo sí tendrá que sufrir la pena por los pecados pasados, contrario a lo que dice Florencia. Santo Tomás dice, “sino que [el catecúmeno] sufrirá la pena de sus pecados pasados”. Estos hechos prueban que el bautismo de deseo explicado por sus defensores más célebres, no concede la gracia del bautismo o el renacimiento espiritual. Este es simplemente UN HECHO; y ese hecho destruye y refuta toda la teoría precisamente a causa de este segundo punto. Esto es, el Concilio de Trento declaró que la gracia de la justificación es la gracia del renacimiento espiritual o bautismo. Permítanme repetirlo: el Concilio de Trento declaró que la gracia de la primera justificación es en sí misma la gracia del renacimiento espiritual, el estado que perdona todo (la culpa del pecado y la pena temporal que por el pecado se debe), de tal suerte que un renacido es puesto en un estado donde él o ella podrá llegar inmediatamente al cielo si muere después de haber renacido así. El bautismo de deseo es, por ende, falso. No cabe ninguna duda.
En su decreto sobre la justificación, sesión 6, capítulo 3, el Concilio de Trento declaró infaliblemente: “ASÍ, SI NO RENACIERAN EN CRISTO, NUNCA SERÍAN JUSTIFICADOS, como quiera que, con ese renacer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos”.
Concilio de Trento, sesión 6, capítulo 3: “Mas, aun cuando Él murió por todos, no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino solo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión. En efecto, al modo que realmente si los hombres no nacieran propagados de la semilla de Adán, no nacerían injustos, como quiera que por esa propagación por aquél contraen, al ser concebidos, su propia injusticia; ASÍ, SI NO RENACIERAN EN CRISTO, NUNCA SERÍAN JUSTIFICADOS, como quiera que, con ese renacer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos”[9].
Nótese bien que el Concilio de Trento enseña que debemos renacer en Cristo para ser justificados. Esto significa que uno no puede ser colocado en el estado de gracia sin haber recibido el renacimiento de Jesucristo. Y ese renacer, como el Concilio de Trento enseña repetidamente, perdona todo: ello perdona la culpa del pecado y toda la pena debida al pecado. Por supuesto, si el renacimiento no perdonara todo, entonces no crearía a un hombre nuevo. No sería un renacimiento. El renacer deja a la persona en un estado donde podrá llegar inmediatamente al cielo.
Sobre este punto, en la sesión 5, sobre el pecado original, # 5, otra declaración infalible en el Concilio de Trento, dice: “PORQUE EN LOS RENACIDOS nada odia Dios”. Luego habla de cómo “han sido hechos inocentes, inmaculados, puros, sin culpa e hijos amados de Dios, herederos de Dios y coherederos de Cristo; de tal suerte que nada en absoluto hay que les pueda retardar la entrada en el cielo”.
Concilio de Trento, sesión 5, sobre el pecado original, #5, ex cathedra: “PORQUE EN LOS RENACIDOS nada odia Dios, porque nada hay de condenación en aquellos que verdaderamente por el bautismo están sepultados con Cristo para la muerte, los que no andan según la carne, sino que, desnudándose del hombre viejo y vistiéndose del nuevo, que fue creado según Dios, han sido hechos inocentes, inmaculados, puros, sin culpa e hijos amados de Dios, herederos de Dios y coherederos de Cristo; de tal suerte que nada en absoluto hay que les pueda retardar la entrada en el cielo”[10].
Así que es una enseñanza infalible del Concilio de Trento que los renacidos han sido hechos inocentes, inmaculados, etc., de tal manera que no hay nada en absoluto que les pueda retardar la entrada en el cielo. Esto es exactamente lo que el Concilio de Florencia también enseñó, citado anteriormente. Cuando uno renace, si muere en ese estado, antes de cometer una falta, irá directamente al cielo. Y lo que viene siendo tan significante del pasaje de Trento en la sesión 5, # 5, es que hace estas declaraciones no solamente acerca del efecto del bautismo, sino también del efecto del renacimiento. “PORQUE EN LOS RENACIDOS...”, dice Trento, “nada en absoluto hay que les pueda retardar la entrada en el cielo”. Por lo tanto, si alguien recibe el renacimiento, la gracia de renacer, entonces recibirá no solo la remisión de la culpa del pecado sino también la remisión de la pena temporal que por el pecado se debe. Es por eso que no hay nada en absoluto que le pueda retardar la entrada en el cielo. Y en la sesión 6, capítulo 3 del Concilio de Trento, que ya citamos, se declara que, si no renacieran en Cristo, nunca serían justificados. ¿Se da cuenta del problema con el bautismo de deseo?
El Concilio de Trento enseña que ni siquiera podemos conseguir un estado de gracia si no renacemos en Cristo, y el renacimiento en Cristo perdona todo: la culpa del pecado y la pena temporal que por el pecado se debe. Pero según la misma definición del bautismo de deseo, dada por sus defensores más célebres, el bautismo de deseo ni siquiera concede la gracia de renacer porque no suprime o perdona la pena debida al pecado. El bautismo de deseo es, por lo tanto, falso. Debe ser rechazado. Es una falsa teoría del hombre. Es por eso que la Iglesia nunca lo ha enseñado.
Cuando las personas reciben doctrinas de Dios, como enseñadas infaliblemente por la Iglesia, esas doctrinas son verdaderas y consistentes. Sin embargo, cuando una opinión teológica es el fruto de las opiniones o especulaciones de hombres, ella tendrá defectos e inconsistencias. En el caso del ‘bautismo de deseo’, que es meramente una doctrina de hombres –no de la Iglesia ni de Dios– vemos que hay un enorme y masivo agujero en el corazón de la teoría. Este agujero es lo que acabamos de discutir. Este es el talón de Aquiles del ‘bautismo de deseo’, la idea de que las personas pueden ser justificadas sin haber renacido. Esto contradice directamente la enseñanza católica. Debemos renacer para ser justificados o salvarnos. Para que la idea del supuesto bautismo de deseo empiece siquiera a ser consistente con la enseñanza católica, ella tendría que postular que el bautismo de deseo sí da la gracia del renacimiento. Pero no es lo que enseña, como prueban las explicaciones de Santo Tomás, San Alfonso y otros. Dios permitió que la falsa idea del bautismo de deseo tuviese este masivo problema e inconsistencia en su médula para que las personas finalmente puedan verla por lo que es: una falsa doctrina. Los hechos que hemos considerado prueban que la teoría del bautismo de deseo ha terminado. Ella es falsa.
Bien, veamos cómo puede usted terminar cualquier debate sobre el bautismo de deseo dentro de un minuto o dos, con una sola pregunta. Simplemente pregúntele lo siguiente al defensor del bautismo de deseo:
Pregunta: El llamado ‘bautismo de deseo’ concede la gracia del bautismo/el renacimiento espiritual, ¿sí o no?
Si responde que no sabe cuál es la gracia del bautismo o el renacimiento espiritual, explíquele que, de acuerdo con la enseñanza católica, esta es la gracia que remite todo pecado, toda la pena que por el pecado se debe, y que deja a la persona en un estado en la cual ella podría ir inmediatamente al cielo si muere en ese estado (o sea, no es necesario ir al purgatorio). Entonces, a la persona que recibe el bautismo de deseo se le concede ese estado, ¿sí o no?
Si responde que no, que no concede la gracia del bautismo/el renacimiento espiritual, sino que el bautismo de deseo solo concede el estado de gracia y la remisión de la culpa del pecado, sin la remisión de la pena temporal que por el pecado se debe, entonces él habrá probado que el bautismo de deseo es falso y no salva a nadie. Esto se debe a que el Concilio de Trento declaró que nadie puede siquiera ser justificado (es decir, puesto en un estado de gracia) si no renaciera en Cristo (sesión 6, cap. 3). De hecho, en todo el decreto sobre la justificación en el Concilio de Trento, el estado de la primera justificación es identificado como el estado de renacer. Por ejemplo, en la sesión 6, cap. 4 de Trento se declara que el paso a la justificación no solamente es un paso al estado de gracia, sino que es un paso al estado de gracia y de adopción como hijos, en el cual un hombre es renacido. Así, cuando le responda que no, el bautismo de deseo no concede la gracia del renacimiento espiritual o del bautismo, él habrá demolido la teoría del bautismo de deseo, porque su respuesta probaría que nadie podría siquiera ser justificado o salvado por el bautismo de deseo.
Si, por el contrario, le responde que sí, que el bautismo de deseo sí concede la gracia del bautismo/el renacimiento espiritual, entonces él habrá rechazado toda la teoría del bautismo de deseo y habrá probado que es falsa. Esto se debe a que el bautismo de deseo está basado en la enseñanza de Santo Tomás, San Alfonso y otros teólogos. Esos teólogos enseñan que el bautismo de deseo no concede la gracia del renacimiento. De hecho, esa definición y explicación de la teoría se halla en manuales teológicos falibles de los siglos XIX y XX. A los defensores del bautismo de deseo les gusta citar tales libros, creyendo erróneamente que son infalibles o definitivos. Pero esos teólogos enseñan que el llamado bautismo de deseo no perdona la pena temporal que por el pecado se debe, y por lo tanto no concede la gracia del bautismo o renacimiento espiritual. Ese es el bautismo de deseo. Esa es la teoría. Esa es la posición. Entonces, cuando le responda que sí, que el bautismo de deseo sí concede la gracia del renacimiento, el defensor del bautismo de deseo habrá repudiado por completo el bautismo de deseo. Él habrá rechazado la enseñanza de Santo Tomás, de San Alfonso y de los demás teólogos que trataron el tema y, de hecho, habrá declarado sus enseñanzas como falsas y erróneas.
Pero al responder que sí, él habrá rechazado el bautismo de deseo porque los argumentos a favor del bautismo de deseo están indisolublemente vinculados y basados en la explicación dada por los mencionados individuos. Por lo tanto, si responden a la pregunta que sí o que no, ellos habrán probado que el bautismo de deseo es falso. Esto es así porque es simplemente una teoría del hombre, nunca enseñada por la Iglesia. El bautismo de deseo es inconsistente consigo mismo y lo es también con la enseñanza católica porque es una falsa doctrina.
Por ejemplo, es interesante señalar que los teólogos antes mencionados (incluyendo los manuales teológicos que a los defensores del bautismo de deseo les gusta citar) muy a menudo enseñan que el supuesto ‘bautismo de sangre’ (que la Iglesia nunca ha enseñado) sí concede la gracia del bautismo o del renacimiento, mientras que el llamado bautismo de deseo no concede esa gracia. Entonces, según ellos, el supuesto ‘bautismo de sangre’ da una gracia, mientras que el llamado bautismo de deseo da otra gracia diferente. ¿Dónde ha enseñado esto la Iglesia? La respuesta es que en ninguna parte. La Iglesia enseña que hay un bautismo único de agua, que tienen todos en la Iglesia. Ese único bautismo de agua, que tienen todos en la Iglesia, ha de ser por todos fielmente confesado (Concilio de Vienne), como ya citamos anteriormente.
Los ‘bautismos de deseo y de sangre’ son falsas teorías del hombre. Es por eso que cuando los teólogos intentan explicar estas falsas teorías, ellos se contradicen a sí mismos en tan solo unos párrafos. Por ejemplo, si lee un manual teológico falible que promueve estas nociones, en un párrafo le dirá que el efecto o la gracia del bautismo se puede obtener sin el agua del bautismo a través de un bautismo de deseo o de sangre. Pero, un momento: ellos no creen que el llamado bautismo de deseo le concede a cualquiera la gracia del bautismo o del renacimiento porque el bautismo de deseo no concede la remisión de la pena temporal que por el pecado se debe, como hemos demostrado. No obstante, ajenos a los detalles y hechos de su propia posición, a veces dirán que sí concede la gracia del bautismo, y unos párrafos después se contradirán a sí mismos y reconocerán que en realidad no concede la gracia del bautismo o del renacimiento porque el bautismo de deseo no quita la pena temporal que por el pecado se debe. Ni siquiera se dan cuenta de la contradicción masiva en su propia posición. Esto es lo que pasa cuando las personas intentan defender y explicar doctrinas falsas venidas de hombres falibles y que la Iglesia nunca ha enseñado.
La gente que confía en el hombre, incluso en un hombre santo, más que en la enseñanza de la Iglesia, siempre perderá. ¡Siempre! Dios nunca le prometió la infalibilidad a todos los santos, teólogos o doctores de la Iglesia, sino a San Pedro y sus sucesores en su oficio docente autoritario. A San Pedro y sus sucesores se les dio la fe que no desfallece. Esta fe no la recibieron todos los miembros de la Iglesia, ni todos los teólogos, santos o doctores de la Iglesia.
Dios permitió que la falsa teoría del bautismo de deseo fuese enseñada por teólogos falibles y en publicaciones falibles porque Él permite que los errores circulen, pero Él protegió que las declaraciones oficiales de la Iglesia no la enseñaran. Es por eso que el bautismo de deseo no aparece en ningún decreto infalible. Por otra parte, si bien Él permitió que se difundiera el bautismo de deseo en fuentes falibles, Él dejó un grande y masivo agujero en la médula de su explicación. Este agujero enorme prueba que el bautismo de deseo no puede justificar a nadie porque ni siquiera concede el renacimiento espiritual.
Promover obstinadamente el bautismo de deseo frente a estos hechos es simplemente ser de mala voluntad. Ello es mentir y promover la herejía. Es difundir una falsa doctrina. Es creer y enseñar que las personas pueden ser justificadas sin haber renacido, contrariando la enseñanza explícita de la Iglesia católica.
La gente necesita entender que NO LE ES PERMITIDO simplemente buscarse una opinión, expresión o enseñanza en algún escrito de un doctor de la Iglesia o de un santo, atenerse a ella y promoverla sin importarle nada. Esto fue condenado bajo el Papa Alejandro VIII contra los errores de los jansenistas:
Papa Alejandro VIII, Contra los errores de los jansenistas, # 30: “Siempre que uno hallare una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerla y enseñarla absolutamente, sin mirar a bula alguna del Pontífice”.[11] – Condenado
San Agustín fue un santo y doctor de la Iglesia. Pero él no fue infalible. Él escribió un libro de correcciones. Si uno hallare una doctrina en Agustín, no puede meramente decir: “Pues, está fundada en Agustín. Voy a creer en ella no importándome si no encaja o si ella es inconsistente con algo de mayor peso”. No, no puede sostenerla ni promoverla así nada más. Esa es una religión del hombre.
El bautismo de deseo no solo es claramente falso, como he demostrado, sino que el ‘bautismo de sangre’ es igual de falso. También es contrario a los argumentos dogmáticos que mencionamos al inicio de esta discusión. Es por eso que el ‘bautismo de sangre’ nunca fue enseñado por la Iglesia. No se halla, literalmente, en ninguna parte de la enseñanza del magisterio papal infalible. Además, he demostrado que la opinión de San Alfonso, de Santo Tomás, etc., sobre el bautismo de deseo es insostenible y contraria a la doctrina católica. De hecho, en su intento de querer explicar su posición al respecto, San Alfonso también citó erróneamente el Concilio de Trento, como probamos en nuestro artículo sobre el tema. Él citó algo que el Concilio de Trento declaraba sobre el sacramento de la penitencia, y lo aplicó erróneamente al bautismo de agua. Él estuvo simplemente equivocado. No está permitido atenerse a la opinión de San Alfonso o a la de Santo Tomás de Aquino o a la de cualquier hombre si esa opinión contradice algo de mayor peso; y sabemos que es un hecho que su explicación de la teoría es falsa. De hecho, la enseñanza de que uno debe rechazar las opiniones de los doctores de la Iglesia si se prueban ser incompatibles con la declaración de la Iglesia, es la propia enseñanza del mismo Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae, Pt. II-II, q. 10, a. 12. Él dice:
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Pt. II-II, q. 10, a. 12: “La costumbre de la Iglesia constituye una autoridad de gran peso y se la debe seguir siempre y en todo. Porque hasta la enseñanza misma de los grandes doctores de la Iglesia recibe de ella su peso de autoridad, y por esa razón hemos de atenernos más a la autoridad de la Iglesia que a la de San Agustín, San Jerónimo o de cualquier otro doctor”.
Este es un pasaje muy importante porque algunas personas argumentarán que la Iglesia aprueba la teología de Santo Tomás. Sí, ella aprueba su teología en general; pero incluso si se aplica específicamente, la teología de Santo Tomás es que sus opiniones no son infalibles y que deben dejarse a un lado cuando una enseñanza del magisterio demuestra que son carentes. Su punto de vista errada sobre la Inmaculada Concepción es un ejemplo de tal opinión.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Pt. III, q. 27, a. 2: “Si el alma de la Santísima Virgen no hubiera estado nunca manchada con la corrupción del pecado original, eso rebajaría la dignidad de Cristo, que emana de ser el Salvador universal de todos”.
Este principio se aplica a cualquier teólogo o doctor de la Iglesia. De hecho, cuando los defensores del bautismo de deseo promueven obstinadamente la posición de Santo Tomás o San Alfonso sobre esta materia, a la luz de los hechos que hemos cubierto, ellos pasan vergüenza. Ellos hacen el ridículo; porque están afirmando obstinadamente que las personas pueden salvarse por el bautismo de deseo a partir de fuentes cuya explicación demuestra que nadie puede salvarse por el bautismo de deseo, ya que se debe renacer para justificarse. Como el Papa Benedicto XIV declaró en Apostolica, # 6, 26 de junio de 1749:
Papa Benedicto XIV, Apostolica, # 6, 26 de junio de 1749: “La sentencia de la Iglesia es preferible a la de un Doctor conocido por su santidad y enseñanza”[12].
Los que promueven obstinadamente esa posición del bautismo de deseo frente a los hechos están simplemente difundiendo una falsa doctrina en contra de la enseñanza de la Iglesia católica y perderán sus almas.
Un problema adicional con la falsa doctrina del bautismo de deseo concierne al término, baptismus flaminis. Este es el término en el latín que las personas a menudo traducen como bautismo de deseo. Sin embargo, ello no significa bautismo de deseo. Flaminis es la forma genitiva del sustantivo neutro tercera declinación, flamen. Flamen en realidad significa un soplo, un aliento, un vendaval, o una ráfaga de viento. No significa deseo. Pero si usted lee material a favor del bautismo de deseo, encontrará que flaminis es traducida típicamente como ‘de deseo’, aunque no significa eso. De hecho, en sus escritos a menudo hallará traducido el llamado baptismus flaminis (que no existe) como ‘bautismo de fuego’ o ‘bautismo de llama’ o ‘bautismo de espíritu’, y, por supuesto, ‘de deseo’. Sin embargo, baptismus flaminis no significa ninguna de ellas. Bautismo de llama sería baptismus flammae, no flaminis, y bautismo de fuego sería baptismus inyis, no baptismus flaminis. El punto es que ni siquiera se ponen de acuerdo en el significado del término porque es una falsa teoría del hombre.
El hecho de que el bautismo de deseo es falso explica por qué nunca encontró su lugar en ningún decreto o enseña infalible de un concilio ecuménico. Piénsese en ello. Hubo muchos concilios. Ellos promulgaron decretos extensos acerca de los sacramentos, acerca de la Iglesia, acerca del dogma fuera de la Iglesia NO hay salvación, la unidad de la Iglesia, y muchos otros temas, pero, con todo, asombrosamente el ‘bautismo de deseo’ y el ‘bautismo de sangre’ nunca fueron enseñados. Y contrariamente a lo que dicen falsamente algunos defensores del bautismo de deseo, el Concilio de Trento no lo enseñó en absoluto, como nuestro material claramente prueba al respecto. La razón por la que los ‘bautismos de deseo y de sangre’ nunca fueron enseñados en ningún decreto o concilio infalible es porque estos son doctrinas falsas. Los concilios incluso promulgaron numerosos decretos dogmáticos sobre el bautismo, de su necesidad, de cuál es su forma, las diferencias entre el bautismo de los niños y el de los adultos, sobre un bautismo único, etc., y sin embargo, ni uno solo enseñó el bautismo de deseo o el ‘bautismo de sangre’. El Espíritu Santo protegió la doctrina infalible de la Iglesia católica de estos errores.
También debería señalarse que los ‘bautismos de deseo y sangre’ no solamente nunca fueron enseñados en ninguna proclamación infalible o magisterial de la Iglesia, sino que incluso cuando se consideran los siglos posteriores al Concilio de Trento y antes del Vaticano II, y se consulta la enseñanza oficial de los Papas en encíclicas papales dirigidas a la Iglesia universal, descubrirá que ni una sola vez fueron enseñadas las falsas ideas del ‘bautismo de deseo’ y del ‘bautismo de sangre’. Aunque las encíclicas papales dirigidas a toda la Iglesia hablaban con frecuencia sobre el bautismo, la Iglesia, su necesidad, etc., durante un espacio de tiempo en el que los teólogos falibles estaban proponiendo la falsa idea del bautismo de deseo y de sangre a diestra y siniestra, dichas encíclicas nunca enseñaron el bautismo de deseo o de sangre. El Espíritu Santo siguió protegiendo la enseñanza oficial de la Iglesia católica de estas falsas doctrinas, a pesar de que Dios permitió que las falsas doctrinas se difundieran en fuentes falibles, la enseñanza de teólogos, catecismos, etc. Dios permitió que se enseñaran los errores en fuentes falibles, y que las personas malinterpretaran este tema, simplemente porque como dice 1 Corintios 11, 19, es necesario que haya herejías.
1 Corintios 11, 19: “Pues es necesario que haya también herejías, para que los que son aprobados, sean manifiestos entre vosotros”.
Eventualmente la doctrina falsa del bautismo de deseo fue creciendo y difundiéndose a tal punto que todos los que aceptaron la idea también creyeron o aceptaron que no es necesario creer en Jesucristo ni en la fe católica para la salvación. Esta es la postura sostenida o respaldada por cada uno de los defensores del ‘bautismo de deseo’ en nuestros días. Ellos creen que las almas pueden salvarse en las falsas religiones por un llamado ‘bautismo de deseo’. Es por eso que el problema central de la falsa doctrina, que hemos expuesto aquí, no les importará a muchos de ellos ya que no les importa si la posición es inconsistente. Lo único que les interesa es creer en algo, lo que sea, que permita la salvación fuera de Jesucristo, de su Iglesia (la Iglesia católica) y de su bautismo. Ellos utilizan la falsa doctrina del bautismo de deseo como un Cristo falso, que supuestamente salva a las personas fuera de Él y de su fe. Esa posición es totalmente herética y contraria a la enseñanza infalible de la Iglesia católica (véase la bula dogmática Cantate Domino del Concilio de Florencia). Es un dogma definido que nadie puede salvarse sin la fe católica y que todos los que mueren en ignorancia de o sin creer en los misterios esenciales de la fe católica (que son la Trinidad y la Encarnación) se perderán. Esto significa que todos los que mueren como musulmanes, judíos, paganos, etc., se condenarán. La Iglesia también enseña que todos los que disienten de una enseñanza autoritaria de la Iglesia o se separan a sí mismos de ella después de haber sido bautizados en ella, se perderán. Es por eso que todos los que mueren como herejes o cismáticos se condenarán. Solo aquellos que mueren con el sacramento del bautismo, con la fe católica y en el estado de gracia podrán salvarse. En nuestros días todos los defensores del bautismo de deseo o creen en la herejía de que las almas se pueden salvar en religiones falsas o aceptan como católicos a los que creen en esa herejía. De hecho, la promoción de esta falsa doctrina en nuestros días es la fuente de incontables males.
Es interesante tomar nota que Dios no solamente nunca permitió que el magisterio enseñase el bautismo de deseo o de sangre, incluyendo los años anteriores al Vaticano II, sino que además la enseñanza oficial del magisterio en el período posterior a los concilios de Trento y Vaticano I declaró oficialmente la misma doctrina, la verdadera doctrina de la Iglesia, de que nadie puede ser un miembro de la Iglesia católica sin el sacramento del bautismo y que nadie puede salvarse sin el sacramento del bautismo.
En su encíclica Mediator Dei, # 43, 20 de noviembre de 1947, dirigida a la Iglesia universal, Pío XII al hacer referencia al sacramento del bautismo declaró:
Papa Pío XII, Mediator Dei, # 43, 20 de noviembre de 1947: “... el lavado del bautismo distingue a todos los cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en esta agua de expiación y no son miembros de Cristo…”.
Él enseña específicamente que el sacramento del bautismo distingue y separa a todos los cristianos (christianos omnes en el latín). El sacramento del bautismo distingue y separa a todos los cristianos de aquellos, es decir, de los que no son cristianos y no son miembros de Cristo. Él dice que es igual a como el sacerdote es distinguido de los demás fieles por la recepción del sacramento del orden. Por lo tanto, no se puede ser un cristiano sin el sacramento del bautismo; y solamente los cristianos se salvan, como la Iglesia enseña dogmáticamente. Por ende, nuevamente vemos repetida aquí en esta encíclica la misma doctrina que se encuentra en la enseñanza infalible de los concilios, en la enseñanza oficial del magisterio posterior a Trento y al Vaticano I. Y en ninguna parte hallamos el bautismo de deseo o el bautismo de sangre.
En su encíclica Mystici corporis, # 22, 29 de junio de 1943, Pío XII enseñó oficialmente que:
Papa Pío XII, Mystici corporis, # 22, 29 de junio de 1943: “Pero entre los miembros de la Iglesia, solo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe”[13].
Si no recibe las aguas regeneradoras (el bautismo de agua), no puede ser contado entre los miembros de la Iglesia católica. Esa es la enseñanza oficial de la Iglesia. A propósito, se debe señalar que los niños bautizados sí profesan la verdadera fe porque el verbo ahí para ‘profesan’ indica lo que es manifestado en lo exterior. Y en virtud de su bautismo ellos son marcados o apartados como personas que pertenecen a la verdadera fe o la profesan. Es por eso que está dogmáticamente definido que los párvulos bautizados forman parte de los fieles. De esta manera, Pío XII enseña oficialmente que no se han de contar entre los miembros de la Iglesia excepto los que han recibido las aguas regeneradoras (el bautismo de agua). Esta es exactamente la misma doctrina que hallamos en la enseñanza infalible de los concilios. Y la vemos repetida aquí en Mystici corporis, en la enseñanza oficial del magisterio posterior a Trento y al Vaticano I. Y en ninguna parte hallamos el bautismo de deseo o el bautismo de sangre.
En la encíclica Quas primas del Papa Pío XI, del 11 de diciembre de 1925, dirigida a la Iglesia universal, leemos también acerca de la entrada al reino de Dios:
Papa Pío XI, Quas primas, # 15, 11 de diciembre de 1925: “Tal se nos propone ciertamente en los Evangelios que para entrar en este reino los hombres han de prepararse haciendo penitencia, y no pueden de hecho entrar si no es por la fe y el bautismo, sacramento este que, si bien es un rito externo, significa y produce, sin embargo, la regeneración interior”[14].
Pío XI enseña específicamente que los hombres no pueden entrar al reino de Dios si no es por la fe y el bautismo, sacramento que es un rito externo, nos dice. Como el bautismo de deseo y de sangre no son ritos externos, él está enseñando que los hombres no pueden entrar al reino de Dios sin la fe y el sacramento o el rito del bautismo. Esta es exactamente la misma doctrina que encontramos en la enseñanza infalible de los concilios. La vemos repetida aquí en la enseñanza oficial del magisterio posterior a Trento y al Vaticano I. Y en ninguna parte hallamos el bautismo de deseo o el bautismo de sangre.
La verdadera doctrina sobre el bautismo, esto es, que absolutamente nadie puede salvarse sin haber renacido del agua y del Espíritu, viene de la enseñanza de Jesucristo mismo. Leemos las propias palabras de Jesús acerca de esto en Juan 3, 5 y Marcos 16, 16. Esta misma doctrina es repetida a través de las epístolas de San Pablo, donde él se refiere a la recepción del bautismo de agua como siendo salvados “por la fe” (Gálatas 3, 26; Efesios 2, 8-9; Colosenses 2, 12; etc.). Esta verdadera doctrina apostólica sobre el sacramento del bautismo, y de que nadie puede salvarse sin él, está contenida en la Sagrada Escritura. Fue enseñada por los padres de la Iglesia. Fue declarada infaliblemente por los concilios ecuménicos; y como hemos visto, fue repetida infaliblemente en la enseñanza oficial de los Papas y del Magisterio, incluso en las décadas y siglos recientes cuando Dios permitió que las herejías y los errores fuesen difundidos y abundaran en fuentes falibles.
Entonces, he aquí la manera de destruir por completo la teoría del bautismo de deseo, y la posición de cualquiera que la defienda, en un debate o argumento. Simplemente pregúntele a la persona:
El bautismo de deseo concede la gracia del bautismo/el renacimiento espiritual/ser renacido, ¿sí o no? Si responde que no, entonces habrá probado que nadie puede salvarse por un llamado bautismo de deseo porque debemos renacer para ser justificados (Concilio de Trento). Y si responde sí, da la gracia del renacimiento espiritual, entonces habrá abandonado y rechazado por completo el bautismo de deseo porque las fuentes en las que se basan para explicar la idea, enseñan que el bautismo de deseo no concede la gracia del renacimiento espiritual. La teoría es falsa. Debe ser rechazada. Estos hechos deberían dejarlo claro a todos.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, 1311-1312, ex cathedra: “Además ha de ser por todos fielmente confesado un bautismo único que regenera a todos los bautizados en Cristo, como ha de confesarse ‘un solo Dios y una fe única’ (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado en agua en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos ser comúnmente, tanto para los niños como para los adultos, perfecto remedio de salvación”[15].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, canon 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[16].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual, pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[17].
Notas:
[1] Denzinger, 468‐469.
[2] Denzinger 895.
[3] Denzinger 430.
[4] Denzinger 1824.
[5] Denzinger 714.
[6] Denzinger 482.
[7] Denzinger 696.
[8] Denzinger 696.
[9] Denzinger 795.
[10] Denzinger 792.
[11] Denzinger 1320.
[12] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 29.
[13] Denzinger 2286.
[14] Denzinger 2195.
[15] Denzinger 482.
[16] Denzinger 861.
[17] Denzinger 696.
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