Fuera de la
Iglesia Católica No Hay Absolutamente Ninguna Salvación
Hno.
Pedro Dimond, O.S.B.
Listado de las
secciones
1.
La
Cátedra de Pedro sobre fuera de la
Iglesia no hay salvación
2.
Las
llaves de San Pedro y su fe infalible
·
La Cátedra de San Pedro dice la verdad que enseñó Cristo
mismo
3.
Se debe
creer en el dogma que una vez declaró la Santa Madre Iglesia
4.
Otros
Papas sobre fuera de la Iglesia no hay
salvación
5.
El
sacramento del bautismo es la única puerta de entrada a la Iglesia
6.
La única
Iglesia de los fieles
7.
La
sujeción a la Iglesia y al Romano Pontífice
8.
El
sacramento del bautismo es necesario para la salvación
9.
El agua
es necesaria para el bautismo y Juan 3, 5 es literal
10.
Los
infantes no se pueden salvar sin el bautismo
11.
Quienes
mueren en pecado original o pecado mortal descienden a los infiernos
12.
Hay un
solo bautismo, no tres
13.
El
Credo Atanasiano y No hay salvación para los miembros del islam, del
judaísmo y de las otras sectas no católicas, sean heréticas o cismáticas
·
La enseñanza católica específica contra el judaísmo
·
La enseñanza católica específica contra el islam
·
La enseñanza católica específica contra las sectas
protestantes y cismáticas
·
Referente a los niños miembros de las sectas no
católicas válidamente bautizados
14.
El
bautismo de deseo y el bautismo de sangre – Tradiciones erróneas de los hombres
·
Los Padres son unánimes desde el
principio sobre el bautismo de agua
·
La teoría del bautismo de sangre – una tradición del hombre
·
Las dos primeras declaraciones sobre el bautismo de
sangre
·
¿Santos no bautizados? – las Actas de los
Mártires
·
Los cuarenta mártires de Sebaste
·
San Albano y su guardia convertido
·
Resumiendo los hechos sobre el bautismo de sangre
·
La teoría del bautismo de deseo – una tradición del
hombre
·
San Gregorio Nacianceno y el Breviario Romano
·
La tradición litúrgica y la tradición
apostólica de la sepultura
·
El Concilio dogmático de Vienne (1311-1312)
·
Santo Tomás de Aquino rechazó la “ignorancia
invencible”
15.
El Papa
San León Magno termina el debate
·
El Papa
San León Magno declara infaliblemente que el agua del bautismo es inseparable
del espíritu de justificación
16.
Principales Objeciones
-
Sesión 6, cap. 4 del Concilio de
Trento
·
“Aut” antes
significaba “y” en el contexto de los
Concilios
·
Un email interesante sobre este pasaje de Trento
-
El dogma, el Papa
Pío IX y la ignorancia invencible
·
Singulari quadem (una alocución a los cardenales)
o
San Pablo, Padre Francisco de Vitoria, San Agustín y San
Próspero contra la ignorancia invencible.
·
Otros Papas y santos contra la ignorancia invencible
o
Papa Benedicto XIV, Papa San Pío X, Papa Paulo III, Papa
San Gregorio Magno, Padre Pierre-Jean De Smet, Papa Pelagio I, etc., contra de
la ignorancia invencible.
o
San Justino Mártir, Hechos de los Apóstoles, Epístolas de
San Pablo, San Ireneo, San Clemente, Tertuliano, etc., sobre la inmediata
diseminación del Evangelio
o
Hechos 2, 47: el Señor añadía
cada día a la Iglesia los que debían ser salvos
o
Evidencia antigua en China y en América del Norte y del
Sur
·
Salvación para los “invenciblemente ignorantes”
reducida a su principio absurdo
·
Jesucristo contra la ignorancia invencible
-
La objeción
“interpretación privada”
·
El Catecismo del Concilio de Trento
·
Sesión 7, can. 4 sobre los sacramentos – en realidad
refuta el bautismo de deseo como puede verse cuando se compara con otros
similares cánones dogmáticos
·
El Código de Derecho Canónico de 1917
·
El argumento de que el bautismo es imposible
para algunos recibirlo
·
¿Cómo puede ser que el bautismo de deseo sea
contrario al dogma cuando…?
·
El buen ladrón y los santos inocentes
·
La herejía “no se puede juzgar”
·
La herejía “subjetivo-objetivo”
·
La objeción “dentro pero no miembro” de Mons. Joseph Clifford Fenton
·
Las falsas apariciones de Bayside, Medjugorje,
entre otras
18.
La herejía
del alma de la Iglesia
19.
El
bautismo de deseo vs la enseñanza universal y constante de los teólogos
·
Tuas libenter y el llamado consentimiento común de los teólogos
·
Los mismos teólogos que ellos presentan refutan su
posición
·
Los teólogos son unánimes en que sólo los
bautizados en agua forman parte de la Iglesia
·
Los teólogos definen unánimemente a la
Iglesia católica como una unión de sacramentos
·
La
tradición universal sobre el bautismo afirmado incluso por los catecismo
heréticos modernos
·
El catecismo atribuido al Papa San Pío X
20.
Exultate Deo también termina la discusión
21.
El
Nuevo Testamento es claro en que el sacramento del bautismo es indispensable
para la salvación
·
El gran mandato: Mateo 18 y Marcos 16
·
Gálatas 3 – La fe es el bautismo
·
Tito 3, 5 – El bautismo nos salva
·
Hechos 2 y el primer sermón papal
·
Hechos 16 – el carcelero y su casa entera
son bautizados inmediatamente
·
1 Pedro 3, 20-21 – El bautismo de agua y el arca
22.
Otras
consideraciones de la Escritura
·
El
bautismo de Dios
·
Juan 3,
5 vs Juan 6, 54
23.
Toda
verdadera justicia y las causas de la justificación
·
Toda
verdadera justificación se encuentra en los sacramentos
·
Las
causas instrumentales y eficaces de la justificación
27.
El
Protocolo 122/49 (Suprema haec sacra)
28.
La
herejía antes del Vaticano II
29.
Mystici Corporis
30.
El Papa
Pío XII, el Padre Feeney y el dogma
33.
Una
nota para los que creen en el bautismo de deseo
34.
El
resultado degenerado de la herejía en contra de este dogma
·
Los errores del actual Centro San Benito
·
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X (Contra las herejías; Carta abierta a los
católicos perplejos; Bombas de Tiempo del Segundo Concilio Vaticano; El obispo
Fellay dice que los hindúes se pueden salvar; El Bautismo de Deseo; ¿Es el
Feeneyismo Católico?)
·
El CMRI (Congregación de María Reina Inmaculada) y otros
sacerdotes
36.
Conclusión
Apéndice
·
La profesión de fe para los
conversos a la fe católica
INTRODUCCIÓN
El dogma fuera de
la Iglesia católica no hay salvación y la necesidad del sacramento del
bautismo, en realidad se pueden explicar en una página (véanse las
secciones 1 y 8). Esto es porque esta verdad es exactamente la misma como fue
definida por nuestro primer Papa:
“… en nombre de
Jesucristo Nazareno (…) En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre se nos ha dado
bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Hechos
4, 12).
No hay salvación fuera de Jesucristo y de la Iglesia
católica que es su cuerpo místico. Puesto que no hay entrada en la Iglesia
católica sin el sacramento del bautismo, esto significa que sólo se pueden
salvar los católicos bautizados que mueren en estado de gracia (y quienes se
hagan católicos bautizados y mueren en estado de gracia).
“El que no
permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento y se seca, y los amontonan y
los arrojan al fuego para que ardan” (Juan 15, 6).
La única razón de por qué este documento que usted está viendo tiene
aproximadamente 300 páginas e investiga minuciosamente una variedad de
cuestiones, se debe simplemente a los
ataques casi incesantes en contra de estas verdades – y cómo casi todo el mundo
las niega en nuestros días –, las que, por lo demás, se expresan de manera tan
simple.
El lector advertirá que me he focalizado en contestar toda objeción
importante planteada contra el verdadero significado del dogma fuera de la Iglesia católica no hay
salvación y la necesidad del sacramento del bautismo, mientras que las
personas que escriben libros y artículos contra estas verdades, casi nunca
abordan ninguno de los argumentos de la enseñanza de la Iglesia que presentamos,
simplemente porque ellos no pueden refutar los hechos.
Algunos liberales que lean este documento objetarán que es “amargo” y
“falto de caridad”. Pero ello no es cierto. El “fundamento de la caridad es la
fe pura e inmaculada” (Papa Pío XI, Mortalium
animos, # 9). Las afirmaciones de este documento, relacionadas con el dogma
fuera de la Iglesia no hay salvación
son hechas con la intención de ser fiel a Jesucristo y a su verdad. Lo que
simplemente hace un católico es decirle a su prójimo la verdad sobre esta
cuestión, sin compromiso y porque él ama a su prójimo.
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 9, 6 de enero de
1928: “Nadie, ciertamente, ignora que
San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece
descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar
continuamente a sus discípulos el nuevo precepto ‘Amaos unos a los otros’, prohibió
absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesaran, íntegra
y pura, la doctrina de Jesucristo: ‘Si alguno viene a vosotros y no
trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis’ (2 Juan
10)”.
Un católico que se rehúsa denunciar la herejía y a los herejes (cuando es
necesario) no está actuando caritativamente, más bien lo contrario, él está
faltando a la caridad.
Papa León XIII, Sapientiae christianae, # 14, 10 de
enero de 1890: “Pero cuando la necesidad apremia, no sólo deben guardar
incólume la fe los que mandan, sino que, como enseña Santo Tomás, ‘cada uno
esté obligado a propagar la fe delante de los otros, ya para instruir y
confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles’.
Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta
incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o
de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa”.
El lector advertirá que cada sección de este libro se propone ser, en
general, completa en sí misma; es decir, se puede leer un capítulo individual
de este documento y encontrar las citas pertinentes de las enseñanzas de la
Iglesia sin tener que buscarlas en otra parte del documento.
Aliento vigorosamente al lector que lea por entero el documento porque
todos los temas tratados son importantes; pero, en mi opinión, las secciones más
importantes de este documento que el lector definitivamente no querrá omitir
son: 1-4, 6-8, 13-16, 18, 21, 24-27, 31-34.
El lector verá que las conclusiones formadas en este documento se basan
todas en la enseñanza infalible de la Cátedra de San Pedro. Por consiguiente,
aquellos que rechazan estos hechos, no están rechazando apenas mis opiniones;
ellos están rechazando las enseñanzas de la Cátedra de San Pedro (la enseñanza
dogmática de la Iglesia católica).
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, #
13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola
fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que piensan que
por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del
Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Luc. 11, 23) y
que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán
eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha
(Credo Atanasiano)”.
Hno. Pedro Dimond, O.S.B. (3 de mayo de 2004)
Segunda edición inglesa (30 de octubre de 2006)
Primera edición española (19 de septiembre de 2011)
1. La Cátedra de Pedro sobre fuera de
la Iglesia no hay salvación
Las siguientes declaraciones sobre el dogma fuera de la Iglesia católica no hay salvación provienen de la más
alta autoridad docente de la Iglesia católica. Se trata de decretos papales ex cathedra (decretos desde la Cátedra
de Pedro). Por lo tanto, constituyen la enseñanza entregada por Jesucristo a
los Apóstoles. Tales enseñanzas son inalterables y se clasifican como parte del
magisterio solemne (el magisterio extraordinario de la Iglesia católica).
Papa Inocencio III,
Cuarto Concilio de Letrán,
constitución 1, 1215, ex cathedra:
“Y una sola es la Iglesia universal de los
fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y en ella el mismo
sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[1].
Papa
Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de
noviembre de 1302, ex cathedra:
“Por apremio de la
fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa Iglesia católica y la misma Apostólica, y
nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni
remisión de los pecados. (…) Ahora
bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y
pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda criatura humana”[2].
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, decreto # 30,
1311-1312, ex cathedra: “Puesto que hay tanto para regulares y seglares,
para superiores y súbditos, para exentos y no exentos, una Iglesia universal, fuera de
la cual no hay salvación, puesto que para todos ellos hay un solo Señor, una fe, un bautismo…”[3].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de
noviembre de 1439, ex cathedra: “Todo el
que quiera salvarse, ante todo es
menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e
inviolada, sin duda perecerá para siempre”[4].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra:
“[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y
predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los
paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de
la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo
y sus ángeles (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella;
y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a
quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y
producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y
ejercicios de la milicia cristiana. Y
que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el
nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la
Iglesia católica”[5].
Papa León X, Quinto Concilio de Letrán, sesión 11, 19
de diciembre de 1516, ex cathedra: “Así que regulares y
seglares, prelados y súbditos, exentos y no exentos, pertenecen a una Iglesia universal, fuera de la cual
absolutamente nadie es salvo, y todos ellos tienen un Señor, una fe”[6].
Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”,
13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera
de la cual nadie puede salvarse, y que al presente espontáneamente
profeso y verazmente mantengo…”[7].
Papa Benedicto XIV,
Nuper ad nos, 16 de marzo de 1743,
Profesión de fe: “Esta fe de la Iglesia
católica, fuera de la cual nadie puede salvarse, y que motu proprio ahora
profeso y firmemente mantengo…”[8].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 2, Profesión
de fe, 1870, ex cathedra:
“Esta verdadera fe católica, fuera de la que
nadie puede ser salvo, que ahora voluntariamente profeso y verdaderamente
mantengo…”[9].
2. Las llaves de San Pedro y su fe infalible
Es un hecho de la historia, de la Escritura y de la tradición que nuestro
Señor Jesucristo fundó su Iglesia universal (la Iglesia católica) sobre San
Pedro.
Mateo 16, 18-19: “Y
yo te digo a ti que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella. Y yo te daré las llaves del reino de los cielos,
y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la
tierra será desatado en los cielos”.
Nuestro Señor Jesucristo constituyó a San Pedro como el primer Papa, a él
le confió el rebaño entero, y le dio la suprema autoridad en la Iglesia
universal de Cristo.
Juan 21, 15-17: “Dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo
de Juan, ¿me amas más que a éstos? Él le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí,
Señor, tú sabes que te amo. Jesús le
dijo: Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de
Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me
amas? Y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Es por la suprema autoridad que nuestro Señor Jesucristo le confirió a San
Pedro (y a sus sucesores, los Papas) que viene lo que se llama la infalibilidad
papal. La infalibilidad papal es inseparable de la supremacía papal – no
tendría sentido que Cristo constituyera a San Pedro cabeza de su Iglesia (como
claramente hizo) si San Pedro y sus sucesores, los Papas, pudiesen errar cuando
ejercieran esa suprema autoridad para enseñar un punto de fe –. La suprema
autoridad debe ser infalible sobre materias vinculantes de fe y costumbres
(moral); de lo contrario, ésta no sería en absoluto la autoridad de Cristo.
La infalibilidad papal no significa que un Papa no pueda errar en absoluto
y no significa que un Papa no pueda perder su alma y condenarse al infierno por
pecado grave. Ella significa que los sucesores de San Pedro (los Papas de la
Iglesia católica) no pueden errar cuando enseñan autoritariamente sobre un
punto de fe o costumbres que debe ser aceptado por toda la Iglesia de Cristo.
Encontramos la promesa de la fe infalible para San Pedro y sus sucesores a la
que se refiere Cristo en Lucas 22.
Lucas 22, 31-32:
“Simón, Simón, Satanás os busca para zarandearos como trigo: pero yo he rogado por ti para que no
desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
Satanás quería zarandear a todos los Apóstoles (plural) como al trigo, pero
Jesús rogó sólo por Simón Pedro (singular), para que su fe no desfallezca.
Jesús está diciendo que San Pedro y sus sucesores (los Papas de la Iglesia
católica) tienen una fe infalible cuando autoritativamente enseñan un punto de
fe o costumbres que debe ser creído por toda la Iglesia de Cristo.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra: “ASÍ, PUES, ESTE CARISMA DE LA VERDAD Y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE,
FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[10].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra: “Esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo error,
según la promesa de nuestro divino Salvador hecha al príncipe de sus
discípulos: Yo he rogado por ti, a fin de que no desfallezca tu fe…”[11].
Y esta verdad ha sido mantenida desde los primeros tiempos de la Iglesia
católica.
Papa San Gelasio I,
epístola 42 o decreto de recipiendis et
non recipiendis libris, 495: “Consiguientemente, la primera es la Sede del Apóstol Pedro, la de la
Iglesia romana, que no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante (Ef. 5, 27)”[12].
La palabra “infalible” en realidad significa que “no puede errar” o
“indefectible”. Por consiguiente, el mismo término infalibilidad papal viene directamente de la promesa de Cristo a
San Pedro (y sus sucesores) en Lucas 22, esto es, que Pedro tiene una fe
indefectible. Si bien que esta verdad ha sido creída desde el comienzo de la
Iglesia, ella fue definida específicamente como dogma en el Primer Concilio
Vaticano en 1870.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, sesión 4,
cap. 4: “… el Romano Pontífice, cuando
habla ex cathedra – esto es,
cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define
por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres
debe ser sostenida por toda la Iglesia universal –, por la asistencia divina
que fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad que el Redentor divino quiso que
estuviera provista su Iglesia en la
definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las
definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el
consentimiento de la Iglesia”[13].
¿Pero cómo se puede saber cuándo un Papa usa su fe indefectible para
enseñar infaliblemente desde la Cátedra de Pedro? La respuesta es que lo
sabemos por las palabras que usa el Papa o por la manera que enseña. El
Concilio Vaticano I definió que deben cumplirse dos requisitos: 1) cuando el
Papa cumple su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos según su
suprema autoridad apostólica; 2) y enseña una doctrina sobre la fe o
costumbres que debe ser sostenida por toda la Iglesia de Cristo. Un Papa puede
cumplir estos dos requisitos en una sola línea, sea anatematizando una opinión
falsa (como en muchos concilios dogmáticos), o bien diciendo “Por nuestra
autoridad apostólica declaramos…” o bien diciendo “Creemos, profesamos,
enseñamos” o usando palabras de similar importancia y sentido, lo cual indica
que el Papa está enseñando sobre la fe, en una manera definitiva y obligatoria,
a toda la Iglesia.
Entonces, cuando un Papa enseña desde la Cátedra de Pedro de la manera
estipulada arriba, él no puede errar. Si él errase bajo esas condiciones,
entonces la Iglesia de Cristo estaría oficialmente guiando en el error, y la
promesa de Cristo a San Pedro y a su Iglesia defeccionaría (lo que es
imposible). Lo que se enseña desde la Cátedra de Pedro por los Papas de la
Iglesia católica es la enseñanza de Jesucristo mismo. Rechazar lo que es
enseñado desde la Cátedra de Pedro por los Papas de la Iglesia católica es la
enseñanza de Jesucristo mismo. Rechazar lo que es enseñado desde la Cátedra de
Pedro es, simplemente, desprecia a Jesucristo mismo.
Lucas 10, 16: “El
que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me
desecha…”.
Mateo 18, 17: “Si
los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti
como gentil y publicano”.
Papa León XIII, Satis cognitum, 1896: “Jesucristo
instituyó en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y además perpetuo, (…) pues si en cierto modo pudiera ser falso,
se seguiría de ello, lo cual es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el
autor del error de los hombres”[14].
LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO DICE LA VERDAD QUE ENSEÑÓ CRISTO MISMO
Las verdades de fe que han sido proclamadas por los Papas hablando
infaliblemente desde la Cátedra de Pedro se llaman dogmas. Los dogmas
constituyen lo que se llama el depósito de la fe. Y el depósito de la fe se
concluyó con la muerte del último de los Apóstoles.
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili, contra los
errores del modernismo # 21: “La revelación que constituye el objeto de la fe
católica, no quedó completa con los Apóstoles”. – Condenado[15]
Esto significa que cuando un Papa define un dogma desde la Cátedra de
Pedro, él no hace que el dogma sea verdadero, sino más bien, él proclama
lo que ya es verdadero, lo que ya ha sido revelado por Cristo y entregado a
los Apóstoles. Por consiguiente, los dogmas son inmutables. Uno de estos
dogmas en el depósito de la fe es que fuera
de la Iglesia católica no hay salvación. Puesto que esta es la enseñanza de
Jesucristo, no está permitido disputar este dogma o cuestionarlo; uno
simplemente debe aceptarlo. No importa si a uno no le gusta el dogma, no
entiende el dogma, o no ve justicia en el
dogma. Si uno no lo acepta como verdad infalible, entonces simplemente uno
no acepta a Jesucristo, porque el dogma nos viene de Jesucristo.
Papa León XIII, Satis cognitum, # 9, 29 de junio de
1896: “… ¿puede ser permitido a alguien
rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía,
sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina
cristiana? Pues tal es la naturaleza de la fe, que nada es más imposible
que creer esto y dejar de creer aquello. La Iglesia profesa efectivamente que la fe es ‘una virtud sobrenatural por la
que, bajo la inspiración y con el auxilio de la gracia de Dios, creemos que lo
que nos ha sido revelado por Él es verdadero; y lo creemos no a causa de la
verdad intrínseca de las cosas, vista con la luz natural de nuestra razón, sino
a causa de la autoridad de Dios mismo, que nos revela esas verdades y que no
puede engañarse ni engañarnos’ (Conc. Vat. I, ses. 3, cap. 3). (…) Al contrario, quien en un solo punto rehúsa
su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda
la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y
el motivo propio de la fe”[16].
Los que se niegan creer en el dogma fuera
de la Iglesia no hay salvación porque no entienden cómo hay justicia en él, están negando su fe en la
revelación de Cristo. Los que tienen la verdadera fe en Cristo (y en su
Iglesia), primero aceptan su enseñanza y, segundo, entienden la verdad
que hay en ella (es decir, por qué es
verdadero). Un católico no retiene su creencia en la revelación de Cristo hasta
que él pueda entenderla. Esa es la mentalidad de un hereje que posee un orgullo
insufrible. San Anselmo resume la verdadera perspectiva católica sobre este
punto.
San Anselmo, doctor de la Iglesia, Prosologion,
cap. 1: “Porque no busco entender para
poder creer, sino que creo a fin de entender. Por esto también creo,
porque si no creyera, no entendería”[17].
Romanos 11, 33-34: “¡Oh profundidad
de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son
sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién conoció el
pensamiento del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién primero le dio, para
tener derecho a retribución?”.
Isaías 55, 8-9: “Porque no son mis
pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos,
dice el Señor. Cuanto son los cielos más
altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y
por encima de vuestros pensamientos”.
3. Se debe creer en el dogma que una vez
declaró la Santa Madre Iglesia
Sólo hay una sola manera de creer en el dogma: tal como la santa madre
Iglesia una vez lo ha declarado.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I,
sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1870, ex
cathedra: “De ahí que también hay
que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrado dogmas que una vez
declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese
sentido so pretexto y nombre de una comprensión más profunda”[18].
Esta definición del Concilio Vaticano I es de vital importancia para la
pureza del dogma, porque la principal manera con que el diablo intenta
corromper las doctrinas de Cristo, es logrando que los hombres se aparten
de los dogmas de la Iglesia que una vez
han sido declarados. No hay un sentido de un dogma que no sea el que las palabras mismas dicen y declaran,
es por eso que el diablo intenta hacer que los hombres “comprendan” e
“interpreten” esas palabras de una manera que es diferente de cómo la santa
madre Iglesia los ha declarado.
Muchos de nosotros hemos tratado con personas que intentan explicar el
claro significado de las definiciones fuera
de la Iglesia no hay salvación diciendo, “usted debe entenderlos”. Lo que en realidad ellos quieren decir es que
usted tiene que entenderlos de una manera diferente
de lo que las palabras mismas dicen y declaran. Y esto es exactamente lo
que el Concilio Vaticano I condena. Él condena el alejarse de la
comprensión de un dogma a un significado diferente a como una vez lo ha
declarado la santa madre Iglesia, bajo el pretexto (falso) de una “comprensión
más profunda”.
Además de los que sostienen que hay que “entender” los dogmas de una manera
diferente de lo que las palabras dicen y declaran, hay quienes que, cuando se
les presentan las definiciones dogmáticas sobre fuera de la Iglesia no hay salvación, dicen, “esa es tú
interpretación”. Ellos desestiman las palabras de una fórmula dogmática a nada
más que una interpretación privada. Y esto también es herejía.
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili contra los
errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades
bajadas del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la
mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo”. – Condenado[19]
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili contra los
errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 54: “Los dogmas, los sacramentos, la jerarquía, tanto en su noción como en su realidad, no son sino interpretaciones
y desenvolvimientos de la inteligencia cristiana que por externos
acrecentamientos aumentaron y perfeccionaron el exiguo germen oculto en el
Evangelio”. – Condenado[20]
Los dogmas de la fe, como fuera de la
Iglesia no hay salvación, son
verdades bajadas del cielo; no son interpretaciones. Acusar a quien adhiere
fielmente a esas verdades bajadas del cielo de incurrir en una “interpretación
privada” es decir una herejía.
El propósito de una DEFINICIÓN dogmática es DEFINIR con precisión y exactitud lo que la Iglesia quiere decir
por las palabras mismas de la fórmula. Si no se hiciera esto por las palabras
mismas de la fórmula o del documento (como dicen los modernistas),
entonces ella fracasaría en su objetivo principal – el definir – y sería inútil
y sin valor.
El que dice que debemos interpretar o entender el significado de una
definición dogmática, de una manera que contradice su redacción real, niega
todo el propósito de la Cátedra de Pedro, de la infalibilidad papal y de las
definiciones dogmáticas. Él está afirmando que las definiciones dogmáticas son
inútiles, sin valor y fatuas, y que la Iglesia es inútil, sin valor y fatua por
hacer tal definición.
Además, los que dicen que las definiciones infalibles deben
interpretarse por declaraciones no infalibles (por ejemplo, los
teólogos, los catecismos, etc.) están negando todo el propósito de la Cátedra
de Pedro. Ellos están subordinando la enseñanza dogmática de la Cátedra de
Pedro (las verdades bajadas del cielo)
a la reevaluación de documentos falibles humanos, invirtiendo de ese modo su
autoridad, pervirtiendo su integridad y negando su propósito.
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 7, 15 de agosto de 1832:
“… nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro, tanto en la palabra como en el sentido”[21].
Por lo tanto, no hay una interpretación “rigurosa” o “liberada” del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación,
como les gusta decir a los liberales herejes; sólo debe entenderse como la
Iglesia lo ha una vez declarado.
4. Otros Papas sobre fuera de la Iglesia no hay salvación
Además de las declaraciones ex
cathedra (desde la Cátedra de Pedro) de los Papas, un católico también debe
creer lo que enseña la Iglesia católica como
divinamente revelado en su magisterio ordinario y universal, es decir,
en la autoridad docente de la Iglesia.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 3, ex cathedra: “Ahora bien, deben creerse con fe divina y católica
todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o
tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por
solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio”[22].
La enseñanza del magisterio ordinario y universal consiste en las
doctrinas que los Papas proponen, por su enseñanza común y universal, y que
deben ser creídas por la Iglesia como
divinamente reveladas. Por ejemplo, en su magisterio común y universal,
aproximadamente unos diez Papas han denunciado como heréticos los conceptos de
libertad de conciencia y de culto por ser contrarios a la revelación. Un
católico no puede rechazar esa enseñanza. La enseñanza del magisterio ordinario
y universal nunca puede contradecir, por supuesto, la enseñanza de la Cátedra
de Pedro (las definiciones dogmáticas), puesto que ambas son infalibles. Por
consiguiente, el magisterio ordinario y universal en realidad no debe
considerarse en absoluto en lo que respecta al dogma fuera de la Iglesia no hay salvación, porque este dogma ha sido
definido desde la Cátedra de Pedro y nada en el magisterio ordinario y
universal podría contradecir la Cátedra de Pedro. Por lo tanto, téngase
cuidado con aquellos herejes que tratan de encontrar la manera de negar la
enseñanza dogmática sobre el dogma fuera
de la Iglesia no hay salvación llamándola como parte del “magisterio
ordinario y universal” – utilizando declaraciones falibles no
magisteriales que contradicen este dogma – cuando no lo son. Esta es una hábil
estratagema de los herejes.
Sin embargo, téngase en consideración las siguientes citas de diversos
Papas que reafirman el dogma fuera de la
Iglesia no hay salvación. Estas enseñanzas de los Papas son parte del
magisterio ordinario y universal – puesto que reiteran la enseñanza de la
Cátedra de Pedro sobre el dogma católico fuera
de la Iglesia no hay salvación –.
Papa San Gregorio Magno, citado en Summo
iugiter studio, 590-604: “La santa Iglesia universal enseña que no es
posible adorar verdaderamente a Dios excepto en ella, y asevera que todos
los que están fuera de ella no serán salvos”[23].
Papa Inocencio III, Eius exemplo,
18 de diciembre de 1208: “De corazón creemos y con la boca confesamos una sola
Iglesia, no de herejes, sino la santa, romana, católica y apostólica, fuera
de la cual creemos nadie se salva”[24].
Papa Clemente VI, Super quibusdam,
20 de septiembre de 1351: “En segundo lugar, preguntamos si creéis tú y los
armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá finalmente salvarse
fuera de la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de los Romanos
Pontífices”[25].
Papa San Pío V, bula excomulgando a
la herética reina Isabel de Inglaterra, 25 de febrero de 1570: “La soberana
jurisdicción de la única Santa Iglesia Católica y Apostólica, fuera de la
cual no hay salvación, ha sido dada por Él [Jesucristo], a quien se le ha
dado todo el poder en el cielo y en la tierra, el Rey que reina en las alturas,
sino a una única persona sobre la faz de la tierra, a Pedro, el príncipe de los
Apóstoles. (…) Si alguno infringiese Nuestro decreto, Nos lo obligamos con el
mismo vínculo de anatema”[26].
Papa León XII, Ubi primum, #
14, 5 de mayo de 1824: “Es imposible que el Dios verdadero, que es la
Verdad misma, el mejor, el más sabio proveedor y el premiador de los buenos, apruebe
todas las sectas que profesan enseñanzas falsas que a menudo son
inconsistentes y contradictorias entre sí, y otorgue premios eternos a sus
miembros (…) porque por la fe divina confesamos un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo. (…) Por eso confesamos que no hay salvación fuera de la
Iglesia”[27].
Papa León XII, Quod hoc ineunte,
# 8, 24 de mayo de 1824: “Nos dirigimos a todos vosotros que todavía estáis
apartados de la verdadera Iglesia y del camino a la salvación. En este
júbilo universal, una cosa falta: que habiendo sido llamados por la inspiración
del Espíritu celestial y habiendo roto todo lazo decisivo, podáis estar de
acuerdo sinceramente con la Madre Iglesia, fuera de cuyas enseñanzas no hay
salvación”[28].
Papa Gregorio XVI, Mirari vos,
# 13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola
fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que piensan que
por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del
Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Luc. 11, 23) y
que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo
cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no
la guardan íntegra y sin mancha (Credo Atanasiano)”[29].
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter
studio, # 2, 27 de mayo de 1832:
“Finalmente, algunas de estas personas descarriadas intentan
persuadirse a sí mismos y a otros que los hombres no se salvan sólo en la
religión católica, sino que incluso los herejes pueden obtener la vida eterna”[30].
Papa Pío IX, Ubi primum, # 10,
17 de junio de 1847: “Puesto que hay una sola Iglesia universal fuera de la
cual absolutamente nadie se salva; ella contiene prelados regulares y
seculares junto con los que están bajo su jurisdicción, todos quienes
profesan un Señor, una fe y un bautismo”[31].
Papa Pío IX, Nostis et nobiscum,
# 10, 8 de diciembre de 1849: “En particular hay que procurar que los mismos
fieles tengan fijo en sus almas y profundamente grabado el dogma de nuestra
santa Religión de que es necesaria la fe católica para obtener la eterna
salvación. (Esta doctrina recibida de Cristo y enfatizada por los Padres y
Concilios, está contenida también en las fórmulas de profesión de fe usadas por
los católicos latinos, griegos y orientales)”[32].
Papa Pío IX, Syllabus de errores
modernos, 8 de diciembre de 1864, proposición 16: “Los hombres pueden
encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna
y alcanzar la eterna salvación. – Condenada”[33].
Papa León XIII, Tametsi futura
prospicientibus, # 7, 1 de noviembre de 1900:
“Cristo es el ‘Camino’ del hombre; la Iglesia también es su ‘Camino’. (…)
De aquí que todos los que quieran encontrar la salvación fuera de la Iglesia
son descarriados y se esfuerzan en vano”[34].
Papa San Pío X, Iucunda sane, #
9, 12 de marzo de 1904: “Pero al mismo tiempo no podemos dejar recordar a
todos, grandes y pequeños, como lo hizo el Papa San Gregorio, de la
necesidad absoluta de recurrir a esta Iglesia para tener salvación eterna…”[35].
Papa San Pío X, Editae saepe, #
29, 26 de mayo de 1910: “La Iglesia sola posee junto con su magisterio
el poder de gobernar y santificar la sociedad humana. Por sus ministros y
sirvientes (cada uno en su propia posición y cargo), ella confiere sobre la
humanidad los medios apropiados y necesarios de salvación”[36].
Papa Pío XI, Mortalium animos,
# 11, 6 de enero de 1928: “Sólo la Iglesia católica es la que conserva
el culto verdadero. Ella es la fuente de la verdad, la morada de la fe, el
templo de Dios; quienquiera que en él no entre o de él salga, ha perdido la
esperanza de vida y de salvación”[37].
5. El sacramento del bautismo es la única
puerta de entrada a la Iglesia
La Iglesia católica siempre ha enseñado que la recepción del sacramento
del bautismo es la única vía para entrar a la Iglesia de Cristo, fuera de la
cual no hay salvación.
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sobre los sacramentos del bautismo y de la penitencia, sesión 14, cap.
2, ex cathedra: “Por lo demás,
por muchas razones se ve que este sacramento [la penitencia] se diferencia del
bautismo. Porque, aparte de que la materia y la forma, que constituyen la
esencia del sacramento, están a larguísima distancia; consta ciertamente que el
ministro del bautismo no tiene que ser juez, como quiera que la Iglesia en
nadie ejerce juicio que no haya antes entrado en ella misma por la puerta del
bautismo. Porque ¿qué se me da a mí –
dice el Apóstol – de juzgar a los que
están fuera? (1 Cor. 5, 12). Otra cosa es que los domésticos de la fe, a
los que Cristo Señor, por el lavatorio del bautismo, los hizo una vez
‘miembros de su cuerpo’ (1 Cor. 12, 13)”[38].
Esta definición tiene particular significancia porque prueba que sólo por
el bautismo de agua es uno incorporado en el cuerpo de la Iglesia. La significancia de esto se volverá más clara
en las siguientes secciones, en donde se prueba qué tipo de pertenencia en el
cuerpo de la Iglesia es necesaria para la salvación.
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
“Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439 ex
cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el
santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos
hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por
el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el
Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’
(Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[39].
Papa Pío XII, Mystici corporis,
# 22, 29 de junio de 1943: “Pero entre los miembros de la Iglesia, sólo se
han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo
y profesan la verdadera fe”[40].
Papa Pío XII, Mystici corporis,
# 27, 29 de junio de 1943: “Él (Cristo) también determinó que por el
bautismo (Juan 3, 5) los que creyeren serían incorporados en el cuerpo de la
Iglesia”[41].
Papa Pío XII, Mediator Dei, #
43, 20 de noviembre de 1947: “Así como el bautismo distingue a los
cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en el agua
purificadora y no son miembros de Cristo, así el sacramento del orden
distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos no consagrados”[42].
6. La única Iglesia de los fieles
Papa
Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán,
constitución 1, 1215, ex cathedra:
“Y UNA SOLA ES LA IGLESIA UNIVERSAL
DE LOS FIELES, fuera de la cual absolutamente
nadie se salva, y en ella
el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[43].
La primera definición dogmática de la Cátedra de Pedro sobre fuera de la Iglesia no hay salvación
(del Papa Inocencio III) enseñó que la Iglesia católica es la única Iglesia “de
los fieles”, fuera de la cual absolutamente
nadie se salva. ¿Pero quiénes son “los fieles”? ¿Es posible considerar como
parte de “los fieles” a quien no ha recibido el bautismo? Si consultamos la
tradición católica, la respuesta es un rotundo “no”.
Como muchos de ustedes saben, la Misa católica se divide en dos partes:
la Misa de los catecúmenos (los que se están preparando para recibir el
bautismo) y la Misa de los fieles (los bautizados).
En la Iglesia primitiva, los catecúmenos aún no bautizados (es decir, los
que no habían recibido el sacramento del bautismo) tenían que salir una
vez terminada la Misa de los catecúmenos, que era en el momento en que los
fieles profesaban el Credo. A los no bautizados no se les permitía quedarse
en la Misa de los fieles, porque es sólo quien ha recibido el sacramento
del bautismo quien es miembro de los fieles. Esta es la enseñanza de
tradición.
Casimir Kucharek, La Liturgia
Bizantina-Eslava de San Juan Crisóstomo:
“En el canon 19 del Sínodo de Laodicea (343-381 d.C.), por ejemplo,
leemos: ‘Después de los sermones de los obispos, la oración por los catecúmenos
se dice primero por ellos; cuando los catecúmenos han salido, la oración
por los que hacen penitencia; y después de estás (…) deben ser ofrecidas las tres oraciones de los fieles…”[44].
Vemos aquí a la tradición afirmando, en el Sínodo de Laodicea del siglo
IV, que los catecúmenos sin bautizar tenían que salir de la liturgia antes que
empezara la Misa de los fieles. Y esta distinción entre la Misa de los
catecúmenos y la Misa de los fieles estaba establecida en los ritos antiguos de
la Iglesia católica. Es por eso que el P. Casimir Kucharek, en su gran obra
sobre La Liturgia Bizantina-Eslava de San
Juan Crisóstomo, dice que la liturgia de los catecúmenos está “presente
en todos los ritos…”[45]. En
otras palabras, todos los ritos católicos antiguos dan testimonio del
hecho que ninguna persona sin bautizar podía ser considerada como parte de los fieles ¡porque en todos se ordenaba que salieran los
catecúmenos sin bautizar antes que empezara la Misa de los fieles!
De aquí que el P. Casimir Kucharek escribe también:
“[San] Atanasio menciona que a ellos (los catecúmenos) no se les permitía
estar presente en los misterios, y Cirilo de Alejandría cuenta que tenían que
salir antes que empezaran las partes más solemnes del servicio”[46].
La Enciclopedia Católica reconoce la misma enseñanza de la tradición.
Enciclopedia Católica, “Fiel”, vol. 5, p. 769: “San Agustín (dice): ‘Pregúntale a un hombre: ¿eres cristiano? Si
es pagano o judío, responderá: No soy cristiano. Pero si dice: Soy cristiano,
pregúntale otra vez: ¿eres catecúmeno, o uno de los fieles?’”[47].
En el siglo tercero, el padre de la Iglesia primitiva Tertuliano, criticó
la costumbre de ciertos herejes que ignoraban esta distinción crucial entre los
sin bautizar y los fieles.
Enciclopedia Católica, “Catecúmeno”, vol. 3, p. 430: “Tertuliano
reprochaba a los herejes de ignorarlo; acerca de ellos, él dice, ‘quien no sabe quién es catecúmeno y quién es
fiel, todos por igual acuden [a los misterios], todos oyen los mismo discursos, y dicen las mismas oraciones”[48].
Finalmente, citaré una oración de la antigua liturgia bizantina-eslava de
San Juan Crisóstomo. La oración era recitada en la despedida de los catecúmenos
antes de la Misa de los fieles.
Liturgia bizantina-eslava de San Juan Crisóstomo, Despedida de los catecúmenos: “Oremos, los fieles, por los catecúmenos, que el Señor
tenga misericordia en ellos (…) Señor y Dios, Jesucristo, como salvador de la
humanidad: baja tu mirada sobre tus
siervos, los catecúmenos, que inclinan sus cabezas ante ti. A su debido
tiempo hazlos dignos de las aguas de la regeneración, del perdón de sus
pecados, y del manto de inmortalidad. Únelos a tu santa, católica, y apostólica
Iglesia, y cuéntalos entre tu rebaño escogido”[49].
Aquí vemos que el antiguo rito de la liturgia oriental de San Juan
Crisóstomo hace una notoria distinción entre los no bautizados (los
catecúmenos) y los fieles. Ella
confirma que los catecúmenos no bautizados no están entre los fieles, que no se les han perdonado sus pecados, ni se han
unido a la Iglesia católica. Los no bautizados no pertenecen a la única
Iglesia de los fieles. Esto es parte de la antigua fe católica. Y obviamente,
este hecho no prueba que sea parte de la antigua fe católica simplemente porque
un Padre de la antigua Iglesia lo haya dicho – ya que una declaración de un
Padre de la Iglesia antigua en particular no prueba esto definitivamente – sino
más bien se prueba porque los testimonios de los antedichos santos están en
perfecta armonía con la clara enseñanza del culto litúrgico católico, que hace
una distinción entre la Misa de los catecúmenos y la Misa de los fieles. Esta
es, por siguiente, la enseñanza y regla del culto católico de que ninguna
persona sin bautizar debe ser considerada parte de los fieles. Por esta razón desde el principio se les negaba la
sepultura cristiana – en todas partes en la Iglesia universal – a todos los que
morían sin el sacramento del bautismo.
Y porque esta era la regla universal de culto en la Iglesia católica,
ella era la expresión de la fe y de la tradición universal de la Iglesia
católica.
Papa Pío XI, Quas primas, # 12,
11 de diciembre de 1925: “En esta perpetua alabanza a Cristo Rey se descubre fácilmente
la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha
manifestado también en este caso el axioma: Legem
credendi lex statuit supplicandi. La ley de la oración constituye la ley
de la creencia”[50].
Por lo tanto, sería contrario a la tradición aseverar que una persona que
no haya recibido el sacramento del bautismo pertenece a los fieles.
San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y doctor de la Iglesia, Hom. In lo. 25, 3, siglo IV: “Porque
el catecúmeno es un extraño para los fieles (…) Uno tiene a Cristo por su
Rey; el otro al pecado y al diablo; la comida de uno es Cristo; la del otro,
esa carne que se corrompe y perece (…) Así es que nosotros no tenemos nada en
común, ¿en qué, dime, hemos de tener comunión? (…) Seamos diligentes para
hacernos ciudadanos de la ciudad de arriba (…) porque si viniere a pasar
(¡que Dios no lo quiera!) que por la súbita llegada de la muerte fallezcamos
como los no iniciados [no bautizados, aunque tuviéremos diez mil virtudes,
nuestra parte no será otra que el infierno, y el gusano venenoso, y el
fuego inextinguible, y el cautiverio eterno”.
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia, siglo IV: “Ahora os
instruiré sobre el sacramento que habéis recibido; de cuya naturaleza no era
conveniente os habláramos antes; porque en el cristiano lo que viene primero
es la fe. Y por esta razón en Roma los
que han sido bautizados son llamados los fieles (fideles)”[51].
Es por esta enseñanza de la tradición que en el rito tradicional del
bautismo se le pregunta al catecúmeno no bautizado qué es lo que él desea de la
santa Iglesia, y él responde “la fe”. El catecúmeno sin bautizar no
tiene “fe”, por eso él pide a la Iglesia el “sacramento de la fe” (el
bautismo), el cual lo convierte en uno de “los fieles”. Esto es porque el
sacramento del bautismo ha sido conocido desde tiempos apostólicos como “el
sacramento de la fe”.
Catecismo del Concilio de
Trento, del bautismo – efectos del bautismo:
“… el bautismo (…) es sacramento
de la fe…”[52].
Catecismo del Concilio de
Trento, del bautismo – efecto segundo: el carácter sacramental: “… el
bautismo (…) Por él somos calificados para recibir los otros sacramentos, y el
cristiano se distingue de los que no profesan la fe”[53].
Papa Clemente VI, Super quibusdam,
20 de septiembre de 1351: “… todos aquellos que en el bautismo recibieron la
misma fe católica…”[54].
Papa Paulo III, Concilio de Trento,
sesión 6, cap. 7 sobre la justificación, ex
cathedra:
“… EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO, QUE
ES EL ‘SACRAMENTO DE LA FE’ (…) ESTA FE, POR TRADICIÓN APOSTÓLICA, LA PIDEN LOS CATECÚMENOS
A LA IGLESIA ANTES DEL BAUTISMO al pedir la fe que da la vida eterna (Rit. Rom.,
Ordo Baptismi)”[55].
Y con estos hechos en consideración (que un catecúmeno “pide” la fe
puesto que no es parte de los fieles), recuérdese la definición del Papa
Inocencio III en el Cuarto Concilio de Letrán: “En efecto existe una Iglesia
universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se
salva…”. El latín original dice: “Una
vero est fidelium universalis ecclesia, extra quam nullus omnino
salvatur…”. Las palabras latinas nullus
omnino significan “absolutamente nadie”. Absolutamente nadie fuera de la
única Iglesia de los fieles se salva. Y debido a que la única Iglesia de “los
fieles” sólo incluye a los que han recibido el sacramento del bautismo – como
muestra la tradición apostólica, la tradición litúrgica, y el dogma de la
Iglesia – significa que absolutamente nadie se salva sin el sacramento del
bautismo.
7. La sujeción a la Iglesia y al Romano
Pontífice
La segunda definición de la Cátedra de Pedro sobre fuera de la Iglesia no hay salvación viene del Papa Bonifacio VIII
en la bula Unam sanctam.
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam,
18 de noviembre de 1302, ex cathedra:
“Por apremio de la fe,
estamos obligados a creer y mantener que hay
una sola y santa Iglesia católica y la misma Apostólica, y nosotros
firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados. (…) Ahora bien, someterse al Romano Pontífice,
lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de
salvación para toda criatura humana”[56].
Esto significa infaliblemente que toda
criatura humana debe estar sujeta al Romano Pontífice para la salvación. Obviamente, esto no significa que uno debe estar
sujeto a un antipapa para la salvación, que es lo que tenemos hoy. Significa
que todos deben estar sujetos al Papa verdadero, siempre y cuando tenemos uno.
¿Pero cómo se someten los niños al Romano Pontífice? Esta es una buena
pregunta. Téngase en cuenta que el Papa Bonifacio VIII no declaró que toda
criatura humana debe conocer al
Romano Pontífice, sino que toda criatura humana debe estar sometida al Romano Pontífice. Los infantes se sujetan al
Romano Pontífice por su bautismo en la única Iglesia de Cristo, de la cual el
Romano Pontífice es la cabeza.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, cánones sobre
el sacramento del bautismo, canon 13: “Si alguno dijere que los párvulos por el
hecho de no tener el acto de creer, no han de ser contados entre los fieles
después de recibido el bautismo, y, por tanto, han de ser rebautizados cuando
lleguen a la edad de discreción, o que más vale omitir su bautismo que no
bautizarlos en la sola fe de la Iglesia, sin creer por acto propio, sea
anatema”[57].
Es un dogma que los niños y otros son puestos bajo la autoridad de la
Iglesia cuando entran a la verdadera Iglesia por la recepción del sacramento
del bautismo.
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sobre los sacramentos del bautismo y de la penitencia, sesión 14, cap. 2,
ex cathedra: “… la
Iglesia en nadie ejerce juicio, que no haya antes entrado en ella misma por la
puerta del bautismo. Porque, ¿qué me
da a mí – dice el
Apóstol – de juzgar a los que están
fuera? (1 Cor. 5, 12). Otra cosa es de los domésticos de la fe, a los que
Cristo Señor, por el lavatorio del bautismo, los hizo una vez ‘miembros de su
cuerpo’ (1 Cor. 13, 13)”[58].
Por lo tanto, por su bautismo se
someten al Romano Pontífice, porque el Romano Pontífice posee la suprema
autoridad en la Iglesia (Primer Concilio Vaticano, de fide). Esto demuestra que el bautismo es en realidad el
primer componente para determinar si una persona está sujeta o no al Romano
Pontífice. Quien no haya sido bautizado, entonces no puede estar sujeto al Romano Pontífice, porque la Iglesia no ejerce
juicio (es decir, jurisdicción) en nadie que no haya entrado a la Iglesia por
el sacramento del bautismo (de fide).
No es posible, por siguiente, estar sujeto al Romano Pontífice sin haber recibido
el sacramento del bautismo, porque la Iglesia (y el Romano Pontífice) no puede ejercer juicio
(jurisdicción) sobre una persona que no está bautizada (de fide, Trento). Y porque no es posible estar sujeto al Romano
Pontífice sin el sacramento del bautismo, no es posible salvarse sin el
sacramento del bautismo, porque toda criatura humana debe estar sujeta al
Romano Pontífice para la salvación (de
fide, Bonifacio VIII).
8. El sacramento del bautismo es necesario
para la salvación
Para mostrar además que el sacramento del bautismo es necesario para la
salvación, voy a citar varias otras declaraciones infalibles de la Cátedra de
San Pedro.
Papa
Paulo III, Concilio de Trento, sesión
7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el
sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea
anatema”[59].
Esta definición dogmática infalible de la Cátedra de San Pedro condena a
quién dice que el sacramento del bautismo no es necesario para la salvación. El
sacramento del bautismo es necesario para todos para su salvación, primero,
porque como el Concilio de Trento define, toda la humanidad (excepto la
Santísima Virgen María) es concebida en un estado de pecado original como
resultado del pecado de Adán, el primer hombre. El sacramento del bautismo
también es necesario para la salvación de todos porque es el medio por el cual
la persona queda marcada como miembro de Jesucristo e incorporada a su cuerpo
místico. Y al definir la verdad de que todos los hombres son concebidos en el
estado de pecado original, el Concilio de Trento, en su decreto sobre el pecado
original, declaró específicamente que la Santísima Virgen María fue una
excepción[60].
Pero al definir la verdad de que el sacramento del bautismo es necesario para
la salvación, el Concilio de Trento no hizo ninguna excepción en absoluto.
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el
santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos hacemos
miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer
hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el
Espíritu’ como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’
(Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[61].
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio
de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra:
“En cambio, el sacramento del bautismo (que se consagra en el agua por la
invocación de Dios y de la indivisa Trinidad, es decir, del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo) aprovecha para la salvación, tanto a los niños como a los
adultos fuere quienquiera el que lo confiera debidamente en la forma de la
Iglesia”[62].
Papa Benedicto XIV, Nuper ad nos,
16 de marzo de 1743, Profesión de fe: “Igualmente [profeso], que el bautismo
es necesario para la salvación y, por ende, si hay inminente peligro de muerte,
debe conferirse inmediatamente sin dilación alguna y que es válido por
quienquiera y cuando quiera que fuere conferido bajo la debida materia y forma
e intención”[63].
Papa Pío XI, Quas primas, # 15,
11 de diciembre de 1925: “Tal se nos propone ciertamente en los Evangelios que
para entrar en este reino los hombres han de prepararse haciendo penitencia, y
no pueden de hecho entrar si no es por la fe y el bautismo, sacramento
este que, si bien es un rito externo, significa y produce, sin embargo,
la regeneración interior”[64].
Vemos aquí que nadie puede entrar al reino del cielo sin la fe y el rito
externo del bautismo (es decir, el sacramento del bautismo).
9. El agua es necesaria para el bautismo y
Juan 3, 5 es literal
“RESPONDIÓ JESÚS: EN VERDAD, EN VERDAD TE DIGO QUE QUIEN
NO RENACIERE DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU, NO PUEDE ENTRAR EN EL REINO DE LOS
CIELOS” (Juan 3, 5).
La Iglesia católica es la guardiana e intérprete de la Sagradas
Escrituras. Ella sola ha recibido el poder y la autoridad para determinar
infaliblemente el verdadero sentido de los textos sagrados.
Papa Pío IX, Primer Concilio
Vaticano, sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1870:
“… Nos, renovando el mismo decreto, declaramos que su mente es que en
materias de fe y costumbres que atañen a la edificación de la doctrina
cristiana, ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel
que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien toca juzgar del
verdadero sentido e interpretación de las Escrituras santas; y, por tanto,
a nadie es lícito interpretar la misma Escritura Sagrada contra este sentido ni
tampoco contra el sentir unánime de los Padres”[65].
Pero no toda Escritura es entendida por la Iglesia católica en el sentido
literal. Por ejemplo, en Mateo 5, 29, nuestro Señor Jesucristo nos dice que si
nuestro ojo nos escandaliza debemos arrancarlo, porque es mejor perderlo que
todo nuestro cuerpo caiga en el infierno.
Mateo 5, 29: “Si, pues, tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y
arrójalo de ti, porque mejor te es que perezca uno de tus miembros que no que
todo el cuerpo sea arrojado al infierno”.
Pero las palabras nuestro Señor aquí no son entendidas literalmente. Sus
palabras están hablando figurativamente para describir una ocasión de pecado o
algo en la vida que pueda escandalizarnos y ser un obstáculo para nuestra
salvación. Tenemos que arrancarla y cortarla, dice nuestro Señor, porque es
mejor no tenerlas que perecer por completo en el infierno.
Por otra parte, otros versículos en la Escritura son entendidos por la
Iglesia en sentido literal. Por ejemplo:
Mateo 26, 26-28: “Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendigo, lo partió
y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y
tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que ésta
es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de
los pecados”.
Cuando nuestro Señor Jesucristo dice en Mateo 26, 26: “Éste es mi
cuerpo”, y en Mateo 26, 28: “Ésta es mi sangre”, sus palabras son entendidas
por la Iglesia católica exactamente como están escritas porque sabemos que nuestro
Señor Jesucristo estaba en efecto refiriéndose a su cuerpo y sangre real, no
como una figura o símbolo.
Por lo tanto, la cuestión es: ¿Cómo entiende la Iglesia católica las
palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 – “En verdad, en verdad te digo que quien no
renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos”?
¿La Iglesia católica entiende estas palabras tal como están escritas o de una
manera distinta? ¿La Iglesia católica entiende estas palabras en el sentido de
que cada hombre debe nacer de nuevo del agua y del Espíritu Santo para
salvarse, como dice nuestro Señor? La respuesta es clara: toda declaración
dogmática que ha emitido la Iglesia católica, sin excepción, que trata de las
palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5, ella la entiende literalmente, tal como
están escritas.
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
“Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex
cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo
bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos hacemos
miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer
hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el
Espíritu’ como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’
(Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[66].
Esto significa que la declaración de nuestro Señor Jesucristo de que
ningún hombre puede salvarse sin haber nacido de nuevo del agua y del
Espíritu Santo es un dogma literal de la Iglesia católica.
Papa
Paulo III, Concilio de Trento, can. 2
sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el agua verdadera y natural
no es necesaria en el bautismo y, por tanto, desviare a una especie de
metáfora las palabras de nuestro Señor Jesucristo: ‘Si alguno no renaciere del
agua y del Espíritu Santo’ (Juan 3, 5), sea anatema”[67].
Papa
Paulo III, Concilio de Trento, can. 5
sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el
sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5),
sea anatema”[68].
Papa
Paulo III, Concilio de Trento, del
pecado original, sesión V, ex cathedra:
“Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (…) para
que en ellos por la regeneración se limpie lo que por la generación
contrajeron. ‘Porque si uno no
renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios
(Juan 3, 5)”[69].
Papa San Zósimo, Concilio de
Cartago XVI, sobre el pecado original y la gracia: “Porque cuando el
Señor dice: ‘Quien no renaciere de agua y el Espíritu Santo, no entrará al
reino de Dios’ [Juan 3, 5], ¿qué católico puede dudar que será partícipe
del diablo el que no mereció ser coheredero de Cristo? Porque el que no está a
la derecha, irá sin duda alguna a la izquierda”[70].
Papa Gregorio IX, Cum, sicut ex,
8 de julio de 1241, a Sigurdo de Nidaros: “Como quiera que, según por tu
relación hemos sabido, a causa de la escasez de agua se bautizan alguna vez los
niños de esa tierra con cerveza, a tenor de las presentes te respondemos que
quienes se bautizan con cerveza no deben considerarse debidamente bautizados, puesto
que, según la doctrina evangélica, ‘hay que renacer del agua y del Espíritu
Santo’ (Juan 3, 5)”[71].
10. Los infantes no se pueden salvar sin el
bautismo
La
enseñanza de la Iglesia católica ya citada muestra que nadie puede salvarse sin
el sacramento del bautismo. Obviamente, por lo tanto, esto significa que los
niños e infantes tampoco pueden ir al cielo sin el bautismo puesto que han sido
concebidos en un estado de pecado original, el cual no puede quitarse sin el
sacramento del bautismo. Pero esta verdad de la Iglesia católica es hoy negada
por mucha gente. Ellos ven la horrible tragedia del aborto – los millones de
niños sacrificados – y concluyen que esos niños deben ser destinados al cielo.
Pero tal conclusión es herética. Lo peor del aborto es el hecho que a estos
niños se les impide la entrada al cielo; no lo es el que no lleguen a vivir en
este mundo pagano. Satanás se deleita en el aborto porque sabe que sin el
sacramento del bautismo esas almas nunca podrán ir al cielo. Si los niños
abortados fuesen directamente al cielo sin el sacramento del bautismo, como
muchos creen hoy, entonces Satanás no estaría detrás de los abortos.
La
Iglesia enseña que los niños e infantes abortados que mueren sin el bautismo
descienden inmediatamente al infierno, pero no sufren los fuegos del infierno
(la pena de los sentidos). Ellos van a un lugar en el infierno llamado el limbo
de los niños. La definición más específica de la Iglesia que prueba que no hay
posibilidad alguna para que un niño se salve sin el sacramento del bautismo es
del Papa Eugenio IV.
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
sesión 11, 4 de febrero de 1442, ex
cathedra: “En cuanto a los niños advierte que, por razón del peligro
de muerte, que con frecuencia puede acontecerles, como quiera que no
puede socorrérseles con otro remedio que con el bautismo, por el que son
librados del dominio del diablo [el pecado original] y adoptados por hijos de
Dios, no ha de diferirse el sagrado bautismo por espacio de cuarenta o de
ochenta días o por otro tiempo según la observancia de algunos…”[72].
El Papa
Eugenio IV define aquí desde la Cátedra
de Pedro que no hay ningún otro
remedio para que los niños sean arrebatados del dominio del diablo (es
decir, del pecado original) que no sea por el sacramento del bautismo. Esto
significa que si alguien enseña obstinadamente que los infantes pueden salvarse
sin recibir el sacramento del bautismo, ese tal es un hereje, porque aquí el
Papa está enseñando que no hay otro
remedio para el pecado original en los niños que sea distinto del
sacramento del bautismo.
Papa
Martín V, Concilio de Constanza,
sesión 15, 6 de julio de 1415 – condenando los artículos de John Wyclif –
Proposición 6: “Los que afirman que los hijos de los fieles que mueren sin
bautismo sacramental no serán salvos, son estúpidos e impertinentes por decir
esto”. – Condenado[73]
Esta es una proposición fascinante
del Concilio de Constanza. Desafortunadamente esta proposición no se encuentra en el Denzinger,
que sólo contiene algunos de los decretos del Concilio, pero se encuentra en la
colección completa del Concilio de Constanza. El archi-hereje John Wyclif decía
que son estúpidos aquellos que enseñan (como nosotros) que los niños que mueren
sin el agua del bautismo (es decir, el sacramento) no se pueden
salvar. Él fue anatematizado por esta afirmación, entre muchas otras. Y esto es
lo que el Concilio de Constanza tuvo que decir acerca de las proposiciones
anatematizadas de John Wyclif, como la # 6 citada arriba.
Papa Martin V, Concilio de Constanza, sesión 15, 6 de
julio de 1415: “Los libros y folletos de John Wyclif, de maldita memoria,
fueron examinados cuidadosamente por los doctores y maestros de la Universidad
de Oxford (…) Este santo sínodo, por siguiente, en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, repudia y condena, por este decreto perpetuo, los antedichos
artículos y cada uno en particular; y prohíbe de ahora en adelante a todos y
cada uno de los católicos, bajo pena de anatema, predicar, enseñar, o mantener
los dichos artículos o cualquier uno de ellos”[74].
Por lo
tanto, que los que critican a los católicos que afirman que ningún niño puede
salvarse sin el sacramento del bautismo en realidad están proponiendo una
herejía anatematizada de John Wyclif. He aquí hay otras definiciones dogmáticas
sobre el tema:
Papa San Zósimo, Concilio de Cartago, canon sobre el
pecado y la gracia, 417: “También se ha decidido, que si alguno dijese
que por esta razón el Señor dijo: ‘En la
casa de mi Padre hay muchas moradas’ (Juan 14, 2), que ello puede entenderse
que en el reino de los cielos habrá algún lugar intermedio o cualquier otro
lugar donde viven los niños benditos que partieron de esta vida sin el
bautismo, sin el cual no pueden entrar en el reino de los cielos, que es la
vida eterna, sea anatema”[75].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, del pecado original,
sesión V, ex cathedra: “Si alguno
niega que hayan de ser bautizados los niños recién salidos del seno de su
madre, aun cuando procedan de padres bautizados, o dice que son bautizados
para la remisión de los pecados, pero que de Adán no contraen nada del pecado
original que haya necesidad de ser expiado en el lavatorio de la
regeneración para conseguir la vida eterna, de donde se sigue que la
forma del bautismo para la remisión de los pecados se entiende en ellos no como
verdadera, sino como falsa: sea anatema”[76].
Esto
significa que todo aquel que afirma que los niños no necesitan el lavatorio de
la regeneración (el bautismo de agua) para alcanzar la vida eterna está
enseñando la herejía.
11. Quienes mueren en pecado original o pecado mortal
descienden a los infiernos
Como he demostrado anteriormente, no hay manera posible de que los niños
sea liberados del pecado original que no sea por el sacramento del bautismo.
Esto, por supuesto, prueba que no hay manera que se salven los niños que no sea
a través del sacramento del bautismo. Por lo mismo, las siguientes definiciones
afirman simplemente lo que ya ha sido establecido: no es posible que un niño
entre en el reino de los cielos sin recibir el bautismo de agua, sino que, al
contrario, descenderá al infierno.
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Laetentur coeli”, sesión 6, 6 de julio de 1439, ex cathedra: “Asimismo definimos (…) las
almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original,
bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas
diferentes”[77].
Papa Pío VI, Auctorem fidei, 28
de agosto de 1794: “26. La doctrina
que reprueba como fábula pelagiana el lugar de los infiernos (al que
corrientemente designan los fieles con el nombre de limbo de los párvulos), en
que las almas de los que mueren con sola la culpa original son castigadas con
pena de daño sin la pena de fuego – como si los que suprimen en él la pena del
fuego, por este mero hecho introdujeran aquel lugar y estado carente de culpa y
pena, como intermedio entre el reino de Dios y la condenación eterna, como lo
imaginaban los pelagianos –, es falsa, temeraria e injuriosa contra las
escuelas católicas”[78].
Aquí el Papa Pío VI condena la idea de algunos teólogos de que los niños
(párvulos) que mueren en pecado original sufren los fuegos del infierno. Al
mismo tiempo, él confirma que esos niños van a la parte de las regiones
inferiores (es decir, el infierno) llamado limbo de los niños. Ellos no van al
cielo, sino a algún lugar en el infierno donde no hay fuego. Esto está en
perfecta concordancia con todas las otras definiciones de la Iglesia que
enseñan que los niños que mueren sin el bautismo de agua descienden a los
infiernos, pero sufren un castigo diferente de los que mueren en pecado mortal.
Su castigo es la separación eterna de Dios.
Papa Pío XI, Mit brenneder sorge,
# 25, 14 de marzo de 1937: “‘El pecado original’ es la culpa
hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que
en él pecaron (Rom. 5, 12); es pérdida de la gracia – y, consiguientemente,
de la vida eterna – y propensión al mal, que cada cual ha de sofocar y domar
por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral”[79].
12. Hay un solo bautismo, no tres
Está definido como dogma que hay solamente un bautismo. Esta es la razón
de por qué el Credo dogmático de Nicea, profesado históricamente todos los
domingos en el rito romano se lee: “Confieso un solo bautismo para la remisión
de los pecados”. Y este dogma de que hay un solo bautismo para la remisión de
los pecados viene de nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles. San Pablo lo
afirma en Efesios 4, 5: “Un Señor, una fe, un bautismo”. ¿Podría ser posible
que haya más de un solo bautismo para la remisión de los pecados cuando los
católicos han rezado y creído por 2000 años que hay solo uno? No.
Papa Pío XI, Quas primas, # 12,
11 de diciembre de 1925: “En esta perpetua alabanza a Cristo Rey se descubre
fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de
modo que se ha manifestado también en este caso el axioma: Legem credendi lex statuit supplicandi. La ley de la oración
constituye la ley de la creencia”[80].
A través de la historia, muchos Papas han reiterado expresamente esta
regla de fe: que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Credo Niceno-Constantinopolitano, 381, ex cathedra: “Confesamos un bautismo para la remisión de los
pecados”[81].
Papa San Celestino I, Concilio de
Éfeso, 431: “Después de haber leído estas santas frases y encontrándonos de
acuerdo (de que hay ‘un Señor, una fe, un bautismo’ [Ef. 4, 5]), hemos
dado gloria a Dios, que es el Salvador de todos…”[82].
Papa San León IX, Congratulamu
vehementer, 13 de abril de 1053: “Creo que hay una sola verdadera Iglesia
santa, católica y apostólica, en la que se da un solo bautismo y
verdadera remisión de todos los pecados”[83].
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam,
18 de noviembre de 1302, ex cathedra:
“‘Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta’. (…) Ella representa un solo
cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay
‘un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo’ (Ef. 4, 5)”[84].
Papa Clemente V, Concilio de Vienne,
decreto # 30, 1311-1312, ex cathedra:
“Puesto que hay tanto para regulares y seglares, para superiores y súbditos,
para exentos y no exentos, una Iglesia
universal, fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos
ellos hay un solo Señor, una fe, un
bautismo…”[85].
Papa Pío VI, Inscrutabile, # 8,
25 de diciembre de 1775: “… Os exhortamos y avisamos que seáis todos de una
mente y en armonía mientras lucháis por el mismo objetivo, exactamente como
la Iglesia tiene una fe, un bautismo, y un espíritu”[86].
Papa León XII, Ubi primum, #
14, 5 de mayo de 1824: “Por ella estamos enseñados, y por fe divina
mantenemos un Señor, una fe, un bautismo, y que ningún otro nombre
bajo los cielos es dado a los hombres excepto el nombre de Jesucristo en que
debemos ser salvos. Esto es porque profesamos que no hay ninguna salvación
fuera de la Iglesia”[87].
Papa Pío VIII, Traditi humilitati,
# 4, 24 de mayo de 1829: “Contra estos experimentados sofistas al pueblo debe
enseñársele que la profesión de la fe católica es exclusivamente verdadera,
como el apóstol proclama: un Señor, una fe, un bautismo (Ef. 4, 5)”[88].
Papa Gregorio XVI, Mirari vos,
# 13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola
fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que
piensan que por todas partes se va al puerto de salvación”[89].
Papa León
XIII, Graves de communi re, # 8, 18
de enero de 1901: “De ahí que la doctrina del Apóstol que nos advierte
que ‘somos un solo cuerpo y espíritu llamado a la única esperanza en nuestra
vocación; un Señor, una fe, un bautismo…’”[90].
Decir que hay “tres bautismos” como muchos lo hacen por desgracia, es
herético. Hay un solo bautismo, que se realiza en agua (de fide).
Papa
Clemente V, Concilio de Vienne,
1311-1312, ex cathedra:
“Además ha de ser por todos fielmente confesado un bautismo único
que regenera a todos los bautizados en Cristo, como ha de confesarse ‘un solo
Dios y una fe única’ (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado en agua
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos ser
comúnmente, tanto para los niños como para los adultos, perfecto remedio de
salvación”[91].
Aquí el Papa Clemente V define como dogma que debe ser confesado por
todos UN BAUTISMO, que se celebra en agua.
Esto significa que todos los católicos deben profesar un bautismo de agua, no
tres bautismos: de agua, de sangre y deseo. Confesar “tres bautismos”, y no
uno, es contradecir el dogma católico definido. Los que creen que hay tres
bautismos, ¿se han preguntado por qué los Papas innumerables veces han
profesado que solo hay un bautismo y ninguno de ellos se ha tomado la molestia
de hablarnos de los llamados “otros dos”?
El Credo Atanasiano es uno de los credos más importantes de la fe
católica. Él contiene un hermoso resumen de la creencia católica sobre la
Trinidad y la Encarnación, que son los dos dogmas fundamentales del
cristianismo. Antes de los cambios en la liturgia de 1971, el Credo Atanasiano,
que consiste en 40 declaraciones rítmicas, había sido usado en el oficio
dominical por más de mil años. El credo Atanasiano establece la necesidad de
creer en la fe católica para la salvación. Él cierra con las palabras: “Ésta es
la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”.
Este credo fue compuesto por el mismo gran San Atanasio, como lo confirma el
Concilio de Florencia.
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex
cathedra: “Sexto, ofrecemos a los enviados esa regla compendiosa de la fe
compuesta por el bendito Atanasio, que es la siguiente:
“Todo el que quiera salvarse, ante todo es
menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e
inviolada, sin duda perecerá para siempre.
“Ahora bien, la fe católica es
que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin
confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del
Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu santo; pero el Padre y el Hijo y
el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.
(…) Y en esta Trinidad, nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que
las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes
se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la
Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de
sentir de la Trinidad.
“Pero es necesario para la
eterna salvación creer también fielmente en la Encarnación de nuestro Señor
Jesucristo (…) hijo de Dios, es Dios y hombre. (…) Ésta es la fe católica y el
que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”[92].
La definición anterior del Credo Atanasiano en el Concilio ecuménico de
Florencia significa que este credo cumple los requisitos de un pronunciamiento
de la Cátedra de San Pedro (una declaración ex
cathedra). Negar lo que se profesa en el Credo Atanasiano es dejar de ser
católico. El credo declara que el que quiera salvarse tiene que mantener
la fe católica y creer en la Trinidad y en la Encarnación. Nótese bien la frase
“el que quiera salvarse” (quicunque vult salvus ese).
Esta frase es sin duda producto e inspiración del Espíritu Santo. Nos
dice que todo el “quiera” debe creer
en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse. ¡Esto no
incluye a los bebés y los menos de la edad de la razón, ya que no pueden
querer! Los niños son contados entre los fieles católicos, desde que
reciben el hábito de la fe católica en el sacramento del bautismo. Pero, al
estar debajo de la edad de la razón, no pueden hacer ningún acto de fe en los
misterios católicos de la Trinidad y de la Encarnación, un acto que es
absolutamente necesario para la salvación de todos los mayores de la edad de la
razón (para todos los que quieran
salvarse). ¿No es notable cómo Dios redactó la enseñanza de este credo
infalible sobre la necesidad de la fe en los misterios de la Trinidad y de la
Encarnación de una manera que no incluye a los infantes? El credo, por lo tanto,
enseña que todo el que esté por sobre la edad de la razón debe tener
conocimiento y creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para
salvarse – sin excepciones –. Este credo, por lo tanto, elimina la teoría de la ignorancia invencible (que
alguien por sobre la edad de la razón pueda salvarse sin conocer a Cristo o la
verdadera fe) y, además, demuestra que quienes la predican, no profesan este
credo con honestidad.
Y el hecho de que todo el que quiera
salvarse no puede salvarse in el conocimiento y la creencia en los misterios de
la Trinidad y la Encarnación es la razón por la cual el Santo Oficio, bajo el
Papa Clemente XI, respondió que un misionero debe, antes de bautizar, explicar
al adulto que está a punto de morir estos misterios que son absolutamente
necesarios.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si antes de conferir el bautismo a un adulto, está obligado el
ministro a explicarle todos los misterios de nuestra fe, particularmente si
está moribundo, pues esto podría turbar su mente. Si no bastaría que el
moribundo prometiera que procurará instruirse apenas salga de la enfermedad,
para llevar a la práctica lo que se le ha mandado.
“R. Que no basta la promesa, sino que el misionero está obligado a explicar
al adulto, aun al moribundo, que no sea totalmente incapaz, los
misterios de la fe que son necesarios con necesidad de medio, como son
principalmente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación”[93].
Al mismo tiempo, se planteó otra pregunta que fue respondida de la misma
manera.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si puede bautizarse a un adulto rudo y estúpido, como sucede con un
bárbaro, dándole sólo conocimiento de Dios y de alguno de sus atributos, (…) aunque
no crea explícitamente en Jesucristo.
“R. Que el misionero no puede bautizar al que no cree explícitamente
en el Señor Jesucristo, sino que está obligado a instruirle en todo lo que es
necesario con necesidad de medio conforme a la capacidad del bautizado”[94].
La necesidad absoluta en la creencia en el dogma de la Trinidad y la
Encarnación para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón
también es la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, el Papa Benedicto XIV y el
Papa San Pío X.
Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y
menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo,
sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se
proponen en público, como son los artículo de la Encarnación de que
hablamos en otro lugar”[95].
Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a la divulgación
de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el misterio de la
Trinidad”[96].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi,
# 1, 26 de junio de 1754: “No pudimos alegrarnos, sin embargo, cuando se Nos
informó posteriormente que en el curso de la instrucción religiosa preparatoria
a la confesión y a la santa comunión, se encontraba muy a menudo que estas
personas eran ignorantes de los misterios de la fe, incluso en aquellos
aspectos que deben ser conocidos por necesidad
de medio; en consecuencia, no estaban habilitados para participar de
los sacramentos”[97].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi,
# 4: “Mirad que cada ministro lleve a cabo cuidadosamente las medidas
establecidas por el santo Concilio de Trento (…) que los confesores deben
cumplir esta parte de su deber cuando alguien se encuentra ante su tribunal y
no sabe lo que debe saber por
necesidad de medio para salvarse…”[98].
Los mayores de la edad de la razón que ignoran estos misterios
absolutamente necesarios de la fe católica – estos misterios que son una “necesidad de medio” – no pueden contarse
entre los elegidos, es lo que confirma el Papa San Pío X.
Papa San Pío X, Acerbo nimis, #
3, 15 de abril de 1905: “Y por eso Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió
justamente: ‘Declaramos que un gran número de los condenados a las penas
eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe,
que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos’”[99].
Así que los que creen que la salvación es posible para aquellos que no
creen en Cristo y en la Trinidad (que es “la fe católica” definida en término
de sus misterios más simples) deben cambiar su posición y ajustarla al dogma
católico. Pues no se ha dado a los
hombres otro Nombre debajo de todo el cielo por el cual debamos salvarnos más
que el del Señor Jesús (Hechos 4, 12). ¡Que no contradigan el Credo
Atanasiano y que confiesen que el conocimiento de estos misterios es
absolutamente necesario para la salvación de todos los que quieran salvarse!
Ellos deben sostener esto firmemente para que ellos mismos puedan tener la fe
católica y profesar este credo con honestidad, tal y como lo hicieron nuestros
antepasados católicos.
Estos misterios esenciales de la fe católica se han difundido y enseñado
a la mayoría por medio del Credo de los Apóstoles (que aparece en el Apéndice).
Este vital credo incluye las verdades fundamentales sobre Dios Padre, Dios Hijo
(Nuestro Señor Jesucristo – su concepción, la crucifixión, la ascensión, etc.–)
y Dios Espíritu Santo. También contiene una profesión de fe en las verdades
fundamentales de la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados y la resurrección de los cuerpos.
Hasta ahora hemos visto que es un dogma infaliblemente definido que todos
los que mueren como no católicos, incluyendo a todos los judíos, paganos,
herejes, cismáticos, etc., no se pueden salvar. Ellos deben convertirse para
obtener la salvación. Ahora debemos dar un breve vistazo a lo que la Iglesia
dice específicamente acerca de algunas de las principales religiones no
católicas, como el judaísmo, el islam y las sectas protestantes y cismáticas
del oriente. Esto ilustrará, una vez más, que aquellos que sostienen que los
miembros de religiones no católicas se pueden salvar, no sólo están contra las
declaraciones solemnes que ya se han citado, sino también contra las enseñanzas
específicas que citamos a continuación.
LA ENSEÑANZA CATÓLICA ESPECÍFICA CONTRA EL
JUDAÍSMO
Los judíos practican la antigua ley y rechazan la divinidad de Cristo y
la Trinidad. La iglesia enseña lo siguiente acerca de la cesación de la antigua
ley y sobre todos los que siguen observándola:
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, 1441, ex cathedra: “La
sacrosanta Iglesia romana (…) Firmemente cree, profesa y enseña que las
legalidades del Antiguo testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen
en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que
fueron instituidas en la gracia de significar algo por venir, aunque en aquella
edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido
nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fue significado, y empezaron los
sacramentos del Nuevo Testamento. Y que mortalmente peca quienquiera
ponga en las observancias legales su esperanza después de la pasión, y se
someta a ellas, como necesarias a la salvación, como si la fe de Cristo no
pudiera salvarnos sin ellas. No niega, sin embargo, que desde la pasión de
Cristo hasta la promulgación del Evangelio, no pudiesen salvarse, a condición,
sin embargo, de que no se creyesen en modo alguno necesarias para la salvación;
pero después de promulgado el Evangelio, afirma que, sin pérdida de la
salvación eterna, no pueden salvarse. Denuncia consiguientemente como ajenos a
la fe de Cristo a todos los que, después de aquel tiempo, observan la
circuncisión y el sábado y guardan las demás prescripciones legales y que en
modo alguno pueden ser partícipes de la salvación eterna, a no ser que un día
se arrepientan de esos errores”[100].
Papa Benedicto XIV, Ex quo primum,
# 61, 1 de marzo de 1756: “La primera consideración es que las ceremonias de
la ley mosaica fueron derogadas por la venida de Cristo y que ya no pueden
ser observadas sin pecado después de la promulgación del Evangelio”[101].
Papa Pío XII, Mystici Corporis
Christi, # 29-30, 29 de junio de 1943: “Y, en primer lugar, con la muerte
del Redentor, a la Ley Antigua abolida sucedió el Nuevo Testamento (…)
en el patíbulo de su muerte Jesús abolió la Ley con sus decretos (Ef. 2,
15) (…) y constituyó el Nuevo en su sangre, derramada por todo el género
humano. Pues, como dice San León Magno, hablando de la Cruz del Señor, ‘de
tal manera en aquel momento se realizó un paso tan evidente de la Ley al
Evangelio, de la Sinagoga a la Iglesia, de los muchos sacrificios a una
sola hostia, que, al exhalar su espíritu el Señor, se rasgó inmediatamente
de arriba abajo aquel velo místico que cubría a las miradas el secreto sagrado
del templo’. En la Cruz, pues, murió la Ley Vieja, que en breve había de
ser enterrada y resultaría mortífera…”[102].
LA ENSEÑANZA CATÓLICA
ESPECÍFICA CONTRA EL ISLAM
Papa Eugenio IV, Concilio de
Basilea, 1434: “… existe la esperanza de que un gran número de la
abominable secta de Mahoma será convertido a la fe católica”[103].
Papa Calixto III: “Yo prometo (…) exaltar la fe verdadera, y exterminar la
secta diabólica de los reprobados e infieles de Mahoma [islam] en el
Oriente”[104].
La Iglesia católica considera el islam una secta “abominable” y
“diabólica”. (Nota: el Concilio de Basilea, sólo se considera
ecuménico/aprobado en las primeras 25 sesiones, como indica la Enciclopedia Católica en el vol. IV,
“Concilios”, edición inglesa, pp. 425-426). Una “abominación” es algo que es
aborrecible a la vista de Dios. Es algo por lo que Él no tiene respeto y
estima. Algo “diabólico” es algo que
es del diablo. El islam rechaza, entre muchos otros dogmas, la divinidad de
Jesucristo y la Trinidad. Sus seguidores están fuera de los límites de la
salvación, siempre y cuando se mantengan musulmanes.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne,
1311-1312: “Es un insulto para el santo nombre y una deshonra para la fe
cristiana que en ciertas partes del mundo sujetas a príncipes cristianos
donde viven sarracenos [es decir, los seguidores el islam, también llamados
musulmanes], a veces separados, a veces mesclados con los cristianos, los
sacerdotes sarracenos, comúnmente llamados zabazala, en sus templos y
mezquitas, donde los sarracenos se reúnen para adorar al infiel Mahoma,
invocado en voz alta y exaltando su nombre cada día a ciertas horas en un lugar
elevado (…) Hay un lugar, además, donde fue enterrado un sarraceno que otros
sarracenos veneran como santo. Esto trae descrédito a nuestra fe y da
gran escándalo a los fieles. Estas prácticas no se pueden tolerar sin disgustar
a la divina majestad. Nos, por tanto, con la aprobación del sagrado
concilio, prohibimos estrictamente esas prácticas, a partir de ahora, en
tierras cristianas. Nos lo ordenamos a todos y cada uno de los príncipes
católicos (…) Ellos deben eliminar esta ofensa en sus territorios y velar
para que sus súbditos la eliminen, para que así puedan alcanzar la recompensa
de la felicidad eterna. Se les prohíbe expresamente la invocación pública
del sacrílego nombre de Mahoma (…) Los que presuman actuar de otra
manera deberán ser castigados por los príncipes por su irreverencia, para que
otros puedan ser disuadidos de tal osadía”[105].
La Iglesia, además de enseñar que todos los
que mueren como no católicos se pierden, también enseña que a nadie se le debe
obligar a abrazar el bautismo, porque la creencia es un acto libre de la
voluntad.
Papa León XIII, Immortale Dei, #36, 1
de noviembre de 1885: “Es, por otra parte, costumbre de la Iglesia vigilar con
mucho cuidado para que nadie sea forzado a abrazar la fe católica contra su
voluntad, porque, como observa acertadamente San Agustín, ‘el hombre no puede
creer más que de buena voluntad’”[106].
La enseñanza del Concilio de Vienne de que los
príncipes cristianos deben hacer valer su autoridad civil para prohibir la
expresión de la falsa religión del islam muestra, una vez más, que el islam es
una religión falsa que lleva las almas al infierno y desagrada a Dios.
LA ENSEÑANZA CATÓLICA
ESPECÍFICA CONTRA LAS SECTAS PROTESTANTES Y CISMÁTICAS
La Iglesia católica también enseña que las
personas bautizadas que abrazan las sectas heréticas o cismáticas perderán sus
almas. Jesús fundó su Iglesia sobre San Pedro como ya vinos, y declaró que todo
aquel que no escuche a la Iglesia debe ser considerado como gentil y publicano
(Mateo 18, 17). Él también ordenó a sus discípulos que observaran “todas las
cosas” que Él les había ordenado (Mateo 28, 20). Las sectas cismáticas
orientales (como la “ortodoxa”) y las sectas protestantes, son movimientos
desprendidos de la Iglesia católica. Al separarse de la única Iglesia de
Cristo, ellos abandonaron el camino de la salvación y entraron en el camino de
la perdición.
Estas sectas, obstinada y pertinazmente
rechazan una o más de las verdades que Cristo claramente instituyó, como el
papado (Mateo 16, Juan 21, etc.), la confesión (Juan 20, 23), la Eucaristía
(Juan 6, 54) y otros dogmas de la fe católica. Para salvarse es necesario
asentir a todas las cosas que la Iglesia católica, basada en la Escritura y la
tradición, ha definido infaliblemente como dogmas de fe.
A continuación siguen solo algunos de
los dogmas infalibles de la fe católica que son rechazados por los protestantes
y por los cismáticos de la Iglesia “ortodoxa” (en el caso del papado). La
Iglesia anatematiza (una forma grave de excomunión) a todos los que afirman
obstinadamente lo contrario a sus definiciones dogmáticas.
“Para entender la palabra anatema… primero
debemos remontarnos al verdadero significado de herem, del cual es
equivalente. Herem viene de la palabra haram, cortar, separar,
maldecir, e indica que lo que está maldito y condenado será cortado o
exterminado, sea persona o cosa, y, en consecuencia, se le prohíbe al hombre
hacer uso. Este es el sentido de anatema en el siguiente pasaje del
Deuteronomio VII, 26: ‘Y no has de introducir en tu casa la abominación, para
no hacerte como lo que ella es, anatema. Detéstalo y abomínalo como abominación
por ser cosa dada al anatema’”[107].
Por tanto, un protestante o un “ortodoxo
oriental” que rechaza obstinadamente estas enseñanzas dogmáticas es anatematizado
y separado de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación. Es muy interesante
que, al pronunciar estos cánones dogmáticos, la Iglesia dice: “si alguno
dijere… sea anatema (anathema sit)” en vez de decir “si alguno dijere… él
es anatema (anathema est)”. Esta calificación de “sea” deja
espacio para los católicos que no pueden estar conscientes de un dogma
particular y que se conformarían a la enseñanza del canon tan pronto como se
les muestre. Sin embargo, la persona que es obstinada y deliberadamente contradice
la enseñanza dogmática de la Iglesia recibe automáticamente toda la fuerza de
la condena.
El punto aquí es que si alguien pudiese
rechazar estos dogmas y todavía se salvara, entonces estas definiciones
infalibles, y sus anatemas que la acompañan, no tendrían ningún significado,
valor o fuerza. Sin embargo, ellas sí tienen significado, valor y fuerza,
puesto que son enseñanzas infalibles protegidas por Jesucristo. Por lo tanto,
todos los que rechazan estos dogmas son anatematizados y están en el camino a
la condenación.
Papa Pío XI, Rerum omnium
perturbationem, # 4, 26 de enero de 1923: “El santo fue nada menos que
Francisco de Sales (…) parecía haber sido enviado especialmente por Dios
para luchar contra las herejías sostenidas por la reforma [protestante].
Son en estas herejías que descubrimos los inicios de esa apostasía de la
humanidad de la Iglesia, los efectos tristes y desastrosos que lamenta,
incluso en la hora presente, toda mente justa”[108].
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sesión 13, canon 1 sobre la Eucaristía, ex
cathedra: “Si alguno negare que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía
se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre,
juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende,
Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por
su eficacia, sea anatema”[109].
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sesión 14, canon 3 sobre el sacramento de la penitencia: “Si alguno dijere que
las palabras del Señor Salvador nuestro: ‘Recibid el Espíritu Santo, a quienes
perdonareis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retuviereis,
les son retenidos’ (Juan 20, 22), no han de entenderse del poder de remitir
y retener los pecados en el sacramento de la penitencia, (…) sea anatema”[110].
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sesión 14, sobre la extremaunción y la penitencia: “Esto es lo que acerca de
los sacramentos de la penitencia y de la extremaunción profesa y enseña este
santo Concilio ecuménico y propone a todos los fieles de Cristo para ser
creído y mantenido. Y manda que inviolablemente se guarden los siguientes
cánones y perpetuamente condena y anatematiza a los que
afirmen lo contrario”[111].
Papa Julio III, Concilio de Trento,
sesión 6, cap. 16, ex cathedra: “Después
de esta exposición de la doctrina católica sobre la justificación –
doctrina que quien no la recibiere fiel y firmemente, no podrá justificarse
–, plugo al santo Concilio añadir los cánones siguientes, a fin de que todos
sepan no sólo qué deben sostener y seguir, sino también evitar y huir”[112].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I,
1870, sesión 4, cap. 3, ex cathedra:
“… todos los fieles de Cristo deben creer que la Santa Sede Apostólica y
el Romano Pontífice poseen el primado sobre todo el orbe, y que el mismo
Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los
Apóstoles, y verdadero vicario de Jesucristo y cabeza de toda la Iglesia
(…) Enseñamos, por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición
del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras (…) Tal
es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede desviarse sin
menoscabo de su fe y salvación”[113].
REFERENTE A LOS NIÑOS MIEMBROS
DE LAS SECTAS NO CATÓLICAS VÁLIDAMENTE BAUTIZADOS
La Iglesia católica siempre ha enseñado que
cualquier persona (incluyendo un laico y un no católico) puede bautizar
válidamente si adhiere a la materia y forma adecuada del sacramento y si tiene
la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia,
“Exultate Deo”, 1439: “Pero en caso de necesidad, no sólo puede bautizar el
sacerdote o el diácono, sino también un laico y una mujer y hasta un pagano y
hereje, con tal de que guarde la forma de la Iglesia y tenga la intención de
hacer lo que hace la Iglesia”[114].
La Iglesia siempre ha enseñado que los niños bautizados en las iglesias
heréticas y cismáticas se hacen católicos, miembros de la Iglesia y sujetos al
Romano Pontífice, incluso si las personas que los bautizan son herejes que
están fuera de la Iglesia católica. Esto se debe a que el niño, siendo menor de
la edad de la razón, no puede ser un hereje o cismático. Él no puede tener un
obstáculo que impida al bautismo hacerlo un miembro de la Iglesia.
Papa Paulo III, Concilio de Trento,
sesión 7, canon 13 sobre el sacramento del bautismo: “Si alguno dijere que
los párvulos por el hecho de no tener el acto de creer no han de ser
contados entre los fieles después de recibido el bautismo (…) sea anatema”[115].
Esto significa que todos los niños bautizados,
estén donde estén, incluso los bautizados en iglesias heréticas no católicas
por ministros herejes, se hacen miembros de la Iglesia católica. Ellos también
están sujetos al Romano Pontífice (si lo hay) como vimos anteriormente en la
enseñanza del Papa León XIII. Pero, ¿en qué momento este niño católico
bautizado se convierte en un no católico – separándose de la Iglesia y de la
sumisión al Romano Pontífice–? Después que el niño bautizado llega a la edad de
la razón, él o ella se convierte en un hereje o cismático y rompe su
pertenencia a la Iglesia y corta su sujeción al Romano Pontífice cuando él o
ella rechaza obstinadamente cualquier enseñanza de la Iglesia católica o
pierde la fe en los misterios esenciales de la Trinidad y la Encarnación.
Papa Clemente VI, Super quibusdam, 20
de septiembre de 1351: “Preguntamos: Primeramente, si creéis tú y la Iglesia
de los armenios que te obedece que todos aquellos que en el bautismo
recibieron la misma fe católica y después se apartaron o en lo futuro se
aparten de la comunión de la misma fe de la Iglesia romana que es la única
católica, son cismáticos y herejes, si perseveran obstinadamente divididos
de la fe de la misma Iglesia romana. En segundo lugar preguntamos si
creéis tú y los armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá
finalmente salvarse fuera de la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de
los Romanos Pontífices”[116].
Por tanto, hay que tener claro los siguientes
puntos: 1) Los no bautizados (judíos, musulmanes, paganos, etc.) deben todos
unirse a la Iglesia católica recibiendo el bautismo y la fe católica o todos se
perderán. 2) Todos los niños bautizados, son católicos, miembros de la Iglesia
y sujetos al Romano Pontífice por el bautismo. Sólo se separan de esa
pertenencia (que ellos ya poseen) cuando rechazan obstinadamente
cualquier dogma o crean algo contrario a los misterios esenciales de la
Trinidad y la Encarnación. En la enseñanza del Papa Clemente VI, vemos enseñado
claramente este segundo punto: todos los que reciben la fe católica en el
bautismo, pierden esa fe y se convierten en cismáticos y herejes si ellos “si
perseveran obstinadamente divididos de la fe de la misma Iglesia romana”.
El hecho es que todos los protestantes que
rechazan a la Iglesia católica o sus dogmas sobre los sacramentos, el papado,
etc., se han separado obstinadamente de la fe de la Iglesia romana y por ello
han roto su pertenencia a la Iglesia de Cristo. Lo mismo ocurre con los
“ortodoxos orientales” que rechazan obstinadamente los dogmas sobre el papado y
la infalibilidad papal. Ellos necesitan convertirse a la fe católica para
salvarse.
14. El bautismo de deseo y el bautismo de sangre –
Tradiciones erróneas de los hombres
En este documento, he demostrado que la Iglesia católica enseña
infaliblemente que el sacramento del bautismo es necesario para la salvación.
También he demostrado que sólo por la recepción del sacramento del bautismo es
que uno se incorpora a la Iglesia católica, fuera de cual no hay salvación.
También he demostrado que la Iglesia católica enseña infaliblemente que las
palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 – En
verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere del agua y del Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de Dios – deben ser entendidas
literalmente: según están escritas. Esta
es la enseñanza infalible de la Iglesia y excluye cualquier posibilidad de
salvación sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo. Sin embargo, a
través de la historia de la Iglesia, muchos han creído en las teorías llamadas
bautismo de deseo y bautismo de sangre, esto es, que el deseo por el sacramento
del bautismo o el martirio de por la fe suple la falta de renacer del agua y
del Espíritu Santo. Aquellos que creen en el bautismo de sangre y en el
bautismo de deseo plantean algunas objeciones a la necesidad absoluta de
recibir el sacramento del bautismo para la salvación. Por consiguiente, con el
fin de ser exhaustivo, responderé a todas las principales objeciones hechas por
los defensores del bautismo de deseo y del bautismo de sangre, y en el proceso,
voy a dar una visión general de la historia de los errores del bautismo de
deseo y del bautismo de sangre. Al hacer esto, demostraré que ni el bautismo de
sangre, ni el bautismo de deseo son una enseñanza de la Iglesia católica.
LOS PADRES SON UNÁNIMES DESDE EL PRINCIPIO SOBRE EL
BAUTISMO DE AGUA
En el primer milenio de la Iglesia vivieron cientos de hombres santos que
son llamados “Padres de la Iglesia”. Tixeront, en su obra Handbook of Patrology [Manual de la Patrología], abarca más de
quinientos cuyos nombres y escritos han llegado hasta nosotros[117]. Los
Padres (o los primeros prominentes escritores cristianos católicos) desde el
principio son unánimes en que nadie entra en el cielo o se libera del pecado
original sin el bautismo en agua.
En la carta de Bernabé, de fecha tan temprana como el año 70 d.C.,
se lee:
“… nosotros bajamos al agua rebosando
pecados y suciedad, y subimos llevando fruto en nuestro corazón…”[118].
En 140 d.C., el Padre primitivo de la Iglesia, Hermas, cita a Jesús
en Juan 3, 5, y escribe:
“Ellos tenían que
salir a través del agua, para que pudieran recibir la vida; porque de otro modo no habrían podido
entrar en el reino de Dios”[119].
Esta afirmación es obviamente una paráfrasis de Juan 3, 5; lo que demuestra
que, desde el comienzo de la era apostólica, era creído y enseñado por los
Padres que nadie podía entrar en el cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu fundamentándose específicamente en
la declaración de nuestro Señor Jesucristo en Juan 3, 5.
En 155 d.C., el mártir San Justino escribe:
“… los llevamos a
un lugar donde hay agua, y allí ellos renacen del mismo modo de renacimiento en
que renacimos (…) en el nombre de Dios, (…) ellos reciben el lavatorio de agua.
Porque Cristo dijo: ‘Si no renaciereis, no entraréis en el reino de los cielos’. La
razón para hacer esto lo aprendimos de los apóstoles”[120].
Nótese que San Justino Mártir, como Hermas, también cita las palabras de
Jesús en Juan 3, 5, y, en base a las palabras de Cristo, enseña que es de la
tradición apostólica que nadie en absoluto puede entrar al cielo sin haber
renacido del agua y del Espíritu Santo en el sacramento del bautismo.
En su diálogo con el judío Trifón, también el 155 d.C., San Justino
Mártir escribe:
“… apresuraos en
aprender de qué forma obtendrás el perdón de los pecados y una esperanza de la
herencia. No hay otra manera que esta:
reconocer a Cristo, ser lavado en el lavatorio anunciado por Isaías [el
bautismo]…”[121].
En 180 d.C., San Ireneo escribe:
“… dando a los
discípulos el poder de la regeneración en Dios, Él les dijo: ’Id y enseñad a
todas las naciones, bautizándolas’
(…) Al igual que el trigo seco sin humedad no puede convertirse en masa o pan,
así también, nosotros, siendo muchos, no
podemos ser uno en Jesucristo, sin el agua del cielo (…) Nuestros
cuerpos logran la unidad a través del lavado (…) las almas, sin embargo, por
medio del Espíritu. Ambos son, pues,
necesarios”[122].
Aquí vemos de nuevo un claro anuncio de la tradición constante y apostólica
de que nadie se salva sin el sacramento del bautismo, nada menos que del gran
padre apostólico San Ireneo, en el siglo segundo. San Ireneo conoció a San
Policarpo y San Policarpo conoció al mismo apóstol San Juan.
En 181 d.C., San Teófilo continúa la tradición:
“… aquellas cosas
que fueron creadas de las aguas fueron bendecidas por Dios, para que esto pudiera
ser también un signo de que los
hombres en el futuro recibirán el arrepentimiento y el perdón de los pecados a
través del agua y el baño de la regeneración…”[123].
En 203 d.C., Tertuliano escribe:
“… de hecho, está prescrito que nadie puede alcanzar la
salvación sin el bautismo, especialmente en vista de la declaración del Señor,
que dice: ‘Si uno no renaciere del agua y
del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos’ [Juan 3, 5]…”[124].
Nótese cómo Tertuliano afirma la misma tradición apostólica de que nadie se
salva sin el bautismo en agua basada en las palabras de Jesús mismo.
Tertuliano escribe además en 203 d.C.:
“Un tratado sobre
nuestro sacramento de agua, por el cual son lavados los pecados de nuestra
ceguera anterior (…) ni podemos ser
salvos de otra manera, sino permaneciendo permanentemente en el agua”[125].
El bautismo también se ha llamado desde los tiempos apostólicos el sello,
el signo y la iluminación, porque sin este sello, signo o iluminación a nadie
se le perdona el pecado original o es signado como miembro de Jesucristo.
“Es Dios quien a
nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha signado y ha depositado las
arras del Espíritu en nuestros corazones (2 Cor. 1, 21-22)”.
Ya en 140 d.C., Hermas había enseñado esta verdad – que el bautismo
es el sello – transmitida por los Apóstoles de Jesucristo.
Hermas, 140 d.C.:
“… antes que un hombre lleve el nombre del Hijo de Dios, está muerto; pero cuando recibe el sello, deja a
un lado la mortalidad y recibe de nuevo la vida. El sello, por tanto, es el
agua. Ellos se sumergen muertos en el agua y salen vivos de ella”[126].
En la famosa obra titulada La Segunda
Epístola de Clemente a los Corintios, 120-170 d.C., Hermas dice:
“Para aquellos que no han llevado el sello del
bautismo, ‘su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá’”.[127]
San Efraín, 350
d.C.: “… somos ungidos en el bautismo,
por el que tenemos su sello”[128].
San Gregorio de
Nisa, 380 d.C.: “¡Apresuraos, oh ovejas, hacia el signo de la cruz y el sello [bautismo], que os salvará de vuestra
miseria!”[129].
San Clemente de Alejandría, 202 d.C.:
“Cuando somos
bautizados, somos iluminados. Al ser iluminados, somos adoptados como hijos (…)
Esta obra se llama indistintamente gracia, iluminación, perfección, lavado. Se
trata de un lavado por la que somos limpiados de los pecados…”[130].
Orígenes, 244 d.C.:
“La Iglesia ha
recibido de los Apóstoles la tradición de dar el bautismo, incluso a los niños
(…) en todos están las manchas innatas del pecado, que deben ser lavadas por el agua y el Espíritu”[131].
San Afraates, el mayor de los Padres sirios, escribe en el 336 d.C.:
“Esta, entonces, es
la fe: que el hombre cree en Dios (…) en su Espíritu (…) en su Cristo (…)
También, que el hombre cree en la resurrección de la muerte, y, además, cree en el sacramento del
bautismo. Esta es la creencia de la Iglesia de Dios”[132].
Además, el mismo Padre sirio escribe:
“Pues por el
bautismo recibimos el Espíritu de Cristo (…) Porque el Espíritu está ausente de todos los que han nacido de la
carne, hasta que lleguen a las aguas del renacimiento”[133].
Aquí vemos, en los escritos de San Afraates, la misma enseñanza de la
tradición sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación,
basada en las palabras de Cristo en Juan 3, 5.
San Cirilo de Jerusalén, 350 d.C.:
“Él dice, ’El que no renaciere’ – y agrega las
palabras ‘del agua y del Espíritu’ – no podrá entrar en el reino de Dios…
si un hombre es virtuoso en sus actos, pero no recibe el sello a través
del agua, no entrará en el reino de los cielos. Un dicho audaz, pero no el mío, porque es Jesús el que lo ha
declarado”[134].
Vemos que San Cirilo continúa la tradición apostólica de que nadie entra al
cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu; nuevamente en una comprensión
absoluta de las propias palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5.
San Basilio Magno, 355 d.C.:
“¿De dónde es que
somos cristianos? A través de la fe, responderán todos. ¿Cómo somos salvos? Renaciendo
en la gracia del bautismo (…)
Porque es la misma pérdida para cualquiera que deja esta vida sin haber sido
bautizado, que recibir un bautismo en que se ha omitido alguna cosa que ha sido
trasmitida”[135].
San Gregorio de Elvira, 360 d.C.:
“Cristo es llamado
la Red, porque a través de Él y en Él la
diversa multitud de los pueblos son reunidos del mar del mundo, a través del
agua del bautismo y en la Iglesia, de donde se hace una diferencia
entre el bueno y el malo”[136].
San Efraín, 366 d.C.:
“Esto es lo que
profesa la sagrada Iglesia católica. En
esta misma Santísima Trinidad ella bautiza hacia la vida eterna”[137].
Papa San Dámaso, 382 d.C.:
“Esta, entonces, es la salvación de los
cristianos: creer en la Trinidad, es decir, en el Padre, y en el Hijo y en
el Espíritu Santo, y bautizados en
ella…”[138].
San Ambrosio, 387 d.C.:
“… nadie asciende al reino de los cielos, sino
por el sacramento del bautismo”[139].
San Ambrosio, 387 d.C.:
“‘Quien no renace del agua y del Espíritu
Santo, no podrá entrar el reino de Dios’. Nadie está exento: ni el infante, ni el que está impedido
por alguna necesidad”[140].
San Ambrosio, De mysterii, 390-391
d.C.:
“Habéis leído, por
tanto, que los tres testigos en el bautismo son uno: el agua, la sangre y el
espíritu, y si se retira uno de ellos, el sacramento del bautismo no es válido.
Porque, ¿qué es el agua sin la cruz de Cristo? Un elemento común sin ningún
efecto sacramental. Por otra parte,
tampoco hay misterio alguno de la regeneración sin el agua: porque ‘si no
renacéis del agua y el Espíritu, no podéis entrar en el reino de Dios’ [Juan 3,
5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por la cual
él también es signado, pero, a menos que fuere bautizado en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, no
puede recibir la remisión de los pecados ni ser beneficiario del don de
la gracia espiritual”[141].
San Juan Crisóstomo, 392 d.C.:
“¡Llorad por los
incrédulos; llorad por los que no difieren de ellos un ápice, aquellos que van, por lo tanto, sin iluminación, sin
el sello! (…) Ellos están fuera de la magnífica ciudad (…) con los
condenados. ‘En verdad, os digo, que
quien no renace del agua y el Espíritu, no entrará en el reino de los cielos’”[142].
San Agustín, 395 d.C.:
“… Dios no perdona los pecados, excepto a los
bautizados”[143].
Papa San Inocencio, 414 d.C.:
“Puesto que vuestra
fraternidad hace valer la predicación de los pelagianos, de que incluso sin la gracia del bautismo los niños pueden ser
premiados con las recompensas de la vida eterna, es bastante estúpido”[144].
Papa San Gregorio Magno, 590 d.C.:
“El perdón del pecado se nos ha dado únicamente por el
bautismo de Cristo”[145].
Teofilacto, patriarca de Bulgaria, 800 d.C.:
“El que creyere y fuere bautizado, será salvo.
No basta creer; el que cree, y aún no
está bautizado, sino sólo es un catecúmeno, aún no ha adquirido la
salvación”[146].
Podrían citarse muchos otros pasajes de los Padres, sin embargo es un hecho
que los Padres de la Iglesia son unánimes desde el comienzo de la era
apostólica – basados en las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5 –, de que nadie
en absoluto puede ser salvo sin recibir el sacramento del bautismo. El eminente
erudito patrístico, el P. William Jurgens, quien literalmente ha leído miles
de textos de los Padres (a pesar que cree en el bautismo de deseo), en sus
tres volúmenes sobre los Padres de la Iglesia, se vio obligado a admitir lo siguiente:
P. William Jurgens: “Si no hubiese una
tradición constante en los Padres de que el mensaje evangélico de ‘Quien no renaciere del agua y el Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ debe ser tomado en absoluto,
sería fácil decir que nuestro Salvador simplemente no consideró oportuno
mencionar las excepciones obvias de la ignorancia invencible y de la
imposibilidad física. Pero la
tradición, de hecho está ahí, y es bastante probable que se encuentre tan constante
como para constituir revelación”[147].
El eminente erudito P. Jurgens está admitiendo aquí tres cosas importantes:
1)
Los
padres son constantes en su enseñanza de que Juan 3, 5 es absoluta y sin
excepciones, es decir, absolutamente nadie entra en el cielo sin haber renacido
del agua y del Espíritu;
2)
Los
padres son tan constantes en este punto que probablemente constituye revelación
divina, sin siquiera considerar la enseñanza infalible de los Papas;
3)
La
enseñanza constante de los Padres, de que todos deben recibir el bautismo de
agua para la salvación – a la luz de Juan 3, 5 –, excluye las excepciones para
los casos de “ignorancia invencible” o “imposibilidad física”.
Y basada en esta verdad, declarada por Jesucristo en el Evangelio (Juan 3,
5), trasmitida por los Apóstoles y enseñada por los Padres, la Iglesia católica
– como ya hemos visto – ha definido infaliblemente como dogma que absolutamente
nadie entra en el cielo sin el sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio de Trento,
sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra:
“Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no
necesario para la salvación, sea anatema”[148].
Pero, como ocurre con muchas otras materias, no todos los Padres
permanecían consistentes en sus propias afirmaciones acerca de la necesidad
absoluta del bautismo de agua para la salvación.
A pesar que existe desde el principio una tradición constante de que en
absoluto no hay salvación sin el bautismo de agua, no todos los Padres fueron
siempre consistentes con sus propias afirmaciones sobre este punto. Y ahí es donde nos topamos con las teorías
del “bautismo de sangre” y del “bautismo de deseo”, cada una de las cuales
se discutirá en su momento. Pero hay que entender que los Padres de la Iglesia
en muchos aspectos se equivocaban y eran inconsistentes con sus propias
enseñanzas y la tradición apostólica; ya que eran hombres falibles que
cometieron algunos errores.
P. William Jurgens:
“… hay que destacar que un texto
patrístico particular [una declaración particular de un Padre] en ningún caso
debe considerarse como una ‘prueba’ de una doctrina particular. Los dogmas no
se ‘prueban’ por las declaraciones patrísticas, sino por los instrumentos de la
enseñanza infalible de la Iglesia. El valor de los Padres y escritores es
este: que en su conjunto [es decir, en su totalidad], ellos demuestran lo que
la Iglesia cree y enseña; y además, en su conjunto [en su totalidad], ellos
dan un testimonio del contenido de la tradición, esa tradición que es en sí
misma un vehículo de la revelación”[149].
Los Padres de la Iglesia sólo son testigos ciertos de la tradición cuando
expresan un punto creído universal y constantemente o cuando expresan
algo que está en consonancia con el dogma definido. Pero, tomados
individualmente o incluso de a varios, existe la posibilidad que ellos puedan
estar equivocados o incluso ser peligrosos en algunas opiniones. San Basilio
Magno dijo que el Espíritu Santo está en segundo orden y dignidad después del
Hijo de Dios en un intento fallido e incluso herético de explicar la Santísima
Trinidad.
San Basilio, 363:
“El Hijo no está, sin embargo, en segundo lugar al Padre en naturaleza, porque
la divinidad es una en cada uno de ellos, y claramente también, en el
Espíritu Santo, aun cuando en el orden y la dignidad, Él es segundo al Hijo
(¡sí, esto lo admitimos!), aunque no de esa manera, es claro, que Él sea de
otra naturaleza”[150].
Cuando San Basilio dice aquí que la divinidad es una en el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo, él está afirmando la tradición universal y apostólica de manera
correcta. Pero cuando dice que el Espíritu Santo es el segundo en dignidad, deja de seguir siendo
coherente con esta tradición y cae en el error (de hecho, en herejía material).
Y es un hecho que los Padres cometieron varios errores al tratar de defender o
expresar la fe.
San Agustín escribió un libro entero de correcciones. San Fulgencio
y una multitud de otros, entre ellos San Agustín, declaró que él estaba seguro
que los niños que mueren sin el bautismo
descienden a los fuegos del infierno, una posición que más tarde fue
condenada por el Papa Pío VI. El Papa Pío VI confirmó que los niños no
bautizados van al infierno, pero van un lugar en el infierno donde no hay fuego[151].
Pero San Agustín era tan abierto a favor de este error que se convirtió en
la enseñanza común y básicamente incuestionada durante más de 500 años, según
la Enciclopedia Católica.
Enciclopedia
Católica, vol. 9, “Limbo”, p. 257: “Sobre
la cuestión especial, sin embargo, del castigo del pecado original después de
la muerte, San Anselmo junto con San Agustín consideraba que los niños no
bautizados compartían los sufrimientos positivos de los condenados, y Abelardo
fue el primero en rebelarse contra la severidad de la tradición agustiniana
sobre este punto”[152].
Por esta razón es que los católicos no forman conclusiones doctrinarias
definitivas a partir de la enseñanza de un Padre de la Iglesia o de un puñado
de Padres. Un católico debe seguir la enseñanza infalible de la Iglesia,
proclamada por los Papas, y un católico debe asentir a la enseñanza de los
Padres de la Iglesia cuando ellos se encuentran en conformidad universal y
constante desde el principio y de acuerdo con la enseñanza católica
dogmática.
Papa Benedicto XIV, Apostolica, #
6, 26 de junio de 1749: “La sentencia de
la Iglesia es preferible a la de un Doctor conocido por su santidad y
enseñanza”[153].
Papa Alejandro VIII, Contra los
errores de los jansenistas, # 30: “Siempre
que uno hallare una doctrina claramente fundada en Agustín, puede mantenerla y
enseñarla absolutamente, sin mirar a bula alguna del Pontífice – Condenado”[154].
Papa Pío XII, Humani generis, #
21, 12 de agosto de 1950: “Y el divino
Redentor no ha confiado, la interpretación auténtica de este depósito a cada
uno de los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al magisterio de la
Iglesia”[155].
La Iglesia católica no reconoce infalibilidad en ningún santo, teólogo o
Padre de la Iglesia primitiva. Sólo un Papa operante con la autoridad del
magisterio está protegido por el Espíritu Santo de no enseñar error en la fe o
las costumbres. Por tanto está demostrado cómo es 100% consistente con la
enseñanza de la Iglesia (que siempre ha reconocido que todo eclesiástico, no
importa cuán grande sea, puede cometer algunos errores, incluso importantes) el
que algunos eclesiásticos hayan errado en los temas del bautismo de deseo y de
sangre. Finalmente, después de lidiar
con el bautismo de deseo y de sangre, voy a citar a un Papa, quien también es
uno de los primeros Padres de la Iglesia, cuya enseñanza pone fin a todo el
debate sobre el tema. Ahora voy a discutir el bautismo de sangre y el
bautismo de deseo.
LA TEORÍA DEL BAUTISMO DE SANGRE – UNA TRADICIÓN DEL
HOMBRE
Un pequeño número de los Padres – aproximadamente
8 de un total de cientos – son citados a favor del llamado “bautismo de
sangre”: la idea de que el catecúmeno, es decir, quien se prepara para recibir
el bautismo católico, que derrama su sangre por Cristo puede salvarse sin haber
recibido el sacramento del bautismo. Es fundamental tener primero en cuenta de
que ninguno de los Padres consideraba a
nadie más que a un catecúmeno como la posible excepción a la recepción
del sacramento del bautismo: todos ellos condenarían y rechazarían como
herética y ajena a la enseñanza de Cristo la herejía moderna de la “ignorancia
invencible”, que salva a los que mueren en las otras religiones. Por lo
tanto, de todos los Padres, sólo unos 8 se citan a favor del bautismo de sangre
para los catecúmenos. Y, sólo un Padre
de cientos, San Agustín, puede citarse enseñando de la manera más clara lo que
hoy se llama “bautismo de deseo”: la idea de que un catecúmeno pueda
salvarse por su deseo explícito por el bautismo en agua. Esto significa que todos,
de los pocos Padres que creían en el bautismo de sangre, excepto San
Agustín, rechazaron el concepto del bautismo de deseo. Por ejemplo,
tomemos a San Cirilo de Jerusalén.
San Cirilo de
Jerusalén, 350 d.C.: “Si alguno no
recibe el bautismo, no obtiene la salvación. Sólo se exceptúan los
mártires…”[156].
Aquí vemos que San Cirilo de Jerusalén creía en el bautismo de sangre pero
rechazaba el bautismo de deseo. San Fulgencio expresó lo mismo.
San Fulgencio, 523:
“A partir del momento en que nuestro Salvador dijo: ‘Si alguno no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de los cielos’, nadie puede [salvarse], sin el sacramento del
bautismo, con excepción de aquellos que, en la Iglesia católica, sin el
bautismo derraman su sangre por Cristo…”[157].
Aquí vemos que San Fulgencio creía en el bautismo de sangre, pero rechazaba
la idea del bautismo de deseo. Y lo irónico y particularmente deshonesto es que
los apologistas del bautismo de deseo (como los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal
de San Pío X) citan estos textos patrísticos (como los dos anteriores) en sus
libros escritos para probar el bautismo
de deseo, sin señalar a sus lectores que estos pasajes realmente niegan el
bautismo de deseo, porque podemos ver que San Fulgencio, mientras expresa la
creencia en el bautismo de sangre, rechaza el bautismo de deseo, permitiendo
sólo a los mártires como una posible excepción de recibir el bautismo. (¿Qué
diría San Fulgencio acerca de la versión moderna de la herejía del bautismo de
deseo, también enseñada por los sacerdotes de la FSSPX, SSPV, CMRI, etc. por el
cual los judíos, los musulmanes, los hindúes y los paganos pueden salvarse sin
el bautismo?).
San Fulgencio, Sobre el Perdón de los Pecados, 512
d.C.: “Cualquiera que esté fuera de esta
Iglesia, que recibió las llaves del reino de los cielos, está caminando un
camino no en dirección al cielo, sino al infierno. Él no se está dirigiendo a
la casa de la vida eterna, sino que se apresura al tormento de la muerte
eterna”[158].
San Fulgencio, La Regla de la Fe, 526 d.C.: “Mantengan
muy firmemente y nunca duden en lo más mínimo que no sólo todos los paganos,
sino también todos los judíos y todos los herejes y cismáticos que terminan
esta vida presente fuera de la Iglesia católica están a punto de ir al fuego
eterno que fue preparado para el
diablo y sus ángeles”[159].
Podemos ver que San Fulgencio hubiera condenado severamente – como todos
los otros Padres – a los herejes modernos que sostienen que pueden salvarse los
que mueren como no católicos.
Pero lo más interesante de esto es que en
el mismo documento en el que San Fulgencio expresa su error sobre el
bautismo de sangre (ya citado), él comete un error diferente y significativo.
San Fulgencio, 523:
“Mantengan muy firmemente y nunca duden
en lo más mínimo que no solamente los hombres que tienen el uso de la razón,
sino incluso los niños que (…) de pasar de este mundo sin el
sacramento del santo bautismo (…) han de ser castigados en el tormento
eterno del fuego eterno”[160].
San Fulgencio dice “Mantengan muy
firmemente y nunca duden” que los niños que mueren sin el bautismo han “de ser castigados en el tormento eterno del
fuego eterno”. Esto es incorrecto. Los niños que mueren sin el bautismo
descienden al infierno, pero a un lugar en el infierno donde no hay fuego (Papa
Pío VI, Auctorem fidei)[161].
Por lo tanto, San Fulgencio demuestra que su opinión en favor del bautismo
de sangre es bastante falible al cometer un error diferente en el
mismo documento. Es muy notable, de hecho, que en casi todos los casos, cuando un Padre de la Iglesia u otra
persona expresa su error sobre el bautismo de sangre o el bautismo de deseo,
ese mismo Padre o esa misma persona comete, como veremos, otro error
significativo en su misma obra.
También es importante señalar que algunos de los Padres utilizan el término
“bautismo de sangre” para describir el martirio católico de quien ya está
bautizado, no como un posible
reemplazo para el bautismo en agua. Este es el único uso legítimo del
término.
San Juan
Crisóstomo, El Panegírico de San Luciano,
siglo 4 d.C.: “No se sorprendan que yo llame a un martirio como un bautismo,
porque aquí también el Espíritu viene a toda prisa y hay una remisión de los
pecados y una limpieza maravillosa y admirable del alma, y así como los que son
bautizados se lavan en agua, así también los que son martirizados se lavan en
su propia sangre”[162].
San Juan describe aquí el martirio del sacerdote San Luciano, una
persona ya bautizada. Él no está diciendo que el martirio reemplaza el
bautismo. San Juan Damasceno lo describe de la misma manera:
San
Juan Damasceno: “Estas cosas fueron bien comprendidas por nuestros santos e
inspirados Padres; ellos se esforzaron, después
del santo bautismo, en mantenerlo (…) sin mancha y sin mácula. De dónde
algunos de ellos también creyeron estar en condiciones de recibir el otro bautismo: quiero decir de
aquel que es por la sangre y el martirio”[163].
Esto es importante porque muchos estudiosos deshonestos de hoy (como los
sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X) distorsionan la enseñanza en
este punto; ellos citan un pasaje sobre el bautismo de sangre donde San Juan
simplemente habla del bautismo de sangre como un martirio católico para aquel
que ya ha sido bautizado, y ellos lo presentan como si estuviera enseñando que
el martirio puede reemplazar el bautismo – cuando tal cosa no es declarada en
ninguna parte –.
Algunos pueden preguntarse por qué fue utilizado el término bautismo de sangre. Creo que la razón
del uso del término “bautismo de sangre” por algunos de los Padres era porque
nuestro Señor describe su Pasión como un bautismo en Marcos 10, 38-39.
Marcos 10, 38-39: “Jesús les respondió: ¡No sabéis lo que
pedís! ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el
bautismo con que yo he de ser bautizado? Le contestaron: Sí que podemos. Les
dijo Jesús: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis, y con el bautismo con que
yo he de ser bautizado, seréis bautizados vosotros”.
Vemos en el pasaje mencionado, que nuestro Señor, si bien ya había sido
bautizado por San Juan en el Jordán, se refiere a otro bautismo que Él ha de
recibir. Éste es su martirio en la cruz, y no un sustituto del bautismo de
agua. Es su “segundo bautismo”, si se quiere, no el primero. Por lo tanto, nuestro
Señor describe el bautismo de sangre de la misma forma como lo hace San Juan
Damasceno, esto es, no significa un sustituto del bautismo de una persona no
bautizada, sino más bien un martirio católico, que remite toda la culpa y el
castigo por el pecado.
El término bautismo se utiliza en
una variedad de maneras en las Escrituras y por los Padres de la Iglesia. Los
bautismos: de agua, de sangre, del espíritu, de Moisés y de fuego son todos
términos que han sido implementados por los Padres de la Iglesia para
caracterizar ciertas cosas, pero no necesariamente para describir que un mártir
no bautizado puede alcanzar la salvación. Léase el versículo de la Escritura
que dice cómo el término bautismo era
usado por los antepasados del Antiguo Testamento:
1 Cor. 10, 2-4: “Y todos bajo Moisés fueron BAUTIZADOS
en la nube y en el mar; todos comieron el mismo manjar espiritual, y todos
bebieron la misma bebida espiritual (porque ellos bebían agua que salía de la
misteriosa roca, y los iba siguiendo y la roca era Cristo)”.
Creo que esto explica el por qué un número de los Padres erraron al creer que el bautismo de
sangre suplía el bautismo de agua. Ellos reconocían que nuestro Señor se
refería a su propio martirio como un bautismo, y ellos concluyeron erróneamente
que el martirio por la verdadera fe podía servir como un sustituto de renacer
del agua y del Espíritu Santo. Pero la realidad es que no hay excepciones en
las palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5, como la enseñanza infalible de la
Iglesia católica lo confirma. Toda
persona de buena voluntad que esté dispuesta a derramar su sangre por la
verdadera fe no será privada de estas aguas que salvan. No es nuestra sangre,
sino la sangre de Cristo en la Cruz, que se nos ha comunicado en el sacramento
del bautismo, la que nos libera del estado de pecado y nos permite entrar en el
reino de los cielos (más sobre esto más adelante).
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Cantate Domino”, ex cathedra: “Y que nadie, por más limosnas y obras de caridad que hiciere, aun
cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si
no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[164].
LAS DOS
PRIMERAS DECLARACIONES SOBRE EL BAUTISMO DE SANGRE
Dos de las pocas declaraciones de Padres que pueden citarse a favor del
bautismo de sangre como posible sustituto del bautismo real vienen de San
Cipriano y Tertuliano.
San Cipriano, a Jubaianus, 254 d.C.: “Los catecúmenos que sufren el martirio antes de haber recibido el
bautismo con agua no son privados del sacramento del bautismo. Más bien,
son bautizados con el más glorioso y grandioso bautismo de sangre…”[165].
Examinemos este pasaje. Si bien enseña el bautismo de sangre, nótese que
San Cipriano comete un error significativo en la misma frase. Él dice:
“Los catecúmenos que sufren el martirio antes
de haber recibido el bautismo con agua no son privados del sacramento del
bautismo”.
Esto es completamente erróneo, incluso desde el punto de vista de los
defensores del bautismo de sangre y de deseo. Todos los defensores del bautismo
de deseo y de sangre admiten que ninguno de los dos es un sacramento, porque no
confieren el carácter indeleble que imprime en el alma el sacramento del bautismo.
Por lo tanto, incluso los defensores más firmes del bautismo de sangre
admitirían que las palabras de San Cipriano aquí están erradas. Por lo tanto,
en la misma frase en que San Cipriano
enseña el error del bautismo de sangre, comete un error significativo al
explicarlo – él lo llama “sacramento del bautismo” –. ¿Qué otra prueba más se
necesitaría para demostrar a los liberales que la enseñanza individual de los
Padres no es infalible y no representa la tradición universal e incluso puede
ser peligrosa, si se mantiene obstinadamente? ¿Por qué citan estos pasajes tan
erróneos para intentar “enseñar” a los fieles cuando ni siquiera están de
acuerdo con ellos?
Por otra parte, ¡los errores de San Cipriano en este mismo documento
(a Jubaianus) no terminan aquí! En el
mismo documento, San Cipriano enseña que los herejes no pueden administrar el
bautismo válido.
San Cipriano, a Jubaianus, 254: “… con respecto a lo
que yo podría pensar sobre el asunto del bautismo de los herejes (…) Este
bautismo no podemos reconocerlo como válido…”[166].
Esto también es completamente erróneo, ya que el Concilio de Trento definió
que los herejes, siempre y cuando cumplan la materia y la forma correcta,
confieren válidamente el bautismo. ¡Pero en realidad San Cipriano sostuvo que
era de tradición apostólica que los herejes no podían conferir un
bautismo válido! Y esta falsa idea fue rechazada en aquel entonces por el Papa
San Esteban y más tarde condenada por la Iglesia católica. ¡Esto en cuanto a la
afirmación de que la carta a Jubainaus
de San Cipriano es una representación segura de la tradición apostólica! De
hecho, San Cipriano y otros 30 obispos declararon en un concilio regional, en
254 d.C.:
“Nos (…) juzgamos y
mantenemos como cierto que nadie más allá de los límites [es decir, fuera de la
Iglesia] es capaz de ser bautizado…”[167].
Esto demuestra una vez más el punto: Jesucristo sólo le dio la
infalibilidad a San Pedro y sus sucesores (los Papas).
Lucas 22, 31-32: “Simón, Simón, Satanás os busca para
zarandearos como trigo; pero yo he
rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez
convertido confirma a tus hermanos”.
Jesucristo no dio la fe indefectible a los obispos, a los teólogos ni a los
padres de la Iglesia, Él sólo la prometió a Pedro y a sus sucesores cuando
hablan desde la Cátedra de Pedro o cuando proponen una doctrina que debe ser
creída como divinamente revelada por todos los fieles.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex cathedra:
“Así, pues, este carisma
de la verdad Y DE LA FE NUNCA
DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[168].
Otro Padre primitivo que se cita con frecuencia a favor del bautismo de
sangre es Tertuliano. Su declaración es la más antigua que se registra de la
enseñanza del bautismo de sangre.
Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203 d.C.: “Si ellos
pueden ser lavados en agua, ellos necesariamente deben serlo por la sangre.
Este es el bautismo, que sustituye al de la fuente, cuando no se ha recibido, y
lo restaura cuando se ha perdido”[169].
Pero sabe qué. En la misma obra en que Tertuliano expresa su opinión a
favor del bautismo de sangre, él también comete un error diferente y
significativo. ¡Él dice que los bebés no deben ser bautizados hasta que
sean adultos!
Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203 d.C.: “De acuerdo
a las circunstancias y la disposición e incluso la edad de la persona
individual, puede ser mejor retrasar
el bautismo, y sobre todo en el caso de los niños pequeños (…) Que vengan, pues, cuando crezcan…”[170].
Esto contradice la tradición católica universal, recibida de los Apóstoles,
y después enseñada infaliblemente por los Papas de que los niños deben ser
bautizados lo más pronto posible.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, ex cathedra: “En cuanto a los niños (…) no ha de diferirse el sagrado bautismo…”[171].
Pero además de esto, en la misma obra Sobre
el Bautismo, Tertuliano en realidad afirma la enseñanza universal de la
tradición sobre la necesidad absoluta del bautismo en agua, que es contraria a
la idea del bautismo de sangre.
Tertuliano, Sobre el Bautismo, 203: “… está, de
hecho, prescrito que nadie puede alcanzar la salvación sin el bautismo,
especialmente en vista de esa declaración del Señor que dice: ‘Si uno no
renaciera del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos’ [Juan 3, 5]…”[172].
Por lo tanto, aquellos que piensan que el bautismo de sangre es una
enseñanza de la Iglesia católica, sólo porque este error fue enseñado por
algunos Padres, están simplemente equivocados, al igual que los Padres que
declararon que los niños no bautizados sufren el fuego del infierno y que los
herejes no pueden bautizar válidamente. La teoría del bautismo de sangre no fue
enseñada universal o constantemente en la tradición católica y nunca ha sido
enseñada o mencionado por ninguno Papa, concilio o en alguna encíclica papal.
Una de las mayores objeciones por parte de los defensores del bautismo de
deseo/sangre es la afirmación de que la Iglesia católica reconoce santos que
nunca recibieron el sacramento del bautismo. La respuesta a esto es que la Iglesia católica nunca ha reconocido que
hay santos en el cielo que no hayan sido bautizados. Algunos historiadores
han escrito relatos de las
vidas de algunos santos en que esos santos murieron sin el bautismo de agua –
por el “bautismo de sangre”–; pero las afirmaciones de esos historiadores no
prueban nada.
No toda la información que rodea la muerte de los mártires es exacta. Por
ejemplo, “Según San Ambrosio, Prudencio y
el Padre Butler, Santa Inés fue decapitada. Otros habían dicho que [Santa Inés]
fue quemada hasta la muerte. Nuestro punto es que no todos los datos que
figuran en la descripción del martirio son necesariamente precisos, coherentes,
o completos”[173].
Papa San Gelasio, Decretal, 495: “Del mismo modo las acciones de los santos mártires (…) [las cuales], con singular cautela, como
quiera que se ignoran completamente los nombres de los que las escribieron,
no se leen en la Santa Iglesia romana, a fin de no dar ni la más leve
ocasión de burla”[174].
El Papa San Gelasio dice aquí que los actos y hechos registrados de los
mártires son inciertos. Sus autores son desconocidos, los relatos pueden contener
errores y ni siquiera se leen en la Santa Iglesia romana para evitar el
escándalo y la burla que pueda derivarse de cualquier afirmación falsa
contenida en ellos. De hecho, en su obra The
Age of Martyrs [La Edad de los Mártires], el renombrado abad historiador de
la Iglesia, Giuseppe Ricciotti, dice: “Por
guías tenemos los documentos apropiados. Estos, sin embargo, como ya hemos
visto, son a menudo dudosos y nos
llevarían por completo por el mal camino. Especialmente poco fiables son las
Actas o Pasiones de los mártires”[175]. La
enseñanza infalible de la Iglesia católica, en cambio, es absolutamente
confiable, y nunca ha enseñado que las almas pueden salvarse por el “bautismo
de sangre” sin el sacramento del bautismo. Así, en resumen, no hay ninguna
prueba de que algún santo mártir de la fe católica no haya nunca recibido el
sacramento del bautismo.
LOS CUARENTA MÁRTIRES DE SEBASTE
Un ejemplo de cómo los defensores del bautismo de sangre yerran sobre este
asunto es cuando afirman que el cuadragésimo mártir de Sebaste no estaba
bautizado. Ellos dicen que no estaba bautizado, pero que se unió a los otros
treinta y nueve mártires y se congeló hasta morir en el lago por Cristo. El
hecho es que no hay pruebas de que el cuadragésimo mártir de Sebaste no
estuviese bautizado, cuya identidad se desconoce. Los relatos de la historia
revelan que él “gritó con voz alta que era cristiano”, probablemente porque ya
estaba bautizado católico y fue impulsado al martirio por el ejemplo de los
otros treinta y nueve. Además, en el Martirologio Romano, en la fecha del 9 de
septiembre, leemos:
“En Sebaste de
Armenia, San Severiano, siendo soldado del Emperador Licinio, y, visitando a menudo a los cuarenta mártires
presos en la cárcel, fue por orden del presidente Lisias colgado en el aire
con una gran piedra atada a los pies…”[176].
Lo cierto es que Severiano no fue el cuadragésimo mártir (dada la fecha y
circunstancias de su muerte). Vemos en este relato que otras personas y
soldados podían visitar a los cuarenta en la cárcel. Por lo tanto, los cuarenta
mártires fácilmente podrían haber bautizado a cualquier soldado que mostrase
interés y simpatía por su causa, incluyendo
aquel que se unió a ellos después (si es que todavía no estaba bautizado).
Por lo tanto, no hay nada que pruebe que el cuadragésimo mártir no haya sido
bautizado, y sabemos que él lo estaba
por la verdad de nuestra fe. Lo mismo puede decirse de todos de los aproximadamente
20 casos que son presentados por los defensores del bautismo de sangre.
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “Y habiendo por el primer hombre entrado la
muerte en todos, si no renacemos por el
agua y el Espíritu, como dice la Verdad, no podemos entrar en el reino de los cielos (Juan 3, 5). La
materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[177].
Cito textualmente, del hermano Robert Mary, el
libro Father Feeney and The Truth About
Salvation [El Padre Feeney y la Verdad sobre la Salvación] pp. 173-175, que
aclara algunas de las confusiones que se producen en torno a este tema:
“Ahora
vamos a examinar la evidencia histórica planteada por aquellos que afirman que
‘el bautismo de sangre’ es un sustituto del sacramento del bautismo (e incluso
superior a éste). Esta evidencia se encuentra en los numerosos escritos que han
llegado hasta nosotros durante los siglos, como se registra en varios
martirologios, las actas de los mártires, las vidas de los santos y fuentes
similares. La información más concisa sobre los mártires se encuentra en los
martirologios.
“El
actual Martirologio Romano es un
catálogo de los santos honrados por la Iglesia, no sólo aquellos martirizados
por la fe. Apareció por primera vez en 1584, y se deriva de martirologios
antiguos que existieron en el siglo IV, además de los registros oficiales y no
oficiales tomados de las actas de los mártires que se remontan al siglo II. Se
ha revisado varias veces desde su primera compilación. Cuando fue destinado
a revisar los relatos antiguos, San Roberto Belarmino tuvo que ser contenido
por las supresiones de redacciones excesivamente escépticas.
“En
primer lugar, quienes informaron por primera vez de las circunstancias de las
muertes de los mártires, no tenían la intención de proporcionar la información
de ‘los registros de bautismo’ que más tarde pudo ser compilada. Si el cronista
no hace mención del bautismo del mártir, no significa necesariamente que nunca
haya sido bautizado. Un ejemplo de ello es el de San Patricio. Él no era un
mártir, pero su bautismo nunca fue registrado. Sin embargo, sabemos
positivamente que recibió el sacramento, puesto que era obispo.
“A
continuación, aun cuando un cronista afirme positivamente que un mártir no haya
sido bautizado, debe entenderse en el sentido de que no ‘estaba registrado’
como si hubiera sido bautizado. En aquellos tiempos, sobre todo, nadie podía
esperar saber con certeza que otro no hubiera sido bautizado.
“En tercer lugar, si un
cronista dice que un mártir fue ‘bautizado en su propia sangre’, esto no
excluye automáticamente la recepción anterior del sacramento por agua. Cuando
Cristo se refirió a su Pasión venidera como un ‘bautismo’, Él ya había sido
bautizado por San Juan en el Jordán.
“En
cuarto lugar, el ‘bautismo de sangre’ debe entenderse como el mayor acto de
amor de Dios que un hombre puede hacer. Dios lo premia con la entrada directa
al cielo para aquellos que ya están bautizados y dentro de la Iglesia: no hay
purgatorio; es una confesión perfecta. Si el ‘bautismo de sangre’ pudiera
sustituir a algún sacramento, ese sería el sacramento de la penitencia, porque
la penitencia no obliga como necesidad de medios, sino sólo de precepto.
“En su
libro Church History [Historia de la
Iglesia], el Padre John Laux, M. A., escribe:
‘Si él [el cristiano] estaba destinado a perder
su vida, se le había enseñado que el martirio era un segundo bautismo,
que lava toda mancha, y que el alma del mártir estaba segura en la admisión
inmediata en la felicidad perfecta del cielo’.
“En
quinto lugar, cuando un mártir se conoce como un ‘catecúmeno’, no siempre
quiere decir que no estuviera bautizado. Un catecúmeno era una persona que está
aprendiendo la fe, como estudiante en una clase llamada catecumenado, con un
maestro llamado catequista. Que los estudiantes continuasen en sus clases
incluso después de ser bautizados, se confirma de manera concluyente por estas
palabras de San Ambrosio a sus catecúmenos: ‘Sé muy bien que muchas cosas
todavía tienen que ser explicadas. Es posible que les parezca extraño que no se
les haya dado una enseñanza completa sobre los sacramentos antes de que se los
bautizara. Sin embargo, la antigua disciplina de la Iglesia nos prohíbe revelar
los misterios cristianos a los no iniciados. Porque el pleno significado de los
sacramentos no puede ser comprendida sin la luz que ellos mismos derraman en
vuestros corazones’ (Sobre los Misterios
y Sobre los Sacramentos, San
Ambrosio)”.
Puesto que los no bautizados no eran considerados
parte de los fieles hasta que eran
bautizados (siempre se les exigía que se retirase antes de comenzar la Misa de
los fieles), el Hno. Robert Mary está señalando que algunas personas que habían
sido recién bautizadas se encontraban realizando la instrucción, ellas eran
ocasionalmente referidas como “catecúmenos”.
Papa San Silvestre I, Primer
Concilio de Nicea, 325 d.C., canon 2: “Porque un catecúmeno necesita
tiempo y más libertad condicional después del bautismo…”[178].
En la tradición, la Iglesia no revelaba ciertas
cosas, excepto a los iniciados (los bautizados). Así, después que una persona
era bautizada, él o ella frecuentemente continuaba con la instrucción
catequística, y, por lo tanto, a veces se denomina “catecúmeno”. El hecho que
haya una distinción entre los catecúmenos no
bautizados y los catecúmenos bautizados
está implícito en la siguiente cita del Concilio de Braga de 572.
Concilio de Braga, 572, canon 17: “Ni la conmemoración del sacrificio
[oblationis] ni el servicio de
canto [psallendi] se debe
emplear para los catecúmenos que han muerto sin el bautismo”[179].
Si aquellos descritos como “catecúmenos” no
siempre estaban bautizados, entonces no habría necesidad de que el Concilio
dijera que ni el canto o el sacrificio deban emplearse para los catecúmenos
“que han muerto sin el bautismo”. Por lo tanto, el hecho que el
Martirologio Romano describa algunos santos como “catecúmenos”, tales como Santa
Emerenciana, no prueba que no hayan sido bautizados, aun cuando el término
“catecúmeno” normalmente significa no bautizados. Además, el Martirologio
Romano no es infalible y contiene errores históricos.
Donald Attwater, Un Diccionario
Católico, p. 310: “Una declaración histórica en el ‘Martirologio’, como
tal, no tiene autoridad… Se encuentran una serie de entradas en el Martirologio
Romano que no son satisfactorias cuando son examinadas”[180].
En cuanto al Breviario Romano, Dom Prosper
Guéranger, uno de los liturgistas más célebres en la historia de la Iglesia,
parece corregir algunos errores en el Breviario Romano:
Dom Prosper Guéranger, Año
Litúrgico, vol. 8 (Santos Tiburcio, etc.), p. 315: “La solemnidad del 22 de
noviembre, antes precedida por una vigilia, está marcada en el breviario
Romano como el día de su martirio [de Santa Cecilia]; pero, en realidad,
es el aniversario de su basílica en Roma”[181].
Más adelante, en la sección dedicada a San
Gregorio Nacianceno (pp. 76-77), vemos que si se aplicara como infalible la
enseñanza del Breviario sobre temas teológicos, entonces habría que rechazar el
bautismo de deseo. Sigo con la cita del Hno. Robert Mary:
“En
sexto lugar, en aquellos días, un bautismo formal era una ceremonia muy
impresionante realizada por el obispo. Sin embargo, la Iglesia siempre ha enseñado
que, en caso de necesidad, cualquier persona, de cualquier sexo que ha
alcanzado el uso de la razón, católico o no católico, puede bautizar utilizando
las palabras correctas y con la intención de hacer lo que la Iglesia hace por
el sacramento. Por lo tanto, en la Iglesia primitiva, los cristianos bautizados
y los catecúmenos no bautizados eran instruidos para que, en las ocasiones que
estallaban las persecuciones, se administrasen el sacramento el uno al otro,
siempre y cuando la necesidad lo impusiera”.
“En
séptimo lugar, la salvación se nos hizo posible cuando, en la Cruz del
Calvario, nuestro Señor Jesucristo sacrificó su sagrado cuerpo y sangre en
expiación por nuestros pecados. Por lo tanto, un hombre es salvo, no por el
sacrificio de su sangre humana, sino por el sacrificio de la preciosísima
sangre divina de nuestro Santísimo Salvador.
“Vamos
a decirlo de otra manera: En nuestra opinión, la certeza absoluta de la
remisión del pecado original y la incorporación en Cristo y su Iglesia, se
efectúan exclusivamente por el agua a la que, solamente Cristo ha dado ese
poder. La sangre de un hombre no tiene tal poder. El martirio es el
mayor acto de amor de Dios que un hombre puede hacer, pero no puede sustituir
el sacramento del bautismo”.
No hay necesidad de examinar en detalle todos
los menos de 20 casos individuales de martirios de santos (entre miles),
que algunos dicen se produjeron sin el bautismo. Por ejemplo, en el caso de Santa
Emerenciana – que fue martirizada mientras rezaba públicamente ante la
tumba de Santa Inés durante la persecución de Diocleciano –, se podría señalar
que el relato de su martirio ofrece una situación que, en sí misma, sugiere que
ya estaba bautizada, porque ella no se habría expuesto al peligro de esa manera
durante la persecución si aún no hubiese estado bautizada. O incluso si no fue
bautizada antes de que ella fuera atacada (lo que es muy poco probable), ella
ciertamente pudo haber sido bautizada después del ataque por su madre que la
acompañaba en la tumba para orar (según los relatos).
Hay tantas historias que dan una impresión
totalmente diferente y tienen un significado distinto si sólo un pequeño
detalle es omitido. Tomemos, por ejemplo, el caso de San Venancio. A los 15
años de edad, San Venancio fue llevado ante el gobernador durante la
persecución del emperador Decio:
“Uno de los funcionarios, de nombre Anastasio, al notar la valentía
con que él [San Venancio] sufrió sus tormentos, y habiendo visto a un ángel
con una túnica blanca caminando por encima del humo, y liberando nuevamente a
Venancio, [Anastasio] creyó en Cristo, y junto con su familia fue
bautizado por el sacerdote Porfirio, con quien él después mereció recibir
la palma del martirio”[182].
Esta interesante historia nos muestra, una vez
más, cómo Dios bautiza a todos sus elegidos, pero adviértase cuán fácil podría
ser mal interpretado si un simple detalle se hubiera omitido. Si el único punto
acerca de cómo Anastasio y su familia fueron bautizados por Porfirio se hubiera
omitido, es casi seguro que el lector tendría la impresión que Anastasio fue un
mártir por Cristo que nunca recibió el bautismo – recibiendo en cambio el
“bautismo de sangre”.
El hecho es que no hay necesidad de pasar por todos estos pocos casos y
demostrar que: 1) no hay ninguna prueba de que el santo – de quien dicen no fue
bautizado – no haya sido bautizado, y 2) hay muchas explicaciones para saber
cómo el santo pudo haber sido y fue bautizado. Todo lo que es necesario para
refutar la afirmación de que hay santos no bautizados es mostrar que la Iglesia
ha enseñado infaliblemente que nadie
puede ir al cielo sin haber renacido del agua y del Espíritu Santo por el
sacramento del bautismo.
Papa Paulo III,
Concilio de Trento, canon 5 sobre el sacramento del bautismo, ex
cathedra: “Si alguno dijere que el
bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la
salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[183].
Sin embargo, un presunto caso del “bautismo de sangre” es particularmente
interesante.
SAN ALBANO Y SU GUARDIA CONVERTIDO
San Albano fue el protomártir de Inglaterra (303 d.C.). El relato de su
martirio es particularmente interesante e instructivo sobre este tema. En el
camino a su martirio, uno de los guardias que lo llevó a su ejecución se
convirtió a Cristo. El Martirologio Romano (un documento falible), así como el Butler’s Lives of the Saints [Vidas de
los Santos de Butler], dice que el guardia fue “bautizado en su propia sangre”.
San Beda el Venerable, un historiador de la Iglesia, que también relata la
historia (y que es uno de los cerca de 8 Padres que son citados en favor del
bautismo de sangre), dice que el martirio del guardia se produjo sin la
“purificación del bautismo”. Pero vea esto: al relatar la historia de los
martirios de San Albano y su guardia, San Beda y La Vida de los Santos de
Butler revelan un punto muy importante.
San Beda: “Al llegar a la cumbre, San Albano le
pidió a Dios que le diera agua, y de repente un manantial perenne brotó a sus
pies…”. Butler: “La súbita conversión del cacique ocasionó un
retraso en la ejecución. Mientras tanto, el santo confesor (Albano), con la
muchedumbre, subió la colina (…) Allí
Albano, cayendo de rodillas, en oración, una fuente brotó, con cuya agua refrescó su sed (…) El soldado, junto con San Albano, que se había
negado manchar sus manos en su sangre, y se había declarado cristiano, fue
también decapitado, siendo bautizado en su propia sangre”[184].
El lector puede estar confundido en este punto, y con razón, así que permítanme
explicar. Tenemos dos relatos (falibles) del martirio de San Albano y su
guardia, el de San Beda y La Vida de los
Santos de Butler. ¡Ambos registran
que justo antes del martirio de San Albano y su guardia, San Albano oró por el
“agua”, que milagrosamente brotó! ¡San Beda luego dice que el guardia murió
sin ser bautizado! ¡Butler dice que el agua no era más que para “refrescar” la
sed de Albano! Con el debido respeto a San Beda y las cosas buenas de Butler,
¿qué tan obvio es? Un santo, que tenía unos pocos minutos para vivir y que
tenía un converso que deseaba entrar en la Iglesia de Cristo, ¡no pediría el
agua milagrosa para “refrescar su sed”! Es obvio que pidió el agua milagrosa para
bautizar al guardia convertido, y Dios la proporcionó por la sincera
conversión, ya que “quien no renaciere
del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios”. Este
es un excelente ejemplo de cómo los errores del bautismo de sangre y de deseo
se han perpetuado – pasando por conclusiones falibles de hombres falibles –. Y este ejemplo de San Albano y su guardia,
que en realidad muestra la absoluta necesidad del sacramento del bautismo, es
con frecuencia y falsamente utilizado contra la necesidad del sacramento del
bautismo.
RESUMIENDO LOS HECHOS SOBRE EL BAUTISMO DE SANGRE
Como ya se ha dicho, la teoría de bautismo de sangre nunca ha sido
enseñada por un Papa, ni por un Concilio ni en ninguna encíclica papal. Al
menos 5 concilios dogmáticos de la Iglesia católica emitieron definiciones
detalladas sobre el bautismo, y ni uno de ellos menciona el concepto o el
término bautismo de sangre. El Concilio de Trento tiene 14 cánones sobre el
bautismo, y el bautismo de sangre no se menciona en ninguna parte. Y, de hecho,
todas las declaraciones infalibles de los Papas y de los concilios excluyen la
idea.
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Cantate Domino”, ex cathedra: “Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su
sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el
seno y unidad de la Iglesia católica”[185].
¡El Papa Eugenio IV excluye explícitamente de la salvación incluso a
aquellos que “derramen su sangre por el nombre de Cristo” si no permanecieren
en el seno y unidad de la Iglesia! ¡Y, como ya se ha demostrado, los no
bautizados no viven en el seno y unidad de la Iglesia (de fide)! Los no bautizados no están bajo la jurisdicción de la
Iglesia católica (de fide, Concilio de
Trento, sesión 14, cap. 2)[186]; los
no bautizados no son miembros de la Iglesia católica (de fide, Pío XII, Mystici Corporis, # 22)[187]; y los
no bautizados no tienen la marca de cristianos (de fide, Pío XII, Mediator
Dei, # 57)[188].
Si el “bautismo de sangre” verdaderamente sirviera como sustituto para el
sacramento del bautismo, Dios nunca habría permitido que la Iglesia católica
entendiera en sus decretos infalibles a Juan 3, 5 como según está escrito (Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439,
etc.). Esto es cierto porque la Iglesia no puede errar en la comprensión
oficial de las Escrituras.
Además, Dios no hubiera permitido que el infalible Concilio de Trento
dejase pasar completamente alguna mención de esta “excepción” en sus cánones
sobre el bautismo y en sus capítulos sobre la justificación como forma
alternativa de alcanzar el estado de gracia. Él nunca hubiera permitido que
todas las definiciones infalibles de los Papas sobre un solo bautismo evitaran alguna mención del “bautismo de sangre”.
Y Dios no habría permitido que el Papa Eugenio IV definiese que nadie, aun
cuando derramare su sangre por el nombre
de Cristo, puede salvarse si no se hallare en el seno y unidad de la
Iglesia católica, sin que mencionase la excepción del “bautismo de sangre”. Dios nunca ha permitido que se enseñe la
teoría del bautismo de sangre en un concilio, ni por un Papa, ni en un decreto
infalible, salvo los teólogos falibles y los falibles Padres de la Iglesia.
Todo esto se debe a que el bautismo de sangre no es una enseñanza de la Iglesia
católica, sino una especulación errónea de ciertos Padres que también
erraban a menudo en sus mismos documentos.
No hay ninguna necesidad que Dios salve a alguien por el bautismo de sangre
(o bautismo de deseo), ya que Él puede mantener con vida a cualquier alma
sincera hasta que se bautice, como vimos en el caso de San Albano y el guardia
convertido. San Martín de Tours devolvió
a la vida un catecúmeno que había muerto para poder bautizarlo[189]. Santa
Juana de Arco devolvió a la vida un niño muerto para que ella lo bautizara[190]. Hay
muchos milagros similares. Un ejemplo llamativo es el que ocurrió en la vida del
mismo San Pedro. Mientras estaba encadenado a un pilar en la cárcel Mamertina
en Roma, bautizó a dos de sus guardias, Proceso y Martiniano, con agua que milagrosamente brotó del suelo
a poca distancia de las manos de San Pedro. Estos guardias fueron encarcelados
también con San Pedro y debieron someterse a la ejecución al día siguiente
porque eran conversos. Su deseo por el bautismo (bautismo de deseo) y su
martirio por la fe (bautismo de sangre) no habrían sido suficientes. Tuvieron
que ser bautizado con el “agua y el Espíritu Santo” (Juan 3, 5). Y Dios al ver
que realmente deseaban el sacramento, lo suministró milagrosamente.
La historia también registra que San Patricio – quien resucitó de entre los
muertos a más de cuarenta personas – resucitó de entre los muertos a una serie
de personas precisamente para bautizarlos, algo que era totalmente
innecesario si alguien pudiese salvarse sin ser bautizado. Así lo señala un erudito:
“En total, San Patricio trajo a la vida cerca de cuarenta
infieles en Irlanda, uno
de los cuales fue el rey Echu. (...) Al resucitarlo de entre los muertos, San
Patricio lo instruyó y lo bautizó, preguntándole lo que había visto del otro
mundo. El rey Echu contó cómo en
realidad había visto el trono preparado para él en el cielo debido a haber
estado en su vida abierto a la gracia de Dios Todopoderoso, pero que no se
le permitió entrar, precisamente porque
no estaba aún bautizado. Después de recibir los sacramentos (...)
murió en el acto y se marchó a su recompensa”[191].
El mismo estudioso además nota:
“Se registran
muchos santos que resucitaron adultos específicamente y exclusivamente para el
sacramento del bautismo, incluyendo a San Pedro Claver, Santa Winifred
[Wenefrida] de Gales, San Julián de Mans, San Eleuterio, y otros. Pero aún más,
hasta niños pequeños resucitaron para el sacramento de la salvación: San
Gregorio Nacianceno, (…) San Hilario, (…) Santa Isabel, (…) Santa Coleta, (…)
Santa Francisca Romana, (…) Santa Juana de Arco, (…) San Felipe Neri, (…) San
Francisco Javier, (…)San Gildas, (…) San Gerardo Mayela, (…) por nombrar
algunos”[192].
Uno de los casos más interesantes es la historia de Agustina, la esclava,
que se relaciona en la vida de San Pedro Claver, un misionero jesuita en
Colombia del siglo XVII.
“Cuando el Padre
Claver llegó a su lecho de muerte, Agustina estaba fría al tacto, su cuerpo ya
se estaba preparando para el entierro. Él oró junto a su cama durante una hora,
cuando de repente la mujer se incorporó, vomitó un charco de sangre, y declaró
al ser preguntada por los asistentes: ‘Vengo
de un viaje a través de un largo camino. Después de haber recorrido el largo
camino, me encontré con un hombre blanco de gran belleza que estaba ante mí y
me dijo: ¡Alto! Usted no puede ir más lejos’. (…) Al oír esto, el Padre Claver
despejó la sala y se dispuso a escuchar su confesión, pensando que estaba en la
necesidad de la absolución por algún pecado que pudo haber olvidado. Pero en el
transcurso del ritual, San Pedro Claver fue inspirado para darse cuenta de que ella
nunca había sido bautizada. Él cortó su confesión y se negó a darle la
absolución, pidió en cambio el agua con la que la bautizaría. El amo de
Agustina insistió en que no necesitaba el bautismo ya que había estado a su
servicio durante veinte años y nunca había fallado ir a Misa, a la confesión,
la comunión todo ese tiempo. Sin embargo, el
Padre Claver insistió en bautizarla, después de lo cual murió Agustina de nuevo
con alegría y en paz en presencia de toda la familia”[193].
El gran “Apóstol de las Montañas Rocosas”, el P. Pierre de Smet, quien fue
el extraordinario misionero para los indios americanos en el siglo XIX, también
fue un testigo – al igual que sus compañeros misioneros jesuitas – de muchas
personas que volvieron para el bautismo en circunstancias milagrosas.
P. de Smet, 18 de
diciembre de 1839: “A menudo he observado que muchos de los niños parecen
esperar el bautismo antes de su volar al cielo, porque mueren casi inmediatamente después de recibir el sacramento”[194].
P. de Smet, 9 de
diciembre de 1845: “… más de un centenar de niños y once personas de edad
fueron bautizadas. Muchos de estos
últimos [los ancianos], que fueron llevados sobre pieles de búfalo, parecía que sólo esperaban esta gracia
antes de ir a descansar en el seno de Dios”[195].
En este punto, el lector también querrá mirar la sección de San Isaac
Jogues y San Francisco Javier más adelante en este libro.
En la vida extraordinaria del misionero irlandés San Columbano (543 a 615
d.C.), leemos acerca de una historia similar de la providencia de Dios
queriendo llevar a todas las almas de buena voluntad al bautismo.
“[Columbano dijo]:
‘Hijos míos, hoy podrán ver un antiguo
jefe picto, que ha mantenido fielmente toda su vida los preceptos de la Ley
Natural, llegar a esta isla; él viene a ser bautizado y morir’. Inmediatamente, se vio un barco
acercarse con un hombre viejo y débil sentado en la proa, que fue reconocido
como el jefe de una de las tribus vecinas. Dos de sus compañeros lo presentaron
ante el misionero, a cuyas palabras escuchó con atención. El anciano pidió ser bautizado, e inmediatamente después exhaló su
último suspiro y fue enterrado en el mismo lugar”[196].
El Padre Point, S.J. fue compañero del P. de Smet en las misiones a los
indios en el siglo XIX. Él cuenta una historia muy interesante acerca de la
resurrección milagrosa para el bautismo de una persona que había sido instruida
en la fe, pero murió al parecer sin recibir el sacramento.
Padre Point, S.J.,
citado en La Vida del Padre de Smet,
edición inglesa, pp. 165-166: “Una mañana, al salir de la iglesia me encontré
con una mujer india, que dijo: ‘Tal persona no está bien’. Ella [la persona que
no estaba bien] no era todavía un catecúmeno y yo le dije que iría a verla. Una
hora más tarde la misma persona [que vino y le dijo que la persona no estaba
bien], que era su hermana, vino a mí
diciendo que ella había muerto. Corrí a la tienda, con la esperanza que ella
pudiese estar equivocada, y encontré una multitud de familiares alrededor de la
cama, repitiendo: ‘Está muerta – no ha respirado durante algún tiempo’. Para
asegurarme, me incliné sobre el cuerpo; no había ninguna señal de vida.
Reproché a estas excelentes personas por no haberme comunicado la gravedad de
la situación, y agregó: ‘¡Que Dios me perdone!’ Entonces, con cierta
impaciencia, dije: ‘¡Orad!’ y todos cayeron de rodillas y oraron devotamente.
”Me incliné nuevamente sobre el
supuesto cadáver y dije: ‘La túnica negra está aquí: ¿deseáis que os bautice?’ En la palabra bautismo vi un ligero
temblor del labio inferior; luego ambos labios se movieron, dándome a entender
que ella quería. Ella ya había sido instruida, por lo que la bauticé al
instante, y ella se levantó de su ataúd, haciendo la señal de la cruz.
Hoy en día ella está de cacería, y está totalmente convencida que ella murió en
el momento en que me avisaron”[197].
Este es otro ejemplo de una persona que ya había sido instruida en la fe,
pero tuvo que ser resucitada milagrosamente específicamente para el sacramento
del bautismo, y la resurrección milagrosa se produjo en el momento en que el
sacerdote pronunció la palabra “bautismo”.
En la vida de San Francisco de Sales, también encontramos a un niño
milagrosamente resucitado de entre los muertos específicamente para el
sacramento del bautismo.
“Un bebé, hijo de una madre protestante, había muerto sin
el bautismo. San
Francisco había ido a hablar con la madre acerca de la doctrina católica, y oró para que el niño fuera devuelto a la
vida por el tiempo suficiente para recibir el bautismo. Su oración fue
concedida, y toda la familia se hizo católica”[198].
San Francisco de Sales resume la verdad de manera maravillosamente simple
acerca de este tema cuando diserta contra los herejes protestantes.
San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, La Controversia Católica, 1602, pp. 156-157: “La forma en que se
deduce un artículo de fe es esta: la
Palabra de Dios es infalible; la Palabra de Dios declara que el bautismo es
necesario para la salvación, por lo tanto el bautismo es necesario para la
salvación”[199].
He aquí otra descripción de un niño recién nacido que murió sin el
sacramento del bautismo y fue resucitado de entre los muertos por la
intercesión de San Esteban.
“En Uzale, una mujer tenía un niño pequeño (…)
Desafortunadamente, murió antes de que tuvieran tiempo para bautizarlo. Su madre estaba abrumada por el dolor, más por su privación de la vida eterna que
por ya estar muerto para ella. Llena de confianza, tomó al niño muerto y
públicamente lo llevó a la Iglesia de San Esteban, el primer mártir. Allí comenzó a rezar por el hijo que
acababa de perder. Su hijo se movió, lanzó un grito, y fue restaurado a la vida
de repente. De inmediato lo llevó a los sacerdotes, y, después de recibir
los sacramentos del bautismo y confirmación, murió de nuevo”[200].
En sólo los Hechos de los Apóstoles nos encontramos con tres intervenciones
milagrosas involucrando el bautismo: Cornelio el centurión, el eunuco de
Candace, y Saulo de Tarso. Y en cada caso no sólo es evidente la manifestación
de la Providencia de Dios, también los individuos involucrados son obligados a
ser bautizados con el agua, siempre que sea clara su intención de hacer la
voluntad de Dios.
El hecho es que Dios mantendrá con vida a toda alma sincera hasta el
bautismo; Él es Todopoderoso y Él ha decretado que nadie entra al cielo
sin el bautismo.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, ex
cathedra: “Todo lo que Dios creó,
con su providencia lo conserva y gobierna, ‘alcanzando de un confín a otro
poderosamente y disponiéndolo todo suavemente’…”[201].
De hecho, la primera definición infalible que declara que los elegidos ven
la visión beatífica inmediatamente después de la muerte fue del Papa Benedicto
XII en Benedictus Deus. Es interesante
examinar lo que declara infaliblemente acerca de los santos y mártires
que fueron al cielo.
Papa Benedicto XII, Benedictus Deus,
1336, ex cathedra, sobre las almas de los justos que reciben la
visión beatífica: “Por esta constitución que ha de valer para siempre, por
autoridad apostólica declaramos, (…) los santos Apóstoles, los mártires, confesores, vírgenes y los otros
fieles que murieron después de
recibir el bautismo de Cristo, en los que no había nada que purgar al
salir de este mundo (…) y que las almas de los niños renacidos por el mismo bautismo de Cristo o de los que han de ser
bautizados cuando hubieren sido bautizados, que mueren antes del uso
del libre albedrío, (…) estuvieron, están y estarán en el cielo…”[202].
Al definir que los elegidos (incluidos los mártires) en los que no había
nada que purgar están en el cielo, el Papa Benedicto XII menciona tres veces
que han sido bautizados. Obviamente, de acuerdo con esta infalible definición
dogmática, ningún apóstol, mártir, confesor o virgen podría recibir la
visión beatífica sin haber recibido el bautismo.
LA TEORÍA DEL BAUTISMO DE DESEO – UNA TRADICIÓN DEL
HOMBRE
Aquellos que han sido lavados del cerebro por los apologistas de la teoría
del bautismo de deseo quizás se sorprenderán al saber que de todos los Padres
de la Iglesia, apenas uno sólo puede ser
presentado por los defensores del bautismo de deseo de haber enseñado el
concepto. Así es, sólo uno, San Agustín. Los defensores del bautismo de
deseo harán un débil intento de presentar un segundo Padre, San Ambrosio, como
veremos más adelante; pero incluso si eso fuera cierto, apenas serían dos
Padres – entre cientos que pueden ser citados –, que han especulado acerca del
concepto del bautismo de deseo. Entonces, ¿qué puede decirse acerca de las
siguientes afirmaciones de los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San
Pío X (FSSPX), que han escrito tres libros por separado sobre el “bautismo de
deseo”?
P. Jean-Marc
Rulleau (FSSPX), El Bautismo de Deseo,
p. 63: “Este bautismo de deseo compensa la falta del bautismo sacramental (…)
La existencia de este modo de salvación es una verdad enseñada por el
magisterio de la Iglesia y sostenida desde los primeros siglos por todos los Padres. Ningún teólogo
católico la ha impugnado”[203].
P. Francois Laisney
(FSSPX), ¿Es el Feeneyismo Católico?,
p. 79, sobre el bautismo de deseo: “No
sólo es la enseñanza común, sino la enseñanza unánime; no sólo desde los principios de este milenio,
sino más bien desde el principio de la Iglesia…”[204].
Estas declaraciones son totalmente falsas y gravemente mentirosas,
tergiversan por completo la enseñanza de la tradición y corrompen la fe de la
gente, como veremos. Los padres son
unánimes en contra de la idea de
que cualquier persona (incluyendo un catecúmeno), pueda salvarse sin el
bautismo en agua, como hemos demostrado. Pero examinemos la enseñanza de un padre, San Agustín, que sí
expresó la creencia (al menos a veces) en la idea de que un catecúmeno puede
salvarse sin el sacramento del bautismo por su deseo de él.
San Agustín es citado a favor del concepto del bautismo de deseo, pero lo
cierto es que él luchó con la cuestión, a veces claramente oponiéndose a la
idea de que los catecúmenos no
bautizados podrían lograr la salvación, y otras veces apoyándola.
San Agustín, 400:
“Que el bautismo a veces es suplido por el sufrimiento es apoyado por un
argumento de peso que extrae el mismo beato Cipriano (…) Teniendo en cuenta esto una y otra vez, yo encuentro que no sólo el sufrimiento por el nombre de
Cristo puede suplir lo que falta por medio del bautismo, sino incluso la fe y la
conversión del corazón, si (…) el recurso no puede tenerse para la celebración
del misterio del bautismo”[205].
Hay dos puntos interesantes acerca de este pasaje. El primero se refiere al
bautismo de sangre: nótese que San Agustín dice que su creencia en el bautismo
de sangre se apoya en una conclusión o argumento de San Cipriano, no arraigada
en la tradición de los Apóstoles o los Romanos Pontífices. Como ya hemos visto,
varias de las conclusiones de San Cipriano fueron incorrectas, por decirlo
amablemente, tal como su “conclusión”, de que era de “tradición apostólica”,
que los herejes no pueden conferir el bautismo. Por lo tanto, San Agustín está
revelando aquí un punto muy importante: que
su creencia, incluso en el bautismo de sangre, tiene sus raíces en la falible
especulación humana, no en la revelación divina o en la tradición infalible.
Él admite que podría estar equivocado y,
de hecho, él lo está.
En segundo lugar, cuando San Agustín concluye que él también cree que la fe
(es decir, la fe en el catolicismo) y un deseo por el bautismo podría tener el
mismo efecto que el martirio, dice: “Teniendo
en cuenta esto una y otra vez…”. Al decir que lo consideraba una y otra
vez, San Agustín está admitiendo que su opinión sobre el bautismo de deseo es algo que también ha salido de su propio
examen, no de la tradición o la enseñanza infalible. Esto es algo con que
él ciertamente luchó y se contradijo a sí mismo, como se mostrará. Todo esto
sirve para probar, una vez más, que el bautismo de deseo como el bautismo de
sangre, es una tradición del hombre, nacida de la errónea y falible
especulación humana (aunque sean de algunos grandes hombres), y no tiene sus
raíces o se deriva de alguna tradición de los Apóstoles o de los Papas.
Curiosamente, en el mismo conjunto de obras sobre el bautismo ya citada,
San Agustín cometió un error diferente, que más tarde corrigió en su Libro
de Retractaciones. En ese conjunto de obras, originalmente había declarado
que el buen ladrón, que murió en la cruz junto a nuestro Señor, era un ejemplo
del bautismo de sangre. Más tarde corrigió esto, señalando que el buen ladrón
no podía ser utilizado como un ejemplo del bautismo de sangre, porque no
sabemos si el buen ladrón fue alguna vez bautizado[206]. Pero
en realidad, el buen ladrón no se puede utilizar como un ejemplo del bautismo
de sangre, sobre todo porque el buen ladrón murió bajo la Antigua Ley, no bajo
la Nueva Ley; murió antes que la ley del bautismo fuera instituida por nuestro
Señor Jesucristo después de la Resurrección. Por esa razón, el buen ladrón, al
igual que los Santos Inocentes, no constituye ningún argumento en contra de
la necesidad de recibir el sacramento del bautismo para la salvación.
Catecismo del Concilio
de Trento, El bautismo hecho obligatorio después de la Resurrección de
Cristo, p. 171: “Porque están conformes los sagrados escritores que,
después de la resurrección del Señor, cuando manda a los Apóstoles: Id e instruid a todas las naciones, bautizándolas
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que
habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron a estar obligados a la ley
del bautismo”[207].
De hecho, cuando nuestro Señor le dijo al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”,
Jesús no se refería al cielo, sino en realidad al infierno. Como los católicos
saben, nadie entró al cielo hasta que nuestro Señor lo hizo, después de su
Resurrección. En el día de la Crucifixión, Cristo descendió a los infiernos,
como dice el Credo de los Apóstoles. Él no descendió al infierno de los
condenados, sino al lugar en el infierno llamado el Limbo de los Padres,
el lugar de espera de los justos del Antiguo Testamento, quienes no podían
entrar al cielo hasta que viniera el Salvador.
1 Pedro 3, 18-19:
“Porque también Cristo murió una vez por nuestro pecado, (…) En el cual
fue a predicar a los espíritus encarcelados”.
A fin de probar el punto de que el buen ladrón no se fue al cielo en el día
de la Crucifixión, está el hecho de que en el Domingo de la Resurrección,
cuando María Magdalena se encontró con el Señor resucitado, Él le dijo: “No
me toques, porque aún no he subido a mi Padre”.
Juan 20, 17: “[En
el día de la Resurrección] Jesús le dice: ‘María’. Vuelta ella, le dice:
‘Rabboni’ (que quiere decir: ‘Maestro’). Jesús le dice: ‘No me toques, porque
aún no he subido a mi Padre…”.
Nuestro Señor ni siquiera había ascendido al cielo en el Domingo de la
Resurrección. Por tanto, es un hecho que nuestro Señor y el buen ladrón no
estaban juntos en el cielo el Viernes Santo, sino que estaban en el Limbo de
los Padres, la prisión descrita en 1 Pedro 3, 18-19. Jesús llamó a este lugar
paraíso porque Él estaría allí con los justos del Antiguo Testamento. Así que,
como San Agustín admitió más tarde, él cometió un error al referirse al buen
ladrón como un ejemplo para este punto. Esto demuestra, una vez más, que
sólo la enseñanza dogmática de los Papas es infalible, así como la tradición
universal y constante. Pero el mismo San
Agustín, en muchos, muchos lugares, afirma la tradición universal de los
Apóstoles de que nadie se salva sin el sacramento del bautismo; y, de hecho él
negó en numerosas ocasiones el concepto de que un catecúmeno puede ser salvo
sin el sacramento del bautismo por su sólo deseo.
San Agustín, 395:
“… Dios no perdona los pecados, excepto a los bautizados”[208].
San Agustín, 412:
“… los cristianos púnicos no llaman sino al bautismo salvación (…) ¿De dónde se
deriva, excepto de una antigua y, como supongo, apostólica tradición, por la
cual las Iglesias de Cristo creen inherentemente que sin el bautismo y la
participación en la mesa del Señor es imposible que alguien alcance ya sea el
reino de Dios o la salvación y la vida eterna? Este es también el testimonio de la Escritura”[209].
San Agustín, 391: “Cuando nos encontremos ante su vista [de Dios], vamos a
contemplar la equidad de la justicia de Dios. Entonces nadie dirá: (…) ¿Por
qué éste hombre fue llevado por el mandato de Dios a ser bautizado, mientras
que aquél hombre, aunque vivió correctamente como un catecúmeno, fue asesinado en un desastre repentino, y no fue
bautizado? Busca recompensas, y encontrarás nada más que
castigos”[210].
Aquí vemos a San Agustín rechazar completamente el concepto del bautismo de
deseo. ¡Nada podría ser más claro! ¡Él dice que Dios mantiene con vida a
los catecúmenos sinceros hasta su bautismo, y que aquellos que buscan
recompensas de esos catecúmenos no bautizados encontrarán nada más que
castigos! ¡San Agustín hasta pone especial énfasis en afirmar que el
Todopoderoso no permite que los catecúmenos no bautizados sean asesinados,
excepto por una razón! Aquellos que dicen que San Agustín defendió el
bautismo de deseo, por lo tanto, simplemente no están siendo coherentes con los
hechos. Ellos deberían agregar la reserva de que él, en varias ocasiones, rechazó
la idea y estuvo en ambos lados de la cuestión. Por lo tanto, el único
Padre que los defensores del bautismo de deseo pueden citar a favor del
concepto (San Agustín), en realidad negó el concepto del bautismo de deseo
muchas veces.
San Agustín: “Por mucho que avance el catecúmeno,
todavía lleva la carga de su maldad: ni se le quitara de él a menos que
venga al bautismo”[211].
Aquí vemos otra vez a San Agustín afirmando la verdad apostólica – al decir
que ningún catecúmeno puede ser liberado del pecado sin el bautismo – de que
nadie entra al cielo sin el bautismo en agua y negando explícitamente el
concepto del bautismo de deseo. Todo esto demuestra que el bautismo de
deseo no pertenece a la tradición universal de los Apóstoles; totalmente
contraria es la tradición universal de los Apóstoles y de los Padres, esto es,
que ningún catecúmeno puede ser salvo sin el bautismo en agua.
De entre los cientos de los Padres de la Iglesia, el otro que citan los
defensores del bautismo de deseo es San Ambrosio. Ellos creen que en su
discurso fúnebre a su amigo (el emperador Valentiniano) enseñó que el emperador
(que sólo fue un catecúmeno) se había salvado por el deseo del bautismo. Pero
el discurso fúnebre de San Ambrosio para Valentiniano es extremadamente ambiguo
y puede interpretarse de diversas maneras. Por tanto, es gratuito que ellos
afirmen que él enseñe claramente la idea del bautismo de deseo.
San Ambrosio, Oración fúnebre de Valentiniano, siglo
IV: “Pero he oído que os afligís porque él no recibió
los sacramentos del bautismo. Decidme, ¿qué otra cosa hay en vuestro poder que
no sea el deseo, la súplica? Pero él incluso tuvo este deseo durante mucho
tiempo, que, cuando él viniera a Italia, él se iniciaría (…) ¿No obtuvo, entonces,
la gracia que deseaba? ¿No obtuvo la gracia que pidió? Y porque él pidió, el
recibió, y por eso se dice: ‘Mas el justo, aunque sea arrebatado de muerte
prematura, estará en el lugar de reposo’ (Sab. 4, 7)… O si os perturba el hecho
de que los misterios no hayan sido celebrados solemnemente, entonces debéis comprender que ni
siquiera los mártires son coronados si ellos son catecúmenos, porque ellos no
son coronados si no están iniciados. Pero si son lavados en su propia
sangre, su piedad y deseo los han lavado, también”[212].
Reflexionemos por un momento de lo que él acaba de decir. Todos los fieles
congregados por el servicio memorial estaban afligidos y de luto. ¿Por qué
estaban afligidos? Ellos lo estaban porque no hay evidencia de que
Valentiniano, un conocido catecúmeno, haya sido bautizado. Pero si el bautismo
de deseo fuera algo contenido en el depósito de fe y parte de tradición
apostólica, ¿por qué estaban afligidos? ¿No deseó fervientemente Valentiniano
el bautismo? Con todo, esos fieles estaban afectados por el dolor porque a
todos ellos se les había enseñado, y por lo tanto, era lo que creían, que nadie
que no “renaciere de agua y el Espíritu Santo, puede entrar al reino de Dios”
(Juan 3, 5). A todos ellos se les había enseñado que nadie es salvo sin el
sacramento del bautismo. Su maestro era su obispo, San Ambrosio[213].
Por otra parte, la oración fúnebre de San Ambrosio por Valentiniano es
extremadamente ambigua, como es obvio para cualquiera que lea lo anterior. En
su discurso, San Ambrosio dice claramente que “los mártires no son coronados [es decir, no se salvan] si ellos
son catecúmenos”, una
afirmación que directamente niega la idea de bautismo de sangre y es
perfectamente consistente con sus otras afirmaciones sobre la tema, que serán
citadas. San Ambrosio a continuación enfatiza el mismo punto, diciendo de
nuevo que los catecúmenos “no son coronados si no están iniciados”. La
“iniciación” es un término para el bautismo. Por siguiente, San Ambrosio está
repitiendo la verdad apostólica de que los catecúmenos que derraman su sangre
por Cristo no pueden salvarse si no están bautizados. Él luego dice que si
ellos son lavados en su propia sangre, su piedad y deseo (de Valentiniano) lo
han lavado a él también, lo que parece contradecir directamente lo que acaba de
decir y parece enseñar el bautismo de deseo y de sangre, aunque no está claro,
ya que no dice que Valentiniano se salvó sin el bautismo. Pero si eso fue lo
que San Ambrosio quiso decir, entonces su oración fúnebre no tiene sentido,
porque ya negó claramente dos veces que los mártires puedan ser coronados si
son catecúmenos. ¡Y este es el “texto” más antiguo citado a favor de la
idea de bautismo de deseo! Él es, ante todo, contradictorio; en segundo lugar,
es ambiguo; y en tercer lugar, si se interpreta en el sentido de que un
catecúmeno se salva sin el bautismo de agua, se opone a todas las otras
declaraciones que San Ambrosio hizo formalmente sobre la cuestión.
Pero quizás hay otra explicación. San Ambrosio afirma que los fieles
estaban afligidos porque Valentiniano no recibió los sacramentos del
bautismo. ¿Por qué usó el término “sacramentos” en vez de “sacramento”?
¿Estaba lamentando el hecho que Valentiniano no pudo recibir la confirmación y
la eucaristía, que usualmente eran administrados juntos con bautismo en la
Iglesia primitiva? Esto correspondería con su declaración sobre la multitud
perturbada porque los misterios no fueron celebrados “solemnemente”, en otras
palabras, con todas las ceremonias formales que preceden la celebración solemne
del bautismo. Exactamente lo que San Ambrosio quiso decir en este discurso,
nunca podremos saberlo en este mundo, pero se nos permite suponer que su
intención no era contradecir en un elogio cargado de emoción lo que él había
escrito con mucha reflexión y precisión en De mysteriis y en otros
lugares[214].
Curiosamente, el famoso teólogo del siglo XII, Pedro Abelardo, cuya
ortodoxia sin embargo es sospechosa en otros puntos, señala que si San Ambrosio
alguna vez enseñó el bautismo de deseo “él contradice la tradición sobre esta cuestión”[215],
sin mencionar su propia enseñanza que repite la necesidad del sacramento del
bautismo, como veremos a continuación.
Y esto es lo que San Ambrosio escribió con mucha
reflexión y precisión, lo que elimina el concepto mismo de bautismo de deseo
y afirma la tradición universal de todos los Padres de que nadie (incluyendo
los catecúmenos) se salva sin el bautismo de agua.
San Ambrosio, De mysteriis, 390-391 d.C.:
“Habéis leído, por lo tanto, que los tres
testigos en el bautismo son uno: el agua, la sangre, y el espíritu; y si
quitáis uno de ellos, el sacramento del bautismo no es válido. Porque ¿qué es
agua sin la cruz de Cristo? Un elemento común sin todo efecto sacramental. Por
otra parte no hay ningún misterio de regeneración sin agua: porque ‘quien
no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar al reino de Dios’ [Juan
3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús,
por cual él también es santiguado; pero, si él no es bautizado en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de
los pecados ni ser receptor del don de gracia espiritual”[216].
Aquí vemos a San Ambrosio negando claramente el concepto de bautismo de
deseo. ¡No puede haber nada más claro!
San Ambrosio, Los
Deberes del Clero, 391 d.C.:
“La Iglesia fue
redimida al precio de la sangre de Cristo. Judío o griego, no hay diferencia;
pero si él ha creído debe circuncidarse de sus pecados para que puede ser salvo;
(…) porque nadie asciende al
reino de los cielos, sino por el sacramento del bautismo”[217].
San Ambrosio, Los
Deberes del Clero, 391 d.C.:
“‘Quien no renace del agua y del Espíritu Santo, no podrá entrar el
reino de Dios’. Nadie
está exento: ni el infante, ni el que está impedido por alguna necesidad”[218].
A diferencia de San Cirilo de Jerusalén y San Fulgencio, quienes al mismo
tiempo mencionan su creencia que había excepciones a Juan 3, 5 sólo en el caso
de los mártires, San Ambrosio no reconoce excepciones, lo que excluye
el bautismo de deseo y el bautismo
de sangre.
Y con eso llegamos al fin de la enseñanza de los Padres sobre el
llamado “bautismo de deseo”. Es verdad; uno o a lo más dos Padres de cientos,
San Agustín y San Ambrosio, podrían ser citados. San Agustín admitió que
luchaba con esta cuestión, se contradecía a sí mismo sobre ella, y lo más
importante, frecuentemente confirmaba la tradición universal de que nadie –
incluso un catecúmeno – entra al cielo sin el bautismo de agua. Y San Ambrosio
muchas veces negó, clara y repetidamente, el concepto del bautismo de deseo, al
negar que toda persona – incluyendo un catecúmeno – pueda salvarse sin renacer
del agua y del Espíritu en el sacramento del bautismo.
Y cuando estos hechos son conocidos, se puede ver cuán engañados y
descaminados están muchos llamados católicos y católicos tradicionalistas
que escuchan a esos maestros mentirosos, muchos de los cuales se presentan
como sacerdotes “tradicionalistas”, quienes buscan por mar y tierra para
intentar pervertir la enseñanza de la tradición y llevar a las personas al
cielo sin el bautismo. Estos maestros mentirosos están convenciendo a muchos de
la ridícula mentira de que “los Padres eran unánimes a favor del bautismo de
deseo”. Tal afirmación no es más que una tontería y una perversión mortalmente
pecaminosa de la tradición católica. Como un autor lo dijo correctamente:
“Los Padres de la Iglesia, por lo tanto, en su conjunto, sólo se puede
decir que han verificado definitivamente la enseñanza oficial y auténtica de la
única verdadera Iglesia de que es absolutamente necesario para la salvación de
toda criatura humana el ser bautizado en el agua del sacramento real instituido
por nuestro Señor Jesucristo. Por otra parte, es intelectualmente
deshonesto sugerir lo contrario. Y exaltar las opiniones de un puñado de
teólogos – incluso un puñado impresionante y conocido – al rango de tradición
eclesiástica o incluso de infalibilidad magisterial; no solamente es un ejercicio
de prestidigitación verbal, sino también un tipo de miopía superficial
inadmisible en cualquier estudio serio de Teología Patrística”[219].
La tradición universal de los Apóstoles sobre la necesidad absoluta del
bautismo de agua para la regeneración y la salvación, afirmada por Hermas tan
temprano como el siglo I, y repetida por todos los otros, incluyendo a San
Justin Mártir, San Teófilo, Orígenes, Tertuliano, San Basilio, San Cirilo, San
Agustín, San Ambrosio, etc., etc. etc., se resume en la declaración ya citada
de San Ambrosio.
San Ambrosio: “Ni por otra parte hay ningún misterio de regeneración
sin agua: porque ‘quien no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar
al reino de Dios’ [Juan 3, 5]. Hasta un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por cual también es
santiguado; pero, si él no es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados ni
ser receptor del don de la gracia espiritual”[220].
Esta es la enseñanza unánime de los padres de la Iglesia sobre esta
cuestión.
P. William Jurgens:
“Si no hubiera una tradición constante en los Padres de que debe ser
entendido absoluto el mensaje Evangélico de ‘quien no renaciere de agua y el
Espíritu Santo, no puede entrar al reino de Dios’, sería fácil decir
que nuestro Salvador simplemente no estimó pertinente mencionar las obvias
excepciones de la ignorancia invencible y la imposibilidad física. Pero
la tradición de hecho existe; y es bastante probable que se encuentre tan
constante como para constituir revelación”[221].
SAN GREGORIO NACIANCENO (329-389)
Es apropiado también examinar las enseñanzas de algunos de los otros
Padres. San Gregorio Nacianceno es uno de los cuatro grandes Doctores
orientales de la Iglesia católica. Él rechazó explícitamente el concepto de
bautismo de deseo.
San Gregorio
Nacianceno, 381 d.C.: “De todos los que no han sido bautizados algunos son
completamente animales y bestiales, según si sean necios o malvados. A esto,
pienso, debe añadírseles sus otros pecados, que ellos no tienen ninguna
reverencia por este don, sino que lo consideran como cualquier otro don, para
aceptarlo si se les da, o abandonado si no se les da. Otros conocen y honran el
don; pero demoran, algunos por descuido, algunos por el deseo insaciable. Sin
embargo otros no pueden recibirlo, posiblemente por causa de la infancia, o
alguna circunstancia perfectamente involuntaria que les impide recibir el
don, incluso si lo desean…
“Si sois capaz de juzgar a un
hombre que tiene la intención de cometer un asesinato, tan sólo en su intención
y sin ningún acto de asesinato, entonces también podéis considerar como
bautizado a quien deseó el bautismo, sin haber recibido el bautismo. Pero,
ya que no podéis hacer lo primero, ¿cómo podéis hacer esto último? Yo no veo
cómo. Si os parece, digámoslo de esta manera: si en vuestra opinión el
deseo tiene el mismo poder que el bautismo real, entonces haced el mismo
juicio con respecto a la gloria. Entonces os podéis contentar con anhelar la
gloria, como si ese mismo anhelo fuese la gloria. ¿Sufrís algún daño por no
alcanzar la gloria real, con tal que tengáis un deseo de ella?”[222].
¡Esto en cuanto a la afirmación de que “los Padres son unánimes” a favor
del bautismo de deseo! Cuando los sacerdotes de la FSSPX aseveran públicamente
esto, ellos están diciendo exactamente lo opuesto a la verdad y mienten
descaradamente. Y lo que hace que esta mentira sea mucho más increíble, es el
hecho de que ¡la FSSPX cita la declaración anterior de San Gregorio en las
páginas 64-65 de su libro, ¿Es el Feeneyismo Católico?!
Esto es lo que la liturgia dice sobre la enseñanza del gran San Gregorio
Nacianceno, quien claramente rechazó el bautismo el de deseo. En el Breviario
Romano, una lección para la fiesta de San Gregorio Nacianceno (el 9 de mayo)
declara:
Breviario Romano, 9
de mayo: “Él [San Gregorio]
escribió mucho, tanto en prosa como en verso, con una admirable piedad y
elocuencia. En la opinión de hombres sabios y los santos, no se encuentra
nada en sus escritos que no sea conforme a la verdadera piedad y fe católica,
ni que alguno pudiere razonablemente poner en duda”[223].
Este hecho, bastante significativo, refuta
totalmente a los defensores el bautismo de deseo/sangre que argumentan que la
enseñanza del Breviario prueba que los hombres pueden salvarse sin el bautismo
(lo cual vimos que no es cierto). San Gregorio Nacianceno rechazó claramente el
bautismo de deseo (véase arriba), ¡y el Breviario dice aquí que no
hay nada en sus escritos que no esté conforme a la religión católica o que se
pueda poner en duda! Por consiguiente, si aceptamos que la enseñanza del
Breviario sea infalible sobre materias teológicas, entonces tendríamos que
rechazar el bautismo de deseo. Como dice el defensor del bautismo de deseo Juan
Daly: “Y, por supuesto, los teólogos
consideran imposible que haya error teológico en el Breviario...” (2 de
septiembre de 2006). Parece que este defensor del bautismo de deseo tendrá que
rechazar el bautismo de deseo o revisar sus argumentos (espero lo primero). En
realidad, San Gregorio fue el único Doctor en toda la historia de la Iglesia
que tiene por sobrenombre “el teólogo”.
El famoso Abad Benedictino Dom Prospero Guéranger: “Es Gregorio
[Nacianceno] (…) el único de
todos los Gregorios que ha merecido y recibido el glorioso nombre de Teólogo, debido
a la solidez de sus enseñanzas, la sublimidad de sus ideas, y la magnificencia
de su dicción”[224].
Esto en cuanto a la mentira de que “los teólogos” son unánimes a favor del
bautismo de deseo. ¡El único Doctor en la historia de la Iglesia apellidado “el
teólogo”, lo rechazó explícitamente!
Además de San Gregorio y los otros, San Juan Crisóstomo nos
proporciona una gran cantidad de citas explícitamente en contra de la idea de
salvación para los catecúmenos sin bautizar (los que se preparan para recibir
el bautismo) por el bautismo de deseo. Que alguien más – aparte de los
catecúmenos sin bautizar – pudiera calificar para la salvación sin antes
recibir el sacramento del bautismo no era incluso considerado como una
posibilidad que valiera la pena refutar en este contexto. (¿Cuán
horrorizados estarían estos Padres por la versión moderna de la teoría del
bautismo de deseo, que salva a los paganos, judíos, herejes y cismáticos?).
San Juan Crisóstomo,
El Consuelo de la Muerte: “Y así
debería lamentarse el pagano, que no
conociendo a Dios, muriendo se va directamente al castigo. Bien debe el judío
lamentar, que no creyendo en Cristo, ha designado su alma a la perdición”[225].
Cabe señalar que dado que el término “bautismo de deseo” no se usaba
en ese tiempo, no se encuentra a San Juan Crisóstomo o cualquier otro Padre
rechazando explícitamente ese término. Ellos rechazan el bautismo de
deseo cuando rechazan el concepto de que los catecúmenos sin bautizar
pueden salvarse sin el bautismo, como San Juan Crisóstomo repetidamente hace.
San Juan Crisóstomo, El Consuelo de la Muerte: “Y claramente
debemos lamentarnos por nuestros propios catecúmenos, en caso de que, o por
su propia incredulidad o su propio descuido, dejen esta vida sin la gracia
salvadora del bautismo”[226].
Esta declaración rechaza claramente el concepto de bautismo de deseo.
San Juan Crisóstomo, Hom. In lo.
25, 3: “Porque el catecúmeno es un extraño para los fieles (…) Uno
tiene a Cristo por su Rey; el otro al pecado y al diablo; la comida de uno es
Cristo; la del otro, esa carne que se corrompe y perece (…) Así es que nosotros
no tenemos nada en común, ¿en qué, dime, hemos de tener comunión? (…) Seamos
diligentes para hacernos ciudadanos de la ciudad de arriba (…) porque si
viniere a pasar (¡que Dios no lo quiera!) que por la súbita llegada de
la muerte fallezcamos como los no iniciados [no bautizados, aunque
tuviéremos diez mil virtudes, nuestra parte no será otra que el infierno,
y el gusano venenoso, y el fuego inextinguible, y el cautiverio eterno”[227].
Esta declaración rechaza totalmente el concepto de bautismo de deseo.
San Juan
Crisóstomo, Homilía III. de Phil. 1, 1-20: “¡Llorad por los incrédulos;
llorad por los que no difieren de ellos un ápice, aquellos que van, por lo tanto, sin iluminación, sin el sello! (…) Ellos
están fuera de la magnífica ciudad (…) con los condenados. ‘En verdad, os digo, que quien no renace del
agua y el Espíritu, no entrará en el reino de los cielos’”[228].
El “sello” es el término de los Padres para
referirse a la marca del sacramento del bautismo. Y aquí vemos a San
Juan afirmando la verdad apostólica mantenida por todos los Padres: que nadie –
incluyendo el catecúmeno – se salva sin haber renacido de agua y el Espíritu en
el sacramento del bautismo. San Juan Crisóstomo rechazó claramente toda
posibilidad de salvación para quien no ha recibido el sacramento del bautismo.
Él ratificó las palabras de Cristo en Juan 3, 5 con una comprensión claramente
literal, que es la enseñanza unánime de la tradición y de la enseñanza del
dogma católico definido.
LA TRADICIÓN LITÚRGICA Y LA TRADICIÓN APOSTÓLICA DE LA
SEPULTURA
Además de estos claros testimonios de los Padres contra la teoría del
bautismo de deseo, tal vez lo más interesante es el hecho que en la historia de
la Iglesia católica no hay ni una sola tradición que pueda citarse para orar
por – o dar entierro eclesiástico a – los catecúmenos que murieron sin el
bautismo. La Enciclopedia Católica (1907) dice lo siguiente sobre la
verdadera tradición de la Iglesia al respecto:
“Una cierta declaración en la oración fúnebre de San Ambrosio sobre el
emperador Valentiniano II ha sido presentada como una prueba que la Iglesia
ofrecía sacrificios y oraciones por los catecúmenos que morían antes del
bautismo. No hay vestigio en ninguna
parte de tal costumbre (…) La práctica de la Iglesia se muestra más
exactamente en el canon (XVII) del segundo Concilio de Braga (572 d.C.): ‘Ni la celebración del sacrificio [oblationis] ni el servicio de la salmodia [psallendi]
se empleará para los catecúmenos que han
muerto sin bautizar”[229].
¡He aquí la enseñanza de la tradición católica! ¡Ningún catecúmeno que
moría sin el sacramento del bautismo recibía la oración, el sacrificio, o el
entierro cristiano! El Concilio de Braga, en 572 d.C., prohibió la oración por
los catecúmenos que morían sin el bautismo. El Papa San León Magno y el Papa
San Gelasio habían antes confirmado la misma disciplina de la Iglesia – que era
práctica universal – prohibiendo a los católicos que orasen por los catecúmenos
que hubiesen muerto sin bautizar[230]. Esto
significa que la creencia abrumadora en la Iglesia primitiva y la tradición
litúrgica era que no había tal cosa del bautismo de deseo, sin mencionar la
posterior enseñanza infalible de la Iglesia sobre Juan 3, 5. No fue sino
hasta la Edad Media que la teoría del bautismo de deseo – que postulaba la
posible salvación de los catecúmenos que morían sin el bautismo – se convirtió
en una creencia extendida, sobre todo, cuando Santo Tomás de Aquino y algunos
otros eminentes teólogos la hicieron suya, causando que posteriormente muchos
otros teólogos, por deferencia a ellos, la adoptasen.
La verdadera enseñanza de la tradición apostólica y católica sobre este
tema también se ve por la enseñanza de la liturgia católica, de la que todos
los cultos católicos en la Iglesia primitiva confesaban y creían, a saber: que
ningún catecúmeno o persona sin bautizar era considerada parte de los fieles
(véase la sección sobre “La única Iglesia de los fieles”). Esta era la creencia
de todos los Padres, y esto era lo que se enseñaba a los católicos en la
liturgia.
Dr. Ludwig Ott, Manual
de Teología Dogmática, Calidad de miembro de la Iglesia, p. 309: “3. Los
Padres trazan una línea clara de división entre los catecúmenos y ‘los
fieles’”[231].
Esto significa que ninguna persona sin bautizar puede salvarse, porque el
dogma católico ha definido que nadie se salva fuera de la única Iglesia de los
fieles.
Papa Gregorio XVI, Summo
iugiter studio, 27 de mayo de 1832, sobre la no salvación fuera la Iglesia:
“Los actos oficiales de la Iglesia proclaman el mismo dogma. Así, en el decreto
sobre la fe que Inocencio III publicó con el sínodo IV de Letrán, está escrito
lo siguiente: ‘Hay una Iglesia
universal de todos los fieles fuera de cual nadie se salva’”[232].
En su carta al obispo de Tarragona en el año 385, el Papa San Siricio
también muestra cómo la creencia en la Iglesia antigua rechazaba todo concepto
de bautismo de deseo.
Papa
San Siricio, Carta a Himerio, 385:
“En cuanto mantenemos que la observancia del santo tiempo Pascual no debe
ser relajada de ninguna manera, de la misma manera deseamos que los infantes
quienes, por causa de su edad, todavía no pueden hablar, o los que, en
cualquier necesidad, carecen del agua del santo bautismo, sean
socorridos a la mayor brevedad posible, por miedo a que, si dejasen este
mundo, fuesen privados de la vida del reino por haber sido rechazada la
fuente de salvación que deseaban, esto puede conducir a la ruina de
nuestras almas. Si los que están en peligro de naufragio, o de ataque de
enemigos, o en un cerco incierto, o puestos en una condición desesperada por
causa de una enfermedad física, pidan lo que en su fe es su única ayuda,
que reciban en el mismo momento en que piden el premio de la regeneración por
el que ruegan. ¡Basta ya de los errores del pasado! A partir de ahora, que
todos los sacerdotes observen la regla antedicha si no quieren ser separados de
la sólida piedra apostólica en que Cristo ha fundado su Iglesia universal”[233].
Esta cita del Papa San Siricio es sorprendente,
ya que de nuevo muestra claramente cómo la Iglesia primitiva rechazó la
creencia en el concepto de bautismo de deseo. Él comienza afirmando que la
observancia del tiempo Pascual no debe ser relajada (él se refiere al hecho de que
los bautismos se administraban históricamente durante el tiempo Pascual). Tras
afirmar que esta tradición debe ser mantenida, advierte que los niños y los que
por cualquier necesidad o peligro deben ser bautizados inmediatamente, por
temor a que sean “privados de la vida del reino por haberles sido negado la
fuente de salvación que ellos desean”. El latín del crítico pasaje es: “… ne ad nostrarum perniciem tendat animarum, si negato desiderantibus
fonte salutari exiens unusquisque de saeculo et regnum perdat et vitam”[234].
En otras palabras, ¡el hombre que desea el bautismo de agua y pide la
regeneración todavía se le niega el cielo si no lo recibe! ¡Nada podría
rechazar más claramente el concepto de bautismo de deseo! (Esto también prueba
que el retraso en bautizar a los adultos era para instruir y probar a los
catecúmenos, no porque se creyera que los catecúmenos podrían salvarse sin el
bautismo).
Este punto es hecho otra vez por el Papa en la segunda parte de la cita,
donde dice que cuando esas personas sin bautizar “piden lo que en su fe es su
única ayuda, que reciban en
el mismo momento en que lo piden el premio de la regeneración por el que ruegan”. ¡Esto significa que recibir el
bautismo de agua es la única ayuda para la salvación de esas personas
que desean con ahínco recibir el bautismo! ¡No hay ninguna ayuda para la
salvación de esas personas en su deseo o martirio, sino sólo en recibir el
sacramento del bautismo!
Ahora que hemos demostrado que la enseñanza de la tradición definitivamente
no favorece el bautismo de deseo, ¿de dónde viene este furor por el bautismo de
deseo que ahora vemos? ¿Por qué llegó más tarde a convertirse en una creencia
tan difundida? El bautismo de deseo nunca ha sido enseñado a la Iglesia por
ningún Concilio, definición dogmática o encíclica papal, sin embargo, la
mayoría de los católicos hoy cree que es una enseñanza de la Iglesia. Como ya
se ha dicho, la teoría viene de una enseñanza errónea de San Agustín y de un
pasaje ambiguo de San Ambrosio en el siglo cuarto. Pero debido a la enorme
estatura de San Agustín como teólogo, muchos en la Edad Media adoptaron
su opinión sobre el bautismo de deseo, a pesar de que era contraria a la
creencia abrumadora en la Iglesia primitiva. Y cuando los ilustres San Bernardo
y Santo Tomás de Aquino hicieron suya la teoría del bautismo de deseo en base a
los pasajes de San Agustín y el pasaje ambiguo de San Ambrosio, ello hizo que
muchos teólogos, desde la Edad Media y hasta nuestros días, subsiguientemente
adoptasen el bautismo de deseo por deferencia a su gran erudición
(particularmente la de Santo Tomás); una posición sobre la posible salvación de
los catecúmenos que mueren sin el bautismo que era contraria a la abrumadora
creencia y tradición litúrgica de la Iglesia primitiva, por no hablar de la
posterior enseñanza infalible de la Iglesia sobre el sacramento del bautismo,
de Juan 3, 5 y del único bautismo, como veremos.
San Bernardo, Tractatus
de baptismo, II, 8, c. 1130: “Así que, creedme, sería difícil para mí apartarme de estos dos
pilares – quiero decir de Agustín y Ambrosio –. Confieso que, ya sea por
error o conocimiento, estoy con ellos; porque creo que un hombre
puede salvarse por la sola fe, con tal que desee recibir el sacramento, en
un caso cuando la muerte sorprenda el cumplimiento de su deseo religioso, o
algún otro poder invencible se interponga en su camino”[235].
Hay una serie de puntos muy importantes en este pasaje: En primer lugar,
vemos que San Bernardo admite explícitamente que su creencia en el bautismo de
deseo se basa solamente en lo que él cree que San Agustín y San
Ambrosio enseñaron, dando mayor credibilidad a nuestro punto de que el
bautismo de deseo es una tradición del hombre, no una enseñanza de Dios. Y como
ya hemos visto, incluso los dos Padres que él cita (Agustín y Ambrosio) negaron
claramente el concepto al afirmar muchas veces que ningún catecúmeno
puede salvarse sin el sacramento del bautismo. De hecho, como se dijo – y vale
la pena repetir – el P. Jean-Marc Rulleau (de la FSSPX) se ve obligado a
admitir en su libro El Bautismo de Deseo (p. 37) que fue
realmente durante el período de San Bernardo, cuando la idea del bautismo de
deseo, basada en los pasajes de San Agustín y el discurso fúnebre de San
Ambrosio por Valentiniano, empezó a tomar impulso. El conocido Pedro Abelardo
(cuya ortodoxia sin embargo es sospechosa en otros puntos) afirmó que cualquier
idea del bautismo de deseo basada en San Ambrosio “contradice la tradición en esta materia”[236].
Por lo tanto es evidente que San Bernardo no sólo basa su opinión en dos
doctores falibles, sino que plantea una opinión claramente contraria al
testimonio abrumador de la tradición, como se ha demostrado.
En segundo lugar, y quizás lo más importante,
al expresar su creencia en el bautismo de deseo, ¡San Bernardo admite
explícitamente que puede estar equivocado!
San Bernardo: “quiero decir de Agustín y Ambrosio. Confieso que, ya
sea por error o conocimiento, estoy con ellos; porque creo que un
hombre puede salvarse por la sola fe, con tal que desee recibir el sacramento…”.
Es importante notar que el P. Francois Laisney,
de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, al citar este pasaje de San Bernardo en
su libro ¿Es el Feeneyismo Católico? (p. 67) omite deliberadamente la
declaración de San Bernardo, “sea por error o conocimiento...”. Así es como
aparece el pasaje en su libro ¿Es el Feeneyismo Católico?:
“Creedme, será difícil separarme de estas dos columnas, por cuales
refiero a Agustín y Ambrosio (…) creyendo con ellos que las personas pueden
salvarse por la sola fe y el deseo de recibir el sacramento…”.
Las palabras “ya sea por error o conocimiento”
fueron eliminadas por el P. Laisney y reemplazadas por puntos suspensivos
(...). Por supuesto, es perfectamente justificable el uso de puntos suspensivos
(...) cuando se citan textos, para omitir las partes de la cita que no son
cruciales o necesarias en la discusión. Pero, en este caso, a los lectores del
libro del P. Laisney les habría servido ver esta breve y crucial admisión de
San Bernardo: de que él podría estar correcto o equivocado sobre el
bautismo de deseo. El P. Laisney deliberadamente la eliminó porque sabe que es
devastadora para su argumento de que el bautismo de deseo es una enseñanza de
la Iglesia basada en las opiniones de los santos. Esta admisión de San
Bernardo, de hecho, echa por tierra la tesis del libro del P. Laisney, por
tanto, tuvo que ser desechada. Pero a pesar del intento del P. Laisney de la
FSSPX de esconder esto a sus lectores, el hecho es que: San Bernardo admite que
no estaba seguro sobre el bautismo de deseo porque la idea no se basa en
ninguna enseñanza de la Iglesia o tradición infalible, sino solamente en la
opinión de hombre.
En tercer lugar, como ya he señalado, es un
hecho increíble que en casi todos los casos en que un santo o teólogo expresa
su opinión en favor del bautismo de deseo o de sangre, él a veces comete un
error distinto en el mismo documento (probando así su falibilidad). En el
documento citado arriba, San Bernardo usa tres veces la frase “la
sola fe” (que fue condenada posteriormente cerca de 13 veces por el
Concilio de Trento en el siglo XVI).
San Bernardo, Tractatus de baptismo, II,
8, c. 1130: “Así que, creedme, sería difícil para mí apartarme de estos dos pilares – quiero decir de Agustín
y Ambrosio –. Confieso que, ya sea por error o conocimiento, estoy
con ellos; porque creo que un hombre puede salvarse por la sola fe, con
tal que desee recibir el sacramento, en un caso cuando la muerte
sorprenda el cumplimiento de su deseo religioso, o algún otro poder invencible
se interponga en su camino (…) Esto implica que a veces la fe sola basta
para la salvación (…) De la misma manera, la fe sola y conversión de la
mente a Dios, sin el derramamiento de sangre o el vertimiento de agua, trae sin
duda la salvación a quien tiene la voluntad pero no el medio (…) para ser
bautizado”[237].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
6, can. 9: “Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe,
de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la
gracia de la justificación y que por parte alguna es necesario que se prepare y
disponga por el movimiento de su voluntad, sea anatema”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
7, can. 8: “Si alguno dijere que por medio de los mismos sacramentos de la
Nueva Ley no se confiere la gracia ex
opere operato, sino que la fe sola en la promesa divina basta
para conseguir la gracia, sea anatema”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
6, can. 19: “Si alguno dijere que nada está mandado en el Evangelio fuera de
la fe (…) sea anatema”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
6, cap. 11: “Así, pues, nadie debe lisonjearse a sí mismo en la sola fe,
pensando que por la sola fe ha sido constituido heredero y ha de
conseguir la herencia, aun cuando no padezca juntamente con Cristo, para
ser juntamente con Él glorificado (Rom. 8, 17)”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
6, cap. 10: “‘Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la
fe’ (Sant. 2, 24)”.
Estoy seguro que San Bernardo en realidad no creía
que la fe sola justifica y salva (la doctrina herética de Lutero); ¡pero esta
es la frase que él utiliza tres veces! Esto hace aparecer el punto con claridad
cristalina: que si alguien dogmatizara las enseñanzas de los santos (como les
gusta hacer a muchos propugnadores del bautismo de deseo) y las citara como
textos de prueba, entonces es posible que terminen con algún error e inclusive
en herejía. Y ello demuestra, una vez más, que las expresiones de San Bernardo
no son la enseñanza de la Iglesia católica, sino opiniones que no gozan del
carisma de la infalibilidad y en las que podría estar equivocado (como él mismo
admite), como es en este caso, en que está definitivamente equivocado.
En cuarto lugar, al expresar su opinión sobre
el bautismo de deseo, San Bernardo dice que uno puede ser impedido de recibir
el bautismo por algún “poder invencible”. Esto también es teológicamente
incorrecto. ¡Dios es omnipotente; Él solo es el “poder invencible”! Nada le
puede impedir a Él conducir al bautismo a un alma de buena voluntad.
Papa Pío IX, Concilio
Vaticano I, ex cathedra: “Todo lo que Dios creó, con su providencia lo
conserva y gobierna, ‘alcanzando de un confín a otro poderosamente y
disponiéndolo todo suavemente’…”[238].
E, irónicamente, al hacer la antedicha
declaración sobre un catecúmeno que se vea impedido de recibir el bautismo por
algún “poder invencible”, San Bernardo también contradice directamente a San
Agustín, sobre quien intenta apoyar su falible opinión sobre el bautismo de
deseo.
San Agustín, 391: “Cuando nos encontremos ante su vista [de Dios], vamos
a contemplar la equidad de la justicia de Dios. Entonces nadie dirá: (…) ¿Por
qué éste hombre fue llevado al mandato de Dios para ser bautizado, mientras que
aquél hombre, aunque vivió correctamente como un catecúmeno, fue asesinado en un desastre repentino, y no fue
bautizado? Buscas recompensas, y encontrarás nada más que
castigos”[239].
Todo esto prueba que la sanción de San Bernardo por el bautismo de deseo
era defectuosa, contradictoria, confesadamente falible y basada
solamente en lo que él creía eran las opiniones de los hombres. Ellas pierden
todo valor frente al indefectible, perfectamente consistente e infalible dogma
que proclama que ningún hombre puede ser salvo sin el sacramento del bautismo.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de
noviembre 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es
la puerta de la vida espiritual pues por él nos hacemos miembros de Cristo y
del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte
en todos, ‘si no renacemos por el agua y el Espíritu’, como dice la
Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La
materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[240].
Y esta tradición del hombre (el bautismo de deseo) ganó más impulso después
de San Bernardo, cuando lamentablemente Santo Tomás de Aquino la hizo suya,
basado de nuevo en los pocos pasajes de San Agustín, el único de San Ambrosio y
su propio razonamiento teológico especulativo.
Santo Tomás de Aquino, a pesar de todos sus fabulosos escritos y su
inigualable erudición sobre la fe católica, siendo como todos nosotros un
hombre falible, cometió algunas equivocaciones, por ejemplo cuando, en la Summa
Theologica, declaró explícitamente que “La carne de la Virgen fue
concebida en pecado original”[241]. Un
escolástico señaló que el libro que Santo Tomás estaba escribiendo cuando
murió, se llamaba Compendio de Teología, y que en él se encuentran al
menos nueve errores explícitos[242]. De
hecho, “hace más que treinta años, el Dr. Andre Daignes, profesor de filosofía
en Buenos Aires, Argentina, señaló veinticuatro errores formales en la Summa de
Santo Tomás”[243].
Esto simplemente demuestra que algunas de las especulaciones teológicas de
nuestros mayores santos teólogos, a pesar de su admirable erudición, pueden, a
veces, estar sujetas a error, puesto que ellos no gozan del carisma de la
infalibilidad. Es sólo San Pedro y sus sucesores, los Papas, cuando
hablan desde la Cátedra de Pedro, quienes gozan exclusivamente del carisma de
la fe indefectible.
Pío
IX, Concilio Vaticano I, 1870, ex
cathedra:
“Así, pues, este carisma de la
verdad y DE LA FE NUNCA DEFICIENTE, FUE DIVINAMENTE CONFERIDO A PEDRO Y A
SUS SUCESORES EN ESTA CÁTEDRA…”[244].
En la Summa Theologica III, q. 66, a. 11, Santo Tomás trata de
explicar su creencia en el bautismo de deseo y de sangre. Él intenta explicar
cómo puede haber “tres bautismos” (agua, sangre y deseo) cuando San Pablo
declara, en Efesios 4, 5, que hay sólo uno. Él dice:
“Los otros dos bautismos quedan incluidos
en el bautismo de agua, que recibe su eficacia de la pasión de Cristo y del
Espíritu Santo”[245].
Con el mayor de los respetos a Santo Tomás, hay que decir que esto es un
débil intento de responder a la objeción de cómo es posible que pueda haber
“tres bautismos” cuando Dios ha revelado que hay sólo uno. Es un intento débil
ya que Santo Tomás dice que los otros dos bautismos, de deseo y sangre, están incluidos
en el bautismo de agua. Ahora bien, esto es falso, porque quien recibe el
bautismo de agua no recibe el bautismo de deseo y el bautismo de sangre,
conforme incluso a la opinión de los defensores del bautismo de deseo. Por
siguiente, es falso decir, como hace Santo Tomás, que los otros dos bautismos
se incluyen en el bautismo de agua; ya que ciertamente no lo están.
Además, al enseñar la teoría del bautismo de deseo, Santo Tomás admite
repetidas veces que ninguno de ellos es sacramento.
Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologica,
III, q. 66, a. 11, respuesta 2: “Como ya se dijo más arriba (q. 60 a. 1), el
sacramento pertenece a la categoría de los signos. Pero los otros dos convienen
con el bautismo de agua no porque sean signos, sino en el efecto del bautismo. Y por eso no son sacramentos”[246].
El fiero defensor del bautismo de deseo, el P. Laisney, admite lo mismo en
su libro, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 9:
P. Laisney, ¿Es
el Feeneyismo Católico?, p. 9: “El bautismo de deseo no es un sacramento;
no tiene el signo exterior que se requiere en los sacramentos. Los teólogos,
siguiendo a Santo Tomás (…) lo llaman ‘bautismo’ sólo porque produce la gracia
del bautismo (…) pero no produce el carácter sacramental”[247].
Ahora bien, el Concilio de Trento (unos pocos siglos después de Santo
Tomás, en 1547) definió infaliblemente como dogma que ¡EL SACRAMENTO DEL
BAUTISMO es necesario para la salvación!
Papa Paulo III, Concilio de Trento, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión
7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el
sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema”[248].
Por tanto, ¿a quién hay que seguir? ¿A Santo
Tomás o al infalible Concilio de Trento? Compárese a ambos:
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 68, a. 2: “… parece que sin el sacramento
del bautismo es posible conseguir la salvación por la santificación
invisible…”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, canon 5 sobre el sacramento
del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si alguno dijere que el
bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación,
sea anatema”[249].
Aquí hay una contradicción obvia. Santo Tomás de
Aquino dice que es posible obtener la salvación sin el sacramento del
bautismo, mientras que el infalible Concilio de Trento define que el
sacramento es necesario para la salvación. ¿Y qué significa “necesario”?
Según la Parte III, q. 68, a. 2, obj. 3 en la propia Summa Theologica de
Santo Tomás, “necesario es aquello sin lo cual una cosa no puede
existir, como se dice en V Metaphys”[250].
Por lo tanto, “necesario” significa aquello sin lo cual una cosa no puede ser o
existir, entonces, no puede haber salvación – es imposible – sin el sacramento
del bautismo (de fide, Concilio
de Trento). Los católicos deben aceptar esta verdad y rechazar la
opinión de Santo Tomás sobre el bautismo de deseo en la Summa Theologica.
Papa Benedicto XIV, Apostolica, #
6, 26 de junio de 1749: “La sentencia de la Iglesia es preferible a la de un
Doctor conocido por su santidad y enseñanza”[251].
Papa Pío XII, Humani generis, # 21, 12 de agosto de 1950: “Y el
divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito a
cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al Magisterio de
la Iglesia”[252].
Papa San Pío X, Pascendi dominici gregis, # 45, 8 de septiembre de
1907: “A la verdad, si hay alguna cosa tratada por los escolásticos con
demasiada sutileza o enseñada inconsideradamente, si hay algo menos concorde
con las doctrinas comprobadas de los tiempos modernos, o finalmente, que de
ningún modo se puede aprobar, de ninguna manera está en Nuestro ánimo el
proponerlo para que sea seguido en nuestro tiempo”[253].
Y si alguien sostiene que se puede recibir el
sacramento del bautismo sin agua, cito la definición del Concilio de
Trento en el canon 2.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, can. 2
sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: “Si
alguno dijere que el agua verdadera y natural no es necesaria en el bautismo y,
por tanto, desviare a una especie de metáfora las palabras de nuestro Señor
Jesucristo: ‘Si alguno no renaciere del agua y del Espíritu Santo’ (Juan 3, 5),
sea anatema”[254].
EL CONCILIO DOGMÁTICO DE VIENNE (1311-1312)
Hubiera sido interesante ver, sin embargo, lo que Santo Tomás habría dicho
si hubiese vivido hasta el Concilio dogmático de Vienne en 1311. Santo Tomás murió en 1274,
37 años antes del Concilio. El Concilio de Vienne definió
infaliblemente como dogma que sólo hay un bautismo que debe ser confesado por
todos los católicos, y que el único bautismo es el bautismo de agua.
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, 1311-1312, ex cathedra:
“Además ha de ser por todos
fielmente confesado un bautismo único que regenera a
todos los bautizados en Cristo, como ha de confesarse ‘un solo Dios y una fe
única’ (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado en agua en nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos ser comúnmente, tanto para los
niños como para los adultos, perfecto remedio de salvación”[255].
Esta definición es crucial para este debate, porque no se puede afirmar un
bautismo de agua y al mismo tiempo aferrarse obstinadamente a la creencia de
que hay “tres bautismos”, de los cuales dos no son de agua. Eso es una
contradicción evidente. Los que entienden y comprenden este dogma deben
repudiar los llamados “tres bautismos”.
SANTO TOMÁS DE AQUINO RECHAZÓ LA “IGNORANCIA INVENCIBLE”
También es muy importante señalar que si bien Santo Tomás de Aquino estaba
equivocado sobre el bautismo de deseo, él mantenía el dogma fuera de la iglesia no hay salvación y
rechazaba la herejía moderna de que pueden salvarse quienes son
“invenciblemente ignorantes” de Jesucristo. En muchos lugares Santo Tomás
aborda directamente la cuestión llamada ignorancia invencible.
Santo Tomás de
Aquino, De Veritate, 14, a. 11, ad 1: Objeción – “Es posible que alguien pueda
ser criado en el bosque, o en medio de lobos; tal hombre no puede saber nada
explícitamente sobre la fe. Santo Tomás responde – Es característica de
la Divina Providencia proporcionar a cada hombre lo necesario para la salvación
(…) siempre que de su parte no haya ningún obstáculo. En el caso de un hombre
que busca el bien y se aparta del mal por la guía de la razón natural, Dios
o le revelará a través de la inspiración interior lo que ha de creer, o le
enviará algún predicador de la fe…”[256].
Santo Tomás de
Aquino, Sent. II, 28, q. 1, a.
4, ad 4: “Si un hombre nacido entre las naciones bárbaras, hace lo que
puede, Dios mismo le mostrará lo qué es necesario para la salvación, ya sea por
inspiración o el envío de un maestro para él”[257].
Santo
Tomás de Aquino, Sent. III, 25, q. 2, a. 2,
solute. 2: “Si un hombre no tuviere a
alguien que lo instruyese, Dios le mostrará, a menos que quiera
culpablemente permanecer donde está”[258].
En la Summa Theologica, Santo Tomás enseña de nuevo la verdad que
todos hombres por sobre la edad de razón están obligados a conocer los
misterios principales de Cristo para la salvación sin excepciones como la
ignorancia.
Santo Tomás, Summa
Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y
menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo,
sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se
proponen en público, como son los
artículos de la Encarnación de que hablamos en otro lugar”[259].
Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a
la divulgación de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el
misterio de la Trinidad”[260].
Por lo tanto, Santo Tomás, como todos los Padres de la Iglesia, rechazó la
herejía moderna de la “ignorancia invencible” que salva a los que mueren como
no católicos. Su especulación y enseñanza errada sobre el bautismo de
sangre/deseo sólo se refería a los catecúmenos. Y este punto
verdaderamente muestra la falta de honradez de los herejes modernos, a quienes
les gusta citar a Santo Tomás de Aquino sobre el bautismo de deseo para
justificar de algún modo su idea herética de que los miembros de las religiones
falsas pueden salvarse por el “bautismo de deseo”.
15. El Papa San León Magno termina el debate
Hemos visto cómo la tradición no enseña el bautismo de deseo y cómo la
enseñanza infalible de la Iglesia sobre el sacramento del bautismo y Juan 3, 5
lo excluye. Y hemos visto que este error se mantuvo en la Edad Media por
pasajes imperfectos de textos de eclesiásticos falibles. Ahora abordaremos la
que posiblemente es la declaración más interesante sobre este tema, la carta
dogmática del Papa San León Magno a Flaviano, que excluye los conceptos mismos
de bautismo de deseo y bautismo de sangre.
Papa
San León Magno, carta dogmática a Flaviano, Concilio
de Calcedonia, 451:
“Dejad que preste atención a lo que el bienaventurado apóstol Pedro
predica, que la santificación por el Espíritu se realiza por la aspersión de
la sangre de Cristo (1 Pedro 1, 2), y no dejéis que pasen más allá de
las mismas palabras del apóstol, considerando que habéis sido rescatados de
vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata ni oro,
corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto
ni mancha (1 Pedro 1, 18). Tampoco hay que resistir el testimonio del
bienaventurado Apóstol Juan: y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica
de todo pecado (1 Juan 1, 7); y otra vez, ésta es la victoria que ha
vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Él es el que vino por el agua y por la
sangre, Jesucristo; no en agua sólo, sino en agua y en la sangre. Y es el
Espíritu el que lo certifica, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que testifican: el
Espíritu, el agua y la sangre, y los tres se reducen a uno solo (1
Juan. 5, 4-8). EN OTRAS PALABRAS, EL ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN Y LA
SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA DEL BAUTISMO. ESTOS TRES SON UNO Y PERMANECEN
INDIVISIBLES. NINGUNO DE ELLOS ES SEPARABLE DE SU VÍCULO CON LOS DEMÁS”[261].
Antes de tratar de la tremenda importancia de esta declaración, daré
algunos antecedentes sobre esta carta dogmática. Esta es la famosa carta
dogmática del Papa San León Magno a Flaviano, escrita originalmente en 449, y
posteriormente aceptada por el Concilio de Calcedonia – el cuarto Concilio
general de la Iglesia – en 451 (citado en Los Decretos de los Concilios
Ecuménicos, Georgetown Press, vol. 1, pp. 77-82). Este es uno de los
documentos más importantes en la historia de la Iglesia. Esta es la famosa
carta que, cuando fue leída en voz alta en el Concilio dogmático de Calcedonia, hizo que
todos los Padres del Concilio (más que 600) se levantaran y proclamaran: “¡Esta
es la fe de los Padres, la fe de los Apóstoles; Pedro ha hablado por la boca
de León!”. La carta
misma personifica el término ex cathedra (hablando desde la Cátedra de
Pedro), como lo demuestra la reacción de los padres de Calcedonia. Esta carta
dogmática del Papa León fue aceptada por el Concilio de Calcedonia en su
definición de Fe, que fue aprobada autoritariamente por el mismo Papa León.
Y si esto no fuera suficiente para probar que la carta del Papa León es sin
duda infalible y dogmática, téngase en cuenta el hecho que también fue aprobada
por el Papa Virgilio en el Segundo Concilio de Constantinopla (533)[262] y por
el Papa San Agato en el Tercer Concilio de Constantinopla (680-681)[263].
También fue confirmada infaliblemente por una serie de otros Papas, incluyendo:
el Papa San Gelasio, 495[264], el
Papa Pelagio II, 533[265], y el
Papa Benedicto XIV, Nuper ad nos, 1743[266].
Debido a la enorme importancia de la carta del Papa León en el tema que nos
ocupa, citaré un extracto del Papa San Gelasio que dice que nadie puede
contradecir, ni en lo más mínimo, esta epístola dogmática del Papa San León a
Flaviano.
Papa San Gelasio, Decreto, 495: “Igualmente la carta dogmática
del bienaventurado Papa León a Flaviano (…) si alguno disputare de su texto sobre una sola tilde, y no la
recibiere en todo con veneración, sea anatema”[267].
Aquí tenemos al Papa San Gelasio hablando ex cathedra para condenar
a todo aquel que se desviare, incluso en una sola tilde, del texto de la
epístola dogmática del Papa León a Flaviano.
Ahora, en la sección de la carta dogmática del Papa León, anteriormente
citada, él trata de la santificación por el Espíritu. “Santificación por el
Espíritu” es el término para la justificación del estado de pecado. La
justificación es el estado de gracia. Nadie puede llegar al cielo sin la
santificación por el Espíritu [la justificación], como admiten todos los
que se profesan católicos. El Papa San León afirma, por la autoridad de los
santos apóstoles Pedro y Juan, que esta santificación por el Espíritu se
realiza por la aspersión de la sangre de Cristo. Él demuestra que sólo
es mediante la recepción de esta sangre de Redención que la persona puede
cambiar del estado de Adán (pecado original) al estado de gracia
(justificación/santificación). Es solamente por esta sangre que la
santificación por el Espíritu surte efecto. Este dogma fue definido también por
el Concilio de Trento.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 5, del pecado original, ex cathedra: “Si alguno afirma que este pecado de Adán
(…) se quita por las fuerzas de la
naturaleza humana o por otro remedio que por el mérito del solo mediador,
nuestro Señor Jesucristo, el cual, ‘hecho para nosotros justicia,
santificación y redención’ (1 Cor. 1, 30) nos reconcilió con el Padre en su sangre; o niega que el
mismo mérito de Jesucristo se aplique tanto a los adultos como a los párvulos
por el sacramento del bautismo, (…) sea anatema”[268].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 3, ex cathedra: “Más, aun cuando Él
murió por todos, no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el
mérito de su pasión”[269].
Es una verdad divinamente revelada que nadie puede ser
liberado del estado de pecado y santificado sin que se le aplique la sangre de
la Redención. De esto ningún católico puede dudar.
Los defensores del bautismo de deseo/sangre – y esto incluye también al
Centro San Benito, porque ellos también creen en la justificación por el deseo
– arguyen que la sangre de Redención, que realiza la santificación por el
Espíritu, se aplica al alma por el deseo del bautismo o por su martirio, sin
el bautismo de agua. Recuerde que: los defensores del bautismo de
deseo/sangre argumentan que la sangre de Redención, que realiza la
santificación por el Espíritu, se aplica al alma sin el bautismo de agua.
¡Pero esto es exactamente lo opuesto de lo que definió
dogmáticamente el Papa San León Magno! Citaré de nuevo las partes cruciales de
su declaración:
Papa San León Magno, Concilio
de Calcedonia, carta dogmática a Flaviano, 451:
“Dejad que preste atención a lo que el
bienaventurado apóstol Pedro predica, que la santificación por el Espíritu se
realiza por la aspersión de la sangre de Cristo (1
Pedro 1,2), (…) Él es el que vino
por el agua y por la sangre, Jesucristo; no en agua sólo, sino en agua y en la
sangre. Y es el Espíritu el que lo certifica, porque el Espíritu es la verdad.
Porque tres son los que testifican: el Espíritu, el agua y la sangre, y los
tres se reducen a uno solo (1 Jn. 5,4-8). EN OTRAS PALABRAS, EL
ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN Y LA SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA
DEL BAUTISMO. ESTOS TRES SON UNO Y PERMANECEN INDIVISIBLES. NINGUNO DE ELLOS
ES SEPARABLE DE SU VÍCULO CON LOS DEMÁS”[270].
El Papa San León define que en la
santificación, el Espíritu de santificación y la sangre de Redención ¡no se pueden separar del agua del
bautismo! Por lo tanto, no puede haber justificación sin el sacramento del
bautismo.
Esto excluye infaliblemente el concepto mismo del bautismo de deseo y
bautismo de sangre, esto
es, que es posible la santificación sólo por el Espíritu y la sangre, sin el
agua.
A la luz de esta carta dogmática, además de los otros hechos ya
presentados, no se puede sostener el bautismo de deseo y bautismo de sangre;
porque estas teorías separan el Espíritu y la sangre del agua en la
santificación.
Y para que nadie intente encontrar fallas en esta definición infalible con
el argumento de que la bienaventurada Virgen María es una excepción a ella, hay
que reconocer que el Papa San León está definiendo sobre santificación/justificación
del estado de pecado.
Papa San León Magno,
carta dogmática a Flaviano, Concilio de Calcedonia,
451:
“Dejad que preste atención a lo que el
bienaventurado apóstol Pedro predica, que la santificación por el Espíritu se
realiza por la aspersión de la sangre de Cristo (1
Pedro 1,2), y no dejéis que pasen más allá de las mismas palabras del
apóstol, considerando que habéis sido
rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no
con plata ni oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como
cordero sin defecto ni mancha (1 Pedro 1,18). Tampoco hay que resistir el
testimonio del bienaventurado Apóstol Juan: y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado (1 Juan
1,7)…”.
La bienaventurada Virgen María no tenía pecado. Ella fue concebida en un
estado de santificación perfecta. Puesto que el Papa San León está definiendo
sobre la santificación/justificación del pecador, su definición de ninguna
manera se aplica a ella.
Por lo tanto, no puede haber justificación de un pecador sin el bautismo de
agua (de fide). No se puede aplicar la sangre redentora de Cristo sin el
bautismo de agua (de fide). No puede haber salvación sin el bautismo de
agua (de fide).
A fin de probar el punto de que esta declaración dogmática elimina
específicamente la teoría del bautismo de deseo, nótese cómo Santo Tomás de
Aquino (al enseñar el bautismo de deseo) dice exactamente lo contrario de lo
que definió el Papa San León Magno.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 68, a. 2: “… parece que sin
el sacramento del bautismo es posible conseguir la salvación por la santificación invisible…”.
Santo Tomás dice que el bautismo de deseo da la santificación sin el
agua del bautismo. ¡El Papa San León Magno dice dogmática e infaliblemente
que no se puede obtener la santificación sin el agua de bautismo! Un católico
debe aceptar la enseñanza del Papa San León Magno.
Papa San León el
Grande, Concilio de Calcedonia,
carta dogmática a Flaviano, 451: “EN OTRAS PALABRAS, EL ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN
Y LA SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA DEL BAUTISMO. ESTOS
TRES SON UNO Y PERMANECEN INDIVISIBLES. NINGUNO DE ELLOS ES
SEPARABLE DE SU VÍCULO CON LOS DEMÁS”[271].
La importancia del pronunciamiento del Papa San León es extraordinaria.
Naturalmente, aplasta toda idea de salvación para los supuestamente “ignorantes
invencibles”. Estas almas no pueden ser santificadas y limpiadas por la
sangre de Cristo sin recibir las aguas salvadoras del bautismo, a la cual
Dios llevará a todos los de buena voluntad.
El dogma de que la sangre de Cristo se aplica a un pecador en el sacramento
del bautismo fue definido por el Concilio de Trento; sin embargo, la definición
de Trento no es tan específica como la del Papa León. La diferencia es que,
mientras que la definición de Trento sobre la sangre de Cristo establece el
principio de que la sangre de Cristo se aplica a un pecador en el sacramento
del bautismo, la definición del Papa León confirma que esto significa
que la sangre de Cristo sólo se puede aplicar a un pecador
por el sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 5, del pecado original, ex cathedra: “Si alguno
afirma que este pecado de Adán (…) se quita por las fuerzas de la naturaleza
humana o por otro remedio que por el mérito del solo mediador, nuestro Señor Jesucristo, el cual, ‘hecho
para nosotros justicia, santificación y redención’ (1 Cor. 1, 30) nos
reconcilió con el Padre en su sangre;
o niega que el mismo mérito de
Jesucristo se aplique tanto a los adultos como a los párvulos por el sacramento
del bautismo, (…) sea anatema”[272].
El pronunciamiento del Papa San León también confirma radicalmente la
compresión constante de la Iglesia sobre las palabras de Jesucristo en Juan 3,
5 en su sentido absolutamente literal: Quien
no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre
de 1439, ex cathedra: “Y habiendo por el primer hombre entrado la
muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el Espíritu’, como dice la
Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua
verdadera y natural”[273].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, del
pecado original, sesión V: “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el
pecado la muerte (…) para que en ellos por la regeneración se limpie lo que por
la generación contrajeron. ‘Porque si
uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de
Dios’ (Juan 3, 5)”[274].
Papa Paulo III, Concilio de Trento,
can. 2 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: Si alguno dijere que el agua verdadera y
natural no es necesaria en el bautismo y, por tanto, desviare a una especie de
metáfora las palabras de nuestro Señor Jesucristo: ‘Si alguno no renaciere
del agua y del Espíritu Santo’ (Juan 3, 5), sea anatema”[275].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex
cathedra: “Si alguno dijere que
el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea
anatema”[276].
Puede verse la armonía de la declaración
dogmática del Papa San León Magno con todas estas otras: no hay salvación sin agua
y el Espíritu porque la sangre de Cristo – sin la cual nadie es justificado
– es por sí misma inseparable del agua y el Espíritu.
Los que comprehenden este pronunciamiento del
Papa San León deben rechazar toda creencia en las teorías del bautismo de deseo
y de sangre. Deben admitir que los teólogos que creían en el bautismo de deseo
y de sangre estaban equivocados. Deben dejar de creer y enseñar que la
santificación por el Espíritu viene sin el agua de bautismo. Los que se
niegan a hacer esto están obstinadamente contradiciendo la enseñanza
de la Iglesia. Contradecir obstinadamente la enseñanza de la Iglesia es caer en
herejía. Caer en herejía sin arrepentirse es perder la salvación.
Algunos pueden preguntarse por qué algunos santos
y teólogos enseñaban el bautismo de deseo y de sangre incluso después de la
fecha de la declaración del Papa León. La respuesta es simple: Ellos no estaban
conscientes de la declaración definitiva del Papa León respecto a esto; erraban
de buena fe; eran seres humanos falibles; no estaban conscientes de que su posición
era contraria a esta enseñanza infalible de la Iglesia católica.
Pero una vez que se reconoce que esta posición
sobre el bautismo de deseo y de sangre es contraria a la enseñanza infalible de
la Iglesia católica – como lo prueba un examen pormenorizado de la declaración
del Papa León – se debe cambiar de posición si se quiere permanecer católico
y salvar el alma. San
Pedro ha hablado por la boca de León y nos ha confirmado que el Espíritu de
santificación y la sangre de redención no pueden ser separados de su relación
con el bautismo de agua, por lo que debemos ajustar nuestra posición con esto
o, de lo contrario, no tenemos la fe de Pedro.
16. Principales Objeciones
SESIÓN
6, CAP. 4 DEL CONCILIO DE TRENTO
OBJECIÓN: ¡En la sesión 6, capítulo 4 de su decreto sobre la
justificación, el Concilio de Trento enseña que la justificación se puede
realizar por el agua del bautismo o su deseo! ¡Ahí lo tenéis!
RESPUESTA: [Nota preliminar:
Si la sesión 6, cap. 4 de Trento enseñara lo que afirman los defensores del
bautismo de deseo (cosa que no lo es), entonces significaría que todo
hombre debe recibir el bautismo o por lo menos tener el real deseo/voto de
recibir el bautismo para salvarse. Esto significaría que sería una herejía
decir que todo aquel que no estuviere bautizado podría salvarse si por lo menos
no tuviese el deseo/voto por el bautismo de agua. ¡Pero el 99% de las
personas que citan este pasaje a favor del bautismo de deseo ni siquiera creen
que alguien deba desear al bautismo para salvarse! Ellos creen que los judíos,
budistas, hindúes, musulmanes, etc., que no desean el bautismo de agua
se pueden salvar. Por lo tanto, el 99% de los que citan este pasaje rechazan
incluso lo que ellos afirman que Trento enseña. Francamente, este sólo
hecho demuestra la deshonestidad y la mala voluntad de la mayoría de los
defensores del bautismo de deseo en su intento de citar este pasaje como si
ellos fueran fieles a su enseñanza cuando, en realidad, ellos no creen en
absoluto en ella y están en herejía al enseñar que los no católicos se pueden
salvar sin siquiera desear el bautismo de agua].
Habiendo hecho esta observación, este pasaje del Concilio de Trento no
enseña que la justificación pueda ocurrir por el agua del bautismo o su
deseo. El pasaje dice que la justificación en los impíos NO PUEDE OCURRIR
SIN el agua del bautismo o su deseo. Esto es totalmente diferente de la
idea de que la justificación puede ocurrir por el agua del bautismo o su
deseo.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 4: “Por las cuales palabras se insinúa la
descripción de la justificación del impío, de suerte que sea el paso de aquel
estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de
adopción de hijos de Dios (Rom. 8, 15) por el segundo Adán, Jesucristo Salvador
nuestro; paso, ciertamente que, después de la promulgación del Evangelio, NO PUEDE OCURRIR SIN el lavatorio de la
regeneración (can. 5 sobre el bautismo) o su deseo, SEGÚN ESTÁ ESCRITO: ‘Quien
no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios
(Juan 3, 5)”[277].
Primero que nada, el lector debe notar que este crucial pasaje de Trento ha
sido mal traducido en la versión popular inglesa del Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, antes
citado. [N. del t.: Aunque este problema no aparece en la versión española del
Denzinger, aún así traduciré esta sección para una comprensión más amplia de
este pasaje de Trento y cuál es la mala traducción promovida por los herejes].
La frase crítica “el paso (…) después
de la promulgación del Evangelio, no
puede ocurrir sin el lavatorio de la regeneración o su deseo” ha sido
mal traducida como: “el paso (…) después
de la promulgación del Evangelio, no
puede ocurrir sino a través del lavatorio de la regeneración o su
deseo…”. Este error de traducción de la palabra latina “sine” (sin) – que
se encuentra en el latín original[278] – a
“sino a través” altera por completo el significado del pasaje para favorecer el
error del bautismo de deseo. Esto es importante tener en cuenta ya que este
error de traducción sigue siendo utilizado por los apologistas del bautismo de
deseo (a menudo deliberadamente), incluso en publicaciones recientes de la FSSPX
y la CMRI. Hecha esta observación, procederé a discutir lo que en realidad el
Concilio dice aquí.
Al recurrir a una correcta traducción, que se encuentra
en muchos libros, el lector también debe notar que, en este pasaje, el Concilio
de Trento enseña que Juan 3, 5 debe tomarse según
está escrito (latín: sicut
scriptum est), lo que excluye cualquier posibilidad de salvación sin
renacer del agua en el sacramento del bautismo. No hay manera que el bautismo de deseo pueda ser cierto
si Juan 3, 5 debe tomarse según está escrito, porque Juan 3, 5 dice que todo
hombre debe renacer del agua y del Espíritu Santo, que es lo que niega
la teoría del bautismo de deseo. La teoría del bautismo de deseo y una
interpretación de Juan 3, 5 según está escrito son mutuamente excluyentes
(ambas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo) – y todos los defensores del
bautismo de deseo admiten esto –. Es por eso que todos ellos tienen – y lo
hacen – que optar por una interpretación no literal de Juan 3, 5.
P. Francois Laisney
(creyente en el bautismo de deseo), ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 33:
“El mejor argumento del P. Feeney era que las palabras de nuestro Señor ‘quien no renaciera del agua y del Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ (Juan 3, 5) significa la necesidad
absoluta del bautismo de agua sin ninguna excepción (…) La gran pregunta es,
entonces, ¿cómo explica la Iglesia estas palabras de nuestro Señor?”.
El P. Laisney, un fiero defensor del bautismo de deseo, admite aquí
que Juan 3, 5 no se puede entender según está escrito si el bautismo de
deseo es verdadero. Él, por lo tanto, sostiene que la verdadera comprensión de
Juan 3, 5 es que ella no se aplica literalmente a todos los hombres; es decir,
Juan 3, 5 no debe ser entendido según está escrito. Pero ¿cómo entiende
la Iglesia católica estas palabras? ¿Qué dice el pasaje de Trento que acabamos
de discutir?: Él dice infaliblemente, “SEGÚN ESTÁ ESCRITO, QUIEN NO RENACIERE DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU SANTO, NO PUEDE ENTRAR EN EL
REINO DE DIOS”.
Pero ¿qué hay de los que reivindican el bautismo de deseo?: que el uso de
la palabra “o” (en latín: aut) en el pasaje anterior significa que la
justificación puede ocurrir por el agua del bautismo o su
deseo. Una mirada cuidadosa de la traducción correcta de este pasaje muestra
que esta afirmación es falsa. Suponga que yo dijera, “Esta ducha no puede
ocurrir sin el agua o el deseo de tomar una”. ¿Significa esto que
una ducha puede ocurrir por el deseo de tomar una ducha? No. Significa que
ambas (el agua y el deseo) son necesarias.
O supongamos que yo dijera, “No puede haber una boda sin una
novia o un novio”. ¿Significa esto que puede haber una boda con un novio y
sin una novia? Por supuesto que no. Significa que ambos son necesarios para la
boda. Se pueden dar cientos de otros ejemplos. Asimismo, el pasaje antes citado
de Trento dice que la justificación NO PUEDE OCURRIR SIN
el agua o el deseo; en otras palabras, que ambos son necesarios. ¡No
dice que la justificación ocurre ya
sea por el agua o el deseo!
“AUT”
( O ) ANTES SIGNIFICABA “Y” EN EL CONTEXTO DE LOS CONCILIOS
De hecho, la palabra latina aut (“o”) se utiliza de forma similar en
otros pasajes del Concilio de Trento y de otros Concilios. En la famosa bula Cantate
Domino del Concilio de Florencia, encontramos la palabra latina aut
(“o”) usada en un contexto que sin duda hace que signifique “y”.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex
cathedra:
“[La Santa Iglesia romana] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que
no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos
o
[aut] herejes y cismáticos, puede
hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está
aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su
muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de
la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación
los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios
de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas
que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede
salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[279].
Aquí vemos al Concilio de Florencia usando la palabra “o” (aut) en
un significado que equivale a “y”. El Concilio declara que no solamente
paganos, sino también judíos o (aut) herejes y cismáticos no
pueden salvarse. ¿Esto significa que o los judíos o los herejes se salvarán?
Por supuesto que no. Claramente significa que ningún judío y ningún hereje se
pueden salvar. Por lo tanto, este es un ejemplo de un contexto en que la
palabra latina aut (o) sí tiene un significado que es claramente “y”.
Este ejemplo prueba absolutamente que la palabra latina aut puede ser, y ha sido usada en declaraciones solemnes
magisteriales de la manera que estamos diciendo que se ha utilizado en la
sesión 6, cap. 4 de Trento.
En la introducción del decreto sobre la justificación, el Concilio de
Trento prohíbe estrictamente que nadie “crea,
predique o enseñe” (credere, praedicare aut docere) de
otro modo que esté definido y declarado en el decreto sobre la justificación.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, Introducción (Preámbulo): “… prohibiendo con todo
rigor que nadie en adelante se atreva a creer,
predicar o enseñar de otro modo que como por el presente decreto se
establece o declara”[280].
¿“O” (aut) en este pasaje significa que
sólo está prohibido predicar en contra el decreto del Concilio sobre la justificación, pero se
permite enseñar lo contrario? No, obviamente “o” (aut) significa que tanto
la predicación y la enseñanza están prohibidas. Al igual que en el capítulo 4
citado arriba, “o” significa que la justificación no puede ocurrir sin
el agua y su deseo. Otro ejemplo del uso de aut para significar “y” (o
“ambos”) en Trento se encuentra en la sesión 21, cap. 2, el decreto sobre la
comunión bajo las dos especies (Denz. 931).
Papa Pío IV, Concilio
de Trento, sesión 21, cap. 2: “Por eso, la santa Madre Iglesia (…) decretó
fuera tenida por ley, que no es lícito
rechazar o a su arbitrio cambiar, sin la autoridad de la misma
Iglesia”[281].
¿Significa aut en esta declaración que el decreto del Concilio no
puede ser rechazado, pero puede ser cambiado? No, obviamente significa que tanto
un rechazo y un cambio están prohibidos. Este es otro ejemplo de cómo la
palabra latina aut puede ser usada en contextos que hacen que su
significado sea “y” o “ambos”. Y estos ejemplos, si tenemos en cuenta la
redacción del pasaje, refutan la afirmación de los partidarios del bautismo de
deseo: que el significado de aut en capítulo 4, sesión 6 es el que
favorece el bautismo de deseo.
Pero ¿por qué Trento define que el deseo del bautismo, junto con el
bautismo, es necesario para la justificación? En el pasado no respondimos esta
pregunta tan bien como podríamos, porque pensábamos que la sesión 6, cap. 4
estaba distinguiendo entre los adultos y los infantes. Pero un estudio más
profundo del pasaje revela que en este capítulo Trento está definiendo lo que
es necesario para la iustificationis impii[282] – la justificación del impío (véase la cita
arriba) –. Los impii (“impíos”) no se refiere a los infantes – quienes
son incapaces de cometer pecados actuales (Trento, sesión V, Denz. 791).
La palabra “impii” en latín es, en realidad, una palabra muy fuerte, según un
latinista a quien he consultado, y él está de acuerdo en que es demasiado
fuerte para describir a un infante en sólo pecado original. A veces se traduce
como “malvado” o “pecador”. Por lo tanto, en este capítulo, Trento está
tratando de los mayores de la edad de la razón que han cometido pecados
actuales, y para esas personas el deseo del bautismo es necesario para la
justificación. De hecho, los siguientes capítulos de Trento sobre la
justificación (caps. 5-7) son todos acerca de la justificación de los adultos,
demostrando así que el contexto es sobre la justificación de los pecadores
adultos, especialmente cuando se considera la palabra impii. Es por eso
que el capítulo declara que la justificación no puede ocurrir sin
el agua del bautismo o su deseo (ambos son necesarios).
Catecismo
del Concilio de Trento, Del Bautismo – Disposiciones para el bautismo, p.
180: “DISPOSICIONES – (…) En primer lugar, es necesario que deseen y
estén resueltos a recibir el bautismo”[283].
UN EMAIL INTERESANTE
SOBRE ESTE PASAJE DE TRENTO
Curiosamente, se me ocurrió enviar por email una pregunta a una latinista
de Inglaterra sobre este pasaje del Concilio de Trento y el uso de la palabra
“o” (aut), sólo para saber qué pensaba ella. Yo ni siquiera conozco a
esta persona y no creo que ella sea católica. Ella es una erudita latinista de
Oxford y creo que ella respondió honesta e imparcialmente. Su respuesta es muy
interesante e importante, especialmente para aquellas personas que están
convencidas que el Concilio de Trento enseñó el “bautismo de deseo”. Le escribí
lo siguiente:
“El pasaje en latín
es el siguiente: quae quidem translatio (…) sine lavacro regenerationis aut
eius voto fieri non potest...”.
“Se traduce como
sigue: ‘Esta transición (…) no puede ocurrir sin el lavatorio de la
regeneración o su deseo”.
“Esto dice
literalmente que la transición no puede ocurrir sin el lavatorio de la
regeneración o un deseo de él (lo que significa que se deben tener ambos). No
dice que puede ocurrir con cualquiera de los dos, ¿no le parece? ¿No equivale a
decir: Esta ducha no puede ocurrir sin agua o el deseo de tomar una
(significando que ambos son necesarios); y no es equivalente a decir: este
artículo no se puede escribir sin lápiz o papel (significando que ambos son
necesarios)? Se puede entender el aut de esta manera en latín, ¿qué
piensa usted?
“Cualquier
consideración que usted tenga me sería muy interesante. Gracias”.
Y ella respondió, el 1 de diciembre de 2003 lo siguiente:
“¡Esto no es fácil! Es posible
entenderlo de ambas maneras, con aut
como “o” y como “y”.
“Aut como “o” es más común, pero aquí la interpretación depende de si
usted cree que el deseo del bautismo es suficiente por sí sólo o si la frase significa
que se necesita tener el deseo además del sacramento mismo.
¡Le dejo a usted que decida!
Mis mejores deseos
Carolinne White
LATÍN DE OXFORD”
La declaración de Sra. White es muy importante e interesante ya que muestra
que, en su opinión profesional como académica latinista, el pasaje que usa “o”
(aut) ¡definitivamente puede leerse como “y”, algo que muchos de los
defensores del bautismo de deseo rechazan como absolutamente imposible! Ella
además admite que la interpretación depende de si uno cree que el deseo del
bautismo es suficiente – ¡una declaración muy honesta por su parte, creo
yo! –. Y ella dice esto sin que yo le diese el resto del contexto; a saber,
donde el Concilio de Trento declara, inmediatamente después de usar las
palabras “o su deseo”, que Juan 3, 5 debe ser entendido según está
escrito.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 4: “[la justificación]…no puede ocurrir sin el lavatorio de la regeneración o su deseo, SEGÚN ESTÁ ESCRITO: Quien no renaciere del agua y del Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3, 5)”[284].
El punto es, por tanto, que, al menos, todos los defensores del
bautismo de deseo deben admitir que este pasaje se puede leer en ambos
sentidos, y por lo tanto, que el entendimiento depende de si uno cree que el
deseo del bautismo es suficiente o no. Pero si un defensor del bautismo de
deseo admite (como debe, si es honesto) que este pasaje no puede enseñar
el bautismo de deseo, entonces él está admitiendo que el entendimiento debe
inferirse no solo del contexto inmediato (el cual afirma Juan 3, 5 según
está escrito y por lo tanto excluye el bautismo de deseo), sino también
de todas las otras declaraciones sobre el bautismo y la justificación en
Trento. ¿Y qué dicen todos los otros pasajes de Trento sobre la necesidad
del bautismo? ¿Enseñan un entendimiento abierto al bautismo de deseo, o
excluyen toda salvación sin el bautismo de agua? La respuesta es innegable.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el
sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el
bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación
(Juan 3, 5), sea anatema”[285].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, del
pecado original, sesión V, ex cathedra: “Por un hombre entró el pecado
en el mundo, y por el pecado la muerte (…) para que en ellos por la
regeneración se limpie lo que por la generación contrajeron. ‘Porque si uno no renaciere del agua y del
Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ (Juan 3, 5)”[286].
Papa Paulo III, Concilio de Trento, can. 2 sobre el sacramento del
bautismo, sesión 7, 1547, ex cathedra: Si alguno dijere que el agua
verdadera y natural no es necesaria en el bautismo y, por tanto, desviare a una
especie de metáfora las palabras de nuestro Señor Jesucristo: ‘Quien no
renaciere del agua y del Espíritu Santo’ (Juan 3, 5), sea anatema”[287].
La interpretación de “o” en la sesión 6, cap. 4 como “y” no sólo es posible
(como la Sra. White admite), sino que es perfectamente compatible con todas
estas definiciones infalibles, mientras que la interpretación de “o”
en el sentido de bautismo de deseo es incompatible con todas estas
definiciones, sin mencionar (lo más importante) las palabras “según
está escrito, quien no renaciere del agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios”, que siguen inmediatamente después de “o su deseo” y
en la misma frase.
La interpretación de “o” en el sentido del bautismo de deseo también es
incompatible con la enseñanza del Concilio de Florencia sobre Juan 3, 5, y no
puede haber falta de armonía entre los concilios dogmáticos.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de Noviembre 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los sacramentos lo
ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual pues por él nos
hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y habiendo por el
primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el
Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los
cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera y
natural”[288].
La interpretación de “o” en el sentido del bautismo de deseo es también
incompatible con la definición extensiva del Concilio de Trento en los tres
capítulos posteriores sobre las causas de la justificación. Sólo tres capítulos
más adelante, el Concilio enumera las cuatro razones para la justificación de
los impíos.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 7,
las causas de la justificación: “Las causas de esta justificación son: la
final, la gloria de Dios y de Cristo (…) la eficiente, Dios
misericordioso (…) la meritoria, su Unigénito muy amado (…) la instrumental, el sacramento del
bautismo, que es el ‘sacramento de la fe’, sin la cual a nadie se le
concedió la justificación (…) Esta fe,
por tradición apostólica, la piden los
catecúmenos a la Iglesia antes del bautismo al pedir la fe y la vida
eterna…”[289].
Al enumerar todas las causas de la justificación, ¿por qué el Concilio no
mencionó la posibilidad del “bautismo de deseo”? Tuvo una gran oportunidad para
hacerlo, del mismo modo que
enseña claramente no menos de tres veces que las gracias del sacramento de la
penitencia se pueden alcanzar por el deseo de ese sacramento (sesión 14, cap.
4; y dos veces en la sesión 6, cap. 14). Pero el “bautismo de deseo” no se
menciona en ninguna parte, simplemente porque no es verdad. Y además, es
interesante considerar que la palabra “deseo” no aparece en el capítulo 7
sobre las causas de la justificación, sino en el capítulo 4 donde el
Concilio trata de lo que no puede faltar en la justificación de los impíos
(es decir, ni el agua ni el deseo pueden faltar en la justificación de los
impíos).
Pero algunos dirán: “Puedo ver su punto y no puedo negarlo, pero ¿por
qué el pasaje no usó la palabra “y” en lugar de “o”; no habría sido entonces
más claro?”. Esta pregunta se responde mejor al considerar una serie de
cosas:
En primer lugar, se
debe recordar que el pasaje describe que la justificación NO PUEDE OCURRIR SIN (es decir, lo que no puede faltar en la
justificación); pero no dice que la justificación se realiza ya sea por el agua
o el deseo.
En segundo lugar, el
Concilio no tuvo que usar “y” porque “o” puede significar “y” en el contexto de
palabras que figuran en el pasaje, como ya se ha mostrado.
En tercer lugar,
quienes hacen esta pregunta deben considerar otra, a saber: Si
el bautismo de deseo fuera cierto y fuera la enseñanza de Trento, ¿por qué el
Concilio no dijo en ningún lugar (cuando tuvo tantas oportunidades de
hacerlo) que puede haber justificación sin el sacramento o antes
de recibir el sacramento como tan clara y repetidamente lo hizo
en relación al sacramento de la penitencia? Esta asombrosa omisión
simplemente confirma los puntos que he hecho anteriormente, porque si el pasaje
significara el bautismo de deseo, lo hubiera dicho (es obvio que ello es porque
el Espíritu Santo no permitió que el Concilio enseñase el bautismo de deseo en
sus numerosas declaraciones sobre la necesidad absoluta del bautismo).
En cuarto lugar, la
pregunta anterior se responde mejor con un ejemplo paralelo: En 381, el
Concilio de Constantinopla definió que el Espíritu Santo procede del Padre. El
Concilio no dijo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La
omisión de las palabras “y del Hijo” (filioque en latín) hizo que
muchos millones concluyesen erróneamente que el Espíritu Santo no procede del
Hijo, una herejía que fue posteriormente condenada por la Iglesia. Si el
Concilio de Constantinopla hubiese simplemente incluido esa pequeña
declaración, que el Espíritu Santo también procede del Hijo, se habrían evitado
más que mil años de controversia con los cismáticos orientales – una
controversia que aún continúa en nuestros días –. Esa pequeña frase (“y del
Hijo”), si se hubiera incluido en Constantinopla, probablemente habría impedido
que millones de personas saliesen de la Iglesia católica y abrasasen la
“ortodoxia” oriental, porque los “ortodoxos” orientales piensan y todavía creen
que la enseñanza de la Iglesia católica de que el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo es contraria al Concilio de Constantinopla, que se
limitó a decir que el Espíritu Santo procede del Padre.
Entonces, ¿el Concilio de Constantinopla se equivocó? Por supuesto que no.
¿Pero Constantinopla pudo haber sido más claro al añadir esa pequeña frase que
habría eliminado una controversia? Por supuesto. Entonces, ¿por qué Dios
permitió que se produzca esta controversia, cuando Él pudo evitarla con sólo
inspirar a los Padres del Concilio de Constantinopla en 381 que incluyesen esa
pequeña frase? La respuesta es que debe haber herejías.
1 Cor., 11, 19: “Pues es necesario que haya también herejías,
para que los que son aprobados, sean manifiestos entre vosotros”.
Dios permite que surjan herejías con el fin de ver quién va a creer en la
verdad y quién no, para ver quién busca la verdad con sinceridad y quién pervierte
los hechos para satisfacer con sus propios deseos heréticos. Dios nunca permite
que sus Concilios, como el de Constantinopla y de Trento, enseñen error alguno,
pero Él puede permitir que la verdad sea dicha de manera que pueda dar la
oportunidad de torcer y pervertir el significado de las palabras usadas, si
ellos lo desean (sin la intención de juego de palabras), como lo hicieron los
cismáticos orientales en relación a la omisión de Constantinopla de la frase: y
del Hijo.
De hecho, ni siquiera importa si algunos de los Padres conciliares de
Constantinopla creyesen que el Espíritu Santo no procede del Hijo; y
probablemente hubo algunos que no creían que el Espíritu Santo procede del
Hijo. Lo único que importa es lo que en realidad declaró el Concilio de
Constantinopla, una declaración que no dice nada contrario al hecho de
que el Espíritu Santo sí procede del Hijo. Las intenciones de los Padres
conciliares de Constantinopla o de cualquier otro Concilio no tienen nada que
ver con la infalibilidad papal. Lo único que importa es que el dogma real
aprobado por el Papa sea declarado o finalizado en una profesión de fe.
Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2
sobre la revelación, 1879, ex cathedra:
“De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los
sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay
que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia”[290].
Interesante es en este sentido es el hecho que numerosos Papas señalan que
en el canon 28 del Concilio de Calcedonia, los Padres de Calcedonia
elaboraron un canon que elevó el status del obispo de Constantinopla. Los
padres del Concilio de Calcedonia, por lo tanto, intentaron
elevar el status de la Sede de Constantinopla en la elaboración del canon 28.
Sin embargo, el canon fue rechazado por el Papa San León Magno en su
confirmación de los actos de Calcedonia, y por lo tanto se consideró sin valor.
Papa León XIII, Satis cognitum, # 15, 29
de junio de 1986: “El vigésimo octavo canon del concilio de Calcedonia,
desprovisto de la aprobación y de la autoridad de la Sede Apostólica, ha
quedado, como todos saben, sin vigor ni efecto”[291].
Esto demuestra que la intención o los pensamientos de los Padres de un
concilio ecuménico no tienen valor sin la aprobación del Papa. Lo único que
importa es lo que la Iglesia realmente declara. Por lo tanto, el hecho que algunos de los Padres de
Trento – e incluso eminentes y santos teólogos después de Trento – piensen que
el antedicho pasaje de Trento enseñó el bautismo de deseo no significa nada;
porque los Padres en Calcedonia también pensaron que el Concilio estaba
elevando el status de Constantinopla, cuando no fue así; y algunos de los
Padres de Constantinopla probablemente pensaron que el Concilio estuvo negando
que el Espíritu Santo procede del Hijo, cuando no fue así. El punto esencial es
que sólo importan aquellas cosas que son declaradas por los Concilios y
finalmente aprobadas – nada más. Y el pasaje citado de Trento no enseña el
bautismo de deseo; no enseña que el deseo justifica sin el bautismo; y él no
contiene error.
El hecho es que Dios se aseguró que las palabras “según está escrito”
fueran incluidas en esa misma frase para asegurar que el Concilio no estaba
enseñando el bautismo de deseo por su redacción en este pasaje. El pasaje por
tanto enseña – según está escrito – quien no renaciere del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. ¡Y si lo que dicen los
defensores del bautismo de deseo fuera correcto, entonces tendríamos que lo que
enseña el Concilio en la primera parte de la frase, que Juan 3, 5 no
debe ser entendida según está escrito (que a veces el deseo es suficiente),
mientras simultáneamente se contradice en la segunda parte de la frase
diciéndonos que tomemos a Juan 3, 5 según está escrito (sicut
scriptum est)! Pero esto es absurdo, por supuesto. Los que insisten
obstinadamente que este pasaje enseña el bautismo de deseo están simplemente
equivocados y están contradiciendo las propias palabras que figuran en el
pasaje de Juan 3, 5. La inclusión de “SEGÚN ESTÁ ESCRITO,
quien no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios
(Juan 3, 5)”, muestra la perfecta armonía de ése pasaje de Trento con todos
los otros pasajes de Trento y los otros Concilios que afirman la necesidad
absoluta del bautismo de agua sin excepción.
EL
DOGMA, EL PAPA PÍO IX Y LA IGNORANCIA INVENCIBLE
OBJECIÓN: ¿Qué hay de la ignorancia invencible?
RESPUESTA:
2 Corintios 4, 3: “Si nuestro evangelio queda encubierto, es
para los que van a la perdición,
para los incrédulos, cuyas inteligencias cegó el dios de este siglo [satanás]
para que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo, que
es imagen de Dios”.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6 sobre la
justificación, cap. 15: “Hay que afirmar (…) que no sólo por la infidelidad,
por la que también se pierde la fe, sino por cualquier otro pecado mortal, se
pierde la gracia recibida de la justificación, aunque no se pierde la fe; defendiendo la doctrina de la divina ley que no sólo
excluye del reino de los cielos a los infieles, sino también a los
fieles que sean ‘fornicarios, adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones,
avaros, borrachos, maldicientes, rapaces’ (1 Cor. 6, 9), y a todos los demás
que cometen pecados mortales…”[292].
El dogma fuera de la Iglesia católica
no hay salvación ha sido definido solemnemente por lo menos siete veces por
los Papas hablando desde la Cátedra de San Pedro. Ni una sola vez se menciona
acerca de las excepciones como la “ignorancia invencible”. De hecho, es justo
lo contrario: todas las excepciones siempre fueron excluidas.
Papa
Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán,
constitución 1, 1215, ex cathedra:
“Y una
sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente
nadie se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[293].
Papa
Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de
noviembre de 1302, ex cathedra:
“Por
apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa
Iglesia católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y
simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión
de los pecados. (…) Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos,
lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda
criatura humana”[294].
Papa
Clemente V, Concilio de Vienne,
decreto # 30, 1311-1312, ex cathedra:
“Puesto que hay tanto para regulares y seglares, para superiores y súbditos,
para exentos y no exentos, una Iglesia
universal, fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos
ellos hay un solo Señor, una fe, un
bautismo…”[295].
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex
cathedra: “Todo el que quiera
salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la
guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre”[296].
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
“Cantate Domino”, 1441, ex cathedra:
“[La
Iglesia] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de
la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes
y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al
fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41), a no
ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la
unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen
les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los
ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia
cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando
derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere
en el seno y unidad de la Iglesia católica”[297].
Papa
León X, Quinto Concilio de Letrán,
sesión 11, 19 de diciembre de 1516, ex
cathedra: “Así que regulares y seglares, prelados y súbditos, exentos y no
exentos, pertenecen a una Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente
nadie es salvo, y todos ellos tienen un
Señor, una fe”[298].
Papa
Pío IV, Concilio de Trento,
“Iniunctum nobis”, 13 de noviembre de 1565, ex
cathedra: “Esta verdadera fe católica,
fuera de la cual nadie puede salvarse, y que al presente
espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[299].
Papa
Benedicto XIV, Nuper ad nos, 16 de
marzo de 1743, Profesión de fe: “Esta fe de la Iglesia católica, fuera de la
cual nadie puede salvarse, y que motu proprio ahora profeso y firmemente
mantengo…”[300].
Papa
Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión
2, Profesión de fe, 1870, ex cathedra:
“Esta verdadera fe
católica, fuera de la que nadie puede ser salvo, que ahora
voluntariamente profeso y verdaderamente mantengo…”[301].
La Iglesia católica es infalible; sus definiciones dogmáticas son
infalibles; los Papas cuando hablan desde la Cátedra de Pedro son infalibles.
Por lo tanto, es muy simple: Si fuera cierto que pudieran salvarse los llamados
“ignorantes invencibles” no católicos, entonces ¡DIOS NUNCA HABRÍA PERMITIDO QUE LA
IGLESIA CATÓLICA DEFINIERA EL DOGMA QUE ABSOLUTAMENTE NADIE PUEDE
SALVARSE FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA! Pero Dios sí permitió a su Iglesia infalible definiese esta verdad, QUE EXCLUYE ESPECÍFICAMENTE
DE LA SALVACIÓN A TODOS LOS QUE MUEREN NO CATÓLICOS.
Por lo tanto, la idea de que un no católico que es ignorante de la fe pueda
salvarse es herética; ella es una negación directa del dogma que “nadie”
(Papa Pío IV; Benedicto XIV; Pío IX), “absolutamente nadie” (Inocencio III), “nadie, (…) aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo” (Eugenio
IV), puede salvarse en cuanto no católico. Esto es una negación del dogma de
que “toda criatura humana” (Bonifacio VIII) debe ser católico, y
que “solo a quienes” (Eugenio IV) permanecen en el seno y la
unidad de la Iglesia pueden lograr la salvación.
Gregorio XVI, Summo iugiter studio, #2, 27 de mayo de
1832: “Finalmente, algunas de estas personas descarriadas intentan
persuadirse a sí mismos y a otros que los hombres no se salvan sólo en la
religión católica, sino que incluso los herejes pueden obtener la vida
eterna”[302].
Los que insisten que la “ignorancia invencible” puede posiblemente salvar a
una persona que muere no católica simplemente se apartan y niegan la enseñanza
dogmática de la Iglesia católica.
EL PAPA PÍO IX Y LA IGNORANCIA INVENCIBLE
¿Qué hay del Papa Pío IX? ¿No es verdad que él enseñó en dos documentos que
el invenciblemente ignorante podría salvarse? ¿Qué ocurre con Singulari
quadem y Quanto conficiamur moerore?
La confusión sobre este tema se ha incrementado como consecuencia de
algunas declaraciones malinterpretadas del Papa Pío IX. Al analizar estas
declaraciones, es imprescindible tener presente que, aun cuando el Papa Pío
IX hubiese enseñado en estas dos ocasiones, que los ignorantes invencibles
podrían salvarse, no significa que tal posición sea verdadera, ya que eran
documentos falibles que pueden contener error. Ningún Papa puede
cambiar o contradecir el dogma. El Papa Honorio, que reinó en el siglo séptimo,
fue, de hecho, posteriormente condenado por propagar la herejía, si bien que no
lo hizo en su capacidad de enseñar solemnemente a la Iglesia universal. Por lo
tanto, nadie, ni siquiera un Papa, puede cambiar el dogma de que nadie que
muere fuera la Iglesia católica, ignorante o no, puede salvarse. Aquí hay
algunas citas adicionales sobre la ignorancia.
Papa Benedicto XV, Humani
generis redemptionem, # 14, 15 de junio de 1917: “… ‘la ignorancia es la madre de todos los errores’, como observa con
veracidad el Cuarto Concilio de Letrán”[303].
Errores
de Pedro Abelardo,
condenados por Inocencio II, 16 de julio de 1140, # 10: “No pecaron los que
crucificaron a Cristo por ignorancia, y cuanto
se hace por ignorancia no debe atribuirse a culpa”. – Condenado[304]
SINGULARI QUADEM, UNA ALOCUCIÓN (DISCURSO A LOS CARDENALES)
El primero de los documentos del Papa Pío IX, frecuentemente citado por los
que creen en la salvación fuera de la Iglesia, es Singulari quadem, una
alocución (un discurso a los cardenales) del 9 de diciembre de 1854:
“… quienes sufren ignorancia de la verdadera
religión, si aquélla es invencible, no son ante los ojos del Señor reos por
ello de culpa alguna”[305].
En primer lugar, se trata de un discurso del Papa Pío IX a los
cardenales. No es un pronunciamiento dogmático, ni siquiera una encíclica, ni
siquiera una encíclica dirigida a toda la Iglesia.
¿Pero, el Papa Pío IX está diciendo que los ignorantes invencibles pueden
ser justificados y salvarse en su condición? No. Más bien, él está afirmando
que los “ignorantes invencibles” no se hacen responsables por el pecado de
infidelidad, pero, aún así irán al infierno. Lea cuidadosamente la última parte
de la frase, “no son reos POR ELLO de culpa alguna”, es decir, en lo que
concierne a la infidelidad. Santo Tomás de Aquino explica que los incrédulos
que nunca han oído hablar del Evangelio se condenan por sus otros pecados, los que no pueden ser remitidos sin
la fe, no por el pecado de infidelidad (o falta de fe en el Evangelio)[306]. Estos
otros pecados de los incrédulos sirven como razón por la cual Dios no les
revela el Evangelio y que, en última instancia, los excluye de la salvación. Si
uno entre ellos, sin embargo, fuera verdaderamente sincero y de buena voluntad,
y cooperara con la ley natural, entonces Dios le enviará un predicador (incluso
milagrosamente, si fuera necesario) para llevarle a él la fe católica y el
bautismo. En la misma alocución, el Papa Pío IX dice lo siguiente respecto a
una persona de buena voluntad que es invenciblemente ignorante:
“… y en modo alguno han de faltar los dones de
la gracia celeste a aquellos que con ánimo sincero quieran y pidan ser
recreados por esta luz”.
Santo Tomás de
Aquino, De Veritate, 14, a. 11, ad 1: Objeción: “‘Es posible que alguien pueda criarse en el bosque, o en medio de
lobos; tal hombre no puede saber nada explícitamente de la fe’. Santo Tomás
responde: ‘Es característica de la divina providencia proporcionar a cada
hombre lo necesario para la salvación (…) siempre que de su parte no ponga
obstáculo alguno. En el caso de un hombre que busca el bien y se aparta del
mal, por la guía de la razón natural, Dios,
o le revelará a través de la inspiración interior lo que debe ser creído, o le
enviará un predicador de la fe…”[307].
Santo Tomás de
Aquino, Sent. II, 28, q. 1, a. 4, ad 4: “Si
un hombre nacido entre naciones bárbaras, hace lo que puede, Dios mismo le
mostrará lo que es necesario para la salvación, ya sea por la inspiración o el
envío de un maestro para él”[308].
Santo
Tomás de Aquino, Sent. III, 25, q. 2, a. 2,
solute. 2: “Si un hombre no tiene a
nadie para instruirle, Dios le mostrará, a menos que desee culpablemente
permanecer donde está”[309].
Por lo tanto, el Papa Pío IX no estaba enseñando que las personas que son
ignorantes de la fe católica se pueden salvar; él estaba diciendo que tales
infieles no se condenan por la infidelidad. El hecho que todos los que
mueren como ignorantes no católicos no se salvan, es la afirmación de toda la
tradición católica y de todos los santos, además de ser la enseñanza dogmática
de la Iglesia católica.
San Alfonso de
Ligorio (†1760): “Cuántos han nacido
entre los paganos, entre los judíos, entre los mahometanos y herejes, y
todos están perdidos”[310].
San Alfonso: “Si
eres ignorante de las verdades de la fe, estás obligado a aprenderlas. Todo
cristiano está obligado a aprender el Credo, el Padrenuestro y el Avemaría,
bajo pena de pecado mortal. Muchos no
tienen idea de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, del pecado mortal, del
juicio, del paraíso, del infierno o la eternidad; y esta ignorancia deplorable
los condena”[311].
San Alfonso,
Preparación para la Muerte: “¡Cuán agradecidos debemos estar de Jesucristo por
el don de la fe! ¿Qué hubiera sido de
nosotros si hubiésemos nacido en Asia, África, América, o en medio de herejes y
cismáticos? El que no cree está perdido. Esta fue, pues, la gracia primera
y más grande que nos ha sido dada: nuestro llamado a la fe verdadera. Oh
Salvador del mundo, ¿qué sería de
nosotros si no nos hubieras iluminado? Hubiéramos sido como nuestros
antepasados, que adoraban animales o bloques de piedra y madera: y así todos
habríamos perecido”[312].
Si bien que la Singulari quadem de Pío IX no enseñó la HEREJÍA de
que hay salvación sin la fe católica por la ignorancia invencible, ella está
débilmente redactada. El Papa Pío IX simplemente debió haber repetido el dogma
definido muchas veces – esto es, que todos los que mueren sin la fe católica
están perdidos –, y haber explicado claramente que nadie de buena voluntad se
quedará en la ignorancia de la verdadera religión. Pero, debido a su
declaración débilmente redactada, y la siguiente que vamos a examinar, ha
resultado un verdadero desastre. Casi todos los que pretenden defender su
creencia herética de que puede haber salvación fuera la Iglesia católica citan
esta declaración falible del Papa Pío IX y la otra que vamos a examinar.
Lo que es interesante, sin embargo, y además confirma el punto anterior, es
que en Singulari quadem, después de explicar que los ignorantes
invencibles no son reos por ello de culpa alguna, ¡el Papa Pío IX
declara que un católico debe mantener un Señor, una fe y un bautismo, y que es
ilícito ir más allá en la inquisición! – probablemente en un intento de
contener el progreso de la creencia de que habría salvación fuera la Iglesia
por el “bautismo de deseo”. Las personas que creen en la salvación fuera la
Iglesia casi nunca citan esta parte de la alocución.
Papa Pío IX, Singulari quadem: “A la verdad, cuando libres de estos lazos
corpóreos, ‘veamos a Dios tal como es’ (1 Juan, 3, 2), entenderemos ciertamente
con cuán estrecho y bello nexo están unidas la misericordia y la justicia
divinas; mas en tanto nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal,
que embota el alma, mantengamos
firmísimamente según la doctrina católica que hay ‘un solo Dios, una sola
fe, un solo bautismo’ (Ef. 4, 5): Pasar más allá en nuestra inquisición
es ilícito”[313].
Por lo tanto, incluso el Papa Pío IX, en la misma declaración citada
malamente por los liberales contra el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación, amonesta que tal teoría sobre la salvación
por los otros bautismos y otras creencias es ilícita.
El Papa Pío IX habló nuevamente de la ignorancia invencible siete años
después en su encíclica Quanto
conficiamur moerore del 10 de agosto de 1863. Quanto conficiamur moerore no reúne los requisitos de la
infalibilidad, puesto que se trata sólo de una encíclica dirigida sólo a los
obispos de Italia[314].
Papa Pío IX, Quanto conficiamur moerore: “Y aquí,
queridos hijos y venerables hermanos, es menester recordar y reprender
nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos,
al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la
unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se
opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros
que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima
religión, QUE CUIDADOSAMENTE GUARDAN LA LEY NATURAL Y SUS PRECEPTOS, ESCULPIDOS
POR DIOS EN LOS CORAZONES DE TODOS Y ESTÁN DISPUESTOS A OBEDECER A DIOS Y
LLEVAN VIDA HONESTA Y RECTA, pueden conseguir la vida eterna, POR LA OPERACIÓN
DE LA VIRTUD DE LA LUZ DIVINA Y DE LA GRACIA, pues Dios (…) no consiente en
modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con
eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria”[315].
En primer lugar,
nótese que el Papa Pío IX condena específicamente la idea de que los hombres
“que viven en el error y ajenos a la verdadera fe” se pueden salvar. ¿Cuál, se
puede saber, es la idea de salvación para los “invenciblemente ignorantes”?
Pues, por supuesto, es la idea de que los hombres que viven en el error y
ajenos de la verdadera fe se pueden salvar. Por tanto, es condenado el concepto
mismo de la salvación para el “invenciblemente ignorante” como MUY CONTRARIO A
LA ENSEÑANZA CATÓLICA en este mismo documento del Papa Pío IX.
En segundo lugar,
nótese de nuevo que el Papa Pío IX no dice en ninguna parte que el
invenciblemente ignorante se puede salvar donde está. Él, más bien, está reiterando
que los ignorantes, si cooperan con la gracia de Dios, guardan la ley natural y
responden al llamado de Dios, pueden, por “la
operación de la virtud de la luz divina y de la gracia” de Dios [iluminados por la verdad del Evangelio]
alcanzar la vida eterna, ya que Dios ciertamente traerá a todos sus elegidos al
conocimiento de la verdad y a la Iglesia por el bautismo. De acuerdo con la definición específica de la Sagrada Escritura, “la luz divina” es la verdad del
Evangelio de Jesucristo (la fe católica), que elimina la ignorancia de
las tinieblas.
Efesios 5, 8: “Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora
sois luz en el Señor, andad, pues, como hijos de la luz”.
1 Tes. 5, 4-5:
“Cuanto a vosotros, hermanos
[creyentes], no viváis en tinieblas, (…) porque todos sois hijos de la luz e hijos del día”.
Colosenses 1,
12-13: “Dando gracias a Dios Padre, que
os ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en la luz. El Padre nos libró del poder
de las tinieblas y nos trasladó al
reino del Hijo de su amor”.
1 Pedro 2, 9: “Pero
vosotros sois linaje escogido (…) pueblo adquirido para pregonar las
excelencias del que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable”.
2 Corintios 4, 3-4:
“Si nuestro evangelio queda encubierto,
es para los que van a la perdición, para los incrédulos, cuyas
inteligencias cegó el dios de este siglo para
que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria de Cristo
que es imagen de Dios”.
2 Timoteo 1, 10: “Y
manifestada al presente por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que aniquiló la muerte y sacó a luz la vida y la
incorrupción por medio del Evangelio”.
Papa Pío IX,
Concilio Vaticano I (1870): “… nadie,
sin embargo, ‘puede consentir a la predicación evangélica’, como es menester
para conseguir la salvación, ‘sin la iluminación e inspiración del Espíritu
Santo, que da a todos suavidad en consentir y creer a la verdad’”[316].
Por lo tanto, no debemos interpretar las palabras de Pío IX en Quanto
conficiamur moerore sobre los ignorantes de buena voluntad siendo salvos
por recibir “la luz divina y la gracia” en contra de su verdadero significado
bíblico y tradicional: que la divina luz y la gracia es recibida por oír el
Evangelio, creer en él y recibir el bautismo. Por siguiente, en Quanto
conficiamur moerore, Pío IX dice que la persona sincera, de buena voluntad,
que es ignorante de la fe será “iluminada” por recibir la “luz divina” (oír el
Evangelio) y entrará en la Iglesia católica para que pueda salvarse.
Me doy cuenta que el Papa Pío IX no fue tan claro como podría haber sido en
la segunda parte de Quanto conficiamur moerore. Los herejes han tenido
un día de campo con ella, porque piensan que pueden explotar su redacción para
favorecer su herejía de que hay salvación fuera la Iglesia. Si el Papa Pío IX
hubiera repetido fuertemente las previas definiciones de los Papas, evitando
una redacción débil de sus palabras, él habría evitado el peligro de que los
modernistas tergiversen sus palabras. Este intento de tergiversar sus
palabras es una vergüenza, porque casi todas sus declaraciones sobre este tema
afirman sin ambigüedad el dogma de la Iglesia, esto es, que los herejes no se
pueden salvar.
Papa Pío IX, Nostis et nobiscum,
# 10, 8 de diciembre de 1849: “En particular hay que procurar que los mismos
fieles tengan fijo en sus almas y profundamente grabado el dogma de nuestra
santa Religión de que es necesaria la fe católica para obtener la eterna
salvación. (Esta doctrina recibida de Cristo y enfatizada por los Padres y
Concilios, está contenida también en las fórmulas de profesión de fe usadas por
los católicos latinos, griegos y orientales)”[317].
Papa Pío IX, Ubi primum, # 10,
17 de junio de 1847: “Puesto que hay una sola Iglesia universal fuera de la
cual absolutamente nadie se salva; ella contiene prelados regulares
y seculares junto con los que están bajo su jurisdicción, todos quienes
profesan un Señor, una fe y un bautismo”[318].
Papa Pío IX, Syllabus de errores modernos, 8 de
diciembre de 1864, proposición 16: “Los
hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la
salvación eterna y alcanzar la eterna salvación”. – Condenado[319]
Nótese de nuevo que está condenado aquí el concepto de salvación para el
“ignorante invencible”. El
concepto de salvación para el “ignorante invencible”, como es mantenido por
casi todos que lo defienden hoy, es que algunos hombres – incluyendo a los que
observan religiones no católicas – pueden encontrar y llegar a la salvación
en esas religiones porque ellos no tienen “culpa alguna”. Pero esto es
herético y fue condenado en el Índice de Errores arriba citado del mismo Papa
Pío IX.
El P. Miguel Muller, C.SS.R., fue un sacerdote católico que vivió en la
época del Papa Pío IX. Él escribió un famoso libro titulado El Dogma
Católico en el que defendió la enseñanza de la Iglesia de que una persona
que es “invenciblemente ignorante” de la fe no puede salvarse. También defendió
el verdadero sentido de la enseñanza del Papa Pío IX sobre este tema.
P. Miguel Muller,
C.SS.R., El Dogma Católico, pp. 217-218, 1888: “La ignorancia inculpable o invencible nunca ha sido y nunca será un
medio de salvación. Para salvarse, es necesario estar justificado, o estar
en estado de gracia. Para obtener la gracia santificante, es necesario contar
con las debidas disposiciones para la justificación, es decir, la verdadera fe
divina – al menos en las verdades
necesarias para la salvación –, la esperanza confiada en el divino
Salvador, el sincero dolor por el pecado, junto con el firme propósito de hacer
todo lo que Dios ha mandado, etc. Ahora
bien, estos actos sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad, contrición,
etc., que preparan el alma para recibir la gracia santificante, nunca pueden
ser suministrados por la ignorancia invencible, y si la ignorancia invencible
no puede suministrar la preparación para recibir la gracia santificante, muchos
menos le puede conceder la gracia santificante en sí misma. ‘La ignorancia invencible’, dice Santo Tomás, ‘es un castigo por el pecado’ (De, Infid. C. x, art. 1).
“Esta es, por tanto, una
maldición, pero no una bendición o un medio de salvación (…) Por eso Pío IX dijo ‘aquellos
que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que
cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en
los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida
honesta y recta, pueden conseguir la
vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues
Dios, que todo lo ve, escudriña y conoce la mente, el ánimo, pensamientos y
costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y
clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa
voluntaria’. Dios
todopoderoso, que es justo, no condena
a nadie sin culpa suya, pone a esas almas que son invenciblemente ignorantes de
las verdades de la salvación, en el camino de la salvación, ya sea por medios
naturales o sobrenaturales”[320].
En estas líneas bien escritas vemos afirmado el dogma católico. La
ignorancia invencible nunca puede salvar a un hombre; los que son
invenciblemente ignorantes, si se esfuerzan por hacer todo lo posible y son de
buena voluntad, serán iluminados de la fe católica por Dios “ya sea por medios
naturales o sobrenaturales”; el P. Muller confirma que el Papa Pío IX no estaba enseñando la herejía de que la ignorancia
invencible justifica y salva, sino que un alma en tal estado – que está de
buena voluntad y sigue la ley natural – será iluminada por Dios acerca de la fe
católica para que se pueda salvar. De hecho, el P. Muller, al reproducir las
palabras del Papa Pío IX en Quanto
conficiamut moerore muestra con más claridad la verdadera intención del
Papa.
Si bien está claro que estos documentos del Papa
Pío IX no enseñan que la “ignorancia invencible” pueda salvar a alguien, como
el P. Muller confirma, este no es el problema principal en lo que respecta a
este tema extremadamente importante de la necesidad de la Iglesia católica para
la salvación. La cuestión principal se refiere a lo que la Iglesia ha
enseñado infaliblemente; no lo que el Papa Pío IX enseñó faliblemente.
¡Ambos documentos eran falibles, no dogmáticos,
y podrían haber contenido error! Los herejes que creen en la salvación
fuera de la Iglesia les gusta echar a la basura toda la enseñanza dogmática de
la Iglesia sobre este tema y centrarse todo el tiempo en lo que ellos creen que
el Papa Pío IX enseñó faliblemente. Ellos ignoran todas las definiciones
dogmáticas (ya citadas en este documento), mientras que intentan explotar
los dos documentos falibles del Papa Pío IX. ¡Ellos oponen sus propias
interpretaciones erróneas sacadas de unas pocas líneas en un discurso de Pío IX
a los cardenales y en una carta al clero de Italia, contra las definiciones dogmáticas
del Cuarto Concilio de Letrán, el Papa Bonifacio VIII y el Concilio de
Florencia! Esto es absolutamente absurdo y totalmente deshonesto. Un sacerdote
lo expresó así:
“Sólo imagínense, mis queridos oyentes, que se omite todo secreto de
salvación contenido en los Evangelios, en las enseñanzas de los Apóstoles, en
las declaraciones de los santos, en las enseñanzas definidas por los Papas, en
todas las oraciones y liturgias de la Iglesia – e imagínense que súbitamente
todo aquello se aclara en una o dos frases débilmente redactadas en una
encíclica del Papa Pío IX, en la que los liberales basan su enseñanza de que
hay salvación fuera de la Iglesia”[321].
La verdad es que si los liberales reconocen lo
que se dice aquí, ellos se darían cuenta de que – aun cuando el Papa Pío IX
hubiera enseñado lo que ellos pretenden (que no lo hizo) –, sus declaraciones
no eran infalibles y no tendrían ningún peso en comparación con las
definiciones dogmáticas sobre el tema. Pero no les importa eso, porque, como un
sacerdote que cree en la salvación fuera de la Iglesia me dijo: “Me gusta lo que dijo el Papa Pío IX”.
Sí, le gusta lo que él piensa que
dijo Pío IX, y no le gusta lo que Dios ha dicho a través de las declaraciones
infalibles de la Iglesia.
En conclusión de lo anterior, se puede decir que
quienes insisten obstinadamente en la salvación de los “ignorantes invencibles”
– mientras ignoran estos hechos, y citan obstinadamente a Pío IX para intentar
demostrarla – rechazan simplemente el dogma a favor de sus propias interpretaciones
artificiales de declaraciones falibles; interpretaciones que los llevan a
conclusiones que fueron condenadas de forma explícita por el mismo Papa Pío IX.
Por lo tanto, estas personas “eligen” sus ideas heréticas por sobre el dogma
católico – herejía, en griego significa “elección” – y al hacerlo demuestran su
mala voluntad y de hecho se burlan de Dios. Esas personas no tienen fe
verdadera; no poseen el don de la aceptación de la revelación sobrenatural de
Dios; afirman que Jesucristo no es lo suficientemente importante como para que
todos los mayores del uso de la razón deban conocerlo para salvarse, y quieren
la verdad a su manera.
San Juan Crisóstomo (†390): “De manera que los Macabeos son honrados en
que preferían morir antes que traicionar la Ley (…) Entonces [en la antigua
ley] bastaba conocer a Dios para la salvación. Ahora no es así; es necesario el
conocimiento de Cristo para la salvación”[322].
La herejía de que los no católicos se pueden
salvar por la “ignorancia invencible” en realidad no era un problema antes de
1800, puesto que la enseñanza de la tradición católica de que nadie que ignore
el Evangelio puede salvarse era muy clara y mantenida por la mayoría. Pero
gracias al desarrollo del modernismo en la década de 1850, junto con el
secuestro de las débiles declaraciones del Papa Pío IX por los liberales, la
teoría herética de la salvación para los invenciblemente ignorantes irrumpió y
se convirtió en la creencia de muchos sacerdotes en la segunda mitad del siglo
XIX y la primera del siglo XX. Esto ha culminado en la situación en que nos
encontramos, en que casi el 100% de las personas que se dicen ser “católicas”
(e incluso católicos tradicionalistas) creen que se pueden salvar los judíos,
budistas, musulmanes, hindúes, protestantes, etc. Debemos agradecer a la
herética idea de la salvación para los “ignorantes invencibles” por esto (habrá
mucho más sobre esto más adelante en este documento). La herejía y el
modernismo se extendió tanto, que incluso en tiempos del Primer Concilio Vaticano en 1870, San Antonio María Claret, el
único santo canonizado en el Concilio, sufrió un derrame cerebral por la
indignación que le causó oír las herejías que se estaban promoviendo. Por
supuesto, Dios no permitió que ninguna de estas herejías se incluyera en los
decretos del Concilio Vaticano I.
El hecho es que todas las culturas son demoníacas
y están bajo el dominio del diablo hasta que sean evangelizadas. Esta es la
enseñanza indiscutible de la tradición y de la Escritura.
El P. Francisco de Vitoria, OP, un famoso teólogo
dominico del siglo decimosexto, resume muy bien la enseñanza tradicional de la
Iglesia católica sobre este tema. Estas son sus palabras:
“Cuando postulamos la ignorancia invencible sobre el tema del bautismo
o de la fe cristiana, no se desprende que una persona pueda salvarse sin el
bautismo o la fe cristiana. Porque los aborígenes, a quienes no ha llegado
la predicación de la fe o la religión cristiana se condenarán por los pecados
mortales o por la idolatría, pero no por el pecado de incredulidad. Sin
embargo, como dice Santo Tomás, si hacen lo que pueden, acompañado de una buena
vida de acuerdo con la ley de la naturaleza, es coherente con la providencia de
Dios, que Él les iluminará el nombre de Cristo”[323].
Todas las personas que mueren en las culturas en
las cuales no ha penetrado el Evangelio irán al infierno por los pecados contra
la ley natural y por los otros pecados graves que cometan – porque la razón que
Dios no les revela el Evangelio es por la mala voluntad y falta de cooperación
con la gracia de Dios. El Primer Concilio Vaticano definió infaliblemente,
basado en Romanos 1, que el Dios único y verdadero puede ser conocido con
certeza por las cosas que han sido hechas y por la luz natural de la razón
humana[324].
San Pablo, Romanos 1, 18-20: “Pues la ira de Dios se manifiesta
desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en
su justicia aprisionan la verdad con la injusticia. En efecto, lo cognoscible
de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde
la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son
conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables”.
Todos pueden conocer con certeza que hay un ser
supremo espiritual, que es el único Dios verdadero y creador del mundo y de
todo lo que contiene. Todos saben que Dios no es algo de madera o jade o piedra
que ellos hayan tallado. Ellos saben que Dios no es el árbol que adoran, ni el
río que adoran, ni la roca, ni la serpiente, ni la rana del árbol sagrado.
Ellos saben que estas cosas no es el Creador del universo. Todos saben que
están adorando a una criatura en vez del Creador. Son, como dice San Pablo en
el versículo 20, inexcusables. San Agustín explica con las siguientes palabras
el hecho que haya personas que murieron ignorantes de la fe y sin el bautismo.
San Agustín (†428): “…
Dios conoció de antemano que si hubieran vivido y el Evangelio se les hubiese
predicado, lo habrían escuchado sin creer”[325].
Y si alguien aceptara la verdad, si fuera lo suficientemente honesto
intelectualmente como para decir: “Dios, Tú no puedes ser este pedazo de
madera, revélate a mí”, entonces Dios le enviará un ángel si fuese necesario,
así como le envió un ángel a Cornelio en Hechos capítulo 10; y Él lo llevará
con un misionero que le predicará la buena nueva y el sacramento del bautismo.
Juan 18, 37: “Yo
para esto he nacido y para esto he venido, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye ni voz”.
Papa Pío XI, Quas
primas, # 15, 11 de diciembre de 1925: “Tal se nos propone ciertamente en
los Evangelios este reino, para entrar en el cual los hombres han de prepararse
haciendo penitencia, y no pueden de hecho entrar si no es por la fe y el bautismo, sacramento
este que, si bien es un rito externo,
significa y produce, sin embargo, la regeneración interior”[326].
San Agustín (†426): “En consecuencia, tanto los que no han escuchado el
Evangelio y aquellos que, habiéndolo oído, y habiendo cambiado para
mejor, no perseveraron (…) ninguno de esos se separa de esa masa
que se sabe que será condenada, ya que todos van (…) a la condenación”[327].
San Próspero de
Aquitania (†450): “Ciertamente,
la múltiple e indescriptible bondad de Dios, como hemos probado en abundancia,
siempre proveyó y todavía provee para la totalidad de la humanidad, de manera
que ninguno de los que perezcan puedan
alegar la excusa de que fue excluido de la luz de la verdad…”[328].
Romanos 8, 29-30: “Porque a los que de antes conoció, a esos
los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste
sea el primogénito entre muchos hermanos; y
a los que predestinó, a esos también llamó; y a los que llamó, a esos
los justificó; y a los que justificó, a esos también glorificó”.
Hechos 13, 48:
“Oyendo esto los gentiles, se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la
vida eterna”.
Como católicos, por supuesto no creemos en la predestinación como la
predicaba el hereje Juan Calvino, según la cual no importando lo que el
individuo haga, él está predestinado para el cielo o el infierno. Esa es una herejía
perversa. Al contrario, como católicos, creemos en la verdadera comprensión
de la predestinación, que se expresa en Romanos 8, Hechos 13 y en los Padres y
santos ya citados. Esta verdadera comprensión de la predestinación significa
simplemente que la presciencia de Dios, desde toda la eternidad, se asegura que
los que son de buena voluntad y son sinceros, serán traídos a la fe católica y
llegarán a conocer lo necesario para la salvación – y que todos los que no son
traídos a la fe católica y no saben lo que ellos deben, esos simplemente no
están entre los elegidos.
OTROS PAPAS Y SANTOS CONTRA LA IGNORANCIA INVENCIBLE
Los defensores de la salvación por la “ignorancia invencible” podrían
inquietarse al escuchar que otros dos
Papas, Benedicto XIV y San Pío X, reiteraron explícitamente el dogma de la
Iglesia de que hay ciertos misterios de la fe de los cuales nadie que quiera
salvarse puede ignorarlos. Estos misterios son los misterios de la
Trinidad y la Encarnación, tal como fue definido por el Credo de Atanasio.
Papa Benedicto XIV,
Cum religiosi, # 4: “Mirad que cada
ministro realice cuidadosamente las medidas establecidas por el Santo Concilio
de Trento (…) que los confesores deben cumplir esta parte de su deber cuando
alguien se encuentra en su tribunal y no sabe lo que debe saber por necesidad
de medio para salvarse…”[329].
San Pío X, Acerbo nimis, # 2, 15 de abril de 1905:
“Y por eso Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: ‘Declaramos que un gran número de los condenados a las penas eternas padecen su
perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se
deben saber y creer para ser contados entre los elegidos’”[330].
Toda persona por sobre la edad de la razón, debe tener un conocimiento
positivo de estos misterios de la fe para salvarse. No hay excepciones. Y esta
verdad de la fe católica es la razón de por qué tantos Papas y santos enseñaron
que cada miembro de la masa de la humanidad que vive en la ignorancia de Cristo
está bajo el dominio del diablo y no se salvará, a menos que se incorpore a la
luz admirable de Cristo por la fe y el bautismo.
Papa Gregorio XVI, Probe
nostis, # 6, 18 de septiembre de 1840: “Estamos agradecidos por el éxito de las misiones apostólicas en
América, las Indias y en otras tierras de infieles (…) Ellos buscan a los que habitan
en las tinieblas y en la sombra de la muerte para convocarlos a la luz
y la vida de la religión católica (…) A
fin de arrebatarlos del dominio del demonio, por el baño de la regeneración
y llevarlos a la libertad de los hijos adoptivos de Dios”[331].
En su bula Sublimus Dei, el Papa
Paulo III aborda la cuestión de los indios en el “recién descubierto” Nuevo
Mundo. Hablando en el contexto de los mayores del uso de la razón, el Papa
Paulo III declara que son capaces de recibir la fe, y reitera la enseñanza de
la tradición de que ninguno de ellos puede salvarse sin la fe en Jesucristo.
Papa Paulo III, Sublimus Dei, 29 de mayo de 1537: “El
Dios sublime tanto amó a la raza humana, que Él creó al hombre de tal manera
que pudiera participar, no solamente del bien que gozan las otras criaturas,
sino que lo dotó de la capacidad de alcanzar al Dios supremo, invisible e
inaccesible, y verlo cara a cara; y por cuanto el hombre, de acuerdo con el testimonio de las Sagradas Escrituras, fue
creado para gozar de la felicidad de la vida eterna, que nadie puede
alcanzar sino por medio de la fe en Nuestro Señor Jesucristo, es
necesario que posea la naturaleza y las capacidades para recibir esa fe; por lo
cual, quienquiera que esté así dotado, debe ser capaz de recibir la misma fe:
No es creíble que exista alguien que poseyendo el suficiente entendimiento para
desear la fe, esté despojado de la más necesaria facultad de obtenerla, de aquí
que Jesucristo, que es la Verdad misma, que no puede engañarse ni engañar,
cuando envió a los predicadores de la fe a [cumplir] con el oficio de la
predicación dijo: ‘Id y enseñad a todas las gentes’, a todas dijo, sin excepción, puesto que todas son capaces de ser
instruidas en la fe (…) haciendo uso de la autoridad apostólica,
determinamos y declaramos por las presentes letras que dichos indios, y todas
las gentes (…) deben ser convertidos a la fe de Cristo a través de la
predicación de la palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena, no
obstando nada en contrario”[332].
Esto nos muestra, una vez más, que es contrario a la fe católica afirmar
que se pueden salvar las almas ignorantes de los misterios fundamentales de la
fe católica.
El gran “apóstol de las Montañas Rocosas”, el P. Pierre de Smet, quien fue
el extraordinario misionero para los indios norteamericanos en el siglo XIX,
también estaba convencido – al igual que todos los grandes misioneros católicos
anteriores a él – que todos los indios a los que no alcanzó a predicar y
convertir, estarán eternamente perdidos (véase también la sección sobre San
Isaac Jogues y San Francisco Javier).
P. De Smet, SJ., 26
de enero de 1838: “Los nuevos sacerdotes ya serán asignados a la misión
Potawatomi, y mi superior, el Padre Verhaegen, me da esperanza que seré
enviado. ¡Qué feliz sería yo si pudiese dedicarme a la salvación de tantas
almas, que perecen porque nunca han conocido la verdad!”[333].
P. De Smet, SJ., 8
de diciembre de 1841: “Me duele el corazón pensar que tantas almas abandonadas
perecerán por falta de sacerdotes que los instruyan”[334].
P. De Smet, SJ., 9
de octubre de 1844: “¡Que emoción a la vista de esta vasta tierra, donde,
por falta de misioneros, miles de hombres nacen, crecen a la edad adulta, y
mueren en las tinieblas de la infidelidad! Pero ahora, por nuestros
esfuerzos, la mayoría, si no todos, conocerán la verdad”[335].
Esta verdad sobre la salvación es la razón de que San Luis de Montfort diga
lo siguiente en su obra maestra Tratado
de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen (la cual recomendamos a
todos).
San Luis de
Montfort, Verdadera Devoción a María, # 61: “Debajo del cielo ningún otro nombre se nos ha dado,
para que por él seamos salvos (…) Todo fiel que no esté unido a Él, como un
sarmiento lo está a la cepa de la vid, caerá, se secará y sólo servirá para ser
echado al fuego. Fuera de Él sólo hay
extravío, mentira, iniquidad, inutilidad, muerte y condenación”[336].
Esta verdad sobre la salvación es la razón de por qué el Papa San Gregorio
Magno respondió de la siguiente manera después de ver, en un mercado de
esclavos, a algunos jóvenes de la todavía no evangelizada Gran Bretaña.
Siglo VI: “La Gran Bretaña que conoció San Gregorio
completamente desconocedora de Cristo. Un día (…) San Gregorio vio en un
mercado de esclavos a un grupo de hermosos jóvenes de cabello rubio del norte,
y preguntó quiénes eran. ‘Anglos’ le respondieron, de Gran Bretaña. ‘No son
anglos, sino ángeles’, respondió San Gregorio exclamando lo triste que era que ‘seres con rostros tan claros
fuesen esclavos del príncipe de las tinieblas’ cuando ellos ‘deberían ser
coherederos con los ángeles del cielo’.
Y entonces resolvió: ‘Ellos serán salvados de la ira de Dios y llamados a
la misericordia de Cristo’”[337].
El Papa San Gregorio Magno claramente sostuvo que los anglos no estaban en
condiciones de salvarse, a pesar que eran ignorantes del Evangelio. Estaban,
como él dijo, esclavizados al príncipe de las tinieblas puesto que se
encontraban fuera del reino sobrenatural de Cristo (la Iglesia católica) y bajo
el dominio del diablo por causa del pecado original. Por lo tanto, resolvió
enviar a San Agustín de Canterbury para evangelizarlos y salvarlos.
Es por esta verdad sobre la salvación que San Francisco de Sales declaró lo
siguiente en La Controversia Católica:
San Francisco De Sales, La Controversia Católica
(1672): “Sí, en verdad, porque fuera de la Iglesia no hay salvación, fuera de esta arca todos perecen”[338].
San Francisco De Sales, La Controversia Católica
(1672): “… [que] los hombres puedan salvarse fuera de la verdadera Iglesia, lo cual es imposible”[339].
San Francisco De
Sales, La Controversia Católica (1672): “Quién puede desmerecer la
gloria de tantos religiosos de todas las órdenes, y de tantos sacerdotes
seglares, quienes, saliendo de su país, se han expuesto a la merced del
viento y la marea, para llegar a las naciones del Nuevo Mundo, a fin de conducirlas
a la verdadera fe, y para iluminarlas con la luz del Evangelio (…) entre
los caníbales, canarios (…) brasileños, malayos, japoneses, y de otras naciones
extranjeras, y se hicieron prisioneros allá, desterrándose de su propia tierra
natal para que esta pobre gente no sea desterrada del paraíso celestial”[340].
Es por esta verdad sobre la salvación que el Papa León XIII dijo que el
descubrimiento de América por Cristóbal Colón condujo a la salvación de cientos
miles de mortales, los que, de otro modo, se habrían perdido al morir en
un estado de ignorancia de la verdadera fe.
Papa León XIII, Quarto
abeunte saeculo, # 1, 1902:
“Por obra suya [de Cristóbal Colón]
emergió de la inexplorada profundidad del océano un nuevo mundo: cientos de
miles de mortales fueron rescatados
del olvido y de las tinieblas a la comunidad del género humano, fueron
llevados de un culto salvaje a la mansedumbre y a la humanidad, y lo que es muchísimo más, fueron
llamados nuevamente de la muerte a la vida eterna por la participación de
los bienes que nos trajo Jesucristo”[341].
Es por esta verdad sobre la salvación que el Papa Pelagio I, representando
el espíritu y toda la tradición de la Iglesia primitiva, declaró que todos
aquellos que “no conocieron el camino del Señor” se perdieron.
Papa Pelagio I, Fide
Pelagii a Childeberto, abril de 557: “Todos los hombres, en efecto, desde
Adán (…) confieso que entonces han de resucitar y’ presentarse ante el tribunal
de Cristo’ (Rom. 14, 10), ‘a fin de recibir cada uno lo propio de su cuerpo, según
su comportamiento, ora bienes, ora males’
(2 Cor. 5, 10) (…) a los inicuos,
empero, que por albedrío de su propia voluntad permanecen ‘vasos de ira aptos
para la ruina’ (Rom. 9, 22), que, o
no conocieron el camino del Señor o, conocido, lo abandonaron cautivos
de diversas prevaricaciones, los
entregará por justísimo juicio a las penas del fuego eterno e inextinguible,
para que ardan sin fin”[342].
San Justino Mártir, Diálogo con el
judío Trifón (155 d.C.): “No hay una
sola raza de hombres – sean bárbaros o griegos, o cualquiera sea el nombre de
su denominación, ya sean nómades o los llamados sin techo o sin rebaño que
viven en tiendas – entre los cuales sus
oraciones y acciones de gracias no son ofrecidas a Dios, el Creador de todas
las cosas, en el nombre de Jesús crucificado”[343].
El hecho es que Dios ha revelado que todos los que quieran salvarse deben
creer en la fe católica (la Trinidad y la Encarnación es “la fe católica” en
sus misterios más simples – véase el Credo Atanasiano). No debiera ser difícil para un católico aceptar el hecho que Dios se
asegurará que las almas de buena voluntad oirán su voz y recibirán la fe
católica. Después de todo, los católicos están obligados a profesar, en el solo
Credo de los Apóstoles, la creencia en numerosos eventos sobrenaturales: el
nacimiento virginal, la Resurrección y la Ascensión. Un católico también tiene
que creer en la Sagrada Escritura que está llena de milagros y de fenómenos
sobrenaturales. La transubstanciación (la presencia real de Cristo en la
Eucaristía) también es un milagro de todos los días en que los católicos tradicionales
creen. Entonces, ¿por qué sería difícil creer que Dios quite la ignorancia
de las almas de buena voluntad sin importar dónde se encuentren, incluso
milagrosamente si es necesario? El nombre de Jesús es el único nombre bajo
todo el cielo (Hechos 4, 12) en el cual hay salvación; y los que no entran
por Jesús, son ladrones y salteadores (Juan 10).
Juan 10, 1, 9:
“[Jesús dijo:] En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta
en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y
salteador (…) Yo soy la puerta”.
Un caso famoso es el de la venerable
María de Agreda, quien viajó por el don de la bilocación, desde su convento
en España hasta los desiertos de Texas para instruir a los indios en la
verdadera fe. “Hay un gran mural sobre la entrada principal de la catedral de
Ft. Worth que representa estas prolongadas visitas, así como el enorme original
que cuelga en la iglesia de Santa Ana en Beaumont, Texas”[344]. Sus
bilocaciones milagrosas a los Estados Unidos se produjeron por once años
(1620-1631), desde Texas a Nuevo México y Arizona, abarcando más de mil
quinientos kilómetros.
También se relata en muchos lugares del Nuevo Testamento que el Evangelio
fue incluso, en la época de los Apóstoles, predicado en todo el mundo.
Hechos 1, 8:
“[Jesús les dijo]… pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra”.
Colosenses 1, 23:
“Si perseveráis firmemente fundados y estables en la fe y no os apartáis de la
esperanza del Evangelio que oísteis, y que
ha sido predicado a toda criatura bajo el cielo, y cuyo ministro he
sido constituido yo, Pablo”.
Colosenses 1, 4-6:
“Pues hemos sabido de vuestra fe en Cristo (…) En ella habéis sido instruidos
por la palabra verdadera del Evangelio
que os llegó, y, como en todo el mundo, también entre vosotros
fructifica…”.
1 Tesalonicenses 1,
8: “Y así de vosotros no sólo se ha difundido la palabra del Señor en Macedonia
y en Acaya, sino que en todo lugar…”.
Romanos 10, 13-18:
“Pues todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Pero, ¿cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído de Él?
Y ¿cómo oirán si nadie les predica? (…) Luego la fe viene de la audición, y la
audición, por la palabra de Cristo. Pero yo digo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. Por toda la tierra se
difundió su voz, y hasta los confines del orbe habitado sus palabras”.
El Nuevo Testamento es claro al decir que el Evangelio llegó “hasta los
extremos de la tierra” (Hechos 1), “a toda criatura bajo el cielo” (Col. 1), y
“hasta los confines del orbe” (Rom. 10). Es muy posible que los Apóstoles hayan
sido milagrosamente transportados a las extremidades de la tierra a predicar el
Evangelio y bautizar en el mismo carro con el que el profeta Elías fue llevado
milagrosamente de la tierra – un carro de fuego.
2 Reyes 2, 11:
“Siguieron andando y hablando, y he aquí
que un carro de fuego con caballos de fuego separó a uno de otro, y Elías subía
al cielo en el torbellino”.
De hecho, sabemos que San Felipe Apóstol fue transportado de una manera
similar a la de Elías, después que Felipe bautizara al eunuco de Candace.
Hechos 8, 38-39:
“Mandó parar el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le
bautizó. En cuanto subieron del agua,
el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco,
que continuó alegre su camino”.
Hechos 2 nos dice también que el día de Pentecostés, judíos de “todas las
naciones que hay debajo del cielo” (que habían venido a Jerusalén para el día
de Pentecostés) fueron convertidos y bautizados.
Hechos 2, 1-41: “Al
cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar (…) Residían en Jerusalén judíos varones
piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo, y habiéndose
corrido la voz, se juntó una muchedumbre, que se quedó confusa al oírles hablar
cada uno en su propia lengua. Estupefactos de admiración, decían: Todos estos
que hablan, ¿no son galileos? Pues, ¿cómo nosotros oímos cada uno en nuestra
propia lengua, en la que hemos nacido? Partos,
medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y
Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene,
y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, (…)
Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporados (a la Iglesia) aquel día unas tres mil personas”.
Una vez que estas almas de “cuantas naciones hay bajo el cielo” se
convirtieron y bautizaron, viajaron de regreso a sus respectivas tierras y
difundieron el Evangelio – facilitando la inmediata diseminación del Evangelio
en las tierras lejanas de todo el mundo. Por eso, por ejemplo, hay evidencia
del cristianismo en Partia que es contemporánea con los primeros contactos
occidentales en ese reino después de Cristo.
Warren H. Carroll, Una Historia de la Cristiandad, vol. 1,
p. 429: “La importancia de esta conversión de un número considerable de
peregrinos [en el día de Pentecostés], quienes pronto retornarían a sus hogares
en tierras lejanas y que pudieron expandir la fe a menudo, ha sido
omitida (…) Pero este hecho probablemente explica, por ejemplo, que encontremos
vestigios de cristianismo en reinos tan
lejanos como el de los partos, cuando rastreamos los contactos con occidente, después
de Cristo”[345].
Puesto que estas almas se habían convertido de una manera intensa
“estupefactos” (Hechos 2, 12) – “y se apoderó de todos los espíritus el temor, pues muchos eran los prodigios y señales
realizados por los apóstoles” (Hechos 2, 43) – ellos se convirtieron en
celosos instrumentos misioneros de Dios que difundieron inmediatamente la fe y
bautizaron en sus países de origen. Y esto ni siquiera incluye la obra
misionera que los mismos Apóstoles hicieron en las tierras fuera del Imperio
Romano. San Andrés, por ejemplo, llegó a predicar tan lejos como Ucrania[346].
Andrés
– predicó en Escitia (Ucrania bárbara) y tal vez en Grecia
Bartolomé
– predicó en el sur de Arabia (y tal vez en India)
Judas
Tadeo – predicó en Mesopotamia (y quizás en Armenia e Irán)
Mateo –
en Media o Etiopía
Matías
– se desconoce
Felipe
– en Asia Menor (Frigia)
Simón
el celoso – en Irán
Tomás – en Partia y
la India[347]
“El hecho más
destacado de esta lista es que, con la única excepción de Felipe, cada uno de estos Apóstoles, de cuya obra
misionera se conserva la más escasa memoria, se fue más allá de las fronteras del Imperio Romano (…) Por lo tanto, la verdad parece ser
(como deberíamos haber esperado, si bien que en nuestra visión estrecha lo
podemos encontrar difícil creer) que Cristo
en realidad quiso decir exactamente lo que Él dijo cuando habló a los
discípulos, después de su Resurrección, de llevar su mensaje hasta los confines
de la tierra, y que no tenía ninguna intención de esperar hasta que se
inventaran los aviones y la televisión para que se pueda hacer con más
facilidad”[348].
Es por eso que los célebres Padres San Justino Mártir (citado arriba), San
Irineo, San Clemente y muchos otros escriben:
San Ireneo, Contra los herejes, 180 d.C.: “La Iglesia, extendida por el orbe del
universo hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus
discípulos la fe en un solo Dios Padre soberano universal (…) y en un solo
Jesucristo Hijo de Dios (…) y en el Espíritu Santo (…) por medio de la Virgen,
la pasión y la resurrección (…) Las iglesias de la Germania no creen de manera
diversa ni trasmiten otra doctrina diferente que la que predican las de la
Iberia o de los Celtas, o las de Oriente, como las de Egipto o Libia, así como
tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo; sino que, así como
el sol (…) es uno y el mismo en todo el mundo, así también la luz que es la predicación
de la verdad brilla en todas partes (Juan 1, 5) e ilumina a todos los seres
humanos (Juan 1, 9) que quieren venir al conocimiento de la verdad (1 Tim. 2,
4)”[349].
San Clemente de
Alejandría, Exhortación a los griegos,
190 d.C.: “El poder divino, por otra parte, se irradia con una velocidad inigualable y con una benevolencia fáciles de
obtener, ha llenado toda la tierra con la semilla de la salvación (…) Él se
mostró como el heraldo de la verdad, nuestro Mediador y Salvador…”[350].
También sabemos que el Espíritu Santo les prohibía especialmente a los
Apóstoles predicar el Evangelio en ciertos lugares, debido, muy probablemente,
a la mala voluntad con que se encontrarían sus habitantes.
Hechos 16, 6:
“Atravesada la Frigia y el país de Galacia,
el Espíritu Santo les prohibió predicar en Asia”.
Hechos 16, 7:
“Llegaron a Misia e intentaron dirigirse
a Bitinia, más tampoco se lo permitió el Espíritu de Jesús”.
Por otra parte, sabemos que el Espíritu Santo dirigió específicamente a los
Apóstoles – a modo de inspiración sobrenatural – para predicar el Evangelio en
los lugares donde había almas sinceras que la necesitaban, como en Macedonia.
Hechos 16, 9-10: “Por la noche tuvo Pablo una visión. Un
varón macedonio se le puso delante, y, rogándole, decía; Pasa a Macedonia y
ayúdanos. Luego que vio la visión,
buscamos cómo pasar a Macedonia, coligiendo que Dios nos llamaba a
evangelizarles”.
Hechos 8, 26-29:
“El ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía
(…) Dijo el Espíritu a Felipe: Acércate
y llégate a ese coche”.
Nada de esto quiere decir, por supuesto, que no se debe predicar el Evangelio a
una persona sin la inspiración sobrenatural. Es simplemente para ilustrar que
Dios conoce las almas de buena voluntad y las almas de mala voluntad, Él está
plenamente consciente de quién está verdaderamente deseoso de la verdad del
Evangelio y quién no, y no hay nada que le pueda detener en revelar su verdad a
aquellos que son sinceros. ¡El Señor añade a diario a la Iglesia a los que han
de ser salvos!
Hechos 2, 47: “Cada día el Señor iba incorporando a los
que habían de ser salvados” – Haydock Catholic Commentary
[Comentario Católico de Haydock] sobre
este versículo: “Más y más añadía cada
día a la Iglesia [quienes deberían ser salvos], como se expresa claramente en
el griego”.
San Pablo dice además que los hombres (es decir, los hombres mayores del
uso de la razón que quieren salvarse) no pueden tener fe en Cristo, que es
necesaria para la salvación, si no han oído hablar de Él. “Y ¿cómo creerán sin
haber oído de Él?” (Romanos 10). Dado que los mayores del uso de la razón deben
escuchar la palabra de Cristo para tener la fe (Romanos 10), deben escuchar la
palabra de Cristo para tener la salvación, porque nadie se justifica sin la fe
– la única verdadera fe católica.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 3, 1870, sobre la fe: “Mas porque ‘sin la fe (…) es imposible agradar
a Dios’ (Hebr. 11, 6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios; de ahí
que nadie alcanzará la salvación
eterna, si no perseverare en ella hasta el fin”[351].
Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”,
13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica,
fuera de la cual nadie puede salvarse, y que al presente
espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[352].
El hecho de que nadie puede salvarse sin la fe católica es, sin duda, la
razón de por qué hay evidencia de la llegada del cristianismo al Nuevo Mundo
mucho antes que Cristóbal Colón lo descubriese. San Brandán el Navegante
(484-577 d.C.) informa haber hecho viajes a través del Atlántico mucho antes de
Cristóbal Colón[353], y se
ha descubierto evidencia arqueológica que confirma esta afirmación.
Los conquistadores católicos de los siglos XV y XVI del norte y sur de
América, quienes también derrocaron al satánico imperio azteca, encontraron
abundante evidencia de la antigua presencia del cristianismo en el Nuevo Mundo.
“Siendo que las
Indias representaban un tercio de la humanidad, era, por lo tanto,
teológicamente imposible que no hubieran sido evangelizadas por uno de los
apóstoles de Cristo (…) Santo Tomás (que predicó supra Gangem, más allá del Ganges) (…) Puesto que la evangelización
de Santo Tomás es parte integrante de la revelación, ¿qué signos materiales
tenemos de su paso por el Nuevo Mundo? Estas son las marcas indelebles de su
presencia [o la de algún otro Apóstol]: las fuentes milagrosas y las
sorprendentes cruces encontradas aquí y allá, desde Bahía, en el Brasil, hasta
Huatulco, la variedad de ritos indígenas que vagamente evocan el cristianismo –
la confesión, el ayuno (…) la creencia en un Dios creador, en una Virgen que
concibió maravillosamente, en el diluvio universal; la marcada interpretación
de los símbolos en forma de cruz en los templos y manuscritos (…) Todo parece
dar fe de los restos de un cristianismo corrompido por el tiempo. La figura
omnipotente de uno llamado Zume en Paraguay y Brasil, Viracocha en Perú,
Bochica en Colombia, Quetzalcóatl en México, Kukulcán en los mayas, está
rodeada por un gran número de analogías cristianas”[354].
Se han descubierto evidencias de que el cristianismo llegó a China desde el
siglo primero o segundo. “Un profesor
chino de teología dice que la primera Navidad está representada en el relieve
en piedra de la dinastía Han del Este (25-220 d.C.). En la foto (…) una
mujer y un hombre están sentados en torno a lo que parece un pesebre, con los
supuestos ‘tres reyes magos’ que se acercan desde el lado izquierdo,
sosteniendo regalos; ‘el pastor’ que les seguía de rodillas a la derecha, y
‘los asesinos’ detrás”[355]. De
hecho, San Francisco Javier (1506-1552) y el P. Matteo Ricci (1552-1616), dos
de los misioneros más influyentes de la Compañía de Jesús, “afirmaron en sus
escritos que encontraron pruebas que corroboran que Tomás había pasado por
China con éxito”[356].
Así, por estos cuatro medios fue trasmitido el Evangelio hasta los confines
de la tierra durante el período de la revelación de Jesucristo – es decir, el
período en cual su fin está oficialmente marcado con la muerte del último
Apóstol: 1) la predicación de los Apóstoles que abarcaba todo el Imperio Romano
y las amplias zonas fuera de él, y la predicación de la multitud convertida por
ellos; 2) la predicación de todos los convertidos en Pentecostés, que llevaron
el Evangelio a sus tierras lejanas; 3) la posibilidad del transporte milagroso
de los Apóstoles a tierras lejanas donde se encontraban las almas de buena
voluntad, así como Felipe fue transportado lejos del eunuco (Hechos 8 y 4) la
intervención directa sobrenatural de Dios diciéndoles a la gente lo que
necesitan creer y hacer para ser convertidos a la fe cristiana y salvarse.
Vemos esta intervención sobrenatural directa de Dios para instruir a las almas
de buena voluntad en el caso de Cornelio y San Pablo:
Hechos 10, 1-5:
“Había en Cesárea un hombre llamado Cornelio, (…) piadoso, temeroso de Dios (…)
vio claramente en visión a un ángel de Dios que, acercándose a él,
le decía: Cornelio (…) envía, pues, unos hombres a Joppe y haz
que venga un cierto Simón, llamado Pedro”.
Hechos 9, 3-7:
“Cuando [Pablo] estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del
cielo (…) El entonces, temblando y despavorido, dijo: Señor, ¿qué quieres
que haga? Y el Señor le respondió: levántate y entra en la ciudad, y se te
dirá lo que has de hacer”.
También debemos tener en cuenta un quinto factor muy importante, que arroja
más luz sobre esta cuestión: la enseñanza de Cristo es que la inmensa mayoría
de la humanidad es de mala voluntad y, por lo tanto, se condenan. Jesús reveló
que son pocos los que se encuentran en el camino de la salvación en
Mateo 7, 13, y los grandes maestros espirituales de la Iglesia católica han
enseñado que no sólo la mayoría de la humanidad está perdida (es decir, todos
los que mueren como no católicos), sino incluso la mayoría de los que profesan
ser católicos.
Ya que el triste hecho de la historia humana es que pocos son de la verdad
– algo que también se descubre por la lectura del Antiguo Testamento y las
historias acerca de que pocos que fueron encontrados dignos de entrar en la
Tierra Prometida, y que pocos permanecían fieles a la ley de Dios en proporción
a la súper-mayoría de incluso el pueblo
de Dios que cayó repetidamente en la idolatría – esto ayuda en explicar por
qué Dios deja en la ignorancia a segmentos de la población mundial. Ello es
porque ahí no se encuentran almas de buena voluntad. Por lo tanto, las partes
del Nuevo Mundo que no fueron alcanzadas por el Evangelio, no fueron alcanzadas
porque ahí no se encontraban los elegidos.
Las palabras del Nuevo Testamento que hablan de que el Evangelio era
predicado en toda la creación debajo del cielo, y las palabras de nuestro Señor
de que los Apóstoles serían testigos de Él en “los confines de la tierra” en su
último discurso antes de su ascensión, sugieren que tal vez algunos de los
mismos Apóstoles fueron transportados milagrosamente a las zonas del mundo
donde se encontraban las almas de buena voluntad. Pero independientemente de lo
que obtiene de los pasajes de las Escrituras aquí citados, el hecho es que el
Evangelio fue predicado donde se encontraban las almas de buena voluntad y, donde
no se predica, no hay salvación.
Tertuliano, Contra los Judíos (200 d.C.): “¿En quién
otro han creído todas las naciones, sino en el Cristo, que ya ha venido? Los
partos y los medos y los elamitas, y los que habitan la Mesopotamia, Armenia, y
Capadocia; y los que viven en Ponto y Asia, en Phrygia y Pamphylia; caminantes
en Egipto y habitantes de las partes de África más allá de Cirene, romanos y
habitantes extranjeros; sí, y judíos en Jerusalén, y otras gentes: incluso las
diversas tribus de gutlianos, y los límites de muchos de los moros, y de todos
los confines de España, y de las varias naciones de la Galia; y los lugares de
los británicos, inaccesibles a los romanos, pero ya subyugados a Cristo; y de
los sármatas y dacios y los alamanes y escitas, y de los muchas tribus remotas y las provincias e islas desconocidas de
nosotros que apenas podemos enumerar…”[357].
San Luis De
Montfort, El Secreto del Rosario, 1710: “… nadie puede salvarse sin el conocimiento de Jesucristo”[358].
Lucas 24, 47: “… y que se predicase en su nombre la penitencia para la
remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén”.
Hechos 4, 12: “En
nombre de Jesucristo (…) En ningún otro
hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual
podamos ser salvos”.
SALVACIÓN PARA LOS “INVENCIBLEMENTE IGNORANTES” REDUCIDA A SU PRINCIPIO
ABSURDO
La teoría de la “ignorancia invencible” también se puede refutar por la
reducción a su principio absurdo, que es el siguiente: si ser ignorante del
Salvador podría hacer merecedor de la salvación, entonces los católicos en
realidad le están haciendo a los no cristianos un mal servicio al predicarles a
Jesucristo. San Pablo, San Vicente Ferrer, San Francisco Javier, el P. Pierre
de Smet, los mártires norteamericanos y los otros incontables misioneros
heroicos en la historia de la Iglesia, quienes sufrieron penurias increíbles al
predicar el Evangelio a los paganos ignorantes, simplemente estaban haciendo a estas personas más culpables y más
pecaminosas delante de Dios, según la moderna herejía de la salvación por
la “ignorancia invencible”. Si los misioneros se hubiesen quedado solamente en
casa, de acuerdo con la herejía de la ignorancia invencible, entonces los
paganos sinceros se podrían haber salvado de no haber oído hablar de Cristo por causas ajenas a la suya. Pero al
hacer el esfuerzo de predicarles a Cristo, como lo hicieron los misioneros,
estaban – según la herejía de la ignorancia invencible – haciendo que estas
personas no tuvieren excusa alguna si faltaran vivir según las
obligaciones del Evangelio o lo rechazaban por completo. Por lo tanto, la
predicación del Evangelio a los no cristianos, según la teoría herética de la
“ignorancia invencible”, pone a los paganos en una situación en la que es más
probable que se condenen. Por tanto, la herejía moderna de la salvación por la
“ignorancia invencible” en realidad hace contraproducente
para la salvación de las almas la predicación a los paganos. Pero, tal idea es
absurda, por supuesto, y demuestra el carácter ilógico y falso de la herejía de
la ignorancia invencible.
Pero, de hecho, la herejía se ha puesto tan mal hoy en la época de la Gran
Apostasía en que vivimos (véase sección 34) que la mayoría de los “católicos”
hoy fácilmente profesan que los paganos, los judíos, los budistas, etc. que
conocen del Evangelio y lo rechazan también se pueden salvarse por la
“ignorancia invencible”. Pero esto sólo es el resultado necesario de la herejía
de la ignorancia invencible; porque si los paganos, que nunca han oído de
Cristo pudieran salvarse por la “buena fe”, entonces los paganos que rechazan a
Cristo también podrían estar de buena fe, porque ¿cuánto deben oír para perder
su “ignorancia invencible”? Una vez que nos apartamos del principio – es decir,
una vez que alguien rechaza la verdad divinamente revelada – de que todos
los que mueren como paganos están definitivamente perdidos sin excepción
(Papa Eugenio IV, de fide), se
rechaza las clara línea de demarcación, y se impone necesariamente
una zona gris, un área gris según la cual, posiblemente, no se puede saber o establecer los límites de quién
está posiblemente de buena fe y quién no.
Hace poco estuve hablando con un erudito que se consideraba un “católico
tradicional”. Esta persona defiende la herejía de la ignorancia invencible.
Estábamos discutiendo de su creencia de que los judíos y los otros no católicos
pueden salvarse. En la discusión, él admitió que sostenía que los judíos que
odian a Cristo posiblemente se pueden salvar. Antes de admitir eso, sin
embargo, dijo: “depende de cuánto él [el judío] haya oído hablar de Cristo.
Si sólo hubiera visto un crucifijo...”. Su punto era que si el judío
solamente hubiera visto un crucifijo, pero no hubiera oído de Jesucristo de una
manera sustancial, el judío posiblemente podría salvarse en la buena fe;
mientras que si se le hubiera predicado enteramente al judío sobre nuestro
Señor Jesucristo, él probablemente no estaría en buena fe. (Como he dicho, el
erudito eventualmente admitió que incluso en este último caso – el judío que
totalmente rechaza y/o odia a Cristo – también podría estar de buena fe, pero
le mencioné el argumento que él empleó antes de admitir ese punto para ilustrar
mi siguiente punto). El “erudito” en realidad está demostrando lo absurdo de la
herejía de la ignorancia invencible por su argumentación; él admite que el
judío, que ha visto el crucifijo pero no ha oído de Cristo, puede estar de
buena fe, pero si el judío hace el esfuerzo de indagar sobre el que está
colgado en el crucifijo – o si un amigo le predica sobre el que está colgado en
el crucifijo – ¡él probablemente no estaría buena fe! Por lo tanto, predicar a
Cristo crucificado, según este
“erudito” que había absorbido totalmente la herejía de la “ignorancia
invencible”, no salvaría, sino que posiblemente condenaría al judío.
Pero esto es obviamente falso y herético.
1 Corintios 15,
1-2: “Os doy a conocer, hermanos, el
Evangelio que os he predicado, que habéis recibido, en el que os mantenéis
firmes, y por el cual sois salvos…”.
La otra consecuencia herética de la herejía de la ignorancia invencible es
que significaría que los infantes también podrían salvarse sin el bautismo,
porque los infantes son las personas más “invenciblemente ignorantes” del
mundo. Por lo tanto, el argumento incluiría que, si la “ignorancia invencible”
salva a los no católicos, entonces puede salvar también a los infantes
“invenciblemente ignorantes”. Pero tal idea ha sido condenada repetidamente por
la Iglesia católica; es una verdad divinamente revelada que ningún infante
puede entrar en el cielo sin el bautismo de agua (véase la sección “Los
infantes no pueden salvarse sin el bautismo de agua”).
JESUCRISTO CONTRA LA IGNORANCIA INVENCIBLE
Tal vez nada en el Nuevo Testamento es más claro que el hecho que nuestro
Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y se deba creer en Él para obtener vida
eterna.
Juan 3, 16: “Porque
tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él
no perezca, sino que tenga la vida eterna”.
Juan 3, 36: “El que cree en el Hijo tiene la vida
eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre
él la cólera de Dios”.
Juan 17, 3: “Esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”.
Juan 8, 23-24: “Él
les decía [a los judíos]: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros
sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Os dije que moriríais en vuestro
pecado, porque, si no creyereis que
Yo soy, moriréis en vuestros pecados”.
Juan 14, 6: “Jesús
le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”.
Y nuestro Señor es claro acerca de aquellos que no le conocen no se
salvarán.
Juan 10, 14: “Yo soy el buen pastor y conozco a las mías, y las mías
me conocen a mí”.
No hay muchos pasajes en el Nuevo Testamento que sean tan destructivos de
la herejía de la “ignorancia invencible” como Juan 10, 14. Nuestro Señor nos
dice que Él clara y definitivamente conoce a sus ovejas y que sus ovejas lo
conocen a Él. Y si las palabras de nuestro Señor no fueran lo suficientemente
claras, Él va a decir, como se registra sólo dos versículos más adelante en el
Evangelio de Juan:
Juan 10, 16: “Tengo
otras ovejas que no son de este aprisco, y
es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo
rebaño y un solo pastor”.
¿Podría algo ser más claro? Casi todos los teólogos entienden estas
palabras de nuestro Señor sobre las “otras ovejas” para referirse a los
gentiles. Nuestro Señor les dice a los judíos que Él tiene ovejas entre los
gentiles, que son de la verdad, y que Él las traerá a la Iglesia y oirán su
voz.
Juan 18, 37: “Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad; todo el que es de la verdad oye
mi voz”.
LA
OBJECIÓN “INTERPRETACIÓN PRIVADA”
OBJECIÓN: Usted se comporta como un protestante. El protestante
interpreta privadamente la Sagrada Escritura y usted interpreta privadamente
las declaraciones dogmáticas.
RESPUESTA: Esta objeción está
refutada en la sección 3 de este documento, “Se debe creer en el dogma que una vez declaró la Santa Madre Iglesia”.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2
sobre la revelación, 1879, ex cathedra:
“De ahí que también hay que mantener
perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa
madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre
de una comprensión más profunda”[359].
Pero hay algunos puntos adicionales que refutan y desbaratan la completa
tontería y herética mentalidad que está en el corazón de esta objeción. Las
personas que hacen esta aseveración no entienden la enseñanza católica ni lo
que constituye fidelidad al magisterio. En su Decreto sobre el sacramento del orden, el Concilio de Trento
declaró solemnemente que ¡los
cánones dogmáticos son para el uso de todos los fieles!
Papa Pío IV, Concilio de Trento,
sesión 13, cap. 4: “Estos son los puntos, que de modo general ha parecido al
sagrado Concilio enseñar a los fieles de Cristo acerca del sacramento del
orden. Y determinó condenar lo que a
ellos se opone con ciertos y propios cánones al modo que sigue, a fin
de que todos, usando, con la
ayuda de Cristo, de la regla de la fe, entre tantas tinieblas de errores,
puedan más fácilmente conocer y mantener la verdad católica”[360].
La palabra “canon” (en el Griego: kanon)
significa un vara; una varilla o barra recta; una vara de medir; algo que sirve
para determinar, trazar, o medir. ¡El
Concilio de Trento declara infaliblemente que sus cánones son varas de medir
para que “todos”, haciendo
uso de estas reglas de fe, puedan reconocer y defender la verdad en medio
de las tinieblas! Está muy importante declaración echa por tierra la
afirmación de los que dicen que usar los dogmas para probar puntos es
“interpretación privada”.
Además, si un católico que sigue exactamente lo que ha declarado la
Cátedra de Pedro (el texto dogmático) no encontrase la verdad, sino que
está participando de una “interpretación privada”, como ellos afirman, entonces
¿qué se sigue de esto? ¿Quién interpreta la declaración dogmática? ¿Y quién
interpreta la interpretación de la declaración dogmática? ¿Y quién interpreta
la interpretación de la interpretación de la declaración dogmática? ¿Y quién
interpreta la interpretación de la interpretación de la interpretación de la
declaración dogmática? La respuesta es que nunca se terminaría, y nadie
podría llegar a la verdad. En este sistema, el depósito de la fe – y las
enseñanzas dogmáticas de la Iglesia – serían entonces nada más que opiniones
privadas, lo cual es PROTESTANTISMO PURO.
San Francisco de Sales lo explica bien contra los protestantes.
San Francisco de
Sales (Doctor de la Iglesia), La Controversia Católica, c. 1602, p. 228:
“Los Concilios (…) deciden y definen algunos artículos. Si después de
todo esto haya que probar otra prueba antes de que su
determinación [del Concilio] sea aceptada, ¿no se querrá también otra?
¿Quién no querrá aplicar su prueba, y cuándo será resuelta la cuestión?
(…) ¿Y por qué no una tercera para saber si la segunda es fiel? – ¿y luego una
cuarta, para probar la tercera? Todo tendría que hacerse de nuevo, y la
posteridad nunca confiará en la antigüedad sino que seguirá siempre poniendo al
revés los más santos artículos de la fe en la rueda de sus entendimientos
(…) lo que decimos es que cuando un Concilio ha aplicado esta prueba, nuestras
inteligencias ya no tienen que revisar sino creer”[361].
¡La “interpretación” destruye las palabras del dogma mismo! Si así fuese,
entonces nunca se terminaría, como vimos arriba – sólo tendríamos una interpretación
falible, tras interpretación falible, tras interpretación falible, tras
interpretación falible. Si la pelota no se detiene con la definición
infalible (la Cátedra de Pedro), entonces nunca se detendrá. Señalé este hecho
a un bastante conocido “apologista” de la secta del Vaticano II en una
conversación telefónica. Él argumentaba que nuestro uso de la enseñanza
dogmática católica (la enseñanza de la Cátedra de Pedro) es semejante a
“interpretación privada” de los protestantes. Él decía esto en un intento de
defender algunas de sus creencias heréticas que contradicen el dogma, como su
creencia de que los no católicos se pueden salvar. Y le respondí, “¿entonces
quién interpreta el dogma? ¿Y quién interpreta la interpretación del dogma?”. Y
luego le dije, “¿quién interpreta la interpretación del dogma… y quién
interpreta la interpretación de la interpretación… y quien interpreta la
interpretación de la interpretación de la interpretación?”. Él permaneció en un
silencio sepulcral, por primera vez en la conversación. Obviamente, él no tenía
respuesta al hecho puntual expuesto simplemente porque no hay respuesta. En la
opinión herética de la enseñanza dogmática que él defendía, la fe católica no
sería más que protestantismo: interpretación falible, privada, humana, sin que
la Cátedra de Pedro pueda dar la última palabra. La siguiente cita también
ilustra muy bien este punto.
“¿Por qué San Atanasio estaba en lo cierto? Porque él se aferraba a la
definición infalible, sin importar lo que dijeran los demás. Ni toda la erudición del mundo, ni todo
rango de oficio, pueden sustituir a la verdad de una enseñanza católica
infaliblemente definida. Incluso el más simple de los fieles que se aferra
a una definición infalible, sabrá más que el teólogo más erudito que niegue o
socave la definición. Este es el propósito de la
enseñanza infaliblemente definida de la Iglesia: librarnos de las meras
opiniones de los hombres, por más erudito que sea, por más alto que sea
su rango”[362].
Es por eso que al adherirse al dogma, exactamente como “una vez declaró
la santa madre Iglesia” (Vaticano I) no se cae en la “interpretación
privada” protestante, sino más bien se es fiel a la verdad infalible de Cristo
y a la manera directamente infalible de conocerla (las definiciones dogmáticas
de la Iglesia). Los que se apartan de la declaración verdadera del dogma, del
verdadero significado de sus palabras, son herejes protestantes que entran en
la interpretación condenada, pecaminosa, falible y privada, contra las palabras
directas del dogma (contra las definiciones infalibles) y así destruyen toda la
fe y hacen que la infalibilidad papal sea inútil. Si lo que dice la declaración
dogmática no se pudiera seguir, entonces Cristo simplemente nos hubiera dicho que siguiéramos siempre a los que tienen
erudición o autoridad; Él no habría instituido un magisterio infalible para
ser ejercido por los Papas, que pueda clarificar los problemas de una vez por
todas sin posibilidad de error e independiente de quien esté de acuerdo o en
desacuerdo con la definición.
¿PERO
NO PUEDEN LOS HOMBRES MALINTERPRETAR UNA DEFINICIÓN DOGMÁTICA?
Por supuesto que pueden. Los hombres pueden malinterpretar todo. Si
Jesucristo (la Verdad misma) estuviera aquí hablándonos, sin duda muchas
personas malinterpretarían lo que Él dice, como lo hicieron muchos la primera
vez que vino. Del mismo modo, sólo porque algunos puedan y malinterpreten lo
que declara la Cátedra de Pedro, ello no significa que aquellos que se
adhieren fielmente a su definición están involucrándose en una
“interpretación privada” protestante. Eso es absolutamente blasfemo contra toda
la institución del papado y todo el propósito de las definiciones dogmáticas y
la Cátedra de Pedro. Las declaraciones
dogmáticas de la Iglesia católica constituyen la verdad del cielo declarada
directamente a nosotros por los Papas.
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili contra los
errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades
bajadas del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la
mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo”. – Condenado[363]
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili contra los
errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 54: “Los dogmas, los sacramentos, la jerarquía, tanto en su noción como en su realidad, no son sino interpretaciones
y desenvolvimientos de la inteligencia cristiana que por externos
acrecentamientos aumentaron y perfeccionaron el exiguo germen oculto en el
Evangelio”. – Condenado[364]
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 7, 15 de agosto de 1832:
“… nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro, tanto en la palabra como en el sentido”[365].
Hay una serie de otras objeciones que se levantan contra el verdadero
significado del dogma fuera de la Iglesia
católica no hay salvación y la necesidad de recibir el sacramento del
bautismo para la salvación. En esta sección, respondo a ellas. Todas estas
objeciones, por supuesto, se demuestran que son erróneas por la enseñanza
infalible de la Iglesia examinada hasta ahora; pero, una vez más, en aras de la
exhaustividad, cada una será tratada individualmente.
Lo que los defensores modernos de la falsa doctrina del bautismo de deseo
tratan de hacer es reunir una combinación de cosas que parecen favorecer su
posición, pero que en realidad no lo hacen. Ellos lanzan una combinación de
declaraciones falibles (que no prueban su argumento), textos malinterpretados o
mal traducidos (que no dicen lo que ellos dicen), además de otras cosas que no
prueban lo que se proponen probar. El seglar promedio, sin embargo, no teniendo
los hechos a su disposición o al no estar dispuesto a hacer el esfuerzo de ver
a través de todos los argumentos falaces, puntos tergiversados y razonamientos
inválidos, salen con la impresión de que el “bautismo de deseo” debe ser una
enseñanza de la Iglesia. Pero cuando cada uno de los puntos de los defensores
del bautismo de deseo es examinado individualmente, se puede ver que ninguno
de ellos demuestra de modo alguno la falsa doctrina del bautismo de deseo;
todos se desmoronan cuando son escudriñados. Y mientras esta gente
malinterpreta y tergiversa la enseñanza de la Iglesia, ellos deshonestamente ni
siguiera intentan abordar los muchos argumentos de la más alta autoridad de la
Iglesia católica (la Cátedra de Pedro) que muestra que no hay tal cosa como el
“bautismo de deseo” ni salvación de los que mueren como no católicos (véase
sección 33). Ellos no se ocupan de esos argumentos simplemente porque no pueden
refutarlos.
Dado que algunas de las siguientes secciones son más complejas y técnicas,
los que no necesariamente buscan o se interesan en las respuestas a estas
objeciones, pueden pasar a la siguiente sección.
EL
CATECISMO DEL CONCILIO DE TRENTO
OBJECIÓN: El Catecismo del Concilio de Trento enseñó que la propia
determinación de recibir el bautismo podría servir para alcanzar la gracia y la
justificación cuando hay imposibilidad de recibir el bautismo.
Catecismo del
Concilio de Trento, Se demuestra que a
los adultos se ha de diferir el bautismo, p. 179: “Pero, aunque sea así,
nunca, sin embargo, acostumbró la Iglesia administrar inmediatamente el
sacramento del bautismo a esta clase de personas, sino que dispuso que se debe
diferir por algún tiempo. Porque tampoco lleva consigo esta dilación el peligro
que antes se ha dicho amenaza ciertamente a los niños; pues a los que están
dotados del uso de la razón, el deseo y el propósito de recibir el bautismo y
el arrepentimiento de la mala vida anterior les bastará para obtener la gracia
y la justificación, si algún caso repentino les impide, poder ser lavados con
la saludable agua”[366].
RESPUESTA: El Catecismo del
Concilio de Trento no es infalible. Los padres John A. McHugh, O.P. y Charles
J. Callan, O.P. escribieron la introducción de una traducción común al inglés
del Catecismo del Concilio de Trento. Su introducción contiene la siguiente
interesante cita del Dr. John Hagan, rector del Colegio Irlandés de Roma,
acerca de la autoridad del Catecismo.
Catecismo del Concilio
de Trento, decimoquinta edición inglesa, TAN Books, Introducción XXXVI: “Los documentos oficiales en ocasiones han
sido publicados por los Papas para explicar a las personas ciertos puntos de la
doctrina católica, o a las comunidades cristianas locales; mientras que el
Catecismo Romano abarca prácticamente todo el cuerpo de la doctrina
cristiana, y está dirigido a toda la Iglesia. Su enseñanza no es infalible, pero ocupa un lugar entre los catecismos
aprobados y lo que es de fide”[367].
Que el Catecismo de Trento no es infalible se demuestra por el hecho de que
se pueden detectar pequeños errores en su texto. Por ejemplo:
Catecismo del
Concilio de Trento, TAN Books, p. 243: “Porque la Eucaristía es el fin de todos
los sacramentos, y el símbolo de unidad y fraternidad en la Iglesia, fuera
de la cual nadie puede obtener la gracia”[368].
Aquí el Catecismo enseña que fuera de la Iglesia
nadie puede obtener la gracia. Esto no es cierto. Las gracias
predisponentes o prevenientes se dan a los que están fuera de la Iglesia para
que puedan convertirse a Dios, cambiar sus vidas y entrar en la Iglesia. Sin
estas gracias nadie se convertiría. El Papa Clemente XI, en la constitución
dogmática Unigenitus (8 de septiembre
de 1713), condenó la proposición que dice que “Fuera de la Iglesia no se concede ninguna gracia”[369].
Por tanto, lo que tenemos aquí es un error
en el Catecismo de Trento. Probablemente el Catecismo tenía la intención de
enseñar que fuera de la Iglesia ningún pecador puede obtener la gracia
santificante, lo que es cierto, ya que fuera de la Iglesia no hay remisión
de los pecados (Papa Bonifacio VIII, Unam
sanctam, 1302, ex cathedra)[370].
No obstante, Dios permitió que el Catecismo errase de esta manera porque no
es infalible en todo lo que enseña.
Por otra parte, en todo el Catecismo del Concilio de Trento no hay mención
alguna de los llamados “tres bautismos”, ni hay mención del “bautismo de deseo”
o del “bautismo de sangre”, ni tampoco hay ninguna mención clara de que alguien
puede salvarse sin el sacramento del bautismo. Lo que encontramos, más bien, es
un párrafo ambiguo, que parece enseñar que se puede alcanzar la gracia y la
justificación sin el bautismo. Pero incluso en este párrafo encontramos
errores. Por ejemplo, el pasaje dice “el
deseo y el propósito de recibir el bautismo y el arrepentimiento de la mala
vida anterior les bastará para obtener la gracia y la justificación, si algún
caso repentino les impide, poder ser lavados con la saludable agua”.
No hay tal cosa como un “caso repentino” que “impida” recibir el bautismo.
Esto es claramente erróneo.
Papa Pío IX, Concilio
Vaticano I, sesión 3, cap. 1, De Dios creador de todo: “TODO LO QUE DIOS
CREÓ, CON SU PROVIDENCIA LO CONSERVA Y GOBIERNA, alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo
suavemente. Porque todo está desnudo y patente ante sus ojos, aun lo que ha
de acontecer por libre acción de las criaturas”[371].
Dios ha mandado que todos los hombres reciban el bautismo, y Él no manda
cosas imposibles.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 11 de la justificación, ex cathedra: “…
nadie debe usar de aquella voz temeraria
y por lo Padres prohibida bajo anatema, que los mandamientos de Dios son
imposibles de guardar para el hombre justificado. ‘PORQUE DIOS NO MANDA COSAS
IMPOSIBLES, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que
no puedas…’”[372].
Por lo tanto, la referencia a lo
repentino que sea inevitable en el Catecismo demuestra, una vez más, que no
todo lo que dice es infalible. Un documento infalible no puede afirmar que
el impedimento repentino sea inevitable.
Si bien que el Catecismo del Concilio de Trento no es infalible en cada
frase, como se ha probado, en su conjunto es un catecismo excelente que expresa
con precisión y eficacia la fe católica. Pero lo más importante, el Catecismo de Trento hace declaración
tras declaración enseñando clara e inequívocamente que el sacramento del
bautismo es absolutamente necesario para la salvación de todos sin excepciones,
con lo que repetidamente excluye toda idea de salvación sin el bautismo de
agua.
Catecismo del Concilio de Trento, Comparaciones entre los Sacramentos,
p. 154: “Si bien todos los sacramentos contienen dentro de sí virtud divina y
admirable, no tienen todos, sin embargo, la misma e igual necesidad ni
dignidad, ni tampoco una sola y una misma virtud significativa. Pues, entre
ellos, hay tres que se consideran necesarios sobre todos los demás, aunque no
por una misma razón. En efecto, el
Salvador declaró por las siguientes palabras que el bautismo es necesario a
todos, sin ninguna excepción: Quien
no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios
(Juan 3, 5)”[373].
¡Esto significa que el sacramento del bautismo es absoluta y universalmente
necesario para la salvación sin excepciones! Se excluye toda idea de salvación
sin el bautismo de agua. También significa que Juan 3, 5 se entiende
literalmente.
Catecismo del Concilio de Trento, Del bautismo
– necesidad del bautismo, pp. 176-177: “Mas aunque debe considerarse muy
útil a los fieles el conocimiento de todas las cosas que hasta aquí se han
explicado, con todo nada puede parecer más necesario que enseñarles que LA
LEY DEL BAUTISMO HA SIDO IMPUESTA POR DIOS A TODOS LOS HOMBRES, de tal manera
que, si no renacen para Dios por la gracia del bautismo, serán engendrados por
sus padres, sean fieles o infieles, para la desgracia y muerte eterna, por
lo tanto, explicarán los párrocos con muchísima frecuencia lo que se lee en el
Evangelio: Quien no renaciere del agua y
del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3, 5)”[374].
¡Esto significa claramente que nadie puede ser salvo sin el sacramento del
bautismo y que Juan 3, 5 es literal, sin excepciones!
Catecismo del
Concilio de Trento, Definición de bautismo, p. 163: “Porque, diciendo el Salvador: Quien
no renaciese del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de Dios (Juan
3, 5); y el Apóstol, hablando de la Iglesia: Limpiándola en el bautismo de agua con la palabra de vida (Ef. 5,
26), resulta que muy bien y propiamente se define que el bautismo es el sacramento
de regeneración por el agua con la palabra”[375].
El Catecismo de Trento también enseña que si hay peligro de muerte para un
adulto, el bautismo no debe diferirse.
Catecismo del
Concilio de Trento, En casos de necesidad los adultos pueden ser bautizados
inmediatamente, p. 180: “Más a
veces, sin embargo, no debe diferirse el día del bautismo, habiendo alguna
causa necesaria y justa, como si se diese que amenazaba peligro de muerte; y,
sobre todo, si están para ser bautizados los que ya conocen bien los misterios
de la fe”[376].
El retraso habitual en bautizar a los adultos que vemos en la historia era
para la instrucción y para probar a los catecúmenos. Este retraso no era porque
se creía que los adultos podían salvarse sin el bautismo, como ya se ha probado
en la sección sobre el Papa San Siricio.
Catecismo del Concilio de Trento, Bautismo hecho obligatorio después de
la Resurrección de Cristo, p. 171: “Porque
están conformes los Sagrados Escritores que, después de la resurrección
del Señor, cuando mandó a los apóstoles: Id
e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron
a estar obligados a la ley del bautismo”[377].
Catecismo del Concilio de Trento, Materia de
bautismo – conveniencia, p. 165: “Pero respecto a esto podrán los párrocos
enseñar en primer lugar que, siendo este sacramento necesario a todos sin
ninguna excepción para conseguir la vida eterna, fue por esto muy
conveniente la materia del agua, la cual siempre se encuentra, y pueden
todos fácilmente adquirirla”[378].
Tenga en cuenta que el Catecismo enseña que el agua “pueden todos
fácilmente adquirirla”, una frase que excluye la noción misma del bautismo de
deseo – que el agua no todos pueden fácilmente adquirirla. Observe también que
el Catecismo ¡declara que el sacramento es necesario para todos para la
salvación! Esto excluye cualquier noción de salvación sin el sacramento del
bautismo. Por tanto, el Catecismo de Trento enseña repetidamente y de forma
inequívoca que es la enseñanza de Jesucristo y de la Iglesia católica de que el
sacramento del bautismo es necesario para todos para la salvación. Todo esto es
claramente contrario a las teorías de bautismo de deseo y bautismo de sangre.
Es más, el Catecismo también enseña que los cristianos se distinguen de los
no cristianos por el sacramento del bautismo.
Catecismo del Concilio de Trento, Del bautismo
- segundo efecto: el carácter sacramental, p. 159: “En el carácter
impreso por el bautismo, ambos efectos se ejemplifican. Por él estamos
capacitados para recibir los otros sacramentos y el cristiano se
distingue de los que no profesan la fe”[379].
Los que afirman que el sacramento del bautismo no es necesario para
la salvación de todos (por ejemplo, todos los que creen en el bautismo de
deseo) contradicen la enseñanza misma del Catecismo de Trento.
Catecismo del Concilio de Trento, Materia del bautismo – conveniencia,
p. 165: “Pero respecto a esto podrán los párrocos enseñar en primer lugar que, siendo
este sacramento necesario a todos sin ninguna excepción para conseguir la vida
eterna, fue por esto muy conveniente la materia del agua, la cual siempre
se encuentra, y pueden todos fácilmente adquirirla”[380].
OBJECIÓN: En la sesión 7, can. 4 sobre los sacramentos en general, el Concilio de Trento enseña que es posible
obtener la justificación por los sacramentos o el deseo de ellos.
RESPUESTA: La sesión 7, can. 4
sobre los sacramentos en general no
dice nada de eso. Una torpe traducción de este canon, así como la noción
errónea de que Trento enseña el bautismo de deseo en otro lugar (que ya ha sido
refutada), ha llevado a esta afirmación errónea. De hecho, veremos que la
verdad es todo lo contrario de lo que los propugnadores del bautismo de deseo
reclaman. Echemos un vistazo al canon.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 4, sobre los sacramentos: “Si alguno dijere que
los sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino
superfluos, y que sin ellos o el deseo
de ellos, los hombres alcanzan de Dios, por la sola fe, la gracia de la
justificación – aun cuando no todos los sacramentos sean necesarios a cada
uno –, sea anatema”[381].
Cuando se examina cuidadosamente este canon, se ve que no está
declarando que los sacramentos o el deseo de ellos son suficientes para la
justificación; sino que está condenando a los que dicen que ni los sacramentos
ni el deseo de ellos son necesarios para la justificación. Repito, no está declarando que cualquiera de los dos es suficiente, sino que está condenando a aquellos que
dicen que ninguno es necesario.
Precisamente está condenando a los que dicen que no es necesario y que la sola
fe es suficiente.
Considere el siguiente canon que he compuesto: “Si alguno dijere que la Virgen María posee el reinado del cielo sin
el permiso de Dios o por ser digna de él, sino que asume este reinado sólo
por usurpación, sea anatema”.
La construcción de la frase de este canon imaginario es similar al canon
que estamos discutiendo. Analícela cuidadosamente. Después de haberla
analizado, pregunto: ¿este canon significa que la Santísima Madre posee su
reinado solamente “por ser digna de él”?
No, ella debe también tener el permiso de Dios. El canon no dice que “ser digna
de él” o “el permiso de Dios” es
suficiente para que María posea el reinado. Al contrario, se condena a
los que dijeren que ni “el permiso de Dios” ni “ser digna de él” es necesario. En otras
palabras, el canon condena a los que dijeren que tanto el permiso de
Dios y la dignidad de María son innecesarios, puesto que ella asume el reinado
por usurpación.
Del mismo modo, el canon 4 anterior no
dice que o los sacramentos o el deseo de ellos es suficiente para la
justificación; sino que condena a los que dijeren que ambos, los sacramentos y
el deseo, son innecesarios para obtener la justificación, ya que la fe sola es
lo único que se necesita. El canon 4 en modo alguno enseña la posibilidad del
bautismo de deseo.
SE PUEDE VER QUE ESTE
CANON EN REALIDAD REFUTA EL BAUTISMO DE DESEO CUANDO SE COMPRARA CON CÁNONES
DOGMÁTICOS SIMILARES SOBRE LOS SACRAMENTOS EN GENERAL
Además, puesto que este canon anatematiza una posición falsa sobre la necesidad de los sacramentos en
general para la justificación (lo que no es cierto para todos
los sacramentos sobre la justificación), debe, por lo tanto, haber salvedades
para el canon. Se trata de un canon sobre los sacramentos en general. Dicho de otra manera, el Concilio de Trento no podría
anatematizar la afirmación: “Si alguno
dijere que se puede obtener la justificación sin los sacramentos…” – ya
que, en el caso de un sacramento, en el sacramento de la penitencia, se puede
obtener la justificación por el deseo de él. El Concilio de Trento definió esto
explícitamente no menos de tres veces.
Papa Julio III,
Concilio de Trento, sesión 14, cap. 4, de la penitencia: “Enseña además el santo Concilio que,
aun cuando alguna vez acontezca que esta contrición sea perfecta por la caridad
y reconcilie el hombre con Dios antes de que de hecho se reciba este
sacramento; no debe, sin embargo, atribuirse la reconciliación a la
misma contrición sin el deseo del sacramento, que en ella se incluye”[382].
Por lo tanto, dado que se puede
obtener la justificación sin el sacramento de la penitencia, con el
fin de dar cabida a esta verdad en su definición sobre los sacramentos en
general y la justificación, el Concilio tuvo que añadir la cláusula “sin
ellos o el deseo de ellos” para hacer
su declaración aplicable a todos los
sacramentos y su necesidad o carencia del mismo para la justificación.
Con esto en mente, se puede ver con claridad que la sesión 7, canon 4 no
asevera o declara en ningún lugar que se
puede obtener la justificación o la salvación sin el sacramento del
bautismo; sino que se trata de una cuestión diferente en un contexto muy
específico.
A fin de probar este punto, veamos otras dos definiciones dogmáticas (una
de Trento y otra del Vaticano I) que tratan de los sacramentos en general y la
salvación. Esta comparación corroborará el punto de arriba.
► Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”,
13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Profeso también que hay siete verdaderos y propios
sacramentos de la Nueva Ley, instituidos por Jesucristo Señor nuestro y
necesarios, aunque no todos para cada uno, para la salvación del
género humano…”[383].
► Papa Pío IX, Concilio
Vaticano I, sesión 2, profesión de fe, ex cathedra: “Profeso también
que hay siete sacramentos de la nueva
ley, verdadera y propiamente llamados así, instituidos por nuestro Señor
Jesucristo y necesarios para la salvación, aunque cada persona no
necesita recibirlos todos”[384].
Antes de comparar estas dos definiciones con la sesión 7, can. 4 de arriba,
el lector debe advertir que los Concilios de Trento y Vaticano I definen aquí
infaliblemente que “los sacramentos” como tal (es decir, el sistema sacramental en su conjunto) son necesarios para la
salvación del hombre. Ambas definiciones añaden la calificación de que todos
los siete sacramentos no son necesarios para cada individuo. Esto es muy
interesante y prueba dos puntos:
1) Prueba que todo hombre debe recibir al
menos un sacramento para
salvarse; si no, no se podría decir que “los sacramentos” como tal (es decir,
el sistema sacramental) es necesario para la salvación. Por lo tanto, esta
definición muestra que todo hombre debe
recibir por lo menos el sacramento del bautismo para salvarse.
2) Nótese que los Concilios de Trento y Vaticano I hicieron un énfasis especial al definir esta verdad para destacar
que ¡cada persona no necesita recibir todos los sacramentos para salvarse!
¡Esto prueba que donde son necesarias excepciones o aclaraciones en la
definición de las verdades, los Concilios las incluirán! (Es por eso que el
Concilio de Trento declaró que nuestra Señora era una excepción a su
decreto sobre el pecado original). En consecuencia, si algunos hombres pudiesen
salvarse sin “los sacramentos” por el “bautismo de deseo”, entonces el Concilio
podría haberlo y simplemente lo habría dicho; pero no lo hizo. En estas
profesiones de fe dogmáticas no se enseña nada acerca de la posibilidad de
salvación sin los sacramentos. En cambio, se definió la verdad de que los
sacramentos son necesarios para la salvación, con la reserva correcta y
necesaria de que no todos los siete sacramentos son necesarios para cada
persona.
P. Francois Laisney
(creyente en el bautismo de deseo), ¿Es
el Feeneyismo Católico?, p. 9: “El
bautismo de deseo no es un sacramento (…) no produce el carácter
sacramental”.
Ahora comparemos estas dos definiciones con la sesión 7, cap. 4. Aquí están
las tres:
Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”,
13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Profeso también que hay siete
verdaderos y propios sacramentos de la Nueva Ley, instituidos por Jesucristo
Señor nuestro y necesarios, aunque no todos para cada uno, para la salvación
del género humano…”[385].
Papa Pío IX, Concilio
Vaticano I, sesión 2, profesión de fe, ex cathedra: “Profeso también
que hay siete sacramentos de la nueva ley, verdadera y propiamente llamados
así, instituidos por nuestro Señor Jesucristo y necesarios para la salvación,
aunque cada persona no necesita recibirlos todos”[386].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 4, sobre los sacramentos: “Si alguno dijere que
los sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos,
y que sin ellos o el deseo de ellos, los hombres alcanzan de Dios, por la
sola fe, la gracia de la justificación – aun cuando no todos los
sacramentos sean necesarios a cada uno –, sea anatema”[387].
Al comparar estas definiciones, se advierte que la sesión 7 de Trento, can.
4 (la tercera) es muy similar a las dos primeras definiciones dogmáticas. De
hecho, ellas son casi exactamente las mismas, pero con dos diferencias notorias: en las primeras dos
definiciones dogmáticas no hay referencia a “sin ellos o el deseo de ellos”, y
no hay ninguna referencia al tema de la justificación. Las primeras dos
definiciones tratan simplemente de la necesidad de los sacramentos para la
salvación, mientras que la tercera (sesión 7, can. 4) trata de un tema
adicional: la justificación y la sola fe, y hace una declaración adicional al
respecto.
Es claramente evidente que la frase “sin ellos o el deseo de ellos” (no
encontrada en las primeras dos definiciones) tienen algo que ver con el tema
adicional que se menciona aquí (la justificación y la sola fe), que no se
menciona en las dos primeras definiciones. De hecho, la cláusula “sin ellos o
el deseo de ellos” ¡viene directamente antes (justo después en el latín) de la referencia a la justificación en
la sesión 7, can. 4! Esto sirve para demostrar mi punto anterior de que la
referencia a “sin ellos o el deseo de ellos”, en la sesión 7, can. 4, está
ahí para tener en cuenta la verdad de que la justificación se puede obtener sin
el sacramento de la penitencia por el deseo de él, la cual Trento enseña
múltiples veces. ¡Es por eso que esta cláusula “sin ellos o el deseo de ellos” no se menciona en las dos primeras
definiciones que tratan de los sacramentos y su necesidad para la salvación!
Si el bautismo de deseo fuese verdadero, la cláusula “sin ellos o el deseo de
ellos” se habría incluido en las dos primeras definiciones antes mencionadas,
pero no lo es.
La sesión 7, can. 4, condena la idea protestante de que alguien puede
justificarse sin los sacramentos o incluso
sin el deseo de ellos, por la fe sola. Algunos preguntarán: ¿por qué
simplemente no se condenó la idea de que alguien puede justificarse sin los
sacramentos por la fe sola? La respuesta es, como hemos dicho, ¡porque una
persona puede justificarse sin el
sacramento de la penitencia por el deseo de él! Por lo tanto, Trento
condena la idea protestante de que alguien puede justificarse sin los
sacramentos o sin el deseo de ellos
por la sola fe. Pero, una persona nunca puede salvarse sin la incorporación al
sistema sacramental a través de la recepción del bautismo. Es por eso que no se
hace ninguna excepción en este aspecto en ninguna de esas definiciones.
Teniendo en cuenta estos hechos, se puede ver que este canon no enseña de
ninguna manera el bautismo de deseo.
De hecho, cuando se mira de nuevo la sesión 7, can 4, advertimos algo que
es muy interesante. Nótese que no sólo la profesión de fe de Trento y del
Vaticano I, sino también la sesión 7, can. 4 condena a todo aquel que dijere
que los sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación. No se
agregan excepciones, salvo que no todos los siete son necesarios para cada
individuo.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 4, sobre los sacramentos: “Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no son
necesarios para la salvación, sino superfluos, y que sin ellos o el
deseo de ellos, los hombres alcanzan de Dios, por la sola fe, la gracia de la
justificación – aun cuando no
todos los sacramentos sean necesarios a cada uno –, sea anatema”[388].
Después de declarar que los sacramentos son necesarios para la salvación
(el bautismo de deseo no es un sacramento), al final ¡se añade la excepción
(como lo hicieron las otras definiciones) de que los siete no son necesarios
para cada uno! Pero no se añade ninguna excepción de que se puede obtener la
salvación por el deseo de los sacramentos en general. Nótese que NO
DICE:
“Si alguno dijere que los sacramentos de la
Nueva Ley o el deseo de ellos no son
necesarios para la salvación, sino superfluos (…) sea anatema”.
No se dice en absoluto. El “deseo de ellos” fue aparejado con la referencia
a la justificación por la razón discutida arriba. Todo esto sirve para probar
nuevamente que el Concilio de Trento no enseñó el bautismo de deseo, al
contrario de lo que muchos han afirmado.
Algunos objetarán que esto parece un poco complicado. En realidad no es
complicado para quien lo piensa con cuidado. Y si es complicado, es complicado para
los que niegan la simple verdad de que uno debe ser bautizado para salvarse,
y quienes afirman con obstinación que para todos no es necesario renacer del
agua y del Espíritu Santo. Los que malinterpretan o se apartan de la verdad
sencilla y totalmente simple (definida en los cánones sobre el sacramento del
bautismo) son los que hacen complicado y pesado refutar sus errores y/o
tergiversaciones de la verdad. Si la gente se limitara a repetir y se
adhirieran a las verdades definidas en los cánones sobre el sacramento del bautismo
sería muy simple.
El Concilio de Trento tuvo toda la oportunidad de declarar: “Si alguno
dijere que no hay tres manera de recibir la gracia del sacramento del bautismo,
por deseo, por sangre o por agua, sea anatema”, pero nunca lo hizo. Por el contrario,
él declaró:
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, can. 2 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex
cathedra: “Si alguno dijere que el agua verdadera y natural no es
necesaria en el bautismo y, por tanto, desviare a una especie de metáfora
las palabras de nuestro Señor Jesucristo: ‘Quien
no renaciere del agua y del Espíritu Santo’ (Juan 3, 5), sea anatema”[389].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, sesión 7, 1547, ex
cathedra: “Si alguno
dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la
salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[390].
OBJECIÓN: El Papa Inocencio II enseñó que un presbítero se pudo
salvar sin el sacramento del bautismo por su deseo por él y su confesión de la
verdadera fe (Denzinger 388).
“Respondemos así a
tu pregunta: El presbítero que, como por tu carta me indicaste, concluyó su día
último sin el agua del bautismo, puesto que perseveró en la fe de la santa
madre Iglesia y en la confesión del nombre de Cristo, afirmamos sin dudad
ninguna (por la autoridad de los Santos Padres Agustín y Ambrosio), que quedó
libre del pecado original y alcanzó el gozo de la vida eterna. Lee, hermano, el
libro VIII de Agustín, De la ciudad de Dios, donde, entre otras cosas, se lee:
‘Invisiblemente se administra un bautismo, al que no excluyó el desprecio de la
religión, sino el término de la necesidad’. Revuelve también el libro de
Ambrosio sobre la muerte de Valentiniano, que afirma lo mismo. Acalladas, pues,
tus preguntas, atente a las sentencias de los doctos Padres y manda ofrecer en
tu Iglesia continuas oraciones y sacrificios por el mentado presbítero”[391].
RESPUESTA: En primer lugar, no hay
tal cosa como un presbítero que no
haya sido bautizado. La Iglesia enseña que quien no ha sido bautizado no puede
recibir válidamente el sacerdocio. Este problema por sí solo demuestra que la
declaración anterior no es infalible. En
segundo lugar, la fecha de este documento es desconocida, el autor es
desconocido – no es en absoluto claro que se trata de Inocencio II – y la
persona a quien va dirigida es desconocida. ¿Podría probar algo un documento
como ese? No. Sigue siendo un misterio por qué se encuentra un documento de
dudosa autenticidad en el Denzinger, un manual de las declaraciones dogmáticas.
Esto es probablemente porque el Denzinger fue editado por Karl Rahner, un
notorio hereje, cuyo sesgo herético lo llevó a incluir esta declaración
claramente no magisterial, porque él es un creyente en el bautismo de deseo.
Para ilustrar la falta de autoridad magisterial de esta presunta carta del
Papa Inocencio II, citaré del libro de Thomas Hutchinson, Deseo y Engaño (pp. 31-32):
“Hablamos de la
carta Apostolicam Sedem, escrita a instancias del Papa Inocencio II
(1130-1143), en una fecha desconocida a un obispo de Cremona a quien no se le
conoce el nombre. Este último había escrito una pregunta al Papa sobre el caso
de un presbítero que al parecer había muerto sin estar bautizado. Por supuesto,
está definido que, en tal caso, él no pudo haber sido un presbítero, porque el
sacramento del orden solo se confiere válidamente a los bautizados”.
---- Aquí va el texto de la carta que citamos más arriba ----
“Ahora, hay más que de algunos
problemas relacionados con esta carta. En primer lugar, ella depende
enteramente del testimonio de San Ambrosio y San Agustín para su conclusión.
Sus premisas son falsas, porque los Padres citados en realidad no sostuvieron
las opiniones aquí atribuidas a ellos (autor: como se ha señalado, una mera
expresión sentimentalmente especulativa no prueba que ellos la sostuvieran como
enseñanza oficial)…
“Por último, incluso hay una duda de quién escribió esta carta.
Muchas autoridades la atribuyen a Inocencio III (1198-1216). Esta duda se
menciona en el Denzinger. La carta tampoco está en armonía con la totalidad de
sus declaraciones. En cualquier caso, un intervalo de 55 años separó los dos pontificados.
Entonces, se presenta una carta privada
de la que se desconoce la fecha, el autor y a quién está dirigida, como
llevando sobre sí todo el peso del magisterio solemne, carta a su vez basada en
premisas falsas y contradiciendo innumerables documentos irrefutablemente
válidos y solemnes. Si esta misiva
(carta) tratara de cualquier otra doctrina, ni siquiera se la tomaría en
cuenta. Pero como veremos, sin embargo, la mistificación y el engaño son
parte de la historia sobre este tema de la salvación. Tal vez esta carta se
atribuyó a Inocencio III debido a su afirmación de que las palabras de la
consagración en la Misa no deben en realidad ser pronunciadas por el sacerdote,
sino solo pensadas interiormente – una especie de Eucaristía por deseo.
Posteriormente, Santo Tomás de Aquino lo reprendió sobre este punto.
“Pero Inocencio III es la clave
para entender la enseñanza original de la Iglesia sobre este tema. En su tiempo (como siempre hasta el segundo
concilio de Baltimore) estaba prohibido enterrar en tierra consagrada a los no
bautizados (sean catecúmenos o incluso hijos de padres católicos). Él
explicó la racionalidad de esta ley al escribir: ‘Ha sido decretado por los
sagrados cánones, que no debemos tener comunión con aquellos que están muertos,
si no nos hemos comunicado con ellos mientras vivían’ (Dec. III, XXVIII, xii)”.
– Fin de la cita de Deseo y Engaño.
Estas consideraciones descartan cualquier argumento a favor del bautismo de
deseo. La carta, si bien por cierto no es infalible, podría ser una
falsificación.
OBJECIÓN: El Papa Inocencio III enseñó que una persona que se bautizó a sí misma
pudo haberse salvado por el deseo del sacramento del bautismo.
Papa Inocencio III,
al obispo de Metz, 28 Agosto 1206: “Respondemos que teniendo que haber
diferencia entre el bautizante y el bautizado, como evidentemente se colige de
las palabras del Señor, cuando dice a sus Apóstoles: ‘Id, bautizad a todas las
naciones en el nombre etc.’, el judío en cuestión tiene que ser bautizado de
nuevo por otro, para mostrar que uno es el bautizado y otro el que bautiza (…)
Aunque si hubiera muerto inmediatamente, hubiera volado al instante a la patria
celeste por la fe en el sacramento, aunque no por el sacramento de la fe”[392].
Esto prueba la teoría
del bautismo de deseo.
RESPUESTA: Es cierto que el Papa Inocencio III dice
aparentemente que una persona que se bautizó a sí mismo pudo salvarse por su
deseo por el sacramento, pero es falso decir que esto prueba la teoría del
bautismo de deseo. El bautismo de deseo es refutado por la enseñanza infalible
del Papa San León Magno, el Concilio de Florencia y el Concilio de Trento sobre
la necesidad del sacramento del bautismo para la salvación. Pero lo primero que
hay que decir acerca de esta carta de Inocencio III, es que una carta al obispo
de Metz no cumple con los requisitos para un pronunciamiento infalible. Este es
un hecho que casi nadie discute.
Para probar este punto
tenga en cuenta lo siguiente: En la carta Ex parte tua, del 12 de enero
de 1206, el mismo Inocencio III enseña que el pecado original fue remitido
por el misterio de la circuncisión.
Papa Inocencio III, Ex parte tua, a
Andreas, arzobispo de Lyon, 12 de enero de 1206: “Aun cuando por el misterio
de la circuncisión, se perdonaba el pecado original y se evitaba el peligro
de condenación; no se llegaba, sin embargo, al reino de los cielos, que hasta
la muerte de Cristo estaba cerrado para todos”[393].
Esto está
definitivamente errado, ya que el Concilio de Trento definió como dogma (sesión
VI, cap. 1, sobre la Justificación) que “ni siquiera los judíos por la letra
misma de la Ley de Moisés podrían librarse o levantarse” del pecado
original[394].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 1 de la justificación: “… habiendo perdido todos
los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán [*excepto la Santísima
Virgen, como dice Trento en la sesión V*], hechos inmundos, y (como dice el
Apóstol) hijos de ira por naturaleza (…) ni
siquiera los judíos por la letra misma de la Ley de Moisés podrían librarse o
levantarse de ella…”[395].
En otras palabras, ni siquiera la observancia de la circuncisión y el resto
de la ley mosaica permitió a los judíos librarse del pecado original (de fide), lo contrario de lo que enseñó
Inocencio III en su carta Ex parte tua.
Así que tenemos a Inocencio III
enseñando un error flagrante en la carta Ex parte tua a Andreas, arzobispo de Lyon. Dado que Ex parte tua es al menos tan autorizada
que las otras dos presuntas declaraciones de Inocencio II e Inocencio III, que
a menudo son citadas por los defensores del bautismo de deseo, ello prueba que
son igualmente falibles y no magisteriales. Y este es el tipo de “evidencia”
que los defensores del bautismo de deseo tratan de obtener del magisterio
papal: una carta dudosa, supuestamente de Inocencio II – sin fecha o
destinatario – y una carta de Inocencio III a un arzobispo que está al mismo
nivel que Ex parte tua, que contiene
cosas contrarias al dogma católico. La evidencia a favor del bautismo de deseo,
a partir del magisterio infalible papal, es igual a cero.
De hecho, como ya hemos mencionado, fue en tiempos de Inocencio III que
estaba prohibido enterrar en terrenos consagrados a los que no estaban
bautizados (ya sean catecúmenos o incluso hijos de padres católicos). Y es la
enseñanza infalible del mismo Papa en el Cuarto Concilio de Letrán que
afirma la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación.
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio
de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra:
“Y una sola es la Iglesia universal
de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y en
ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[396].
Entre “los fieles” solo se incluye a los bautizados en agua, como lo prueba
la sección 6 de este documento.
Papa Inocencio III,
Cuarto Concilio de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra: “En cambio, el sacramento del bautismo (que
se consagra en el agua por la invocación de Dios y de la indivisa Trinidad, es
decir, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo) aprovecha para la salvación,
tanto a los niños como a los adultos fuere quienquiera el que lo confiera
debidamente en la forma de la Iglesia”[397].
Y aquí hay otra declaración del mismo Papa que, si bien no infalible,
insiste en la necesidad absoluta del renacimiento en el agua.
Papa Inocencio III,
carta a Thorias, arzobispo de Nidaros: “Nos has preguntado si han de ser
tenidos por cristianos los niños que, constituidos en artículo de muerte, por
la penuria de agua y ausencia de sacerdote, algunos simples los frotaron con
saliva, en vez de bautismo, la cabeza y el pecho y entre las espaldas. Respondemos que en el bautismo se requieren
siempre necesariamente dos cosas, a saber, ‘La palabra y el elemento’; y
como de la palabra dice la Verdad: ‘Id por todo el mundo’ etc. (Mc. 16, 15;
Mat. 28, 19), y la misma dice del elemento: ‘Quien no renaciere’, etc. (Jn. 3,
5); de ahí que no puede dudar que no tienen verdadero bautismo no sólo aquellos
a quienes faltaron los dos elementos dichos, sino a quienes se omitió uno de
ellos”[398].
Tal vez las equivocaciones del Papa Inocencio III en su calidad falible
como Papa es la razón porque leemos la siguiente visión acerca de él apenas
evitando el infierno y siendo presuntamente condenado a sufrir en el purgatorio
hasta el fin del mundo.
“En el Duelo de la Paloma, San Roberto
Belarmino († 1600) nos habla de una persona que se le aparece a Santa Lutgarda
toda vestida en llamas y con mucho dolor. Cuando
Santa Lutgarda le preguntó quién era, él le contestó: ‘Soy [el Papa] Inocencio
III, que debía haber sido condenado al fuego eterno del infierno por varios
pecados graves, si la Madre de Dios no hubiera intercedido por mí en mi agonía
y obtenido la gracia del arrepentimiento. Ahora estoy destinado a sufrir en el
purgatorio hasta el fin del mundo, a menos que me ayudes. Una vez más la Madre de Misericordia
me ha permitido venir a pedirte oraciones”[399].
OBJECIÓN: San Alfonso de Ligorio enseñó que el bautismo de deseo
es “de fide” (de fe). ¡Esto significa que el bautismo de deseo es un dogma!
San Alfonso: “El bautismo de fuego [deseo] es la
perfecta conversión a Dios por la contrición, o el amor a Él sobre todas las
cosas, con el deseo explícito o
implícito del verdadero bautismo de agua. Como dice el Concilio de Trento
(sesión 14, cap. 4), él suple a este último con respecto a la remisión
de la culpa, pero no imprime un carácter [bautismal] ni quita toda la deuda de
la pena. Se llama de ‘fuego’ porque es hecho bajo el impulso del Espíritu
Santo, a quien se le da este nombre (…) Por
tanto, es de fe (de fide)
que los hombres se salvan incluso por el bautismo de fuego [deseo], según el
canon Apostolicam, de
pres. non bap. y del Concilio de Trento, sesión 6,
capítulo 4, donde está dicho que nadie puede salvarse ‘sin el lavatorio de la
regeneración, o el deseo de él’”.
RESPUESTA: En primer lugar, San Alfonso no
era infalible. Es simplemente un hecho que San Alfonso cometió algunos errores
teológicos, como el que se mostrará en la siguiente discusión. Avanzar en la
opinión de San Alfonso sobre alguna materia como si ella fuera un dogma no es
católico.
En segundo lugar, San Agustín sostuvo que era de fide que los niños no bautizados
sufrían el fuego del infierno y San Cipriano sostuvo que era de fide que los herejes no pueden
bautizar válidamente. Ambos estaban completamente equivocados.
La Enciclopedia Católica, vol. 9, 1910, “Limbo”, p.
258: “…Santo Tomás y los escolásticos en general estaban en conflicto con
lo que San Agustín y otros Padres consideraban ser de fide [si los niños
sufrían el fuego del infierno]…”[400].
San Cipriano, 254 d.C.: “… con
certeza juzgamos y sostenemos que nadie es capaz de bautizar fuera de los
límites [es decir, fuera de la Iglesia]…”[401].
En tercer lugar, la
raíz del error de San Alfonso sobre el bautismo de deseo era que él
malinterpretó la sesión 6, cap. 4 de Trento (su opinión sobre este pasaje
simplemente no se sostiene bajo un examen profundo – véase el análisis de este
pasaje). Y este error lo llevó a su falsa conclusión de que el bautismo de
deseo es una enseñanza de la Iglesia católica. El pasaje de cual San Alfonso
creyó que enseñaba el bautismo de deseo en realidad no enseña el bautismo de
deseo, sino que afirma: según está
escrito: quien no renaciere del agua, y del Espíritu Santo, no puede entrar
en el reino de Dios.
En cuarto lugar, al
enseñar el bautismo de deseo, San Alfonso estaba enseñando que alguien puede
ser santificado por el Espíritu y la Sangre de Cristo sin el agua del bautismo
y esto es contrario a lo que enseñó
infaliblemente el Papa San León Magno. Cuando ocurre un conflicto entre las
definiciones dogmáticas y las opiniones de los santos, la Iglesia, por
supuesto, sigue las definiciones dogmáticas, no importando qué tan grande o
erudito el santo pueda ser.
Papa Pío XII, Humani
generis, # 21, 12 de agosto de 1950: “Y
el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito
a cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al magisterio
de la Iglesia”.
Por último, la
mayoría de los teólogos después de San Alfonso que creyeron en el “bautismo de
deseo” ni siquiera sostuvieron su opinión de que el bautismo de deseo es de fide. La mayoría de ellos dice que el
bautismo de deseo es próximo a la fe, no de fe definida. Casi ninguno
de ellos dice que es de fe definida. Este hecho demuestra que NO es de
fe, ya que dicha discrepancia no existiría entre los teólogos que afirman estar
a favor del bautismo de deseo si se pudiera demostrar que es de fe. Aquí hay
una admisión por un defensor del bautismo de deseo:
P. Jean-Marc
Rulleau, El Bautismo de Deseo, p. 43:
“La existencia del bautismo de deseo es, entonces, una verdad que, aunque no ha sido definida como un dogma por
la Iglesia, es por lo menos próxima
a la fe”[402].
Si el Concilio de Trento enseñó el bautismo de deseo, entonces el bautismo
de deseo sería un artículo definido de la fe. Pero el Concilio de Trento no
enseñó el bautismo de deseo, por lo que el P. Rulleau se vio obligado a
admitir que no es definido de la fe, sino que sólo (en su opinión) “próximo
a la fe”. “Próximo a la fe” y “de la fe” no son lo mismo. El P. Rulleau (un
firme defensor de la teoría) no se vería obligado a suavizar su posición si
pudiese probar que es de la fe, pero no puede.
Por lo tanto, la afirmación de San Alfonso está equivocada por varias
razones: 1) es contraria al dogma definido (Papa San León Magno y la compresión
de Trento sobre Juan 3, 5 según esta
escrito); 2) su declaración no se puede probar – no hay definición que se
pueda citar a su favor; 3) no es compartida incluso por los teólogos que creen
en el bautismo de deseo; 4) hay errores en el mismo párrafo en que afirma esa
misma opinión.
Examinemos el punto 4); hay errores
en el mismo párrafo en que afirma esa misma opinión. Para probar su
posición sobre el bautismo de deseo, San Alfonso primero hace referencia a la
sesión 14, cap. 4 del Concilio de Trento. Él dice:
“Como dice el Concilio de Trento (sesión 14, cap. 4), él suple a este último con respecto a la remisión de la
culpa, pero no imprime un carácter [bautismal] ni quita toda la deuda de la
pena”[403].
Esto es completamente erróneo. La sesión 14, cap. 4 del Concilio de Trento
no dice que el bautismo de deseo “suple a
este último con respecto a la remisión de la culpa”, como afirma San
Alfonso. Veamos el pasaje:
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, cap. 4,
sobre el sacramento de la penitencia: “Enseña además el santo Concilio que, aun cuando alguna vez acontezca
que esta contrición sea perfecta por la caridad y reconcilie el hombre con Dios
antes de que de hecho se reciba este sacramento; no debe, sin embargo,
atribuirse la reconciliación a la misma contrición sin el deseo del sacramento,
que en ella se incluye”[404].
El Concilio define aquí que la perfecta contrición con el deseo del
sacramento de la penitencia puede restaurar en un hombre la gracia de
Dios antes que reciba efectivamente este sacramento. ¡No dice nada sobre el bautismo! La misma premisa de San
Alfonso – que el bautismo de
deseo es enseñado en la sesión 14, cap. 4 – es errónea. Trento no dice nada al
respecto. Si las mismas premisas sobre la que sostuvo el bautismo de deseo
fueron deficientes y erróneas, ¿cómo se puede estar sujeto a las conclusiones
que se derivan de tales premisas erradas? De hecho, el autor increíblemente
deshonesto sobre el bautismo de deseo de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío
X, el P. Francois Laisney, ¡no incluye la referencia errónea de San Alfonso
de la sesión 14, cap. 14 de Trento cuando cita el pasaje de San Alfonso
sobre el bautismo de deseo![405]. Esto
es increíblemente deshonesto, por supuesto, pero el P. Laisney de la FSSPX la
omite porque sabe que San Alfonso estaba equivocado al referirse de esa
manera a Trento; y, por lo tanto, sabe que esto crea un gran agujero en su
argumento a favor del bautismo de deseo basado, obviamente, en el falible
San Alfonso.
Y esto nos muestra, una vez más, lo que he venido demostrando a través de
este documento: que básicamente todos los santos y teólogos que expresaron su creencia
en el bautismo de deseo se contradecían a sí mismos al explicarlo, y a su vez,
cometían algunos errores en el mismo documento.
También hay que señalar que, si bien que San Alfonso mencionó que él cree
que los adultos se pueden salvar por el deseo explícito o implícito del
sacramento del bautismo, él usa la palabra implícito
no para significar “no conocido”, sino más bien “no expresado en palabras”;
dicho de otra manera, un adulto que sabe del bautismo y lo desea, pero
no sabe expresar su deseo en palabras. San Alfonso, a pesar de estar equivocado
sobre el bautismo de deseo, él no sostuvo la herejía moderna de la ignorancia invencible – la idea de que
un adulto se puede salvar por el bautismo sin creer en Cristo o en la Iglesia y
sin siquiera saber del bautismo –. San Alfonso con certeza condenaría tal idea
como herética.
1.
San
Alfonso: “Ve también el amor especial que Dios te ha mostrado al traerte a la
vida en un país cristiano, y en el seno de la Iglesia católica o de la
verdadera Iglesia. Cuántos nacen entre
los paganos, entre los judíos, entre los mahometanos y herejes, y todos
están perdidos”[406].
Es interesante considerar que cuando se les pregunta a las personas que
citan a San Alfonso a favor del bautismo de deseo – y lo citan como si fuera
infalible – si ellos están de acuerdo con su enseñanza aquí de que todos los
que mueren como herejes, judíos, musulmanes y paganos se van al infierno, casi
todos ellos evitan la pregunta como la peste. Ellos evitan la pregunta porque,
en este caso, ellos no comparten la posición de San Alfonso. Más bien creen que
los herejes, judíos, musulmanes y paganos pueden salvarse y por lo tanto están
en herejía por esta sola razón.
2.
San
Alfonso: “Debemos creer que la Iglesia católica romana es la única verdadera Iglesia;
por tanto, quienes están fuera de nuestra Iglesia, o si se han separado de
ella, no pueden salvarse”[407].
3.
San
Alfonso: “Si sois ignorante de las verdades de la fe, estáis obligados a
aprenderlas. Todo cristiano está obligado en aprender el Credo, el
Padrenuestro, y el Avemaría bajo pena de pecado mortal. Muchos no tienen ni idea de la Santísima Trinidad, de la Encarnación,
el pecado mortal, el juicio, el paraíso, el infierno, o la eternidad; y esta
ignorancia lamentable los condena”[408].
4.
San
Alfonso: “¡Cuán agradecidos debemos estar de Jesucristo por el don de la fe!
¿Qué hubiera sido de nosotros si hubiéramos nacido en Asía, en África, o en
América, o entre los herejes y cismáticos? El
que no cree se perderá. Este era, pues, la gracia primera y más grande
gracia que se nos ha otorgado: nuestro llamado a la fe verdadera. Oh Salvador
del mundo, ¿qué sería de nosotros si Tú
no nos hubieras iluminado? Hubiéramos sido como nuestros antepasados, que
adoraban a los animales y los bloques de piedra y madera: y en consecuencia,
todos hubiéramos perecido”[409].
Uno puede ver que, si bien que San Alfonso estaba equivocado en su creencia
de que el bautismo de deseo podría ser eficaz en un adulto que muriera antes de
recibir el sacramento, él condenó la herejía moderna que afirma que uno puede
alcanzar la salvación en otra religión o sin la fe en Cristo y en los misterios
de la fe católica.
Otro punto que vale la pena abordar para refutar la objeción de la
enseñanza de San Alfonso sobre el bautismo de deseo es referente a lo que
enseñó acerca del llamado bautismo de sangre.
San Alfonso,
Teología Moral, Libro 6, nn. 95-97: “El
bautismo de sangre es el derramamiento de la propia sangre, es decir, la
muerte por causa de la fe o por alguna otra virtud cristiana. Ahora este bautismo
es comparable con el verdadero bautismo porque, al igual que el verdadero
bautismo, él remite tanto la culpa y el castigo como si ello fuera ex opere operato (…) Por lo tanto, el martirio también vale para
los niños viendo que la Iglesia venera a los Santos Inocentes como
verdaderos mártires. Por eso es que Suárez con razón enseña que la opinión
contraria es al menos temeraria”.
Lo que San Alfonso enseña aquí está completamente erróneo. Él enseña que
los niños pueden salvarse sin el sacramento del bautismo por el martirio. Esto
es directamente contrario a la enseñanza ex
cathedra del Papa Eugenio IV del Concilio de Florencia.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, sesión 11, 4 de febrero de 1442, ex cathedra: “En cuanto a los niños advierte que, por
razón del peligro de muerte, que con frecuencia puede acontecerles, como quiera que no puede socorrérseles
con otro remedio que con el bautismo, por el que son librados del
dominio del diablo y adoptados por hijos de Dios, no ha de diferirse el sagrado
bautismo por espacio de cuarenta o de ochenta días o por otro tiempo según la
observancia de algunos…”[410].
El Papa Eugenio IV define aquí, desde
la Cátedra de Pedro, que no hay otro remedio para que los niños sean
librados del dominio del diablo que no sea por el sacramento del bautismo. San Alfonso enseña que hay otro remedio en
el martirio. La opinión de San Alfonso sobre esta cuestión no puede
sostenerse, ya que contradice al Concilio de Florencia. Ahora, sabemos que San
Alfonso es un santo que está en el cielo porque la Iglesia así nos lo ha dicho
– de hecho, él es mi autor espiritual favorito; pero en este caso, San Alfonso
está contradiciendo la enseñanza solemne del magisterio: que el sacramento del
bautismo es el único remedio para los niños. Debemos concluir, por tanto, que
San Alfonso no era obstinado en su enseñanza sobre el bautismo de sangre para
los niños; es decir, que él no estaba consciente de que su opinión contradecía
la enseñanza de la Iglesia, especialmente la enseñanza del Concilio de
Florencia. Sin embargo, si alguien sostiene dicha opinión obstinadamente (es
decir, después de haber mostrado que contradice el Concilio de Florencia),
entonces ese tal sería un hereje y estaría fuera de la Iglesia católica.
Otro error que encontramos en el párrafo de San Alfonso
es su referencia a los Santos Inocentes como un ejemplo del bautismo de sangre.
Esto está errado porque la muerte de los Santos Inocentes ocurrió antes de la
resurrección de Cristo –
antes de que fuera instituida la ley del bautismo una vez promulgado el
Evangelio.
Catecismo del
Concilio de Trento, El bautismo hecho obligatorio después de la Resurrección
de Cristo, p. 171: “Porque están conformes los sagrados escritores que, después de la resurrección del Señor,
cuando manda a los Apóstoles: Id e instruid a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, desde
entonces todos los hombres, que habían de conseguir la salvación eterna,
comenzaron a estar obligados a la ley del bautismo”[411].
Además, nótese cómo San Alfonso dice arriba que es temeraria (peligrosa) la
opinión de que el bautismo de sangre no es eficaz en los niños. En otras
palabras, él está enseñando con Suárez que es “peligroso” creer que los niños
que mueren sin el bautismo sacramental no podrán salvarse. Al enseñar
esto, él inconscientemente incurre en el error de John Wyclif, que fue
anatemizado solemnemente en el Concilio de Constanza.
Papa Martín V, Concilio
de Constanza, sesión 15, 6 de julio de 1415 – Condenando los artículos de
John Wyclif – Proposición 6: “Los que afirman que los hijos de los fieles
que mueren sin bautismo sacramental no serán salvos, son estúpidos e
impertinentes por decir esto”.
– Condenado[412]
Esta es una proposición interesante del Concilio de Constanza. El archi-hereje John Wyclif sostenía que aquellos que
enseñan (como nosotros) que no es posible que se salven los niños que mueren
sin el bautismo de agua (es decir, sacramental) son estúpidos. Y
fue anatematizado por esta proposición, entre muchas otras. Ya he citado lo que
tuvo que decir el Concilio de Constanza
sobre las anatematizadas proposiciones de John Wiclef, como la # 6 de arriba,
pero la citaré de nuevo aquí.
Papa Martín V, Concilio
de Constanza, sesión 15, 6 de julio de 1415: “Los libros y folletos de John
Wyclif, de maldita memoria, fueron examinados cuidadosamente por los
doctores y maestros de la Universidad de Oxford (…) Este santo sínodo, por
consiguiente, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, repudia y condena, por
este decreto perpetuo, los antedichos artículos y cada uno en particular; y
prohíbe de ahora en adelante a todos y cada uno de los católicos, bajo pena de
anatema, predicar, enseñar, o mantener los dichos artículos o cualquier uno de
ellos”[413].
San Alfonso es en realidad el autor más vendido de todos los tiempos, habiendo escrito más de 111 libros, sin
incluir sus cartas[414]. No es de extrañar, por tanto, que él,
siendo un ser humano falible, haya cometido inadvertidamente algunos errores en
materias que atañen a la fe. Pero su error sobre el bautismo de deseo se debe
al hecho que él pensó erróneamente que era lo que se enseñaba en la sesión 6,
cap. 4 de Trento. Esta es la principal razón de por qué él creyó en el bautismo
de deseo: él pensaba que era enseñado por Trento e interpretó erradamente los
cánones de Trento sobre el bautismo (incluido el completamente exclusivista
canon 5) como algo que de alguna manera debe entenderse a la luz del bautismo
de deseo.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento
del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el
sacramento] es libre, es decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea
anatema”[415].
Si San Alfonso hubiera examinado más literalmente
la sesión 6, cap. 4 de Trento, seguramente hubiera visto que ella no enseña el
bautismo de deseo (como se analizó en la sección sobre el pasaje), sin que al
contrario, reafirma que Juan 3, 5 debe ser entendido según esta escrito.
También es importante señalar que, si bien el principio de la infalibilidad papal siempre fue creído en
la Iglesia (expresado desde los primeros tiempos por frases como “en la sede apostólica, la religión católica
siempre se ha preservado y mantenido inmaculada la santa doctrina”), no
cabe duda que a partir de la definición del dogma de la infalibilidad papal, en
el Primer Concilio Vaticano, en 1870,
hubo mucha más claridad acerca de cuáles
documentos eran infalibles y cuáles no. San Alfonso y otros que vivieron antes
de 1870 no tuvieron necesariamente este grado de claridad, que hizo que muchos
de ellos redujeran la distinción, en ciertos casos, entre los decretos
infalibles de los Papas y la enseñanza falible de los teólogos. Ello
también hizo que no vieran tan literalmente lo que realmente dice el dogma,
sino más bien lo que el dogma podría significar a la luz de la opinión de los
teólogos populares de la época.
Por ejemplo, al argumentar que el bautismo de deseo es de fide, San Alfonso hace referencia a la declaración de Inocencio
III o Inocencio II (ni siquiera se sabe cuál de los dos) sobre el “presbítero”
que no estaba bautizado, que ya he discutido. Pero es obvio que la carta de
Inocencio (?) – o quienquiera que fuese – a un arzobispo no cumple con los
requisitos para la infalibilidad papal, y, por lo tanto, contiene un error bien
manifiesto (al referirse a una persona no bautizada como un “presbítero”). La
falibilidad de este documento probablemente fue un aspecto a cual San Alfonso
no tomó muy en consideración. Y esto prueba de nuevo lo que he dicho
anteriormente: que algunas conclusiones de San Alfonso son falibles porque,
como ocurre con todos los hombres a excepción del Papa, él no está asistido por
el carisma de la infalibilidad que Cristo sólo otorgó a Pedro y a sus
sucesores, los Papas de la Iglesia católica, y, por tanto, nadie puede
confiarse en ellos infaliblemente.
Cuando nuestro Señor le habló a San Pedro sobre la intención que tenía
Satanás de zarandear a los Apóstoles (Luc. 22, 31-32), Él le dijo que había
rogado por él: “he rogado por
ti (singular), a fin de que tu fe (la de Pedro) no desfallezca…”.
Él no dijo, “he rogado por todos
vosotros, a fin de que vuestra fe no desfallezca”. Sólo le fue prometida a
San Pedro y a sus sucesores la fe indefectible cuando hablan desde la Cátedra
de San Pedro (cf. Vaticano I, sesión 4, cap. 4, Denz. 1837). Los Papas, cuando
hablan con esta fe indefectible, como lo hicieron el Papa San León Magno en su
tomo dogmático a Flaviano, el Concilio de Florencia sobre Juan 3, 5, y el
Concilio de Trento sobre el sacramento del bautismo (sesión 7, canon 5), se
excluye toda posibilidad de salvación sin el bautismo en agua, y se afirma
infaliblemente que quien no renaciere del agua y del Espíritu no podrá entrar
el reino de los cielos. Eso es lo que un católico debe respetar y creer.
OBJECIÓN: Sé que el Concilio de Trento define, en el canon 5, que
el sacramento del bautismo es necesario para la salvación. Pero el Concilio
dice lo mismo acerca del sacramento de la penitencia.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex
cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es
decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[416].
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, can. 6 sobre el
sacramento de la penitencia: “Si alguno dijere que la confesión sacramental o
no fue instituida o no es necesaria para la salvación por derecho divino
(…) sea anatema”[417].
RESPUESTA: Este argumento falla
principalmente porque esta traducción de la sesión 14, can. 6 sobre el
sacramento de la penitencia no es precisa. El latín de este canon lee:
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, can. 6 sobre el
sacramento de la penitencia: “Si quis negaverit, confessionem sacramentalem vel institutam vel ad salutem
necessariam esse iure divino... a.s”[418].
Esto está mejor traducido como se encuentra en Los Decretos de los Concilios Ecuménicos del P. Norman Tanner:
“Si alguno negare
que la institución del sacramento de la confesión o su necesidad
para la salvación son de derecho divino (…) sea anatema”[419].
Esta traducción corresponde más correctamente a la estructura gramatical
del latín, como lo confirman los expertos en latín que he consultado. Y puede
verse que esta traducción tiene un significado que es diferente del otro
anterior. En el contexto se condena a quien negare que su necesidad (es decir, del sacramento de la
penitencia) para la salvación es de derecho divino, no a quien negare que
es necesario para la salvación. “Su” necesidad no es la misma que la del
bautismo; “su” necesidad es para aquellos que han caído en pecado mortal y no
poseen las disposiciones necesarias para la contrición perfecta. Por lo tanto,
en suma, este canon (sesión 14, can. 6) no define que el sacramento de la
penitencia es necesario para la salvación; en contexto, él dice algo ligera
pero significantemente diferente de aquello.
Pero los defensores del bautismo de deseo también citan la sesión 14, cap.
2 de Trento para tratar de probar el punto.
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, cap. 2, de
la penitencia: “Para los caídos
después del bautismo, es este sacramento de la penitencia tan necesario, como
el mismo bautismo para los aún no regenerados”[420].
Ellos argumentan que las personas que han caído en pecado mortal pueden
justificarse y salvarse sin el sacramento de la penitencia por la contrición
perfecta, y por lo tanto, las personas pueden salvarse sin el sacramento del
bautismo, porque Trento dice que la necesidad del sacramento de la penitencia
para los que están en pecado mortal es la misma que la necesidad del bautismo.
Pero este argumento también falla porque sólo dos capítulos después el
Concilio de Trento declara explícitamente que uno puede justificarse sin el
sacramento de la penitencia por la contrición perfecta más el deseo por el
sacramento. No se puede tomar un capítulo de Trento fuera de contexto.
Papa Julio III, Concilio de Trento, sesión 14, cap. 4, de
la penitencia: “Enseña además
el santo Concilio que, aun cuando alguna vez acontezca que esta contrición sea
perfecta por la caridad y reconcilie el hombre con Dios antes de que de
hecho se reciba este sacramento; no debe, sin embargo, atribuirse la
reconciliación a la misma contrición sin el deseo del sacramento, que en ella
se incluye”[421].
El Concilio de Trento enseña claramente tres veces que la gracia del
sacramento de la penitencia puede alcanzarse por el deseo del sacramento
de la penitencia (dos veces en la sesión 6, cap. 14; y una vez en la sesión 14,
cap. 4), mientras que en ninguna parte enseña la falsa doctrina del bautismo de
deseo. Esto es un punto importante.
Ello demuestra que, incluso si uno quisiese argumentar usando la primera
traducción, aún hay una diferencia evidente entre lo que Trento enseñó clara y
explícitamente sobre la necesidad del sacramento de la penitencia y lo que no
enseñó acerca del sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 14
sobre la justificación: “De donde debe enseñarse que la penitencia del
cristiano después de la caída, es muy diferente de la bautismal y que en ella
se contiene no sólo el abstenerse de los pecados y el detestarlos (…) sino también la confesión sacramental de
los mismos, por lo menos en el deseo y que a su tiempo deberá realizarse,
la absolución sacerdotal e igualmente la satisfacción por el ayuno, limosnas,
oraciones y otros piadosos ejercicios, no ciertamente por la pena eterna, que por el sacramento o por el deseo del
sacramento se perdona al par de la
culpa, sino por la pena temporal…”[422].
El hecho que Trento enseñe claramente al menos tres veces que el deseo del
sacramento de la penitencia es eficaz para la justificación, mientras que en
ninguna parte enseña el bautismo de deseo, debería decir algo a los defensores
del bautismo de deseo; a saber, que el bautismo de deseo no es verdadero.
Y es por eso que la declaración de Trento en la sesión 14, cap. 2 sobre la
necesidad del sacramento de la penitencia no equivale a las declaraciones de
Trento sobre la necesidad del sacramento del bautismo para la salvación, porque
el Concilio clarifica claramente su significado sobre la necesidad del sacramento
de la penitencia sólo dos capítulos después al definir que la contrición
perfecta restaura al hombre en la justificación sin el sacramento de la
penitencia. Los decretos dogmáticos deben ser entendidos en su contexto
completo.
Unos pocos defensores del bautismo de deseo también citarán la sesión 6,
can. 29 del Concilio de Trento.
Concilio de Trento,
sesión 6, canon 29 sobre la justificación: “Si alguno dijere que aquel que ha
caído después del bautismo, no puede por la gracia de Dios levantarse; o que sí puede, pero por la sola fe,
recuperar la justicia perdida, sin el sacramento de la penitencia, tal como la
santa romana y universal Iglesia, enseñada por Cristo Señor y sus
Apóstoles, hasta el presente ha profesado, guardado y enseñado, sea anatema”[423].
Ellos argumentan lo siguiente: 1) este canon condena a todo aquel que dice
que la justificación puede restaurarse sin el sacramento de la penitencia; y 2)
sabemos que la justificación puede ser restaurada por el deseo del sacramento de la penitencia; por lo tanto, 3) la
declaración en Trento sobre la necesidad absoluta del sacramento del bautismo
(sesión 7, can. 5 sobre el sacramento) no significa que el deseo por él no
puede conceder la justificación. Pero, como es el caso de las declaraciones
anteriores, este canon (sesión 6, can. 29) no declara lo que ellos dicen. No se
condena a nadie que dice que la justificación se puede restaurar sin el
sacramento de la penitencia. Él condena a todo el que dice que la justificación
puede ser restaurada por “la sola fe” sin el sacramento de la
penitencia. Por lo tanto, el argumento de los defensores del bautismo de deseo
– y su intentada analogía con la enseñanza de Trento sobre la necesidad
absoluta del sacramento del bautismo – fracasa. El hecho es que Trento define que
el sacramento del bautismo es necesario para la salvación sin reserva; y Trento
en ninguna parte hace la misma definición incondicional sobre el sacramento de
la penitencia.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7, can. 5
sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno
dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la
salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[424].
OBJECIÓN: Si es cierto que no hay tal cosa del bautismo de deseo o
el bautismo de sangre, entonces, ¿por qué ningún Papa se levantó para condenar
esas teorías a medida que aparecían en tantos catecismos desde fines de 1800?
RESPUESTA: El bautismo de deseo y
el bautismo de sangre se muestran que están excluidos de varias maneras de la
enseñanza infalible de la Iglesia católica. El hecho de que ningún Papa se haya
levantado para condenar explícitamente las teorías por su nombre no cambia ese
hecho. El hecho de que ningún Papa desde finales del siglo XIX haya eliminado
esas teorías de la inclusión en los catecismos no prueba nada tampoco. Se ha
enseñado en los catecismos de la misma época que hay salvación en una religión
no católica. Que yo sepa, la herejía de que las almas pueden salvarse en
religiones no católicas no fue eliminada por una orden explícita por ningún
Papa. ¿Esto quiere decir que estos Papas creían en la herejía de que hay
salvación en las religiones no católicas? ¿Esto quiere decir que está bien creer
en la herejía que puede haber salvación en una religión no católica? Por
supuesto que no.
Los Papas son personas muy ocupadas – con un montón de responsabilidades –
como para estar conscientes de lo que se enseña catequísticamente a nivel
diocesano. Ellos confían que sus obispos vigilen para conservar la fe en sus
respectivas diócesis – que es una de las primeras obligaciones del obispo –, lo
que desafortunadamente no ha ocurrido en los últimos 100 años. Un ejemplo que
es muy interesante considerar es el hecho de que ¡ningún Papa jamás ordenó que fuera eliminada la opinión de Santo Tomás
de Aquino sobre la Inmaculada Concepción de la Summa Theologica, a pesar de que muchos de ellos constantemente
la recomendaron!
Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologica, P. III, q. 14, a. 3, respuesta a la obj. 1:
“El cuerpo de la Virgen fue concebido en
pecado original, y por eso contrajo estos defectos. Pero el
cuerpo de Cristo asumió de la Virgen una naturaleza sin culpa”[425].
Santo Tomás enseñó que María no fue concebida inmaculada más de una vez en
la Summa Theologica. Obviamente él
enseñó esto antes de la definición de la inmaculada concepción de María por el
Papa Pío IX en 1854; sin embargo, sostener en este punto la posición de Santo
Tomás después de promulgado el dogma sería una herejía. A pesar de todo, los
Papas, desde 1854 recomendaron constantemente la Summa Theologica a los seminaristas y sacerdotes ¡sin ordenar que
se retirara la opinión (ahora herética) de Santo Tomás! Esto prueba que la
teoría del bautismo de deseo puede ser contraria al dogma definido – e incluso
herética – y sin que ningún Papa jamás ordenare que sea retirada de los
catecismos, por la razón que sea.
Sin embargo, creo que la razón principal de por qué la falsa doctrina del
bautismo de deseo nunca haya sido condenada explícitamente por su nombre es el
hecho que Dios permite que surjan herejías para ver quién va a creer en la
verdad y quién no; y la negación de la necesidad del bautismo y la necesidad de
la Iglesia católica es la herejía clave de la Gran Apostasía.
1 Cor., 11, 19: “Pues es necesario
que haya también herejías, para que los que son aprobados, sean manifiestos
entre vosotros”.
EL CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO DE
1917
OBJECIÓN: El Código de Derecho Canónico de 1917 permite la
sepultura cristiana a los catecúmenos no bautizados y enseña el bautismo de
deseo.
RESPUESTA: Como hemos señalado
antes, el Código de Derecho Canónico de 1917 no es un documento
infalible. Definitivamente el Código de 1917 no es un pronunciamiento ex cathedra (desde la Cátedra de Pedro)
porque no obliga a toda la Iglesia, sino sólo a la Iglesia latina (no a las de
ritos orientales), según lo estipulado en el canon 1 de Código de 1917.
Canon 1, Código de
Derecho Canónico de 1917: “Aunque en el Código de Derecho Canónico muchas veces
se hace también referencia a la disciplina de la Iglesia oriental, aquél [Código], sin embargo, se dirige
tan sólo a la Iglesia latina y no obliga a la oriental, a no ser cuando
trata de aquellas materias que por su misma naturaleza atañen igualmente a la
oriental”[426].
Un Papa habla infaliblemente desde la Cátedra de Pedro cuando su enseñanza
sobre fe y costumbres obliga a toda la Iglesia, lo que el Código de 1917 no
hace:
Papa Pío IX, Concilio
Vaticano I, 1870, sesión 4, cap. 4: “… el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra [desde la Cátedra de Pedro] –
esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos,
define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y
costumbres debe ser sostenida por
toda la Iglesia universal (…) goza
de aquella infalibilidad…”[427].
Así, por ejemplo, la proposición del canon 737 del Código de 1917 que dice
que el bautismo es necesario “al menos en deseo” para la salvación, no es
obligatoria para la Iglesia universal ni está respaldada por la infalibilidad.
Respecto a la ley del canon 1239, que dice que puede darse sepultura cristiana
a los catecúmenos no bautizados, contradice toda la tradición de la Iglesia
católica de 1900 años acerca de si las personas sin bautizar pueden recibir
sepultura cristiana.
Canon 1239, Código
de 1917: “§1. No serán admitidos a la sepultura eclesiástica los que hubieran
muerto sin el bautismo. §2. Los
catecúmenos que sin ninguna culpa suya mueran sin el bautismo, se ha de
equiparar a los bautizados”[428].
Desde la época de Jesucristo y en toda la historia, la Iglesia católica
universalmente se rehusó dar sepultura eclesiástica a los catecúmenos que
morían sin el sacramento del bautismo, como lo admite La Enciclopedia Católica:
Enciclopedia Católica, “Bautismo”, vol. 2, 1907: “Una cierta declaración en la
oración fúnebre de San Ambrosio sobre el emperador Valentiniano II ha sido
presentada como una prueba de que la Iglesia ofrecía sacrificios y oraciones
por los catecúmenos que morían antes del bautismo. No hay vestigio en ninguna parte de tal costumbre (…) La práctica de la Iglesia se
muestra más exactamente en el canon (XVII) del segundo Concilio de Braga (572
d.C.): ‘Ni la celebración del
sacrificio [oblationis] ni el servicio de la salmodia [psallendi] se empleará para los catecúmenos que han muerto sin bautizar”[429].
Esta es la ley de la Iglesia católica desde el principio y durante toda la
historia. Por tanto, puesto que este tema está ligado a la fe y no solamente a
la disciplina; o la Iglesia se equivocó desde el tiempo de Cristo por rehusar el entierro eclesiástico a los
catecúmenos que morían sin el bautismo o el Código del 1917 está errado al
concederlo. Es lo uno o lo otro, porque el Código de 1917 contradice
directamente la ley constante y tradicional de la Iglesia católica durante
diecinueve siglos en este punto que está ligado a la fe. La respuesta es,
obviamente, que el Código de 1917 está errado aquí y no es infalible; y
la ley de la Iglesia católica de negar durante toda la historia el entierro
eclesiástico a los catecúmenos está correcta. De hecho, es interesante notar
que la versión en latín del Código de 1917 contiene muchas notas de pie de
página de Papas, concilios, etc., para mostrar de dónde fueron derivados
ciertos cánones. El canon 1239.2 sobre
dar sepultura eclesiástica a los catecúmenos no bautizados no tiene nota de pie
de página, ni se remite a ningún Papa, ley anterior, ni Concilio, ¡simplemente
porque no hay nada en la tradición que lo respalde!
La Enciclopedia Católica (1907) cita un interesante decreto del Papa Inocencio
III en donde comenta sobre la ley
tradicional, universal y constante de la Iglesia católica desde el principio
que negaba la sepultura eclesiástica a todos quienes morían sin el sacramento
del bautismo.
Enciclopedia
Católica, “Bautismo”,
volumen 2, 1907: “La razón de este reglamento [que prohíbe la sepultura
eclesiástica a las personas sin bautizar] viene dada por el Papa Inocencio III (Drec., III, XXVIII,
xii): ‘Ha sido decretado por los
sagrados cánones que no debemos tener ninguna comunión con los que están
muertos, si no tuvimos comunicación con ellos mientras vivían’”[430].
Tampoco el Código de 1917 es disciplina infalible de la Iglesia, como lo
demuestra el hecho que contiene una ley que contradice directamente la
disciplina infalible de la Iglesia desde el comienzo sobre una cuestión
vinculada a la fe. La bula concreta que promulgó el Código de 1917, Providentissima Mater Ecclesia, no fue
firmada por Benedicto XV, sino por el cardenal Gasparri y el cardenal De
Azevedo. El cardenal Gasparri, secretario de Estado, fue el principal autor y
compilador de los cánones. Algunos teólogos argumentarían que sólo las
disciplinas que obligan a toda la Iglesia – a diferencia del Código de 1917 –
están protegidas por la infalibilidad de la autoridad de gobierno de la
Iglesia, un argumento que parece apoyarse en la siguiente enseñanza del Papa
Pío XII:
Papa
Pío XII, Mystici Corporis Christi, # 66, 29 de junio de 1943:
“Y, ciertamente, esta piadosa Madre brilla sin
mancha alguna en los
sacramentos, con los que engendra y alimenta a sus hijos; en la fe, que en todo
tiempo conserva incontaminada; en las
santísimas leyes, con que a todos manda y en los consejos
evangélicos, con que amonesta; y, finalmente, en los celestiales dones y carismas
con los que, inagotable en su fecundidad, da a luz incontables ejércitos de
mártires, vírgenes y confesores”[431].
Esto significaría que una ley disciplinaria no es una ley de la Iglesia
“católica” (es decir, universal), a menos que ella obligue a la Iglesia
universal. Pese a todo, el Código de 1917 no goza de infalibilidad. Esto se
muestra por los siguientes cánones.
1) El Código de 1917 enseña que los herejes pueden estar de buena fe.
Canon 731, §2,
Código de 1917: “Está prohibido administrar los sacramentos de la Iglesia a los
herejes o cismáticos, aunque
estén de buena fe en el error y los pidan, a no ser que antes,
abandonados de sus errores, se hayan reconciliado con la Iglesia”.
Un hereje, por definición infalible,
está de mala fe y atrae sobre su cabeza el castigo eterno.
Papa San Celestino
I, Concilio de Éfeso, 431: “… todos
los herejes corrompen las verdaderas expresiones del Espíritu Santo con sus propias mentes malvadas
y atraen sobre su cabeza una llama
inextinguible”[432].
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex cathedra: “[La Santa
Iglesia romana] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los
paganos, sino también judíos o herejes
y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está
aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su
muerte se uniere con ella…”[433].
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter studio, # 2, 27 de mayo de
1832: “Finalmente, algunas de estas
personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a otros que los
hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que incluso los herejes pueden obtener la vida eterna”[434].
Una persona de buena fe que yerra
inocentemente sobre un dogma (libremente e impropiamente llamado un “hereje
material” en las discusiones teológicas), no es un hereje, sino un católico
que yerra de buena fe. Así que la afirmación contenida en el Código de 1917
sobre los herejes y cismáticos de buena fe es, sin duda, definitivamente errónea
teológicamente y ello prueba que no está protegido por la infalibilidad.
2) ¡El Código de 1917 enseña que los católicos pueden estar presentes en
formas de culto no católicos, incluyendo las bodas de los no católicos y los
funerales no católicos!
Canon 1258, Código
de 1917: “§1. No es lícito a los fieles asistir activamente o tomar parte de
cualquier modo que sea, en las
funciones sagradas de los acatólicos [no católicos]. §2. Por razón de un cargo civil o por tributar
un honor, habiendo causa grave, que en caso de duda debe ser aprobada por el
ordinario, se puede tolerar la presencia pasiva o puramente material en los
funerales de los acatólicos, en las bodas u otras solemnidades por el estilo,
con tal que no haya peligro de perversión ni de escándalo”.
Nota: este canon no está hablando de las misas católicas o del culto
católico presidido por un hereje, sino de
(falsos) cultos y ritos de acatólicos o no cristianos. ¡Esto es
escandaloso! Este canon permite asistir y estar presente en una sinagoga
judía o en un templo budista o en un servicio luterano, etc., etc., etc.,
para la boda o un funeral de infieles o herejes, ¡con tal que no se participe activamente! Esto es ridículo, porque
salir de su camino para estar presente en este tipo de servicios donde
se realiza un culto falso (con el propósito de honrar o complacer a la persona
implicada en él) es un escándalo en sí mismo. Ello es honrar a una persona que
está pecando contra el primer mandamiento. Asistir al funeral de un no católico
es dar a entender que hay alguna esperanza de salvación fuera de la Iglesia; y
asistir a la boda de un acatólico es dar a entender que Dios aprueba el
matrimonio fuera de la Iglesia. Un católico no puede ni participar activamente en un culto falso ni asistir
a un culto falso o ceremonia no católica para honrar con su presencia “pasiva”.
Por tanto, este canon demuestra que este código no es infalible.
El Código de 1917 contradice la tradición inmemorial de la Iglesia sobre la
sepultura eclesiástica y no inválida la declaración infalible de la Cátedra de
Pedro (que obliga a toda la Iglesia) de que nadie puede entrar al cielo sin el
sacramento del bautismo.
Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, Can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex
cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es
decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[435].
EL ARGUMENTO DE QUE EL BAUTISMO ES
IMPOSIBLE PARA ALGUNOS RECIBIRLO
OBJECIÓN: Los partidarios del bautismo de deseo afirman que para algunas personas el mandamiento del
bautismo es simplemente imposible de cumplir.
RESPUESTA: Dios no manda cosas
imposible (de fide). Por lo tanto, no
es imposible para ningún hombre recibir el bautismo.
Catecismo del
Concilio de Trento, Del Bautismo, TAN Books, p. 171: “Porque están conformes
los sagrados escritores que, después de la resurrección del Señor, CUANDO MANDA A LOS APÓSTOLES: Id e instruid a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que
habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron a estar obligados a LA LEY
DEL BAUTISMO”.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 11 sobre la justificación, ex cathedra:
“... nadie debe usar de aquella voz temeraria y por los Padres prohibida bajo
anatema, que los mandamientos de Dios son imposibles de guardar para el hombre
justificado. PORQUE DIOS NO MANDA
COSAS IMPOSIBLES, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y
pidas lo que no puedas…”[436].
OBJECIÓN: ¿No fue condenada, en los errores de Migue de Bayo, la
idea de que los catecúmenos no tienen remisión de los pecados?
RESPUESTA: ¡No! Y el hecho de que
algunos de los defensores del bautismo de deseo intenten obstinadamente citar
los errores de Miguel de Bayo a favor del bautismo de deseo muestra
simplemente: 1) su deshonestidad; y 2) su falta de evidencia por el bautismo de
deseo.
Errores de Miguel
De Bayo, condenados por San Pío V en Ex
omnibus afflictionibus, 1 de octubre de 1567: “La caridad sincera y perfecta que procede ‘del corazón puro
y la conciencia buena y la fe no fingida’ (1 Tim. 1, 5), tanto en los catecúmenos como en los penitentes, puede darse sin la
remisión de los pecados”. –
Condenado[437]
Errores de Miguel
De Bayo, condenados por San Pío V en Ex
omnibus afflictionibus, 1 de octubre de 1567: “33. El catecúmeno vive justa, recta y santamente y observa los
mandamientos de Dios y cumple la ley por la caridad, antes de obtener la
remisión de los pecados que finalmente se recibe en el baño del bautismo”. – Condenado[438]
Las proposiciones de Miguel De Bayo antes citadas son condenadas porque
ellas afirman que la caridad perfecta puede estar en los catecúmenos y
penitentes sin la remisión de los pecados. (Nota: esto no dice nada de
una manera u otra acerca de sí o no la caridad perfecta puede estar en los
catecúmenos con la remisión de los pecados). Las proposiciones de De
Bayo anteriores son falsas porque no se puede tener caridad perfecta sin la
remisión de pecados.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 7 sobre la justificación, ex cathedra:
“La justificación misma (…) no
es sólo remisión de los pecados, sino también la santificación y renovación del
hombre interior (…) De ahí que, en
la justificación misma, juntamente con la remisión de los pecados, recibe el
hombre las siguientes cosas que a la vez se le infunden por
Jesucristo, en quien es injertado:
la fe, la esperanza y la caridad”[439].
La fe, la esperanza, la caridad y la remisión de
los pecados son inseparables en una persona justificada. Por lo tanto, Miguel
De Bayo fue correctamente condenado por su declaración falsa de
que los catecúmenos y los penitentes pueden tener la caridad perfecta sin la
remisión de los pecados. Su afirmación se contradice con la enseñanza
católica. Y cuando un Papa condena proposiciones tales como las falsas
proposiciones de Miguel De Bayo, condena la proposición entera como tal.
Al condenar este tipo de error, no se hace ninguna afirmación de manera
positiva o negativa sobre una u otra parte de la declaración, ni se hace ninguna afirmación, positivamente o
negativamente, sobre si los catecúmenos pueden tener la remisión de los pecados
con caridad perfecta, la cual no es el tema de la declaración
de Miguel De Bayo. Pero sabemos, por otras enseñanzas, que los catecúmenos sin
bautizar no pueden en absoluto tener la remisión de pecados, puesto que están
fuera de la Iglesia.
Papa Bonifacio
VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre
de 1302, ex cathedra: “Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y
mantener que hay una sola y Santa
Iglesia católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y
simplemente la confesamos, y fuera de
ella no hay salvación NI REMISIÓN DE LOS PECADOS…”[440].
Un buen ejemplo que sirve además para mostrar
cómo los defensores de bautismo de deseo están completamente equivocados al
usar a Miguel De Bayo como argumento a favor del “bautismo de deseo” se
encuentra en Denz. 646, en un error de Juan Hus, condenado por el Concilio de
Constanza:
Errores de Juan Hus, #20: “Si el Papa es malo y, sobre
todo, si es precito, entonces, como Judas, es apóstol del diablo, ladrón e hijo
de perdición, y no es cabeza de la Santa Iglesia militante, como quiera que
no es miembro suyo”. – Condenado[441]
Basado en este pasaje, algunas personas han
concluido erróneamente que el argumento del sedevacantismo (que un Papa que
se convierte en un hereje pierde su oficio y deja de ser cabeza de la Iglesia,
ya que no es un miembro de ella) está condenado aquí. Pero el Concilio de
Constanza no condena eso en absoluto; no está afirmando nada de un modo y otro
a este respecto. Por el contrario, está condenando la proposición entera
como tal, que afirma que si un Papa es malo (o inmoral) él no es la
cabeza de la Iglesia porque no es un miembro de ella. Y esto es falso: que un
Papa sea malo no significa que no sea un miembro de la Iglesia y, por
siguiente, que él no sea cabeza de la Iglesia. Los sedevacantistas, por el
contrario, correctamente señalan que un papa herético (no simplemente malo) no es un
miembro de la Iglesia y, por siguiente, no puede ser la cabeza de la
Iglesia (y por lo tanto pierde su oficio automáticamente cuando se convierte en
un hereje). Esta es en realidad la enseñanza de la Iglesia.
Papa Inocencio III, Eius exemplo,
18 de diciembre de 1208: “De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino
la santa, romana, católica y apostólica, fuera de la cual creemos nadie se
salva”[442].
Por lo tanto…
San Francisco De Sales (siglo 17), Doctor de la Iglesia: “Por lo tanto, no decimos que un Papa no pueda errar en sus opiniones
privadas, como hizo Juan XXII; o ser del todo un hereje, como tal vez fue
Honorio. Ahora, cuando él [el Papa] es explícitamente un hereje, él cae ipso
facto de su dignidad y fuera de la Iglesia…”[443].
San Antonino (1459): “En el caso de que el Papa se
convirtiera en un hereje, se encontraría, por ese sólo hecho y sin ninguna otra
sentencia, separado de la Iglesia. Una cabeza separada de un cuerpo no puede,
siempre y cuando se mantenga separada, ser cabeza de la misma entidad de la que
fue cortada. Por lo tanto, un Papa que se hubiere separado de la Iglesia por la
herejía, por ese mismo hecho, cesaría de ser cabeza de la Iglesia. Él no
puede ser hereje y seguir siendo Papa, porque, desde que está fuera de la
Iglesia, él no puede poseer las llaves de la Igle”sia (Summa Theologica,
citado en Actes de Vatican I. V. Frond pub.).
San Roberto Belarmino, De Romano Pontífice, II, 30: “Un Papa que es un hereje manifiesto deja de
ser, automáticamente (per se), Papa y cabeza, al igual que él
automáticamente deja de ser un cristiano y miembro de la Iglesia. Por lo tanto,
él puede ser castigado y juzgado por la Iglesia. Esta es la enseñanza de todos los
antiguos Padres que enseñan que los herejes manifiestos pierden
inmediatamente toda jurisdicción”.
San Roberto Belarmino, De Romano Pontífice, II, 30: “Porque, en
primer lugar, se demuestra con los
argumentos de autoridad y de la razón que el hereje manifiesto es depuesto
‘ipso facto’. El argumento de autoridad se basa en San Pablo (Tito 3, 10),
que ordena que el hereje debe ser evitado después de dos advertencias, es
decir, después de mostrarse manifiestamente obstinado – lo que significa que antes de cualquier excomunión o sentencia
judicial. Y esto es lo que escribe San Jerónimo, agregando que los otros
pecadores son excluidos de la Iglesia por la sentencia de excomunión, pero los
herejes se exilian y separan por sí mismos por su propio acto, del cuerpo de
Cristo”.
San Roberto Belarmino, De Romano Pontífice, II, 30: “Este principio es de lo más cierto. El no
cristiano de ninguna manera puede ser Papa, como el mismo Cayetano admite (ib.
c. 26). La razón de esto es que no puede ser cabeza de lo que no es miembro;
ahora, él, que no es cristiano no es un miembro de la Iglesia, y un hereje manifiesto no es un cristiano,
como enseña claramente San Cipriano (lib. 4, epist. 2), San Atanasio (Scr. 2
cont. Arian.), San Agustín (lib. De great. Christ. Cap. 20), San Jerónimo
(contra Lucifer) y otros; por lo tanto, el que es hereje manifiesto no puede
ser Papa”.
Papa León XIII, Satis cognitum, #
15, 29 de junio de 1896: “Nadie, pues, puede tener parte en la autoridad si no está unido a
Pedro, pues SERÍA ABSURDO PRETENDER QUE UN HOMBRE EXCLUIDO DE LA IGLESIA
TUVIESE AUTORIDAD EN LA IGLESIA”[444].
Por siguiente, como podemos ver, la segunda mitad de la declaración
condenada de Juan Hus, “[un Papa] no es cabeza de la santa
Iglesia militante, como quiera que no es miembro suyo”, es
verdadera. Pero la proposición de Hus es condenada tal y como es porque en
el principio aseveró que esta cesación de ser miembro (y por siguiente de
ser cabeza) ocurre simplemente por causa de ser un Papa malo, lo que es falso.
Por siguiente, en su conjunto, la proposición de Hus, como la de De Bayo, es
falsa y por lo tanto, fue condenada.
Así, el error de Juan Hus es un valioso ejemplo para demostrar que los
defensores del bautismo de deseo están completamente equivocados al
citar otra vez los errores de Miguel De Bayo como argumento. Al condenar tal
proposición de Miguel De Bayo, el Papa no hace ninguna declaración positiva o
negativa acerca de si los catecúmenos pueden tener remisión de los pecados
con la caridad perfecta, porque eso no fue lo que aseveró De Bayo. El hecho
es que los catecúmenos no pueden en absoluto tener la remisión de los pecados
porque ellos están afuera de la Iglesia.
Pero los defensores de bautismo de deseo saben, o podrían darse cuenta si
lo intentaran, que los errores de Miguel De Bayo no prueban su punto, entonces
¿por qué algunos de ellos continúan usando este no-argumento como argumento?
¡Es simplemente por deshonestidad! En realidad es un escándalo que intenten
aprovecharse obstinadamente de la ignorancia de los seglares mediante el uso de
estos errores de Miguel De Bayo como argumento a favor del bautismo de deseo.
La deshonesta CMRI [Congregación de María Reina Inmaculada] de Spokane,
Washington, por ejemplo, publicó recientemente un folleto y un artículo sobre
el bautismo de deseo. El folleto y el artículo no sólo tergiversaba
totalmente la enseñanza del Concilio de Trento en la sesión 6, cap. 4 (por
usar “excepto por” en vez de “sin”), sino que usaba muy deshonestamente los
errores anteriores de Miguel De Bayo como “prueba” del bautismo de deseo. Al
usar estas tácticas en su folleto y en un artículo, la CMRI engañó a sus
lectores que no se preocupan lo suficiente por la fe para examinar el asunto
con cuidado y sopesar los méritos de su argumento – aquellos lectores que
simplemente creyeron lo que concluyó la CMRI porque les pareció que estaba bien
documentado, los que probablemente son un gran número. Así es como los herejes
matan a las almas y las llevan por el mal camino.
¿CÓMO PUEDE SER QUE EL BAUTISMO DE
DESEO SEA CONTRARIO AL DOGMA CUANDO…?
OBJECIÓN: ¿Cómo puede ser que el bautismo de deseo sea contrario
al dogma cuando un santo como San Alfonso creyó en él después del Concilio de
Trento? Eso lo convertiría en un hereje, lo cual es imposible ya que él es un
santo canonizado.
RESPUESTA: En primer lugar, la
clave de la herejía es la obstinación/pertinacia. Es un hecho que un hombre (si
es que no es obstinado) podría tener una posición que es herética, como la idea
que Cristo sólo tiene una voluntad, sin ser un hereje (a no ser que el hombre
se apartase de la creencia esencial en la Trinidad y la Encarnación; en ese
caso, aun si no fuera obstinado, perdería la fe católica). La mayoría de los
católicos tradicionales con quienes he hablado, creen que Cristo tiene
solamente una voluntad, no dos. Eso es una herejía condenada por la Iglesia.
Cristo tiene dos voluntades (que no están en conflicto), porque Él es Dios y
hombre. Entonces, ¿todos estos tradicionalistas con quienes hablé son por ello
herejes? No, porque no estaban conscientes de este dogma, o no lo entendieron
por completo, y no eran pertinaces y mantenían su creencia esencial en
Jesucristo como Dios y hombre. Pero si hubieran sido pertinaces u obstinados
sobre el tema, entonces se habrían convertido en herejes.
Canon 1325, Código
de Derecho Canónico de 1917: “Si alguien después de haber recibido el bautismo,
conservando el nombre de cristiano, niega
pertinazmente alguna de las verdades que han de ser creídas con fe divina y
católica, o la pone en duda, es hereje”.
El mismo principio podría aplicarse no sólo a un dogma del cual uno no está
consciente, sino también a un texto
que podría ser malinterpretado en un asunto que pertenece al dogma o a
la herejía. ¿Hay alguna prueba de ello? Sí.
La mayoría de nosotros conocemos el caso del Papa Honorio I, quien fue
condenado muchos años después de su muerte por (al menos) promover la herejía
monotelita (que Cristo tiene una sola voluntad). El Papa Honorio I (630-638)
fue condenado después de su muerte por el Tercer
Concilio de Constantinopla en 680. Pero
el Papa Juan IV, quien reinó poco después de Honorio, intentó defender las
cartas de Honorio e incluso dijo que era “totalmente contrario a la verdad”
afirmar que Honorio enseñó que Cristo tenía una sola voluntad.
Papa Juan IV, Dominus qui dixit, al emperador
Constancio, respecto al Papa Honorio,
641: “… Así, pues, el predicho
predecesor mío [Honorio] decía del misterio de la encarnación de Cristo que
no había en Él, como en nosotros pecadores, dos voluntades contrarias de la mente
y de la carne. Algunos, acomodando
esta doctrina a su propio sentido, han sospechado que Honorio enseñó que la
divinidad y la humanidad de Aquél no tienen más que una sola voluntad,
interpretación que es de todo punto contraria a la verdad…”[445].
Bueno, aquí tenemos a un Papa
católico defendiendo las dos cartas de Honorio que fueron condenadas más
tarde por los concilios dogmáticos. Esto demuestra que se puede
permanecer católico (¡incluso el
Papa!) mientras que intenta erradamente justificar como católico algo que, de
hecho, es digno de condena.
Algunos podrían responder: “bueno, el
Papa Juan IV vivió antes que fuera publicada la condenación infalible de las
cartas de Honorio; es por eso que él no era un hereje por defender estas cartas
que fomentaban la herejía”.
Esta es una respuesta engañosa. El Tercer
Concilio de Constantinopla condenó a Honorio basado en cartas que él
escribió durante su reinado. El Papa Juan IV estaba examinando exactamente las
mismas cartas y declaraciones que el Tercer
Concilio de Constantinopla condenó. Así, examinando exactamente las
mismas declaraciones, el Papa Juan IV (en su calidad falible) y el Tercer Concilio de Constantinopla (en
su calidad infalible) dijeron dos cosas completamente diferentes. Esto
demuestra que se puede malinterpretar como católico algo que, de hecho, es
herético o favorable a la herejía y permanecer siendo católico, si hay causa
legítima de confusión. [Por supuesto, esto no aplica a puntos claramente
obvios, como la necesidad de que protestantes se conviertan o que las
religiones paganas son falsas (como niegan los antipapas del Vaticano II), sino
solamente a puntos más sutiles de cuestiones dogmáticas o temas en que alguna
confusión o causa de confusión pudiera existir].
Lo mismo ocurre con el bautismo de deseo – o, para ser más preciso, con la
versión de bautismo de deseo que ciertos santos mantenían sólo para los
catecúmenos sin bautizar. Al igual que el Papa Juan IV, de buena fe, entendió
mal las cartas del Papa Honorio, estos santos malinterpretaron la sesión 6,
cap. 4 del Concilio de Trento. Pensaban que enseñaba el bautismo de deseo,
y por siguiente ellos (equivocadamente) enseñaron el bautismo de deseo. Sin
embargo, cuando se inspecciona sus argumentos y se examina con detalle la
enseñanza de la sesión 6, cap. 4, se ve que el Concilio de Trento no enseña el
bautismo de deseo. También se descubre que el bautismo de deseo no coincide con
numerosos pronunciamientos de la enseñanza infalible de la Iglesia católica.
Por lo tanto, una vez visto que estos puntos se explican con claridad, se está
obligado a abandonar esa opinión falsa que no está de acuerdo con tantos
hechos. Uno no puede continuar, en este punto, insistiendo que los hombres
pueden salvarse sin el bautismo. Los puntos tratados arriba prueban que un
santo o un Papa podrían malinterpretar un texto y, basado en esa falsa lectura,
enseñar, de buena fe, algo que es contrario a la fe.
Para concluir, si se quiere llamar al bautismo de deseo una herejía o un
grave error teológico incompatible con el dogma, la verdad es que se trata de
una opinión falsa que no puede conciliarse con numerosas definiciones
infalibles y, por tanto, ningún católico debería en absoluto mantenerla después
de conocer estos hechos.
Por otra parte, si bien que cualquier idea de bautismo de deseo es falsa, hay que hacer una distinción muy importante
entre la versión del bautismo de deseo sostenida por ciertos santos (solamente
para los catecúmenos sin bautizar) y la versión sostenida hoy por la mayoría (que
será tratada detalladamente más adelante en este libro). Los santos que
sostenían el bautismo de deseo lo aplicaban solamente a los catecúmenos sin
bautizar que creían en la Trinidad, en la Encarnación y en la fe católica.
En cambio, casi todos que lo hoy en día creen en él, lo aplican a aquellos que
ni siquiera creen en Cristo y/o son miembros de religiones falsas. Aquellos que
creen en esta última idea (que el bautismo de deseo puede aplicarse a los
judíos o musulmanes, etc.) tendrían que abandonarla inmediatamente al ver
cualquiera de las definiciones infalibles sobre fuera la Iglesia no hay salvación. Si no, definitivamente son herejes que quedan excomulgados
automáticamente de la Iglesia. Uno no puede creer razonablemente que sea
compatible la salvación de los miembros de las religiones no católicas con el
dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
Por otra parte, ya que la falsa idea
de que los catecúmenos sin bautizar pueden salvarse fue sostenida por ciertos
santos y enseñada en la calidad falible por otros textos, los que sostienen el
bautismo de deseo como hacían esos santos (es decir, sólo para los catecúmenos
sin bautizar) tienen más espacio para errar en buena fe (pensando razonablemente
por un tiempo que fue la enseñanza tradicional de la Iglesia) hasta que todos
los aspectos del tema les sean a ellos presentados.
OBJECIÓN: Hechos 10, 47 dice que Cornelio y sus compañeros
recibieron el Espíritu Santo. Esto significa que ellos fueron justificados sin
el bautismo.
RESPUESTA: Hechos 10, 47 no dice
que Cornelio y sus compañeros fueron justificados sin el bautismo. Al
contrario, se dice que sus pecados fueron remitidos o que fueron “salvados”,
una frase que se utiliza con frecuencia para describir a aquellos que han sido
justificados por el bautismo. El contexto de Hechos 10 trata acerca de los que reciben el Espíritu Santo al recibir el don
de lenguas, no de recibir la remisión de los pecados. Por lo tanto, en
Hechos 10, 47 se está simplemente hablando de que Cornelio y sus compañeros
recibieron el don de lenguas. La descripción de “recibir el Espíritu Santo” o
de “estar llenos del Espíritu Santo” en realidad se utiliza con frecuencia en
las Escrituras para describir a una persona que hace una profecía divina o
recibe algún don espiritual. Esto no significa necesariamente que alguien haya
recibido la remisión de los pecados. Los siguientes dos pasajes son ejemplos de
la frase “lleno del Espíritu Santo” usada para describir un don espiritual
(profecía, etc.), no la remisión de los pecados.
Lucas 1, 41-42:
“Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo, y clamó con fuerte voz…”.
Lucas 1, 67:
“Zacarías, su padre, se llenó del
Espíritu Santo y profetizó
diciendo…”.
EL BUEN LADRÓN Y LOS SANTOS
INOCENTES
OBJECIÓN: ¿Qué hay del buen ladrón y los Santos Inocentes?
RESPUESTA: Esto ya fue tratado en
la sección sobre San Agustín, pero será repetido aquí para aquellos que lo
busquen en esta sección “Otras Objeciones”. El buen ladrón no puede ser
utilizado como un ejemplo del bautismo de sangre, ante todo porque el buen
ladrón murió bajo la Ley Antigua, no bajo la Ley Nueva; él murió antes que la
Ley del bautismo fuera instituida por Jesucristo después de su Resurrección. Por
esta razón, el buen ladrón, al igual que los Santos Inocentes, no
constituye ningún argumento contra la necesidad de recibir el sacramento del
bautismo para la salvación.
Catecismo del
Concilio de Trento, Bautismo hecho obligatorio después de la Resurrección de
Cristo, p. 171: “Porque están conformes los sagrados escritores que,
después de la resurrección del Señor, cuando manda a los Apóstoles: Id e instruid a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que
habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron a estar obligados a la ley
del bautismo”[446].
De hecho, cuando nuestro Señor le dijo al buen
ladrón, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, Jesús no se refería al
cielo, sino en realidad al infierno. Como católicos, sabemos que nadie entró en
el cielo hasta que nuestro Señor lo hizo, después de su resurrección. En el día
de la crucifixión, Cristo descendió al infierno, como dice el Credo de los
Apóstoles. Él no descendió al infierno de los condenados, sino al lugar en el
infierno llamado el Limbo de los Padres, que era el lugar de espera de
los Justos del Antiguo Testamento, quienes no podrían entrar al cielo hasta
después de la venida del Salvador.
1 Pedro 3, 18-19: “Porque también Cristo murió una vez por los pecados,
(…) Él fue a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión”.
A fin de probar el punto de que el buen ladrón no fue al cielo el día de la
crucifixión, está el hecho de que el Domingo de Resurrección, cuando María
Magdalena se encontró con el Señor resucitado, Él le dijo: “No me toques,
porque aún no he subido a mi Padre”.
Juan 20, 17: “[En
el día de la Resurrección] Jesús le dice: ‘María’. Vuelta ella, le dice:
‘Rabboni’ (que quiere decir: ‘Maestro’). Jesús le dice: ‘No me toques, porque
aún no he subido a mi Padre…”.
Nuestro Señor ni siquiera había ascendido al cielo en el Domingo de la
Resurrección. Por tanto, es un hecho que nuestro Señor y el buen ladrón no
estaban juntos en el cielo el Viernes Santo, sino que estaban en el Limbo de
los Padres, la prisión descrita en 1 Pedro 3, 18-19. Jesús llamó a este lugar
paraíso porque Él estaría allí con los justos del Antiguo Testamento.
LA HEREJÍA “NO SE PUEDE JUZGAR”
OBJECIÓN: No puedes juzgar diciendo que todos los no católicos se
van al infierno. No eres Dios. Debes dejarle a Él tales juicios.
RESPUESTA: Dios ya nos ha revelado
su juicio. Decir que no se puede estar seguro o “no se puede juzgar” si todos
los que mueren como no católicos van al infierno es simplemente rechazar el juicio de Dios como siendo posiblemente falso, lo que es una
herejía y una blasfemia y orgullo de la peor especie. Eso es juzgar pecaminosamente como posiblemente
dignos del cielo a aquellos que Dios ha revelado explícitamente que Él no
salvará. En pocas palabras: decir que no se puede juzgar que todos los que
mueren como no católicos van al infierno (siendo que Dios lo ha revelado) es
juzgar de la forma más gravemente pecaminosa – de una manera directamente
contraria a la verdad y a la sentencia revelada por Dios.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia
romana] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la
Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y
cismáticos, pueden hacerse partícipes de la vida eterna, sino que irán al fuego
eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser
que antes de su muerte se unieren con ella…”[447].
Y la herejía “no se puede juzgar” se ha difundido
increíblemente. El 15 de diciembre 2003 tuve una conversación con un “monje
tradicionalista” llamado P. Giardina, del Monasterio Cristo Rey en Alabama. Le
pregunté si creía que todos los que mueren como no católicos no se podían
salvar. Él dijo que no sabía y que no podría juzgar. Entonces le pregunté si
creía que fuese posible que los rabinos que rechazan a Cristo puedan salvarse,
y me dijo que es posible porque él no puede juzgar. Por rehusar asentir a lo
que Dios ha revelado bajo el pretexto de la herejía “no se puede juzgar”, esta
persona terminó rechazando el Evangelio y de la necesidad de Cristo mismo. Por
el contrario, el gran San Francisco Javier muestra que un católico debe afirmar
que todos los que mueren fuera la Iglesia se pierden definitivamente, como él
lo hace cuando cuenta acerca de un corsario pagano que murió en un barco en que
él viajaba.
San Francisco Javier, 5 de noviembre de 1549: “El corsario que comandaba
nuestro barco murió aquí en Cagoxim. Él hizo su trabajo para nosotros, en
total, como queríamos (…) Él mismo escogió morir en sus propias
supersticiones; ni siquiera nos dejó el poder de recompensarle por la bondad
que pudiéramos hacerle después de la muerte a los otros amigos que mueren en la
profesión de la fe cristiana, encomendando sus almas a Dios, porque el pobre
hombre por su propia mano lanzó su alma en el infierno, donde no hay
ninguna redención”[448].
LA HEREJÍA “SUBJETIVO-OBJETIVO”
OBJECIÓN: Objetivamente hablando, no hay absolutamente ninguna
salvación fuera la Iglesia católica. Pero subjetivamente hablando,
simplemente no lo sabemos.
RESPUESTA: Esta es similar a la
herejía “no se puede juzgar”. Los que adhieren a esta herejía niegan la verdad
dogmática; porque la herejía objetivo-subjetivo significa que el dogma fuera la Iglesia no hay ninguna salvación
sólo es cierto “objetivamente”, lo que implica necesariamente que los no
católicos pueden salvarse “subjetivamente”, lo que significa que el
resultado final es una negación del dogma definido.
La herejía objetivo-subjetivo es una forma ingeniosa de decir que el dogma fuera la Iglesia no hay ninguna salvación
no puede significar lo que dice. Es un diabólico doble discurso. Es equivalente
a afirmar:
“Jesucristo es objetivamente el Hijo de Dios”.
¿Puede un católico sostener aquello? No, no puede, porque Jesucristo no
sólo es objetivamente el Hijo de Dios; Él es el Hijo de Dios – ¡punto!
¡Pero esto es exactamente lo que dicen los que mantienen la herejía
objetivo-subjetivo! Porque decir que un dogma (fuera la Iglesia no hay ninguna salvación) es sólo verdadero objetivamente,
es lo mismo que decir que cualquier otro dogma (por ejemplo, que Jesucristo es
el Hijo de Dios) es sólo verdadero objetivamente. No hay forma de evitar esto.
La herejía objetivo-subjetivo asevera la herejía de que los dogmas en
realidad no son verdades divinamente reveladas, sino solamente presunciones
o normas que seguimos, y esto es modernismo condenado.
Papa San Pío X, decreto Lamentabili
contra los errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como
revelados, no son verdades bajadas del cielo, sino una interpretación de
hechos religiosos que la mente humana se elaboró con trabajoso esfuerzo”. – Condenado[449]
Papa San Pío X, decreto Lamentabili, contra los errores del
modernismo, 3 Julio 1907, # 26: “Los
dogmas de fe deben retenerse solamente según el sentido práctico, esto es,
como norma preceptiva del obrar, más no como norma de fe”. – Condenado[450]
La idea de que podemos predicar que no hay salvación
fuera la Iglesia mientras creemos en el corazón que sí hay salvación fuera la
Iglesia o que puede haber salvación fuera la Iglesia es herética. Que
solamente los católicos pueden salvarse es una verdad revelada del cielo que
todo católico debe primero creer, y segundo profesar.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia
romana] Firmemente cree,
profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo
los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, pueden hacerse
partícipes de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado
para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se
unieren con ella…”[451].
Dado que dogmas son verdades venidas del cielo, decir que cualquier
dogma (por ejemplo, el dogma de que todos los que mueren no católicos se
condenan) pueda tener una realidad “subjetiva” que es diferente de la
verdad revelada es herejía – es una negación de esa verdad. Por
siguiente, la idea de que subjetivamente los no católicos se pueden
salvar es herejía flagrante; es una negación de la verdad revelada de que todos
los que mueren como no católicos necesariamente se condenan.
Esta es la misma herejía objetivo-subjetivo que es enseñada en el libro La
Batalla Final del Diablo, que es promovida por una serie de organizaciones
“tradicionalistas”.
La
Batalla Final del Diablo, compilado y editado por “P”. Paul Kramer, p. 69: “Esta enseñanza no debe ser entendida oponiéndose a la posibilidad de
salvación para los que no se convierten en miembros formales de la Iglesia
cuando, por causas ajenas a la propia, no saben de su obligación objetiva
de hacerlo (…) sólo Dios sabe quiénes Él salvará (en alguna manera
extraordinaria) de entre la gran masa de humanidad que no ha profesado
externamente la religión católica”[452].
Esto es completamente herético. Es especialmente pernicioso, de hecho,
porque este libro pretende defender el dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación y será leído en
“ambientes tradicionalistas” – al mismo tiempo que se rechaza el dogma. La
declaración anterior es una negación de la infalibilidad papal y un repudio de
la verdad divinamente revelada de que Dios sólo salvará a los católicos
y a los que se hacen católicos. La declaración herética anterior, significa
literalmente que simplemente no sabemos si lo que Dios ha revelado es
verdadero o no. Y muestra de nuevo cuán frecuente y virulenta es la herejía
objetivo-subjetivo, pasando por todo tipo de lugares. La verdad sigue siendo,
sin embargo, que la Iglesia católica enseña que la pertenencia a la Iglesia es
necesaria para la salvación. No enseña en ninguna parte lo que les encanta
decir a los herejes modernos: que ser miembro de la Iglesia es necesario objetivamente
para la salvación.
LA OBJECIÓN “DENTRO PERO NO MIEMBRO”
DE MONS. JOSEPH CLIFFORD FENTON
OBJECIÓN: En su libro La
Iglesia Católica y la Salvación, Mons. Joseph Clifford Fenton señala que,
si bien que sólo los bautizados son miembros reales de la Iglesia, se puede
estar “en” o “dentro de” la Iglesia sin ser miembro. Por lo tanto, los no
bautizados pueden salvarse sin ser miembros de la Iglesia católica porque
todavía pueden, a pesar de todo, estar “dentro”.
Papa Pío XII, Mystici
Corporis, # 22, 29 Junio 1943: “Pero
entre los miembros de la Iglesia, sólo se han de contar de hecho los que
recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe”[453].
Mons. Joseph
Clifford Fenton, La Iglesia Católica y la
Salvación, 1958, p. 10: “Además, ellos [los Padres del Cuarto Concilio de
Letrán] sabían que no hay tal cosa
como la pertenencia real en la Iglesia militante del Nuevo Testamento, la verdadera
y única ecclesia fidelium [Iglesia de
los fieles], aparte de la recepción del sacramento del bautismo”[454].
LA “INGENIOSA” EXPLICACIÓN DE FENTON
►Mons. Joseph
Clifford Fenton, La Iglesia Católica y la
Salvación, 1958, pp. 9-10: “No es, y
nunca ha sido, la enseñanza de la Iglesia católica de que sólo los miembros
reales de la Iglesia pueden alcanzar la salvación eterna. Según la
enseñanza del magisterio de la Iglesia, la salvación se puede alcanzar y, de
hecho, ha sido alcanzada por personas quienes, al momento de la muerte, no eran
miembros de esta Iglesia. La Iglesia
nunca ha confundido la noción de estar ‘fuera de la Iglesia’ con la de ser un
no-miembro de esta sociedad”[455].
RESPUESTA: Como dice la objeción,
Mons. Fenton admite que no se puede ser un “miembro” de la Iglesia católica sin
haber recibido el sacramento del bautismo, pero asevera “ingeniosamente” que
estar “dentro de/en” la Iglesia (para la salvación de cualquier uno) no es lo mismo
que ser un “miembro”.
La Iglesia católica nunca ha enseñado lo que Fenton dice acerca de los
no-miembros estando dentro de la Iglesia católica. Esto es precisamente porque
él no puede citar nada del magisterio católico tradicional para respaldarlo. Él
también asevera la flagrante falsedad de que el magisterio de la Iglesia
ha declarado que la salvación puede ser y ha sido alcanzada por personas que no eran miembros de la Iglesia. Esto
simplemente no es cierto.
¡El Papa Pío XII aplasta el argumento de Fenton y todo su libro al enseñar que
la Iglesia son los miembros!
FENTON CONTRADICHO POR EL PAPA PÍO XII
Papa Pío XII, Mystici Corporis Christi, # 30, 29 de
junio de 1943: “… en el madero de la Cruz adquirió
para sí a su Iglesia, esto es, a todos los miembros de su Cuerpo místico,
pues no se incorporarían a este Cuerpo místico por el agua del bautismo si
antes no hubieran pasado al plenísimo dominio de Cristo”[456].
¡Nótese que el Papa Pío XII identifica la Iglesia con
“todos los miembros de su Cuerpo místico”! ¡Por lo tanto, sólo los miembros
están en la Iglesia! Dado
que la Iglesia son LOS MIEMBROS,
y no hay salvación fuera de la Iglesia, no hay ninguna salvación si no se es un
miembro. Mons. Fenton está simplemente errado.
A fin de probar el punto, veamos el cap. 7 del decreto sobre la
justificación del Concilio de Trento.
FENTON CONTRADICHO POR EL CONCILIO DE TRENTO
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 7
sobre la justificación: “De ahí que, en
la justificación misma, juntamente con la remisión de los pecados, recibe el
hombre las siguientes cosas que a la vez se le infunden, por Jesucristo, en quien es injertado: la fe, la esperanza y la caridad. Porque la fe, si no se le añade la
esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni hace miembro vivo de su cuerpo”[457].
El hombre justificado es injertado en Cristo. El
concepto de ser “injertado” es más que ser miembro: todos los justificados son
injertados en Cristo como miembros. Esto se demuestra por la declaración
del Concilio de que convertirse un miembro vivo de la Iglesia no ocurre
“si no” (“nisi”) se
añade a la fe, la esperanza y la caridad. Eso significa que sólo y cuando la
esperanza y la caridad se añaden a la fe, uno se hace miembro vivo de la
Iglesia. Ahora bien, la esperanza y la caridad se añaden a la fe en toda
persona justificada.
Una persona recibe simultáneamente la fe, la
esperanza y la caridad infundidas en su alma en el momento de la justificación,
como dice Trento arriba. Por lo tanto, toda persona que se justifica, ya que
todas ellas tienen la fe, la esperanza y la caridad, se convierte en un miembro
vivo (“vivum membrum”) de la
Iglesia. Esto contradice totalmente la enseñanza de Mons. Fenton y la Suprema haec sacra, de que alguien puede
justificarse por el bautismo de deseo (y así tener la fe, la esperanza y la
caridad) sin ser un “miembro” del Cuerpo de Cristo. Mons. Fenton está
nuevamente errado.
FENTON CONTRADICHO POR EL CONCILIO VATICANO I
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I,
sesión 4, cap. 2: “Por esta causa, fue ‘siempre necesario que’ a esta romana
Iglesia, ‘por su más poderosa principalidad, se uniera toda la Iglesia, es
decir, cuantos fieles hay, de dondequiera que sean’, a fin de que en aquella
Sede de la que dimanan todos ‘los derechos de la veneranda comunión’, unidos
como MIEMBROS en su cabeza, se trabaran en una sola trabazón del
cuerpo”[458].
El Vaticano I define infaliblemente que desde la
Sede de Roma dimana la comunión sobre “todos”. ¿Cuáles “todos”?
“Todos” en la Iglesia, por supuesto. Vaticano I: “todos (.).. unidos
como miembros en su cabeza” forman una estructura corporal. ¡Todos
en la Iglesia son “miembros”! Ante esta enseñanza infalible del Vaticano I, el
defensor del bautismo de deseo que presenta el argumento de Fenton se ve obligado
a argumentar que la ¡comunión no emana de la Sede de Pedro sobre “todos” en la
Iglesia, sino sólo sobre los que en la Iglesia son miembros! – ¡no sobre los
supuestamente “otros” dentro de la Iglesia sin ser miembros! Esto es tan
ridículo y claramente absurdo que no necesita más comentario excepto para
decir: Mons. Fenton está equivocado otra vez.
Podrían citarse otros textos y puntos para
refutar más a Fenton – como lo hice en un extenso artículo en nuestro sitio web
–. (Ese artículo en particular también muestra que la propia definición de
Fenton de “miembro” como “parte” sirve para refutar su afirmación de que se
puede estar dentro de algo sin ser una “parte” de él). El hecho es que el
argumento de Fenton es completamente falso y contrario a la enseñanza de estos
decretos magisteriales. Esto también prueba que la enseñanza de la Suprema haec sacra (la Carta del Santo
Oficio contra el P. Feeney de 1949, a la que se adhieren la FSSPX, el SSPV y la
CMRI) que defiende Fenton (y que es tratada detalladamente más adelante en este
libro) es contraria a la enseñanza de la Iglesia católica, porque ella enseña
la misma cosa sobre de la pertenencia en la Iglesia que Fenton.
“Cardenal” Marchetti-Selvaggiani,
Suprema haec sacra,
“Protocolo 122/49”, 8 de agosto de 1949: “Por lo tanto, para que alguien pueda obtener la salvación
eterna, no siempre es necesario que sea incorporado en la Iglesia realmente
como miembro, pero es necesario que al menos esté unido a ella por
el deseo y el anhelo”.
LAS FALSAS APARICIONES DE BAYSIDE,
MEDJUGORJE, ENTRE OTRAS
OBJECIÓN: Nuestra Señora reveló en Bayside y Medjugorje que los no
católicos se pueden salvar, por tanto ustedes están equivocados.
“Nuestra Señora” de
Bayside, 14 de agosto de 1979: “No juzguéis a vuestros hermanos y hermanas que
no han sido convertidos. Porque en la casa de mi Padre, mi Hijo ha dicho
repetidamente, recordadlo siempre – que en la casa de mi Padre, hay muchas
moradas, significando las religiones y los credos”.[459]
RESPUESTA: Nuestra Señora no
contradice el dogma infalible y a la Cátedra de San Pedro. Decir lo contrario
sería una herejía blasfema. La supuesta declaración anterior de “Nuestra Señora
de Bayside”, que en la casa del Padre hay muchas moradas significando muchas
religiones y credos, es abiertamente herética. Esto contradice el dogma
católico, que es la enseñanza de Jesucristo. Esta herejía en Bayside revela que
el Mensaje de Bayside es una falsa aparición del demonio.
Papa León XII, Ubi primum, # 14, 5 de
mayo de 1824: “Es imposible que el
Dios verdadero, que es la Verdad misma, el mejor, el más sabio
proveedor y el premiador de los buenos, apruebe
todas las sectas que profesan
enseñanzas falsas que a menudo son inconsistentes y contradictorias
entre sí, y otorgue premios eternos a
sus miembros (…) porque por
la fe divina confesamos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.
(…) Por eso confesamos que no hay
salvación fuera de la Iglesia”[460].
El Mensaje de Bayside contradice lo que los
católicos deben creer por fe divina: que sólo hay una fe que conduce al cielo,
la fe católica, fuera de la cual no hay salvación. Las muchas moradas en
la casa del Padre que nuestro Señor se refiere en el Evangelio representan los
diferentes premios para los católicos que mueren en estado de gracia. Los que
siguen creyendo en Bayside y rechazan estos hechos están siguiendo en engaño
del diablo; están rechazando la fe católica y abandonando la Iglesia católica.
Ellos han escogido seguir el “Mensaje” de Bayside por sobre la enseñanza de la
Iglesia católica. Quienes están conscientes de esta herejía y siguen creyendo
en Bayside no son católicos ni seguidores de nuestra Señora, sino que son
seguidores del engaño que el diablo ha creado para ellos.
Y es triste decirlo, pero para muchos de los
seguidores de apariciones falsas como la de Bayside, los falsos mensajes se
convierten en sus “dogmas” y remplazan el verdadero dogma definido por los
Papas.
¿Qué dice Medjugorje?
“La Madonna siempre
recalca que hay solo un Dios y que los hombres han impuesto una separación
antinatural. No se puede realmente creer, ser un verdadero cristiano, si no
se respeta a las otras religiones también”[461].
– “Vidente” Ivanka Ivankovic
“La Madonna dijo
que las religiones están separadas en la tierra, pero la gente de todas las
religiones son aceptadas por su Hijo”[462].
– “Vidente” Ivanka Ivankovic
Pregunta:
“¿La Virgen quiere que toda la gente sea católica?”. Respuesta: “No. La Virgen
dice que todas las religiones son queridas para ella y su Hijo”[463]. – “Vidente”
Vicka Ivankovic
Esto es apostasía total. Se trata de un rechazo
total del dogma católico; es un rechazo total del dogma fuera de la Iglesia católica no hay salvación; y es un rechazo
total de la clara enseñanza del Evangelio sobre la necesidad de creer en
Jesucristo, el Hijo de Dios, para la salvación. Esto prueba que Medjugorje, al
igual que el resto de las falsas apariciones modernas, es un engaño del diablo.
Quienes están conscientes de estos hechos y se niegan a rechazarla como una
aparición falsa rechazan la fe católica.
OBJECIÓN: Nuestra Señora dijo que todo el que muera llevando el
escapulario café no irá al infierno. Esto significa que estás equivocado: los
no católicos y los sin bautizar pueden salvarse si mueren llevando el
escapulario.
RESPUESTA: Todos deberían llevar el
escapulario café; ello es un signo de devoción a nuestra Señora y un poderoso
sacramental. Y nosotros también creíamos originalmente que todo el que moría
llevando el escapulario café no podría ir al infierno. Estábamos convencidos
que Dios iba a asegurarse que sólo los católicos bautizados en estado de gracia
morirían con él puesto. Pero al estudiar la historia detrás de la promesa del escapulario
café, se descubre que la Iglesia católica nunca ha dicho que la Virgen
prometió que todo el que muera usando el escapulario café no sufriría el fuego
eterno. Remito al lector a los artículos de La Enciclopedia Católica
(Volumen 13) sobre el “escapulario” y el “privilegio sabatino”. La
Enciclopedia Católica señala que la promesa que ha sido declarada por la
Iglesia en relación al escapulario café es el privilegio sabatino, que tiene
varios requisitos adjuntos, uno de los cuales es ser católico bautizado que
muera en estado de gracia. Los autores de La Enciclopedia Católica
observan que en ninguna parte un Papa ha dicho autoritariamente que todo el que
muere con el escapulario se salvará.
En Las Glorias de María, San Alfonso nos habla sobre el escapulario.
San Alfonso, Las
Glorias de María, edición inglesa, p. 272: “... el sagrado escapulario de
Carmelo (…) También fue confirmado por Alejandro V, Clemente VII, Pío V,
Gregorio XIII, y Paulo V, quien, en 1612, dijo en una bula: ‘Para que los
cristianos puedan creer piadosamente que la Santísima Virgen los asistirá con
su constante intercesión, por sus méritos y protección especial, después de la
muerte, y principalmente el sábado, que es el día consagrado por la Iglesia a
la Santísima Virgen; las almas de los miembros de la cofradía de Santa María
del Monte Carmelo, que hayan salido de esta vida en estado de gracia,
vestido el escapulario, observando la castidad, según su estado de vida,
recitado el oficio de la Virgen, y si no han podido recitarlo, hayan observado
los ayunos de la Iglesia, absteniéndose de carne los miércoles, excepto el día
de Navidad”.
San Alfonso aquí pone en lista las promesas del privilegio sabatino; no
menciona nada sobre la supuesta promesa de que “todo aquel que muere usando
este escapulario no sufrirá fuego eterno”. Él señala que se debe estar en
estado de gracia (lo que presupone la fe católica y el bautismo); debe ser
miembro de la cofradía, etc. Por lo tanto, es posible que una persona muera
vistiendo el escapulario café y sin embargo vaya al infierno si no es un
católico o es un católico que muere en pecado mortal. Esta es la enseñanza de
la Iglesia católica. Los que dicen lo contrario simplemente están equivocados.
18. La herejía del alma de la Iglesia
OBJECIÓN: Es posible ser
miembro del “alma” de la Iglesia sin pertenecer a su cuerpo. De esta manera,
aquellos que mueren como miembros de las religiones no católicas pueden unirse
a la Iglesia y salvarse, como explica el Catecismo de Baltimore (1921):
P. 512 ¿Cómo se dice que esas personas pertenecen a
la Iglesia?
R. Se dice que
tales personas pertenecen al “alma de la Iglesia”; es decir, son miembros de la
Iglesia sin saberlo. Quienes participan en sus sacramentos se dice que
pertenecen al cuerpo o parte visible de la Iglesia.
RESPUESTA: La herejía del alma de
la Iglesia se refuta mediante un examen de la doctrina católica. La herejía del
alma de la Iglesia es la que enseña que puede haber salvación en otra religión
o sin la fe católica por estar unido al alma de la Iglesia, pero no al
cuerpo. (Esta herejía se ha extendido por doquier y es defendida por muchos
“tradicionalistas” y sacerdotes “tradicionalistas”). Los promotores de esta
herejía se ven obligados a admitir que la pertenencia al cuerpo de la Iglesia
sólo viene con el sacramento del bautismo.
La “herejía del alma de la Iglesia” será ahora refutada por el estudio de varios
pronunciamientos magisteriales.
En primer lugar, esta
herejía proviene de una malinterpretación del verdadero significado del término
“alma de la Iglesia”. El alma de la Iglesia es el Espíritu Santo. No es
una extensión invisible del cuerpo místico que incluye los no bautizados.
Papa Pío XII, Mystici
Corporis, 29 de junio de 1943: “Nuestro sapientísimo predecesor León XIII,
de feliz memoria, en su encíclica Divinum illud, [lo expresó] con estas
palabras: ‘Baste saber que mientras Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu
Santo es su alma’”[464].
En segundo lugar, la
Iglesia es esencialmente (es decir, en su esencia) un cuerpo místico.
Papa León X, Quinto
Concilio de Letrán, Sesión 11, 19 de diciembre de 1516: “… el
cuerpo místico, la Iglesia (corpore mystico)…”[465].
Papa San Pío X, Editae
saepe, # 8, 26 de mayo de 1910: “… la Iglesia, el cuerpo místico de
Cristo…”[466].
Papa León XII, Quod
hoc ineunte, # 1, 24 de mayo de 1824: “… Su cuerpo místico”[467].
Por lo tanto, enseñar que alguien pueda salvarse sin pertenecer al cuerpo
es enseñar que alguien puede salvarse sin pertenecer a la Iglesia, lo que es
una HEREJÍA, porque la Iglesia es un cuerpo.
Un hombre puede estar o dentro de la Iglesia o fuera de la Iglesia. Él
puede estar o dentro o fuera del cuerpo. No hay una tercera región
en que exista la Iglesia – un alma invisible de la Iglesia. Aquellos que dicen
que uno puede salvarse por pertenecer al alma de la Iglesia, si bien que no
pertenece a su cuerpo, niegan la unidad indivisible del cuerpo y el alma de la
Iglesia, lo que es paralelo a negar la unidad indivisible de las naturalezas
divina y humana de Cristo.
Papa León XIII, Satis
cognitum, # 3, 29 de junio de 1896: “Por todas estas razones, la Iglesia es
con frecuencia llamada en las sagradas letras un cuerpo, y también el cuerpo de
Cristo (…) De aquí se sigue que están en un pernicioso error los que,
haciéndose una Iglesia a medida de sus deseos, se la imaginan como oculta y
en manera alguna visible (…) Lo
mismo una que otra concepción, son igualmente incompatibles con la Iglesia de
Jesucristo, como el cuerpo o el alma son por sí solos incapaces de constituir
el hombre. El conjunto y la unión
de estos dos elementos son indispensables a la verdadera Iglesia, como la íntima unión del alma y del
cuerpo es indispensable a la naturaleza. La Iglesia no es una
especie de cadáver; es el cuerpo de Cristo, animado con su vida
sobrenatural”[468].
La negación de la unión del cuerpo y el alma de la Iglesia conduce a la
herejía de que parte de la Iglesia es invisible, que fue condenada por los
Papas León XIII (arriba), Pío XI[469] y Pío
XII[470].
En tercer lugar, la
prueba más poderosa contra la herejía del “alma de la Iglesia” sigue
lógicamente de las primeras dos primeras ya discutidas. La tercera prueba es
que ¡el magisterio infalible de la Iglesia católica ha definido que
pertenecer al cuerpo de la Iglesia es necesario para la salvación!
El Papa Eugenio IV, en su famosa bula Cantate Domino, definió que la
unidad del cuerpo eclesiástico (ecclesiastici corporis) es
tan fuerte que nadie puede salvarse fuera de ella, incluso si derramase su
sangre en el nombre de Cristo. Esto destruye
la idea que alguien puede salvarse por pertenecer al alma de la Iglesia sin
pertenecer a su cuerpo.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia romana] Firmemente cree,
profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo
los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse
partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado
para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se
uniere con ella; y que es de tanto
precio la unidad en el cuerpo de la
Iglesia (ecclesiastici corporis) que sólo a quienes en él permanecen les
aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos
los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia
cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su
sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y
unidad de la Iglesia católica”[471].
Esta definición del Papa Eugenio IV destruye la “herejía del alma de la
Iglesia”, al igual que el Papa Pío XI:
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 10, 6 de enero de 1928: “Porque
siendo el cuerpo místico de Cristo,
esto es, la Iglesia, uno,
compacto y conexo, lo mismo que
su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar
de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo”[472].
Esto en cuanto a la “herejía del alma de la Iglesia”.
Papa León X, Quinto
Concilio de Letrán, sesión 11, 19 de diciembre de 1516, ex cathedra:
“Pues, regulares y seglares, prelados y súbditos, exentos y no exentos, son
miembros de la única Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente nadie
se salva, y todos ellos tienen un Señor y una fe. Por eso es conveniente que, siendo
miembros del único cuerpo, también tengan la misma voluntad…”[473].
Papa Clemente XIV, Cum summi, # 3, 12 de diciembre de 1769: “Uno
es el cuerpo de la Iglesia, cuya cabeza es Cristo, y todos forman una
unidad en él (el cuerpo)”[474].
19. El bautismo de deseo vs la enseñanza universal y
constante de los teólogos
Recientemente, se publicó un artículo del P. Anthony Cekada llamado Baptism of desire and Theological Principals
[El Bautismo de Deseo y los
Principios Teológicos]. El P. Cekada es un sacerdote “tradicionalista”
que correctamente rechaza el Vaticano II pero defiende la herejía común a casi
todos hoy en día: que los que mueren como no católicos se pueden salvar. El P.
Cekada es, por tanto, una persona que rechaza el dogma católico de que la fe
católica es necesaria para la salvación. Como era de esperar, el P. Cekada es
también un fiero defensor del bautismo de deseo (aunque, como acabo de decir,
él sostiene que los miembros de las religiones falsas, que ni siquiera
desean el bautismo, se pueden salvar). Cuando le pregunté por email si
estaba de acuerdo con la enseñanza común de los herejes – los teólogos del
siglo XX previos al Vaticano II (véase la sección “La herejía antes del Vaticano II”) – de que
las almas se pueden salvar “fuera la Iglesia” por la “ignorancia invencible”,
él convenientemente optó por no responder. Eso es simplemente porque él cree
que los que mueren en las religiones no católicas se pueden salvar y rechaza el
dogma definido que declara lo contrario.
En su artículo, El Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos, el
P. Cekada intenta demostrar que los católicos están obligados, según el Papa
Pío IX en Tuas libenter, a aceptar la enseñanza “común” de los teólogos.
Además él argumenta que el bautismo de deseo era la enseñanza “común” de los
teólogos anteriores al Vaticano II; y concluye que los católicos están, por
siguiente, obligados a creer en el bautismo de deseo bajo pena de pecado
mortal. Puesto que su artículo ha tenido cierta influencia en los ambientes
católicos tradicionales, y puesto que el tema se relaciona directamente a un
punto principal tratado en este documento (a saber, la enseñanza universal y constante
sobre la necesidad de renacimiento del agua y el Espíritu basada en Juan 3,
5), me parece que es necesario demostrar cómo el P. Cekada ha pervertido
completamente los mismos principios que él aplica, engañando a sus lectores y
contradiciendo a las autoridades que él cita.
TUAS LIBENTER Y EL LLAMADO CONSENTIMIENTO “COMÚN” DE LOS TEÓLOGOS
En su carta al arzobispo de Munich (Tuas libenter), sobre la
cual el P. Cekada basa su argumentación, el Papa Pío IX dice que los escritores
católicos están obligados a aquellas materias que, si bien no sean enseñadas
por decreto explícito de la Sede romana, no obstante están enseñadas por el
magisterio ordinario y universal como divinamente reveladas y mantenidas por
los teólogos en consentimiento universal y constante.
Papa Pío IX, Tuas
libenter, carta al arzobispo de Múnich, 21 de diciembre de 1863: “Porque
aunque se tratara de aquella sujeción que debe prestarse mediante un acto de fe
divina; no habría, sin embargo que limitarla a las materias que han sido
definidas por decretos expresos de los Concilios ecuménicos o de los Romanos
Pontífices y de esta Sede, sino que habría también de extenderse a las que se
enseñan como divinamente reveladas por el magisterio ordinario de toda la
Iglesia extendida por el orbe y, por ende, con universal y constante [universali
et constanti] consentimiento son consideradas por los teólogos
católicos como pertenecientes a la fe”[475].
Como se dijo al principio de este documento, fue definido como dogma por el
Primer Concilio Vaticano que el magisterio ordinario y universal es
infalible. En su carta al arzobispo de Minich, el Papa Pío IX enseña que los
escritores católicos están obligados a aquellas materias que “se enseñan como divinamente reveladas por
el magisterio ordinario de toda la Iglesia extendida por el orbe y, por ende, con universal y
constante consentimiento son consideradas por los teólogos católicos como
pertenecientes a la fe”. Nótese, que la obligación a la opinión de los
teólogos sólo se origina del hecho de que estas materias ya fueron enseñadas
como divinamente reveladas por el magisterio ordinario de enseñar de la
Iglesia y, por ende, también con el consentimiento universal y constante.
En su aplicación de esta enseñanza en su artículo, el P. Cekada omite
convenientemente el requisito “universal”. El P. Cekada también usa la palabra “común” en lugar de la
correcta traducción, “universal y constante”.
P. Anthony Cekada, El Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos,
1. Principio General: “Todos los católicos están obligados a adherirse a una
enseñanza si los teólogos católicos la sostienen por consentimiento común,
o la sostienen como de fide, o de doctrina católica, o teológicamente
cierta”.
¡Nótese cómo el P. Cekada ignora convenientemente el requisito estipulado
por el Papa Pío IX, esto es, que los teólogos deben estar en “consentimiento universal
y constante”! Si él hubiera aplicado fielmente la palabra “universal” en su
artículo, el lector atento y sincero habría reconocido fácilmente el defecto en
su débil argumentación. Y, ¿el bautismo de deseo es algo que ha sido sostenido
por el consentimiento universal y constante? Desde luego que no;
de hecho, es todo lo contrario.
P. William Jurgens: “Si no hubiese una
tradición constante en los Padres de que el mensaje evangélico de ‘Quien no renaciere del agua y el Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de Dios’ debe ser tomado en absoluto,
sería fácil decir que nuestro Salvador simplemente no consideró oportuno
mencionar las excepciones obvias de la ignorancia invencible y de la
imposibilidad física. Pero la
tradición, de hecho está ahí, y es bastante probable que se encuentre tan
constante como para constituir revelación”[476].
Como podemos ver, ¡es exactamente lo contrario al bautismo de deseo lo que
se enseña en el consentimiento universal y constante! Desde el principio, la
enseñanza universal y constante de los Padres y teólogos católicos es que
absolutamente nadie se salva sin el bautismo de agua. Por lo tanto, el
mismo principio que el P. Cekada intenta aplicar a favor del bautismo de deseo
es el que se aplica en su contra.
P. Anthony Cekada, El
Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos, 2. Hecho Particular: “Sin
embargo, los teólogos católicos sí sostienen la enseñanza sobre el
bautismo de deseo y el bautismo de sangre por consentimiento común, o la
mantienen como de fide, o doctrina católica, o teológicamente cierta. 3.
La conclusión (1 + 2): Por siguiente, todos católicos están obligados a adherir
a la enseñanza sobre el bautismo de deseo y el bautismo de sangre”.
El hecho de que el bautismo de deseo se convirtiese en un error común y
casi unánime entre los “teólogos” del
siglo XX no significa nada; y es por eso que el Papa Pío IX incluyó la
importante palabra “universal” en Tuas libenter, la cual el P. Cekada
ignora convenientemente.
Enciclopedia
Católica, vol. 9, “Limbo”, p. 257: “Después
de disfrutar de varios siglos de supremacía indiscutible, la enseñanza de
San Agustín sobre el pecado original fue primero desafiada exitosamente por San
Anselmo, quien sostenía que no era la concupiscencia, sino la privación de la
justicia original, lo que constituye la esencia del pecado heredado. Sobre la cuestión especial, sin embargo,
del castigo del pecado original después de la muerte, San Anselmo junto con
San Agustín consideraba que los niños no bautizados compartían los sufrimientos
positivos de los condenados, y Abelardo fue el primero en rebelarse contra la
severidad de la tradición agustiniana sobre este punto”[477].
La Enciclopedia Católica dice aquí que básicamente desde el tiempo de San Agustín (siglo IV) hasta
Abelardo (siglo XII) era la enseñanza común y casi unánime de los
teólogos que los infantes sin bautizar sufrían los fuegos del infierno después
de la muerte, una posición que fue posteriormente condenada por el Papa Pío VI.
Esto demuestra que el error “común” de un período (o incluso durante cientos de
años) no es la enseñanza universal y constante de la
Iglesia desde el principio. Este solo punto demuele completamente la tesis
del P. Cekada.
Además, la herejía de que hay salvación “fuera” de la Iglesia por la
“ignorancia invencible” fue también la enseñanza común y casi unánime a
principios del Siglo XX, lo que demuestra una vez más que la enseñanza común
(o error común) en cualquier época en particular no remplaza la enseñanza universal
y constante de todos teólogos católicos a través de la historia
sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación.
Catecismo del Concilio de Trento, El bautismo
hecho obligatorio después de la Resurrección de Cristo, p. 171: “Porque
están conformes los sagrados escritores que, después de la resurrección
del Señor, cuando manda a los Apóstoles: Id
e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo, desde entonces todos los hombres, que
habían de conseguir la salvación eterna, comenzaron a estar obligados a la ley
del bautismo”[478].
Nótese aquí que el Catecismo de Trento inculca que
es la enseñanza unánime de los teólogos la necesidad absoluta del
bautismo de agua para la salvación. ¡Pero esa es la misma posición que en su
artículo el P. Cekada dice – en nombre del consentimiento “común” de teólogos –
es pecado mortal mantener! Es fácil ver en estos hechos que el P. Cekada
ha errado en una manera importante y está en realidad completamente equivocado:
¡la enseñanza universal y constante de los teólogos, como dice P.
Jurgens y el Catecismo de Trento, es la misma posición que él condena!
Y su error proviene de su conclusión falsa de que los errores “comunes” de un
tiempo (un tiempo de herejía difundida y de modernismo que llevaron a la
apostasía del Vaticano II: el período aproximadamente entre 1880 y 1960)
constituyen la enseñanza universal y constante de los teólogos católicos de
todos tiempos, lo que es claramente falso. De hecho, es ridículo. Y es por
eso que en su discusión sobre este tema él omitió convenientemente como
requisito la palabra “universal”, lo que habría hecho que fuese mucho más
fácil detectar su razonamiento inválido.
Arzobispo Patricio Kenrick (XIX siglo), Tratado sobre el Bautismo:
“Por lo tanto, todos los escritores ilustres de la antigüedad
proclamaban en términos incondicionales su absoluta necesidad (del bautismo)”[479].
De hecho, si el error “común” de los teólogos en una época en particular
constituyese una enseñanza de la Iglesia que se debería seguir, entonces todos
los católicos estarían obligados a la herejía de la libertad religiosa (junto a
todas las demás) enseñadas por el Vaticano II, ya que ésta ha sido aceptada por
el consentimiento “común” de los llamados “teólogos católicos” desde el
Vaticano II. Y es por eso que el P. Cekada ofrece la siguiente lamentable
respuesta a esa misma objeción a su tesis obviamente falsa.
P. Anthony Cekada, El
Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos, Respondiendo a la
objeción sobre el Vaticano II – D. Los teólogos y el Vaticano II: “El grupo
de teólogos modernistas europeos responsables principales de los errores
del Vaticano II eran enemigos de la teología escolástica tradicional y
habían sido censurados o silenciados por la autoridad de la Iglesia: Murray,
Schillebeeckx, Congar, de Lubac, Teilhard, etc. Cuando las restricciones fueron
eliminadas bajo Juan XXIII, ellos pudieron difundir sus errores libremente. En
todo caso, el hecho de que hayan sido silenciados previamente demuestra la
vigilancia de la Iglesia contra los errores en los escritos de los teólogos”.
Ah, ya veo, porque el P. Cekada considera que los “teólogos” que fueron los
“principales responsables” por el Vaticano II fueron los “modernistas europeos”
y los “enemigos de teología escolástica tradicional”, él es libre de desechar
su tesis entera de que un católico está obligado a seguir el consentimiento
“común” de los teólogos bajo pena de pecado mortal. ¡Qué conveniente! El lector
debería ver fácilmente que por esa declaración el P. Cekada está argumentando
hipócritamente y refutándose a sí mismo. El P. Cekada debe estar muy dedicado a
su herejía para argumentar de una manera tan contradictoria. Además, es un
argumento desesperado su afirmación de que algunos de los más radicales
teólogos del Vaticano II hayan sido silenciados, él por siguiente está libre de
rechazar el consentimiento común de “teólogos” después del Vaticano II; porque
el hecho sigue siendo que el consentimiento “común” de los pretendidos teólogos
“católicos” desde el Vaticano II fue para aprobar los documentos heréticos del
Vaticano II, a pesar de que algunos de los más radicales hayan sido
tímidamente “silenciados” antes del Vaticano II.
Por lo tanto, para cualquier persona que tenga ojos para ver, si uno es
libre de rechazar el consentimiento “común” de los teólogos del Vaticano II
porque los considera “enemigos de teología escolástica tradicional”, entonces
del mismo modo se puede abandonar la falible y contradictoria enseñanza
de los teólogos previos al Vaticano II sobre el bautismo de deseo, porque es
manifiestamente contraria a la “teología dogmática tradicional” (es decir, al
dogma definido sobre la necesidad de renacimiento del agua y el
Espíritu), por no hablar de la tradición universal de la Iglesia desde el
principio sobre Juan 3, 5.
Además, si un católico estuviese obligado a seguir la enseñanza “común” de
los teólogos de cualquier época en particular, y hubiera vivido durante el
período arriano en el siglo IV, entonces habría estado obligado por la herejía
arriana (la negación de la divinidad de Jesucristo), porque esta no sólo fue la enseñanza común de los
supuestos teólogos y obispos “católicos” de aquel tiempo, sino que casi fue la
enseñanza unánime.
P. William Jurgens: “En un momento de la historia de la Iglesia, sólo unos
pocos años antes de la predicación de Gregorio [Nacianceno] (380 d.C.), posiblemente
el número de obispos verdaderamente católicos en posesión de sus sedes, en
comparación a la posesión de los arrianos, no era mayor de entre 1% y 3% del
total. Si la doctrina hubiera sido determinada por la popularidad, hoy
todos seríamos negadores de Cristo y contrarios al Espíritu”[480].
P. William Jurgens: “En tiempos del emperador Valente (siglo IV), San
Basilio fue prácticamente el único obispo ortodoxo en todo el Oriente que tuvo
éxito en retener el cargo de su sede (…) Si ello no tiene otra importancia para
el hombre moderno, un conocimiento de la historia del arrianismo debe por
lo menos demostrar que la Iglesia católica no toma en cuenta la popularidad y
el número en la determinación y mantención de la doctrina: de lo
contrario, hace mucho que deberíamos haber abandonado a Basilio e Hilario y
Atanasio y Liberio y Ossio y nos llamaríamos arrianos”[481].
El argumento del P. Cekada, de hecho, descartaría la posibilidad de una
Gran Apostasía, y haría imposibles las palabras de nuestro Señor en Lucas 18, 8
(Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?), porque
todos los católicos estarían siempre obligados a seguir lo que dicen la mayoría
de los teólogos “católicos”, no importando cuán herético sean. Huelga decir,
que el argumento del P. Cekada es completamente absurdo, como es obvio al
católico sincero con sentido común.
P. Anthony Cekada, El
Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos, B. Prueba de la Tesis. “1. Premisa
mayor. El consentimiento de los teólogos en las materias de fe y moral está
íntimamente relacionado con la enseñanza de la Iglesia de que un error en el
consenso de los teólogos necesariamente conduciría a toda la Iglesia al error.
2. Premisa menor. Pero toda la Iglesia no puede errar en la fe y
costumbres (la Iglesia es infalible). 3. Conclusión. El consenso
de los teólogos en materias de fe y costumbres es un criterio cierto de la
tradición divina”.
Hemos visto cómo esta afirmación del P. Cekada, en su intento de aplicarla
al “bautismo de deseo”, es falsa, carente de lógica, históricamente ridícula, y
fácilmente refutable. Citaré otra vez al Papa Pío XII, que por sí mismo desdice
la afirmación anterior.
Papa Pío XII, Humani
generis, # 21, 12 de agosto de 1950: “Y
el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito
a cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al
magisterio de la Iglesia”[482].
Y lo irónico y muy importante es que los teólogos falibles que cita el P.
Cekada en su artículo no sólo disienten entre ellos mismos acerca de si el
llamado “bautismo de deseo” es de fe o simplemente próximo a la fe, sino que
los “teólogos” que él cita en realidad demuestran la posición de quienes rechazan
la falsa doctrina del bautismo de deseo.
LOS MISMOS “TEÓLOGOS” QUE ELLOS PRESENTAN REFUTAN SU POSICIÓN
Uno de los 25 teólogos previos al Vaticano II que cita el P. Cekada en su
artículo sobre el Bautismo de Deseo y los Principios Teológicos es el
teólogo alemán Dr. Ludwig Ott, cuyo libro Manual de Teología Dogmática
es bastante popular en ambientes católicos tradicionales. El Dr. Ott era un
hereje modernista que creía en el bautismo de deseo y la salvación “fuera” la
Iglesia, como se afirma claramente en su libro (véase la sección “La
herejía antes de Vaticano II”). Pero a pesar de ello, en su compendio de un
cuarto de millón de palabras (Manual de Teología Dogmática), el Dr. Ott
se ve obligado a admitir, basado en el testimonio abrumador de tradición
católica y el dogma definido, lo siguiente:
Dr. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, La Necesidad de
Bautismo, p. 354: “1. Necesidad del bautismo para la salvación – El
bautismo de agua (Baptismus Fluminis) es, desde la promulgación del
Evangelio, necesario para todos los hombres sin excepción, para
la salvación (de fide)”[483].
¡Disculpe, pero esta enseñanza de fide (es decir, de fe) de la
Iglesia católica sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la
salvación de todos sin excepción es precisamente la razón por la que los
católicos deben rechazar la falsa doctrina del “bautismo de deseo”! El bautismo
de deseo es directamente contrario a la enseñanza de fide anterior de la
Iglesia: el bautismo de deseo es la idea de que el ¡bautismo de agua no es
necesario sin excepción para la salvación de todos hombres!
Pero, el P. Cekada, hereje que necesita lógica, quiere hacernos creer es
que, basado en el testimonio de Ludwig Ott (y otros) debemos aceptar el
bautismo de deseo bajo pena de pecado mortal, cuando el mismo Dr. Ludwig
Ott afirma que la absoluta necesidad del bautismo de agua para todos sin
excepción es de fide – ¡la misma verdad que nos obliga a rechazar el
bautismo de deseo! Así, el P. Cekada es refutado y condenado por el testimonio
de las mismas autoridades que él presenta.
El hecho que el Dr. Ludwig Ott procede inmediatamente en su libro a
contradecir la declaración anterior sobre la necesidad absoluta del bautismo de
agua sin excepción, y procede a enseñar el bautismo de deseo y de sangre
en la misma página – idea que él curiosamente no la califica como
siendo de fide (de fe) sino cercana a la fe –; lo que simplemente
muestra que el error común del bautismo de deseo, que ha sido aceptado casi
unánimemente entre los “teólogos” como Ott desde finales del XIX y de
principios del siglo XX, simplemente no está en armonía con la enseñanza
universal, constante (y de fide) de la Iglesia sobre la necesidad absoluta
del bautismo de agua sin excepción para la salvación.
Otro ejemplo es el famoso libro, El Catecismo Explicado, de los
PP. Spirago y Clarke. Al igual que el libro del Dr. Ott, El Catecismo
Explicado enseña el bautismo de deseo y que hay salvación “fuera” de la
Iglesia. Pero, a pesar de ello, estos “teólogos” (los PP. Spirago y Clarke) se
vieron obligados a admitir la siguiente verdad, que es confesada universalmente
por todos pretendidos teólogos católicos.
PP. Francisco
Spirago y Ricardo Clarke, El Catecismo Explicado, 1899, Bautismo: “3. EL BAUTISMO ES INDISPENSABLEMENTE NECESARIO PARA LA SALVACIÓN. Por lo tanto, los niños que
mueren sin el bautismo, no pueden entrar en el cielo. Nuestro Señor dice: ‘Quien
no renaciere de agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de los
cielos’ (Juan 3, 5). Él no hace ninguna excepción, ni siquiera en
el caso de los niños (…) El bautismo no es menos indispensable en el orden
espiritual que el agua en el orden natural…”[484].
Esto muestra, una vez más, que la enseñanza universal de teólogos es que el
bautismo de agua es absolutamente necesario para la salvación, y que las
palabras de nuestro Señor en Juan 3, 5 no tienen excepciones. El hecho que los
PP. Spirago y Clarke contradigan esta declaración y enseñen el bautismo de
deseo (y la herejía de la salvación “fuera” la Iglesia) sólo muestra su propia
inconsistencia – y la inconsistencia de todos los que están a favor del
bautismo de deseo.
PP. Francisco
Spirago y Ricardo Clarke, El Catecismo Explicado, 1899, Bautismo: “…
para los adultos, el simple deseo es suficiente, si el bautismo real es
imposible”[485].
¿Cómo puede el bautismo de agua ser indispensablemente necesario para la
salvación (como nos acaban de decir), si el simple deseo de él es suficiente en
su lugar? Eso es una contradicción. Y que no se diga que ello no es una
negación del principio de no contradicción [un principio clásico de la lógica y
la filosofía, según el cual una proposición y su negación no pueden ser ambas
verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido], puesto que no se puede
decir:
·
El
bautismo de agua es indispensablemente necesario para la salvación.
Y al mismo tiempo…
·
El
bautismo de agua no es indispensablemente necesario para la salvación
(el deseo lo puede reemplazar).
Estas dos afirmaciones son contradictorias; pero esto es exactamente lo que
se les viene enseñado a todo el mundo en los catecismos desde finales del siglo
XIX. Ellos enseñan la verdad (1a proposición), mientras que simultáneamente
y al mismo tiempo enseñan todo lo contrario de la verdad (2ª proposición). Esto
demuestra que incluso en el tiempo de la apostasía, la herejía y el modernismo
crecientes, que fue el período desde aproximadamente 1850 a 1950, todos los
teólogos y los catecismos afirmaban todavía la verdad enseñada universalmente
sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación, a pesar
de que no permanecían consistentes con ella.
¡LOS TEÓLOGOS SON UNÁNIMES EN QUE SÓLO LOS BAUTIZADOS EN AGUA FORMAN PARTE
DE LA IGLESIA!
Adicionalmente devastador para el artículo del P. Cekada es el hecho que
hasta los teólogos a quienes él cita a favor del bautismo de deseo
afirman que es de la fe que sólo los bautizados en agua forman parte de
la Iglesia católica, fuera de la cual no hay salvación. Cito al Dr.
Ludwig Ott otra vez, en su Manual de Teología Dogmática.
Dr. Ludwig Ott, Manual
de Teología Dogmática, Calidad de miembros de la Iglesia, p. 309: “3. Entre
los miembros de la Iglesia no deben ser contados: a) Los no bautizados
(…) Los llamados bautismo de sangre y bautismo de deseo, es cierto, remplazan
el bautismo por agua (sic) en lo que respecta a la comunicación de la gracia, pero
no producen la incorporación en la Iglesia (…) Los catecúmenos no
deben ser contados entre los miembros de la Iglesia (…) La Iglesia no
reivindica ninguna jurisdicción sobre ellos (D 895). Los Padres trazan una
clara línea de separación entre los catecúmenos y ‘los fieles’”[486].
Aquí vemos al Dr. Ludwig Ott – uno de los “teólogos” citados por el P.
Cekada para “probar” el bautismo de deseo – afirmando claramente la enseñanza
católica universal de que sólo las personas bautizadas en agua están dentro de
la Iglesia. El Dr. Ott no tiene problema en admitir esto puesto que él cree en
la salvación “fuera” la Iglesia (véase la sección “La herejía antes de Vaticano
II”).
Pero aquí hay tres reconocimientos muy importantes del Dr. Ott, cada
uno relacionado, irónicamente, a las tres definiciones dogmáticas más famosas
sobre el dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
1) La definición más amplia sobre el dogma fuera la Iglesia no hay salvación fue la del Papa Eugenio IV en el
Concilio de Florencia. En esta definición, el Papa Eugenio IV definió
infaliblemente que es necesario estar dentro de la unidad del cuerpo
eclesiástico, lo que significa que es necesario estar incorporado en el
cuerpo eclesiástico (ecclesiastici corporis).
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex
cathedra: “[La Santa Iglesia Romana] Firmemente cree, profesa y predica
que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino
también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida
eterna, sino que ‘irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus
ángeles’ (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y
que es de tanto precio la unidad en el
cuerpo de la Iglesia (ecclesiastici corporis) que sólo a quienes en él permanecen les
aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos
los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia
cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su
sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y
unidad de la Iglesia católica”[487].
Por favor, ponga atención de lo que dice acerca de la necesidad de la incorporación
en el ecclesiastici corporis (el cuerpo de la Iglesia). Luego,
nótese que en la cita anterior del Dr. Ott, él admite que el “bautismo de
deseo” y el “bautismo de sangre” no producen la incorporación, es decir,
¡no incorporan al Mystici Corporis (Cuerpo Místico)!
Dr. Ludwig Ott, Manual
de Teología Dogmática, Calidad de miembros de la Iglesia, p. 309: “3. Los
llamados bautismo de sangre y bautismo de deseo, es cierto, remplazan el
bautismo por agua (sic) en lo que respecta a la comunicación de la gracia, pero
no producen la incorporación en la Iglesia…”[488].
Con esta declaración, el Dr. Ott admite que el “bautismo de deseo” y el
“bautismo de sangre” no son compatibles con la definición infalible del Papa
Eugenio IV sobre la necesidad absoluta de la incorporación en el cuerpo
eclesiástico (ecclesiastici corporis) para la salvación. Así, Dr. Ott
prueba que el bautismo de deseo/sangre no puede ser verdadero y en realidad es
contrario al dogma.
2) La segunda definición infalible sobre el dogma fuera la Iglesia no hay salvación
fue la del Papa Bonifacio VIII en la bula Unam sanctam. En
esta definición, el Papa Bonifacio VIII definió infaliblemente que es necesario
que toda criatura humana este enteramente sometida al Romano
Pontífice (y por lo tanto a la Iglesia católica) para la salvación.
Papa
Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de
noviembre de 1302, ex cathedra:
“Ahora bien, someterse al Romano
Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda
necesidad de salvación para toda criatura humana”[489].
He señalado el hecho de que sin el bautismo de
agua nadie está sometido a la Iglesia o al Romano Pontífice. Cito al
Concilio de Trento para probar el punto.
Papa Julio III, Concilio de Trento, sobre los sacramentos del
bautismo y penitencia, sesión 14, Cap. 2, ex cathedra: “… la
Iglesia en nadie ejerce juicio, que no haya antes entrado en ella misma por la
puerta del bautismo. Porque ¿qué se
me da a mí – dice el Apóstol – de
juzgar a los que están fuera? (1 Cor. 5, 12). Otra cosa es que los
domésticos de la fe, a los que Cristo Señor, por el lavatorio del bautismo, los
hizo una vez ‘miembros de su cuerpo’ (1 Cor. 12, 13)”[490]
(Denz. 895).
¡Ahora, nótese cómo el Dr. Ott admite que el
“bautismo de deseo” y el “bautismo de sangre” no hacen que uno esté ni
sometido a ni bajo la jurisdicción de la Iglesia!
Dr. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Calidad de miembros
de la Iglesia, p. 309: “3. Entre los miembros de la Iglesia no deben ser
contados: a) Los no bautizados (…) Los catecúmenos no deben ser contados
entre los miembros de la Iglesia (…) La Iglesia no reivindica ninguna
jurisdicción sobre ellos (D 895)”[491].
¡Con esta declaración, el Dr. Ott admite que el “bautismo de deseo” y el
“bautismo de sangre” no son compatibles con la definición infalible del Papa
Bonifacio VIII sobre la necesidad absoluta de estar sometido a la Iglesia
y al Romano Pontífice para la salvación! ¡El Dr. Ott nos muestra que el
bautismo de deseo/sangre no puede ser cierto (y que es, de hecho, contrario al
dogma), y él aún cita el mismo decreto que cité (D. 895 de Trento) para probar
el punto!
3) La primera definición infalible sobre el dogma fuera la Iglesia no hay salvación fue la del Papa Inocencio III en
el Cuarto Concilio de Letrán. En esta definición, el Papa Inocencio III
definió infaliblemente que la Iglesia católica es única Iglesia de “los fieles”
y que fuera de esta “feligresía” absolutamente nadie se salva.
Papa Inocencio III,
Cuarto Concilio de Letrán,
constitución 1, 1215, ex cathedra: “Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la
cual absolutamente nadie se salva…”[492].
He señalado que la tradición católica, la liturgia católica y todos los
Padres enseñan que sólo los bautizados en agua forman parte de los fieles.
Ahora, nótese que en la cita anterior del Dr. Ott, él admite que el
“bautismo de deseo” y el “bautismo de sangre” ¡no hacen que uno sea contado
entre los fieles! Lo cito de nuevo:
Dr. Ludwig Ott, Manual
de Teología Dogmática, Calidad de miembros de la Iglesia, p. 309: “3. Los catecúmenos no deben ser contados entre
los miembros de la Iglesia (…) La Iglesia no reivindica ninguna
jurisdicción sobre ellos (D 895). Los
Padres trazan una clara línea de separación entre los catecúmenos y ‘los
fieles’”[493].
¡Con esta declaración, el Dr. Ott admite que el
“bautismo de deseo” y el “bautismo de sangre” no son compatibles con la
definición infalible del Papa Inocencio III sobre la necesidad absoluta de
pertenecer a “los fieles” para la salvación!
Por lo tanto, en tan sólo un párrafo, el Dr. Ott
reconoce al menos tres veces, basado en el dogma católico definido, que el
bautismo de deseo y el bautismo de sangre no son compatibles con enseñanza
católica; ¡y él hace estos reconocimientos en los puntos que son
fundamentales a las tres definiciones infalibles más famosas sobre el
dogma fuera la Iglesia no hay salvación!
Y esta serie de cruciales reconocimientos del Dr. Ott – muy devastadores
para la teoría del bautismo de deseo – me llevan al siguiente punto: los
teólogos, basados en el testimonio de la tradición y la enseñanza católica,
definen a la Iglesia católica de la misma manera – una unión en la fe y los
sacramentos.
LOS TEÓLOGOS
DEFINEN UNÁNIMEMENTE A LA IGLESIA CATÓLICA COMO UNA UNIÓN DE SACRAMENTOS
– EL TESTIMONIO DE SAN
ROBERTO BELARMINO, SAN FRANCISCO DE SALES, EL CATECISMO DE TRENTO Y TODOS LOS
TEÓLOGOS
San Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, ha dado una definición de la
Iglesia católica que es famosa por su precisión. La fórmula de San Roberto
Belarmino es reconocida por muchos como la definición escolástica más precisa
de la Iglesia hasta nuestros días.
San Roberto Belarmino
(siglo XVI): “Nuestra tesis es que hay una
sola Iglesia, no dos; y que la única verdadera Iglesia [católica] es la comunidad de hombres unidos por la
profesión de la verdadera fe cristiana y por la comunión de los mismos
sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores y, sobre todo,
del único Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice. De esta
definición se puede ver fácilmente quién pertenece a la Iglesia y quién no
pertenece a ella. En efecto, esta definición se compone de tres partes: la
profesión de la verdadera fe, la comunión de los sacramentos y la sumisión al
legítimo Pastor, el Romano Pontífice. La primera parte excluye a todos los
infieles, los que nunca estuvieron en la Iglesia, como los judíos, turcos y
paganos, o los que una vez estuvieron en ella y más tarde salieron, como los
herejes y apóstatas. La segunda
parte, excluye a los catecúmenos y excomulgados, ya que los primeros no son admitidos a los sacramentos y los segundos
están excluidos de ellos…”[494].
Aquí vemos la definición de la Iglesia que es aceptada por todos
teólogos: una unión de la fe y los sacramentos. Según esta
definición de Iglesia, no puede haber un bautismo de deseo porque los que no
han recibido ninguno de los sacramentos (los no bautizados, incluyendo a los
catecúmenos sin bautizar) no participan de la unidad de los sacramentos y, por
siguiente, no forman parte de la Iglesia católica. ¿Podría ser algo más
simple y claro?
Pero es un hecho – que puede sorprender a algunos – que San Roberto
Belarmino no se mantuvo consistente con su anterior definición de la Iglesia.
En realidad, él adoptó la falsa idea del bautismo de deseo (sólo para los
catecúmenos), que se convirtió en algo generalizado entre los teólogos a
finales de la Edad Media, como se explicó en la sección sobre la historia del
bautismo de deseo. Pero al adoptar la falsa idea del bautismo de deseo, San
Roberto simplemente no permaneció consistente con su propia definición anterior
de la Iglesia, así como con la definición unánime de los teólogos de la
Iglesia.
Pero esta no fue la única cuestión en que San Roberto no permaneció
enteramente consistente; él falló en mantenerse consistente en su lucha con la
verdadera enseñanza sobre el limbo, como señala La Enciclopedia Católica.
Enciclopedia
Católica, vol. 9, 1910,
“Limbo,” p. 258: “Es claro que
Belarmino encontraba la situación [sobre el limbo] embarazosa, siendo reacio,
como era, en admitir que Santo Tomás y los escolásticos estaban
generalmente en conflicto con lo que San Agustín y los otros Padres
consideraban ser de fide [sobre el limbo], y lo que el
Concilio de Florencia parecía haber enseñado definitivamente”[495].
Por tanto, es un hecho que los Padres, Doctores y Santos, incluyendo a San
Roberto Belarmino, en realidad se contradijeron sobre el limbo, incluso en
aquello que algunos de ellos consideraban ser de fide. Es por esto que
los católicos no formulan sus conclusiones doctrinales definitivas basados
únicamente en la enseñanza de Santos, incluyendo a San Roberto Belarmino. Los
católicos formulan sus conclusiones doctrinales definitivas en base al dogma
católico y en la enseñanza de los santos solamente cuando ellas son
consistentes con el dogma. Y la anterior definición de San Roberto
Belarmino, que excluye de la Iglesia católica a todas las personas sin
bautizar, es consistente con dogma; en cambio, sus declaraciones sobre
el bautismo de deseo, no lo son.
Papa Bonifacio
VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra: “… ella representa un solo cuerpo místico
(…) En ella hay ‘un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo’
(Ef. 4, 5). Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio,
la cual prefiguraba a la única Iglesia (…) y fuera de ella leemos haber
sido borrado cuanto existía sobre la tierra (…) y a este cuerpo lo llamó su
única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los
sacramentos y la caridad de la Iglesia”[496].
Aquí vemos que el Papa Bonifacio VIII definió como un dogma que la Iglesia
es una unión de sacramentos. La Iglesia católica también fue definida infaliblemente
como una unión de sacramentos por el Papa Eugenio IV.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia Romana] Firmemente cree,
profesa y predica (…) que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la
Iglesia (ecclesiastici corporis) que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su
salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad
y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que
hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede
salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[497].
El significado y sentido obvio de este texto dogmático es que la Iglesia
católica es un cuerpo eclesiástico y una unión de sacramentos, una unión
de “tanto precio”. Esta es la verdad confesada por todos los teólogos. San
Francisco de Sales enseña exactamente la misma verdad.
San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia: “La Iglesia es una santa
universidad o compañía general de hombres unidos y reunidos en la profesión
de una misma una fe cristiana; en la participación de los mismos
sacramentos…”[498].
Aquí vemos que San Francisco de Sales repite la misma verdad y define de la
misma manera a la Iglesia. ¡Es así como todos definen la Iglesia! El Catecismo
del Concilio de Trento afirma la misma enseñanza:
Catecismo del
Concilio de Trento, Los miembros de la Iglesia militante, pp. 99-100: “La
Iglesia militante se compone de dos clases de personas, las buenas y
las malas, ambas profesan la misma fe y participan de los mismos
sacramentos…”[499].
¿Puede haber una enseñanza más consistente? El Catecismo de Trento
concluye:
Catecismo del
Concilio de Trento, p. 159: “En el carácter impreso por el bautismo, ambos efectos son ejemplificados. Por
él estamos calificados para recibir los otros sacramentos, y el cristiano es
distinguido de aquellos que no profesan la fe”[500].
Una vez más, vemos cómo los defensores del bautismo de deseo, como el P.
Cekada, están completamente equivocados y en realidad pervierten la
verdad cuando aseveran que la enseñanza de los teólogos nos obliga a creer en
el “bautismo de deseo”. Es exactamente lo contrario. La enseñanza unánime de
los teólogos contradice la falsa doctrina del bautismo de deseo mediante
la definición de la Iglesia como siendo la unión de sólo aquellos que han
recibido los sacramentos, definición que también es un dogma (Eugenio IV;
Bonifacio VIII, de fide). Los católicos no están obligados, y de
hecho deben rechazar, las declaraciones y especulaciones falibles de los
hombres, por muy grandes que sean, como San Roberto Belarmino, cuando no están
en armonía con el dogma católico, por no mencionar cuando ellos contradicen los
mismos principios que ellos afirman en otro lugar.
Y esto es precisamente la razón de por qué San Roberto Belarmino no haya
podido explicar convincentemente la idea del “bautismo de deseo” cuando él
ya había definido la Iglesia católica como un cuerpo que excluye a todos los no
bautizados. Él erró tristemente al intentar explicar cómo los catecúmenos se
pueden salvar cuando sólo las personas bautizadas forman parte de la Iglesia
católica.
San Roberto
Belarmino, De Ecclesia Militante: “En cuanto a los catecúmenos hay una dificultad mayor,
porque ellos son fieles [tienen la fe] y pueden salvarse si mueren en este
estado, y a pesar de que fuera de la Iglesia nadie se salva (…) los
catecúmenos están en la Iglesia, aunque no en hecho real, sino
por lo menos en resolución, por lo tanto, ellos se pueden salvar…”[501].
Nótese la dificultad con que se encuentra San Roberto al tratar de explicar
el bautismo de deseo; él inmediatamente transige y contradice su propia
definición de Iglesia.
San Roberto Belarmino (siglo XVI): “Nuestra tesis es que hay una sola Iglesia, no dos; y que
la única verdadera Iglesia [católica] es
la comunidad de hombres unidos por la profesión de la verdadera fe cristiana
y por la comunión de los mismos sacramentos, bajo el gobierno de los
legítimos pastores y, sobre todo, del único Vicario de Cristo en la tierra, el
Romano Pontífice. De esta definición se puede ver fácilmente quién pertenece a
la Iglesia y quién no pertenece a ella. En efecto, esta definición se compone
de tres partes: la profesión de la verdadera fe, la comunión de los sacramentos
y la sumisión al legítimo Pastor, el Romano Pontífice. La primera parte excluye
a todos los infieles, los que nunca estuvieron en la Iglesia, como los judíos,
turcos y paganos, o los que una vez estuvieron en ella y más tarde salieron,
como los herejes y apóstatas. La
segunda parte, excluye a los catecúmenos y excomulgados, ya que los primeros no son admitidos a los sacramentos y los segundos
están excluidos de ellos…”[502].
En primer lugar, la
“dificultad” de San Roberto al intentar explicar su posición (falible) de que
los catecúmenos pueden salvarse, cuando los catecúmenos están excluidos de la
Iglesia por su propia definición, es simplemente porque la idea de que una
persona sin bautizar pueda ser parte de la Iglesia no se encuentra en ninguno
de todos los Concilios y declaraciones del magisterio papal. La Iglesia
católica ha sostenido y enseñado exclusivamente que sólo los que han
recibido el sacramento del bautismo forman parte de la Iglesia y ningún
decreto dogmático ha enseñado jamás otra cosa.
Y es por eso que San Roberto se ve obligado a admitir que los catecúmenos no
están en realidad dentro de la Iglesia, sino que, argumenta él, ellos se
pueden salvar por tener la resolución, pero no en hecho. (Nota: San Roberto
aplica esta idea únicamente a los catecúmenos, no a los paganos, ni herejes y
cismáticos, como hoy en día les encanta afirmar a los modernistas). Pero,
contrariamente a la afirmación falible y errónea de San Roberto de que los
catecúmenos pueden salvarse por estar en la Iglesia “no en hecho real, sino
por lo menos en resolución”, se ha definido que hay que pertenecer en hecho
real a la Iglesia. Se ha definido que hay que estar “en el seno y unidad”
(Eugenio IV); que hay que estar incorporado en el “cuerpo eclesiástico”
(Eugenio IV); que hay que estar “enteramente sometido al Romano Pontífice”
(Bonifacio VIII); que hay que estar en la unión de los “sacramentos” y entre
los “fieles” (Eugenio IV; Bonifacio VIII; Inocencio III). Y estas cosas sólo
vienen por el bautismo de agua, como lo atestigua la propia definición de
Iglesia de San Roberto. Pero, al tratar de explicar lo inexplicable (de cómo el
bautismo de deseo es compatible con el dogma católico) y defender lo indefensible
(de cómo los catecúmenos no bautizados pueden estar en una Iglesia definida
como una unión de sacramentos), San Roberto contradice estos principios y
comete un error.
En segundo lugar, al
intentar justificar su creencia errónea en el bautismo de deseo, San Roberto
dice que los catecúmenos son “fieles”. Esto es contrario a los Padres y a la
enseñanza de la liturgia católica tradicional desde los tiempos apostólicos,
que excluían de entre “los fieles” a los catecúmenos (como se explica en la sección
sobre “La única Iglesia de los fieles”). También es contrario a la admisión
inmediata de los defensores del bautismo de deseo, como Ludwig Ott, que ya he
citado.
Dr. Ludwig Ott, Manual
de Teología Dogmática, Calidad de miembros de la Iglesia, p. 309: “3. Los catecúmenos no deben ser contados entre
los miembros de la Iglesia (…) La Iglesia no reivindica ninguna
jurisdicción sobre ellos (D 895). Los
Padres trazan una clara línea de separación entre los catecúmenos y ‘los
fieles’”[503].
El lector podrá ahora constatar nuevamente lo que he venido
mostrando a lo largo de este extenso examen de la historia sobre la cuestión
del bautismo de deseo: de que el bautismo de deseo es una tradición del hombre
falible, errónea, que nunca ha sido enseñada por el magisterio papal, que ha
ganado impulso basada en pasajes falibles e imperfectos de algunos hombres, sin
embargo grandes, que se contradecían a sí mismos y violaban sus propios
principios en el intento de explicarlo, mientras cometían casi siempre otros
errores en los mismos documentos.
De hecho, la declaración de San Roberto de que
los catecúmenos son “fieles” también contradice el Catecismo del Concilio de
Trento.
Catecismo del Concilio de Trento, Comunión de sacramentos, p. 110:
“El fruto de todos los sacramentos es común a todos los fieles, y
estos sacramentos, en particular el bautismo, la puerta, por así
decirlo, por la cual somos admitidos a la Iglesia, muchos son los vínculos
sagrados que los unen entre sí y los unen a Cristo”[504].
Esto significa que aquellos que no han recibido los sacramentos no forman
parte de los “fieles”, en contra nuevamente de lo que Belarmino aseveró en su
admitido “difícil” intento de reconciliar la falsa idea del bautismo de deseo
con su propia definición de la Iglesia católica, que excluye a todos los sin
bautizar. Cuando los santos entran en “difíciles” intentos para explicar cosas
especulativas que no están claramente enseñadas por la Iglesia, ellos están destinados
a cometer errores. Y, por siguiente, los católicos no deben seguir a San
Roberto en este “difícil” (o mejor dicho, imposible) intento de explicar el
bautismo de deseo, sino más bien deben seguir a San Gregorio Nacianceno (Doctor
de la Iglesia), quien ante a la idea de que se puede considerar como
bautizado él que deseaba el bautismo pero no lo recibió, declaró: “No veo
cómo”[505].
Es un hecho que San Roberto cometió un error sobre el tema del bautismo de
deseo, tal como lo hizo con el limbo; pero lo que es más importante recordar,
como ya se dijo, es lo siguiente: si bien que el principio de la infalibilidad
papal se creyó siempre en la Iglesia (expresada desde los primeros tiempos con
frases tales como en la sede apostólica la religión católica siempre se ha
conservado sin mancha y mantenido la santa doctrina), no hay duda que
después de la definición de la infalibilidad papal, por el Primer Concilio
Vaticano en 1870, hay mucha más claridad acerca de cuáles documentos son
infalibles y cuáles no. San Roberto Belarmino y otros que vivieron antes de
1870 no necesariamente tenían este grado de claridad, que hizo que muchos de
ellos redujeren la distinción, en ciertos casos, entre los decretos infalibles
de los Papas y la enseñanza falible de los teólogos. Eso también causó que
ellos no mirasen tan literalmente lo que el dogma de hecho declaraba, sino más
bien a lo que ellos pensaban que el dogma pudiera significar a la luz de la
opinión de los teólogos populares de la época.
Los católicos que vivimos en la actualidad podemos decir que entendemos más
acerca de la infalibilidad papal que como lo entendieron los teólogos y
doctores desde la Edad Media hasta 1870, y que poseemos una ventaja en la
evaluación de esta cuestión, no sólo porque vivimos después de la definición de
la infalibilidad papal, sino también porque podemos revisar toda la historia de
las declaraciones papales de la Iglesia sobre este tema y ver la armonía
entre ellas sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua.
LA
TRADICIÓN UNIVERSAL SOBRE EL BAUTISMO AFIRMADO INCLUSO POR LOS CATECISMO
HERÉTICOS MODERNOS
Para ilustrar más aún el punto de que la necesidad absoluta del bautismo de
agua para la salvación es la enseñanza universal y constante de todos los
teólogos incluso durante la época de apostasía y por aquellas mismas
personas que niegan esta verdad, tomemos, por ejemplo, una reciente edición del
Catecismo de Baltimore y del Catecismo atribuido al Papa San Pío X.
EL
CATECISMO DE BALTIMORE
Nuevo
Catecismo de San José de Baltimore, N. 2, P. 320: “¿Por qué es necesario el bautismo para la salvación de
todos hombres? R. El bautismo es necesario para la salvación de todos los
hombres porque Cristo ha dicho: ‘Quien no renaciere del agua y del Espíritu
Santo, no puede entrar en el reino de
Dios’”[506].
Nótese que esta edición del Catecismo de Baltimore, que enseña el error del
bautismo de deseo (como veremos), reitera la enseñanza universal y constante
de la Iglesia católica, basado en las palabras de Jesucristo en Juan 3, 5,
que el bautismo de agua es necesario para la salvación de todos los hombres.
El Catecismo de Baltimore, por lo tanto, enseña la exacta misma verdad de fe
que ha sido un eco constante en la tradición católica desde el principio.
Hermas, 140 d.C., cita a
Jesús en Juan 3, 5: “Ellos tenían que salir a través del agua, para que
pudieran recibir la vida; porque de otro
modo no habrían podido entrar en el reino de Dios”[507].
San
Justino Mártir, 155 d.C.: “… los llevamos a un lugar donde hay agua, y allí
ellos renacen del mismo modo de renacimiento en que renacimos (…) en el nombre
de Dios, (…) ellos reciben el lavatorio de agua. Porque Cristo dijo: ‘Si
no renaciereis, no entraréis en el reino de los cielos’. La razón para
hacer esto lo aprendimos de los apóstoles”[508].
Por lo tanto, contrariamente a la creencia popular, los que rechazan el
“bautismo de deseo” en realidad siguen la enseñanza del Catecismo de
Baltimore sobre la necesidad absoluta de bautismo de agua. No siguen, sin
embargo, la enseñanza del falible del Catecismo de Baltimore cuando
procede a contradecir esta verdad sobre la necesidad absoluta del bautismo de
agua para la salvación al enseñar el bautismo de deseo.
Nuevo
Catecismo de San José de Baltimore, N. 2, P. 321: “¿Cómo pueden salvarse quienes sin culpa no han recibido el
sacramento del bautismo? R. Los que por causas ajenas a la suya no han
recibido el sacramento del bautismo pueden salvarse por el llamado bautismo
de sangre o el bautismo de deseo”[509].
Esta declaración contradice abiertamente la verdad enseñada en la P. 320; que
bautismo de agua es absolutamente necesario para la salvación de todos hombres.
En el Catecismo de Baltimore se le enseña a la gente dos nociones directamente
contradictorias una después de la otra:
·
El bautismo de agua es
absolutamente necesario para la salvación de todos;
y…
·
El bautismo de agua no
es absolutamente necesario para la salvación de todos.
¿Pueden ambas ser
verdaderas al mismo tiempo? No, no pueden. Como católico, se debe seguir la
primera declaración, que está de acuerdo con el dogma definido y la tradición
universal desde el principio de la Iglesia, y se basa en la declaración de
Cristo mismo.
Además, la edición
del Catecismo de Baltimore que estoy citando también hace las mismas admisiones
devastadoras que el Dr. Ott se vio obligado a hacer en su discusión acerca
de lo que el llamado “bautismo de deseo” no es.
Nuevo Catecismo de San José de Baltimore, N. 2, P. 321: “Sin embargo, sólo el bautismo de agua
en realidad hace que una persona sea miembro de la Iglesia. Él (bautismo de
sangre/deseo) podría compararse con una escalera por la cual se trepa a la
barca de Pedro, como la Iglesia a menudo es llamada. El bautismo de sangre o de
deseo hace que una persona sea miembro de la Iglesia en el deseo. Estos
son los dos cabos de salvamento que se arrastran de los costados de la Iglesia para
salvar a los que están fuera de la Iglesia por causas ajenas a la propia”[510].
Aquí vemos esta edición
del Catecismo de Baltimore enseñando que: 1) El bautismo de deseo no hace que
uno sea miembro de la Iglesia; 2) El bautismo de deseo sí hace a uno ser
miembro de la Iglesia en el deseo; 3) hay salvación fuera la Iglesia por
el bautismo de deseo y de sangre.
Las primeras dos
declaraciones se contradicen entre sí, mientras la tercera es herejía
directa contra el dogma fuera de la Iglesia absolutamente nadie se salva
(Papa Inocencio III, de fide). Por lo tanto, la explicación del “bautismo
de deseo” de esta edición del Catecismo de Baltimore no es solamente falible,
sino directamente herética.
Papa Inocencio III, Cuarto
Concilio de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra:
“Y una sola es la
Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se
salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[511].
Pero después de haber
enseñado que el bautismo de deseo “salva” a las personas “fuera” de la Iglesia,
esta versión del Catecismo de Baltimore demuestra una vez más que el bautismo
de deseo es incompatible con el dogma definido – sin mencionar su propia
enseñanza sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua para la salvación.
EL CATECISMO ATRIBUIDO AL PAPA SAN PÍO X
El catecismo atribuido al Papa San Pío X nos repite la misma enseñanza de
fide de la Iglesia católica sobre la necesidad absoluta del bautismo de
agua para la salvación.
Catecismo mayor de San Pío X, Los Sacramentos, “Bautismo”, P. 16:
“P. ¿Es necesario el bautismo para la salvación? R. El bautismo es
absolutamente necesario para la salvación, porque nuestro Señor ha dicho
expresamente: ‘Quien no renaciere de agua y el Espíritu
Santo, no puede entrar al reino de Dios’”[512].
Por tanto, contrariamente a la creencia popular, los que rechazan el
“bautismo de deseo” en realidad siguen la enseñanza del Catecismo atribuido
al Papa San Pío X sobre la necesidad absoluta del bautismo de agua. Ellos,
sin embargo, no siguen la enseñanza de este catecismo falible cuando
procede a contradecir esta verdad sobre la necesidad absoluta del bautismo de
agua para la salvación.
Catecismo mayor de
San Pío X, Los Sacramentos, “Bautismo”, P. 17: “P. ¿Puede suministrarse
la falta del bautismo de cualquier otra forma? R. La falta del bautismo
puede suministrarse por el martirio, que se llama bautismo de sangre, o por un acto de perfecta caridad a Dios, o de
contrición, junto con el deseo, por lo menos implícito, del bautismo, y esto se
llama bautismo de deseo”[513].
Esto es de nuevo una total contradicción a lo dicho en Pregunta 16. Cabe
señalar que este catecismo, aunque atribuido al Papa San Pío X, no vino de
su pluma y no fue promulgado solemnemente por él. No obstante, no hay
ninguna bula papal de San Pío X que promulgue el catecismo, por lo que es
solamente un catecismo falible que salió durante su reinado y se le dio su
nombre. Pero, aun cuando el mismo San Pío X hubiese escrito este catecismo (que
no lo hizo), no afectaría en absoluto los puntos que he expuesto. Esto es
porque un Papa es infalible solamente cuando habla magisterialmente. Este
catecismo no es infalible porque no fue promulgado solemnemente desde la
Cátedra de Pedro ni menos por el Papa. Además, está demostrado que este catecismo
no es infalible por el hecho de que ¡enseña la herejía abominable que hay
salvación “fuera” la Iglesia (como mostraré)!
Pero primero citaré donde el catecismo afirma el dogma.
Catecismo mayor de
San Pío X, El Credo de los Apóstoles, “La Iglesia en Particular”, P. 27:
“P. ¿Puede alguien salvarse fuera la Iglesia católica, apostólica, y romana? R.
No, nadie puede salvarse fuera de la Iglesia católica, apostólica, y
romana, al igual que nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé,
que era una figura de la Iglesia”[514].
Aquí el catecismo atribuido al Papa San Pío X reafirma el dogma definido.
¡Sin embargo, él procede a negar este dogma sólo dos preguntas más adelante!
Catecismo mayor del
Papa San Pío X, El Credo de los Apóstoles, “La Iglesia en Particular”,
P. 29: “P. Pero si un hombre por causas ajenas a la suya está fuera de
la Iglesia, ¿puede salvarse? R. Si esta fuera de la Iglesia por
causas ajenas a la suya, esto es, si él está de buena fe, y si él ha
recibido el bautismo, o por lo menos tiene el deseo implícito del bautismo; y
si, además, busca sinceramente la verdad y hace la voluntad de Dios lo mejor
que puede, ese hombre está en verdad separado del cuerpo de la Iglesia,
pero está unido al alma de la Iglesia y por siguiente está en el camino de
salvación”[515].
¡Aquí vemos este catecismo falible negar, palabra por palabra, el
dogma fuera la Iglesia no hay salvación!
Nos enseña que puede haber salvación “fuera” de la Iglesia, negando
directamente la verdad que enseñó en la pregunta 27. Esta declaración es tan
herética, de hecho, que sería repudiada incluso por la mayoría de los
herejes más astutos de nuestros días, que saben que no pueden decir que hay
salvación “fuera” de la Iglesia, puesto que ellos arguyen que los no católicos
no están “fuera” sino que están de alguna manera “dentro”. ¡Así que incluso
esos astutos herejes que rechazan el verdadero significado del dogma fuera la Iglesia no hay salvación
tendrían que admitir que la declaración anterior es herética!
Nótese además, que el Catecismo atribuido a San Pío X enseña la herejía de
que las personas pueden estar unidas al “alma” de la Iglesia, pero no al
cuerpo. Como ya se ha demostrado, la Iglesia católica es un cuerpo
místico. Los que no forman parte del cuerpo no son parte en absoluto.
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 10, 6 de enero de 1928: Porque
siendo el cuerpo místico de Cristo, esto
es, la Iglesia, uno, compacto y conexo, lo mismo que su
cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros
divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo”[516].
Esta discusión sobre los catecismos debería demostrar al lector cómo la
negación desenfrenada del dogma fuera la
Iglesia no hay salvación y la necesidad del bautismo de agua ha sido
perpetuada por textos falibles con imprimátur y el por qué ha sido
aceptada hoy por casi todos que se profesan católicos. Se ha perpetuado por
documentos y textos falibles que se contradicen, que contradicen el dogma
definido, y que enseñan la herejía, y que – al mismo tiempo – en otras partes
afirman las verdades inmutables de la absoluta necesidad de la Iglesia católica
y el bautismo de agua para la salvación. Y es por eso que los católicos están
obligados a adherirse al dogma infaliblemente definido, no a los
catecismos o teólogos falibles.
Papa
Pío IX, Singulari
quadem: “A la verdad, cuando libres de estos lazos corpóreos, ‘veamos a
Dios tal como es’ (1 Juan, 3, 2), entenderemos ciertamente con cuán estrecho y
bello nexo están unidas la misericordia y la justicia divinas; más en tantos
nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal, que embota el alma, mantengamos firmísimamente según la doctrina
católica que hay ‘un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo’ (Ef. 4,
5): Pasar más allá en nuestra inquisición es ilícito”[517].
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento
del bautismo, ex cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir,
no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[518].
20. Exultate Deo
también termina la discusión
Ya hemos discutido acerca de la enseñanza del Concilio de Florencia sobre
el bautismo en las secciones previas; pero debido al hecho de que la enseñanza
de Exultate Deo del Concilio de Florencia excluye la posibilidad del
bautismo de deseo y del bautismo de sangre, quiero mostrar claramente que es
infalible y no puede ser contradicha.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de
noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los
sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual,
pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y
habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos
por el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino
de los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua
verdadera y natural”[519].
Es importante señalar que no todo en la bula Exultate Deo (el
Decreto para los armenios) trata de fe y costumbrescostumbres y que debe ser
creída por la Iglesia universal. Esas partes no son necesariamente enseñadas ex
cathedra (desde la Cátedra de Pedro) o infalibles. Pero la cita anterior
trata sin lugar a duda de fe y costumbres, por lo que debe ser creída por la
Iglesia universal y, por lo tanto, es enseñanza ex cathedra. Algunas
personas señalan el hecho de que la Exultate Deo no tiene el mismo
lenguaje solemne de la Cantate Domino del Concilio de Florencia, de la
cual todos están de acuerdo que es infalible. Algunos concluyen, por tanto, que
es posible que la Exultate Deo pudiera no ser infalible en fe y
costumbres. Pero este argumento se refuta fácilmente. La bula Exultate Deo no
sólo fue aprobada por el Papa Eugenio IV e incluida en los decretos del
Concilio, sino que fue obligatoria para los armenios como profesión de fe, como
verdadera doctrina de la religión católica. Esto demuestra que es infalible.
Papa León XIII, Paterna caritas, # 2, 25 de julio de 1888: “Entonces
la constitución del Concilio, Exultate
Deo, fue publicada
por el Papa, en la que él les enseñó todo lo que él consideraba necesario para
el correcto conocimiento de la verdad católica; y por esto, los
legados, en el nombre de su patriarca, y de toda la raza armenia, declararon
que ellos recibieron la constitución con toda sumisión y prontitud a
obedecer, ‘prometiendo en el mismo nombre, como verdaderos hijos de la
obediencia, obedecer lealmente a los mandatos y órdenes de la Sede Apostólica”[520].
Además, la Exultate Deo (el decreto para los armenios) fue
solemnemente confirmada por una serie de otras bulas infalibles en el mismo
Concilio, incluyendo la Cantate Domino.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Cantate Domino”, sesión 11, 4 de febrero de 1442, ex
cathedra: “La Santa Romana Iglesia abraza, aprueba y acepta todos otros
sínodos universales que fueron convocados legítimamente, celebrados y
confirmados por la autoridad de un Romano Pontífice, y especialmente este
santo sínodo de Florencia, en el que, entre otras cosas, se lograron
santísimas uniones con los griegos y los armenios y han sido publicadas muchísimas definiciones saludables con
respecto a cada una de estas uniones, tal como está contenida en la totalidad
de los decretos previamente promulgados, que son los siguientes: Letentur coeli; Exultate Deo…”[521].
En la sesión 13 del Concilio de Florencia, el Papa Eugenio IV promulgó una
otra Bula – sobre unión con los sirios – en la que él de nuevo aprueba
infaliblemente la doctrina contenida en la Exultate Deo (el decreto para
los armenios). La bula termina con el Papa Eugenio IV invocando la ira de Dios
sobre todo el que la contradijere. Aquí está la parte pertinente del texto.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, bula de la unión con los sirios, sesión 13, 30 de noviembre
de 1444: “Eugenio, obispo, siervo de los siervos de Dios, para perpetua
memoria (…) ordenamos y
decretamos que él (el arzobispo Abdala) debe recibir y abrazar, en
el nombre de las personas antedichas, todo lo que ha sido definido y
establecido en varias ocasiones por la santa Iglesia romana, en especial los
decretos sobre los griegos y los armenios (Exultate Deo) y
los jacobitas, los cuales fueron emitidos en el sagrado concilio ecuménico de
Florencia…”[522].
Además, la misma Exultate Deo comienza su sección sobre los
sacramentos – en que se contiene la cita sobre la necesidad del sacramento del
bautismo – con el lenguaje autoritativo que prueba que ella es la enseñanza
infalible de la Iglesia católica.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439: “Eugenio, obispo,
siervo de los siervos de Dios, para perpetua memoria (…) Para la más fácil
doctrina de los mismos armenios, tanto presentes como por venir, reducimos a esta brevísima fórmula la
verdad sobre los sacramentos de la Iglesia”[523].
Por lo tanto, no hay ninguna duda que la enseñanza contenida en la Exultate
Deo, referente a los puntos de fe y costumbres para ser creídos por la
Iglesia universal, es infalible y dogmática. Ella no puede contener error. En
consecuencia, cuando la Exultate Deo define que si no renacemos por el agua y
el Espíritu, como dice la
Verdad, no podemos entrar en el reino de
los cielos, esto excluye toda posibilidad de salvación sin el
bautismo de agua. Lo que es interesante de esta definición en particular es que
no es más que una cita de Juan 3, 5 incorporada en la definición del Concilio.
Más bien, es el Concilio de Florencia enseñando lo mismo que Juan 3, 5, presentándola
en sus propias palabras. Es decir, el Concilio de Florencia define
la doctrina que se encuentra en Juan 3, 5, no sólo citando la
Escritura.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22
de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los
sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual,
pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y
habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por
el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de
los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera
y natural”[524].
Sostener que alguien puede entrar en el reino de los cielos sin haber
renacido de agua y el Espíritu es contradecir esta enseñanza infalible.
Ya he tratado de Juan 3, 5, por lo que ahora acudiré a otros pasajes del
Nuevo Testamento que afirman la necesidad absoluta del sacramento del bautismo
para la salvación.
EL GRAN
MANDATO: MATEO 18 Y MARCOS 16
Mateo 28, 18-20: “Y
acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra; id, pues; enseñad a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado”.
En la última escena registrada en el Evangelio de San Mateo, conocida como
El Gran Mandato – PRECISAMENTE LA ÚLTIMA INSTRUCCIÓN QUE JESUCRISTO DA A LOS
APÓSTOLES ANTES DE SALIR DE ESTE MUNDO – Jesucristo da a sus Apóstoles dos
mandatos: enseñar a todas las naciones y bautizar. Dado que este es el
último mandato de Cristo a sus Apóstoles, estas palabras tienen un significado
especial. Esto debería decir a todos algo sobre la importancia del bautismo. El
sacramento del bautismo está inextricablemente unido, por nuestro Señor
Jesucristo mismo, con el mandato de enseñar la fe cristiana a todas las
naciones. El Evangelio de San Marcos revela la misma verdad en su versión de la
escena de la Ascensión, la última escena de su Evangelio.
Marcos 16, 15-16: “Y les
dijo (Jesús): Id por todo el mundo y predicad
el Evangelio a toda criatura. El que
creyere y fuere bautizado se salvará, más el que no creyere se
condenará”.
Aquí vemos a nuestro Señor Jesucristo mismo diciendo que los que se
bauticen se salvarán, indicando claramente que los que no sean
bautizados no se salvarán. Pero algunos se preguntan, ¿por qué no
dijo nuestro Señor, “él que no creyere y no fuere bautizado será condenado”,
después de decir que el que creyere y fuere bautizado se salvará? La
respuesta es que los que no creyeren no van a recibir el bautismo, por
lo que no es necesario mencionar bautismo de nuevo. Además, nuestro Señor dice
eso mismo (que los que no son bautizados no se salvarán) en Juan 3, 5.
Por tanto vemos que, en el preciso último mandato de nuestro Señor a los
Apóstoles, la noción de creencia y de recibir el bautismo están envueltas; son
una y la misma fórmula que es necesaria para la salvación. Creer y recibir
el sacramento del bautismo son uno y el mismo evento salvífico.
San Francisco
Javier, 31 de diciembre de 1543: “Después de todo esto él [uno de los paganos]
me pidió que le explicase los misterios principales de la religión cristiana,
con la promesa de mantenerlos en secreto. Yo le respondí que no le diría
ninguna palabra sobre ellos a menos que me prometiera antes publicarlos por
todas partes [decirlos a todos] lo que yo debería decirle de la religión de
Jesucristo. Él hizo la promesa, y entonces le expliqué cuidadosamente aquellas
palabras de Jesucristo en que se resume nuestra religión: ‘El que creyere y
fuere bautizado se salvará’ (Marcos 16, 16)”[525].
En Romanos capítulos 5 y 6 encontramos a San Pablo explicando cómo los
hombres han nacido en el estado de pecado original, porque el pecado del primer
hombre, Adán, ha hecho que sus descendientes nazcan desprovistos del estado de
gracia. San Pablo explica además que Cristo nos reconcilia con Dios, nos quita
el pecado original y nos hace miembros de la familia de Dios. En Romanos 6, 2,
San Pablo dice que los cristianos han muerto al pecado. Y en Romanos 6, 3,
San Pablo explica cómo se consigue morir al pecado.
Romanos 6, 3-4: “¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en
Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con Él hemos
sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte”.
En este fuerte lenguaje, San Pablo y la palabra infalible de Dios
identifican el sacramento del bautismo como el medio por cual uno muere al
pecado. También identifican el sacramento del bautismo como el medio por cual
uno es incorporado a Cristo Jesús.
EL CONCILIO DE TRENTO
CONFIRMA ROMANOS 6, 4
Según la declaración infalible de San Pablo en la Sagrada Escritura, la
Iglesia católica ha definido que no hay condenación en quienes son sepultados
juntos con Cristo a la muerte por el sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, del pecado original, sesión V, ex cathedra: “Quien
no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios
(Juan 3, 5) (…) Porque en los renacidos nada odia Dios, porque ‘nada hay de condenación en aquellos
que verdaderamente por el bautismo están sepultados con Cristo para la
muerte’ (Rom. 6, 4)…”[526].
Y aquí hay un otro Concilio regional que, aunque no dogmático, enseña la
misma verdad que la declaración dogmática anterior: a saber, que sólo siendo sepultado
por el sacramento del bautismo a la muerte, se puede esperar la remisión
del pecado, la incorporación a Cristo y la salvación.
San Remigio, obispo
de Lyons, Concilio de Valence III,
855, can. 5: “Igualmente creemos ha de mantenerse firmísimamente que toda la muchedumbre de los fieles,
regenerada ‘por el agua y el Espíritu Santo’ (Juan 3, 5) y por esto incorporada
verdaderamente a la Iglesia y, conforme
a la doctrina evangélica, bautizada en la
muerte de Cristo (Rom. 6, 3), fue lavada de sus pecados en la
sangre del mismo…”[527].
1 Corintios 12, 13:
“Porque también todos nosotros hemos
sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo,
y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo
Espíritu”.
Aquí vemos a San Pablo y la palabra de Dios enseñando vigorosamente que uno
se incorpora al cuerpo de Cristo y al Espíritu Santo por el sacramento
del bautismo.
EL CONCILIO DE TRENTO
CONFIRMA 1 CORINTIOS 12, 13: SI NO HAY BAUTISMO DE AGUA, NO HAY INCORPORACIÓN
AL CUERPO DE CRISTO
Basado en este mismo texto [“Porque hemos sido bautizados en un solo
Espíritu, para constituir un solo cuerpo”], la Iglesia católica enseña
infaliblemente que sólo a través del sacramento del bautismo uno es incorporado
en el cuerpo de la Iglesia.
Papa Julio III, Concilio
de Trento, sobre los sacramentos del bautismo y la penitencia,
sesión 14, cap. 2, ex cathedra: “… como quiera que la Iglesia
en nadie ejerce juicio, que no haya antes entrado en ella misma por la puerta
del bautismo. Porque ¿qué se me da a
mí – dice el Apóstol – de juzgar a
los que están fuera? (1 Cor. 5, 12). Otra
cosa es que los domésticos de la fe, a los que Cristo Señor, por el
lavatorio del bautismo, los hizo una vez ‘miembros de su cuerpo’ (1 Cor.
12, 13)”[528].
Es un dogma, basado en 1 Corintios, que quienes
no han recibido el lavacro del bautismo están “fuera” de la Iglesia; no
son “miembros de su cuerpo”; no son “de los domésticos de la fe”;
y la Iglesia no ejerce “juicio” sobre ellos. Ya he discutido el
significado profundo de esta declaración dogmática en la sección 7 sobre “La
sujeción al Romano Pontífice”, pero la voy a repetir muy brevemente por el bien
del lector. Es de fide que toda criatura humana debe estar sujeta a la
Iglesia para salvarse, puesto que toda criatura humana debe estar sujeta al
Romano Pontífice para salvarse.
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de
noviembre de 1302, ex cathedra:
“Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo
decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para
toda criatura humana”[529].
Y si la anterior definición de Trento sobre 1
Cor. 12, 13 demuestra que nadie puede estar sujeto a la Iglesia sin el bautismo
de agua (como sí hace), esto significa que nadie puede salvarse sin el
bautismo de agua. Todas las personas se someten a la Iglesia (y por
siguiente al Romano Pontífice) sólo por recibir el sacramento del bautismo.
Papa León XIII, Nobilissima, # 3, 8 de febrero de 1884: “La
Iglesia (…) está en consecuencia obligada a vigilar minuciosamente sobre la
enseñanza y educación de los niños puestos bajo su autoridad por el
bautismo…”[530].
GÁLATAS
3 – LA FE ES EL BAUTISMO
En Gálatas 3 encontramos una de las piezas más famosas de la enseñanza de
San Pablo sobre la fe.
En
Gálatas 3, 23, él dice: “Y así, antes de venir la fe…”
En versículo
24, él dice: “… para que fuéramos justificados por la fe…”
En
versículo 25, él dice: “Pero, llegada la fe…”
En versículo 26 él dice:
“Todos, pues, sois hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús”.
Pero, ¿qué quiere decir aquí San Pablo en esta amplia discusión sobre la
“fe”? ¿Qué quiere decir cuando dice, “Todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús”? Probablemente la mayoría de las personas creen
que San Pablo está hablando aquí de creer que Jesús es el Hijo de Dios. Esto,
por supuesto, es indispensable, pero ¡ni siquiera es mencionado por San Pablo!
Por el contrario, San Pablo explica exactamente lo que él quiere decir con “la
fe en Cristo Jesús” – con toda naturalidad en el flujo de su epístola – en el
siguiente versículo (versículo 27).
Gálatas 3, 27: “Porque cuantos en
Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya
judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois
uno en Cristo, Jesús”.
Este capítulo muy interesante de la Escritura debería dar un mensaje a los
protestantes y católicos por igual. San Pablo y la palabra de Dios enseñan
claramente lo que ha sostenido en la Iglesia católica por 2000 años: que es por
medio del sacramento del bautismo que se recibe fe. Es por eso que el
sacramento del bautismo ha sido llamado desde los tiempos apostólicos, “el
sacramento de la fe”, como ya fue mencionado en la sección sobre “La única
Iglesia de los fieles”. Y es por eso que sólo a los bautizados en agua son
llamados los fieles.
San Ambrosio,
(siglo IV) obispo y Doctor de la Iglesia: “... porque en el cristiano lo que viene primero es la fe. Y en por
esta razón que en Roma los que han sido bautizados son llamados fieles (fideles)
(…) ello fue porque creísteis que recibisteis el bautismo”[531].
San Agustín (405): “Es por eso que [en el bautismo] se responde lo que el
párvulo cree, a pesar que no tiene todavía conciencia de la fe. Se responde
que él tiene la fe por causa del sacramento de la fe (el bautismo)”[532].
San Agustín (405):
“Aunque el párvulo no tiene aún esa fe que reside en la voluntad de los
creyentes, el sacramento de esa misma fe ya lo convierte en uno de los
fieles. Ya que se responde por
lo que ellos creen, son llamados fieles no por un asentimiento de la mente a
la cosa misma [la fe], sino por su recepción del sacramento de la cosa misma
[la fe]”[533].
Por consiguiente, lo que San Pablo nos enseña en Gálatas 3 es que el
sacramento del bautismo es la plena certidumbre (garantía) de la fe en Cristo
Jesús, porque si el bautismo no tienes la fe y no estás entre los fieles.
EL CONCILIO DE TRENTO CONFIRMA GÁLATAS 3: QUE LA FE ES EL BAUTISMO
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 7 sobre la justificación, ex cathedra: “…
la causa instrumental [de la
justificación], [es] el sacramento del bautismo, que es el ‘sacramento de la
fe’, sin la cual a nadie se le
concedió la justificación (…) Esta fe, por tradición apostólica, la piden
los catecúmenos a la Iglesia antes del bautismo al pedir la fe y la vida
eterna…”[534].
TITO 3, 5 – EL BAUTISMO NOS SALVA
En Tito 3, 5 encontramos uno de los pasajes más fuertes de la Sagrada
Escritura sobre la necesidad del sacramento del bautismo.
Tito 3, 5: “No por las obras justas que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el lavatorio de la regeneración y renovación del
Espíritu Santo”.
Aquí, San Pablo y la palabra infalible de Dios nos dicen que ¡el lavatorio
de la regeneración (el sacramento del bautismo) nos salva! Esto significa que
el agua (el lavatorio) y el Espíritu (la renovación del Espíritu Santo) en el
sacramento del bautismo es el medio por cual somos justificados y
salvados.
Lo que es muy interesante de este pasaje es que la palabra de Dios nos dice
que no es “por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho”
que somos salvados. En otras palabras, no es por nuestro deseo o nuestra
sangre o nuestra contrición que nos salvamos, sino por el mismo
sacramento que Cristo instituyó (el baño de la regeneración y renovación del
Espíritu Santo).
EL CUARTO CONCILIO DE LETRÁN DEFINE LA VERDAD DE TITO 3,
5
Papa Inocencio III,
Cuarto Concilio de Letrán, ex cathedra: “En cambio, el sacramento del bautismo (que se consagra en el agua por
la invocación de Dios y de la indivisa Trinidad, es decir, del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo) aprovecha para la salvación, tanto a los niños como a
los adultos fuere quienquiera el que lo confiera debidamente en la
forma de la Iglesia”[535].
San Agustín (412):
“Es una cosa excelente que los cristianos púnicos llaman al bautismo mismo
nada menos que salvación (…)
¿De dónde se deriva esto, sino de una antigua y, como supongo, tradición
apostólica…?”[536].
San Fulgencio
(512): “Porque él es salvado por el
sacramento del bautismo…”[537].
EFESIOS
4, 5: Un Espíritu – Un Cuerpo – Una Fe – Un Señor – Un
Bautismo
Efesios 4, 4-6: “Solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante
el vínculo de la paz. Sólo hay un cuerpo y un espíritu, como también habéis
sido llamados con una misma esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor,
una fe, un bautismo, un Dios y Padre de
todos…”.
Aquí San Pablo (en la palabra infalible de Dios) describe la unidad en la
Iglesia de Jesucristo. Y vea la lista que él da: un Señor, una fe, un Dios,
un Padre. Y situado entre “Señor” y “fe” y “Dios” y “Padre” está el bautismo.
Esto nos dice que San Pablo ve el bautismo como cargado de importancia;
de hecho, ya que tiene una importancia en términos de la unidad del cuerpo de Cristo
equivalente a las cosas que nadie puede discutir: un Señor, una fe, un Dios.
Esto es porque es a través del bautismo que nos unimos a Dios y al cuerpo de la
Iglesia. Negar que los miembros del cuerpo de Cristo tienen este único bautismo
es equivalente a negar que tienen un Señor y una fe.
San Jerónimo (386):
“El Señor es uno y Dios es uno (…) Además se dice que la fe es una (…) Y hay un solo bautismo, porque
es en una y la misma forma en que somos bautizados en el Padre y en el
Hijo y en el Espíritu Santo”[538].
Lo interesante de esta cita de San Jerónimo es que él hace notar que el
“único bautismo” compartido por todos en la Iglesia (según Efesios 4, 5) no es
simplemente uno en términos del número de bautismos, sino que es “uno” en
relación a la manera en que todos han sido bautizados: todos han sido
bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el
sacramento.
Y tan esencial e inextricablemente ligado a la fe cristiana es la necesidad
del sacramento del bautismo que San Afraates, el más antiguo de los Padres de
Siria, escribió en 336:
“Esta, entonces, es la fe: que el hombre cree en Dios (…) en su Espíritu
(…) en su Cristo (…) También, que el hombre cree en la resurrección de la
muerte, y, además, cree en el
sacramento del bautismo. Esta es la creencia de la Iglesia de Dios”[539].
EL CONCILIO DE VIENNE CONFIRMA LA VERDAD DE EFESIOS 4, 5
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, decreto # 30,
1311-1312, ex cathedra: “… una Iglesia universal, fuera de la cual no
hay salvación, puesto que para
todos ellos hay un solo Señor, una fe, un
bautismo…”[540].
Papa Clemente V, Concilio
de Vienne, 1311-1312, ex cathedra: “Además ha de ser por todos fielmente confesado un
bautismo único que regenera a todos los bautizados en Cristo, como ha
de confesarse ‘un solo Dios y una fe única’ (Ef. 4, 5); bautismo que, celebrado
en agua en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, creemos
ser comúnmente, tanto para los niños como para los adultos, perfecto remedio de
salvación”[541].
Vemos que todos los que son parte de la Iglesia católica tienen el único
bautismo de agua.
HECHOS
2 Y EL PRIMER SERMÓN PAPAL
En Hechos capítulo 2 nos encontramos con la escena de Pentecostés, el
nacimiento de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Y allí encontramos registrados muchos sucesos extraordinarios,
incluyendo el primer sermón en la Iglesia del Nuevo Testamento por el primer
Papa, San Pedro.
Hechos 2, 37-38: “Al oírle, se sintieron compungidos de corazón y dijeron a
Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les
contestó: Arrepentíos, y bautizaos en
el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el
don del Espíritu Santo”.
Aquí vemos la palabra de Dios y al primer Papa precisamente en el primer
sermón en la Iglesia católica enseñando la necesidad del sacramento del
bautismo para la remisión de los pecados.
EL CREDO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO CONFIRMA HECHOS 2
Conforme a esta declaración infalible de la palabra de Dios, de que se debe
recibir el sacramento del bautismo para la remisión de los pecados, la Iglesia
católica ha definido que existe un solo bautismo para la remisión de pecados.
Credo
Niceno-Constantinopolitano, ex cathedra: “Confieso que hay un solo
bautismo para el perdón de los pecados”[542].
HECHOS 16 – EL CARCELERO Y SU CASA
ENTERA SON BAUTIZADOS INMEDIATAMENTE
Hechos 16, 26-33: “De repente se produjo un gran terremoto, hasta
conmoverse los cimientos de la cárcel, y al instante se abrieron las puertas y
se soltaron los grillos. Despertó el carcelero, y viendo abiertas las puertas
de la cárcel, sacó la espada con intención de darse muerte, creyendo que se
hubiesen escapado los presos. Pero Pablo gritó en alta voz, diciendo: ‘No te
hagas ningún mal, que todos estamos aquí’; y pidiendo una luz, se precipitó
dentro, arrojándose tembloroso a los pies de Pablo y de Silas. Luego los sacó
fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos le
dijeron: Cree en el Señor Jesús y serás salvo tú y tu casa. Le
expusieron la palabra de Dios a él y a todos los de su casa; y en aquella hora
de la noche los tomó, les lavó las heridas, y en seguida se bautizó él
con todos los suyos”.
Lo interesante de este capítulo es lo que decidió
incluir San Lucas, el autor de los Hechos de los Apóstoles. Al dar cuenta de
que el carcelero se convirtió milagrosamente después del terremoto en la
prisión, San Lucas relata sólo los detalles más breves – las partes más
necesarias de la historia. San Lucas registra que el carcelero preguntó a Pablo
y Silas lo que debía hacer para ser salvo.
San Lucas registra su muy breve respuesta: “Cree en el Señor Jesús, y serás
salvo tú, y tu casa”. Pero nótese que San Lucas, antes de pasar a otro tema, se
asegura mencionar que el carcelero y toda su casa fueron bautizados
inmediatamente. Esto nos muestra una vez más que recibir bautismo es
necesario para la salvación de todos. El hecho de que el carcelero y su familia
hayan sido bautizados inmediatamente fue un detalle que San Lucas consideró
fundamental incluir en la historia sobre las cosas esenciales que el carcelero
y su familia tuvieron que hacer para ser salvos.
1 PEDRO
3, 20-21 – EL BAUTISMO DE AGUA Y EL ARCA
1 Pedro 3, 20-21: “… cuando en los
días de Noé los esperaba la paciencia de Dios, mientras se fabricaba el arca,
en la cual pocos, esto es, ocho personas, se salvaron por el agua. Esta os
salva ahora a vosotros, como antitipo, en el bautismo…”.
Este es también uno de los pasajes más fuertes de toda la Sagrada Escritura
sobre la necesidad del sacramento del bautismo. Nótese aquí la fuerza de la
aseveración de San Pedro. El bautismo ahora os salva. Y él
habla del bautismo de agua (el sacramento), por supuesto, porque ¡establece una
analogía entre las aguas bautismales y las aguas del diluvio! San Pedro
compara recibir el sacramento del bautismo de agua con estar en la arca de Noé.
Como nadie escapó de la muerte física fuera de la arca de Noé durante el
diluvio (solamente ocho personas sobrevivieron al diluvio por estar aseguradas
firmemente en la arca), ¡del mismo modo ahora nadie evita la muerte espiritual
o se salva del pecado original sin el sacramento del bautismo!
EL PAPA BONIFACIO VIII CONFIRMA LA CONEXIÓN DE
LA IGLESIA CON 1 PEDRO 3 Y EL ARCA, EL BAUTISMO DE AGUA, Y EL DILUVIO
Como dice San Pedro en 1 Pedro 3, 20-21, que en los días de Noé ocho almas
se salvaron del agua por entrar en el arca, ahora, el sacramento del bautismo,
siendo de la misma forma (es decir, de agua) nos salva también;
del mismo modo lo ha hecho la Iglesia católica al definir como un dogma que
entrar en la Iglesia es tan necesario para la salvación como necesario fue
haber estado en la arca para salvarse de la muerte. Y la única manera de
entrar a la Iglesia es por el bautismo de agua.
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex
cathedra: “… un solo cuerpo
místico (…) hay ‘un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo’
(Ef. 4, 5). Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio,
la cual prefiguraba a la única Iglesia (…) y fuera de ella
leemos haber sido borrado todo cuanto existía sobre la tierra (…) y a
este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los
sacramentos y la caridad de la Iglesia”[543].
Nótese cómo el Papa Bonifacio VIII define la unidad de la Iglesia como
unidad de “los sacramentos”, lo cual significa que nadie puede estar dentro de
la Iglesia sin haber recibido por lo menos el primero de los sacramentos: el
bautismo.
San Máximo el
Confesor (620): “El diluvio de aquellos días fue, como digo, una figura del
bautismo. Porque eso fue entonces prefigurado por lo que se cumple ahora;
esto es, al igual que cuando las fuentes de agua se desbordaron, la iniquidad
fue puesta en peligro, y reinó la justicia: el pecado fue arrastrado al abismo,
y la santidad elevada al cielo. Entonces, como ya he dicho, eso fue prefigurado
con lo que ahora se cumple en la Iglesia de Cristo. Porque así como Noé se
salvó en la arca, mientras la iniquidad de los hombres se ahogaba en el
diluvio, así por los aguas del bautismo la Iglesia es llevada al cielo…”[544].
22. Otras consideraciones de la Escritura
Además de la enseñanza infalible del magisterio católico, hay algunas otras
cosas de la Sagrada Escritura que son interesantes tener en consideración en lo
que respecta al tema que nos ocupa.
EL BAUTISMO DE DIOS
Al final de la Misa de rito romano se recita el último Evangelio. Estas
profundas palabras que se encuentran en el primer capítulo del Evangelio de San
Juan son muy poderosas, que sorprenden al lector por la profundidad de su
sabiduría y sentido. Es en esas mismas palabras que encontramos un estimulante
argumento contra el bautismo de deseo:
Juan 1, 12-13: “Mas a cuantos le
recibieron les dio el poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen
en su nombre; QUE NO DE LA SANGRE, NI
DE LA VOLUNTAD DE LA CARNE, NI DE LA VOLUNTAD DEL HOMBRE, SINO DE DIOS, SON
NACIDOS”.
El contexto del
pasaje trata de cómo “llegar a ser los hijos de Dios”, lo que San Pablo llama
“hijos de adopción” (Rom. 8, 15). Esto es el término teológico y bíblico de la
justificación, el estado de gracia santificante (Trento, sesión 6, cap.
4)[545]. El
término significa la transición de ser hijo de Adán (el estado de pecado
original) para convertirse en hijo de Dios por adopción (el estado de gracia
santificante). El Papa San León Magno, de hecho, confirma que este pasaje del Evangelio
de San Juan habla acerca de la conversión en un hijo de Dios por el sacramento
del bautismo.
Papa San León Magno, Sermón 63: De la Pasión (460 d.C.): “… desde el nacimiento del bautismo
una multitud interminable nace a Dios, de quien se dice: Los
cuales son nacidos, no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la
voluntad del hombre, sino de Dios (Jn. 1, 15)”[546].
Así es como Dios, a
través de San Juan, describe el “renacimiento” del hombre al estado de gracia
en el bautismo, ¡Él habla de los que nacen, “NO DE LA SANGRE, NI DE LA VOLUNTAD DE LA CARNE, NI
DE LA VOLUNTAD DEL HOMBRE, SINO DE DIOS”! La “voluntad de la
carne” es el deseo. La “voluntad del hombre” es el deseo. “La sangre” es la
sangre. En mi opinión, lo que Dios nos dice en este versículo es que para
llegar a ser un hijo de Dios – para ser justificado – no es suficiente haber
renacido de sangre o de deseo (es decir, el bautismo de sangre o de deseo). Se
debe nacer de nuevo de Dios. La única manera de nacer de nuevo de Dios es ser
bautizado con agua en el nombre de Dios: en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo (Mat. 28, 19).
JUAN 3, 5 vs JUAN 6, 54
Algunos escritores han tratado de refutar una interpretación literal de
Juan 3, 5 apelando a las palabras de nuestro Señor en Juan 6, 54: “En
verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Ellos argumentan que el
lenguaje en este versículo es el mismo que en Juan 3, 5, y sin embargo la Iglesia
no entiende Juan 6, 54 literalmente – porque los infantes no necesitan recibir
la Eucaristía para salvarse. Pero el argumento falla porque los defensores de
este argumento han omitido una diferencia crucial en la redacción de estos dos
versículos.
Juan 6, 54: “En verdad, en verdad
os digo que, SI NO coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros”.
Juan 3, 5: “En verdad, en verdad te digo que QUIEN NO renaciere del
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos”.
Nuestro Señor Jesucristo, cuando habla sobre la necesidad de recibir la
Eucaristía en Juan 6, 54, no dice: “quien
no comiere la carne del Hijo de hombre…”. Él dice: “Si no…”. Sus palabras, por lo tanto, están
claramente destinadas a las personas a quienes Él les estaba hablando, no a
todo hombre. Puesto que las personas a quienes Él les hablaba eventualmente
podían recibir la Eucaristía, ellos tenían que hacerlo para ser salvos. Esto se
aplica a todos los que puedan recibir la Eucaristía, eso es, a todos los que
oyen ese mandato y pueden cumplirlo, que es lo que enseña la Iglesia. Pero en
Juan 3, 5, nuestro Señor habla inequívocamente de cada hombre. Es por eso
que la enseñanza del magisterio de la Iglesia católica, en todos los casos
en que se ha ocupado de Juan 3, 5, ella lo ha entendido según está escrito.
La diferencia en la redacción de estos dos versículos en realidad muestra
la inspiración sobrenatural de la Biblia y la absoluta necesidad del bautismo
de agua para cada hombre.
23. Toda verdadera justicia y las causas de la
justificación
TODA VERDADERA JUSTIFICACIÓN SE
ENCUENTRA EN LOS SACRAMENTOS
En el prólogo a la sesión 7 del decreto del Concilio de Trento sobre los
sacramentos hay una declaración muy importante.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7, prólogo, ex
cathedra: “Para completar la saludable doctrina de la justificación (…) ha
parecido oportuno tratar de los
sacramentos santísimos de la Iglesia, por la que toda verdadera justicia o
empieza, o empezada se aumenta, o perdida se repara”[547].
El Concilio de Trento define aquí que toda verdadera justicia (la gracia
santificante) o empieza o se aumenta o se repara por los sacramentos. Repito,
toda verdadera justicia o empieza o se aumenta o se repara por los sacramentos.
Esto significa que toda verdadera justicia debe ser al menos por una de
las tres: empezada por los sacramentos, aumentada por los sacramentos o restaurada
por los sacramentos. ¡Pero la teoría del bautismo de deseo es que algunas
personas pueden tener una verdadera justicia (la gracia santificante) por
ninguna de las tres anteriores! Ellos argumentan que algunas personas pueden
tener la justicia verdadera que: 1) no empieza por los sacramentos, sino antes;
y también 2) no se aumenta por los sacramentos (porque la persona muere antes
de recibir los sacramentos); y 3) no se restaura por los sacramentos (por la
misma razón que en 2). Por lo tanto, la teoría del “bautismo de deseo” propone
una verdadera justicia que ni empieza, ni se aumenta, ni se restaura por los
sacramentos. Pero tal idea es contraria a la enseñanza de Trento citada arriba,
y, por siguiente, tal “verdadera justicia” que ellos proponen no puede ser
la verdadera justicia. Esto demuestra una vez más que el bautismo de deseo
no es una verdadera enseñanza, sino una falsa enseñanza llena de
contradicciones contra las verdades infalibles como la anterior.
San Ambrosio (390):
“… cuando el Señor Jesucristo estaba a punto de darnos la forma del bautismo,
Él vino a Juan, y Juan le dijo a Él: Yo debería ser bautizado por ti, ¿y tú
vienes a mí? Y Jesús le respondió diciendo: Dejad que sea así por ahora. Porque
así conviene que cumplamos toda justicia (Mat. 3, 14-15). Ved como toda justicia se basa sobre el
bautismo”[548].
LAS CAUSAS INSTRUMENTALES Y EFICACES
DE LA JUSTIFICACIÓN
Hemos visto cómo el Concilio de Trento define que el sacramento del
bautismo es necesario para la salvación. Hemos visto cómo, en cada caso
individual (es decir, en cuatro), el Concilio de Trento declara infaliblemente
que Juan 3, 5 se aplica literalmente y a cada hombre. Hemos visto cómo incluso
el pasaje que los defensores del bautismo de deseo creen erróneamente favorece
su posición (sesión 6, cap. 4), en realidad excluye el bautismo de deseo al
declarar que Juan 3, 5 debe ser entendido según está escrito. Ahora voy
a hablar brevemente de otros dos puntos de este venerable Concilio.
En la sesión 6, cap. 7, el Concilio de Trento define cuáles son las causas
de la justificación en los impíos. La justificación es el término empleado para
el estado de gracia santificante. Si el deseo o la sangre fueran una causa de
la justificación, como argumentan los defensores del bautismo de deseo,
entonces se podría pensar que ellos deberían ser mencionados en el capítulo
sobre las causas de la justificación, ¿no? ¿Por qué no se menciona a
ninguno de los dos en capítulo 7 sobre las causas de la justificación?
Lo que sí encontramos, es que se menciona que el sacramento del
bautismo es la causa instrumental de la justificación.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6, Cap. 7, ex cathedra:
“… la [causa] instrumental [de la
justificación], el sacramento del bautismo, que es el ‘sacramento de la
fe’, sin la cual a nadie se le concedió la justificación…”[549].
En este capítulo, el Concilio de Trento enumera en total 5 causas de la
justificación, cuatro de las cuales es Dios o los atributos de Dios, y una (el
instrumento de esa justicia) es el sacramento del bautismo.
Si hubiera excepciones a la verdad de que el sacramento del bautismo es la
causa de justificación en los impíos, como afirman los defensores del bautismo
de deseo, entonces las excepciones habrían sido incluidas por el Concilio, al
igual que el Concilio declaró específicamente en su decreto sobre el pecado
original que María no fue incluida en su definición sobre el pecado original.
Concilio de Trento, sesión 5, # 6: “Declara, sin embargo, este mismo santo
Concilio que no es intención suya
comprender en este decreto, en que se trata del pecado original a la
bienaventurada e inmaculada Virgen María”[550].
La Virgen María es también excluida en de la sesión 6 de Trento por el
contexto, porque el decreto completo en la sesión 6 trata de la justificación
del impío/pecador. El contexto de los “impíos”, por lo tanto, no incluye
a María ya que ella nunca fue impía – siempre estuvo en un estado de
santificación perfecta. Pero el punto es que el Concilio tenía que especificar
que María no fue incluida en su definición sobre el pecado original
en la sesión 5 y así lo hizo, lo que demuestra de que si hay algunas
excepciones a una declaración dogmática ellas siempre serán mencionadas en el
decreto; porque una declaración infalible no puede declarar lo que es falso.
Además, véase lo que dice el Concilio de Trento sobre la causa eficiente de
la justificación en los impíos.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 6, cap. 7, ex cathedra:
“la [causa] eficiente [de la
justificación es], Dios misericordioso, que gratuitamente ‘lava y
santifica’ (1 Cor. 6, 11), ‘sellando
y ungiendo con el Espíritu Santo’…”[551].
Esto es muy interesante. Trento define aquí que
la causa eficiente de la justificación en los impíos es Dios que lava y
santifica, sellando y ungiendo. Nótese el término sellando. Este término (sellando)
es una clara referencia al carácter o marca del sacramento del bautismo; porque
el “sello” del bautismo viene solamente con el sacramento del bautismo, como
todos admiten. Cito nuevamente al P. Laisney de la FSSPX.
P. Laisney, ¿Es
el Feeneyismo Católico?, p. 9: “El bautismo de deseo no es un sacramento;
(…) no produce el carácter sacramental”.
Por consiguiente, si Trento define que la causa eficiente de la
justificación es Dios que sella, esto significa que la causa eficiente
de la justificación es Dios que nos sella en el sacramento del bautismo. Y no
se puede tener el efecto (la justificación) sin la causa (Dios
sellando en el sacramento del bautismo).
Otro aspecto muy importante de este tema es la Profesión de Fe Dogmática
publicada por el Concilio de Trento y por el Concilio Vaticano I. Ambos
Concilios declararon infaliblemente que el sistema sacramental en su conjunto
es necesario para la salvación, y esta verdad debe ser profesada y creída por
todos los católicos y conversos.
Papa Pío IV, Iniunctum nobis, 13
de noviembre de 1565, ex cathedra: “Profeso también que hay siete verdaderos y propios sacramentos
de la Nueva Ley, instituidos por Jesucristo Señor nuestro y necesarios,
aunque no todos para cada uno, para la salvación del género humano…”[552].
Nótese que el Papa Pío IV en la Profesión de Fe Iniunctum nobis del Concilio de Trento, declara que “los
sacramentos” como tales (es decir, el sistema sacramental en su conjunto)
son necesarios para la salvación del hombre, pero añade que no todos son
necesarios para cada individuo. Esto es muy interesante y prueba dos puntos:
1) Ello demuestra que todo hombre debe recibir por lo menos un
sacramento para ser salvo; de lo contrario, no se podría decir que “los
sacramentos” como tales (es decir, el sistema sacramental) son necesarios para
la salvación. Por lo tanto, esta definición (además de las otras) muestra
que cada hombre debe al menos recibir el sacramento del bautismo para ser
salvo.
2) Nótese que el Concilio de Trento (y el Vaticano I, en seguida abajo)
puso un énfasis especial al definir esta verdad al destacar que ¡cada
persona no necesita recibir todos los sacramentos para ser salvo! ¡Esto
demuestra que donde las excepciones o clarificaciones son necesarias en la
definición de las verdades, los Concilios las incluirán! Por siguiente, si
algunos hombres pudieran ser salvos sin “los sacramentos” por el “bautismo de
deseo” entonces el Concilio podría y habría simplemente dicho aquello.
Pero nada fue enseñado en estas profesiones de fe dogmáticas acerca de la
posible salvación sin los sacramentos. Al contrario, fue definida la verdad de
que los sacramentos son necesarios para la salvación, con la necesaria y
correcta cualificación de que no son necesarios todos los 7 sacramentos
para cada persona.
El Primer Concilio Vaticano repitió la misma profesión de fe, que es un
dogma. En el Vaticano I se hizo esta profesión en la primera declaración sobre
la fe.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 2, Profesión de Fe, ex
cathedra: “Profeso también que hay
siete sacramentos de la nueva ley, verdadera y propiamente llamados así,
instituidos por nuestro Señor Jesucristo y necesarios para la salvación, aunque
cada persona no necesita recibirlos todos”[553].
Por muy arduamente que alguno se esfuerce en evitarlo, el “bautismo de
deseo” es incompatible con esta verdad, una verdad que debe ser profesada y
creída por los católicos y por los conversos de la herejía. De hecho, este
dogma destruye la teoría del bautismo de deseo.
P. Francois Laisney
(Creyente en el bautismo de deseo), ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 9:
“El bautismo de deseo no es un sacramento (…) no produce el carácter
sacramental”.
En este estudio sobre el dogma fuera
la Iglesia católica no hay salvación y la necesidad del sacramento del
bautismo, no podíamos omitir una sección sobre las vidas increíbles de dos de
los más ilustres misioneros en la historia de la Iglesia, San Isaac Jogues
(misionero del siglo XVII a los salvajes de Norteamérica) y San Francisco Javier
(misionero del siglo XVI en el lejano Oriente). Los padecimientos de San Isaac
Jogues para llevar el Evangelio a los salvajes Norteamericanos, y el increíble
éxito de San Francisco Javier para llevar el Evangelio a la India, Japón y las
localidades cercanas, son simplemente maravillosos. Pero lo que es más evidente
sobre las vidas de ambos es que los animaban exactamente los mismos
sentimientos y creencias en relación a los salvajes a quienes se dirigieron.
Ambos estaban absolutamente convencidos de que todos los hombres y mujeres
salvajes sin excepción que morían sin el conocimiento de Jesucristo no se
salvarían y se perderían eternamente. Es, de hecho, imposible para una persona
sincera leer las vidas de estos misioneros y seguir creyendo en la idea de la
salvación para los “ignorantes invencibles”, simplemente porque sus vidas
ilustran más profundamente la enseñanza innegable de toda la tradición
católica, esto es, que se pierden todas las almas que mueren ignorantes del
Evangelio y de los misterios principales de la fe católica (la Trinidad y la
Encarnación). Cualquier idea de que estas almas podrían salvarse ignorantes de
Cristo era un mundo ajeno al de ellos, una visión pervertida y corrompida del
mundo sobrenatural. Si ellos hubieran creído en la “ignorancia invencible”
nunca habrían hecho lo que hicieron.
En sus vidas también encontramos sucesos notables relacionados con personas
que recibieron el sacramento del bautismo, sucesos que demuestran una vez más
la verdad del dogma recibido del mismo Jesucristo: Quien no renaciere de
agua y el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3, 5).
Ahora veremos algunos sucesos y citas de sus vidas.
SAN ISAAC JOGUES CONTRA
LA IGNORANCIA INVENCIBLE
San Isaac Jogues y sus compañeros predicaron el Evangelio a los más
salvajes de los paganos de América del Norte en las áreas de Canadá y Nueva
York. Al intentar llevar el Evangelio (la fe católica) a este tipo de paganos,
San Isaac Jogues y sus compañeros enfrentaron increíbles dificultades y se
arriesgaron a ser capturados y sufrir inconcebibles torturas de manos de los
salvajes. Y esto es exactamente lo que ocurrió cuando San Isaac Jogues, San
Rene Goupil y sus compañeros fueron capturados por los salvajes iroqueses en un
viaje misionero en 1642:
Vida de
San Isaac Jogues, pp. 219, 221: “Los verdugos escogieron a Rene Goupil como la siguiente víctima. Ellos
le aserraron el pulgar de su mano derecha con una concha de ostra. Salió tanta
sangre a borbotones que ellos temieron que moriría [ellos querían torturarlo
más o cobrar un rescate] (…) Entonces pasaron a torturar a Couture (…) Lo pincharon con punzones y
estacas puntiagudas, trincharon retazos de su carne, lo quemaron con antorchas
y hierros incandescentes, hasta que se cayó sin vida bajo sus crueldades (…) Uno de ellos descubrió [después]
que dos dedos de Couture habían quedado intactos (…) Llenos de rabia (…)
comenzaron a serrar el índice de su mano derecha con el filo serrado de una
concha. Él presionó con toda su fuerza sobre la carne y la rasgó, pero
no pudo cortar los tendones (…) Frenético,
agarró el dedo y lo torció hasta que lo arrancó, arrastrando con él un tendón
tan largo como la palma de la mano”[554].
Pero, ¿por qué San Isaac Jogues y sus compañeros se sintieron obligados a
someterse a la posibilidad de caer en las manos de estos salvajes? ¿Cuál era el
propósito? La respuesta es que sabían que no había tal cosa como la “salvación
por la ignorancia invencible”. Ellos sabían que si estos salvajes no llegasen a
saber de Jesucristo y de la Trinidad (la fe católica) y ser bautizados, ellos,
sin lugar a duda, se perderían eternamente.
Vida de
San Isaac Jogues, p. 197: “Ellos tomaron a Ondessonk [San Isaac Jogues] y lo golpearon con furia
loca, con garrotes y mosquetes, en la cabeza y los hombros, hasta que se
desplomó por tierra. Lo patearon y saltaron sobre él hasta que quedó
inconsciente. Los cuatro iroqueses lo dejaron, pero otros siguieron la venganza
sanguinaria. Dos jóvenes, agarraron sus brazos y apretaron sus uñas de sus
dedos índices con sus dientes. Tiraron y tiraron hasta que le sacaron las
uñas de sus órbitas. Pusieron cada uno
de sus dedos en sus bocas y los molieron y trituraron con los dientes hasta que
los dedos se convirtieron en una jalea de sangre y carne y astillas de hueso”[555].
San Isaac Jogues y sus compañeros fueron sometidos a muchas otras cosas,
incluyendo el frío alucinante:
San Isaac Jogues: “De
verdad, bajo la influencia de ese terrible odio de los salvajes, yo sufrí de
frío más de lo que se pueda decir, desde el desprecio de los más bajos de
ellos, desde la furia enfermiza de las mujeres (…) También tuve que soportar
mucha hambre. Porque casi toda la carne de venado, y lo que ellos cazaban
apenas lo comían, lo ofrecían en sacrificio a los demonios, y pasé muchos días
sin comer (…) Sufrí de mucho frío, en medio de la nieve profunda, sin
nada para vestirme excepto una capa corta y raída (…) Si bien que ellos
tenían pieles de venado en abundancia, muchas de las que no usaban, no me daban
ninguna. A veces, por una noche extremadamente amarga, tiritando del frío, yo
cogí secretamente una las pieles; tan pronto ellos lo descubrieron, se
levantaron y me las quitaron. Eso muestra cuán terrible odio me tenían (…)
Mi piel se partía por el frío, por todo el cuerpo, y me causaba un dolor
intenso”[556].
Sin embargo, después de todo esto, ¡San Isaac Jogues todavía se rehusaba
escapar de estos salvajes en la primera oportunidad que se le presentaba!
Él quería quedarse y bautizar a los niños que se estaban muriendo, e instruir y
bautizar a los adultos paganos que escucharen. ¿Por qué? Si él hubiera
abandonado a esa gente, ciertamente quienes fueran sinceros se salvarían por
ser ignorantes “sin culpa propia”, ¿no? Al fin y al cabo, no habrían
sido culpables si Isaac Jogues hubiera dicho que no podía aguantar por más
tiempo. ¡No! San Isaac sabía que no había salvación para ellos sin el bautismo
de la Iglesia y el conocimiento de la fe católica. La siguiente cita es una de
las más interesantes en contra de la herética idea de la salvación para los
“ignorantes invencibles”.
San Isaac Jogues:
“Aunque, con toda probabilidad, yo pudiera escapar [de los iroqueses] o por los
europeos o por los otros salvajes que vivían a nuestro alrededor, si bien lo
deseaba, me decidí a vivir en esta cruz en la que nuestro Señor me había puesto
en la compañía de Él, y morir con la ayuda de su gracia (…) ¿Quién habría
podido instruir a los prisioneros que traían constantemente? ¿Quién habría
podido bautizarles cuando estaban muriendo, y fortalecerlos en sus tormentos?
¿Quién habría podido verter sobre las cabezas de los niños las aguas sagradas?
¿Quién habría podido ocuparse de la salvación de los adultos moribundos, y
después de la instrucción de los que estaban bien de salud? De hecho, yo
creo que aquello sucedió no sin una providencia singular de la divina bondad,
que yo cayese en manos de estos mismos salvajes (…) Estos salvajes, lo debo
confesar, a regañadientes y de mala gana me han perdonado la vida hasta ahora,
por la voluntad de Dios, para que así, a través mío, aunque indigno, ellos
pudieran ser instruidos, pudieran creer, y ser bautizados, ya que muchos de
ellos están predestinados para la vida eterna”[557].
¿Podría alguna declaración de un santo refutar mejor la herejía de la
salvación para los “ignorantes invencibles”? San Isaac sabía que los paganos
que no llegasen a conocer la fe católica y ser bautizados simplemente no
estaban predestinados para la vida eterna.
Romanos 8, 29-30: “Porque a los que de antes conoció, a esos
los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste
sea el primogénito entre muchos hermanos; y
a los que predestinó, a esos también llamó; y a los que llamó, a esos
los justificó; y a los que justificó, a esos también los glorificó”.
Como católicos, por supuesto, no creemos como el hereje Juan Calvino, que
sostenía una predestinación según la cual no importa lo que uno haga si está
predestinado o al cielo o al infierno. Esa es una herejía malvada. Al
contrario, como católicos creemos en la verdadera comprensión de la
predestinación, como es expresada por San Isaac Jogues y Romanos 8. Esta
verdadera comprensión de la predestinación significa simplemente que la
presciencia de Dios desde toda eternidad se asegura que los que son de buena
voluntad y son sinceros serán traídos a la fe católica y llegarán a conocer lo
que deben – y que todos que no son traídos a la fe católica y no conocen lo que
deben simplemente no se encuentran entre los elegidos.
Hay otra interesante historia en la vida de Jogues que confirma esto.
Después de mucho éxito en convertir a gentes de varios lugares, él y sus
compañeros comenzaron a ser excluidos de todos los pueblos de un sector
determinado de los salvajes paganos. El diablo había convencido a los salvajes
paganos de esa zona – y la idea se había propagado – de que la presencia de los
misioneros era la razón por la que había hambre y enfermedad entre ellos. Así,
habiendo sido totalmente rechazados y excluidos de todas las cabañas de la
zona, y helándose del frío y muriéndose por un lugar para descansar y
calentarse; esto es lo que cuenta la historia:
Vida de
San Isaac Jogues, pp. 145-146: “… andando de un lugar a otro, y en todas partes nos encontrábamos con
golpes y amenazas y odio, Jogues y Garnier llegaron a un pequeño grupo de
cabañas en el corazón de las colinas. Ambos estaban agotados por la terrible
exposición al frío y por la carencia de comida. Ellos se vieron obligados a
entrar a una de las cabañas y fueron recibidos a regañadientes. Jogues se
sentía enfermo y con fiebre por todo el cuerpo. Él no podía moverse de su
lecho. Entonces llegó un mensajero de una de las aldeas en que ellos
habían sido acogidos en su entrada a la tierra de Petun. El mensajero les dijo
que algunos que estaban enfermos suplicaban que regresaren.
“Esto fue un llamado de Dios.
Ellos no podían dejar de prestarles atención. Para completar el viaje de
treinta y cinco millas por día, comenzaron a las tres de la mañana. Todo el
campo estaba pálido de nieve en el amanecer, y el aire de las montañas era
dolorosamente frío. Jogues todavía estaba tomado por la fiebre e inestable en
sus piernas. Deslizaban laboriosamente sus raquetas de nieve sobre la corteza
crujiente de la nieve helada. Con frecuencia, se detenían para tomar aliento
bajo un agotamiento insoportable.
“Pero tuvieron que abreviar sus
descansos, por temor a que murieran de frío. Su única comida, un trozo de
pan de maíz del tamaño de un puño, estaba tan duro como el hielo. Llegaron
a la aldea a altas horas de la noche, cubiertos de sudor y sin embargo, medios
congelados. Los enfermos todavía estaban vivos. Ellos fueron bautizados.
‘Algunas almas se extraviaron aquí y allí, quienes estaban colocados en el
camino del cielo cuando estaban a punto de ser tragados por el infierno’,
nos comentan, ‘merecían mil veces más que estos trabajos, porque estas almas
han costado al Salvador del mundo mucho más que eso”[558].
Como dice San Isaac Jogues, él sabía que si él no llegaba a estas personas
para instruirlas y bautizarlas serían “tragadas por el infierno”. Es por eso
que se esforzó en el mismo momento que en había encontrado un poco de descanso
y calor en hacer el viaje de treinta y cinco millas, a pesar de que estaba
padeciendo hambre, helando y agotado – un viaje que casi le costó la vida. Hay
otra historia interesante que ilustra la misma verdad.
“Cuando el amanecer
se asomaba a través de los abetos, ellos [Jogues y Garnier] salieron por el
sendero, ahora cubierto de nieve. A cierta distancia, más allá de un campo
libre, notaron unas cabañas. Se encontraron con que las familias estaban
abandonando sus chozas y yéndose a la aldea más cercana, Petun, porque no
tenían ni maíz ni ningún otro alimento (…) Ellos [Jogues y Garnier] se
unieron al grupo y viajaron todo el día (…) ‘No teníamos ningún plan especial
de ir a ese pueblo [al que llamábamos] Santo Tomás más que a cualquier
otro’, comentaron, ‘pero ya que habíamos aceptado la compañía que los
salvajes nos ofrecían, y porque los seguimos, no hay duda que llegamos
adonde Dios nos estaba guiando para la salvación de una alma predestinada que
esperaba nada más que nuestra llegada para morir a sus miserias
terrenales’. Habían terminado de cenar y conversaban con sus anfitriones,
cuando entró un hombre joven y les pidió a los de sotana negra visitar a su
madre que estaba enferma. ‘Vamos para allá’, exclamaron, ‘y encontramos a la
pobre mujer en sus últimos momentos. Ella fue instruida, y felizmente
recibió, con la fe, la gracia del bautismo. Poco después de eso, ella [murió y]
se vio a sí misma en la gloria del cielo. En todo ese pueblo había sólo uno
que tenía necesidad de nuestra ayuda”[559].
SAN FRANCISCO JAVIER CONTRA LA IGNORANCIA INVENCIBLE
San Francisco Javier fue sin duda el misionero más grande en la historia de
la Iglesia después del Apóstol Pablo. Él fue responsable por el bautismo de
millones en el lejano Oriente. Al igual que San Isaac Jogues, él estaba
firmemente convencido de la verdad católica de que no hay tal cosa como la
“salvación para los ignorantes invencibles”.
San Francisco
Javier, 31 de diciembre de 1543: “Hay ahora en esas partes [de la India] un
gran número de personas que sólo tienen una razón para no convertirse en
cristianos, y es que no hay quien los haga cristianos. A menudo se me viene
a la mente recorrer todas las Universidades de Europa, y especialmente la de
París, gritando por todas partes como un loco, y diciéndoles a todos los
eruditos de allá cuya erudición es tanto mucho más grande que su caridad, ‘¡Ah!
¡Qué multitud de almas por vuestra culpa están excluidas del cielo y cayendo
al infierno!’ (…) Ellos trabajan noche y día para adquirir
conocimiento (…) pero si gastaren tanto tiempo en lo que es el fruto de toda
sólido aprendizaje, y fuesen así de diligentes en instruir a los ignorantes
acerca de las cosas necesarias para la salvación, estarían mucho mejor
preparados para dar cuenta de sí mismos a nuestro Señor cuando Él les diga: ‘Da
cuenta de tu mayordomía’”[560].
Aquí vemos a San Francisco Javier diciendo que esos paganos ignorantes de
la India se harían fácilmente cristianos si alguien fuera a ellos para
instruirles, ¡y sin embargo irán al infierno si no oyeren de la fe! Esto
elimina totalmente la idea de la salvación para los “ignorantes invencibles” o
la salvación por el “bautismo de deseo implícito”.
San Francisco
Javier, 20 de enero de 1545: “Ya que su alteza [el rey Juan III de Portugal]
comprende que Dios requerirá de Usted una cuenta de la salvación de tantas
naciones, que están dispuestas a seguir el mejor camino si alguien les
mostrase, pero mientras tanto, por falta de un maestro, yacen en las
tinieblas, y en la suciedad de los pecados más graves, ofendiendo a su
Creador, y arrojando sus propias almas precipitadamente en la miseria de
la muerte eterna”[561].
¡Aquí vemos una vez más a San
Francisco Javier eliminando toda idea de salvación por la “ignorancia
invencible” excluyendo de la salvación incluso a aquellas almas ignorantes que
él creía abrazarían la fe si se la enseñasen!
San Francisco Javier, mayo de 1546: “En esta isla de Amboyna los paganos
son mucho más numerosos que los musulmanes, y hay un odio intenso entre ambos
(…) Si aquí hubiese gente que les enseñase la verdadera religión, sin mucha
dificultad ellos se unirían al rebaño de Cristo, porque ellos tienen menos
rechazo al nombre de Cristo que al de Mahoma (…) Os escribo de todo esto para
que podáis compartir mi solicitud, y concebir, como es justo, un inmenso
dolor por la miserable pérdida de tantas almas que perecen diariamente,
totalmente desprovistas de ayuda”[562].
San Francisco Javier, 28 de enero de 1549: “Intento escribir lo que he
encontrado, no sólo a India, sino a las universidades de Portugal, de Italia, y
sobre todo de París, y amonestarlos, mientras ellos se dedican en cuerpo y alma
a los estudios, no para que se crean libres y desvinculados de responsabilidad para
no preocuparse en absoluto de la ignorancia de los paganos y de la pérdida
de sus almas inmortales”[563].
San Francisco Javier, 29 de enero de 1552: “Nada
me hace a suponer que haya algunos cristianos allí [en China] (…) si los
chinos aceptaren la fe cristiana, los japonesas renunciarían a las doctrinas
que los chinos les han enseñado (…) Estoy empezando a tener grandes
esperanzas que Dios proveerá la libre entrada a la China, no sólo a nuestra
Compañía, sino a religiosos de todas las órdenes, para que sea descubierto un
amplio campo a hombres piadosos y santos de todo tipo, en que pueda haber un
gran espacio para la devoción y el celo, en recordarle a los hombres que
ahora están perdidos el camino de la verdad y la salvación”[564].
En todas estas citas vemos de nuevo cómo San Francisco Javier, al igual que
San Isaac Jogues y todos los santos, rechazaba totalmente la herética
idea de que las almas ignorantes del Evangelio pueden salvarse.
SAN ISAAC JOGUES SOBRE LA NECESIDAD DEL BAUTISMO DE AGUA
En la vida de estos extraordinarios misioneros, también encontramos muchas
citas y ejemplos que confirman la necesidad absoluta del bautismo de agua para
la salvación. Al igual que en la vida del gran misionero el P. De Smet, ambos
hombres presenciaron la notable ocurrencia de que muchas de las personas a
quienes ellos bautizaron murieron casi inmediatamente después. Ellos vieron
esto como una señal de que Dios había preservado la vida de estas personas
hasta que pudieran recibir el más necesario sacramento.
Vida de
San Isaac Jogues, p. 92: “Entonces, los negromantos, por haberles vertido el agua sobre sus
cabezas [de los paganos] les causaban la muerte; casi todos los que
bautizaron murieron poco después”[565].
Vida de
San Isaac Jogues, p. 136: “El P. Lalemant [uno de los compañeros y superiores de Jogues] confesó: ‘Sucedía muy frecuentemente, y se ha
observado más de un centenar de veces, que en aquellos lugares donde
fuimos más acogidos, donde bautizábamos a la mayoría de las personas, era allí,
de hecho, donde la mayoría de ellos moría. Por el contrario, en
las cabañas en que se nos negaba la entrada, a pesar de estar extremadamente
enfermos, al final de unos días se veía a esas personas prósperamente curadas’”[566].
Vida de
San Isaac Jogues, pp. 97-98: “[San Juan] De Brebeuf y Jogues esperaron que la histeria pasara. Ellos
tuvieron la consolación de bautizar algunas almas y enviarlas a Dios. Una
era una india que se había resistido a todos sus intentos de hablar con ella
hasta poco antes de su fin, cuando ella pidió ser bautizada. Otro era un
valiente joven que ansiosamente deseaba el bautismo, pero cuyos familiares lo
vigilaban para que no se aproximara a Echon [De Brebeuf] y Ondessonk [Jogues].
De Brebeuf esperó hasta que los familiares estuvieran ausentes de la cabaña y
entonces vertió las aguas salvíficas sobre su cabeza un momento antes que su
suegra regresara para impedírselo”[567].
Vida de
San Isaac Jogues, p. 142: “Casi no hay maíz en esta aldea de Ehwae, y sin embargo, casi todos los
días llegan algunos Attiwandarons, grupos de hombres, mujeres, y niños, todos
pálidos y desfigurados (…) Huyendo de la hambruna, ellos aquí encuentran la
muerte; más bien, aquí ellos encuentran una vida bienaventurada, porque nos aseguramos
que ninguno muriera sin bautismo. Entre estas personas había un niño pequeño
de casi un año de edad, que más bien se parecía a un monstruo que a un ser
humano. Él fue felizmente bautizado. Parecía que Dios preservó su vida sólo
por un milagro, para que pudiera ser lavado en la sangre de Jesucristo y
pudiese bendecir sus misericordias para siempre”[568].
Vida de San Isaac Jogues, p.
279: “… en febrero él caminó las seis millas al pueblo más
cercano, donde los mohicanos celebraran su festival y juegos de invierno (…)
recorrió las cabañas, buscando los enfermos y aquellos con buena disposición.
En un albergue él descubrió a cinco bebés, todos peligrosamente enfermos. Él
los bautizó, sin
llamar la atención, y tres días después, dice P. Lalemant, ‘él oyó que estos
pequeños inocentes ya no estaban en la tierra de los moribundos [estaban
muertos]. Que admirable golpe de predestinación para esos pequeños ángeles”[569].
Vida de San Isaac Jogues, p.
199: “Rene
llamó la atención del Padre Jogues para uno de los ancianos [un indio que fue
capturado con ellos] (…) El
hombre todavía no había sido bautizado, y podría suceder que él
fuese la víctima escogida por los iroqueses para un sacrificio de sangre antes de
salir del campamento. Ondessonk [el P. Jogues] persuadió al anciano que
aceptara bautismo (…) Los mohicanos terminaron su concilio y se dividieron el
botín (…) El anciano a quien el P. Jogues ya había bautizado rehusó moverse de
donde estaba sentado (…) Apenas [el anciano] terminó de hablar [rehusando
moverse] cuando uno de los bravos destrozó su cráneo y le cortó su cuero
cabelludo. El Padre Jogues se regocijó en el dolor, porque las aguas del
bautismo se habían recién secado sobre su cabeza”[570].
Vida de
San Isaac Jogues, pp. 122-123: “En Teanaustayae, Jogues presenció una tortura y una conversión que
sobrepasó todo lo humano. Un jefe de la nación Oneida de la confederación de
los iroqueses, junto con once guerreros, iba a ser ejecutado. El jefe escuchó a
los negromantos Ondessonk [Jogues] y Echon, y declaró que deseaba ser
bautizado, e instó a sus seguidores seguir su ejemplo. Después de las crueldades que les habían sido infligidas, justo
antes de los asesinatos, el jefe fue bautizado con el nombre de Pedro. Uno
por uno, sus compañeros, también bautizados, sucumbieron al fuego y los
cuchillos. Pedro se quedó solo sobre la plataforma. Le fue arrancado el cuero
cabelludo, mutilado y quemado por todo el cuerpo. De repente, como si fuese
inspirado, atacó a sus perseguidores hurones (…) Los hurones lo arrojaron en
una gran hoguera. Él se levantó de entre las llamas, con antorchas llameando en
las manos, y se precipitó sobre sus enemigos. Ellos retrocedían mientras él
corría hacia la empalizada para incendiar la aldea. Ellos lo derribaron con un
garrote y le amputaron sus pies y manos. Entonces, lo pusieron sobre nueve
fuegos diferentes (…) Finalmente lo trituraron bajo un tronco de árbol volcado,
todo en fuego. Logrando salir, él se arrastró con los codos y rodillas una
distancia de diez pasos hacia sus perseguidores. Ellos huyeron ante él como
ante un demonio. Uno de ellos, finalmente, lo derribó y le cortó su cabeza”[571].
Los misioneros estaban convencidos que era sólo porque este Pedro había
recibido el sacramento del bautismo que tuvo la fuerza milagrosa para sufrir
todas esas increíbles torturas, sobrevivir a ellas y todavía moverse en contra
sus perseguidores.
Vida de
San Isaac Jogues, pp. 298-299: “Una vez, cuando él entró en una cabaña en una de las aldeas para
preguntar sobre los enfermos, Jogues oyó que llamaban su nombre desde la
oscuridad de un rincón. Acercándose encontró a un joven gravemente enfermo.
‘Ondessonk’, exclamó el enfermo hombre joven, ‘¿no me conoces?’
‘No
recuerdo haberte visto nunca’, respondió el P. Jogues.
‘¿No
recuerdas el favor que te hice a tu entrada en el país de los iroqueses?’
Preguntó el hombre.
‘¿Pero
qué favor me hiciste?’ preguntó Jogues, perplejo.
‘¿No
recuerdas al hombre que cortó tus ataduras, en el tercer pueblo de los
iroqueses Agnieronon, cuando ya no te quedaban fuerzas?’ continuó él.
‘Claro
que me acuerdo muy bien. Yo quedé muy en deuda con ese hombre. Nunca he podido
agradecerle. Te ruego me des algunas noticias de él, si es que sabes de él.
‘Fui
yo, yo fui quien lo hizo. Yo me compadecí de ti y te desaté’ (…)
El
Padre Jogues le habló al moribundo sobre Dios, de la felicidad en la próxima
vida con Dios para los que creyeren, de lo que era necesario creer para ser
bautizado y ser feliz por toda la eternidad después de la muerte. El hombre
escuchó con atención. Con profunda sinceridad, rogó por el bautismo y la
felicidad que Ondessonk le prometió. El Padre Jogues vertió sobre su cabeza el agua
de salvación. Mientras que él oraba al lado de la colchoneta, unas horas
después, el hombre murió en paz”[572].
BAUTISMOS ASOMBROSOS
Especialmente en la vida de San Isaac Jogues, nos encontramos con historias
increíbles de él bautizando a personas bajo circunstancias asombrosas y
milagrosas. Estas historias muestran también la verdad del dogma, Quien no
renaciere de agua y el Espíritu Santo, no puede entrar al reino de Dios
(Juan 3, 5).
Vida de
San Isaac Jogues
[cuando estaba cautivo entre los mohicanos iroqueses], p. 272: “Los campamentos
por la noche estaban al aire libre, en una cañada en la nieve. Él no tenía
pieles, como los otros, para protegerse, y no podía mover el corazón de nadie
en el grupo para que le prestase algo para cubrirse, a pesar que ellos
llevaban varias pieles por el botín de la cacería (…)
“En
el camino, tuvieron que cruzar una quebrada de una corriente de un rápido de
la montaña. El puente era un tronco de árbol extendido unos pies sobre los
remolinos de aguas profundas. Era inestable con musgo resbaladizo. Uno del grupo era una mujer
embarazada, que también portaba a un bebé en la canasta sobre su espalda y
además cargaba utensilios del campamento. La correa de la cuna iba al frente de
ella, y los manojos se sujetaban en sus hombros. La india comenzó a trepar
del árbol, mientras que el Padre Jogues esperaba para seguirla. Ella perdió el
equilibrio y se volcó cayendo en los rápidos. El peso del equipaje atado a
sus hombros la empujaba hacia abajo, la correa que sostenía la cuna se le fue
al cuello y la estaba estrangulando.
“En
un instante, el Padre Jogues saltó a la quebrada y a la corriente helada. Vadeando y nadando, se abrió paso hacia la mujer, soltó
los manojos y la cuna, y la arrastró junto a su bebé a la orilla. Tuvo cuidó
de bautizar al bebé antes de sacarlo del agua. Los mohicanos hicieron una
fogata y revivieron a la mujer, ya casi muerta. Permitieron que Ondessonk [el
P. Jogues] se calentarse e incluso lo felicitaron, porque se dieron cuenta que
la mujer se habría ahogado si él no la hubiese ayudado. Ella se recuperó,
pero el niño recién bautizado se murió a los pocos días”[573].
Esta historia fascinante nos muestra cómo el Todopoderoso consigue que un
alma sea bautizada. Si la mujer no hubiera caído en las aguas heladas, San
Isaac no habría tenido la oportunidad de bautizar a su bebé. Es muy obvio que
Dios lo dispuso de esta manera para que ese niño recibiera el sacramento justo
antes que Él se lo llevase de este mundo.
Vida de
San Isaac Jogues, p. 225: “Dos de los hurones, Jogues lo sabía, iban a ser quemados a muerte esa
noche en Tionontoguen. Él se quedó con ellos en la plataforma y concentraba sus
súplicas por ellos. Finalmente consintieron. En ese momento, los
mohicanos lanzaron a los prisioneros un poco de maíz crudo recién cosechado.
Las cáscaras [del maíz] estaban húmedas por las recientes lluvias. El Padre
Jogues recogió cuidadosamente las preciosas gotas de agua sobre una hoja y las
vertió sobre las cabezas de los dos neófitos [nuevos conversos],
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Los
mohicanos comprendieron que la acción [de Joges] les traería felicidad a estas
víctimas odiadas. Ellos rabiaron por su audacia y lo derribaron a golpes,
amenazando matarle con los hurones (…) Esa noche los dos hurones [a quienes él
había bautizado] fueron quemados en el fuego”[574].
Si las cáscaras de maíz no se las hubieran lanzado en ese mismo momento,
Jogues no habría tenido el agua con que bautizar a los dos indios. Y, como se
señala en su vida, San Isaac Jogues siempre instruía a los paganos en lo que
era esencial que tenían que saber para el bautismo (por ejemplo, la Trinidad y
la Encarnación).
Juan 3; 5, 7:
“Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no renaciere del agua
y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos (…) No te
maravilles de que te he dicho: Es preciso nacer de arriba”.
OTRAS CITAS DE JOGUES Y
JAVIER SOBRE EL BAUTISMO
En la vida de San Isaac Jogues, hay un relato fascinante de la captura de
su grupo por los salvajes iroqueses. En él encontramos el empeño de Jogues en
bautizar a un indio hurón que les acompañaba. Este es el relato de cuando su
grupo fue repentina e inesperadamente atacado por los salvajes iroqueses, que
querían capturarlos y torturarlos:
Vida de
San Isaac Jogues, p. 205: “El más devoto de todos era Atieronhonk, quien Jogues había bautizado
en el primer torrente. El hombre no salía de su asombro. [Dijo
Atieronhonk]: ‘Hay que reconocer que estas personas que vienen a instruirnos no
tienen ninguna duda de las verdades que nos enseñan. Ello debe ser porque sólo
Dios es su recompensa. Aquí está Ondessonk [Isaac Jogues]. Él se olvidó de sí
mismo en el momento de peligro. Él sólo pensó en mí, y me habló de hacerme
cristiano. Las balas de mosquete volaban al lado de nuestras orejas, la
muerte estuvo ante nuestros ojos. Él pensó solamente en bautizarme, y no en
salvarse a sí mismo. Él no temió la muerte. Pero él [Jogues] pensó
que yo me habría perdido para siempre si hubiera muerto sin el bautismo”[575].
A continuación, otro interesante relato de un indio llamado Ahatsistari,
que fue convertido por San Isaac Jogues y sus compañeros. Ahatsistari habló a
San Isaac Jogues y San Juan De Brebeuf de la siguiente manera:
Vida de
San Isaac Jogues, p.
168: “Yo tengo fe en el fondo de mi corazón, y mis acciones durante el invierno
pasado lo demuestran suficientemente. En dos días parto a la guerra. Si muero
en batalla, díganme: ¿dónde se va mi alma si me rehusáis el bautismo? Si
viereis en mi corazón tan claramente como el gran Maestro de nuestras vidas, yo
ya sería contado entre los cristianos; y el temor de las llamas del infierno no
me acompañaría, ahora que voy a enfrentar la muerte. No puedo bautizarme a mí
mismo. Todo lo que puedo hacer es afirmar con honestidad el deseo que tengo
por él. Después de hacer esto, si mi alma se quema en el infierno, vos
llevaréis la culpa. Lo que sea que decidáis hacer, sin embargo, siempre
oraré a Dios, desde que lo conozco. Tal vez Él tendrá misericordia de mí,
porque decís que Él es más sabio que vosotros”[576].
Es obvio que a Ahatsistari no se le había enseñado el “bautismo de deseo”.
Él entendía que iría al infierno si moría sin el sacramento del bautismo. Poco
después de este discurso, Ahatsistari fue bautizado solemnemente.
San Francisco
Javier, mayo de 1546: “Aquí hay en total siete ciudades de cristianos, a las
que todas fui y bauticé a los infantes recién nacidos y a los niños aún no
bautizados. Muchísimos de ellos murieron poco después de su bautismo, para
que quedase suficientemente claro que sus vidas habían sido preservadas por
Dios solamente hasta que la entrada a la vida eterna se les abriera a ellos”[577].
San Francisco Javier,
febrero de 1548: “La cosa que quiero recomendarle por encima de todo es que
empleáis especial diligencia y vigilancia en el bautismo de los niños pequeños,
para que no quede ningún recién nacido no regenerado en el lavatorio de
salvación de Cristo en ninguno de los pueblos (…) Busquen y pregunten por sí
mismos, y bauticen con sus propias manos a todos los que encuentren
desprovistos del sacramento que es más necesario”[578].
Vida de
San Isaac Jogues, p.
94: “En una ocasión, el Padre Jogues encontró a un salvaje
llamado Sonoresk bien dispuesto y suficientemente instruido, que
estaba en su último aliento. Por toda la noche el hombre seguía repitiendo
‘Rihouiosta’ (Yo creo). Ondessonk [San Isaac Jogues] le bautizó y el hombre
se recuperó repentinamente. Él anunció que el bautismo le había curado: el
agua que había sido vertida sobre la cabeza por Ondessonk [Jogues] había fluido
por su garganta, de modo que no sintió más dolor. Sin embargo, el gozo en
esta vida no fue por mucho tiempo porque murió al día siguiente”[579].
Los herejes y modernistas resisten a la verdad al igual
que resisten a Aquél que es la Verdad (Juan 14, 6). Y porque resisten a la
verdad ellos también se resisten a los hechos, porque los hechos relatan la
verdad sin mezcla de error. Uno de los hechos que los modernistas y herejes
resisten más que a todos es el que la Iglesia católica ha enseñado
infaliblemente que fuera de la Iglesia
católica no hay salvación y que Juan 3, 5 debe entenderse según está
escrito y que el sacramento del bautismo es necesario para la salvación
(Trento, sesión 7, can. 5 sobre los sacramentos).
Entonces, ¿qué hacen estas personas frente a estos hechos
cuando se los mira fijamente a la cara? Ellos recurren a atacar a quien informa
de estos hechos (argumentum ad hominem),
lo que les permite ignorar los hechos mismos. El episodio del Padre Leonard
Feeney, SJ, es un ejemplo de ello.
En realidad, el dogma fuera
de la Iglesia no hay salvación no tiene nada que ver con el Padre Leonard
Fenney. (De hecho, yo nunca había oído hablar del P. Feeney cuando llegué a la
misma conclusión – basado en el dogma católico – de que el sacramento del
bautismo es absolutamente necesario para la salvación y que todos los que
mueren no católicos se pierden). Ello tiene que ver con la enseñanza de la
Cátedra de Pedro, como lo he demostrado, la cual es la auténtica e infalible
enseñanza de Cristo. Rechazar este dogma católico es rechazar a Cristo mismo.
Papa León XIII, Satis
cognitum, # 5, 29 de junio de 1896: “Al contrario, quien en un solo punto
rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica
de toda la fe, pues rehúsa someterse a
Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe”[580].
El Padre Feeney se hizo famoso por su posición pública a
favor del dogma fuera de la Iglesia
católica no hay salvación en las décadas de los años 1940 y 1950. La
mayoría de las personas no se dan cuenta que, ya en esa época, la mayoría de
los obispos del mundo no eran tradicionalistas acérrimos. La mayoría de los
obispos del mundo ya habían abrazado la herejía del indiferentismo, lo que
explica por qué la mayoría de ellos firmaron los documentos heréticos del
Vaticano II poco tiempo después. Ellos habían abrazado la idea herética de que
la “ignorancia invencible” salva a los que mueren como no católicos, como lo he
discutido en algunas secciones anteriores. Por ello es fácil detectar la
herejía contra el dogma en la mayoría de los manuales y textos de
teología desde comienzos del siglo XIX. De hecho, en su época, el P. Feeney
escribió a todos los obispos del mundo acerca del dogma fuera de la Iglesia no hay salvación y sólo recibió tres respuestas
positivas. En otras palabras, sólo tres de los obispos del mundo en ese tiempo
manifestaron una creencia positiva en el dogma fuera de la Iglesia católica no hay salvación tal como había
sido definido. No es de extrañar que el Vaticano II haya sido aprobado
prácticamente sin resistencia por el episcopado.
El P. Feeney creía
y predicaba el dogma – tal como había sido definido – públicamente en Boston.
Él creía y predicaba que si un hombre no abrazare la fe católica – sea judío,
musulmán, protestante o agnóstico – él perecerá eternamente en el infierno.
Muchos se convirtieron, y muchos se enojaron. Él tenía no pocos enemigos, en
especial entre los cada vez más en número de modernistas, políticamente
correctos y entre el clero comprometido.
Uno de sus principales enemigos fue el arzobispo de
Boston, Richard Cushing, un hombre del año B’nai Brith (masón judío), que decía
que el dogma fuera de la Iglesia católica
no hay salvación era una “tontería”. En abril de 1949, Cushing silenció al
P. Feeney y puso en interdicto al Centro San Benito (el apostolado afiliado al
P. Feeney). La razón dada por Cushing fue de “desobediencia”, pero la verdadera
razón era la posición pública del P. Feeney a favor del dogma fuera de la Iglesia católica no hay
salvación. Ello no se debió a la posición del P. Feeney en contra de la
teoría del bautismo de deseo, ya que esta no fue publicada por primera vez
hasta 1952. El descontento de Cushing con el P. Feeney se basó estrictamente en
la posición del P. Feeney a favor del dogma definido de que sólo los católicos
– y aquellos que se convierten en católicos – se pueden salvar.
Cushing estaba aliado con otros clérigos herejes de
Boston, el área donde estalló la controversia. El P. John Ryan SJ, director del
Instituto de Educación de Adultos de la Universidad de Boston, declaró en otoño
de 1947: “No estoy de acuerdo con la doctrina del P. Feeney sobre la salvación
fuera de la Iglesia”[581]. El P.
Stephen A. Mulcahy SJ, decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la
Universidad de Boston, la designó como: “La doctrina del P. Feeney de que no
hay salvación fuera de la Iglesia”[582]. Y el
P. J.J. McEleney SJ, provincial de la provincia de New England de la Compañía
de Jesús, le dijo al P. Feeney en una reunión personal, que se le estaba
ordenando transferirlo a la Universidad de Holy Cross debido a “su doctrina”[583]. El P.
Feeney respondió rápidamente: “¿Mi doctrina sobre qué? A lo que el P. McEleney
respondió: “Lo lamento, no podemos hablar de eso”.
Desde el principio, estos clérigos caídos se unían más
bien en torno al tema del P. Feeney que por la verdadera razón que estaba por
detrás. Esto les permitió centrarse en el P. Feeney e ignorar a Jesucristo, de cuya doctrina se trataba.
Papa Pío IX, Nostis
et nobiscum, # 10, 8 de diciembre de 1849: “En particular hay que procurar que los mismos fieles
tengan fijo en sus almas y profundamente grabado el dogma de nuestra santa
religión de que es necesaria la fe católica para obtener la eterna salvación.
(Esta doctrina recibida de Cristo y enfatizada por los Padres y
Concilios, también está contenida en las fórmulas de profesión de fe usadas por
los católicos latinos, griegos y orientales)”[584].
Estos herejes no se daban cuenta que al despreciar un
dogma definido como siendo algo de invención del P. Feeney es blasfemo y
severamente deshonesto. Pero Dios no puede ser burlado. Vemos que lo mismo
sucede hoy día, de manera especialmente rampante entre los llamados
tradicionalistas. Pero volveré a este punto.
El 2 de diciembre de 1948, el presidente del Colegio de
Boston, el P. William L. Keleher SJ, tuvo una entrevista con el Dr. Maluf,
quien era un aliado del P. Feeney en su posición a favor del dogma. El P.
Keleher declaró:
“El P. Feeney
recurrió a mí al principio de esta situación y me habría gustado haber hecho
algo dejando claro que yo no estaba de acuerdo con su doctrina sobre la
salvación (…) Él (el P. Feeney) seguía repitiendo frases como ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’”[585].
Cuando Maluf (un miembro de la facultad del Colegio de
Boston) respondió que esta “frase” es un dogma definido, el P. Keleher dijo:
“Los teólogos del Seminario de San Juan y el Colegio
Weston disienten de la doctrina del Padre Feeney sobre la salvación de los no
católicos”[586].
Pues este es en breves palabras el
caso del Padre Feeney. El Padre Feeney sostenía, como había sido definido, que
no hay salvación para los que mueren como no católicos. Sus adversarios,
incluyendo el P. Keleher (presidente del Colegio de Boston), el arzobispo de
Boston, los sacerdotes del Colegio de Boston, y los “teólogos” del Seminario de
San Juan, sostenían una doctrina diferente “sobre la salvación de los no
católicos”. Esta fue la batalla. Esa fue la línea divisoria. Se estaba
de un lado o del otro. Se creía que no había salvación para los que
mueren como no católicos o se creía que sí había salvación para los que
mueren como no católicos. Permítaseme recordar brevemente al lector de qué lado
se encuentra la Iglesia católica.
Papa Gregorio XVI, Summo
iugiter studio, # 2, 27 de mayo de 1832:
“Finalmente,
algunas de estas personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a
otros que los hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que
incluso los herejes pueden obtener la vida eterna”[587].
Un sacerdote jesuita de la
nueva religión del Vaticano II describe magistralmente cómo fue la escena
cuando “el Caso de la Herejía de Boston” (es decir, si sólo los que mueren como
católicos pueden salvarse) estalló a la vista del público durante la Semana Santa
de 1949.
Mark S. Massa, “SJ”, Los Católicos y la Cultura
Americana, p. 31: “El Caso de Herejía de Boston estalló a
la luz pública durante la Semana Santa de 1949. Los despidos de los discípulos
de Feeney del Colegio de Boston fue la noticia de primera plana en todo el
noreste: el New York Times inició
una serie sobre Feeney y su grupo, y las revistas Newsweek, Life,
y Time publicaron artículos sobre los ‘disturbios’ de Boston. En el que
es quizás el día santo más solemne del calendario católico, el Viernes Santo,
los Feeneyistas (sic) se colocaron afuera de las parroquias de Boston portando
carteles advirtiendo la inminente subversión de la verdadera doctrina por los
mismos líderes de la Iglesia y vendiendo la última edición de Desde los Tejados. Como un estudiante
del evento observó, la cuestión de la salvación remplazó a los Red Sox como
tema de conversación en los bares de Boston, y todo el que fuese visto usando
un cuello romano se convertía en un ‘protagonista’ potencial en la historia. El
único suceso que los historiadores de la Iglesia podrían imaginar como hecho
análogo fue el de Constantinopla en el siglo cuarto, donde las muchedumbres
tumultuosas batallaron en las calles sobre la definición de la divinidad de
Jesús, y las frases teológicas griegas se convirtieron en lemas entre los
contrincantes”[588].
El 13 de abril de 1949, el P. Keleher (presidente del
Colegio de Boston) despidió al Dr. Maluf, a James R. Walsh y a Charles Ewaskio
de la facultad del Colegio de Boston por acusar al colegio de herejía contra el
dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
En su declaración a la prensa, del 14 de abril, donde explicó la razón de sus
despedidos, el P. Keleher dijo:
“Ellos continuaron hablando en las clases y fuera de las
clases sobre cuestiones contrarias a la enseñanza tradicional de la Iglesia
católica, ideas conducentes al fanatismo y la intolerancia. Su doctrina
es errónea y como tal no puede ser tolerada en el Colegio de Boston. Se
les informó que debían dejar de enseñar aquello o salir de la facultad”[589].
No se puede dejar de notar el doble lenguaje del P.
Keleher: estos hombres fueron despedidos por ideas conducentes a la intolerancia,
que no podían ser toleradas. Si aquí la falsa doctrina es la
intolerancia, como indica el P. Keleher, entonces él se estaría condenando por
su propia boca. Por otra parte, no se puede pasar por alto la aseveración
desvergonzada del P. Keleher de que “su doctrina (es decir, el dogma solemnemente
definido de que los que mueren no católicos no se pueden salvar) es errónea”.
Por esta declaración, Keleher está afirmando que la doctrina de la Iglesia (que
no hay salvación fuera la Iglesia) es errónea y de ninguna manera es suya. Este
fue el tipo de carácter herético, anticatólico que estaba confabulado con el
arzobispo Richard Cushing en el esfuerzo de aplastar la predicación del dogma
por el P. Feeney.
Este fue el principio del fin, por así decirlo, como se
verá cuando analicemos las consecuencias en Boston por causa de su traición al
dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
27. El Protocolo 122/49 (Suprema haec sacra)
El 8 de agosto de 1949, cuatro meses después del silenciamiento del P.
Feeney, en abril por Richard Cushing, el arzobispo apóstata de Boston, el Santo
Oficio publicó un documento. En realidad, el documento fue una carta dirigida
al obispo Cushing, y firmado por el cardenal Marchetti-Selvaggiani, conocido
como el Protocolo No. 122/49. También se le llama Suprema haec sacra y
la carta Marchetti-Selvaggiani. Este es uno de los documentos más importantes
en lo que respecta a la apostasía moderna de la fe. El Protocolo 122/49 no
fue publicado en las Actas de la Sede Apostólica (Acta Apostolicae Sedis)
sino en el The Pilot, el
órgano de prensa de la archidiócesis de Boston. Téngase presente que esta carta
se publicó en Boston, porque la importancia de esto se pondrá más clara en la
sección: “El veredicto está en: Boston lidera el camino en un escándalo masivo
de sacerdotes que sacude a la nación”.
La ausencia del Protocolo 122/49 de las Actas de la Sede Apostólica
demuestra que no tiene carácter vinculante; es decir, el Protocolo 122/49 no es
una enseñanza infalible o vinculante de la Iglesia católica. El Protocolo
122/49 tampoco fue firmado por el Papa Pío XII, y tiene la autoridad de una
correspondencia de dos cardenales (Marchetti-Selvagianni quienes escribieron la
carta, y el cardenal Ottaviani que también la firmó) a un arzobispo – lo que es
nada. La carta, de hecho, y por decirlo simplemente, está cargada de
herejía, engaño, ambigüedad y traición. Inmediatamente después de la
publicación del Protocolo 122/49, el
Worcester Telegram imprimió
un titular:
EL VATICANO SE PRONUNCIA EN CONTRA DE LOS DISIDENTES – [El Vaticano] Sostiene que la doctrina de que no hay
salvación fuera de la Iglesia es falsa[590]
Esta fue la impresión dada a casi todo el mundo católico
por el Protocolo 122/49 – la carta Marchetti-Selvaggiani –. El Protocolo
122/49, como dice sin rodeos el titular anterior, sostenía como falsa “la
doctrina de que no hay salvación fuera de la Iglesia”. Mediante esta fatídica
carta, los enemigos del dogma y de la Iglesia parecían haber sido vindicados y
los defensores del dogma parecían haber sido vencidos. Sin embargo, el problema
para los aparentes vencedores es que este documento no era más que una carta de
dos cardenales heréticos del Santo Oficio – quienes ya habían abrazado la
herejía que más tarde fue adoptada por el Vaticano II – a un arzobispo apóstata
de Boston. Algunos pueden estar sorprendidos que describa como herético al
cardenal Ottaviani, ya que por muchos es considerado como ortodoxo. Si su firma
en el Protocolo no es prueba suficiente de su herejía, considérese que firmó
todos los documentos del Vaticano II y se alineo con la revolución
post-Vaticano II.
Es interesante que incluso Mons. Joseph Clifford Fenton, conocido editor de
The American Ecclesiastical Review [Revista
Eclesiástica Americana] antes del Vaticano II, quien fue desafortunadamente un
defensor del Protocolo 122/49, se vio obligado a admitir que no es infalible:
Mons. Joseph
Clifford Fenton, La Iglesia católica y la
Salvación, 1958, p. 103: “Esta carta, conocida como Suprema haec sacra [Protocolo 122/49] (…) es un documento con
autoridad [sic], aunque obviamente no
infalible. Es decir, la
enseñanza contenida en la Suprema haec
sacra no debe aceptarse como verdad infalible en la autoridad de este
documento en particular”[591].
En otras palabras, según Fenton, la enseñanza de la Suprema haec sacra no es infalible y debe encontrarse en documentos
previos; pero ello no es así, como veremos. Fenton simplemente está equivocado
cuando dice que la Suprema haec sacra
es, sin embargo, autoritaria. El hecho es que la Suprema haec sacra no es ni autoritaria ni infalible, sino herética
y falsa.
Debido a que todo el público tuvo (y continua teniendo) la impresión de que
el Protocolo 122/49 representó la enseñanza oficial de la Iglesia católica,
ello constituye una traición a Jesucristo, a su doctrina y a su Iglesia ante
todo el mundo, una traición que tenía que ocurrir antes de la apostasía masiva
del Vaticano II. Con el Protocolo 122/49 y la persecución al P. Feeney, el público tuvo la impresión que la Iglesia
católica ahora había revocado el antiguo dogma de fe de veinte siglos: que la
fe católica es absolutamente necesaria para la salvación. E incluso hoy en
día, si se le pregunta a casi todo sacerdote supuestamente católico en el mundo
sobre el dogma fuera de la iglesia no hay
salvación, él responderá haciendo referencia a la controversia del Padre
Feeney y el Protocolo 122/49, aunque el sacerdote no sea capaz de identificar o
recordar los nombres y fechas específicas. Pruébelo, lo sé por
experiencia. Básicamente todos los
sacerdotes del Novus Ordo que saben algo sobre el tema utilizaran el Protocolo
122/49 y la “condenación” del P. Feeney para justificar su creencia herética,
anticatólica, anticristiana y antimagisterial de que los hombres pueden
salvarse en religiones no católicas y sin la fe católica. Estos son los frutos
del infame Protocolo 122/49. Y por sus
frutos los conoceréis (Mat. 7, 16).
Ahora, examinemos algunos extractos del Protocolo:
Suprema haec sacra, Protocolo 122/49, 8 de agosto de 1949: “Ahora bien,
entre todas las cosas que la Iglesia siempre ha predicado y nunca dejará de
predicar figura también en la declaración infalible por la cual se nos
enseña que no existe salvación fuera de la Iglesia católica.
“Sin embargo, este dogma debe ser entendido en el sentido en que
la Iglesia misma lo entiende”[592].
Detengámonos aquí. Ya es claro que el autor del Protocolo está preparando
la mente del lector a aceptar algo diferente que la simple “declaración infalible
por la cual se nos enseña que no existe la salvación fuera de la Iglesia
católica”. El autor está claramente relajando una explicación de la frase
“fuera de la Iglesia no hay salvación” que no sea lo que dicen y declaran las
propias palabras. Si el autor no preparase al lector en aceptar un
entendimiento que no sea lo que las palabras del dogma dicen y declaran,
entonces tendría que haber escrito: “Este dogma debe entenderse como la Iglesia
lo ha definido, tal y como las palabras afirman y declaran”.
Compárese el intento del Protocolo por explicar el dogma de manera
diferente a como lo trata el Papa Gregorio XVI sobre el mismo asunto en su
encíclica Summo iugiter studio.
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter studio, 27 de mayo de
1832, sobre no hay salvación fuera de la Iglesia: “Finalmente, algunas de estas personas descarriadas intentan persuadirse
a sí mismos y a otros que los hombres no se salvan sólo en la religión
católica, sino que incluso los herejes pueden obtener la vida eterna (…) Vosotros sabéis cuan celosamente
nuestros predecesores enseñaron el artículo de fe que éstos se atreven negar,
a saber, la necesidad de la fe católica y de la unidad para la salvación (…)
Omitiendo otros pasajes adecuados, que son casi innumerables en los escritos
de los Padres, elogiamos a San Gregorio Magno quien expresadamente declara
que ÉSTA ES DE HECHO LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA CATÓLICA. Él dice: ‘La santa Iglesia universal enseña que no es
posible adorar verdaderamente a Dios excepto en ella, y asevera que todos
los que están fuera de ella no serán salvos’. Los actos oficiales de
la Iglesia proclaman el mismo dogma. Así, en el decreto sobre la fe que
Inocencio III publicó en el IV sínodo de Letrán, está escrito: ‘Y una sola
es la Iglesia universal de todos los fieles, fuera de la cual absolutamente
nadie se salva’. Finalmente
el mismo dogma es también mencionado expresamente en la profesión de fe
propuesta por la Sede Apostólica, no sólo al uso de todas las iglesias latinas,
sino también (…) al uso de otros católicos orientales. No mencionamos
estos testimonios seleccionados porque creyésemos que vosotros erais
ignorantes de ese artículo de la fe y en la necesidad de nuestra instrucción.
Lejos Nos sospecha tan absurda e insultante sobre vosotros. Pero estamos tan
preocupados sobre este importante y conocido dogma, que ha sido atacado con
audacia tan notable, que Nos no podíamos contener nuestra pluma en reforzar
esta verdad con muchos testimonios”[593].
El Papa Gregorio XVI no dice, “Sin
embargo, este dogma debe ser entendido en el sentido que la Iglesia misma
lo entiende”, como lo hace el herético Protocolo 122/49. No, él afirma
inequívocamente que ÉSTA ES DE HECHO LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
En toda la encíclica, Gregorio XVI no deja de afirmar repetidamente el
significado verdadero y literal de la frase fuera
la Iglesia no hay salvación, sin reservas ni excepciones, tal como había
sido definido. El Padre Feeney y sus aliados en defensa del dogma estaban
reiterando exactamente lo que Gregorio XVI enseñó oficialmente. No hace
falta ser un genio para darse cuenta que si el Protocolo 122/49 fue escrito
para “corregir” el entendimiento del Padre Feeney sobre el dogma fuera la Iglesia no hay salvación (como
fue), entonces el Protocolo 122/49 también estaba “corrigiendo” la comprensión
del Papa Gregorio XVI y todas las declaraciones infalibles sobre el tema
durante 20 siglos.
Además, nótese que el Papa Gregorio XVI hace
referencia a la definición dogmática del Cuarto Concilio de Letrán para justificar su posición y
comprensión literal de la fórmula fuera
la Iglesia no hay salvación. Por todo el documento, el Protocolo 122/49
no hace referencia a ninguna de las definiciones dogmáticas sobre
este asunto. Esto es porque el Papa Gregorio XVI, siendo un católico, sabía que
la única interpretación que existe de un dogma es como una vez lo declaró la
Santa Madre Iglesia; mientras que los autores del Protocolo, siendo herejes, no
creen que un dogma debe ser entendido exactamente como una vez se declaró. Eso
explica el por qué el Papa Gregorio citó exactamente lo que una vez lo declaró
la Santa Madre Iglesia y el por qué los autores del Protocolo no lo hicieron.
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2
sobre la revelación, 1879, ex cathedra:
“De ahí que también hay que mantener
perpetuamente aquel sentido de los sagrado dogmas que una vez declaró la
santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y
nombre de una comprensión más profunda”[594].
Si la comprensión del dogma fuera la Iglesia no hay salvación no se desprende de la enseñanza
de la Cátedra de Pedro (las definiciones infalibles sobre el tema), ¡entonces
una carta de 1949 del cardenal Marchetti-Selvaggiani ciertamente no nos la va a
dar! Y si no hay excepciones o salvedades de este dogma que se hayan entendido
en el momento de las definiciones – ni en los tiempos del Papa Gregorio XVI –
entonces es imposible que las excepciones vinieren a ser entendidas después de
ése punto (por ejemplo, en 1949), porque el dogma ya había sido definido y
enseñado mucho antes. El descubrimiento de una nueva comprensión del
dogma en 1949 es una negación de la comprensión del dogma como había
sido definido. Pero el definir un nuevo dogma es realmente lo que el Protocolo
intentó hacer. Sigo con el Protocolo.
Suprema haec sacra, Protocolo 122/49, 8 de agosto
de 1949: “Ahora bien, entre los mandamientos de Cristo, no ocupa un lugar menos
importante aquel que nos manda que seamos incorporados por el bautismo en el
cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, y permanecer unidos a Cristo y a
su Vicario (…) Por lo tanto, nadie se salvará que, sabiendo que la
Iglesia ha sido divinamente establecida por Cristo, sin embargo, se niega a
someterse a la Iglesia o retiene la obediencia al Romano Pontífice, el Vicario
de Cristo en la tierra”[595].
Aquí el Protocolo comienza a entrar en su nueva explicación del
dogma fuera la Iglesia católica no hay
salvación, pero en una manera diabólicamente ingeniosa. La ambigüedad radica
en el hecho de que esta declaración es verdadera: nadie que, a sabiendas
que la Iglesia ha sido divinamente establecida, sin embargo, se niega someterse
a Ella y al Romano Pontífice se salvará. Pero a todo el que lea este
documento también se le da la clara impresión, por este lenguaje, que algunas
personas que, sin saberlo, no se someten a la Iglesia y al Romano
Pontífice, pueden salvarse. ¡Esto es una herejía y en realidad hace que sea
contraproducente convencer a alguien que la Iglesia católica fue establecida
por Dios!
Compárese la definición dogmática de la Iglesia católica con la adición al
dogma del Protocolo 122/49.
El dogma:
Papa Bonifacio
VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra:
“Ahora bien, someterse al
Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos
como de toda necesidad de salvación para toda
criatura humana”[596].
La adición del Protocolo 122/49.
Suprema haec sacra, Protocolo 122/49, 8 de agosto de 1949: “Por lo tanto, nadie se salvará que, sabiendo
que la Iglesia ha sido divinamente establecida por Cristo, sin embargo,
se niega a someterse a la Iglesia o retiene la obediencia al Romano Pontífice,
el Vicario de Cristo en la tierra”[597].
El lector puede ver fácilmente que el significado propuesto por el
Protocolo 122/49 se aparta de la comprensión del dogma que una vez declaró
la Santa Madre Iglesia. Nadie puede negar esto. El dogma de la necesidad de
la sumisión al Romano Pontífice para la salvación ha pasado de aplicarse a toda
criatura humana (Bonifacio VIII) a los que “sabiendo que la Iglesia ha
sido divinamente establecida” (Protocolo 122/49), haciendo nuevamente que
sea absurdo convencer a las personas que la Iglesia fue establecida por Dios.
Sigo con el Protocolo:
Suprema haec sacra, Protocolo 122/49, 8 de agosto de 1949: “En su infinita
misericordia Dios ha dispuesto que los efectos, necesarios para la salvación,
de aquellas ayudas a la salvación que se dirigen al fin último del hombre, no
por necesidad intrínseca, sino sólo por institución divina, también se pueden
obtener en determinadas circunstancias cuando esas ayudas sólo se usan en deseo
y anhelo (…)
“Lo mismo en su propio grado
debe afirmarse de la Iglesia, en la medida en que ella es la ayuda general para
la salvación. Por lo tanto, para que alguien pueda obtener la salvación
eterna, no siempre es necesario que sea incorporado a la Iglesia en
realidad como miembro, sino que es necesario que por lo menos esté unido a ella
por deseo y anhelo”[598].
Aquí se detecta otra negación del dogma tal como fue definido, y un desvío
de la comprensión del dogma que una vez declaró la Santa Madre Iglesia.
Compárese la siguiente definición dogmática del Papa Eugenio IV con estos
párrafos del Protocolo 122/49, especialmente las partes subrayadas.
El dogma:
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia Romana] Firmemente cree,
profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo
los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse
partícipe de la vida eterna, sino que ‘irán al fuego eterno que está aparejado
para el diablo y sus ángeles’ (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se
uniere con ella; y que es de tanto
precio la unidad en el cuerpo de la
Iglesia (ecclesiastici corporis)
que sólo a quienes en él permanecen
les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios
eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la
milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando
derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere
en el seno y unidad de la Iglesia católica”[599].
¡Vemos que el Protocolo 122/49 (citado arriba) está negando la necesidad de
la incorporación al ecclesiastici corporis, lo cual
es herejía!
Era
necesario estar en el “seno y unidad” de la Iglesia (Eugenio IV), pero ahora
“no siempre es necesario que sea incorporado a la Iglesia en realidad
como un miembro” (Protocolo 122/49). Se ha negado el dogma definido de la
INCORPORACIÓN y real permanencia en el cuerpo eclesiástico (ecclesiastici
corporis). ¡Esto es una herejía!
No hay manera en la tierra que la enseñanza del Protocolo 122/49 sea
compatible con la enseñanza del Papa Eugenio IV y del Papa Bonifacio VIII.
Aceptar, creer o promover el Protocolo es actuar en contra de estas
definiciones.
Sigo con el Protocolo:
Suprema haec sacra, Protocolo 122/49, 8 de agosto de 1949: “Sin embargo,
este deseo no siempre tiene que ser explícito, como lo es en los catecúmenos; pero
cuando una persona se encuentra en la ignorancia invencible, Dios acepta
también un deseo implícito, llamado así porque está incluido en esa
buena disposición del alma por la que una persona desee que su voluntad se
conforme a la voluntad de Dios”[600].
Aquí la herejía se presenta sin rodeos. Las personas que no tienen la fe
católica – que están “en la ignorancia invencible” – también pueden estar
unidas por el deseo “implícito”, con tal que “una persona desee que su voluntad
se conforme a la voluntad de Dios”. Y le recuerdo al lector que el Protocolo
122/49 fue escrito en contraposición específica a la declaración del P. Feeney
de que se pierden todos los que mueren no católicos. Es decir, el Protocolo
fue escrito para distinguir específicamente su propia enseñanza de la
afirmación del P. Feeney de que se pierden todos los que mueren no católicos,
lo que demuestra que el Protocolo estaba enseñando que se pueden salvar las
personas que mueren como no católicos y en las falsas religiones. Por lo tanto,
la declaración anterior del Protocolo es bastante obvia, y no es más que la
herejía de que puede haber salvación en cualquier religión o en ninguna
religión, siempre y cuando se mantenga la moralidad.
P. Miguel Muller,
C.SS.R., El Dogma Católico, pp. 217-218, 1888: “La ignorancia inculpable o invencible nunca ha sido y nunca será un
medio de salvación. Para salvarse, es necesario estar justificado, o estar
en estado de gracia. Para obtener la gracia santificante, es necesario contar
con las debidas disposiciones para la justificación, es decir, la verdadera fe
divina – al menos en las verdades
necesarias para la salvación –, la esperanza confiada en el divino
Salvador, el sincero dolor por el pecado, junto con el firme propósito de hacer
todo lo que Dios ha mandado, etc. Ahora
bien, estos actos sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad, contrición,
etc., que preparan el alma para recibir la gracia santificante, nunca pueden
ser suministrados por la ignorancia invencible, y si la ignorancia invencible
no puede suministrar la preparación para recibir la gracia santificante, muchos
menos le puede conceder la gracia santificante en sí misma. ‘La ignorancia invencible’, dice Santo Tomás, ‘es un castigo por el pecado’ (De, Infid. C. x, art. 1)”[601].
Compárese el extracto anterior del Protocolo con las siguientes
definiciones dogmáticas.
El dogma:
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, “Credo Atanasiano”, ex
cathedra: “El que quiera salvarse debe, ante todo, mantener la fe católica; por lo cual es indudable que perecerán
eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha”[602].
Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”,
13 de noviembre de 1565, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera de la cual nadie puede
salvarse, y que al presente espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[603].
Papa Benedicto XIV,
Nuper ad nos, 16 de marzo de 1743, Profesión de fe: “Esta fe de la
Iglesia católica, sin la cual nadie puede ser salvo, y que de
motu propio ahora profeso y sinceramente mantengo...”[604].
Papa
Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión
2, Profesión de fe, 1870, ex cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera de la que nadie puede
ser salvo, que ahora voluntariamente profeso y verdaderamente mantengo…”[605].
Sigo con el Protocolo:
Suprema haec sacra, “Protocolo 122/49”, 8 de agosto de 1949: “Al final de
la misma carta encíclica, invitando muy
cariñosamente a la unidad a los que no pertenecen al cuerpo de la Iglesia
católica (qui ad Ecclesiae
Catholicae compagnem non pertinent),
él menciona a los que están ‘ordenados al Cuerpo Místico del Redentor por una
especie de deseo e intención inconsciente’, y a estos de ninguna manera excluye de la salvación eterna, sino, por
el contrario, afirma que están en una condición en que ‘no pueden estar seguros
sobre su propia salvación eterna’, porque ‘ellos todavía permanecen privados de
tantos y tan grandes socorros celestiales, los cuales se pueden gozar solamente
en la Iglesia católica’”[606].
Al dar su falso análisis de la encíclica Mystici Corporis del Papa Pío XII, Suprema haec sacra enseña que las personas que “no pertenecen”
al cuerpo de la Iglesia pueden salvarse. Lo interesante de este pasaje
herético en el Protocolo 122/49 es que incluso Mons. Fenton (uno de sus mayores
defensores) admite que no se puede decir
que el alma de la Iglesia es más extensa que el cuerpo.
Mons. Joseph
Clifford Fenton, La Iglesia Católica y la
Salvación, 1958, p. 127: “Sin duda alguna, la más importante y frecuente de todas las insuficientes
explicaciones empleadas sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación es
la que se enfoca en una distinción entre el ‘cuerpo’ y la ‘alma’ de la Iglesia
católica. El individuo que trató de explicar el dogma en esta manera,
por lo general, designa a la misma Iglesia visible como el ‘cuerpo’ de la
Iglesia y aplicó el término ‘alma de la Iglesia’ o bien la gracia y las
virtudes sobrenaturales o a cualquier descabellada ‘Iglesia invisible’. (…)
fueron algunos libros y artículos que
afirmaban que, si bien el ‘alma’ de la Iglesia de alguna manera no se separa
del ‘cuerpo’, ella era en realidad más extensa que este ‘cuerpo’. Las
explicaciones de la necesidad de la Iglesia redactadas en los términos de esta
distinción son, de tal manera inadecuadas y confusas, y muy frecuentemente
infectadas con error grave”.
Por lo tanto, decir que no es necesario pertenecer al cuerpo, como
lo dice la Suprema haec sacra (el
Protocolo), es decir que no es necesario pertenecer a la Iglesia. Por su
declaración anterior, el Protocolo 122/49 enseñó la herejía de que no es necesario pertenecer a la
Iglesia católica para ser salvo, lo mismo que fue denunciado por Pío XII.
Papa Pío XII, Humani generis, # 27, 1950: “Algunos no
se creen obligados por la doctrina hace pocos años expuesta en nuestra carta
encíclica y apoyada en las fuentes de la revelación, según la cual el cuerpo
místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una sola y misma cosa. Algunos reducen a una fórmula vana la
necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para alcanzar la salvación
eterna”[607].
Esto es extremadamente importante, porque demuestra que la enseñanza de Suprema
haec sacra – y por lo tanto la enseñanza de Mons. Joseph Clifford Fenton
que la defendía – es herética. Ambos niegan la necesidad de “pertenecer” a
la verdadera Iglesia para alcanzar la salvación eterna.
Papa León X, Quinto
Concilio de Letrán, sesión 11, 19 de diciembre de 1516, ex cathedra:
“Pues, regulares y seglares, prelados y súbditos, exentos y no exentos, son miembros de la única Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y todos ellos tienen un Señor
y una fe. Por eso es conveniente
que, siendo miembros del único cuerpo, también tengan la misma
voluntad…”[608].
Menos de tres meses después que fue publicada de la carta
Marchetti-Selvaggiani en The Pilot, el Padre Feeney fue expulsado del
orden de los jesuitas el 28 de octubre de 1949. El Padre Feeney resistía fuertemente a los intentos de
los herejes de persuadirlo y hacerlo someterse a la herejía. Refiriéndose a la
carta de Marchetti-Selvaggiani (Protocolo 122/49) del 8 de agosto, el Padre
Feeney afirmó acertadamente: “se puede considerar que se ha establecido una
política de doble cara con el fin de propagar el error”.
La realidad fue que la expulsión del Padre Feeney de la orden de los
jesuitas no tuvo ninguna validez. Los hombres que lo expulsaron y los clérigos
que estaban en su contra fueron expulsados automáticamente de la Iglesia
católica por adherirse a la herejía que los que mueren como no católicos pueden
ser salvos. Esto es similar a la situación del siglo V, cuando el patriarca de
Constantinopla, Nestorio, comenzó a predicar la herejía que María no era la
Madre de Dios. Los fieles reaccionaron, acusaron a Nestorio de herejía y lo
denunciaron como un hereje que estaba fuera de la Iglesia católica. Y Nestorio
fue más tarde condenado por el Concilio de Éfeso en 431. Esto es lo que el Papa
San Celestino I declaró acerca de los que habían sido excomulgados por Nestorio
después que él empezó a predicar la herejía.
Papa San Celestino
I, siglo V: “La autoridad de Nuestra
Sede Apostólica ha determinado que el obispo, clérigo, o simple
cristiano que haya sido depuesto o excomulgado por Nestorio o sus seguidores, después
de que éste comenzó a predicar la herejía no se considerarán depuestos ni
excomulgados. Porque él que había desertado de la fe con tal
predicación, no puede destituir ni remover a nadie en absoluto”[609].
El Papa San Celestino confirma autoritativamente el principio de que un
hereje público es una persona que no tiene autoridad para deponer, excomulgar o
expulsar. La cita se
encuentra en De Romano Pontífice, la obra de San Roberto Belarmino. Esto
explica por qué toda la persecución en contra del Padre Feeney (sea expulsión,
interdicción, etc.) no tuvo ninguna validez, debido a que él tenía razón y los
equivocados eran los que estaban en su contra. Él defendió el dogma no hay salvación fuera la Iglesia,
mientras que sus oponentes defendieron la herejía de que hay salvación fuera la
Iglesia.
San Roberto
Belarmino (1610), Doctor de la Iglesia, De Romano Pontífice: “Un Papa
que es hereje manifiesto automáticamente (per se) deja de ser Papa y
cabeza, asimismo que automáticamente deja de ser cristiano y miembro de la
Iglesia. Por lo tanto, puede ser juzgado y castigado por la Iglesia. Esta
es la enseñanza de todos los Padres antiguos que enseñan que los herejes
manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción”.
Las cosas entre el Padre Feeney y los herejes de Boston se mantuvieron sin
cambios hasta el 14 de septiembre de 1952. En ese momento, Richard Cushing, el
“arzobispo” de Boston, exigió que el Padre Feeney se retractase de su
“interpretación” del dogma – lo que significaba retraerse del dogma – e hiciese
una profesión explícita de sumisión a la carta Marchetti-Selvaggiani (Protocolo
122/49). Con cuatro testigos, el Padre Feeney se presentó ante Cushing. Él le
dijo que su única opción era declarar que la carta de Marchetti-Selvaggiani era
“absolutamente
escandalosa porque era francamente herética”. Esto es exactamente lo
que habría dicho el Papa Gregorio XVI acerca de la horrible carta Protocolo, al
igual que cualquier católico.
Durante esa reunión, el P. Feeney le preguntó al “arzobispo” Cushing si él
estaba de acuerdo con la carta de Marchetti-Selvaggiani del 8 de agosto de
1949. Cushing Respondió: “Yo no soy teólogo. Todo lo que sé es lo que me
dicen”. Esta respuesta evasiva y sin
compromiso muestra los verdaderos colores de Cushing, este hereje, falso pastor
y enemigo de Jesucristo. Si Cushing creía que alguien estaba obligado a la
carta, entonces él debería haber respondido sin vacilación que estaba de
acuerdo con ella. Pero debido a que no quiso defender la carta en ningunos de
sus detalles, especialmente en sus negaciones del dogma, respondió eludiendo la
pregunta. Esta evasión impidió al P. Feeney de ponerlo en su lugar y condenarlo
con el dogma que estaba siendo negado. El Padre Feeney acusó a Cushing de
faltar a su deber y se retiró.
28. La herejía antes del Vaticano II
Para poder apreciar plenamente la controversia del Padre Feeney, es
necesario entender que la negación de la fe que el Padre Feeney combatía, ya
estaba firmemente instalada en los años previos al Vaticano II. La mayoría de
las personas que se consideran “católicos tradicionales” tienen la falsa
impresión de que “si pudiéramos retroceder a lo que creían las personas en
los años 1950’s, todo estaría bien”. No, no lo estaría. En los años 1940’s
y 1950’s ya la mayoría de los sacerdotes y obispos habían perdido la fe y
habían rechazado completamente el dogma solemnemente definido que no hay
salvación fuera la Iglesia católica. Es simplemente un hecho que la herejía
contra el dogma fuera la Iglesia no hay
salvación se enseñaba en la mayoría de los seminarios en los años 1940’s y
50’s. De hecho, la ruptura de la fe empezó mucho más temprano que en los años
1940’s o 50’s.
Nuestra Señora de La Salette, Francia, 19 de septiembre de 1846: “En el
año 1864, Lucifer junto con un gran número de demonios serán liberados del
infierno; ellos eliminarán la fe poco a poco, incluso entre quienes se
dedican a Dios. Serán cegados de tal manera, que, a menos que sean bendecidos
con una gracia especial, esas personas asumirán el espíritu de estos ángeles
del infierno; varias instituciones religiosas perderán toda fe y se perderán
muchas almas (…) Roma perderá la
fe y se convertirá en la sede del Anticristo (…) La Iglesia será
eclipsada…”.
Como dije antes en este documento, San Antonio María Claret, el único santo
canonizado que asistió al Primer Concilio Vaticano, tuvo un derrame cerebral al
escuchar las falsas doctrinas que se estaban proponiendo en ese entonces, las
cuales nunca consiguieron introducirse en el Concilio. El desmontaje paso a
paso de la fe católica por Lucifer comenzó, no en 1964, sino en 1864, mucho
antes de Vaticano II. Echemos un vistazo a algunos ejemplos de herejía
flagrante en libros de antes del Vaticano II con Imprimátur (es decir, con la
aprobación de un obispo).
1.
La
Enciclopedia Católica, vol. 3, “Iglesia”, 1908, G. H. Joyce: “La doctrina se
resume en la frase, Extra Ecclesiam nulla salus (Fuera la Iglesia no
hay salvación) (…) Por cierto no significa que nadie se salva excepto
los que están en comunión visible con la Iglesia católica. La Iglesia
católica siempre ha enseñado que basta un acto de caridad perfecta y de
contrición para obtener la justificación (…) Muchos están alejados de la
Iglesia por ignorancia. Tal puede ser el caso de quienes han sido
criados en la herejía (…) Por lo tanto, incluso en el caso en que
Dios salva a hombres separados de la Iglesia, Él lo hace a través de
las gracias actuales de la Iglesia (…) En la expresión de los teólogos, ellos
pertenecen al alma de la Iglesia, aunque no a su cuerpo”[610].
Lo que tenemos aquí, en La Enciclopedia Católica,
en el año 1908, en un libro con el imprimátur de Juan Farley, arzobispo de
Nueva York, es una herejía flagrante. El autor, G.H. Joyce, rechaza
completamente el dogma como ha sido definido. Él incluso emplea “la herejía del
alma de la Iglesia”, lo que es completamente herético (como demostré en la
sección “La herejía del alma de la Iglesia”). El dogma definido que declara que
sólo aquellos que están en la Iglesia católica pueden salvarse, ha dado paso a
la herejía que Dios salva a hombres “separados de la Iglesia”.
Papa León XIII, Tametsi futura prospicientibus, #
7, 1 de noviembre de 1900: “De aquí que todos los que quieran encontrar la
salvación fuera de la Iglesia son descarriados y se esfuerzan en vano”[611].
Pero para estos herejes, este
dogma ya no significa que fuera la Iglesia no hay salvación, sino más bien que
los no católicos se salvan en sus falsas religiones pero por la
Iglesia católica. La necesidad de la fe y de la unidad católica para la
salvación ha sido totalmente rechazada.
Gregorio XVI, Summo
iugiter studio, # 2, 27 de mayo de 1832: “Finalmente, algunas de estas
personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a otros que los
hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que incluso los herejes
pueden obtener la vida eterna (…)
Sabéis con cuánto afán nuestros predecesores enseñaron este artículo de fe
que ellos se atreven a negar, a saber, la necesidad de la fe católica y
de la unidad para la salvación”[612].
Y esto demuestra que el dogma
que los que mueren como no católicos no se pueden salvar fue negado
públicamente, incluso tan temprano como en 1908.
2.
Mi Fe Católica, un catecismo por el obispo Louis LaRavoire, 1949:
“La Santa Misa se puede ofrecer por los vivos de cualquier credo. Puede ser
ofrecida por los católicos fallecidos. El sacerdote no puede ofrecer la
Misa públicamente por los muertos no católicos, pero las personas que oyen la
Misa sí pueden”[613].
Aquí nos encontramos con la
misma herejía en un catecismo escrito por el obispo de Krishnager, Louis
LaRavoire. Este catecismo sigue siendo promovido actualmente por muchos de los
llamados “católicos tradicionalistas”. Al permitir las oraciones por los
difuntos no católicos, Louis LaRavoire niega el dogma que todos los que mueren
como no católicos se pierden.
Papa Clemente VI, Super
quibusdam, 20 de septiembre de 1351: “En segundo lugar preguntamos si
creéis tú y los armenios que te obedecen que ningún hombre viador podrá finalmente salvarse fuera de
la fe de la misma Iglesia y de la obediencia de los Romanos Pontífices”[614].
3.
Catecismo de Baltimore No. 3,
1921, imprimátur del arzobispo Hayes de Nueva York: “P. 510. ¿Es posible que
alguien que no sabe que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia se pueda
salvar? R. Es posible que alguien que no sabe que la Iglesia católica es la
verdadera Iglesia se salve, con tal que esa persona (1) haya sido bautizada
válidamente; (2) crea firmemente que la religión que él profesa y practica es
la verdadera religión, y (3) muera sin la culpa de pecado mortal en su alma”.
Aquí nos encontramos con la herejía flagrante en el
Catecismo de Baltimore, publicado con imprimátur en 1921. Los autores de este catecismo
herético son tan atrevidos como para aseverar que no sólo es posible la
salvación de un no católico, pero depende de que el no católico “crea
firmemente que la religión que él profesa y practica es la verdadera
religión”. Por tanto, si estás firmemente convencido que el mormonismo
es la verdadera religión, entonces tienes una buena posibilidad de salvarte,
según el Catecismo de Baltimore; pero si no estás firmemente convencido de
esto, entonces la posibilidad es menor. Esto es una burla absoluta del dogma:
un Señor, una fe y un bautismo (Ef. 4, 5).
Papa Gregorio XVI, Mirari
vos, # 13, 15 de agosto de 1832: “Si dice el Apóstol que hay ‘un solo Dios,
una sola fe, un solo bautismo’ (Ef. 4, 5), entiendan,
por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de
salvación, que, según la sentencia del Salvador, ‘están ellos contra
Cristo, pues no están con Cristo’ (Luc. 11, 23) y que los que no recolectan
con Cristo, esparcen miserablemente, por
lo cual ‘es indudable que perecerán
eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha’
(Credo Atanasiano)”[615].
Las palabras de Gregorio XVI en Mirari vos podrían
haber sido escritas específicamente para los autores del Catecismo de
Baltimore; y en efecto, ellas se dirigían a otros herejes de su tiempo que
sostenían la misma cosa. Nótese cuán lejos se ha apartado el Catecismo de
Baltimore del dogmático Credo Atanasiano que Gregorio XVI reafirma al decir
que todo aquel que quiera salvarse debe guardar la fe católica. Los autores del
Catecismo de Baltimore no pudieron, en su imaginación más descabellada, fingir
creer en la profesión de fe dogmática.
El lector también debe tener en cuenta que el Papa
Gregorio XVI enseña que se condenan los que nunca han sido católicos,
así como los católicos que abandonan la Iglesia.
El Catecismo de Baltimore rechaza las palabras de
Jesucristo, que declaró que “él que no creyere se condenará” (Mc. 16,
16). La edición revisada de las Escrituras por los autores del Catecismo de
Baltimore tendrían que decir: “él que cree firmemente en las falsas
religiones no se condenará”.
4.
Manual de
Teología Dogmática, de Ludwig Ott, imprimátur 1954, p. 310: “La necesidad
de pertenencia a la Iglesia no es simplemente una necesidad de precepto, sino
también de medio, como muestra claramente la comparación con el Arca, el medio
de salvación del diluvio bíblico (…) En circunstancias especiales, a saber, en
el caso de la ignorancia invencible o de incapacidad, la pertenencia real a la
Iglesia puede ser remplazada por el deseo de la misma (…) De esta manera
los que están de hecho fuera de la Iglesia católica también pueden conseguir la
salvación”[616].
Es una lástima que la Iglesia católica fuera tan
estúpida como para definir más de siete veces que fuera la Iglesia católica
absolutamente nadie se salva, porque (como revela el “gran” Ludwig Ott) “los
que están de hecho fuera de la Iglesia católica también pueden conseguir
la salvación”. Es una vergüenza que la Iglesia no poseyera esta profunda
iluminación, que ella no supiese que lo que había enseñado “infaliblemente” por
todos estos años era en realidad todo lo contrario de la verdad.
En verdad, lo que dice Ludwig Ott arriba, es
equivalente a declarar que la Santísima Virgen María fue concebida en pecado
original. No hay diferencia alguna. Si la Iglesia define que fuera la Iglesia
absolutamente nadie se salva (Papa Inocencio III, etc.), y yo afirmo que “los
que están de hecho fuera de la Iglesia católica pueden conseguir la
salvación”, entonces estoy haciendo exactamente lo mismo que si dijera que la
Virgen María fue concebida en algún pecado, cuando la Iglesia dijo que ella no
tuvo pecado alguno. Yo estaría diciendo exactamente lo contrario a lo que la
Iglesia había definido infaliblemente, y esto es precisamente lo que hace Ludwig
Ott.
Pero poco después de negar explícitamente el
dogma que nadie puede salvarse fuera la Iglesia, nótese lo que dice Ludwig Ott:
Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, p. 311: “Es la
convicción unánime de los Padres que la salvación no se puede conseguir
fuera de la Iglesia”[617].
“Sea vuestra palabra: sí, sí; no, no; todo lo
que pasa de esto, de mal procede”. (Mt. 5, 37). ¡De una página a la
próxima, Ludwig Ott se contradice a sí mismo sobre si los que están fuera la
Iglesia católica pueden conseguir la salvación! Él incluso usa exactamente el
mismo verbo – “conseguir” – en ambas frases, mas con el significado opuesto de
una a la próxima: 1) los que están “fuera de la Iglesia pueden conseguir
la salvación”; 2) “la salvación no se puede conseguir fuera
de la Iglesia”. Su lenguaje no es de Dios, sino del diablo. Lo negro es
blanco y lo blanco es negro; lo bueno es malo y lo malo es bueno; la verdad es
error y el error es verdad; la salvación se puede conseguir fuera la Iglesia y
la salvación no se puede conseguir fuera la Iglesia.
Para los herejes pre-Vaticano II que condenaron
al Padre Feeney y despreciaban el dogma fuera
la Iglesia católica no hay salvación, no hay problema en creer que hay
salvación fuera la Iglesia católica, mientras crean simultáneamente que no hay
salvación fuera la Iglesia católica. No es ningún problema para esas personas
porque son de mal (Mt. 5, 37).
Papa Clemente V, Concilio de Vienne,
decreto # 30, 1311-1312, ex cathedra:
“Puesto que hay (…) una Iglesia universal,
fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos
ellos hay un solo Señor, una fe, un
bautismo…”[618].
Los que aceptan obstinadamente la herejía contenida en estos libros
pre-Vaticano II – como el Manual de Teología Dogmática de Ludwig Ott – con
razón deben temer, como dice el Papa Gregorio XVI, porque sin duda alguna ellos
heredarán un lugar en el infierno si no se arrepienten y convierten.
5.
El Catecismo Explicado, Rev. Spirago y
Rev. Clark, 1898: “Sin embargo, si un hombre, por causas ajenas a la suya,
permanece fuera la Iglesia, puede salvarse si lleva una vida temerosa de
Dios; porque tal es, para todos los intentos y propósitos un miembro de la
Iglesia católica”[619].
De acuerdo con esto, no sólo es posible salvarse fuera la Iglesia (lo cual es
una negación directa del dogma), sino que en realidad es posible que, “para
todos los intentos y propósitos”, es un miembro de la Iglesia católica
¡mientras que aún se encuentra fuera de ella! Esto es tan herético y
contradictorio que no vale más comentarios, excepto decir que lo que propone
aquí El Catecismo Explicado – que un hombre puede salvarse fuera la
Iglesia con tal que lleve “una vida temerosa de Dios” – es exactamente lo que
condenó el Papa Gregorio XVI en Mirari vos: que un hombre puede salvarse
en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres.
Papa Gregorio
XVI, Mirari vos, # 13, 15 de agosto de 1832: “… aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de
los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier
religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres (…) por lo
cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no
la guardan íntegra y sin mancha (Credo Atanasiano)”[620].
Podría continuar con ejemplos de textos con imprimátur pre-Vaticano II que
contienen herejía, pero el punto debería ser obvio: la negación del dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación
estaba firmemente establecida en la mente de la mayoría de los sacerdotes y
obispos previos al Vaticano II, por lo que la oposición que experimentó el
Padre Feeney al defender esta verdad a finales de los 1940’s y 1950’s no es
ninguna sorpresa. La Gran Apostasía estaba firmemente establecida en los 1940’s
y 50’s, habiendo empezado en realidad a mediados y finales de los 1800’s; y lo
que el Padre Feeney estaba tratando hacer era sofocar esta marea de apostasía
cortándola de raíz: la negación de la necesidad de la Iglesia católica para la
salvación.
Algunos tienen la falsa impresión de que la horrible herejía pre-Vaticano
II, que fue catalogada arriba, fue también enseñada por el Papa Pío XII en su
encíclica Mystici Corporis. Esto no es cierto. El pasaje de la Mystici
Corporis que a los herejes les encanta citar, es débil, pero no herético.
Se traduce exactamente de la siguiente manera:
Papa Pío XII, Mystici
Corporis, 29 de junio de 1943, Hablando sobre los no católicos: “Esta
Nuestra solemne afirmación deseamos (…) a todos y a cada uno de ellos a que,
rindiéndose libre y espontáneamente a los internos impulsos de la gracia
divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros
de su propia salvación eterna; pues, aunque por cierto inconsciente deseo y
aspiración están ordenados al Cuerpo místico del Redentor, carecen, sin
embargo, de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la
Iglesia católica es posible gozar”[621].
En primer lugar, este pasaje de la Mystici Corporis ha sido
traducido incorrectamente por muchos para debilitar más y para pervertir las
propias palabras de Pío XII. La frase (ab
eo statu se eripere studeant, in quo de sempiterna cuiusque propria salute
securi esse non possunt) que se traduce correctamente como “… se esfuercen
por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia
salvación eterna”, ha sido mal traducida como “miren por retirarse de ese
estado en que no pueden tener certeza de
su salvación”[622]. Esta
mala traducción da la clara impresión de que los no católicos tienen una remota
posibilidad de alcanzar la salvación donde están.
Es muy interesante que incluso un defensor del Protocolo 122/49, el
herético Mons. Fenton admite que “certeza” es una traducción gravemente
engañosa.
Mons. Joseph
Clifford Fenton, La Iglesia Católica y la
Salvación, 1958, p. 88: “Muchas de las traducciones publicadas de la Mystici Corporis Christi emplean la
expresión ‘en que no pueden tener certeza de su salvación’ al traducir esta
frase al inglés. Esta terminología es a la vez inexacta y seriamente engañosa”[623].
Fenton señala que la mala traducción da la impresión de que los católicos
pueden tener certeza sobre su salvación, lo que es una herejía condenada por el
Concilio de Trento (Trento, sesión 6, cap. 9).
La otra parte de la Mystici Corporis
que ha sido traducida incorrectamente por muchos para debilitar más y
distorsionar las propias palabras de Pío XII es la frase en latín: “quandoquidem,
etiamsi inscio quodam desiderio ac voto ad mysticum Redemptoris Corpus ordinentur”. Ha sido mal traducida por muchos
como: “aunque por cierto inconsciente
deseo y aspiración están relacionados al Cuerpo místico del Redentor...”. Esta es una traducción
deliberadamente errónea que altera el significado de las palabras de Pío XII.
Citaré al Hno. Roberto María en El Padre Feeney y la Verdad Sobre la
Salvación para explicar por qué esta es una traducción incorrecta.
“La
palabra abusada es ordinentur. El libro, Diccionario Latín-Inglés
de Santo Tomás de Aquino, por Roy J. Deferrari, nos da los siguientes
significados del verbo latino ordino:
‘Ordino, are, avi, atum – (1) ordenar, poner en orden, arreglar, ajustar,
disponer, (2) ordenados [como inclinar]…”
“Ya que el Papa usa el modo
subjuntivo para expresar una contingencia de incertidumbre, no un hecho, la
traducción debe leer:
‘aunque por cierto inconsciente deseo y aspiración están dispuestos al
(u ordenados al) Cuerpo místico del Redentor’.
“En
otras palabras, la única cosa que este ‘cierto inconsciente deseo y aspiración’
(inscio quodam desiderio ac voto) puede hacer para estos no católicos es
ponerlos en orden para entrar en, o regresar a, la Iglesia. En ninguna manera
el Papa dice, como un hecho, que ellos están ‘relacionados’ al Cuerpo Místico
del Redentor, ni mucho menos ‘unidos a él [Cuerpo]”[624].
El Hno. Roberto María ha señalado astutamente que
es falso decir que Pío XII enseñó que algunos no católicos están “relacionados”
a la Iglesia por un deseo inconsciente; y que Pío XII ciertamente no enseñó que
algunos no católicos están “unidos” a la Iglesia. Pero es así como la Mystici
Corporis está traducida en muchos artículos, especialmente en los escritos
por sacerdotes que niegan el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación.
Si bien que la importante observación de arriba
muestra lo equivocado que es el tratamiento de los herejes modernos de la Mystici
Corporis, no hay duda que la declaración de Pío XII en el pasaje arriba –
incluso traducido correctamente –todavía es patéticamente débil, y abre
la puerta para que los herejes liberales aseveren que él hizo suya la herejía
de que los no católicos pueden salvarse por su deseo inconsciente de la fe
católica. Su debilidad muestra la mentalidad de un hombre que permitió
durante su reinado correr desenfrenadamente la herejía contra el dogma fuera la Iglesia no hay salvación en los
seminarios, textos teológicos y catecismos, aunque no fuera enseñado
explícitamente por él. Pío XII no debió haber dicho nada sobre el supuesto
deseo y aspiración inconsciente de los no católicos, aunque tampoco afirmase
que tales podrían salvarse. Todo el mundo sabe que incluso la mención de tal
cosa hace que los modernistas saliven como perros sobre una comida sabrosa. Pío
XII debió haberse dirigido a los no católicos a la manera del Papa León XII, y
debería haber reafirmado a la manera de Gregorio XVI que los no católicos
ciertamente perecerán si no tienen la fe católica.
Papa León XII, Quod hoc ineunte, # 8, 24 de mayo de 1824: “Nos dirigimos a
todos vosotros que todavía estáis apartados de la verdadera Iglesia y del
camino a la salvación. En este júbilo universal, una cosa falta: que
habiendo sido llamados por la inspiración del Espíritu celestial y habiendo
roto todo lazo decisivo, podáis estar de acuerdo sinceramente con la Madre
Iglesia, fuera de cuyas enseñanzas no hay salvación”[625].
Papa Gregorio XVI, Mirari
vos, # 13, 15 de agosto de 1832: “… por
lo cual es ‘indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y
no la guardan íntegra y sin mancha’ (Credo
Atanasiano)”[626].
Una vigorosa reafirmación de la enseñanza católica como esta por Pío XII
habría eliminado todas las reclamaciones de los herejes contra el dogma
haciendo referencia a su encíclica. Sin embargo, aquí hay unas otras
declaraciones del Papa Pío XII dignas de mención.
Papa Pío XII, Mystici
Corporis, # 22, 29 de junio de 1943: “Pero
entre los miembros de la Iglesia, sólo se han de contar de hecho los que
recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe”[627].
Pío XII, Mediator Dei, # 43, 20 de noviembre de 1947: “Así como el bautismo distingue a los
cristianos y los separa de aquellos que no han sido lavados en el agua
purificadora y no son miembros de Cristo, así el sacramento del orden
distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos no consagrados”[628].
Estas dos declaraciones excluyen la idea que alguien se pueda salvar
incluso por un deseo explícito del bautismo, ya que afirman que aquellos que no
han recibido el sacramento del bautismo no son cristianos o miembros de la
Iglesia o miembros de Cristo. (Los que no son cristianos o miembros de la
Iglesia o miembros de Cristo no se pueden salvar).
Juan 15, 6: “El que no permanece en mí es echado
fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego
para que ardan”.
En realidad, si se admite que la cita anterior de la Mediator Dei es
magisterial (y por lo tanto infalible), ella sola elimina toda teoría
de bautismo de deseo, porque asevera que la diferenciación entre los que
han recibido la marca del bautismo (y son miembros de Cristo) y los que no han
recibido la marca del bautismo (y por siguiente no son miembros de Cristo) es
tan pronunciada como la diferenciación que hay entre los que se han hecho
sacerdotes por la ordenación y los que no. En otras palabras, según la
declaración del Papa Pío XII en Mediator Dei, aseverar que alguien pueda
ser un cristiano o miembro de Cristo sin la marca del bautismo (que es
lo que afirma la teoría de bautismo de deseo) es semejante a aseverar que
alguien pueda ser un sacerdote sin la ordenación.
Además, en la Humani generis en 1950, el Papa Pío XII verdaderamente
puso el dedo directamente sobre la herejía que trabaja contra el dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
Papa Pío XII, Humani generis, # 27, 1950: “Algunos no se consideran
obligados por la doctrina – que, fundada en las fuentes de la revelación, expusimos Nos hace pocos
años en una encíclica –, según la cual el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia
católica romana son una sola y misma cosa. Otros
reducen a una mera fórmula la necesidad de pertenecer a la verdadera Iglesia
para conseguir la salud eterna”[629].
El Papa Pío XII condena aquí la exacta
herejía común a todos los herejes modernos que niegan este dogma. ¡Ellos
reducen el dogma fuera la Iglesia no hay
salvación a una mera fórmula diciendo que no significa lo que dice!
También hay que
señalar que a pesar de que el Papa Pío XII no enseñó que los no
católicos podían estar unidos a la Iglesia y salvarse por un “cierto
inconsciente deseo y aspiración”, si lo hubiera hecho, habría
enseñado la herejía – una herejía refutada por sus propias declaraciones
anteriores. Como nos dice San Pablo, “Pero aunque nosotros o un ángel del
cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea
anatema” (Gál. 1, 8). El
problema con el Papa Pío XII, sin embargo, no fue principalmente lo que él dijo
sobre este dogma, sino lo que él no dijo, y más específicamente, lo que
él permitió que ocurriera con el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación y el Padre Leonard Feeney, S.J, sea por
silencio o negligencia (y tal vez por el apoyo directo). Lo que él permitió que
ocurriera fue un delito tan grave que no se puede medir. Lo que él permitió que
ocurriera resultó ser un escándalo incalculable para los fieles y un
impedimento para la salvación de millones de almas en sus días, y para las
generaciones venideras.
30. El Papa Pío XII, el Padre Feeney y el dogma
Una de las razones por las que el herético y nocivo Protocolo 122/49 ganó
tal impulso en la mente de tantos obispos y sacerdotes, y pudo literalmente
destruir por completo la creencia en el dogma (que los que mueren no católicos
se pierden) en casi todo el mundo católico, fue porque pensaban que tenía la
aprobación a lo menos tácita del Papa Pío XII.
De hecho, el documento afirma que él sí lo aprobó. La verdad es que él
no lo firmó, ni lo promulgó en ninguna manera que pudiese afectar la
infalibilidad. Incluso no fue publicado oficialmente. Y obviamente ningún Papa
podría haber firmado el Protocolo ya que es bastante herético, como he
demostrado.
Si el Papa Pío XII hubiera estado de acuerdo con el Protocolo y la
persecución al Padre Feeney por predicar el dogma, entonces él no era más que
simplemente un pecador mortal contra la fe. Si él se hubiera pronunciado a
favor del Protocolo y en contra del P. Feeney entonces habría sido un hereje.
Esto es simplemente un hecho. Si el Papa Pío XII hubiese negado el dogma – como
lo hicieron los sacerdotes del Colegio de Boston, por ejemplo – y asentido a la
sofocante represión a la predicación apostólica del Padre Feeney, entonces Pío
XII se habría convertido en un hereje y en un enemigo de la fe.
Si el Papa Pío XII pensaba que el Padre Feeney estaba predicando su
propia doctrina por afirmar exactamente lo que aseveró el Papa Gregorio XVI
en Summo iugiter studio y lo que la Cátedra de Pedro ha definido
dogmáticamente (que todos que mueren no católicos se pierden), entonces él no
entendía la primera cosa sobre la fe católica – y de hecho no la poseería.
Se debe recordar que no todas las decisiones de un Papa son infalibles. En
el estudio de los errores papales a través de la historia como parte de los
preparativos para la declaración dogmática de la infalibilidad papal, los
teólogos de Vaticano I encontraron que más que 40 Papas sostuvieron opiniones
teológicas erradas. Pero ninguno de esos errores fueron enseñados por los Papas
desde la Cátedra de Pedro. En un caso bien conocido de error papal, el Papa
Juan XXII sostuvo la falsa opinión que los justos del Antiguo Testamento no
recibirían la visión beatífica hasta después del Juicio Final[630].
Tal vez el caso más
claro de error papal en la historia de la Iglesia fue el “sínodo cadavérico” de
897. Esto fue donde el cuerpo muerto del Papa Formoso – que a todas luces era
un Papa santo y devoto – fue condenado después de su muerte por el Papa Esteban
VII por una serie de supuestas violaciones de ley canónica[631]. Esta
condenación del Papa Formoso por el Papa Esteban VII fue anulada por el Papa
Teodoro II y el Papa Juan IX, pero favorecida por el Papa Sergio III[632]. Esto
debería mostrarnos muy claramente que no todas las decisiones, discursos,
opiniones o juicios de un Papa son infalibles. Un Papa es infalible cuando
habla desde la Cátedra de Pedro o reitera lo que la Iglesia siempre ha enseñado
en su magisterio ordinario y universal.
El Papa Honorio I
fue condenado por el III Concilio de Constantinopla por fomentar la
herejía monotelita (la creencia que Cristo sólo tenía una voluntad) en dos
cartas al patriarca Sergio. Así, al igual que el Papa Honorio I (625-638) fue
condenado por promover la herejía por el III Concilio de Constantinopla
y otros concilios ecuménicos[633], el
Papa Pío XII habría caído en herejía si hubiera sostenido que los no católicos
podrían salvarse y hubiera apoyado la persecución al Padre Feeney por afirmar
la doctrina católica por siempre enseñada.
Recuérdese que el
Papa Pío XII no fue de ningún modo un firme tradicionalista. Sus reformas,
omisiones y fracasos pavimentaron el camino para el Vaticano II. Algunas de las
cosas que Pío XII hizo son:
·
Él
promovió a Annibale Bugnini, el autor de la Nueva Misa, y comenzó la reforma
litúrgica con la introducción de reformas en los ritos de Semana Santa. Un buen
número de eruditos litúrgicos piensan que las reformas de Semana Santa fueron
terribles. Un ejemplo es el haber permitido distribuir la santa comunión el
Viernes Santo. El decreto del Santo Oficio sobre la comunión frecuente bajo el Papa San Pío X, cita al Papa
Inocencio XI, que condenó tal práctica.
·
Él
promovió a hombres como Angelo Roncalli (más tarde Juan XXIII) y Giovanni
Montini (más tarde Pablo VI), sin las cuales promociones estos hombres nunca
habrían tenido la influencia o causado la destrucción inmensurable que ellos
hicieron.
·
Él dijo
que la evolución teísta se podía enseñar en las escuelas católicas (Humani
generis, 1950), que es nada menos absurda – y posiblemente herética.
·
Él
enseñó que el control de la natalidad podría ser usado por las parejas mediante
el método del ritmo (o Planificación Natural de la Familia), que es una
frustración y una subordinación del propósito primario del acto conyugal
– la concepción.
·
Él
permitió la persecución y la posterior excomunión del Padre Leonard Feeney, ya
sea por complicidad o negligencia intencional, por hacer lo que todo sacerdote
católico debe hacer: predicar el Evangelio, defender la fe y adherir al dogma
definido.
Este último crimen
fue de lo más grave. Con la persecución del Padre Feeney, las “autoridades” en
Boston y Roma no sólo no ayudaron al Padre Feeney en su lucha para convertir a
los no católicos, ¡sino que en realidad la detuvieron! Téngase en cuenta lo
siguiente: Los hombres que deberían fomentar la salvación de las almas y la
conversión a la verdadera fe en realidad hicieron el máximo de difícil que fuere
posible para que el Padre Feeney lo hiciera. Ellos hicieron tan dura cuanto
pudieron su tarea de entregar el mensaje salvífico de Cristo – que la salvación
sólo viene por pertenecer a la Iglesia que Él estableció –, dando a la vez la
falsa impresión a millones de no católicos que ellos estaban bien en el estado
de condenación en el cual se encontraban. Richard Cushing, el arzobispo
apóstata de Boston, quien primero silenció al Padre Feeney – no sobre el
bautismo de deseo, sino sobre el dogma extra ecclesiam nulla salus
(fuera la Iglesia no hay salvación) – se jactó antes de su muerte que él
nunca había hecho un sólo converso en toda su vida[634].
Fue el 24 de
septiembre de 1952 que el Padre Feeney dirigió una extensa y detallada carta a
Pío XII. La carta quedó sin respuesta. Pero un mes más tarde (en una carta
fechada el 25 de octubre de 1952) el cardenal Pizzardo del Santo Oficio lo
llamó a Roma. El 30 de octubre de 1952, el Padre Feeney envió una respuesta a
Pizzardo, solicitando una declaración de los cargos en su contra – como lo
exige el Derecho Canónico. El 22 de noviembre de 1952, Pizzardo respondió:
“Su
carta del 30 de octubre pone de manifiesto que usted está evadiendo la cuestión
(…) Debe venir a Roma inmediatamente, donde se le informará de los cargos
presentados en su contra (…) Si no se presenta (…) antes del 31 de diciembre
este acto de desobediencia se hará público con las penas canónicas (…) El
delegado apostólico ha sido autorizado a proveer los gastos de su viaje”[635].
El 2 de diciembre
de 1952, Padre Feeney respondió:
“Su
Eminencia parece haber malinterpretado mis motivos al responder a su carta del
25 de octubre de 1952. Yo había presumido que su primera carta era para servir
como una citación canónica para presentarme ante su Sagrado Tribunal. Como la
citación, sin embargo, fue fatalmente defectuosa bajo las normas del canon
1715, especialmente porque no se me informó de los cargos en mi contra. Este
canon exige que la citación contenga a lo menos una declaración general de los
cargos. Bajo las normas del canon 1723 todo procedimiento basado en una
cita tan sustancialmente defectuosa está sujeta a una denuncia de nulidad”[636].
Este intercambio de
cartas entre el Padre Feeney y Pizzardo es muy interesante y valioso para
nuestra discusión. En primer lugar, muestra que el deseo del Padre Feeney
fue operar dentro de los límites de la ley, mientras que el Pizzardo y los
del Vaticano mostraban un flagrante desprecio de la ley, incluso en la manera
de convocarlo a Roma. El Derecho Canónico estipula que un hombre convocado a
Roma debe ser informado al menos en general acerca de los cargos en su contra,
y el Padre Feeney citó los cánones pertinentes. Pizzardo y sus cohortes ignoraron
constantemente estas leyes.
El 9 de enero de
1953, Pizzardo respondió a la carta del P. Feeney del 2 de diciembre de 1952:
(9 de
enero de 1953) “En respuesta a su carta del 2 de diciembre de 1952 pidiendo
explicaciones adicionales (…) el Santo Oficio le comunica por la presente las
órdenes recibidas de Su Santidad, que usted debe presentarse a esta
Congregación antes del 31 de enero de 1953, bajo pena de excomunión incurrida
automáticamente (ipso facto) en caso
de faltar presentarse en la fecha indicada. Esta decisión de Su Santidad es
fruto de la llegada de los últimos documentos del Centro de San Benito”[637].
Una vez
más, las leyes canónicas que requieren una razón para la convocatoria fueron
ignoradas por completo. Pero
esto fue apenas una parte del curso en el caso del Padre Feeney: La justicia,
el dogma y el mandato de Cristo de predicar el Evangelio y bautizar fueron
ignorados y pisoteados. No se puede dejar de notar el tono de disgusto de la
carta del cardenal. Casi no hay duda que Pizzardo también creía que los no
católicos podrían salvarse como no católicos, y por lo tanto no estaba para
nada preocupado que el caso de Padre Feeney no fuese tratado en una manera
justa.
Sin que se haya
dado una razón para su convocatoria a Roma como se requería, el Padre Feeney
justificadamente se quedó en los Estados Unidos, sabiendo que su negativa de
presentarse en Roma antes del 31 de enero podría traerle falsas sanciones
canónicas sobre su cabeza. Pero antes de eso, el 13 de enero de 1953, el P.
Feeney “envió una carta extensa y fuerte al cardenal en protesta por lo
siguiente:
a)
Violación
del ‘secreto del Santo Oficio’ por filtrar su correspondencia a la prensa
pública.
b)
Las
repetidas amenazas del cardenal de imponer sanciones sin acusaciones o
procedimientos, según sea el caso requerido por los cánones.
c)
La
difusión del Protocolo 122/49 como un pronunciamiento doctrinal de la Santa
Sede, a sabiendas de que nunca fue publicado en el Acta Apostolicae Sedis
(Actas de la Sede Apostólica)”[638].
El Padre Feeney puso fin a esta última comunicación al cardenal Pizzardo
con una declaración de justa indignación:
“Cuestiono
seriamente la buena fe y la validez de cualquier intento de excomulgarme porque
me atreví a pedir la sustancia de este decreto para su atención, y porque me
atreví a insistir en mis derechos en mis cartas del 30 de octubre y del 2 de
diciembre de 1952”[639].
El 13 de febrero de 1953, el Santo Oficio publicó un decreto declarando
“excomulgado” al Padre Feeney. Leyó según lo siguiente:
“Puesto que el
sacerdote Leonard Feeney, un residente de Boston (Centro San Benito), quien
durante mucho tiempo ha sido suspendido de sus deberes sacerdotales por causa
de grave desobediencia a la autoridad de la Iglesia, siendo impasible ante las
repetidas advertencias y amenazas de incurrir en excomunión ipso facto, no habiéndose sometido, los
eminentísimos y reverentísimos Padres, encargados de salvaguardar las materias
de la fe y costumbres, en sesión plenaria celebrada el miércoles 4 de febrero
de 1953, lo declaran excomulgado con todos los efectos de la ley.
“El
jueves 12 de febrero de 1953, Nuestro Santísimo Señor Pío XII, por Divina
Providencia Papa, aprobó y confirmó el decreto de los eminentísimos Padres, y
ordenó que se haga una cuestión de derecho público.
“Dado
en Roma, en la Oficina General del Santo Oficio, 13 de febrero de 1953”.
Marius
Crovini, Notario
AAS (16 de febrero
de 1953) vol. XXXXV, página 100
A la luz de los hechos anteriores, esta excomunión es un escándalo y no
tiene ningún valor. El Padre Feeney era culpable de nada: Él no negó ninguna
doctrina, y actuó en estricta conformidad con la ley. Quienes estaban
excomulgados ipso facto fueron
quienes persiguieron al Padre Feeney por enseñar que todos los que mueren como
no católicos no se pueden salvar.
También hay que tener en cuenta que, si bien la “excomunión” se originó a
partir clérigos heréticos que se oponían a la predicación del P. Feeney del
dogma, la “excomunión” misma no menciona nada de doctrina. Sólo se habla
de “grave desobediencia a la autoridad de la Iglesia”. Esto es un punto
importante, porque escuchamos mucho hoy en día, de quienes son ignorantes de
los hechos del caso, afirmando erradamente que el Padre Feeney fue excomulgado
por enseñar que los no católicos no se pueden salvar. Esas personas no saben de
qué están hablando. No hay duda que el dogma que los que mueren como no
católicos no se pueden salvar fue la razón por la cual estalló la controversia
del Padre Feeney – la cuál culminó en su “excomunión” – pero la excomunión
misma no menciona nada de doctrina. Por lo tanto, incluso si uno creyera que
esta “excomunión” fue válida (lo que es absurdo), no constituiría ningún
argumento contra la enseñanza de que no se pueden salvar los que mueren como no
católicos, porque: 1) en toda la excomunión no se menciona nada de doctrina, y
2) esta doctrina es un dogma definido. Así que los discutan sobre este tema que
consigan la información correcta.
Pero, en definitiva, por causa de la “excomunión” al P. Feeney SJ de 1953, lo que fue excomulgado en la mente del
público fue la enseñanza de que nadie se puede salvar fuera la Iglesia
católica. Con esto, Jesucristo fue públicamente vendido al mundo por dar la
impresión a todo el mundo que no es necesario pertenecer a la única Iglesia que
Él fundó – ¡y, en efecto, Él fue castigado por promover lo contrario!
Hace poco llamé a cerca de 15 iglesias del Vaticano II/Novus Ordo y les
pregunté si aceptaban el dogma católico fuera
la Iglesia no hay salvación. Todos ellos lo rechazaron de plano o colgaron
el teléfono. Los pocos sacerdotes que dieron una respuesta coherente a mi
pregunta sobre el dogma dijeron de inmediato “eso es una herejía” o palabras en
ese sentido (significando que fuera la
Iglesia no hay salvación es una herejía); y todos hicieron referencia a la
“excomunión” del P. Leonard Feeney, SJ para “justificar” su punto. Yo podría
haber llamado a 200 de estas iglesias del Vaticano II y habría recibido las
mismas respuestas. Esto es simplemente porque es un hecho que
efectivamente todo sacerdote del Vaticano II/Novus Ordo de hoy, al igual que
casi todos los sacerdotes “tradicionalistas”, creen que las almas pueden
salvarse en cualquier religión, incluyendo a los judíos que rechazan a Cristo.
No cabe duda que el papel desempeñado por el Papa Pío XII en el caso del
Padre Feeney fue crucial: crucial para la esencia misma de la fe católica,
crucial para lo que pasaría poco después en el Vaticano II, y crucial para la
salvación de millones de almas. Fue crucial porque si el Papa Pío XII
hubiese salido en defensa del Padre Feeney a comienzos de los 1950’s, y
reafirmado que todos los que mueren como no católicos se pierden (y por lo
tanto deben ser convertidos), nunca habría habido un Vaticano II. Ello es
cierto. No cabe duda que el apóstata Segundo Concilio Vaticano nunca podría
haberse dado sin la condenación del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación (por la condenación del P. Feeney) poco
antes. Quienes rechazan este hecho no tienen ningún concepto de la realidad.
Más del 90% de las herejías Vaticano II y post-Vaticano II tratan directa o
indirectamente con la negación de la necesidad de la Iglesia católica y la
negación de la maldad de las religiones no católicas. Si hubiera habido una
afirmación solemne, pública del dogma en los años 1950’s por el Papa Pío XII –
como el Padre Feeney lo expuso – para que quedara claro a todos que el Padre
Feeney tenía razón al decir que los no católicos no pueden salvarse, entonces
los herejes del Vaticano II nunca podrían haber salido con el decreto sobre el
ecumenismo (Unitatis redintegratio), el decreto sobre las religiones no
católicas (Nostra aetate) o el decreto sobre libertad religiosa (Dignitatis
humanae), entre otros, todos los cuales alaban y estiman a las falsas religiones
o afirman que miembros de otras religiones se pueden salvar.
Sin la clara indicación de que es falso sostener que todos los que
mueren no católicos están perdidos (que es el dogma católico), el Vaticano
II, la reforma litúrgica y todos los otros horrores que vemos ahora no habrían
sido posibles.
Desafortunadamente, Pío XII fue el hombre que ejecutó esta tarea. Pío XII
fue el hombre que durante su reinado el mundo empezó a creer que era errado
creer que sólo los católicos se pueden salvar. Él desempeñó el papel, a
sabiendas o no, del Judas que vendió a Cristo a los judíos para que pudieran
crucificarle. El dogma fue vendido al mundo para que el diablo pudiera
crucificar toda la estructura de la fe en el Vaticano II.
Entonces, cuando la gente ve las iglesias yermas; los confesionarios
vacíos; la casi nula asistencia a Misa; los sacerdotes homosexuales en la
iglesia Novus Ordo; menos del 25% de creencia en la Eucaristía; escándalos
sexuales galopantes; misas de payaso, misas para niños, misas de globos; el 50%
de los “católicos” votando a favor del aborto; el constante sincretismo
interreligioso en el Vaticano; las jóvenes en topless en “Misas papales”; sumos
sacerdotes de vudú predicando en la Iglesia de San Francisco; Buda sobre los
“altares católicos”; la ignorancia casi universal sobre la enseñanza de la
Iglesia; la inmoralidad y perversión casi universales; la educación sexual en
escuelas “católicas”; universidades “católicas” negando la infalibilidad de la
Escritura; universidades “católicas” promoviendo a personas a favor del aborto;
la mayor apostasía generalizada de la enseñanza de Cristo de todos los tiempos;
y un paganismo casi universal, pueden dar gracias a la condenación del Padre
Feeney, lo cual fue un componente necesario para causar todo esto.
La “condena” del P. Feeney – combinada con el Protocolo 122/49 – aseguró
que ni un solo seminario en el mundo, después de 1953, enseñara el dogma de que
sólo los católicos se pueden salvar. Y con la idea de que los que mueren como no católicos pueden salvarse
arraigada profunda y universalmente, bastó un poco de tiempo para que el mundo
empezare a darse cuenta que creer en la religión católica y practicar la
moralidad católica no tienen valor alguno, porque los miembros de las otras
religiones también tienen la salvación. El precioso don de la verdadera fe se
fue extinguiendo, y la afirmación de la Iglesia católica de ser la única
verdadera religión fue asesinada en la mente del público, puesto que habría
salvación en las otras religiones. Era lógico que poco tiempo después de la
“excomunión” del Padre Feeney, la enseñanza católica haya cedido paso a una
apostasía universal entre los católicos – con Vaticano II siendo el vehículo
para perpetuarla.
Aquellos que deploran algunas, muchas o todas las cosas mencionadas en el
párrafo anterior, pero condenan, desprecian u odian al Padre Feeney, son
ciegos. Ellos se quejan de
las llamas y del humo, pero no se dan cuenta que su misma actitud es la que
comenzó el fuego. Ellos no pueden comprender los simples efectos de la
descomposición de la fe, y la negación de aquel más crucial dogma de que sólo
los católicos se pueden salvar. Y esta cuestión no solamente implica las muchas
consecuencias prácticas de negar el dogma que sólo los católicos se pueden
salvar. Esto implica sobre todo consecuencias para la fe, porque el dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación
no es sólo algo según el cual los católicos deben vivir, sino algo que sobre
todo deben creer. El Papa San Pío X condenó la siguiente proposición
modernista el 3 de julio de 1907 en el decreto “Lamentabili”:
“Los dogmas de fe
deben retenerse solamente según el sentido práctico, esto es, como norma
preceptiva del obrar, mas no como norma de fe”. – Condenado[640]
La idea de que podemos predicar que no hay salvación fuera la Iglesia,
mientras creemos en el corazón que sí hay salvación fuera la Iglesia, es
herética. Que sólo los católicos pueden salvarse es una verdad revelada del
cielo que todo católico debe primero creer, y segundo profesar.
Papa Eugenio IV,
Concilio de Florencia, Cantate Domino,
1441, ex cathedra: “[La Santa Iglesia romana ]Firmemente cree,
profesa y predica que nadie que
no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos
o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que
irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mat. 25,
41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto
precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen
les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los
ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia
cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su
sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y
unidad de la Iglesia católica”[641].
Esta verdad fue arrancada de los corazones y mentes de casi todo el mundo
católico con la condenación del Padre Feeney, quien fue su más público
defensor. Y ello fue permitido que ocurriera por la negligencia y la debilidad
de Pío XII.
Sacerdote del Novus Ordo P. Mark S. Massa, “SJ”, Los Católicos y la Cultura
Americana, p. 31, DESCRIBE EL ESTALLIDO DE LA CONTROVERSIA EN BOSTON
SOBRE EL DOGMA, FUERA LA IGLESIA NO HAY SALVACIÓN: “El Caso de
Herejía de Boston estalló a la luz pública durante la Semana Santa de 1949. Los
despidos de los discípulos de Feeney del Colegio de Boston fue la noticia de
primera plana en todo el noreste: el New
York Times inició una serie sobre Feeney y su grupo, y las revistas Newsweek,
Life, y Time publicaron artículos sobre los ‘disturbios’ de
Boston. (…) Como un estudiante del evento observó, la cuestión de la
salvación remplazó a los Red Sox como tema de conversación en los bares de Boston,
(…) El único suceso que los historiadores de la Iglesia podrían imaginar
como hecho análogo [cosa comparable] fue el de Constantinopla en el siglo
cuarto, donde las muchedumbres tumultuosas batallaron en las calles sobre la
definición de la divinidad de Jesús, y las frases teológicas griegas se
convirtieron en lemas entre los contrincantes”[642].
Como he documentado en las secciones anteriores, esto fue lo que ocurrió en
Boston donde el P. Leonard Feeney, SJ fue perseguido – el único
sacerdote de la década de 1950’s que públicamente señaló con precisión y se
opuso a la negación del dogma, fuera la
Iglesia no hay salvación. Esto ocurrió en la arquidiócesis de Boston
donde fue publicado el herético Protocolo 122/49. El P. Feeney fue silenciado y
puesto en entredicho, lo que finalmente condujo a su falsa “excomunión” espuria
por los clérigos heréticos en Roma. Y es
ahora en Boston que ellos están sintiendo los efectos de la ira de Dios.
BOSTON
CONSIDERA LA BANCARROTA – La arquidiócesis de Boston según se informa está
considerando presentarse en el Tribunal de Quiebra estadounidense a menos que mejoren las perspectivas de una conciliación
mediada, reportó el Boston Globe el 1 de diciembre (…) Una vocera dijo que la
arquidiócesis tiene que considerar todas sus opciones, pero dijo que no hay un
calendario para decidir si va a declararse en quiebra. (National Catholic Register, 8-14 de
diciembre de 2002, p. 1.)
ARQUIDIÓCESIS DE BOSTON VENDE O HIPOTECA PROPIEDAD EN OTRO TIEMPO INTOCABLE
PARA PAGAR DEMANDAS DE ESCÁNDALO SEXUAL
The Associated Press
BOSTON
(AP) – EL ESCÁNDALO SEXUAL EN LA ARQUIDIÓCESIS DE BOSTON HA SACUDIDO A LA
IGLESIA CASI LITERALMENTE HASTA SUS CIMIENTOS.
Para
ayudar a pagar el arreglo alcanzado de US$85 millones para más de 500 niños
víctimas de sacerdotes abusadores sexuales, la arquidiócesis ha hipotecado su
sede de poder – la Catedral de la Santa Cruz – y está poniendo en venta la
residencia del arzobispo, una mansión del estilo renacentista italiano que fue un símbolo de la
grandeza y autoridad de la iglesia. Se espera también serán cerradas docenas de
iglesias en una acción al menos acelerada por el escándalo. (18 dic. 2003)
“Cumpliré mi furor y saciaré en ellos mi
ira, y tomaré satisfacción, y sabrán que yo, el Señor, he hablado en mi
indignación cuando desfogue en ellos mi furor. Te tornaré en desierto y
oprobio de las gentes que están en derredor tuyo, a los ojos de todos, y serás
el oprobio y el escarnio, el espanto y el escarmiento de las gentes que están
en derredor de ti, cuando en medio de ti haga justicia con furor o
indignación, con terrible ira. Yo, el Señor, lo he dicho” (Ezequiel 5,
13-15).
CBS
News – Miembros del clero y
otros en la arquidiócesis de Boston probablemente abusaron sexualmente de más
de 1.000 personas en un período de seis décadas, dijo el miércoles el abogado
general de Massachusetts, llamando al escándalo tan enorme que “raya en
lo increíble”. (…) El gran número de acusaciones de abuso documentadas
por investigadores en Boston parece sin precedentes, incluso en medio de
un escándalo que ha afectado a la diócesis en casi todo el estado y ha
impulsado a casi 1.000 personas a presentar nuevas denuncias a nivel nacional
en el último año. (CBSNews.com, 23 de julio de 2003)
ABC
News, 9 de septiembre – La arquidiócesis de Boston y los abogados de víctimas de abuso sexual por
sacerdotes anunciaron hoy que llegaron a un acuerdo de US$85 millones, el
mayor pago conocido en el escándalo de abuso sexual de niños que ha
sacudido a la Iglesia católica romana. (ABCNews.com, 9 de septiembre de
2003)
Boston fue el lugar donde se destapó el masivo escándalo sexual, y Boston
fue el epicentro del terremoto espiritual. ¡Boston se convirtió literalmente en
“el escarnio,” “el oprobrio,” “el escarmiento” de la prensa y del mundo! ¿Por
qué? La respuesta es obvia para quienes
tienen ojos para ver (Ezequiel 5).
El pueblo y el clero de Boston odiaron, persiguieron y maldijeron
(“excomulgaron”) el verdadero significado del dogma fuera la Iglesia no hay salvación y al sacerdote que fielmente lo
defendió. Por consiguiente, Dios dejó completamente sus casas en desierto y las
entregó a una legión de demonios. No hay duda que el escándalo en otros lugares
por la falsa secta no católica del Vaticano II ha sido y es increíblemente
generalizado y horrible, pero Boston (sin duda) fue de lejos el más notorio.
Ellos consiguieron su paquete de sacerdotes “no Feeneyistas”, exactamente como
deseaban. Ellos consiguieron a sus sacerdotes que creían en el “bautismo de
deseo” y en la “ignorancia invencible”.
Los herejes en Boston no querían la verdad de nuestro Señor Jesucristo y su
dogma sobre la necesidad absoluta de la fe católica y el bautismo para la
salvación, entonces Dios permitió que ellos tuvieran su propio montón de
sacerdotes apóstatas y pervertidos – exactamente como lo desearon.
Esto en realidad debería infundir miedo en los corazones de aquellos –
especialmente tantos “tradicionalistas” – que dicen oponerse a esta apostasía y
sin embargo odian este dogma, desprecian y se burlan del P. Leonard Feeney, y
de los otros que mantienen fielmente la enseñanza de la Iglesia sobre este
dogma. Tal gente se hace odiosa a Dios y es una de las principales causas de
esta apostasía, una apostasía que se manifiesta por el increíble escándalo dado
por falsos sacerdotes del Vaticano II. El hecho que la arquidiócesis de
Boston haya tenido que hipotecar su catedral y la residencia del arzobispo por
causa del abuso sexual de sus sacerdotes es sumamente simbólico. No es un
accidente. Ello muestra cómo aquellos que niegan el dogma católico de la
salvación pierden el derecho a su lugar en la Iglesia de Cristo y no tienen
ninguna autoridad en absoluto. El Señor hablado en su indignación cuando
desfogue en ellos su furor.
¿PREDIJO EL P. FEENEY LA PÉRDIDA DEL PAPA?
Antes de entrar en este punto, debo recordar al lector que no somos
“feeneyistas” y que yo nunca había oído hablar del P. Leonard Feeney
cuando llegué a la misma conclusión sobre la necesidad absoluta del bautismo de
agua basado en la enseñanza dogmática de la Iglesia católica. No estamos de
acuerdo con algunas conclusiones del P. Feeney sobre la justificación (creemos
que él estaba equivocado de buena fe en estos puntos).
En los siguientes pasajes del libro del P. Feeney, Bread of Life [Pan de Vida] – que se compone de los
sermones del P. Feeney antes del Vaticano II – él relaciona la eventual pérdida
del Papa (es decir, lo que hemos experimentado con el reinado de los antipapas
del Vaticano II) con la negación del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación. Como he mostrado, los herejes que niegan este
dogma estaban atrincherados en altos cargos de la Iglesia antes del Vaticano
II, y estaban enseñando que los hombres podían salvarse en las religiones
falsas. El P. Feeney parece profetizar que es por causa de esta herejía que
Dios permitirá la Gran Apostasía y la pérdida del Papa (es decir, lo que hemos
experimentado con el reinado de los antipapas del Vaticano II).
P. Leonard Feeney
SJ, Pan de Vida, pp. 32-33:
“Tenemos a los protestantes en un acomodo religioso que nunca se sabe cómo se
va a llamar de una semana a otra, que nunca se sabe lo que su nuevo ministro va
a decir de capítulo a capítulo de la Sagrada Escritura. Tenemos unitarios que
no tienen ninguna fe segura en Jesús, haciéndose más indefinido acerca de lo
que significa el cristianismo. Y, por supuesto, tenemos a los judíos que evaden
la fe, huyendo de ella, fingiendo no escuchar el nombre de Jesús – fingiendo
que la Navidad no es el nacimiento de Jesucristo, y consiguiendo que los
líderes cívicos quiten el saludo de ‘Feliz Navidad’ del frente de la sede de la
alcaldía y lo sustituyan por el ‘Felices Fiestas’, porque la palabra ‘Cristo’
en ‘Navidad’ les molesta [N. del T.: La palabra ‘Cristo’ en inglés es ‘Christ’
y estas se encuentran en la palabra inglesa ‘Christmas’ que se traduce como ‘Navidad’]. Todo esto, por
horrible que sea, estoy preparado a sobrellevar.
“Pero imaginad a un sacerdote de
la santa Iglesia católica romana, ordenado por los sucesores de los Apóstoles –
dedicado al nombre y finalidad y sangre y vestiduras de Jesús – sentando en la
Universidad de Harvard semana tras semana y escuchando conferencias de religión
en términos invisibles. E imaginadlos volviéndose a su gente y hablándoles
del ‘alma de la Iglesia’, de la ‘salvación fuera la Iglesia por la buena fe’ –
además de las enseñanzas y los sacramentos de Jesucristo; y llamando a este
arreglo ‘bautismo de deseo’ (…) ¿Qué tipo de enseñanza es esa? Eso es la
Navidad sin el pesebre: el Viernes Santo sin Dios sangrando; el Domingo
de Resurrección sin carne y sangre saliendo del sepulcro. Esa es la fe
cristiana sin el Papa – ¡el más visible líder religioso del mundo!”.
El P. Feeney, al escribir el párrafo anterior antes del Segundo Concilio
Vaticano, predijo la eventual pérdida del Papa debido a la gran cantidad de herejes dentro de las
estructuras de la Iglesia que negaban la necesidad de la Iglesia para la
salvación. ¡Esta es una percepción asombrosa!
El P. Feeney también nota que esta herejía contra el dogma de la salvación
y la necesidad del bautismo conduce a un “Viernes Santo sin Dios sangrando”.
Basta con ver las Iglesias del Novus Ordo para ver si eso se ha sido cumplido.
El P. Feeney continúa diciendo en el mismo capítulo:
P. Feeney SJ, Pan
de Vida, p. 42: “Cuando el
Concilio Vaticano se vuelva a convocar, humildemente suplico a nuestro Santo
Padre el Papa (Pío XII), que de inmediato recurra a sus plenos poderes de la
infalibilidad para aclarar la desenfrenada confusión causada por la predicación
visible (por parte de sus sacerdotes y obispos) acerca de una Iglesia
invisible; o de lo contrario las puertas del infierno habrán casi prevalecido
sobre nosotros. El soberano más visible del mundo, nuestro Santo Padre,
en su vestidura blanca y solideo blanco, bien podría quitarse su triple
tiara y bajarse de su trono
dorado, y abandonar el cristianismo a la clase de arreglos de comité
como a los que se han sometido los Estados Unidos de hoy, si es que se sigue
predicando el ‘bautismo de deseo’”.
Como se puede ver en nuestro video Vaticano II: Concilio de Apostasía,
esta declaración subrayada arriba – la perdida de la tiara papal – ¡en
realidad ocurrió cuando el antipapa Pablo VI alegremente entregó la tiara y
la cruz pectoral papal a los representantes de las Naciones Unidas quienes a su
vez la vendieron a un mercader judío!
Cuando el antipapa Pablo VI entregó la tiara papal, aquello significó el
simbólico abandono de la autoridad pontificia (si bien que él no tenía nada que
entregar porque era un antipapa). Pero aquello fue un símbolo de cómo se les había permitido a los enemigos
de la Iglesia, y a los herejes no católicos, hacerse cargo de las estructuras
físicas de la Iglesia y crear una falsa secta no católica (la secta del
Vaticano II). Esta percepción del P. Feeney sobre la tiara papal es tan exacta
que Dios pudo haber puesto estas palabras en su boca. Esto sólo demuestra una
vez más que cuando se niega la necesidad de la Iglesia el resto de la fe carece
de sentido. Es por eso que se equivocan los que piensan que el tema de la Misa
es la cuestión principal, y donde realmente se está librando la batalla. La
batalla comienza y se centra en torno de este dogma, porque una vez que se
niega la necesidad de la fe católica entonces todo lo demás pierde sentido.
En advertencia de los graves castigos y las funestas consecuencias que se
derivan de la negación de este dogma, el P. Feeney no hizo más que repetir las
advertencias de los Papas anteriores, como la del Papa Gregorio XVI.
Papa Gregorio XVI, Mirari
vos, #14, 15 de agosto de 1832: “De esa cenagosa fuente del
indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho,
locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de
conciencia”[643].
Un cierto escritor que se considera un “católico tradicional”, pero niega
el verdadero significado del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación, ha dicho que no fue enseñanza sobre
ignorancia invencible la que mató a las misiones; lo que las liquidó fue la
enseñanza del Vaticano II sobre ecumenismo y libertad religiosa. Lo que
este hereje no se da cuenta es que la herejía de la salvación para los no
católicos por la “ignorancia invencible” dio origen a la enseñanza
herética de la libertad de religión y de conciencia, como señala arriba el Papa
Gregorio XVI. Los documentos heréticos del Vaticano II sobre la libertad
religiosa, el ecumenismo y la libertad de conciencia no fueron el comienzo de
la herejía, sino el resultado de la negación del verdadero significado
del dogma de la salvación.
Si bien que el Papa Gregorio XVI ya había advertido acerca de esto, al P.
Feeney le tocó vivir en las etapas iniciales de su cumplimiento; las últimas
etapas culminaron con, entre otras cosas, el masivo escándalo sacerdotal
documentado arriba en la falsa secta del Vaticano II. El P. Feeney fue la
persona que Dios usó para anunciar al mundo, antes de la revolución del
Vaticano II, que ésta era la cuestión central y que si seguía siendo negada, al
final llegaría la Gran Apostasía. El P. Feeney añadió el siguiente prólogo a la
edición de 1974 de su libro Pan de Vida.
P. Feeney SJ, Pan
de Vida: PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 1974: “La triste situación de la fe en
América y en todo mundo le está rompiendo el corazón a los verdaderos
católicos. Las puertas del infierno casi han prevalecido contra la Iglesia. Ello
se debe a que católicos han abandonado la doctrina de la Iglesia sobre la
salvación, y por eso nos están quitando todo lo demás. Esta es la causa de
la enfermedad del mundo, y es aún más cierto decirlo hoy que cuando lo dije
hace veinticinco años atrás.
“Mi mensaje de hoy es
exactamente el mismo que di hace un cuarto de siglo. Él es perpetuamente parte
de la enseñanza infalible de la Iglesia católica romana, contra la cual nuestro
Señor ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán”.
El P. Feeney, en 1974, vio cómo todas esas cosas les estaban siendo
quitadas a los católicos, principalmente porque ellos negaron el dogma fuera la Iglesia no hay salvación y no
se preocuparon de las verdades de fe divinamente reveladas. Vemos hoy que esto
sucede no sólo en la secta del Vaticano II, sino también en el movimiento
católico tradicional. Muchas de las personas que en la actualidad asisten a la
Misa en latín no les importa lo que en realidad crea el sacerdote; solamente
les importa que él diga una Misa válida, y no la inválida del Novus Ordo. A
ellos no les importa que el sacerdote diga que los judíos, que rechazan a
Jesucristo, se pueden salvar, a la vez que fingen tener una gran devoción a la
Misa que instituyó Cristo. Estas personas están en grave desobediencia a la
verdad de Dios, y su sacrificio en la Misa no da ningún fruto, porque ellos
están en rebelión contra su palabra divinamente revelada.
1 Samuel 15, 22-23: “Pero Samuel repuso: ¿No quiere mejor el Señor la obediencia a sus mandatos que no
los holocaustos [sacrificios] y las víctimas? Mejor es la obediencia que las
víctimas. Y mejor escuchar que ofrecer el sebo de los carneros. Tan pecado es la rebelión como la
superstición, y la resistencia como la idolatría. Pues que tú has rechazado
el mandato del Señor, Él te rechaza también a ti como rey”.
Este pasaje de la escritura no se refiere a la obediencia a una presunta
autoridad en la Iglesia; sino que se refiere a la obediencia a la
palabra de Dios – la fe en su palabra revelada. Y la escalofriante
advertencia de Samuel 15 fue hecha por el profeta Samuel al rey Saúl, que había
ofrecido sacrificio en violación directa de la palabra de Dios. Saúl había
intentado complacer a Dios con su sacrificio, mientras que simultáneamente
infringía la palabra de Dios. El sacrificio del rey Saúl, por lo tanto, fue
completamente rechazado por Dios y Saúl mismo fue rechazado por el Señor. Las
palabras dichas por Samuel al rey Saúl podrían ser dichas a la multitud de
falsos “católicos” que rechazan el mandato de Dios (su dogma revelado de que no
hay ninguna salvación fuera la Iglesia católica). Y porque ellos no aceptan su
palabra sobre esta cuestión, mientras piensan que pueden complacerlo por
ofrecer el sacrificio en la Misa latina tradicional; su sacrificio en la
Misa latina tradicional no les aprovechará y será rechazado por Dios. Porque
ellos rechazan el “mandato del Señor” – el significado verdadero y definido del
dogma fuera la Iglesia no hay salvación
– Dios rechaza sus sacrificios y ofrendas.
Y es precisamente por esta razón que Dios permitió que los edificios,
seminarios y escuelas católicas les fuesen quitadas y confiscadas por una falsa
secta no católica (la secta del Vaticano II/Novus Ordo), con sacerdotes
apóstatas, pervertidos, una “Misa” falsa (la Nueva Misa) y un antipapa apóstata
– que encabeza un Vaticano que considera verdaderas todas las religiones; que
declara que los judíos no necesitan convertirse a Cristo para salvarse; que los
cismáticos orientales no deben ser convertidos; que el Concilio de Trento ya no
condena a los luteranos; que el islam debe ser protegido; etc., etc. etc. Dios
rechaza a la multitud de los que se profesan “católicos” porque ellos
desecharon y condenaron su verdad sobre la salvación; y Él cedió sus posesiones
a una legión de diablos, al igual como rechazó al rey Saúl.
En las secciones anteriores, he descrito la historia de la controversia del
P. Feeney de finales de los 1940’s y principios de los 1950’s, que fue
precedida por una apostasía del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación que empezó en el siglo XIX – aparejada con las
malentendidas y falibles declaraciones del Papa Pío IX sobre la “ignorancia invencible”
y la explosión de la falsa doctrina del “bautismo de deseo”. He señalado que
esta herejía (de la salvación fuera la Iglesia/“ignorancia invencible” que
salva a los que mueren como no católicos) es ahora creída casi universalmente
por los llamados católicos y “tradicionalistas”. Y esta herejía está llevando a
innumerables almas al infierno. A continuación, el lector encontrará algunos
testimonios de ciertos enemigos de la fe que de buena gana admiten que la
nueva, herética “comprensión” del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación que se generalizó en el siglo XX antes del
Vaticano II es contraria a la enseñanza dogmática católica y a sus dos mil años
de tradición.
TESTIFICA UN PROTESTANTE
La siguiente cita es de un autor protestante. Tenga en cuenta
cuidadosamente como este hereje protestante relaciona el éxito final del falso
ecumenismo con el Papa Pío IX y lo que él cree ser su enseñanza de que puede
haber salvación fuera la Iglesia católica. El protestante también, por
supuesto, elogia a Juan XXIII (el iniciador del Vaticano II) y a Pablo VI que
lo llevó a término. Como era de esperar, su elogio final se dirige al apóstata
Juan Pablo II, quien llevó las herejías del Vaticano II a todo el mundo y
ejemplificó la apostasía con muchas falsas religiones.
John McManners,
autor protestante, La Historia Ilustrada del Cristianismo de Oxford:
“Sin embargo, el clima ecuménico tuvo consecuencias en las iglesias europeas.
Ellos estuvieron mucho más dispuestos a compartir sus altares con los demás,
incluso sus iglesias y cooperaron en proyectos sociales comunes. Esta
diferencia fue más marcada en la Iglesia católica romana. Desde la
Contra-reforma, Roma enseñaba que ella era la única iglesia (…) En el
siglo XIX, cuando el catolicismo se centralizaba todavía más en Roma, el Papa
Pío IX admitió que los hombres podían salvarse fuera la iglesia por medio de la
‘ignorancia invencible’ de la verdadera fe. Esto fue una gran concesión de
caridad en la tradición del pensamiento. Cuando el movimiento ecuménico
se fortaleció, el Papa Pío XI se negó formalmente a tomar parte de él (1928),
para no insinuar con ello un reconocimiento de que la Iglesia católica romana
no era sino una más de una serie de denominaciones. La misma encíclica prohibió
a los católicos romanos participar en conferencias con los no católicos. Todo
esto empezó a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue la
ascensión del Papa Juan XXIII, en 1958, lo que comenzó a trasformar la atmósfera.
Parte de su objetivo al convocar el Segundo Concilio Vaticano fue sanar las
separaciones entre oriente y occidente, y posteriormente reconoció como
hermanos a los protestantes de occidente. Una encíclica de 1959 acogió a
los no católicos como ‘hermanos e hijos separados’. En 1960 el Papa fundó una
Secretaría para la Unidad de los Cristianos. En el mismo año recibió al
arzobispo Fisher de Canterbury. En 1961 permitió que observadores católicos
romanos asistieran a la conferencia del Consejo Mundial en Nueva Delhi. Su
sucesor, Pablo VI llevó más allá esta mucha más caritativa nueva actitud.
En 1965, él y el patriarca de Constantinopla Atenágoras, deploraron, en una
declaración conjunta, las mutuas excomuniones de 1054 que habían manchado sus
historias del pasado como iglesias. En 1967 se reunió nuevamente con el
patriarca, un año después de haberse reunido con el arzobispo Ramsey de
Canterbury. La doctrina de que los católicos romanos no podían compartir en
oficios religiosos con los otros cristianos fue finalmente asesinada por el
Papa polaco Juan Pablo II cuando, en 1982, fue a la catedral de Canterbury
en compañía del arzobispo anglicano Runcie de Canterbury (…) Todo esto fue
parte de la apertura del papado al mundo”[644].
Aquí lo tenemos directamente de la boca de un protestante. Él relaciona el
futuro éxito del falso movimiento ecuménico (el movimiento de respeto y unión
con las falsas religiones) con la enseñanza de que hay salvación fuera la
Iglesia católica. Este hereje protestante también elogia al Papa Pío IX, porque
cree que fue el Papa Pío IX quien introdujo la nueva herejía de la salvación
fuera de la Iglesia católica en las mentes y en las almas de los católicos
(recuérdese que en la sección sobre el Papa Pío IX señalamos cómo todos los
herejes modernos intentan utilizar sus dos declaraciones falibles – que no
enseñan que los no católicos se pueden salvar sin la fe católica – como
justificación de su completa negación de este dogma). Por lo tanto, hasta los
protestantes pueden ver que la aceptación de la idea de la “ignorancia
invencible” significó una “gran concesión” (una nueva idea contraria a los
dogmas tradicionales) en la tradición del pensamiento.
TESTIFICA UN JUDÍO
The
Jewish Week [La Semana Judía], “Tres Religiones y un Rayo de
Esperanza”, Gary Rosenblatt – Redactor y Editor, 29/8/2003: “Durante debates interactivos me di cuenta de lo
doloroso y difícil que ha sido para la Iglesia católica, empezando con el
Vaticano II a comienzo de los 1960s, enfrentarse a su vergonzoso trato hacia los
judíos y, por consiguiente, revertir una posición centenarias de que la
salvación para la humanidad sólo puede venir a través de Jesús.
“… En
un caso menos conocido, el cardenal Richard Cushing excomulgó a un sacerdote de
Boston, Leonard Feeney, en 1953, por predicar que todos los no católicos van al
infierno. A pesar de que las palabras del Padre Feeney se basaban en el
Evangelio, el cardenal Cushing las encontró ofensivas, en gran parte porque su hermana se había casado con un
judío, dijo Carroll, y porque el cardenal había crecido cerca de la familia,
sensibilizándose hacia el proselitismo desde la perspectiva judía”.
Aquí vemos que el judío, Gary Rosenblatt, reconoce que la controversia del
P. Feeney consistía en que si era o no necesario ser católico para salvarse. Él
explica que el P. Feeney fue “condenado” por enseñar (la verdad dogmática) de
que todos los que mueren como no católicos se van al infierno. Esto corrobora
el hecho de que quienes se opusieron al P. Feeney sostenían que sí puede haber
salvación fuera la Iglesia, mientras que los que defendían al P. Feeney
defendían el dogma católico fuera la
Iglesia no hay salvación.
TESTIFICA UN SACERDOTE “JESUITA” DE LA NUEVA RELIGIÓN DEL
VATICANO II
La siguiente es una cita de un sacerdote hereje miembro de la secta del
Vaticano II, el P. Mark Massa, “SJ” que admite que la nueva y herética
compresión del dogma fuera la Iglesia no hay salvación, que se
generalizó a partir de 1900, es una nueva revelación que no fue aceptada como
normal hasta siglo XX. El testimonio del P. Massa es particularmente
interesante simplemente porque él es un descarado hereje que cree que los
dogmas pueden cambiar, de manera que él no tiene problema en presentar un
claro reporte de la controversia sobre el P. Feeney: la negación del dogma
tradicional fuera la Iglesia no hay
salvación. Los otros herejes que niegan este dogma se ven obligados a usar
todo tipo de explicaciones ladinas, ya que ellos afirman creer que los
dogmas no pueden cambiar. Pero el P. Massa no tiene problema en admitir lo que
de verdad ocurrió con esta cuestión.
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 21: “‘La primera señal de
la proximidad de su condenación fue que [la universidad] Notre Dame tenía
protestantes en su equipo de fútbol [americano]’. – Un Feeneyista en un juego de fútbol
americano de Notre Dame, 1953 –
“En la tarde del 4 de septiembre
de 1952, los lectores del Boston Pilot – la voz de la archidiócesis
católica romana – encontraron en la primera página de su usualmente [sobrio]
semanario, el texto de la incisiva carta del Santo Oficio en Roma. El texto,
fechado el 8 de agosto, se dirigía a un grupo de católicos de Boston que habían
levantado un gran alboroto sobre la antigua sentencia teológica extra ecclesiam
nulla salus (fuera la Iglesia no hay salvación) – una frase que se
remonta a San Cipriano en el siglo tercero y uno de los pilares de ortodoxia
para los creyentes cristianos.
“La carta en sí fue realmente un
suceso ambivalente (…) ella permitía que una persona podría estar ‘en la
iglesia’ por un ‘deseo implícito’ – una interpretación que había
alcanzado un estado casi normativo entre los teólogos católicos de mediados del
siglo XX, aunque ello nunca ha sido así interpretado oficialmente por Roma”[645].
El P. Massa se refiere aquí al Protocolo 122/49, la carta escrita contra el P.
Feeney en 1949, publicada en The Pilot, que he discutido en detalle. El
P. Massa admite que el Protocolo 122/49 (que es la norma de creencia de casi
todos llamados “tradicionalistas” de hoy) “fue en realidad un suceso
ambivalente”. Ambivalente significa tener dos significados o nociones
contradictorias. Y él está del todo en lo cierto. La carta afirmó ratificar
el dogma fuera la Iglesia no hay
salvación y a la vez lo niega completamente. Además el P. Massa admite que
este entendimiento (herético) del dogma fuera
la Iglesia no hay salvación, como se expresa en el Protocolo (a saber, que
los no católicos se pueden salvar por la “ignorancia invencible”), había
alcanzado el estado normativo en la mente de los “teólogos católicos” de
mediados del siglo XX antes del Vaticano II.
Sigo con su testimonio.
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 27: “El mensaje de Feeney
– de que la tradición católica se oponía a una bancarrota cultural
post-protestante al borde de la anarquía intelectual y la aniquilación física –
llegó a oídos dispuestos. A finales de la década de 1940s, el centro [del P.
Feeney] contaba con doscientos conversos…”[646].
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, pp. 32-33: “En el terreno
estrictamente teológico, la enseñanza de Feeney no fue tan escandalosa o
patológica como podría parecer a la vista de la realidad católica post-Vaticano
II. Los propagandistas católicos de la contrarreforma europea ciertamente
creían que sus adversarios protestantes, no menos que los infieles musulmanes,
estaban fuera del alcance de gracia [la gracia santificante], y una
interpretación rigorista de la frase de Cipriano pone claramente al descubierto
los motivos de gran parte de la actividad misionera entre los siglos XVI y XX.
La urgencia por ‘arrebatar las almas’ de las garras del infierno inspiró al
jesuita Francisco Javier en India (…) ir y predicar la buena nueva a los
‘pueblos que caminaban en las tinieblas’ (Isa. 9, 2) (…)
“Sin
embargo, mucho antes de 1965 – ciertamente a finales de la década siguiente a
la Segunda Guerra Mundial – la mayoría de los católicos norteamericanos
habían dejado de creer que sus buenos vecinos protestantes y judíos iban a la
ruina eterna después de la muerte, invenciblemente ignorantes o no. Leonard
Feeney había reconocido, ya en 1945, está silenciosa, pero muy importante
revolución en el pensamiento católico con respecto a las fronteras entre
los católicos y la cultura norteamericana. De hecho, la perspicacia de Feeney evitó que el Caso de
la Herejía de Boston fuese la ópera cómica convirtiéndolo en un episodio
importante en la experiencia norteamericana”[647].
El P. Massa admite aquí que la mayoría de los “católicos” mucho antes del
Vaticano II habían dejado de creer que no hay salvación fuera de la Iglesia
católica (es decir, que los que mueren como no católicos no se pueden salvar),
y que por eso el P. Feeney encontró tanta resistencia al reafirmar esta verdad
dogmática.
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 34: “La interpretación
rigorista de Feeney de extra ecclesiam nulla salus [fuera la Iglesia no
hay salvación] podría decirse que estaba más cerca de su significado sostenido
por el Papa Inocencio III en el siglo XIII y San Francisco Javier en el siglo
XVI, de que sus opositores católicos ‘liberales’ que encontraban su enseñanza
abominable. De hecho, en la época entre la Reforma y el Vaticano II, ‘la
iglesia’, en declaraciones dogmáticas oficiales, declaró exactamente lo que
dijo Feeney…”[648].
Aquí vemos al P. Massa admitiendo que “la enseñanza del P. Feeney” era
exactamente lo que había declarado la Iglesia en pronunciamientos dogmáticos
oficiales.
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 35: “La iglesia se
encontraba en una situación sin salida, tratando de aferrarse a sus
pretensiones de la verdad inequívoca y a la vez censurando a quien proclamaba
esa verdad un poco demasiado literalmente (…) La línea divisoria entre los
salvados y los condenados se había movido (o posiblemente había sido
movida) para incluir a otros (es decir, a la mayoría de los americanos) que
no tenían ningún deseo, implícito o de otro tipo, de unirse a la comunión
romana”[649].
El P. Massa admite aquí que la línea divisoria de los que podrían formar parte
de la Iglesia (y por siguiente salvarse) había sido movida; él además admite
que la nueva (herética) definición de la línea divisoria (del Protocolo 122/49,
etc.) incluía a personas que no tenían ningún deseo o intención de hacerse
católicos romanos (es decir, a los no católicos).
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 35: “… Las posiciones
doctrinales que habían sido consideradas rigoristas pero no obstante ortodoxas
en un momento anterior en la historia católica de América del Norte, era ahora
percibida como inaceptable – las creencias que ahora manifestaba el
colectivo eran desviadas e incluso peligrosas para la comunidad. La conciencia
colectiva había cambiado, la frontera entre lo que constituía el ‘adentro’ y
el ‘afuera’ se había movido o había sido reducida, y la interpretación oficial
de lo que significaba estar ‘fuera la iglesia’ había cambiado con ella…”[650].
P. Mark S. Massa,
“SJ”, Los Católicos y la Cultura Americana, p. 37: “El Caso de la
Herejía de Boston presagiaba un futuro católico que tomaría la ruta trazada por
aquellos a quienes Feeney llamó ‘liberales acomodaticios’. Esto puede
parecer una visión penetrante de aquello que hoy parece obvio, ahora con toda
seguridad al otro lado de Vaticano II, pero no siempre fue tan obvio. Hubo
un tiempo – antes del día de Knute Rockne – en que todo el mundo esperaba que
los miembros de un equipo de fútbol americano de Notre Dame serían buenos
católicos”[651].
El P. Massa concluye su capítulo sobre la controversia del P. Feeney diciendo
que ello presagiaba un nuevo “futuro católico” que se cumplió después del
Vaticano II. Así, él confirma nuestro punto: que sin la negación de este dogma
el Vaticano II nunca podría haber ocurrido.
33. Una nota para los que creen en el bautismo de deseo
Al tratar de este fundamental dogma de la fe, siento que es importante
decir algo a quienes de ustedes creen en el bautismo de deseo, a fin de resumir
algunos puntos.
En primer lugar, cuando los hechos están puestos sobre la mesa, debéis
admitir que el bautismo de deseo nunca ha sido enseñado infaliblemente. Las
únicas dos citas del magisterio infalible que aún intentáis de presentar
(la sesión 6, cap. 4 de Trento y la sesión 7, can. 4 de Trento) no están a
favor de la teoría del bautismo de deseo, como he demostrado en este documento.
Y esto os deja sin nada. De hecho, vuestra “mejor” pieza de evidencia (la
sesión 6, cap. 4) en realidad contradice la teoría del bautismo de deseo, al
definir que Juan 3, 5 debe ser entendido según está escrito.
Sin embargo, a pesar de este hecho, muchos de vosotros (de hecho, la
mayoría de vosotros sacerdotes “tradicionalistas”) siguen afirmando que el
bautismo de deseo es algo que todo católico debe creer. Muchos de vosotros
incluso negáis los sacramentos a quienes no lo aceptan. Ahora que sabéis que no
podéis probar que el bautismo de deseo es un dogma, debéis dejar de hacer esta
afirmación falsa. Debéis dejar de condenar la comprensión de la Iglesia de
que Juan 3, 5 debe entenderse según está escrito, y que hay un sólo bautismo de
agua, o sin duda iréis al infierno.
Y los que siguen haciendo declaraciones o publicando libros o folletos
sobre el bautismo de deseo, diciendo obstinadamente que los hombres se
pueden salvar sin el sacramento del bautismo, están heréticamente
contradiciendo el dogma y pueden sentir el peso del anatema del can. 5.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex
cathedra: “Si alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es
decir, no necesario para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[652].
En segundo lugar, casi todos vosotros que creéis en el bautismo de deseo
sostenéis que él se aplica a aquellos que no conocen de Cristo, la Trinidad o
la Iglesia católica. La mayoría de vosotros admitís fácilmente que este
“bautismo de deseo” salva a miembros de religiones no católicas, incluyendo a
los protestantes. Esto es completamente herético y es un pecado mortal
continuar sosteniéndolo o predicándolo.
Esta versión pervertida del bautismo de deseo nunca fue sostenida por
ningún santo, por lo que no podéis citar a los santos que enseñaban que los
miembros de religiones no católicas se pueden salvar o que el bautismo de deseo
se aplica a los que no saben de Cristo ni de la Trinidad. Esta versión
pervertida del bautismo de deseo es totalmente herética y fue una invención de
los herejes liberales de los siglos XIX y XX. Ella ha sido perpetuada por los
catecismos heréticos y el Protocolo 122/49, como se ha demostrado en este
documento.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El que quiera
salvarse debe, ante todo, mantener la
fe católica; por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que
no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha”[653].
Por último, me dirijo a todos los que creen en el bautismo de deseo, tanto
a los de la versión mantenida por los santos y a los de la versión inventada
por los modernistas. La enseñanza del Papa San León Magno, el Concilio de
Florencia, los cánones sobre el sacramento del bautismo, y la comprensión de la
Iglesia de Juan 3, 5, prueban que la teoría del bautismo de deseo es contraria
al dogma católico y no puede ser enseñada bajo ninguna forma. Ya que la
obstinación es la clave de la herejía, no hay duda que la creencia en la
versión de los santos del bautismo de deseo (sólo para los catecúmenos) ha
sido sostenida de buena fe por muchos de vosotros, además de muchos otros
clérigos y laicos en toda la historia, como lo hemos abordado en la sección 17.
Pero cuando los hechos han demostrado ser claros e innegables, como son, por lo
que puede ser demostrado sin lugar a dudas que la teoría del bautismo de
deseo está en contradicción con el dogma católico, no se puede seguir
sosteniéndola y enseñándola de buena fe.
Papa San León
Magno, carta dogmática a Flaviano, Concilio de
Calcedonia, 451:
“Deja que preste
atención a lo que el bienaventurado apóstol Pedro predica, que la santificación
por el Espíritu es efectuada por la aspersión de la sangre de Cristo (1
Pedro 1,2) (…) Este es Jesucristo, que vino por agua y sangre: no por
agua solamente, sino por agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio:
porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan
testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres
son uno (1 Jn. 5, 4-8). EN OTRAS PALABRAS, EL ESPÍRITU
DE SANTIFICACIÓN Y LA SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA DEL BAUTISMO. ESTOS
TRES SON UNO Y PERMANECEN INDIVISIBLE. NINGUNO DE ELLOS ES SEPARABLE
DE SU RELACIÓN CON LOS OTROS”[654].
Como ya se ha dicho, esta es la famosa carta dogmática de San León Magno a
Flaviano que fue aceptada por el Concilio dogmático de Calcedonia, y
recibida por los padres de este gran concilio con la famosa exclamación: “Esta
es la fe de los Padres, la fe de los Apóstoles; Pedro ha hablado por la boca de
León”. Ella enseña que la justificación del pecado (el Espíritu de
santificación) es inseparable del bautismo de agua. Pero, aferrarse al
“bautismo de deseo” es sostener lo opuesto: que la santificación es separable
del agua del bautismo. Sostener el bautismo de deseo, por lo tanto, es
contradecir el pronunciamiento dogmático del Papa San León Magno. Y los que
obstinadamente contradicen el pronunciamiento de León, incluso en lo que
respecta a una sola tilde, se convertirán en herejes anatematizados.
Papa San Gelasio, Decreto, 495: “Igualmente la carta (dogmática) del
bienaventurado Papa León a Flaviano (…)
si alguno disputare de su texto sobre una sola tilde, y no la recibiere en
todo con veneración, sea anatema”[655].
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra:
“Y habiendo por el primer hombre
entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por el agua y el Espíritu’, como
dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La
materia de este sacramento es el agua verdadera y natural”[656].
En este documento han sido presentados los siguientes doce argumentos de la
enseñanza infalible de la Cátedra de San Pedro (además de otros). Cada
uno de los siguientes puntos es una verdad de fe divinamente revelada (un
dogma), no una opinión falible de algún teólogo. Estos puntos refutan la idea
del bautismo de deseo. Y ningún defensor del bautismo de deseo puede
contradecir a alguno de ellos.
1)
La
Iglesia católica enseña que el sacramento del bautismo es necesario para
la salvación (de fide, Trento, sesión 7, can. 5).
2)
Quien no renaciere por el agua y el Espíritu no
podrá entrar en el reino de los cielos (de fide, Florencia, Exultate Deo).
3)
La
Iglesia siempre ha entendido literalmente a Juan 3, 5, según está escrito
(de fide, Trento, sesión 6, cap. 4) y sin excepciones (de fide,
Florencia: Denz. 696; y Trento: Denz. 791, 858, 861).
4)
El
Espíritu de santificación, el agua del bautismo y la sangre de redención son
inseparables (de fide, Papa San León Magno).
5)
Todos
los católicos deben profesar un solo bautismo de agua (de fide, Clemente V,
Concilio de Vienne).
6)
Absolutamente
no hay salvación fuera de la única Iglesia de los fieles (de
fide, Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán), que sólo incluye a los
bautizados en agua.
7)
Toda
criatura humana debe someterse al Romano Pontífice para salvarse (de fide,
Bonifacio VIII, Unam sanctam), y es imposible someterse al Romano Pontífice
sin el sacramento del bautismo (de fide, Trento, sesión 14, cap. 2).
8)
Hay que
pertenecer al cuerpo de la Iglesia para salvarse (de fide, Eugenio IV
y Pío XI), y sólo los bautizados en agua pertenecen al cuerpo de la
Iglesia.
9)
El Papa
Benedicto XII definió solemnemente que todos los mártires, vírgenes,
confesores, fieles, etc., en el cielo han sido bautizados (Benedictus Deus, 1336, ex cathedra).
10)
La
Iglesia se define como una unión de sacramentos (de fide, Eugenio IV,
Cantate Domino; Bonifacio VIII, Unam sanctam), lo que significa que sólo
aquellos que han recibido el sacramento del bautismo pueden estar dentro de la
unidad de la Iglesia.
11)
Toda
verdadera justificación se encuentra con los sacramentos (de fide, Trento,
sesión 7, Prólogo al decreto sobre los sacramentos).
12)
Los
sacramentos como tales son necesarios para la salvación, aunque no todos
son necesarios para cada individuo (de fide, Profesiones de fe de Trento y
del Vaticano I; y Profesión de fe para los conversos), lo que significa que
al menos se debe recibir un sacramento (el bautismo) para ser salvo, pero no es
necesario recibirlos todos.
34. El resultado degenerado de la herejía en contra de
este dogma
La herejía de que la “ignorancia invencible” salva a los que mueren no
católicos y que los no católicos pueden salvarse por el “bautismo de deseo” a
menudo termina rápidamente en una apostasía de Cristo mismo. El famoso
sacerdote irlandés, el P. Denis Fahey, es un ejemplo de ello.
P. Denis Fahey, La
Realeza de Cristo y la Conversión de la Nación Judía (1953), p. 52: “Los
judíos, como nación, objetivamente se han propuesto darle a la sociedad una
dirección que está en completa oposición al orden deseado por Dios. Es
posible que un miembro de la nación judía, que rechaza a nuestro Señor, pueda
tener la vida sobrenatural que Dios quiere ver en cada alma, y así ser
bueno con la bondad que Dios quiere, pero objetivamente, la dirección que él se
propone dar al mundo es opuesta a Dios ya en esta vida, y por lo tanto no es
bueno. Si un judío que rechaza a nuestro Señor es bueno en la manera que
exige Dios, ello es a
pesar del movimiento en que él y su nación están comprometidos”.
Aquí vemos al famoso sacerdote irlandés, el P. Denis Fahey, cuyos escritos
son elogiados por muchos que se llaman “católicos tradicionales”, enseñando que
los judíos que rechazan a nuestro Señor Jesucristo pueden “tener la vida
sobrenatural que Dios quiere ver en toda alma” (es decir, el estado de gracia)
y por lo tanto se pueden salvar. Esto es realmente una abominación. Nótese cómo
la declaración del P. Fahey contradice directamente la palabra de Dios.
1 Juan 5, 11-12: “Y el testimonio es que Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que
tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene
la vida”.
La palabra de Dios nos dice que el que no tiene al Hijo no tiene la vida.
El P. Denis Fahey nos dice que un judío que rechaza al Hijo tiene la vida:
“un miembro de la nación judía, que rechaza a nuestro Señor, puede
tener la vida sobrenatural…”.
Al hacer esta declaración, el P. Fahey revela (desafortunadamente) que él no es
un católico, sino un hereje flagrante. Tal vez si el P. Fahey hubiese dedicado
más tiempo a aprender la verdad de Jesucristo, su Evangelio y sus dogmas, en
vez de escribir grandes volúmenes sobre “las fuerzas de naturalismo
organizado”, él habría descubierto que el foco central de todo el Evangelio – y
la misma verdad central del universo junto con el dogma de la Trinidad – es que
Jesucristo es el Hijo de Dios, y que hay que creer en Él para tener vida
eterna.
Juan 3, 16: “Porque
tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga
la vida eterna”.
Juan 3, 36: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa
creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de
Dios”.
Afirmar que se puede alcanzar la salvación mientras se rechaza a Jesucristo
es decir que se puede alcanzar la salvación al tiempo que se rechaza la
salvación misma. Esta es una de las peores herejías que se podría pronunciar.
Juan 17, 3: “Esta
es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo”.
Juan 8, 23-24: “Él
les decía [a los judíos]: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros
sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Os dije que moriríais en vuestro
pecado, porque, si no creyereis, moriréis en vuestros pecados”.
Juan 10, 1, 9: “En
verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta en el aprisco de
las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador (…) Yo
soy la puerta”.
Juan 14, 6: “Jesús
les dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino
por mí”.
Juan 16, 8-9: “Y al
venir éste [el Paráclito], amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y
el juicio. Del pecado, porque no creyeron en mí”.
Juan 18, 37: “Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz”.
Papa
Eugenio IV, Concilio de Florencia,
sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex
cathedra: “Todo el que quiera
salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la
guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre. Ahora bien, la fe
católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la
unidad (…) El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.
“Pero es necesario para la
eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor
Jesucristo (…) Hijo de Dios, es Dios y hombre (…) Esta es la fe católica y
el que no la creyere fiel y firmemente no podrá salvarse”.
Pero el P. Fahey se había imbuido de la herejía de que los que mueren no
católicos pueden salvarse, la cual estaba muy extendida en el cambio de siglo,
como lo he demostrado. Él ya se había imbuido de la herejía de que el dogma fuera la Iglesia no hay salvación no
significa realmente que fuera la Iglesia no hay salvación. El rechazo del
verdadero significado del dogma, y sostener que los no católicos se pueden
salvar, fue poco tiempo antes que el P. Fahey llegara a la conclusión (como lo
hizo arriba) de que las personas se pueden salvar en cualquier religión –
incluyendo a los judíos que rechazan al mismo Salvador. Esto demuestra que los
que ven este dogma y creen que incluso un pagano, un budista, un musulmán, un
judío, etc. se pueden salvar sin convertirse a Cristo, en realidad sostienen
que un no católico posiblemente puede salvarse en cualquier religión que sea,
como lo confirma la siguiente declaración del arzobispo Lefebvre.
Arzobispo Marcel
Lefebvre, Contra las Herejías, p. 216: “Evidentemente, hay que hacer
ciertas distinciones. Las almas se pueden salvar en una religión distinta de
la religión católica (protestantismo, islamismo, budismo, etc.), pero
no por esa religión. Es posible que haya almas que, sin conocer a nuestro
Señor, tienen por la gracia del buen Señor, buenas disposiciones interiores,
que se someten a Dios (…) Pero algunas de estas personas hacen un acto de amor
que implícitamente es equivalente al bautismo de deseo. Es solamente por estos
medios que se pueden salvar”[657].
Nótese la palabra “etc”. ¡La
palabra “etc.” significa “y el resto, y así sucesivamente”! El obispo
Lefebvre está diciendo que hay muchas otras religiones en que las
personas se pueden salvar. Esto es una herejía total y absoluta. El obispo
Lefebvre creía que los hombres se pueden salvar mientras adoran dioses falsos y
muchos dioses (budismo, hinduismo). Pero esto simplemente ilustra que todos
los que creen que la salvación es posible para los miembros de otras religiones
sin los misterios principales de la fe católica (la Trinidad y la Encarnación),
están admitiendo que un alma se puede salvar en cualquier religión que sea:
el islam, el budismo, etc. Ello muestra cómo los que rechazan el
verdadero significado del dogma fuera la
Iglesia no hay salvación y la necesidad de la fe en Cristo y la Trinidad rechazan
toda fe y en realidad no tienen fe.
Papa León XIII, Satis
cognitum, # 9, 29 de junio de 1896: “…
¿puede ser permitido a nadie rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse
abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en
conjunto toda la doctrina cristiana? Pues tal es la naturaleza de la fe,
que nada es más imposible que creer esto y dejar de creer aquello (…) Al contrario, quien en un solo punto
rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica
de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la
soberana verdad y el motivo propio de la
fe”[658].
El P. Fahey y el obispo Lefebvre no podrían decir que quien muere satanista
está definitivamente perdido. Ellos claramente sostenían que es posible que cualquiera
(incluyendo a los judíos que rechazan al mismo Salvador) puede salvarse sin la
fe católica y en las religiones falsas. Si los judíos, budistas, hindúes y
musulmanes se pueden salvar en sus religiones falsas y sin la fe católica –
como dicen – entonces, según ellos, un satanista también podría salvarse
sin la fe católica y en su falsa religión; ellos tendrían que admitir que
simplemente no lo sabemos porque él podría estar de buena fe también.
Por lo tanto, al sostener que la salvación es posible para los que mueren
miembros de religiones no católicas, el P. Fahey, el obispo Lefebvre y
cualquier otra persona que se aferra a esta herejía cree que la salvación es
posible en cualquiera y toda religión.
Papa Pío IX, Qui pluribus, # 15, 9 de noviembre de 1846: “Tal es el sistema perverso y opuesto a la
luz natural de la razón que propugna
la indiferencia en materia de religión, con el cual estos inveterados
enemigos de la Religión, quitando todo discrimen entre la virtud y el vicio,
entre la verdad y el error, entre la honestidad y vileza, aseguran que en la práctica de cualquier religión se puede conseguir
la salvación eterna, como si alguna vez pudieran entrar en consorcio la
justicia con la iniquidad, la luz con
las tinieblas, Cristo con Belial”[659].
Papa Pío IX, Índice
de Errores Modernos, 8 de diciembre de 1864 – Proposición 16: “Los hombres
pueden, dentro de cualquier culto religioso, encontrar el camino de su
salvación y alcanzar la vida eterna”. – Condenado[660]
Obispo Lefebvre,
Discurso dado en Rennes, Francia: “Si los hombres se salvan en el protestantismo, el budismo o el islam,
ellos se salvan por la Iglesia católica, por la gracia de nuestro Señor, por
las oraciones de aquellos en la Iglesia, por la sangre de nuestro Señor como
individuos, quizás a través de la práctica de su religión,
posiblemente por lo que ellos entienden en su religión, pero no por su
religión…”[661].
Esto debería dar un mensaje a aquellos que llaman a esto una cuestión
meramente “académica”. Esta cuestión no es meramente “académica”; ella influye
en la vida espiritual de una persona de innumerables maneras. La negación de
este dogma corrompe la fe hasta la médula, y pervierte totalmente la creencia
de la persona en el mismo Jesucristo como salvador del mundo. Corrompe toda la
visión del mundo sobrenatural.
Hechos 4, 12: “… en
nombre de Jesucristo Nazareno (…)
En ningún otro hay salvación, pues ningún
otro nombre se nos ha dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual
podamos ser salvos”.
POR SUS
FRUTOS LOS CONOCERÉIS – LOS FRUTOS DEL BAUTISMO DE DESEO
En el Monasterio de la Sagrada Familia, hemos conversado personalmente con
cientos de personas sobre la cuestión del bautismo de deseo y el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación y hemos sido contactados por miles de personas.
De los muchos cientos de personas con quienes hemos hablado sobre la cuestión
del bautismo de deseo, puedo decir con toda franqueza que aproximadamente 5
a 10 de hecho afirmaron que sólo se aplica a los que desean bautismo de
agua (los catecúmenos). Los otros (casi el 100%) creen que el “bautismo de
deseo” salva a los judíos, budistas, hindúes, musulmanes, paganos e incluso a
los no católicos que rechazan a Cristo. ¿Por qué es que básicamente toda
persona que cree en el bautismo de deseo rechaza la enseñanza de la Iglesia
católica (Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, de fide) de que todos
que mueren como no católicos no se salvan?
Y de las cerca 5 o 10 personas que puedo recordar que creen en el bautismo
de deseo sólo para los catecúmenos, básicamente todas ellas se vieron forzadas
a admitir que los catecúmenos sin bautizar están “fuera la Iglesia”. Por tanto,
incluso esas 5 o 10 personas abrazaban una posición de que hay salvación
“fuera” de la Iglesia o salvación para las personas que no están en el “seno y
la unidad” de la Iglesia, lo cual es herético. Esto demuestra que cualquier
persona de buena voluntad, que es fiel a la enseñanza dogmática católica, verá
que la Iglesia católica no enseña en absoluto el bautismo de deseo cuando se le
presentan todos los hechos.
De hecho, una persona que asiste a la Fraternidad San Pío X nos llamó
recientemente y me dijo que su abuela metodista se salvó por el “bautismo de
deseo”. Yo le dije al hombre que incluso si el bautismo de deseo fuera cierto
(que no lo es), no salvaría a los metodistas (herejes) que ya están
bautizados. Pero él no estaba de acuerdo, y luchó aún más vigorosamente por
su herejía. ¡Entonces, él procedió a decirme que yo estaba en herejía por
afirmar que no hay salvación fuera la Iglesia! Y la posición herética de este
hombre simplemente refleja la posición común de muchos “tradicionalistas”
heréticos que frecuentan las Misas latinas en todo mundo, así como básicamente
todos los miembros del Novus Ordo.
Recientemente, ha habido una serie de ataques específicos contra la
enseñanza de la Iglesia católica sobre la necesidad del bautismo y de la fe
católica para la salvación. Una refutación de los argumentos presentados en
estos ataques, además de los dogmas relevantes a los cuales estos ataques se
oponen, se encuentran en este documento. Sin embargo, creí que era importante
analizar algunos grupos en particular, y sus errores con respecto a este tema.
LOS ERRORES DEL ACTUAL CENTRO SAN BENITO
El Centro San Benito fue fundado por el P. Feeney antes del Vaticano II.
Como he documentado, él fue un faro de la verdad acerca del dogma de la
salvación cuando estalló la controversia del P. Feeney en Boston. Pero el hecho
de que el P. Feeney defendió incondicionalmente esta verdad sobre la salvación
en su época no significa, por supuesto, que todo lo que él dijo sobre el tema
fuera convincente o correcto. Él estaba, de hecho, equivocado en su creencia de
que los catecúmenos se podían justificar (colocados en estado de gracia) por el
deseo del bautismo de agua. El P. Feeney sabía que la Iglesia católica enseña
infaliblemente que ningún catecúmeno puede ser salvo sin el bautismo de agua
(Concilio de Trento, can. 5 sobre el sacramento), pero él pensaba erradamente
que el Concilio de Trento enseñó que los catecúmenos podrían justificarse por
el deseo del bautismo, cuando no lo hizo (véase la sección sobre la sesión 6,
cap. 4). Esta posición equivocada – que creo sostenida de buena fe por él y que
él habría cambiado si le fuera hoy presentada la evidencia y el argumento
mostrando que Trento no enseña que los catecúmenos se pueden justificar – lo
hizo incapaz de explicar la situación del catecúmeno llamado “justificado” que
no había sido bautizado.
Padre
Feeney, Pan de Vida, p. 137:
“P. ¿Puede alguien ahora salvarse sin el bautismo
de agua?
R. Nadie puede salvarse sin el bautismo de agua.
P. ¿Se
salvan las almas que mueren en estado de justificación, si ellas no han
recibido el bautismo de agua?
R. No. Ellas no se salvan.
P.
¿Dónde van esas almas si mueran en estado de justificación pero no que no han
recibido el bautismo de agua?
R. No lo sé.
P. ¿Van al infierno?
R. No.
P. ¿Van al cielo?
R. No.
P. ¿Existen tales almas?
R. ¡Yo no lo sé!
¡Ni tú lo sabes!
P. ¿Qué le diremos a los que creen que hay tales
almas?
R. Debemos decirles
que están haciendo prevalecer la razón sobre la fe, y las leyes de la
probabilidad sobre la Providencia de Dios”.
El P. Feeney estaba atrapado en un dilema insoluble debido a su posición
equivocada e incorrecta de que un catecúmeno puede justificarse sin el
bautismo de agua. Y los herejes y liberales han hecho un verdadero festín con
este pasaje de su libro, y ellos literalmente vierten páginas de tinta
señalando alegremente que el P. Feeney era contradictorio en este punto. Al
hacerlo, sin embargo, ellos sólo muestran su profunda mala voluntad; y visto
que el P. Feeney se equivocó en este punto de la justificación (creo que de
buena fe), los herejes liberales que aparentan preocuparse por la integridad
doctrinal al señalar este error ¡ni siquiera creen que se deba ser católico
ni creer en Cristo para salvarse! Ellos sostienen que los judíos, paganos,
herejes, cismáticos pueden todos salvarse sin el bautismo o la fe católica. Por
tanto, para decirlo de manera simple: los herejes liberales tratan de encubrir
su propia creencia herética de que los no católicos se pueden salvar
centrándose página tras página tras página sobre este único error del P.
Feeney, mientras deshonestamente no abordan el punto principal del P. Feeney,
que era que ellos niegan el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación y son completos herejes y pervertidos
doctrinales.
Por lo tanto, no nos dejemos engañar por los sacerdotes y obispos herejes
que pretenden dar un curso completo sobre el error sobre la justificación del
P. Feeney sin abordar sus propias creencias acerca de si los no católicos se
pueden salvar; ellos sólo están encubriendo su propia horrible herejía. El
obispo Clarence Kelly de la Sociedad de San Pío V, por ejemplo, publicó un
largo documento y dio una larga presentación enfocándose sólo en el error sobre
la justificación del P. Feeney, ¡mientras que ninguna vez trata de su propia
abominable y herética creencia de que los judíos, budistas, hindúes, musulmanes
y protestantes se pueden salvar sin la fe católica (pero más sobre la SSPV
luego)!
El error sobre la justificación del P. Feeney, sin embargo, se ha
convertido en un problema importante para algunos; a saber, los actuales
miembros del Centro San Benito en Nuevo Hampshire. Los actuales miembros de los
dos Centros de San Benito se declaran estar en comunión con la secta del
Vaticano II y los obispos que rechazan completamente el dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Ellos
están, por lo tanto (y muy desafortunadamente) en la herejía al afirmar
obstinadamente estar en comunión con los herejes que niegan este y otros
dogmas. Además de esto, el Centro San Benito de Richmond de NH se niega
obstinadamente a corregir el error del P. Feeney sobre la justificación ¡e
incluso nos condenan como “herejes” por nuestra posición!
En mayo de 1999, el Centro San Benito (Richmond, NH) nos acusó en su
boletín de sostener una “extraña herejía”. Ellos sostienen que si bien que
el bautismo es absolutamente necesario para la salvación según la ley divina,
alguien puede regenerarse (justificarse/renacer) por el mero deseo del
bautismo. Siguen la conclusión errónea del P. Feeney a este respecto. Ellos
creen en un bautismo de deseo que justifica pero que no salva, y dicen que
nuestra opinión, de que no hay en absoluto justificación sin el bautismo, es
herética. La falsedad de tal afirmación por el actual Centro San Benito de
Nuevo Hampshire se hace muy clara cuando este tema se examina más
profundamente. Por ejemplo, ellos nos acusan de sostener una “extraña herejía”
cuando esta fue la enseñanza de San Ambrosio (por no mencionar el dogma
católico, como veremos).
San Ambrosio, De mysteriis, 390-391 d.C.:
“Habéis leído, por lo tanto, que los tres testigos en el bautismo son
uno: el agua, la sangre, y el espíritu; y si quitáis uno de ellos, el
sacramento del bautismo no es válido. Porque ¿qué es agua sin la cruz de
Cristo? Un elemento común sin todo efecto sacramental. Por otra parte no
hay ningún misterio de regeneración sin agua: porque ‘quien no renaciere
del agua y del Espíritu, no puede entrar al reino de Dios’ [Juan 3, 5]. Hasta
un catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, por cual él
también es santiguado; pero, si él no es bautizado en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir la remisión de los pecados
ni ser receptor del don de gracia espiritual”[662].
Lo sorprendente de esto es que el Centro San Benito (Richmond, NH) incluso
cita este mismo pasaje de San Ambrosio en su libro para demostrar su
posición (El Padre Feeney y la Verdad sobre la Salvación, p. 132). De
manera que esta posición – que no hay justificación sin el bautismo – se
presenta como verdadera por el Centro San Benito cuando citan a San Ambrosio;
pero en su boletín llaman a esta misma posición una “extraña herejía” porque
les da la gana atacar al Monasterio de la Sagrada Familia. ¡Qué hipocresía
increíble!
Esto significa que el Centro San Benito sostiene que, por el mero deseo del
bautismo, se puede: renacer, ser adoptado como hijo de Dios, ser regenerado,
remitido su pecado original, perdonados sus pecados actuales, estar unido con
Cristo, poseer las virtudes infusas de fe, esperanza y caridad, recibir la
aplicación de la Sangre de Cristo, y recibir el Espíritu de Santificación. Esto es lo que la justificación produce en el alma,
según la enseñanza infalible de la Iglesia católica. Y todo esto puede ocurrir
por el mero deseo del bautismo según el Centro San Benito, a pesar de que ellos
sostienen que esa misma persona debe recibir el sacramento del bautismo para
salvarse.
Como ya se ha dicho, no hay duda que muchos miembros del Centro San Benito,
incluyendo al mismo Padre Feeney, sostenían de buena fe esta posición errada en
el pasado. Ellos malentendieron la enseñanza del Concilio de Trento en la
sesión 6, cap. 4 sobre la justificación. Ellos pensaban que este capítulo
estaba enseñando que la justificación puede tener lugar por el deseo del
bautismo (y ellos sabían que Trento excluyó la posibilidad de la salvación sin
realmente recibir el bautismo), por lo que llegaron a la conclusión de que la justificación
puede tener lugar por el deseo del sacramento del bautismo, pero que de
hecho la salvación puede venir de recibir el bautismo. Sus escritos
están llenos de la distinción entre la justificación y la salvación.
A pesar de que esta posición errónea pueda haber sido un sincero intento de
defender la enseñanza de la Iglesia sobre la necesidad del bautismo para la salvación
(frente a lo que erróneamente creían era la enseñanza de la Iglesia sobre el
deseo como siendo suficiente para la justificación), hay muchos
problemas con esta explicación.
1) Trento no enseña que el deseo del
bautismo es suficiente para la justificación. Esto ha
sido demostrado en este documento. Y esta fue la causa fundamental de su
creencia errónea.
2) En la justificación, el Espíritu de
santificación y la sangre de redención no pueden separarse del agua del
bautismo (de fide). Como ya se ha demostrado; el Papa San León Magno elimina toda
la teoría del Centro San Benito.
Papa San León
Magno, carta dogmática a Flaviano, Concilio de Calcedonia, 451:
“Deja que preste atención a lo que el
bienaventurado apóstol Pedro predica, que la santificación por el Espíritu es
efectuada por la aspersión de la sangre de Cristo (1 Pedro 1, 2)
(…) Este es Jesucristo, que vino por agua y sangre: no por agua solamente,
sino por agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio: porque el
Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio en el
cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son uno. (1
Juan 5, 4-8). EN OTRAS PALABRAS, EL
ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN Y LA SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA DEL BAUTISMO.
ESTOS TRES SON UNO Y PERMANECEN INDIVISIBLE. NINGUNO DE ELLOS ES
SEPARABLE DE SU RELACIÓN CON LOS OTROS”[663].
Es dogma definido que nadie puede justificarse sin la sangre de redención
(Trento, sesión 5 y 6, Denz. 790; 795). El Papa San León define que en la
santificación, el Espíritu de santificación (la justificación) y la sangre
de redención son inseparables del agua del bautismo. Esto significa
que no puede haber ninguna justificación – ninguna aplicación de la sangre de
redención – sin el bautismo de agua (de fide). No puede haber
justificación por el deseo.
El Centro San Benito sostiene que un pecador puede tener el Espíritu de
santificación y la sangre de redención por el deseo, sin el bautismo de agua,
y por lo tanto están contradiciendo esta declaración dogmática.
3) Fuera la Iglesia no hay remisión de los
pecados (de fide). El Centro San
Benito sostiene que un catecúmeno sin bautizar está fuera de la Iglesia
católica (lo cual es correcto, porque sólo el bautismo hace que uno sea
miembro). La prueba que esto es lo que ellos creen se encuentra en página 77 de
su libro, El Padre Feeney y la Verdad sobre la Salvación. Pero mientras
que profesan que es sólo por el bautismo que alguien puede estar dentro de la
Iglesia, ellos sostienen que un catecúmeno sin bautizar puede tener la
justificación (la remisión de los pecados y la gracia santificante) por su
deseo del bautismo, mientras que todavía está fuera de la Iglesia.
Esto es directamente contrario a la definición ex cathedra del Papa
Bonifacio VIII. Por tanto es herejía decir, como hacen ellos, que alguien que
está fuera de la Iglesia puede tener remitidos sus pecados.
Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18
de noviembre de 1302, ex cathedra:
“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una
sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la
creemos y simplemente la confesamos, y
fuera de ella no hay salvación NI REMISIÓN DE LOS PECADOS…”[664].
Algunos de los defensores del Centro San Benito
han argumentado que sólo la parte final de la bula Unam sanctam es
solemne (y por lo tanto infalible), no la parte citada arriba. Este es un
intento desesperado de defender su falsa posición sobre la justificación, y se
prueba que es errado por el Papa Pío XII.
Papa Pío XII, Mystici Corporis Christi, # 40, 29 de junio de 1943:
“Que Cristo y su Vicario constituyen una sola cabeza, lo
enseñó solemnemente Nuestro predecesor Bonifacio VIII, de inmortal
memoria, por las letras
apostólicas Unam sanctam; y nunca desistieron de inculcar lo mismo sus
sucesores”[665].
El Papa Pío XII se refiere a la parte de la Unam sanctam que los
defensores del Centro San Benito argumentan no es solemne (infalible), y él
dice que es “solemne” (infalible). Esto demuestra que la parte de la bula
citada arriba es de hecho solemne e infalible. De hecho, el párrafo de la Unam
sanctam que Pío XII se refiere en Mystici Corporis incorpora un
lenguaje incluso menos solemne que el párrafo citado arriba sobre fuera la
Iglesia no hay remisión de los pecados. Lo esencial es que la enseñanza de la
bula sobre la fe es una declaración ex cathedra que nadie puede negar.
El Centro San Benito lo niega por su posición de que los catecúmenos se pueden
justificar fuera la Iglesia”.
4) Los justificados son herederos según la
esperanza de la vida eterna (de fide). La Iglesia enseña que quien se justifica es un heredero
del cielo. Esto significa que si alguien muere en estado de justificación irá
al cielo. El Centro San Benito enseña que alguien puede justificarse sin el
bautismo, pero tal persona todavía no es un heredero del cielo porque
todavía no ha recibido el bautismo. Esta posición contradice el dogma.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 7 sobre la justificación, ex cathedra: “… síguese que la justificación misma
que no es sólo remisión de los pecados (can. 11), sino también santificación y
renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y los
dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo y de enemigo
en amigo, para ser ‘heredero según la esperanza de la vida eterna’
(Tito 3, 7)”[666].
La verdadera posición es que toda persona verdaderamente justificada es de
hecho un heredero del cielo (de fide) e irá al cielo si muere en ese
estado, porque sólo los bautizados son realmente justificados del pecado.
5) El justificado ha satisfecho plenamente
la ley divina y ha merecido el cielo según su estado de vida (de fide). Esto realmente aplasta la posición del Centro San Benito.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 16: “… NO
DEBE CREERSE FALTE NADA MÁS A LOS MISMOS JUSTIFICADOS PARA QUE SE CONSIDERE QUE
CON AQUELLAS OBRAS QUE HAN SIDO HECHAS EN DIOS HAN SATISFECHO PLENAMENTE, según
la condición de esta vida, A LA DIVINA
LEY y han merecido en verdad la vida eterna, la cual, a su debido tiempo han de
alcanzar también, caso de que murieren en gracia”[667].
La posición del Centro San Benito es que una persona justificada sin
el bautismo no está todavía en un estado digno de la salvación y ya no ha
merecido aún el cielo. Él todavía tiene que cumplir la ley divina que
requiere el bautismo, según ellos. Recuérdese que ellos se centran
constantemente en la distinción entre la justificación y la salvación.
Pero el Concilio de Trento contradice esto al afirmar que los
justificados han satisfecho plenamente la ley divina y han merecido la vida
eterna a ser obtenida a su debido tiempo, caso de que murieren en
gracia. Nada más es necesario para el justificado obtener el cielo; ellos sólo
deben mantener el estado de justificación y morir en él. Esto no es coherente
con la posición del Centro San Benito, pero es consistente con la enseñanza de
la Iglesia (por ejemplo, el Papa San León Magno) de que ningún pecador puede
ser justificado sin el sacramento del bautismo. Esta cita de Trento en realidad
echa por tierra la posición del Centro San Benito.
6) La posesión de la fe, la esperanza y la
caridad hace que alguien sea miembro del Cuerpo de Cristo (de fide). De la definición de Trento sobre la justificación del pecador, se aprende
que no es posible que un pecador posea las virtudes infusas sobrenaturales de
fe, esperanza y caridad sin ser miembro del cuerpo de Cristo. Estas virtudes se
infunden en el momento de la justificación.
Papa Paulo III, Concilio
de Trento, sesión 6, cap. 7 sobre la justificación: “De ahí que, en la justificación misma, juntamente con la
remisión de los pecados, recibe el hombre las siguientes cosas que a la vez se
le infunden, por Jesucristo, en quien es injertado: la fe, la esperanza y la
caridad. Porque la fe, si no se
le añade la esperanza y la caridad, ni une perfectamente con Cristo, ni
hace miembro vivo de su cuerpo”[668].
Esto significa que si la esperanza y la caridad se añaden a la fe, la fe une a
alguien perfectamente con Cristo y lo hace un miembro vivo del
cuerpo de Cristo. Esto no concuerda con la posición del Centro San Benito,
porque ellos sostienen que es posible que la esperanza y la caridad se unan a
la fe en un catecúmeno justificado que no es un miembro del cuerpo de
Cristo.
Ya que estos errores que he descrito tratan de puntos más finos sobre el
tema, no hay duda que muchos partidarios del Centro San Benito han sostenido –
y todavía pueden sostener – estos errores de buena fe, al tiempo que afirman el
dogma de que la fe católica y el bautismo son necesarios para la salvación. Sin
embargo, ellos no pueden legalmente sostener estos errores después que se los
han mostrado. Y desafortunadamente, los actuales líderes del Centro San Benito,
además de muchos de sus afiliados, miembros y escritores, rehúsan
corregirse, y deben ser considerados herejes. Además, llevan sobre sus cabezas
la condena definitiva cuando ellos condenan la enseñanza de la Iglesia descrita
arriba como una “extraña herejía”, como lo hicieron en su boletín. Oramos para
que los afiliados del Centro San Benito cambien su posición sobre estas
materias, así como de su lealtad a la herética secta del Vaticano II, porque
ellos han sufrido la injusta persecución de los herejes que odian el dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación
y la doctrina de nuestro Señor Jesucristo sobre la necesidad del bautismo.
LA FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN PÍO X (FSSPX)
OBJECIÓN: La Fraternidad San Pío X ha publicado numerosos libros y
artículos que muestran que el bautismo de deseo es la enseñanza de la Iglesia
católica, tales como El Bautismo
de Deseo del P. Jean-Marc Rulleau y ¿Es el Feeneyismo Católico? del
P. Francois Laisney.
RESPUESTA: Ya he demostrado que la
enseñanza del Papa San León Magno, el Concilio de Florencia sobre Juan 3, 5, el
Concilio de Trento sobre Juan 3, 5 y el sacramento del bautismo (entre muchas
otras cosas) refutan cualquier afirmación de que se puede alcanzar la salvación
sin el bautismo de agua. Ahora me referiré a los libros de la Fraternidad San
Pío X a este respecto. La Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), fundada por
el fallecido arzobispo Marcel Lefebvre, ha difundido públicamente la herejía
que hemos estado tratando acerca de cuán necesaria es la Iglesia católica para
la salvación, y ha atacado con herética tenacidad a los católicos que defienden
la enseñanza infalible de la Iglesia sobre la necesidad del bautismo y la
incorporación a la Iglesia para la salvación. Los argumentos que ofrece la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X ya han sido refutados en este libro. Pero para
exponer completamente la herejía y la asombrosa deshonestidad – la cual es
fácil de detectar en sus obras –, examinaré en detalle algunos de sus libros.
Voy a dar un breve panorama de las herejías en los escritos del arzobispo
Lefebvre, seguida de una exposición más profunda de las recientes obras de la
FSSPX.
·
Contra
las Herejías, por el arzobispo
Marcel Lefebvre:
1.
Página
216: “Evidentemente, hay que hacer ciertas distinciones. Las almas se pueden salvar en una religión distinta de la
religión católica (protestantismo, islam, budismo, etc.), pero no por esa
religión. Es posible que haya almas que, sin tener conocimiento de
nuestro Señor, tienen, por la gracia del buen Señor, buenas disposiciones
interiores, que se someten a Dios (…) Pero algunas de esas personas hacen
implícitamente un acto de amor que es equivalente al bautismo de deseo. Es
únicamente por este medio que ellos se pueden salvar”[669].
2.
Página
217: “No se puede decir, entonces, que nadie se salva en esas
religiones…”[670].
3.
Páginas
217-8: “Esto es entonces lo que dijo Pío IX y lo que él condenó. Es necesario entender
la fórmula empleada tan a menudo por los Padres de la Iglesia: ‘Fuera la
Iglesia no hay salvación’. Cuando decimos esto, se cree incorrectamente que
pensamos que se van al infierno todos los protestantes, todos los musulmanes,
todos los budistas, todos los que no pertenecen públicamente a la Iglesia
católica. Entonces repito, es posible que algunos se salven en estas
religiones, pero son salvados por la Iglesia, y, por lo tanto, la
formulación es verdadera: Extra Ecclesiam
Nulla Salus. Esto debe ser predicado”[671].
Lo que aquí vemos del fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es
una herejía flagrante. Él contradice directamente el dogma definido
solemnemente de que fuera la Iglesia
católica no hay salvación. Algunos partidarios de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X han tratado de defender estas palabras heréticas del arzobispo
Lefebvre señalando que, si bien él sí dijo que los hombres pueden ser salvos en
las otras religiones, él enfatizó que ello es por la
Iglesia católica.
Esta respuesta es un intento patético de defender lo indefensible. De
hecho, los que intentan defender a Lefebvre de esta manera en realidad se
burlan de Dios. Yo podría decir que todos los hombres se van al cielo
(salvación universal), pero todos los hombres se van al cielo “por la Iglesia
católica”. ¿Esto cambia la herejía? Por supuesto que no. Por lo tanto, no
importa cómo Lefebvre trató de explicar o justificar su herejía; ¡el seguía
enseñando que las almas se pueden salvar en las religiones no católicas,
lo que es herejía!
El dogma de la Iglesia católica no se limita a afirmar que “nadie se salva
excepto por la Iglesia católica”: el dogma afirma que nadie se salva
fuera de la Iglesia católica y que nadie se salva sin la fe
católica. Esto significa que nadie puede salvarse dentro de las religiones no
católicas. Los defensores de la FSSPX necesitan meterse esto bien en la cabeza.
El dogma de la Iglesia católica excluye la idea que alguien se salva en
otra religión.
Papa Gregorio XVI, Summo iugiter studio, #2, 27 de mayo de
1832: “Finalmente, algunas de estas
personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a otros que los
hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que incluso los
herejes pueden obtener la vida eterna”[672].
Puesto que él estaba enseñando que las personas
se pueden salvar en otra religión, el énfasis de Lefebvre de que todos
ellos se salvan por la Iglesia católica no tiene relevancia. Las
palabras del Papa Gregorio XVI en Summo iugiter studio citadas arriba
podrían haber sido dirigidas específicamente al obispo Lefebvre y a la FSSPX.
Obispo Lefebvre, Sermón en la primera Misa de un sacerdote recién
ordenado (Ginebra: 1976): “Somos católicos; afirmamos nuestra fe en la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo; afirmamos nuestra fe en la divinidad de
la Santa Iglesia católica; creemos que Jesucristo es el único camino, la
única verdad, la única vida, y que nadie puede salvarse fuera de nuestro Señor
Jesucristo y por consiguiente fuera de su Esposa mística, la Santa Iglesia
católica. Sin duda, las gracias de Dios se distribuyen fuera de la Iglesia
católica, pero los que se salvan, incluso fuera de la Iglesia católica, se salvan por la Iglesia católica, por nuestro Señor
Jesucristo, aunque no lo sepan, aunque no estén conscientes de ello…”[673].
Aquí Lefebvre niega el dogma palabra por palabra.
Obispo Lefebvre,
Discurso pronunciada en Rennes, Francia: “Si los hombres se salvan en el
protestantismo, el budismo, o el islam, ellos se salvan como
individuos por la Iglesia católica, por la gracia de nuestro Señor, por las
oraciones de aquellos en la Iglesia, por la sangre de nuestro Señor, quizás
por la práctica de su religión, tal vez de lo que ellos entienden en su
religión, pero no por su religión…”[674].
Nótese de nuevo, de hecho, cómo el obispo Lefebvre dice que los hombres se
pueden salvar por la práctica de las falsas religiones.
Papa Pío IX, Qui
pluribus, # 15, 9 de noviembre de 1846: “Tal es el sistema perverso y opuesto a la luz natural de la razón que
propugna la indiferencia en materia de religión, con el cual estos
inveterados enemigos de la religión, quitando todo discrimen entre la virtud y
el vicio, entre la verdad y el error, entre la honestidad y vileza, aseguran que en la práctica de cualquier
religión se puede conseguir la salvación eterna, como si alguna vez
pudieran entrar en consorcio la justicia con la iniquidad, la luz con las
tinieblas, Cristo con Belial”[675].
·
Carta
Abierta a Católicos Perplejos, por el arzobispo Marcel Lefebvre:
Páginas 73-74: “¿Significa
esto que ningún protestante, ningún musulmán, ningún budista o animista se
salvará? No, sería un segundo error pensar eso. Los que vociferan por
la intolerancia en la interpretación de la fórmula de San Cipriano fuera la
Iglesia no hay salvación, también rechazan el Credo, “Confieso un bautismo
para la remisión de los pecados”, y están insuficientemente instruidos sobre lo
que es el bautismo. Hay tres maneras de recibirlo: el bautismo de agua; el
bautismo de sangre (el de mártires que confesaron su fe cuando todavía eran
catecúmenos); y el bautismo de deseo. El bautismo puede ser explícito. Muchas
veces en África oí a uno de nuestros catecúmenos decirme, “Padre, bautíceme
inmediatamente porque si muero antes que Ud. regrese, me iré al infierno”. Yo
le dije, “No, si no tienes pecado mortal en tu conciencia y si deseas el
bautismo, entonces ya tienes la gracia en ti…”[676].
Aquí encontramos más herejía del obispo Lefebvre en contra del dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación.
·
Bombas
de Tiempo del Segundo Concilio Vaticano, por el P. Schmidberger de la FSSPX:
P. Schmidberger
(FSSPX), Bombas de Tiempo del Segundo
Concilio Vaticano, 2005, p. 10: “Señoras y señores, está claro que los seguidores de las otras religiones se pueden salvar
bajo ciertas condiciones, es decir, si ellos están en error invencible”[677].
¡El P. Schmidberger dice que “está claro” que los seguidores de las religiones
no católicas se pueden salvar! No, lo que está claro es ¡cuán directamente la afirmación anterior niega el dogma católico!
Esta es una flagrante herejía más enseñada en un folleto de amplia difusión de
la FSSPX.
·
El
obispo Fellay dice que los hindúes se pueden salvar:
Obispo Bernardo Fellay, Superior General de la FSSPX, Conferencia en Denver, Colorado, 18 de
febrero de 2006: “Sabemos que hay dos
otros bautismos, el de deseo y el de sangre. Estos producen un vínculo
invisible pero real con Cristo pero no producen todos los efectos que se
reciben en el bautismo de agua (…) Y la
Iglesia siempre ha enseñado que hay personas que estarán en el cielo, que están
en el estado de gracia, que se han salvado sin conocer la Iglesia católica.
Sabemos esto. Y, sin embargo, ¿cómo es esto posible si no hay salvación fuera
de la Iglesia? Es absolutamente cierto que se salvan por la Iglesia
católica porque están unidos a Cristo, al Cuerpo Místico de Cristo, que es la
Iglesia católica. Sin embargo, aquello permanecerá invisible, porque este
vínculo visible es imposible para ellos. Considérese
a un hindú en Tíbet que no tiene conocimiento de la Iglesia católica. Él vive
según su conciencia y las leyes que Dios ha puesto en su corazón. Él puede
estar en estado de gracia, y si muere en ese estado de gracia, él irá
al cielo”[678].
Esta es otra flagrante herejía. Los hindúes, por cierto, adoran muchos
dioses falsos; ellos no sólo carecen de la fe católica necesaria para la
salvación, además son idólatras.
·
El Bautismo de Deseo, por el P. Jean-Marc Rulleau (FSSPX):
Recientemente, la
Fraternidad San Pío X (FSSPX - Lefebvristas) publicó dos libros que contradicen
la enseñanza de la Iglesia sobre el bautismo. Ellos pasan el tiempo tratando de
encontrar maneras para que algunos sean salvos sin el bautismo – pero en vano. El Bautismo de Deseo por el P. Jean-Marc Rulleau fue
publicado por la FSSPX en 1999, y ¿Es el Feeneyismo Católico? por el
P. Francois Laisney fue publicado en 2001. Voy a examinar ambos libros en
detalle. Dividiré el examen de estos libros en temas separados: omisiones,
mentiras, contradicciones y herejías. Esto permitirá al lector constatar la
deshonestidad y heterodoxia de estos autores y del grupo que ellos representan.
Comenzaré con el libro El Bautismo de Deseo del P.
Rulleau.
OMISIONES:
·
El
libro El Bautismo de Deseo del
P. Jean-Marc Rulleau pretende ser un examen de la enseñanza de la Iglesia sobre
lo que es necesario para la salvación: la necesidad del bautismo, la necesidad
de la fe en Jesucristo, etc. Pero asombrosamente, ¡en todo el libro, el
autor no cita ni una (repito, ni una sola) de las declaraciones papales ex
cathedra (infalibles) sobre el dogma fuera
la Iglesia no hay salvación! ¿Debo suponer que él no las consideraba
pertinentes? Es probable que él no creyera que eran pertinentes simplemente
porque no cree en ellas.
·
A pesar
de tener toda una sección sobre la necesidad de fe explícita vs a la fe
implícita en Jesucristo (pp. 53-62), el P. Rulleau omite citar, en todo el
libro, el Credo Atanasiano – el símbolo dogmático que definió que la fe
en Jesucristo y en la Trinidad son necesarias para todos los que quieran
salvarse. Si hubiese simplemente citado este credo, el P. Rulleau habría
resuelto toda la cuestión a la que él dedica páginas examinando.
Desafortunadamente, él no cita el Credo, probablemente porque no cree él.
·
Los
cánones 2 y 5 del Concilio de Trento sobre el sacramento del bautismo no son
citados en todo el libro. Esto es interesante, porque es sensato pensar que
lo que definió el Concilio de Trento sobre la necesidad del bautismo debiera
estar incluido en un libro supuestamente dedicado a tratar sobre la necesidad
del bautismo.
Nótese que las
principales omisiones del Padre Rulleau pertenecen a la enseñanza dogmática
de la Iglesia: que no hay salvación fuera la Iglesia, la necesidad de la fe en
Jesucristo y en la Trinidad, la necesidad del sacramento del bautismo.
Desafortunadamente, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, parece no tener
interés en lo que enseña la Iglesia dogmáticamente.
HEREJÍAS:
Si bien que no cita los
dogmas fundamentales, el P. Rulleau creyó importante mencionar que:
·
es un
error atribuir infalibilidad a todos documentos del Magisterio (p. 9) — herejía.
·
la fe
justificante puede venir de los elementos cristianos presentes en las falsas
religiones (p. 61) — herejía.
·
es
difícil decir si la creencia en un Dios remunerador es todo lo que es necesario
para la salvación (p.
63) — herejía.
·
no se
puede aceptar que la fe justificante ocurre normalmente en todas
tradiciones religiosas (p. 63), lo que implica que ello puede ocurrir en
todas las tradiciones religiosas, pero no normalmente. — herejía.
·
el
bautismo de deseo puede existir en el paganismo (p. 64). — herejía.
MENTIRAS:
·
P.
Rulleau, El Bautismo de Deseo, p. 63: “Este bautismo de deseo suple la
falta del bautismo sacramental (…) La existencia de este medio de salvación es
una verdad enseñada por el magisterio de la Iglesia y sostenida desde los
primeros siglos por todos los Padres. Ningún teólogo católico la ha
impugnado”[679].
¡Esto es una mentira
absoluta! Como he mostrado, toda la Iglesia primitiva rechazaba la idea
que un catecúmeno sin bautizar podría salvarse por su deseo del bautismo,
incluyendo a los 1 o 2 Padres que parecen contradecirse sobre el tema. Es por
eso que en toda la Iglesia primitiva, la oración, el sacrificio, y el entierro
cristiano no eran permitidos para los catecúmenos que morían sin el bautismo.
Aseverar ante estos hechos que “ningún teólogo la ha impugnado” es atroz – como
se demuestra en la amplia sección sobre “El bautismo de deseo y el bautismo de
sangre: Tradiciones erróneas del hombre”.
·
En la
página 39, el P. Rulleau cita erróneamente el crucial capítulo cuarto del
decreto sobre la justificación del Concilio de Trento: “paso, ciertamente, que
después de la promulgación del Evangelio, no puede darse excepto por
el lavatorio de la regeneración o su deseo…”[680]. El
original en latín de este pasaje de Trento no se traduce como “excepto por el
lavatorio de la regeneración o su deseo…”. Se traduce como, “… sin el
lavatorio de la regeneración o su deseo…”.
Introducir “excepto por”
en vez de “sin” cambia todo el significado del pasaje para favorecer el
bautismo de deseo (como se demuestra en la sección sobre la sesión. 6, cap. 4
del Concilio de Trento). Hacerlo deliberadamente es un pecado mortal. El P. Rulleau
pudo haber cometido un error inocente al citar esta engañosa traducción del
Denzinger. Pero el punto es que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en su
conjunto sigue todo el tiempo usando esta engañosa traducción para confundir a
sus lectores incluso después que han sido notificados de ello. El P. Peter
Scott, ex superior del Distrito de los Estados Unidos de la FSSPX, en un
reciente Boletín Regina Coeli, de nuevo cita mal este pasaje para
favorecer el bautismo de deseo. Este tipo de tergiversación obstinada de la
enseñanza de la Iglesia es pecado mortal.
CONTRADICCIONES:
El tratamiento de P.
Rulleau de Santo Tomás de Aquino es donde su deshonestidad realmente empieza a
ser más patente.
·
En la
página 11, el P. Rulleau hace la siguiente tendenciosa declaración: “En pocas palabras, rechazar a Santo
Tomás de Aquino es rechazar el magisterio de la Iglesia”[681].
Santo Tomás es uno de
los mayores de los doctores en la historia de la Iglesia y uno de los hombres
más brillantes que jamás haya existido; pero es sabido que él erró en varios
puntos, como se explica en la sección sobre “Santo Tomás de Aquino”. Por
ejemplo, Santo Tomás no creía que la Virgen María fue concebida inmaculada
(cf. Summa Theologica, Pt. III, q. 14, q. 3, respuesta a la obj. 1). De
acuerdo con la aseveración absolutamente tendenciosa del P. Rulleau, ¡creer en
el dogma de la inmaculada concepción sería rechazar el magisterio, debido a que
Santo Tomás no creyó en ella! Esa posición es equivalente a la herejía. ¿Por
qué el P. Rulleau afirma semejante disparate? Simplemente porque al creer Santo
Tomás en el bautismo de deseo, el P. Rulleau quiere probar con ello que este
sólo hecho exige que los católicos deben aceptar su argumento. Pero nótese
cómo, cuando se presenta una doctrina de Santo Tomás que el P. Rulleau no está
dispuesto aceptar, él rápidamente abandona su principio ridículo de que “rechazar
a Santo Tomás de Aquino es rechazar el magisterio de la Iglesia”.
·
P.
Rulleau, El Bautismo de Deseo,
pp. 56-57: “De este estudio se desprende que Santo Tomás opta por la
necesidad de un acto de fe explícita en la Encarnación y la Trinidad, y,
más generalmente, en los misterios de la fe. A la pregunta de cómo un hombre
puede salvarse si no ha sido evangelizado por los misioneros, él responde que
Dios lo asiste por medio de una inspiración interior o enviándole un misionero.
¿Cómo debe interpretarse esta doctrina de Santo Tomás? Hay que darle el peso que corresponde.
Los teólogos no han sido unánimes”[682].
En este párrafo, el P.
Rulleau analiza la clara enseñanza de Santo Tomás de que nadie se puede salvar
sin tener fe explícita en Jesucristo y en la Trinidad – en otras palabras, que
no hay salvación para los ignorantes invencibles y que no hay salvación en las
religiones no católicas.
Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada, mayores y
menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo,
sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se
proponen en público, como son los artículo de la Encarnación de que
hablamos en otro lugar”[683].
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en
el tiempo subsiguiente a la divulgación de la gracia están todos obligados a
creer explícitamente el misterio de la Trinidad”[684].
En respuesta a la
objeción sobre quien nunca ha oído hablar de Cristo, Santo Tomás dice:
Santo Tomás de Aquino, Sent. II, 28, q. 1, a. 4, ad 4: “Si un hombre nacido entre las naciones bárbaras, hace
lo que puede, Dios mismo le mostrará lo
qué es necesario para la salvación, ya sea por inspiración o el envío de un
maestro para él”[685].
Santo Tomás de Aquino, Sent. III, 25, q. 2, a. 2, solute. 2: “Si un hombre no tiene a nadie para
instruirle, Dios le mostrará, a
menos que desee culpablemente permanecer donde está”[686].
Santo Tomás de Aquino, De Veritate, 14, a. 11, ad
1: Objeción – “Es posible que alguien pueda ser criado en el bosque, o en medio de
lobos; tal hombre no puede saber nada explícitamente sobre la fe. Santo Tomás
responde – Es característica de la Divina Providencia proporcionar a cada
hombre lo necesario para la salvación (…) siempre que de su parte no haya
ningún obstáculo. En el caso de un hombre que busca el bien y se aparta del mal
por la guía de la razón natural, Dios o le revelará a través de la
inspiración interior lo que ha de creer, o le enviará algún predicador de la fe…”[687].
Santo Tomás, en varias
ocasiones y sin ambigüedades refutó la herejía que la “ignorancia
invencible” salva. Afirmó que es absolutamente necesaria la fe explícita en los
misterios de la Trinidad y de la Encarnación. Si el P. Rulleau fuese honesto,
él no debería rechazar esta posición de Santo Tomás, porque eso sería, según
sus propias palabras, “rechazar el magisterio de la Iglesia”.
Pero no, P. Rulleau demuestra una notable falta de honradez al preguntar:
“¿Cómo debe interpretarse
esta doctrina de Santo Tomás? Hay que darle el peso que corresponde. Los teólogos no han sido unánimes”[688].
¡Esto en cuanto a “rechazar
a Santo Tomás de Aquino es rechazar el magisterio de la Iglesia”! El P.
Rulleau rápidamente abandona esta posición cuando se le presenta una doctrina
de Santo Tomás que él y sus secuaces heréticos no están de acuerdo. La
Fraternidad Sacerdotal San Pío X rechaza la necesidad de la fe explícita en la
Trinidad y la Encarnación – como prueban las citas de Lefebvre – de manera que,
en un acto de hipocresía asombrosa, ¡ellos abandonan a Santo Tomás cuando él
enseña esto, y obligan a los demás a aceptar la opinión de Santo Tomás cuando
enseña el bautismo de deseo!
·
¿Es el
Feeneyismo Católico?, por el
P. Francois Laisney (FSSPX)
Publicado en 2001, el libro del P. Laisney fue una obra maestra del engaño.
Hay cosas sorprendentes y chocantemente deshonestas en su libro, que serán
expuestas en la sección “Mentiras”.
HEREJÍA:
·
En
página 21, el P. Laisney comenta sobre la necesidad de la fe explícita en Jesucristo:
“… no ha sido resuelto cuánto es
lo exactamente necesario saber explícitamente”. Esta afirmación da a
entender claramente que no ha sido resuelto si es necesario creer para la
salvación en la Santísima Trinidad y que Jesucristo es Dios y hombre, lo cual
es una negación del Credo Atanasiano, por no hablar de la enseñanza de Santo
Tomás de Aquino que ellos dicen amar tanto.
MENTIRAS:
·
P.
Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 47: “Además, el mismo
Concilio de Florencia, en el mismo decreto para los jacobitas (parte de
la bula Cantate Domino) menciona el bautismo de deseo”[689]. ¡Esta
es una completa mentira! ¡El Concilio de Florencia no hace mención alguna del
bautismo de deseo y el P. Laisney sabe esto! El hecho que Laisney pueda
escribir una cosa así – y el hecho que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X la
publique – es abominable. Esta es una señal horrible para la FSSPX. Una
falsedad de esta magnitud revela que ellos están del lado del diablo.
·
Como si
la mentira anterior no fuera suficientemente mala, en la siguiente página, el
P. Laisney dice otra mentira con respecto al Concilio de Florencia: “Así,
lejos de estar en contra del bautismo de deseo, el mismo Concilio de Florencia,
en la misma bula Cantate Domino, lo enseña como siendo ‘otro remedio’ que
permite retraso para los catecúmenos adultos por las razones dadas por Santo
Tomás”[690].
Esto raya en pecado que clama al cielo. Laisney no sólo afirma de nuevo la
flagrante falsedad que el bautismo de deseo es enseñado por el Concilio de
Florencia, ¡sino que ¡él incluso añade que Florencia lo enseña como siendo otro
remedio, poniendo “otro remedio” entre comillas! ¡Esto es una completa mentira!
Este tipo de deshonestidad es alucinante. Y luego el P. Laisney dice que
Florencia permitía un retraso en bautizar a los catecúmenos adultos por las
razones expuestas por Santo Tomás. ¡Pero el Concilio de Florencia no
menciona nada de los catecúmenos adultos! El P. Laisney está literalmente
añadiendo cosas que no están en el Concilio. ¡Despierten, partidarios de la
FSSPX!
·
Después
de citar el documento Quanto conficiamur moerore del Papa Pío IX
(tratado en la sección “El Dogma, el Papa Pío IX y la Ignorancia Invencible”),
el P. Laisney escribe: “Este pasaje del Papa Pío IX muestra claramente:
1) que el bautismo de deseo no se opone al dogma fuera la Iglesia católica no
hay salvación; 2) que el bautismo de deseo no carece de la luz y la gracia
divina (…) 3) que el bautismo
de deseo es incompatible con la indiferencia a Dios…”[691]. El documento Quanto conficiamur moerore no
menciona nada en sobre el bautismo de deseo. No menciona ni el concepto ni el
término. Pero Laisney, que no tiene vergüenza (y al parecer no mucho de
conciencia), no vacila mentir sobre esas tres cosas aseverando que Pío IX
revela tres diferentes aspectos del bautismo de deseo. Este tipo de mentiras
tiene efectos verdaderamente diabólicos, porque los lectores poco exigentes de
los libros del P. Laisney, que no poseen recursos para comprobar sus fuentes,
se quedarán con la impresión que el P. Laisney debe estar en lo cierto.
Así es como los herejes matan las almas.
·
En página 38, el P. Laisney dice: “Ex ipso
voto, es el mismo término utilizado por el Concilio de Trento, dando así a
Santo Tomás de Aquino la aprobación de un Concilio infalible. Algunos
seguidores del Padre Feeney afirman que el Concilio de Trento no confirmó esta
enseñanza de Santo Tomás sobre el bautismo de deseo (…) Vemos aquí la
falsedad de esta afirmación”[692].
El P. Laisney dice aquí que el Concilio de Trento utilizó el mismo término
usado por Santo Tomás (ex ipso voto) en la definición sobre la necesidad
del bautismo. Por siguiente, según él, el Concilio abrazó la enseñanza de Santo
Tomás sobre el bautismo de deseo. El problema para el P. Laisney, sin embargo,
es que ¡en ninguna parte el
Concilio de Trento usa el término “ex ipso voto” en relación al
bautismo o la justificación! El término usado en la sesión 6, cap. 4 (el pasaje
que Laisney erradamente cree favorece su opinión) no es ex ipso voto,
sino “aut eius voto”. Además, el término usado en la sesión 7, can. 4
(que Laisney también cree erradamente favorece su opinión) tampoco es ex
ipso voto, sino “aut eorum voto”. ¿El hecho que él atribuya a Trento
un término que no se encuentra en Trento, no le importa en absoluto? Al parecer
no.
En sus respectivos contextos, los términos empleados por Trento no
favorecen el bautismo de deseo, como se muestra en las secciones sobre la
enseñanza de Trento en este documento. Este es un otro ejemplo de cómo el P.
Laisney cree que él puede añadir a Trento términos según su propio capricho. Él
se muestra indiferente ante el hecho que es un pecado mortal a sabiendas
atribuir a documentos infalibles cosas que muy ciertamente no están allí. El
conocimiento que Laisney tiene del latín y la familiaridad con el tema son
tales que no hay excusa se le atribuya un error inocente.
·
Similar
a la última mentira, en página 49, el P. Laisney escribe: “La famosa
expresión ‘re aut voto – en hecho o en deseo’ fue utilizada dos veces por el
Concilio de Trento: una vez en la explicación (‘capítulo’)
explícitamente aplicado a la necesidad del bautismo y la otra incluso en un
canon ex cathedra sobre la necesidad de los sacramentos en general”[693].
En la última mentira que expusimos, el P. Laisney afirmaba que el término
utilizado por Trento era ex ipso voto. Aquí él decide afirmar que Trento
utilizó la expresión “re aut voto” (“en hecho o en deseo”) en la sesión
6, cap. 4 y sesión 7, can. 4. ¿Cuál es, Padre Laisney?
¿Es “re aut voto” o “ex ipso voto”? Supongo que la respuesta es: lo que es
más conveniente para el P. Laisney. El problema para el P. Laisney – y esto
parece ser un problema constante – ¡es que Trento tampoco utiliza el término “re
aut voto” en ninguno de esos pasajes! El P. Laisney ha vuelto a agregar a un documento infalible y
tergiversando deliberadamente su enseñanza.
·
En las
páginas 85-86, el P. Laisney escribe: “La doctrina del bautismo de sangre
y del bautismo de deseo está inseparablemente relacionada por la Iglesia al
dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Pertenece al correcto
entendimiento de ese dogma, por lo tanto quien niegue esto, ese tal no sostiene
el dogma en el mismo sentido y en las mismas palabras que lo sostiene la
Iglesia”[694].
En primer lugar, es irónico que el P. Laisney use el término
“inseparablemente vinculada”, porque fue el Papa San León Magno quien definió
que la santificación de un pecador ¡está inseparablemente relacionada al
bautismo de agua!
Papa San León
Magno, carta dogmática a Flaviano, Concilio de Calcedonia, 451: “Porque
tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu
Santo: y estos tres son uno. (1 Jn. 5, 4-8) EN OTRAS PALABRAS, EL
ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN Y LA SANGRE DE REDENCIÓN Y EL AGUA DEL BAUTISMO.
ESTOS TRES SON UNO Y PERMANECEN INDIVISIBLE. NINGUNO DE ELLOS ES
SEPARABLE DE SU RELACIÓN CON LOS OTROS”[695].
Pues mientras que el P. Laisney delira acerca de cómo el bautismo de deseo
y el bautismo de sangre están inseparablemente relacionados al dogma fuera la Iglesia no hay salvación, él en
realidad utiliza el mismo lenguaje que utilizó la declaración del Papa San
León, pero precisamente en sentido contrario. Él afirma que la idea
de que el Espíritu de santificación se puede separar del agua del bautismo está
“inseparablemente relacionado” al dogma católico; en cambio el Papa San León
define dogmáticamente que el Espíritu de santificación es inseparable
en su relación al bautismo de agua.
Además de esto, ¿qué más se puede decir de la afirmación, “La
doctrina del bautismo de sangre y del bautismo de deseo está inseparablemente
relacionada por la Iglesia al dogma fuera la Iglesia no hay salvación”? Lo único que se me ocurre pensar es,
“¿En serio?”. ¿Es por eso en no menos de siete pronunciamientos ex
cathedra sobre “el dogma fuera la Iglesia no hay salvación”, la “doctrina
del bautismo de deseo/sangre” no se menciona ni una sola vez? ¿Es por eso que
todos los concilios de la historia de la Iglesia no mencionan ni una sola vez
esos términos? Sí, las “doctrinas” del bautismo de deseo y del bautismo de
sangre están tan inseparablemente relacionadas al dogma fuera la Iglesia católica no hay salvación que ninguno de los
muchos Papas que definieron el dogma se molestaron en mencionarlas. La declaración
del P. Laisney no es más que otra mentira.
·
En la
página 87, Laisney asevera que “ni uno solo” se opuso al bautismo de
deseo, al parecer refiriéndose a los santos y los Papas.
En otras palabras, según el P. Laisney, ¡ni un solo santo o Papa en la
historia de la Iglesia negó la existencia del bautismo de deseo! Esta es la
misma mentira que el P. Rulleau aseveró en su libro. Entonces mi pregunta es:
¿Estos hombres tienen conciencia? El
P. Laisney sabe que San Gregorio Nacianceno negó específicamente el concepto
del bautismo de deseo (véase la sección “Bautismo de deseo y bautismo de
sangre – Tradiciones erróneas del hombre”), lo que hace de su declaración otra
mentira. Y sabemos que es un hecho que el P. Laisney lo sabe, porque ¡el
pasaje de San Gregorio está citado en páginas 64-65 de su libro!
CONTRADICCIONES:
El Padre Laisney justifica su creencia en el bautismo de deseo
exclusivamente por la enseñanza de santos. Es sobre esta misma autoridad que él
intenta obligar a los demás a aceptar el bautismo de deseo.
·
En su
libro (pp. 58-60), el P. Laisney afirma que negar la aceptación de San Cipriano
del bautismo de sangre es distorsionar el dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Por lo tanto, él cita a San
Cipriano para “probar” su posición. Pero, como he demostrado en la sección
sobre los Padres, en el mismo documento de San Cipriano, que Laisney cita para
justificar su posición, San Cipriano enseña que los bautismos hechos por los
herejes son inválidos – una idea que ha sido infaliblemente condenada.
Por lo tanto, si el P. Laisney fuera lógico, él debería enseñar que los
católicos están obligados a creer que los bautismos realizados por los herejes
son inválidos, puesto que San Cipriano enseña esto en el mismo documento en que
él enseña el bautismo de sangre. Pero no, el P. Laisney no enseña esto y por
consiguiente contradice su propia línea de razonamiento. De hecho, el rechazo
de San Cipriano a la validez de los bautismos realizados por los herejes no es
el único error que él comente en el documento antedicho. Él también enseña que
el bautismo de sangre es un sacramento[696], una
posición que es negada universalmente por todos apologistas modernos del
bautismo de deseo/sangre, incluyendo a Laisney mismo[697].
·
En la
página 68, el P. Laisney cita a San Bernardo para justificar el bautismo de
deseo. Pero, como he mostrado, en el mismo documento citado por Laisney, San
Bernardo no sólo admite que puede estar equivocado, también dice lo siguiente:
“Esto da a entender que a veces la sola fe sería suficiente para la
salvación, y que sin ella, nada sería suficiente”[698].
Pero con la notable hipocresía que tiene, el P. Laisney no dogmatiza la
declaración errónea anterior de San Bernardo, sino sólo los pasajes de San
Bernardo que a él le gustan: los pocos sobre el bautismo de deseo. Y Laisney corta
la parte de la cita donde San Bernardo admite que podría estar equivocado
(véase la sección sobre San Bernardo en este documento). Del mismo modo, cuando
el increíblemente deshonesto P. Laisney cita a San Alfonso, él no incluye
la referencia errónea de San Alfonso a la sesión 14, cap. 4 porque él sabe que
San Alfonso estuvo completamente equivocado sobre este punto[699].
Además, cuando cita a San Roberto Belarmino sobre la Iglesia, ¡Laisney no
incluye donde San Roberto Belarmino dice que los catecúmenos no
forman parte de la Iglesia![700].
Como he dicho, el estudio de las citas de los santos y teólogos que Laisney
presenta como “textos de prueba” para el bautismo de deseo, he encontrado
que casi en todos los casos individuales, el mismo santo o teólogo comete otro
error importante en su mismo documento. Por ejemplo:
·
En
página 34 de su libro, el P. Laisney cita el comentario de Cornelio a Lápide
sobre Juan 3, 5: “Él que está arrepentido de
sus pecados, quiere el bautismo, y no puede recibirlo por la falta de
agua o de ministro, renace por la resolución y el deseo del bautismo. El
Concilio de Trento explica este versículo explícitamente así en sesión
7, canon 4 sobre los sacramentos en general”[701].
Aquí Cornelio a Lápide comete un error
importante. Él dice que el Concilio de Trento “expresamente” explica Juan
3, 5 en la sesión 7, can. 4 para favorecer la idea del bautismo de deseo. Pero
la sesión 7, can. 4 no menciona Juan 3, 5 en absoluto. Juan 3, 5 ni siquiera es
mencionado en todo el decreto sobre los sacramentos en general, así que
muy ciertamente no explica Juan 3, 5 “expresamente” para favorecer el bautismo
de deseo.
Pero este caso es muy útil para esta discusión
por la siguiente razón: Si a Lápide comete un error importante sobre la
enseñanza de Trento sobre Juan 3, 5 (de hecho, la declaración de a Lápide ni
siquiera se aproxima), entonces es obvio que él es vulnerable de cometer otros
errores. Citar tales pasajes de teólogos como si “confirmasen”[702]
el llamado bautismo de deseo, como hace Laisney, es ridículo. A Lápide no
estuvo ni siquiera próximo sobre lo que él estaba tratando de trasmitir; pero, según la Fraternidad
San Pío X, debemos asentir a cada una de sus frases como expresión del dogma
infalible.
Creo que hay una razón de por qué Dios permitió que estos santos y teólogos
errasen repetidamente y en varias ocasiones al explicar el bautismo de deseo:
para que la gente sepa que ellos no son infalibles. El P. Laisney y la FSSPX
muy ciertamente no entienden este mensaje. Ellos continúan en su campaña
diabólica para denunciar a los que entienden Juan 3, 5 “según está escrito”
(Trento, sesión 6, cap. 4) y que el sacramento del bautismo es necesario para
la salvación (Trento, sesión 7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo).
INCREÍBLES
CONTRADICCIONES:
Además de las contradicciones ya expuestas, hay otras que deben ser
consideradas en el libro de la FSSPX ¿Es el Feeneyismo Católico? Por el
hecho de que un autoproclamado “sacerdote católico tradicional”, el P. Laisney,
pueda mentir sobre el Concilio de Florencia como él lo hace, uno no se
sorprende cuando lo encuentra contradiciéndose a sí mismo en muchos lugares.
·
En la
página 22, Laisney dice lo siguiente: “Nótese que un infante, que todavía no tiene el
uso de su razón, no tiene otra posibilidad para salvarse que a través de la
recepción real del sacramento del bautismo, es decir, el bautismo de agua”[703].
Esta declaración es muy
cierta, está fundada sobre el dogma solemnemente definido (véase la sección “Los
infantes no se pueden salvar sin el bautismo”). Pero vea lo siguiente:
·
P.
Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 77: “Él expone de manera
interesante en detalle la enseñanza común de que el bautismo de sangre
también se aplica a los infantes (por ejemplo, los que son
martirizados con sus padres)”[704].
¿Hace falta decir más
para probar que el P. Laisney es un mentiroso y un hipócrita asombroso, que se
contradice abiertamente en sólo unas pocas páginas? En la página 22 de su libro
él dice que no hay “ninguna otra posibilidad” de salvación para los infantes
que el bautismo de agua. En la página 77 enseña claramente que el “bautismo de
sangre” se aplica a los infantes. ¡Esto en cuanto a lo que dice en la página
22! Pero se pone peor cuando se considera lo que Laisney dice acerca de la
definición del Concilio de Florencia que declara que no es posible que un
infante pueda justificarse sin el sacramento del bautismo.
·
En la
página 47, el P. Laisney cita la definición dogmática del Concilio de
Florencia: “En cuanto a los niños, de hecho, por causa de
peligro de muerte, que frecuentemente puede ocurrir, cuando no se les
puede traer ninguna ayuda que no sea otro remedio que por el sacramento del
bautismo, por el cual son arrebatados del dominio del diablo y
adoptados entre los hijos de Dios, se aconseja que el santo bautismo no sea
diferido por más de cuarenta u ochenta días, o en cualquier momento según la
observancia de ciertas personas…”[705].
Varias cosas son importantes sobre el tratamiento del P. Laisney de esta
definición dogmática. Primero está el hecho que el P. Laisney hace un punto
especial al notar que Florencia sólo menciona a los niños en este
pasaje. Él concluye que, si bien no hay otro remedio para los niños que
no sea el sacramento del bautismo, hay otro remedio para el pecado original en
los adultos (el bautismo de deseo). Él trata de reforzar esta posición
señalando que el pasaje anterior de Florencia es una cita de Santo Tomás de Aquino,
quien (en el documento citado) pasa a enseñar que hay otro remedio para los
adultos. El problema para el P. Laisney es que el Concilio de Florencia no
incorporó el párrafo de Santo Tomás sobre la existencia de otro remedio para
los adultos (Summa Theologica, Pt.
III, q. 68, a. 3), sino que retiene
la cita de su posterior afirmación de que no hay ningún otro remedio para los
niños.
Este hecho debería hacer pensar al P. Laisney. ¿Por qué el Espíritu Santo
sólo permitió al Papa Eugenio IV y al Concilio de Florencia incorporar el
pasaje de Santo Tomás sobre los niños, y no su enseñanza en el párrafo
siguiente sobre el bautismo de deseo? ¿Por qué Dios no permitió al Concilio
que siguiera simplemente con la cita por sólo un corto párrafo más, lo cual
habría hecho claro de una vez por todas que el bautismo de deseo es una
enseñanza de la Iglesia? Es obvio que el Espíritu Santo quiso en el Concilio
se incluyera la enseñanza de Santo Tomás sobre el sacramento del bautismo
siendo el único remedio para los niños, y que Él no quiso que se incluyera en
el Concilio la enseñanza de Santo Tomás sobre el bautismo de deseo como otro
remedio para los adultos. Es por eso que aparece un párrafo y no el otro.
Pero lo que en realidad aparece en el Concilio de Florencia y lo que no
aparece no le importa al P. Laisney, porque cuando él no
encuentra algo en un Concilio que él quiere que esté, simplemente lo añade él
mismo. En este caso, Laisney decide crear su propia definición añadiendo el
párrafo de Santo Tomás que Florencia muy específicamente no incorporó.
Lo cito a él de nuevo:
·
P.
Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 47: “Además, el mismo
Concilio de Florencia, en el mismo decreto para los jacobitas (parte de
la bula Cantate Domino) menciona el bautismo de deseo”[706].
·
P.
Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 48: “Así lejos de estar
contra el bautismo de deseo, el mismo Concilio de Florencia, la misma
bula Cantate Domino, lo enseña como ‘otro remedio’ que permite un retraso
para los catecúmenos adultos por las razones dadas por Santo Tomás”[707].
Lo siento P. Laisney, pero el Concilio de Florencia no menciona el bautismo
de deseo, y no permitió un retraso para los catecúmenos por las razones dadas
por Santo Tomás. Y muy ciertamente no enseñó que el bautismo de deseo es “otro
remedio” para los catecúmenos adultos. Estos pensamientos de Santo Tomás no
fueron incorporados en el Concilio; pero, porque usted quiere que estén allí,
no pudo abstenerse de añadirlos. Por lo tanto, usted no informa honestamente la
enseñanza de la Iglesia sobre el tema del bautismo, como usted dice, sino que
miente sobre el contenido de los más altos pronunciamientos del magisterio,
porque usted está predispuesto y obsesionado de modo incontrolable
en su búsqueda para probar que las personas se pueden salvar sin el bautismo.
Lo que Florencia sí definió, de hecho, elimina cualquier posibilidad de
salvación sin el bautismo de agua.
Papa Eugenio IV, Concilio
de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra:
“El primer lugar entre los
sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual
pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y
habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por
el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de
los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera
y natural”[708].
Por tanto, consideremos las asombrosas contradicciones del P. Laisney sobre
si un niño se puede salvar sin el sacramento del bautismo. Si el P. Laisney se
ocupa especialmente en mentir que Florencia enseñó que hay
otro remedio para los adultos, basado (aunque ilógicamente) sobre el hecho que
Florencia sí enseñó que no hay otro remedio para los niños,
entonces por lo menos se podría esperar que el P. Laisney fuese consistente
con el hecho de que no hay otro remedio para los niños distinto del sacramento
del bautismo, ¿verdad? En otras palabras, no hay manera en todo mundo
de que el P. Laisney, si es honesto, pueda enseñar que hay otro remedio para
los niños que no sea el sacramento del bautismo. Después de todo, este hecho
(que para los niños no existe otro remedio que no sea el sacramento) es la base
sobre la que se fundamenta su mentira (que existe otro remedio para los
adultos). ¡Pero no! El P. Laisney ni siquiera cree que los niños no tienen otro
remedio, sino que sostiene que los niños pueden salvarse sin el sacramento del
bautismo, según la página 77 de su libro.
Esto demuestra que el énfasis del P. Laisney (en las páginas 47-48 de su
libro) que Florencia definió que para niños no hay “otro remedio” más que el
sacramento del bautismo fue hecho por una calculada razón. Fue hecho con
la esperanza de poder demostrar que hay otro remedio para los adultos – el
bautismo de deseo. Su énfasis sobre este punto fue sólo porque él pensó que
favorecería el bautismo de deseo. Toda su discusión sobre cómo los católicos
deben ser fieles a la definición de Florencia es una farsa y un engaño.
Escuche a este hipócrita explicar cómo nadie puede negar el pasaje de Florencia
sobre la no existencia de otro remedio para los niños que no sea el bautismo,
¡que él mismo niega en su libro!
·
P.
Laisney, ¿Es el Feeneyismo Católico?, p. 48: “Así que lejos de estar
en contra del bautismo de deseo, el mismo Concilio de Florencia, la misma bula
Cantate Domino, lo enseña como ‘otro remedio’ que permite una tardanza para los
catecúmenos adultos por las razones dadas por Santo Tomás. Y para que
ningún seguidor de P. Feeney diga que este pasaje no es infalible, se debe
considerar que el párrafo sobre el bautismo del que está tomado empieza con las
mismas palabras como las de la Iglesia: ‘[La Santa Iglesia Romana] Firmemente
cree, profesa, y enseña que…’ Por
consiguiente ambos párrafos tienen el mismo grado de autoridad”[709].
“Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas (…) Ya con esto os dais
por hijos de los que mataron a los profetas (…) Serpientes, raza de víboras, ¿Cómo será posible que evitéis el ser
condenados al fuego del infierno?” (Mt. 23; 23, 31, 33). La actividad del
P. Laisney es la de una serpiente, la misma serpiente que es responsable del
asombroso engaño en su libro. El P. Laisney se condena por sus propias
palabras. Él contradice lo a que él admite estar obligado, y que tanto se
esfuerza por enfatizar. Pero el esfuerzo ocupado para enfatizar este dogma –
que los niños no tienen otro remedio que el bautismo de agua – no está tomado
de un espíritu de fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, sino en el esfuerzo
desesperado de tratar de demostrar la falsa doctrina del bautismo de deseo.
E irónicamente, mientras Laisney afirma su falsa posición como siendo la
enseñanza de la tradición, es la tradición que muestra que el bautismo de agua
es el único socorro (es decir, el único remedio) para la salvación de todos,
incluso los adultos que lo deseen.
Papa San Siricio, Carta
a Himerio, 385:
“En cuanto
mantenemos que la observancia del santo tiempo Pascual no debe ser relajada de
ninguna manera, de la misma manera deseamos que los infantes quienes, por causa
de su edad, todavía no pueden hablar, o los que, en cualquier necesidad,
carecen del agua del santo bautismo, sean
socorridos a la mayor brevedad posible, por miedo a que, si dejasen este
mundo, fuesen privados de la vida del reino por haber sido rechazada la
fuente de salvación que deseaban, esto puede conducir a la ruina de
nuestras almas. Si los que están en peligro de naufragio, o de ataque de
enemigos, o en un cerco incierto, o puestos en una condición desesperada por
causa de una enfermedad física, PIDAN LO QUE EN SU FE ES SU ÚNICA AYUDA,
que reciban en el mismo momento en que piden el premio de la regeneración por
el que ruegan. ¡Basta ya de los errores del pasado! A partir de ahora, que
todos los sacerdotes observen la regla antedicha si no quieren ser separados de
la sólida piedra apostólica en que Cristo ha fundado su Iglesia universal”[710].
Podríamos seguir exponiendo los libros de la
Fraternidad San Pío X, pero lo que ha sido mostrado hasta ahora debería ser
suficiente para verificar que ellos no sostienen la enseñanza de la Iglesia,
por decirlo con buenos modales. Nadie puede dar ni un centavo de apoyo
financiero a esta herética Fraternidad o al Centro San Benito ni a ningún otro
sacerdote o grupo que no sostenga la enseñanza de la Iglesia sobre la necesidad
absoluta del bautismo y la necesidad absoluta de la fe católica para la
salvación, lo que incluye lamentablemente a casi todos los sacerdotes de hoy. Quien
apoye obstinadamente a esos sacerdotes, después de conocer su herética
posición, participa de su herejía y se pone en camino al infierno.
Además, a luz de la declaración dogmática del
Papa San León Magno contra los conceptos del bautismo de deseo y bautismo de
sangre, la enseñanza del Concilio de Florencia sobre Juan 3, 5, y la enseñanza
del Concilio de Trento de que el sacramento del bautismo es necesario para la
salvación (sesión 7, can. 5), nadie podría incluso apoyar a un sacerdote que
crea en la teoría del bautismo de deseo explícito (incluso si ese
sacerdote pueda estar de buena fe hasta que se le muestre la enseñanza de la
Iglesia). El primer deber de
todo católico es mantener la fe. No se puede comprometer ningún punto de la fe
por apoyar a un sacerdote que no tenga la fe entera e inmaculada.
Desafortunadamente, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X no está sola entre
los herejes “tradicionalistas”. Es un hecho que hoy, casi todos sacerdotes en
el mundo, incluyendo a casi la totalidad de los sacerdotes “tradicionalistas”,
niegan la necesidad del bautismo para la salvación, y sostienen que las
personas que mueren como no católicos se pueden salvar. Esta falta de fe se
explica por el hecho que vivimos en los últimos días del mundo, los tiempos de
la Gran Apostasía predicha en la Sagrada Escritura.
En nuestras revistas anteriores hemos señalado el
hecho lamentable que los sacerdotes de la Sociedad de San Pío V sostienen la
herejía de que los no católicos se pueden salvar sin la fe católica. Por
ejemplo, ellos apoyaron la pregunta y respuesta descaradamente herética en su
publicación:
Sociedad de San Pío V, The Roman
Catholic [El Catolico Romano], invierno, 2005, p. 54: “P. ¿Los católicos
creen que los no católicos se pueden salvar? R. No”.
La SSPV adhiere a la misma herejía expresada por
el arzobispo Lefebvre y los libros de la FSSPX, así como la herejía articulada
en el Protocolo 122/49 de 1949 contra el P. Leonard Feeney (ya expuesta en este
documento). Los sacerdotes de la SSPV también son vigorosos defensores de la
falsa doctrina del bautismo de deseo. Ellos consideran que el bautismo de deseo
es un dogma definido. El P. Baumberger de la Sociedad de San Pío V (SSPV)
declaró en presencia del superior de nuestro monasterio que los budistas pueden
estar unidos a la Iglesia católica. Esto es lo que sus sacerdotes
obstinadamente sostienen y creen; es lamentable, pero innegablemente verdadero.
Y debido a esto, hemos señalado que ningún católico consciente de esto puede
contribuirles financieramente bajo pena de pecado mortal.
Había sido nuestra posición en el pasado (una
posición fundada en el principio de Epieikeia y de Santo Tomás, entre
otras cosas) que, a pesar de los graves problemas con la SSPV, un católico
podría recibir de ellos los sacramentos si el católico no estuviese de
acuerdo con ellos (por supuesto) ni les apoyara en ninguna manera (por
supuesto). Sin embargo, esto ya no es una opción. No se debe asistir más a
las Misas de la SSPV incluso si no se les da apoyo porque a partir de 2003,
los sacerdotes de la SSPV empezaron a hacer constantemente anuncios antes de
sus Misas tradicionales (¡y parece estar ocurriendo en todas sus capillas casi
todas las semanas!) que todos los que adhieren a los “errores del P. Feeney” no
deben recibir la sagrada comunión. Ellos se refieren a la creencia del P.
Feeney de que es enseñanza infalible de la Iglesia católica romana, que nadie
puede salvarse sin el sacramento del bautismo.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión 7,
can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si alguno
dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario para la
salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[711].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”, 22 de
noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer lugar entre los
sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la vida espiritual,
pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la Iglesia. Y
habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no renacemos por
el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar en el reino de
los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el agua verdadera
y natural”[712].
La SSPV está, por lo tanto, pública y
notoriamente anunciando a todos que si creen en el dogma infalible recién
citado de la fe católica, no son católicos y no pueden recibir la sagrada
comunión. Cuando los sacerdotes hacen anuncios públicos que son heréticos, que
imponen la creencia herética a los asistentes a la Misa, entonces un
católico no debe asistir a esas Misas ni recibir la sagrada comunión de tales
sacerdotes. Hacerlo sería una negación de la fe católica. Al recibir la
comunión de un sacerdote de la SSPV que ha hecho tal anuncio, se estaría
indicando tácitamente (en silencio) estar de acuerdo con la posición herética
del sacerdote.
Este no es el caso necesariamente de otros
sacerdotes herejes independientes “tradicionalistas” que no han hecho
anuncios de este tipo y mantienen sus posiciones heréticas más
privadamente; y de hecho, muchos de los sacerdotes herejes independientes
“tradicionalistas” no son conocidos por sus herejías, por lo que recibir la
comunión de ellos (con tal que no se les apoye ni se esté de acuerdo con
ellos) no es una negación ni un compromiso de la fe. Pero la SSPV se ha
colocado en otra categoría – la categoría de los herejes notorios que imponen
su herejía sobre la gente que asiste a sus Misas – lo cual pone sus Misas y sus
sacramentos fuera de los límites. Hemos publicado esta advertencia sobre la
SSPV en el verano de 2003 y ellos respondieron en la edición del otoño 2003 de
su revista. Su respuesta fue muy reveladora y confirmó exactamente lo que
dijimos acerca de ellos.
LA SSPV RESPONDE
La SSPV nos respondió en la edición del otoño de 2003 de su publicación. Refiriéndose al Hermano Miguel
Dimond y a mí como los “hermanos adustos” en la página introductoria de su
edición, el P. Jenkins de la SSPV escribe:
SSPV, El Católico Romano,
otoño, 2003, página introductoria: “La controversia trata de la enseñanza de la
Iglesia sobre el ‘bautismo de deseo’. Los hermanos adustos intentan hacer
que se vea como si los sacerdotes católicos tradicionalistas están negando la
doctrina católica de que fuera la Iglesia no hay salvación, pero ningún
sacerdote católico tradicional está discutiendo la necesidad de ser miembro de
la Iglesia para la salvación”.
¿En serio? Recuerde estimado lector la afirmación
(“ningún sacerdote católico tradicional está discutiendo la necesidad de
ser miembro de la Iglesia para la salvación”). Y recuerde cómo he
señalado que lo que más caracteriza la negación del dogma fuera la Iglesia
no hay salvación es la deshonestidad. Recuerde que hemos visto que los
herejes sobre este punto hablan de ambos lados de la boca con satánico doble
lenguaje: en un minuto dicen que la Iglesia es necesaria y en el próximo lo
niegan; en un minuto dicen que no hay salvación fuera la Iglesia y en el
próximo lo echan a la basura. Así que ahora vea cómo trabajan los herejes.
Observe cómo los herejes de la SSPV enseñan en página 1 de su edición de otoño
de 2003 exactamente la misma cosa que niegan en la página introductoria.
En las páginas 1-8 de esta misma edición, la SSPV imprime un artículo de
Francisco Fenton que explica lo que ellos consideran ser el verdadero
significado del dogma fuera la Iglesia no hay salvación.
SSPV, El Católico Romano, artículo de Fenton,
otoño, 2003, p. 1: “Es una doctrina de nuestra fe que ‘fuera la Iglesia no hay
salvación’. Esto no significa, sin embargo, ni que un
individuo está seguro de su salvación eterna simplemente porque es miembro de
la Iglesia católica romana, ni que no puede salvarse porque no es miembro
real del cuerpo de la Iglesia”.
¿Entendió esto? Fuera
la Iglesia no hay salvación “no significa (…) que no puede
salvarse porque no es miembro real del cuerpo de la Iglesia”. ¡Pero en
la página introductoria de esta edición, el P. Jenkins nos dijo en
nombre de la SSPV que ningún sacerdote tradicional “está discutiendo la
necesidad de ser miembro de la Iglesia para la salvación”! ¡Ellos afirman
aquí la exacta herejía – palabra por palabra – que ellos afirmaron rechazar en
la página introductoria! La declaración aquí en la página 1 de su publicación (que
las personas que no son miembros de la Iglesia pueden salvarse) prueba que
su declaración en la página introductoria (que nadie está discutiendo la
necesidad de ser miembro de la Iglesia para la salvación) ¡era una completa
mentira! Ello confirma lo que hemos dicho todo el tiempo sobre estos
herejes deshonestos. Los sacerdotes de la herética Sociedad de San Pío V están
tan cegados por su negación de esta verdad que no pueden ver que se contradicen
palabra por palabra en cuestión de unas pocas páginas y en la misma edición en
que pretenden aclarar su creencia como estando de acuerdo con la enseñanza
católica.
Por consiguiente, como
he dicho, es un hecho que la SSPV rechaza el dogma fuera la Iglesia católica
no hay salvación y miente cada vez que profesan sostener la enseñanza
católica sobre la necesidad de ser miembro de la Iglesia para la salvación.
Ellos realmente creen y obstinadamente sostienen que los budistas, judíos,
hindúes, etc. pueden salvarse sin la fe católica. De hecho, el mismo
artículo en su edición del otoño de 2003 procede a negar el dogma
flagrantemente una y otra vez.
SSPV, El Católico Romano, artículo de
Fenton, otoño de 2003, p. 5: “Un no católico, entonces, que, sin culpa
propia grave, no es miembro formal de la Iglesia en el momento de la muerte,
ciertamente no va a perder su alma por esa causa”.
SSPV, El Católico Romano, artículo de
Fenton, otoño de 2003, p. 6: “Entonces, ¿es cierto y un artículo de fe que
‘fuera la Iglesia no hay salvación’? Sí, lo es. ¿Significa esto que una
persona, no importa cuán encomiable vida haya llevado, se perderá
eternamente porque, sin culpa propia grave, no es un miembro real de la
Iglesia en el momento de la muerte? No, no significa eso”.
Aquí otra vez afirman
palabra por palabra la herejía que afirman rechazar en la página introductoria.
Es muy apropiado aquí, en vista de esta declaración horriblemente herética,
citar la enseñanza del Papa Gregorio XVI en Mirari vos para condenar
esta herejía atroz y generalizada.
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 13, 15
de agosto de 1832: “Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen
a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida
por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede
conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud
y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como
evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el
Apóstol que hay ‘un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo’ (Ef. 4, 5),
entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto
de salvación, que, según la sentencia del Salvador, ‘están ellos contra Cristo,
pues no están con Cristo’ (Lc. 11, 23) y que los que no recolectan con
Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es ‘indudable que
perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra
y sin mancha’ (Credo Atanasiano)”[713].
Pero la edición del
otoño de 2003 de la SSPV sigue negando este dogma.
SSPV, El Católico Romano, artículo de
Fenton, otoño de 2003, p. 7: “Con la interpretación estricta y literal de
esta doctrina, sin embargo, tengo que discrepar, porque si leo y entiendo
correctamente a los estrictos intérpretes, en ninguna parte se tolera la
ignorancia invencible, la conciencia, o buena fe por parte de aquellos que no
son miembros reales o formales de la Iglesia en el momento de la muerte. Me
es inconcebible que, de todos los miles de millones de no católicos que han
muerto en los pasados diecinueve siglos y medio, ninguno estuviese de buena fe
en este asunto, y si lo estuvieran, simplemente me niego a creer que el
infierno sea su destino eterno”.
Esto es una herejía
descarada contra el dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Permítanme
resumir brevemente su edición de otoño de 2003 sobre este punto:
·
En respuesta a nuestra
advertencia acerca de ellos, la SSPV asevera en la página introductoria que ha
sido malinterpretada y que nadie está “discutiendo la necesidad de ser miembro
de la Iglesia para la salvación”, mientras que en la misma edición de su
revista publican un artículo que procede a afirmar explícitamente no menos de 3
veces que personas que no son miembros de la Iglesia católica se pueden salvar.
·
La SSPV, según la página
5 del artículo de Fenton en su publicación, sostiene que los no católicos se
pueden salvar.
·
Ellos encuentran
“inconcebible” y “se niegan a creer” que todos los que mueren como no católicos
se van al infierno (p. 7), lo que es exactamente lo que la Iglesia católica ha
definido infaliblemente.
·
Ellos “discrepan” con la
interpretación “estricta, literal” de este dogma (p. 7), es decir, ellos
rechazan el dogma como una vez declaró la santa Madre Iglesia (Vaticano I).
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I,
sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1870, ex
cathedra: “De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido
de los sagrado dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay
que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una comprensión más
profunda”[714].
Sólo por estas razones, nos alegramos que la SSPV
intente responder a nuestros cargos de herejía contra ellos; porque al hacerlo
ellos demuestran que nuestros cargos son 100% correctos y se condenaron a sí
mismos por su propia boca.
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex
cathedra: “[La Santa Iglesia romana] Firmemente cree, profesa y
predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los
paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de
la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo
y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con
ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que
sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los
sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de
piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas
que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede
salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[715].
El obispo Kelly (líder de la SSPV), que también
sostienen que los miembros de las religiones no católicas (protestantes,
budistas, judíos, etc.) pueden salvarse sin la fe católica, es tan
herético, de hecho, que él escribió lo siguiente el 25 de septiembre de 2003, a
una persona a que conocemos:
Obispo Clarence Kelly de la SSPV, Carta a Tim Whalen, 25 de
septiembre de 2003: “Contrariamente a lo que muchos piensan, la controversia
suscitada por el P. Feeney y ahora por los Diamonds (sic) no es realmente sobre
el dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Esa es una pantalla para de lo que
realmente están enseñando que es su propio dogma que fuera del bautismo
de agua no hay salvación”.
¡El obispo Kelly llama el dogma que uno se debe
estar bautizado con agua para la salvación, nuestro dogma propio!
Juan 3; 5,7: “Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no renaciere del agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de los cielos (…) No te maravilles de que te he dicho: es preciso nacer de arriba”.
El obispo Kelly es un hereje que es refutado
incluso por el Dr. Ludwig Ott, como citamos a continuación.
Dr. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, p. 354: “1.
Necesidad del bautismo para la salvación – El bautismo de agua (baptismus fluminis) es, desde la
promulgación del Evangelio, necesario para todos los hombres sin
excepción, para la salvación (de fide)”[716].
El obispo Kelly es una abominación.
Papa Paulo III, Concilio de Trento, sesión
7, can. 5 sobre el sacramento del bautismo, ex cathedra: “Si
alguno dijere que el bautismo [el sacramento] es libre, es decir, no necesario
para la salvación (Juan 3, 5), sea anatema”[717].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia,
“Exultate Deo”, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “El primer
lugar entre los sacramentos lo ocupa el santo bautismo, que es la puerta de la
vida espiritual, pues por él nos hacemos miembros de Cristo y del cuerpo de la
Iglesia. Y habiendo por el primer hombre entrado la muerte en todos, ‘si no
renacemos por el agua y el Espíritu’, como dice la Verdad, ‘no podemos entrar
en el reino de los cielos’ (Juan 3, 5). La materia de este sacramento es el
agua verdadera y natural”[718].
Dado que los sacerdotes de la SSPV notoriamente
predican e imponen su herejía por medio de anuncios en sus capillas,
ningún católico debe recibir de ellos los sacramentos ni asistir a sus Misas en
absoluto (y por supuesto nadie puede apoyarles en manera alguna bajo pena de
pecado grave).
Lamentablemente, los sacerdotes de la CMRI (Congregación de María Reina
Inmaculada) también rechazan el verdadero significado del dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Ellos
también adhieren y promueven el herético Protocolo 122/49 y sostienen que los
que mueren como no católicos se pueden salvar.
La CMRI publicó recientemente un folleto defendiendo el “bautismo de deseo”
que incluye todos los argumentos que han sido refutados rigurosamente en este
libro. Ellos usan una combinación de textos falibles (que no prueban el punto),
y textos malinterpretados (que no dicen lo que afirman) y textos mal traducidos
para inculcar su falsa posición. De hecho, ellos escandalosamente siguen usando
el mal traducido “excepto por” de la sesión. 6, cap. 4 de Trento que ha sido
tratada en este libro. También no le dicen a usted en su deshonesto y
fácilmente refutable folleto que ellos sostienen que es posible que los judíos,
musulmanes, budistas, etc. estén unidos a la Iglesia y se salven.
En la edición de invierno de 1992 de su publicación The Reign of Mary [El Reinado de María], la CMRI
publicó un artículo llamado “La Salvación de Aquellos Fuera de la Iglesia”[719]. Esta
es una negación palabra por palabra del dogma fuera la Iglesia no hay salvación. Ella es equivalente como si se
publicase un artículo llamado “El Pecado Original Que Tuvo María”. El artículo,
por supuesto, inculca la herejía que los no católicos se pueden salvar sin la
fe católica. Y esta es su posición hasta el día de hoy.
En el invierno de 1996, El Reinado de María (la publicación de la
CMRI) publicó un otro artículo herético titulado “La Trampa de Boston”, por el
obispo Robert McKenna[720]. El
obispo McKenna cree que las almas que mueren como no católicas se pueden
salvar; él también cree que no es herejía creer que los judíos que rechazan
a Cristo pueden estar en el estado de gracia, como se confirma en un
intercambio de cartas que yo tuve con él en la primavera de 2004. Irónicamente, la tesis del obispo McKenna en
el artículo es que esta “herejía” de la negación del “bautismo de deseo” y de
la “ignorancia invencible” fue la trampa que el diablo sembró en Boston, cuando
en realidad la verdad es todo lo contrario. El obispo McKenna y la CMRI
(quienes imprimieron su artículo herético porque ellos creen lo mismo que él)
se come sus palabras [“la trampa de Boston”] en este momento por el escándalo
en Boston. Pero veamos un extracto de su artículo.
Obispo Roberto
McKenna, “La Trampa de Boston”, publicado en la revista de la CMRI El
Reinado de María, vol. XXVI, n° 83: “La doctrina, por tanto, que no hay
ninguna salvación fuera la Iglesia debe entenderse en el sentido de ‘fuera la
Iglesia a sabiendas’ (…) Pero, ellos pueden objetar, si
tal es el sentido del dogma en cuestión, ¿por qué las palabras ‘a sabiendas’ no
forman parte de la formula, ‘Fuera la Iglesia no hay salvación’? Por la
sencilla razón que la adición es innecesaria. ¿Cómo se podría conocer el
dogma y no estar a sabiendas fuera la Iglesia? El ‘dogma’ no es tanto una
doctrina destinada para la instrucción de los católicos, ya que no es sino
una consecuencia lógica de la reivindicación de la Iglesia de ser la verdadera
Iglesia, sino más bien es una advertencia o declaración solemne y
material para el beneficio de aquellos que están fuera de la única arca de
salvación”[721].
Francamente, esta debe ser una de las declaraciones más heréticas jamás
hecha por un persona que pretende ser un obispo católico tradicional. Como se
puede ver claramente de estas palabras, el obispo McKenna (como casi todos los
sacerdotes modernos) rechaza el verdadero significado de este dogma y sostiene
que los no católicos se pueden salvar sin la fe católica. En un intento
desesperado por defender su versión herética del dogma fuera la Iglesia no hay salvación, McKenna ciertamente debe cambiar
la comprensión de la formula dogmática proclamada por los Papas. Él nos dice
que el “verdadero” significado del dogma es que sólo los que están fuera la
Iglesia “a sabiendas” no se pueden salvar. ¿En serio? ¿Dónde está esa
cualificación nunca mencionada en las definiciones dogmáticas sobre este tema?
¡En ninguna parte!
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio
de Letrán, constitución 1, 1215, ex cathedra: “Y una sola es la
Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se
salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo”[722].
Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam,
18 de noviembre de 1302, ex cathedra:
“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y
Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos
y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón
de los pecados. (…) Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos,
lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda
criatura humana”[723].
Papa Clemente V, Concilio de Vienne,
decreto # 30, 1311-1312, ex cathedra:
“Puesto que hay tanto para regulares y seglares, para superiores y súbditos,
para exentos y no exentos, una Iglesia
universal, fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos
ellos hay un solo Señor, una fe, un
bautismo…”[724].
Papa Eugenio IV, Concilio de
Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica;
y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para
siempre”[725].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex
cathedra: “[La Santa Iglesia romana] Firmemente cree, profesa y predica que
nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos,
sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse
partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado
para el diablo y sus ángeles (Mat. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se
uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia
que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los
sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de
piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más
limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo,
puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica”[726].
Papa León X, Quinto Concilio de
Letrán, sesión 11, 19 de diciembre de 1516, ex cathedra: “Así que regulares y seglares, prelados y súbditos,
exentos y no exentos, pertenecen a una Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente
nadie es salvo, y todos ellos tienen un
Señor, una fe”[727].
Papa Pío IV, Concilio de Trento,
“Iniunctum nobis”, 13 de noviembre de 1565, ex
cathedra: “Esta verdadera fe
católica, fuera de la cual nadie puede salvarse, y que al presente
espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[728].
Papa Benedicto XIV, Nuper ad nos,
16 de marzo de 1743, profesión de fe: “Esta fe de la Iglesia católica, fuera de
la cual nadie puede salvarse, y que motu proprio ahora profeso y
firmemente mantengo…”[729].
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I,
sesión 2, profesión de fe, 1870, ex
cathedra: “Esta verdadera fe católica, fuera de la que nadie puede
ser salvo, que ahora voluntariamente profeso y verdaderamente mantengo…”[730].
Reconociendo que su entender va en contra de las claras palabras de las
definiciones dogmáticas sobre el tema – de las cuales “a sabiendas” él no
menciona nunca y que eliminan toda excepción – el obispo McKenna intenta encontrar una
explicación convincente para el problema.
Obispo Roberto
McKenna, “La Trampa de Boston”, publicado en la revista de la CMRI, El
Reinado de María, vol. XXVI, n° 83: “El ‘dogma’ no es tanto una
doctrina destinada para la instrucción de los católicos (…) sino más
bien es una advertencia o declaración solemne y material para el beneficio de
aquellos que están fuera de la única arca de salvación”[731].
El dogma fuera la Iglesia católica no
hay salvación, según McKenna y la herética CMRI, que imprimió este artículo
en su revista (vol. XXIV, n° 83), no es una verdad venida del cielo, ¡sino una
advertencia o declaración escrita para los no católicos! Esto es un disparate y
una flagrante herejía.
Papa San Pío X,
decreto Lamentabili, contra los
errores del modernismo, 3 de julio de 1907, # 22: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados, no son verdades bajadas
del cielo, sino una interpretación de hechos religiosos que la mente
humana se elaboró con trabajoso esfuerzo”. – Condenado[732]
Los dogmas son
verdades bajadas del cielo que no pueden contener error. Ellos
no son meras declaraciones humanas, escritas para advertir a no católicos, que
están sujetas a corrección y cualificación. Los dogmas son definiciones
infalibles de la verdad que nunca se pueden cambiar o corregir, y no tienen
necesidad de ser cambiados o corregidos porque no hay posibilidad que contengan
error. Los dogmas se definen para que los católicos puedan saber lo que se
debe creer como verdad de revelación divina sin posibilidad de error, que
es exactamente lo contrario de lo que afirman McKenna y la CMRI.
Y esto es quizás lo más importante acerca de la herejía del obispo McKenna
y de la CMRI: los negadores del dogma se dan a conocer por tal argumentación
ridícula que su “versión” de que este dogma es incompatible con las
palabras de la definiciones dogmáticas; porque si su versión fuera compatible
con las definiciones dogmáticas, ellos no se verían obligados a hacer
declaraciones heréticas como las mencionadas arriba.
LA NEGACIÓN DEL DOGMA POR PARTE DE OTROS SACERDOTES “TRADICIONALISTAS”
Es simplemente un hecho incluso que casi todos los sacerdotes
“tradicionalistas” rechazan la verdad de este dogma, al igual que el obispo
McKenna y la CMRI. Por ejemplo, el obispo Donald Sanborn es considerado por
algunos ser un firme defensor de la fe católica tradicional. Pero él ataca
vigorosamente a quienes sostienen la necesidad absoluta del bautismo de agua, y
dice explícitamente que los paganos e idólatras se pueden salvar.
Obispo Donald
Sanborn, Sacerdotium V, p. 24: “La idea sobre la Iglesia del
Vaticano II es herética, puesto que identifica religiones organizadas de
paganos e idólatras con el cuerpo místico de Cristo. La verdad es que es
imposible que los paganos e idólatras,
en cuanto paganos e idólatras, puedan estar unidos al cuerpo místico de Cristo.
Si, por algún misterio de la
providencia y la predestinación, ellos [los paganos e idólatras] están unidos
al alma de la Iglesia, y por el deseo a su cuerpo, ello es a pesar de su
paganismo e idolatría. Ello se debe a una ignorancia invencible de su
error”.
El obispo Donald Sanborn es un hereje obstinado que rechaza el dogma que la
fe católica es necesaria para la salvación de todos. Sus anteriores palabras
demuestran que él rechaza el dogma. Él indica sin rodeos que es posible que los
paganos e idólatras puedan estar unidos a la Iglesia y salvarse. Esto es una
clara herejía.
Gregorio XVI, Summo iugiter studio, # 2, 27 de mayo de
1832: “Finalmente, algunas de estas
personas descarriadas intentan persuadirse a sí mismos y a otros que los
hombres no se salvan sólo en la religión católica, sino que incluso los
herejes pueden obtener la vida eterna”.
1 Corintios, 6, 9:
“¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No es engañéis: ni
los fornicarios, ni los idólatras,
ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni
los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces, poseerán el
reino de Dios”.
Sanborn incluso informó a un amigo nuestro (a quién expulsaron de su
capilla por creer en la necesidad del bautismo de agua) que él (Sanborn) cree
que un judío que odia a Cristo podría haberse salvado habiendo odiado a Cristo.
Un colega de Sanborn, el P. Anthony Cekada – quien fue mencionado anteriormente
en este libro – cree de similar manera, incluso dice que el dogma católico sobre
la salvación no excluye la idea de que los “individuos” no católicos se salvan,
sino que sus sectas son un medio de
salvación (Discurso de clausura en un debate en el The Remnant, 31 de marzo de 2002). Este es un herético rechazo del
dogma, por supuesto; porque las definiciones sobre la salvación declaran todo
lo contrario: ellas declaran que todos
los que mueren como no católicos se condenan. Las definiciones no se limitan a decir que sus religiones no
católicas no son medios de salvación.
Otro ejemplo de un sacerdote “tradicionalista” hereje es el P. Kevin
Vaillancourt.
P. Kevin
Vaillancourt, Yo Bautizo con Agua, p.
18, cita del P. Tanquery con aprobación: “La necesidad de medios, sin embargo,
no es una necesidad absoluta, sino hipotética. En ciertas circunstancias
particulares, por ejemplo, en el caso de la ignorancia invencible o de
incapacidad, la pertenencia real a la Iglesia puede suplirse por el deseo de su
pertenencia. No es necesario que esto se presente de manera explícita; sino que
puede ser incluida en una disposición y prontitud de cumplir la voluntad de
Dios. De esta manera quienes están
fuera de la Iglesia católica pueden alcanzar la salvación”. (Catholic
Research Institute)
Esto es una negación del dogma, palabra por palabra, de parte de quien
pretende ser un incondicional sacerdote pre-Vaticano II tradicional.
P. Kevin
Vaillancourt, Yo Bautizo con Agua, p.
18: “¿Existen algunos paganos de ‘buena
fe’? ¿Es posible que los comunistas de China o los seguidores fieles del
hinduismo o del islam del cercano y lejano oriente o bien nunca hayan escuchado
el evangelio o bien se les presente el evangelio bajo una luz errada? (…) ¿Pueden incluirse bajo esa categoría
[de la ignorancia invencible] a un chino
comunista, o un indio budista o un musulmán pakistaní? Solo Dios sabe, y no
me corresponde decidir por Él. Escribo
aquí simplemente para defender el principio dogmático de la posibilidad de
tales casos hoy en día, sin admitir que todos, o incluso un número
significativo de aquellos, que están en tales circunstancias, alcanzarán la
salvación por medio de la justificación”.
Esto es una notoria herejía. En primer lugar, el P. Vaillancourt cita con
la aprobación de una persona que niega el dogma palabra por palabra; y luego él
escribe para defender la herejía de que los musulmanes y budistas se pueden
salvar sin la fe católica. Él es un enemigo del dogma católico. Podría dar
muchos ejemplos similares de otros sacerdotes “tradicionalistas”; pero todos
ellos tratan de ocultar o justificar su herejía del “bautismo de deseo”.
He hablado con sacerdotes y monjas de la CMRI que me han dicho que creen
que miembros de las religiones no católicas, incluidos los judíos, se pueden
salvar. Por lo tanto, es irónico que los sacerdotes de la CMRI no crean
realmente en el bautismo de deseo porque ellos no creen que se deba desear al
bautismo para salvarse. Esto es un hecho demostrable, fácilmente comprobado con
sólo preguntar a cualquiera de sus sacerdotes, que los sacerdotes de la CMRI
adhieren al herético protocolo 122/49 y creen que la ignorancia invencible
puede salvar a los miembros de las religiones falsas no católicas y a personas
que no creen en Jesucristo. Lamentablemente ellos son unos completos herejes.
Esta herejía es sostenida por casi todos los sacerdotes de hoy en día.
En este documento he mostrado que es parte de la enseñanza infalible de la
Iglesia católica – y por siguiente la verdadera enseñanza de Jesucristo – que
sólo los que mueren como católicos bautizados se pueden salvar. Quien se niegue
en aceptar esta enseñanza no es un católico. El hecho que la mayoría del mundo
rechace aceptar esta enseñanza no nos debe desanimar. Esto ha sido predicho y
Dios sigue estando con su Iglesia, a pesar que se halle reducida a un remanente
de fieles católicos.
P. William Jurgens: “En un momento de la historia de la Iglesia, sólo unos
pocos años antes de la predicación de Gregorio [Nacianceno] (380 d.C.), posiblemente
el número de obispos verdaderamente católicos en posesión de sus sedes, en
comparación a la posesión de los arrianos, no era mayor de entre 1% y 3% del
total. Si la doctrina hubiera sido determinada por la popularidad, hoy
todos seríamos negadores de Cristo y contrarios al Espíritu”[733].
P. William Jurgens: “En tiempos del emperador Valente (siglo IV), San
Basilio fue prácticamente el único obispo ortodoxo en todo el Oriente que tuvo
éxito en retener el cargo de su sede (…) Si ello no tiene otra importancia para
el hombre moderno, un conocimiento de la historia del arrianismo debe por
lo menos demostrar que la Iglesia católica no toma en cuenta la popularidad y
el número en la determinación y mantención de la doctrina: de lo
contrario, hace mucho que deberíamos haber abandonado a Basilio e Hilario y
Atanasio y Liberio y Ossio y nos llamaríamos arrianos”[734].
Si la herejía arriana en el siglo IV fue tan desastrosa que aproximadamente
1% de los obispos con jurisdicción permanecieron católicos y 99% se hicieron
arrianos, es de prever que la Gran Apostasía anterior a la segunda venida de
Cristo será aún peor – la peor apostasía de todos los tiempos (2 Tes. 2)
– entonces no hay que ser incrédulo en el hecho de que casi no haya sacerdotes
auténticamente católicos hoy en el mundo que crean en el verdadero significado
del dogma fuera la Iglesia no hay
salvación y la necesidad del sacramento del bautismo.
Lucas 18, 8: “Pero
cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”
Debemos avanzar en la defensa de esta fe y preservarla sin mancha. Debemos,
por caridad, informar a los no católicos que Dios pone en nuestro camino que
ellos tienen que abrazar la fe católica – la fe católica tradicional de siempre
– si es que quieren salvarse. Y debemos informar a los que se profesan
católicos, pero que no creen en estos dogmas, de que están en error para que se
puedan corregir.
Creemos en este dogma porque es la verdad de Jesucristo. Y porque amamos a
los no católicos y tenemos verdadero interés por su felicidad eterna como
verdaderos amigos, les decimos que no pueden alcanzar la felicidad eterna si no
es estando dentro de la Iglesia católica (la Iglesia católica tradicional, no
la secta Novus Ordo/Vaticano II).
Lucas 12, 4-5: “A
vosotros, mis amigos, os digo: No
temáis a los que matan el cuerpo y después de esto no tienen más que hacer.
Yo os mostraré a quién habéis de temer; temed al que, después de haber dado la
muerte, tiene poder para echar en el infierno. Sí, yo os digo que temáis a
ese”.
Por último, no se puede poner en peligro esta fe bajo ningún precio. No se
puede apoyar financieramente a ningún sacerdote que no sostenga que sólo los
católicos bautizados se pueden salvar, lo que incluye a casi todos los
sacerdotes de hoy. No se puede apoyar financieramente ni dar estipendios de
Misa a ningún sacerdote que acepte el bautismo de deseo o la herejía de
salvación para los “ignorantes invencibles”. No se puede afiliar ni estar
afiliado con ninguna sociedad religiosa que no preserve y defienda públicamente
este dogma y todas las enseñanzas de la Iglesia.
Un católico no debería asistir a funerales de difuntos no católicos, ya que
esto da a entender que los no católicos se pueden salvar, lo cual es herejía.
Un católico no debe tampoco asistir a funerales de “católicos” que eran
conocidos por negar este dogma o por apoyar obstinadamente a los que lo niegan.
Además, un católico no debe asistir a matrimonios de no católicos ni de
miembros del Novus Ordo, porque esto causa escándalo y da a entender a los no
católicos que se casan que se les aprueba donde están. Ni debe un católico
asistir al matrimonio de una persona que se proclama “católico tradicionalista”
pero que apoya obstinadamente las posiciones heréticas o a los grupos heréticos
denunciados en este documento. Hacerlo sería un escándalo y una transigencia de
la fe.
En el Día del Juicio, Dios separará a los que hubieren conservado la
verdadera fe y el estado de gracia de los que no lo hubieren hecho. Los que
hubieren profanado esta fe tendrán que alinearse con los réprobos. Por tanto,
quienes sabiendo estos hechos, sigan apoyando financieramente, incluso en lo
más mínimo, a grupos que creen en el bautismo de deseo o en la salvación para
los “ignorantes invencibles” o que nieguen cualquier otra enseñanza de la
Iglesia, pueden esperar en fila detrás de los condenados que hubieren profanado
la fe en el Día del Juicio Final.
La Iglesia enseña que en una necesidad como la que tenemos hoy, se puede
recibir los sacramentos de un sacerdote válidamente ordenado que sostenga una
posición herética (siempre y cuando ese sacerdote no predique notoriamente ni
imponga esa herejía), pero no se lo puede apoyar financieramente ni comprometer
la fe. Poner dinero en la colecta de un sacerdote o grupo que no
sostiene la fe es negar la fe. Darles donaciones es negar la fe. Obviamente, la
fe católica no nos prohíbe comprar libros católicos (etc.) de un grupo que
pueda ser herético, pero no se debe hacer donaciones a tal grupo ni tampoco
darles estipendios en Misa. Si se pone en peligro la fe o asistiendo a la Misa
y recibiendo la comunión, hay que dejar de asistir a esa Misa y recibir ahí la
comunión, porque uno puede salvarse sin asistir a esa Misa y sin recibir la
comunión, especialmente en un caso de necesidad; pero uno nunca se puede salvar
sin la verdadera fe.
Apoc. 2, 10: “Se
fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”.
Apoc. 14, 12: “Aquí
está la paciencia de los santos, aquellos que guardan los preceptos de Dios y
la fe de Jesús”.
Apoc. 3, 11: “Vengo
pronto. Guarda bien lo que tienes, no sea que otro se lleve tu corona”.
LA FORMA DEL BAUTISMO
Y LA PROFESIÓN DE FE PARA LOS CONVERSOS A LA
FE CATÓLICA
El bautismo y el bautismo condicional: La forma del
bautismo es: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo”. El agua debe ser vertida en la frente de la persona mientras se
pronuncia esta forma.
Si hay alguna duda sobre la validez de tu bautismo, la forma condicional de
bautismo es: “Si estás bautizado, no te
bautizo de nuevo, pero si aún no estás bautizado [se vierte agua en la cabeza,
asegurándose que toque la piel] yo te bautizo en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo”. Si no hay sacerdotes católicos verdaderos a su
alcance, se puede acudir a un amigo católico para que le suministre el bautismo
condicional, y también usted puede bautizar a sus propios hijos.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Exultate Deo”,
1439: “Pero en caso de necesidad, no sólo puede bautizar el sacerdote o el
diácono, sino también un laico y una mujer y hasta un pagano y hereje, con tal
de que guarde la forma de la Iglesia y tenga intención de hacer lo que hace la
Iglesia”[735].
Además del bautismo, los que quieran convertirse a la fe
católica deben hacer la profesión de fe para los conversos que sigue a
continuación. Si
usted ha pertenecido a una secta específica, diga al final que también rechaza
esa secta herética.
Si usted es una persona que ha formado parte de la apostasía del Vaticano
II/Novus Ordo, también debe hacer esa misma profesión de fe del Concilio de
Trento. Si hubo dogmas particulares que haya negado (como el de fuera la Iglesia no hay salvación),
entonces diga al fin de la profesión que rechaza todo lo que sea contrario a
ese dogma en particular. Quien abandona el Novus Ordo (la Nueva Misa) también
debe hacer una confesión (con un sacerdote ordenado válidamente, es decir, que
haya sido ordenado según el rito de ordenación tradicional por un obispo
válidamente ordenado) y si ha asistido a un servicio no católico debe decir por
cuánto tiempo asistió. Si participó en otras cosas en la Nueva Misa (por
ejemplo, fue un ministro laico, se vistió sin modestia, etc.) o haya aceptado
el falso ecumenismo o negado algún otro dogma, estas materias deben ser
mencionadas también en la confesión. Esto debe hacerse antes de recibir la comunión
en la Misa tradicional (si es que hay alguna Misa admisible en su área).
Un converso bautizado debe hacer una confesión a un sacerdote ordenado
válidamente mencionando todos los pecados mortales que haya cometido,
incluyendo si perteneció a y/o propagó una secta no católica. Contáctese con
nosotros para más información sobre este tema.
La Profesión de la Fe Católica
Promulgada solemnemente por el Papa Pío IV y el Concilio
de Trento
• Yo, N., creo firmemente y profeso todas y cada
una de las verdades que se contienen en el símbolo de la Fe que usa la Santa
Iglesia Romana, es a saber:
• Creo en un solo Dios, Padre omnipotente,
creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y
en
• un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de
Dios. Y nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, consustancial al
Padre: por quien todas las cosas fueron creadas;
• El cual por nosotros los hombres y por nuestra
salud descendió de los cielos. Y por obra del Espíritu Santo se encarnó en las
entrañas de la Santísima Virgen y se hizo hombre;
• Por nosotros fue también crucificado, bajo
Poncio Pilatos: padeció y fue sepultado.
• Y resucitó al tercer día, según las Escrituras.
Y subió a los cielos;
• Y está sentado a la diestra del Padre. Y otra
vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos: y su reino no
tendrá fin;
• Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificador:
que procede del Padre y del Hijo. El cual es juntamente adorado con el Padre y
el Hijo, y conglorificado: y habló por medio de los profetas;
• Y en la Iglesia, Una, Santa, Católica y
Apostólica.
• Confieso que hay un solo Bautismo para la
remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos. Y la vida del
siglo venidero. Amén.
• Firmísimamente admito y abrazo las tradiciones
apostólicas y eclesiásticas y las demás observancias y constituciones de la
misma Iglesia.
• Asimismo acepto la Sagrada Escritura conforme
al sentido que le ha dado y la da la santa Madre Iglesia, a la cual toca juzgar
acerca del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras; y
jamás las aceptaré e interpretaré sino en conformidad con el unánime sentir de
los Padres.
• Confieso también que verdadera y propiamente
son siete los Sacramentos de la nueva ley instituidos por Nuestro Señor
Jesucristo, y que son necesarios para la salvación del género humano, si bien
no todos lo son a cada uno, a saber, el Bautismo, la Confirmación, la
Eucaristía, la Penitencia, la Extremaunción, el Orden y el Matrimonio; y que
confieren la gracia, y de ellos el Bautismo, la Confirmación y el Orden no se
pueden reiterar sin sacrilegio.
• Acepto y admito asimismo los ritos aprobados
por la Iglesia católica para la solemne administración de todos los Sacramentos
sobredichos.
• Acato y recibo todas y cada una de las cosas
que acerca del pecado original y de la justificación fueron definidas y
declaradas en el santo Concilio de Trento.
• Igualmente confieso que en la Misa se ofrece a
Dios un verdadero, propio y propiciatorio Sacrificio por los vivos y por los
difuntos; y que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están verdadera,
real y sustancialmente el cuerpo, y la sangre juntamente con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y que se efectúa la conversión de toda
la sustancia del pan en el cuerpo, y de toda la sustancia del vino en la
sangre, la cual conversión es denominada transustanciación por la Iglesia católica.
• Confieso también que bajo cada una de las
especies se recibe a Jesucristo total e íntegro, y un verdadero Sacramento.
• Firmemente admito la existencia del purgatorio,
y que a las almas en él detenidas pueden los fieles ayudarlas con sufragios;
• E igualmente que los Santos que están reinando
con Cristo deben ser venerados e invocados, y que ellos ruegan a Dios por
nosotros, y que sus reliquias deben ser veneradas.
Afirmo resueltamente que se deben tener y
conservar las imágenes de Jesucristo y de la Madre de Dios siempre Virgen, y
también de otros Santos, y que se les ha de tributar el debido honor y
veneración;
• Afirmo que Jesucristo dotó a la Iglesia de
potestad para conceder indulgencias, y que el uso de las mismas es en gran
manera saludable al pueblo cristiano.
• Reconozco a la Santa, Católica y Apostólica
Iglesia Romana por madre y maestra de todas las Iglesias, y…
• También admito y profeso sin la menor duda
cuanto han enseñado, definido y declarado los sagrados cánones y los concilios
ecuménicos, y en especial el sacrosanto Concilio de Trento y el ecuménico
Concilio Vaticano, sobre todo respecto del primado e infalible magisterio del
Romano Pontífice, y al mismo tiempo,
• Todas las cosas contrarias y cualesquiera
herejías por la Iglesia condenadas y rechazadas y anatemizadas yo igualmente
las condeno, rechazo y anatematizo.
• Esta verdadera fe católica, fuera de la cual
nadie puede salvarse, que al presente espontáneamente profeso y de verdad
tengo,
• Yo mismo, N., prometo, hago voto y juro que,
con la ayuda de Dios, la he de conservar siempre íntegra e intacta hasta el
postrer instante de mi vida, y procuraré cuanto de mí dependa que mis súbditos
o aquellos a quienes por mi cargo esté obligado a cuidar, tengan dicha fe, la
enseñen y la prediquen. Así, Dios me ayude, y estos sus santos Evangelios[736].
Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; y en
Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo: nació de Santa María Virgen: padeció bajo el poder de
Poncio Pilatos: fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos:
al tercer día resucitó de entre los muertos: ascendió a los cielos: está
sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, desde allí ha de venir a
juzgar a los vivos y a los muertos. Creo
en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Se autoriza reproducir este libro o citar secciones de él con la
condición de informar la fuente y su autor.
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English: www.vaticancatholic.com
Notas
* La primera vez que una fuente este citada en estas notas, se da su
completa información, incluyendo editorial, año, etc. La segunda y siguientes
veces que una fuente es citada, sólo se da el título y página.
[1] Decrees of the
Ecumenical Councils [Decretos de
los Concilios Ecuménicos], Sheed & Ward and Georgetown University
Press, 1990, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[2] Denzinger, The
Sources of Catholic Dogma [El
Magisterio de la Iglesia], B. Herder Book. Co., Thirtieth Edition, 1957,
468‐469.
[3] Decrees of the
Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[4] Decrees of the
Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[5] Decrees of the
Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[6] Decrees of the
Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646.
[7] Denzinger 1000.
[8] Denzinger 1473.
[9] Decrees of the
Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[10] Denzinger 1837.
[11] Denzinger 1836.
[12] Denzinger 163.
[13] Denzinger 1839.
[14] The Papal
Encyclicals [Las Encíclicas
Papales], de Claudia Carlen, Raleigh: The Pierian Press, 1990,vol. 2
(1878‐1903), p. 394.
[15] Denzinger 2021.
[16] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 394.
[17] P. Christopher Rengers, The 33 Doctors of the Church [Los 33 Doctores de la
Iglesia], Rockford: IL, Tan Books, 2000,
p. 273.
[18] Denzinger 1800.
[19] Denzinger 2022.
[20] Denzinger 2054.
[21] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 236.
[22] Denzinger 1792.
[23] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 230.
[24] Denzinger 423.
[25] Denzinger 570b.
[26] Citado por el Rev. Dr. Nicholas Sander, The Rise and Growth of the Anglican Schism [El Ascenso y Desarrollo
del Cisma Anglicano], Rockford, IL, Tan Books,
1988, pp. 301‐304.
[27] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 201.
[28] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 207.
[29] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 237‐238.
[30] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 229.
[31] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 289.
[32] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 297 y nota 4.
[33] Denzinger 1716.
[34] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 474.
[35] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 22.
[36] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), pp. 121‐122.
[37] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 318.
[38] Denzinger 895; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
704.
[39] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[40] Denzinger 2286.
[41] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 42.
[42] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 127.
[43] Denzinger 430.
[44] P. Casimir Kucharek, The
Byzantine‐Slav
Liturgy of St. John Chrysostom [La Liturgia Bizantina-Eslava de San Juan
Crisóstomo], Combermere, Ontario, Canada:
Alleluia Press, 1971, p. 475.
[45] P. Casimir Kucharek, The Byzantine‐Slav
Liturgy of St. John Chrysostom, p. 326.
[46] P. Casimir Kucharek, The
Byzantine‐Slav
Liturgy of St. John Chrysostom,
p. 100.
[47] The Catholic Encyclopedia, “Faithful,” Volume 5, Robert Appleton Company, 1909,
p. 769.
[48] The Catholic Encyclopedia, “Catechumen,” Volume 3, 1908, p. 430.
[49] P. Casimir Kucharek, The
Byzantine‐Slav
Liturgy of St. John Chrysostom,
p. 458.
[50] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 273.
[51] The Sunday Sermons of the Great Fathers [Los sermones dominicales
de los Grandes Padres], Regnery, Co: Chicago, IL, 1963,
vol. 4, p. 5.
[52] Catechism of the Council of Trent, Tan Books: Rockford, IL, 1982, p. 184.
[53] Catechism of the Council of Trent, p. 159.
[54] Denzinger 570a.
[55] Denzinger 799‐800.
[56] Denzinger 468‐469.
[57] Denzinger 869.
[58] Denzinger 895; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
704.
[59] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[60] Denzinger 792.
[61] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[62] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[63] Denzinger 1470.
[64] Denzinger 2195; The
Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 274.
[65] Denzinger 1788.
[66] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[67] Denzinger 858.
[68] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[69] Denzinger 791; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, pp.
666‐667.
[70] Denzinger 102, adición autentica
al canon 3.
[71] Denzinger 447.
[72] Denzinger 712; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
576.
[73] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 422.
[74] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 421‐422.
[75] Denzinger 102, adición autentica
al canon 2.
[76] Denzinger 791.
[77] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 528; Denzinger 693.
[78] Denzinger 1526.
[79] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 530.
[80] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 273.
[81] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 24.
[82] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 70.
[83] Denzinger 347.
[84] Denzinger 468.
[85] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[86] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 174.
[87] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 201.
[88] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 222.
[89] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 237‐238.
[90] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 481.
[91] Denzinger 482.
[92] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[93]
Denzinger
1349a.
[94]
Denzinger
1349b.
[95]
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, P. II-II, q. 2., a. 7.
[96]
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, P. II-II, q. 2., a. 8.
[97] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 45.
[98] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 46.
[99] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 30.
[100] Denzinger 712.
[101] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 98.
[102] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 42.
[103] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 479.
[104] Von Pastor, History
of the Popes [La Historia de los Papas], II, 346; citado por Warren H.
Carroll, A History of Christendom [Una Historia de la Cristiandad], vol.
3 (The Glory of Christendom [La Gloria de la Cristiandad]), Front Royal,
VA: Christendom Press, p. 571
[105] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 380.
[106] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 115.
[107] New Advent
Catholic Encyclopedia [La Enciclopedia Católica Nuevo Advento],
newadvent.org, “Anathema”.
[108] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 242.
[109] Denzinger 883.
[110] Denzinger 913.
[111] Denzinger 910.
[112] Denzinger 810.
[113] Denzinger 1826‐1827.
[114] Denzinger 696.
[115] Denzinger 869.
[116] Denzinger 570b.
[117] Tixeront, Handbook
of Patrology [El Manual de la Patrología], St. Louis, MO: B. Herder Book
Co., 1951.
[118] Jurgens, The Faith
of the Early Fathers [La Fe de los Primeros Padres], Collegeville, MN, The
Liturgical Press, 1970, vol. 1: 34.
[119] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 92.
[120] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
126.
[121] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
135a.
[122] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
219; 220.
[123] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
181.
[124] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
306.
[125] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
302.
[126] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 92.
[127] Apostolic Fathers [Padres Apostólicos],
traducción inglesa de Kirsopp Lake, Cambridge MA: Harvard University Press,
vol. 1, p. 139.
[128] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
712.
[129] Patrologiae Cursus
Completus: Series Graecae, 46:417b, Fr. J.P. Migne, Paris: 1866; citado en
The Only‐Begotten [El Unigénito],
Michael Malone, edición inglesa, Monrovia, CA: Catholic Treasures, 1999, p.
175.
[130] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
407.
[131] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
501.
[132] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 681.
[133] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
683.
[134] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
810a.
[135] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 3, p. 10.
[136] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
899.
[137] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 51.
[138] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
910r.
[139] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
1323.
[140] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
1324.
[141] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
1330.
[142] Jurgens, The Faith
of the Early Fathers, vol. 2: 1206; The Nicene and Post‐Nicene
Fathers [Los
Padres de Nicea y post-Nicea], New York: Charles Scribner’s Sons, 1905, vol.
XIII, p. 197.
[143] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
1536.
[144] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2016.
[145] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 1, p. 89.
[146] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 412.
[147] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3, pp.
14‐15
nota 31.
[148] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[149] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1, p.
413.
[150] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
940.
[151] Denzinger 1526.
[152] The Catholic Encyclopedia, Volume 9, “Limbo,” 1910, p. 257.
[153] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 29.
[154] Denzinger 1320.
[155] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), pp. 178‐179.
[156] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
811.
[157] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2269.
[158] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2251a.
[159] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2275.
[160] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2271.
[161] Denzinger 1526.
[162] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
1139.
[163] Barlam and Josaphat, Woodward & Heineman, trans.,
pp. 169‐171.
[164] Denzinger 714.
[165] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
598.
[166] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
593.
[167] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
591.
[168] Denzinger 1837.
[169] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
309.
[170] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
310a.
[171] Denzinger 712; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
576.
[172] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
306.
[173] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 176.
[174] Denzinger 165.
[175] Abad Giuseppe Ricciotti, The Age of Martyrs – Christianity from
Diocletian to Constantine [La Edad de los Mártires – el Cristianismo desde
Diocleciano a Constantino], Tan Books, publicado originalmente en 1959,
reimprimido en 1999, p. 90.
[176] The Roman
Martyrology [El Martirologio Romano], Fitzwilliam, NH: Loreto Publications,
p. 203 (9 de septiembre).
[177] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[178] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 6.
[179] The Catholic Encyclopedia, “Baptism,” Volume 2, 1907, p. 265.
[180] Donald Attwater, A Catholic Dictionary [Un
Diccionario Católico], Tan Books, 1997, p. 310.
[181] Dom Prosper Guéranger, The Liturgical Year,
Loreto Publications, 2000, vol. 8, p. 315.
[182] Dom Prosper Guéranger, The Liturgical Year,
vol. 8, p. 521.
[183] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[184] Citado por el Hno.
Robert Mary, Father Feeney and The Truth About Salvation, Winchester,
NH: St. Benedict Center, 1995, pp. 184‐186.
[185] Denzinger 714.
[186] Denzinger 895; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
704.
[187] Denzinger 2286.
[188] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 127.
[189] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, Kansas City, MO: Angelus Press,
1999, p. 36; Sulpicius Severus,
Life of St. Martin, 7, 1‐7.
[190] Padre Albert J. Herbert, Raised From The Dead [Resucitados de entre los
Muertos], Rockford, IL: Tan Books, 1986,
nota inmediata a p. 93.
[191] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 384.
[192] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 385.
[193] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 386.
[194] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet [La
Vida del P. De Smet], Rockford, IL: Tan Books, 2000,
p. 93.
[195] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet, p. 172.
[196] Citado por Michael
Malone, The Only‐Begotten, p. 384; Malone cita The
Catechist, del Rev. Canónigo Howe, cf.
novena edición, London: Burns, Oates, and Washbourne, 1922, vol. 1, p. 63.
[197] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet, pp. 165‐166, nota 7.
[198] Introducción a The Catholic Controversy [La Controversia Católica] de San Francisco de Sales, Tan Books,
1989, p. lv.
[199] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, pp. 156‐157.
[200] Citado por Michael
Malone, The Only‐Begotten, p. 386; tomado del
Rev. Canónigo Howe, The Catechist, London: Burns, Oates, y Washbourne, X
edición inglesa, 1922, vol. 2, cf. pp. 596‐597.
[201] Denzinger 1784.
[202] Denzinger 530.
[203] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 63.
[204] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic?, Angelus Press, 2001, p. 79.
[205] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1630.
[206] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 69.
[207] The Catechism of the Council of Trent, p. 171.
[208] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1536.
[209] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1717.
[210] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1496.
[211] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 33.
[212] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, pp. 30‐31; también por el P. Francois Laisney, Is Feeneyism
Catholic?, p. 61.
[213] Hno. Robert Mary, Fr.
Feeney and the Truth About Salvation,
p. 132.
[214] Hno. Robert Mary, Fr.
Feeney and the Truth About Salvation,
p. 133.
[215] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 37.
[216] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1330.
[217] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1323.
[218] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1324.
[219] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 404.
[220] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1330.
[221] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3, pp.
14‐15
nota 31.
[222] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1012.
[223] Dom Prosper Gueranger, The Liturgical Year,
Fitzwilliam, NH: Loreto Publications, 2000, vol. 8, p. 478.
[224] Dom Prosper Gueranger, The Liturgical Year,
vol. 8, p. 475.
[225] San Juan Crisóstomo,
“The Consolation of Death” [El Consuelo de la Muerte], Sunday Sermons of the
Great Fathers, vol.
IV, p. 363.
[226] San Juan Crisóstomo,
“The Consolation of Death” [El Consuelo de la Muerte], Sunday Sermons of the
Great Fathers, vol.
IV, p. 363.
[227] Hom. in Io.
25, 3 = PG 59 151‐152;
citado por el P. Jean‐Marc
Rulleau, Baptism of Desire, p. 34.
[228] The Nicene and Post‐Nicene Fathers, vol. XIII, p. 197.
[229] The Catholic Encyclopedia, “Baptism,” Volume 2, 1907, p. 265.
[230] J. Corblet, Histoire du sacrement de bapteme, (Paris: Palme, 1881), pp. 155‐56; citado por el P. Jean‐Marc
Rulleau, Baptism of Desire,
p. 36.
[231] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, St. Louis, MO: B. Herder Book,
Co., 1954, p. 309.
[232] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 230.
[233] P. Jacques Dupuis, S.J. y P. Josef Neuner, S.J., The Christian Faith [La
Fe Cristiana], Sexta edición inglesa revisada y ampliada, Staten Island, NY:
Alba House, 1996, p. 540.
[234] El latín se encuentra en Enchiridion Symbolorum editado por
Denzinger‐Schonmetzer, edición latina, 1962, no. 184.
[235] Citado
por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 37.
[236] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 37.
[237] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 37.
[238] Denzinger 1784.
[239] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3: 1496.
[240] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[241] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. III, q. 14, art. 3, respuesta a obj. 1.
[242] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 395.
[243] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 70.
[244]
Denzinger
1837.
[245]
Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. III, q. 66, a. 11.
[246] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. III, q. 66, a. 11, respuesta 2.
[247] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic?, p. 9.
[248] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[249] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[250] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. III, q. 66, a. 2, obj. 3.
[251] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 29.
[252] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), pp. 178‐179.
[253] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 92.
[254] Denzinger 858.
[255] Denzinger 482.
[256] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, pp. 55‐56.
[257] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 55.
[258] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 55.
[259] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. II-II, q. 2, a. 7.
[260] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. II-II, q. 2, a. 8.
[261] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[262] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 112.
[263] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 127.
[264] Denzinger 165.
[265] Denzinger 246.
[266] Denzinger 1463.
[267] Denzinger 165.
[268] Denzinger 790.
[269] Denzinger 795.
[270] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[271] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[272] Denzinger 790.
[273] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[274] Denzinger 791; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, pp.
666‐667.
[275] Denzinger 858.
[276] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[277] Denzinger 796; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
672.
[278] El latín se encuentra en Enchiridion Symbolorum editado por
Denzinger, edición latina, 1937, no. 796.
[279] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[280] Denzinger 792a.
[281] Denzinger 931.
[282] El latín se encuentra en Enchiridion Symbolorum editado por
Denzinger, edición latina, 1937, no. 796.
[283] The Catechism of the Council of Trent, p. 180.
[284] Denzinger 796; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
672.
[285] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[286] Denzinger 791; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, pp.
666‐667.
[287] Denzinger 858.
[288] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[289] Denzinger 799‐800.
[290] Denzinger 1800.
[291] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 402.
[292] Denzinger 808.
[293] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[294] Denzinger 468‐469.
[295] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[296] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[297] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[298] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646.
[299] Denzinger 1000.
[300] Denzinger 1473.
[301] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[302] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 229.
[303] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 157.
[304]
Denzinger
377.
[305]
Denzinger
1647.
[306] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. II-II, q. 10, a. 1.
[307] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, pp. 55‐56.
[308] Citado
por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 55.
[309] Citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 55.
[310] Sermons of St. Alphonsus Liguori [Sermones
de San Alfonso de Ligorio], Tan Books, 1982, p. 219.
[311] Michael Malone, The Apostolic Digest [El
Digesto Apostólico], Monrovia, CA: Catholic Treasures, Edición Condensada, 1994, p. 159.
[312] San Alfonso María de Ligurio, Preparación
para la Muerte, versión íntegra inglesa, Redemptorist Fathers: Brooklyn, NY, 1926, p. 339.
[313] Denzinger 1647.
[314] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 369.
[315] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 370.
[316] Denzinger 1791.
[317] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 297 and nota 4.
[318] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 289.
[319] Denzinger 1716.
[320] P. Michael Muller, C.SS.R., The Catholic Dogma,
New York: Benziger Bros., 1888, pp. 217‐218.
[321] P. Leonard Feeney, Bread
of Life, Cambridge, MA: St. Benedict Center,
1952, p. 53.
[322] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 1, p. 42.
[323] De Indis et de Iure Belli Relectiones, ed. E. Nys, tr. J.P. Bates (The Classics of
International Law),
Washington,
1917, p. 142. Citado por Francis A. Sullivan, Salvation
Outside the Church? [¿La salvación fuera de la Iglesia?] , Eugene, OR: Wipf and Stock
Publishers, 1992, p. 70.
[324] Denzinger 1806.
[325] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
1997.
[326] Denzinger 2195; The
Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 274.
[327] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
1946.
[328] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:
2047.
[329] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 46.
[330] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 30.
[331] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 260.
[332] http://www.papalencyclicals.net
[333] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet, p. 80.
[334] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet, pp. 139‐140.
[335] P. E. Laveille, S.J., The
Life of Fr. De Smet, pp. 139‐140.
[336] San Luis de Montfort,
True Devotion to Mary, Bay Shore, NY: The Montfort Fathers, 1946, # 61.
[337] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, Christendom Press, vol. 2 (The Building of Christendom), p.
197.
[338] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, p. 59.
[339] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, p. 74.
[340] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, p. 200.
[341] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 285.
[342] Denzinger 228a.
[343] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 144a.
[344] Michael Malone, The
Only‐Begotten, p. 329.
[345] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, Christendom Press, vol. 1 (The Founding of Christendom), p.
429, nota 9.
[346] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, vol. 1 (The Founding of Christendom), p. 435, nota 47.
[347] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, vol. 1 (The
Founding of Christendom), p. 406.
[348] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, vol. 1 (The
Founding of Christendom), p. 406.
[349] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 191‐192.
[350] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 405.
[351] Denzinger 1793.
[352] Denzinger 1000.
[353] The Catholic Encyclopedia, “Brendan,” Volume 2, 1907, p. 758.
[354] Francis Anson, Guadalupe:
What Her Eyes Say [Guadalupe:
Lo que dicen sus ojos], Manila: Sinag‐tila Publishers, Inc., 1994, p.
62.
[355] Wang Shanshan, “Stones Indicate earlier Christian
Link?”, China Daily,
http://www2.chinadaily.com.cn/english/doc/2005‐12/22/content_505587.htm
[356] http://www2.chinadaily.com.cn/english/doc/2005‐12/22/content_505587_4.htm
[357] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 320a.
[358] San
Luis de Montfort, The Secret of the Rosary [El Secreto del Rosario],
edición inglesa, Tan Books,
p. 65.
[359] Denzinger 1800.
[360] Denzinger 960.
[361] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, p. 228.
[362] The Devil’s Final Battle, compilado por Paul Kramer, Good Counsel Publications,
2002, p. 183.
[363] Denzinger 2022.
[364] Denzinger 2054.
[365] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 236.
[366] The Catechism of the Council of Trent, p. 179.
[367] The Catechism of The Council Of Trent, Introducción, XXXVI.
[368] The Catechism of The Council Of Trent, p. 243.
[369] Denzinger 1379.
[370] Denzinger 468‐469.
[371] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 806; Denzinger 1784.
[372] Denzinger 804.
[373] The Catechism of the Council of Trent, p. 154.
[374] The Catechism of the Council of Trent, pp. 176‐177.
[375] The Catechism of the Council of Trent, p. 163.
[376] The Catechism of the Council of Trent, p. 180.
[377] The Catechism of the Council of Trent, p. 171.
[378] The Catechism of the Council of Trent, p. 165.
[379] The Catechism of the Council of Trent, p. 159.
[380] The Catechism of the Council of Trent, p. 165.
[381] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 684; Denzinger 847.
[382] Denzinger 898.
[383] Denzinger 996.
[384] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[385] Denzinger 996.
[386] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[387] Denzinger 847.
[388] Denzinger 847.
[389] Denzinger 858.
[390] Denzinger 861.
[391] Denzinger 388.
[392] Denzinger 413.
[393] Denzinger 410.
[394] Denzinger 793.
[395] Denzinger 793.
[396] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[397] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[398] Denzinger 412.
[399] P. Christopher Rengers, The
33 Doctors of the Church, p. 504.
[400] The Catholic Encyclopedia, Volume 9, “Limbo,” 1910, p. 258.
[401] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
591.
[402] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 43.
[403] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 40.
[404] Denzinger 898.
[405] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 77.
[406] Sermons of St. Alphonsus Liguori, Tan Books, 1982, p. 219.
[407] San Alfonso María de Ligorio, Instructions On The Commandments
And Sacraments [Instrucciones acerca de los Mandamientos y los
Sacramentos], G. P.
Warren Co., 1846. Traducido por el P. P. M’Auley, Dublin, p. 57.
[408] Michael Malone, The Apostolic Digest, p. 159.
[409] San Alfonso María de Ligurio, Preparación
para la Muerte, versión íntegra inglesa, p. 339.
[410] Denzinger 712; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
576.
[411] The Catechism of the Council of Trent, p. 171.
[412] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 422.
[413] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 421‐422.
[414] P. Christopher Rengers, The
33 Doctors of the Church, pp. 623‐624.
[415] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[416] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[417] Denzinger 916; también en The Canons and Decrees of the Council of Trent [Los canones y decretos del
Concilio de Trento], edición inglesa,
Tan Books, 1978, p. 102.
[418] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 712.
[419] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 712.
[420] Denzinger 895.
[421] Denzinger 898.
[422] Denzinger 807.
[423] Denzinger 839.
[424] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[425] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. III, q. 14, a. 3, respuesta a obj. 1.
[426] The 1917 Pio‐Benedictine Code of Canon Law, traducido al inglés por el Dr. Edward Von Peters,
Ignatius Press, 2001,
canon 1, p. 29.
[427] Denzinger 1839.
[428] The 1917 Pio‐Benedictine Code of Canon Law, p. 451.
[429] The Catholic Encyclopedia, “Baptism,” Volume 2, 1907, p. 265.
[430] The Catholic Encyclopedia, “Baptism,” Volume 2, 1907, p. 267.
[431] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 50.
[432] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 74.
[433] Denzinger 714.
[434] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 229.
[435] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[436] Denzinger 804.
[437] Denzinger 1031.
[438] Denzinger 1033.
[439] Denzinger 799‐800.
[440] Denzinger 468‐469.
[441] Denzinger 646.
[442] Denzinger 423.
[443] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, pp.
305-306.
[444] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 401.
[445] Denzinger 253.
[446] The Catechism of the Council of Trent, p. 171.
[447] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[448] The Life and Letters of St. Francis Xavier [La vida y cartas de San
Francisco Javier], de Henry James Coleridge, S.J. (Publicado originalmente en: London: Burns and Oates,
1874) Segunda imprimida, New Delhi: Asian Educational Services, 2004, vol. 2,
p. 281.
[449] Denzinger 2022.
[450] Denzinger 2026.
[451] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[452] The Devil’s Final Battle, compilado y editado por Paul
Kramer, p. 69.
[453] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 41.
[454] Mons. Joseph Clifford Fenton, The Catholic Church and Salvation, Westminister, Maryland: The Newman
Press, 1958, p. 10.
[455] Mons. Joseph Clifford Fenton, The Catholic Church and Salvation, pp. 9‐10.
[456] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 43.
[457] Denzinger 800.
[458] Denzinger 1824.
[459] Our Lady of the Roses (Blue Book) [Nuestra Señora de las
Rosas (Libro Azul)], los “mensajes” de Bayside, publicado por Apostles of Our Lady, Inc. Lansing, MI, 1993, p. 81.
[460] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 201.
[461] The Apparitions of Our Lady of Medjugorje, Franciscan Herald Press, 1984.
[462] The Apparitions of Our Lady of Medjugorje, Franciscan Herald Press, 1984.
[463] Janice T. Connell, The
Visions of the Children, The Apparitions of the Blessed Mother at Medjugorje [Las visions de los niños,
las Apariciones de la Santísima Madre en Medjugorje], St. Martinʹs
Press, agosto de 1992.
[464] Denzinger 2288.
[465] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 639.
[466] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 117.
[467] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 205.
[468] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 388.
[469] Papa Pío XI, Mortalium animos, #
10, 6 de enero de 1928.
[470] Papa Pío XII, Mystici Corporis
Christi, # 64, 29 de junio de 1943.
[471] Denzinger 714; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
578.
[472] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 317.
[473] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646.
[474] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 160.
[475] Denzinger 1683.
[476] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3, pp.
14‐15
nota 31.
[477] The Catholic Encyclopedia, Volume 9, “Limbo,” 1910, p. 257.
[478] The Catechism of the Council of Trent, p. 171.
[479] Arzobispo Patrick Kenrick, Treatise on Baptism [Tratado sobre el Bautismo], Baltimore: Hedian and O’Brien, 1852, pp. 84‐85; citado por Michael Malone, The Only‐Begotten,
p. 394.
[480] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2, p.
39.
[481] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2, p.
3.
[482] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), pp. 178‐179.
[483] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 354.
[484] P. Francis Spirago y P. Richard Clarke, The Catechism Explained, Rockford: IL, Tan Books, p. 579.
[485] P. Francis Spirago y P. Richard Clarke, The Catechism Explained, p. 579.
[486] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 309.
[487] Denzinger 714; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
578.
[488] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 309.
[489] Denzinger 468‐469.
[490] Denzinger 895; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
704.
[491] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 309.
[492] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[493] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 309.
[494] De Ecclesia Militante, Book III, Ch. 2, opera omnia, Naples 1872, p. 75; citado
parcialmente por el P. Laisney, Is Feeneyism Catholic?, p. 76.
[495] The Catholic Encyclopedia, Volume 9, “Limbo,” 1910, p. 258.
[496] Denzinger 468.
[497] Denzinger 714; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
578.
[498] San Francisco de
Sales, The Catholic Controversy, p. 161.
[499] The Catechism of the Council of Trent, pp. 99‐100.
[500] The Catechism of the Council of Trent, p. 159.
[501] De Ecclesia Militante, Book III, Ch. 3, opera
omnia, Naples 1872, p. 75; citado por
el P. Laisney, Is Feeneyism Catholic?, p. 76.
[502] De Ecclesia Militante, Book III, Ch. 2, opera
omnia, Naples 1872, p. 75; citado
parcialmente por el P. Laisney, Is
Feeneyism Catholic?, p. 76.
[503] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 309.
[504] The Catechism of the Council of Trent, p. 110.
[505] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2: 1012.
[506] The New St. Joseph Baltimore Catechism, No. 2, New York: Catholic Book Publishing Co., 1962‐1969, p. 153.
[507] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1: 92.
[508] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
126.
[509] The New St. Joseph Baltimore Catechism, No. 2, 1962‐1969, p. 153.
[510] The New St. Joseph Baltimore Catechism, No. 2, p. 153.
[511] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[512] The Catechism of Pope St. Pius X, Angelus Press, 1993,
p. 71.
[513] The Catechism of Pope St. Pius X, Angelus Press, 1993,
p. 71.
[514] The Catechism of Pope St. Pius X, Angelus Press, 1993,
p. 31.
[515] The Catechism of Pope St. Pius X, Angelus Press, 1993,
pp. 31‐32.
[516] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 317.
[517] Denzinger 1647.
[518] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[519] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[520] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 188.
[521] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 580‐581.
[522] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 589.
[523] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 541; Denzinger 695.
[524] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[525] The Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 1, p. 162.
[526] Denzinger 791‐792.
[527] Denzinger 324.
[528] Denzinger 895; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
704.
[529] Denzinger 468‐469.
[530] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), pp. 86‐87.
[531] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 4, p. 5.
[532] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:1424.
[533] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:1425.
[534] Denzinger 799‐800.
[535] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[536] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:1717.
[537] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 3:2251a.
[538] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:1368.
[539] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 1:
681.
[540] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[541] Denzinger 482.
[542] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 24.
[543] Denzinger 468.
[544] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 93.
[545] Denzinger 796.
[546] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 2, p. 151.
[547] Denzinger 843a.
[548] The Sunday Sermons of the Great Fathers, vol. 4, p. 8.
[549] Denzinger 799.
[550] Denzinger 792.
[551] Denzinger 799.
[552] Denzinger 996.
[553] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[554] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues [Santo entre los salvajes: la Vida de San Isaac
Jogues] (Edición original: Harper and
Brothers, New York and London, 1935), nueva edición, San Francisco: Ignatius
Press, 2002, pp. 219, 221.
[555] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 197.
[556] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
pp. 267‐268.
[557] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 300.
[558] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
pp. 145‐146.
[559] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 141.
[560] Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 1, pp. 155‐156.
[561] Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 1, p. 265.
[562] Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 1, p. 380.
[563] Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 2, p. 87.
[564] Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 2, p. 348.
[565] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 92.
[566] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 136.
[567] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
pp. 97‐98.
[568] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 142.
[569] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 279.
[570] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 199.
[571] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
pp. 122‐123.
[572] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
pp. 298‐299.
[573] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 272.
[574] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 225.
[575] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 205.
[576] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 168.
[577] The Life and Letters of St.
Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 1,
p. 375.
[578] The Life and Letters of St. Francis Xavier de Henry James Coleridge, vol. 2, p. 23.
[579] Francis Talbot, Saint
Among Savages: The Life of St. Isaac Jogues,
p. 94.
[580] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 394.
[581] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 13.
[582] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 13.
[583] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 14.
[584] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 297 y nota 4.
[585] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 16.
[586] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 16.
[587] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 229.
[588] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, New York: The Crossroad
Publishing, Co., 1999, p. 31.
[589] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 18.
[590] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 21.
[591] Mons. Joseph Clifford Fenton, The Catholic Church and Salvation, p. 103.
[592] Traducción official inglesa del
Protocol 122/49, citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 69.
[593] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 229‐230.
[594] Denzinger 1800.
[595] Traducción official inglesa del
Protocol 122/49, citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 70.
[596] Denzinger 468‐469.
[597] Traducción official inglesa del
Protocol 122/49, citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 70.
[598] Traducción official inglesa del
Protocol 122/49, citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 70.
[599] Denzinger 714; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
578.
[600] Traducción official inglesa del
Protocol 122/49, citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 71.
[601] P. Michael Muller, C.SS.R., The Catholic Dogma,
pp. 217‐218.
[602] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 551.
[603] Denzinger 1000.
[604] Denzinger 1473.
[605] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[606] Citado y traducido por el Mons. Fenton, The
Catholic Church and Salvation,
p. 102.
[607] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 179; Denzinger 2319.
[608] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646.
[609] Citado por San Roberto Belarmino, De Romano Pontifice, II, 30.
[610] The Catholic Encyclopedia, vol. 3, 1908, “Church,” pp. 752‐753.
[611] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 474.
[612] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 229‐230.
[613] My Catholic Faith,
un catecismo del obispo Louis LaRavoire, Kenosha, WI: My Mission House, 1949,
p. 272.
[614] Denzinger 570b.
[615] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 237‐238.
[616] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 310.
[617] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, pp. 310‐311.
[618] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[619] Rev. Spirago and Rev. Clark, The Catechism Explained, p. 246.
[620] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 237‐238.
[621] Traducido por el Mons. Joseph Clifford Fenton, The Catholic Church and Salvation, p. 85.
[622] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 153.
[623] Mons. Joseph Clifford Fenton, The Catholic Church and Salvation, p. 88.
[624] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 154.
[625] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 207.
[626] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 238.
[627] Denzinger 2286.
[628] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 127.
[629] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 179; Denzinger 2319.
[630] The Catholic Encyclopedia, vol. 8, p. 433.
[631] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, vol. 2 (The Building of Christendom), 1987, p. 387.
[632] Warren H. Carroll, A
History of Christendom, vol. 2 (The Building of Christendom), 1987, pp. 388‐390; J.N.D. Kelly, Oxford
Dictionary of Popes, Oxford University Press, 1986,
pp. 116‐117,
119.
[633] Por ejemplo, Segundo Concilio de Nicaea (787), Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 135; y el Cuarto Concilio de Constantinopla (869‐870), Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 162.
[634] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 37.
[635] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 22.
[636] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 23.
[637] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 23.
[638] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 25.
[639] Hno. Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation,
p. 25.
[640] Denzinger 2026.
[641] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[642] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 31.
[643] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 239.
[644] The Oxford Illustrated History of Christianity, de John McManners, cap. 10, “The Ecumenical
Movement,”Oxford, NY: Oxford University Press, 1990, p., 373.
[645] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 21.
[646] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 27.
[647] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, pp. 32‐33.
[648] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 34.
[649] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 35.
[650] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 35.
[651] P. Mark Massa, Catholics
and American Culture, p. 38.
[652] Denzinger 861; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 2, p.
685.
[653] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[654] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[655] Denzinger 165.
[656] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[657] Arzobispo Marcel Lefebvre, Against the Heresies, Angelus Press, 1997, p. 216.
[658] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878‐1903), p. 394.
[659] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 280.
[660] Denzinger 1716.
[661] Citando por el Hno. Robert Mary, Fr.
Feeney and the Truth About Salvation,
p. 213.
[662] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2:
1330.
[663] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[664] Denzinger 468‐469.
[665] The Papal Encyclicals, vol. 4 (1939‐1958), p. 45.
[666] Denzinger 799.
[667] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 678; Denz. 809.
[668] Denzinger 800.
[669] Arzobispo Marcel Lefebvre, Against the Heresies, p. 216.
[670] Arzobispo Marcel Lefebvre, Against the Heresies, p. 217.
[671] Arzobispo Marcel Lefebvre, Against the Heresies, pp. 217‐218.
[672] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 229.
[673] Hermano Robert Mary, Father
Feeney and The Truth About Salvation, pp.
213‐214.
[674] Citado por el Hno. Robert Mary, Fr. Feeney and the Truth About Salvation, p. 213.
[675] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 280.
[676] Arzobispo Marcel Lefebvre, Open Letter to Confused Catholics, Angelus Press, pp. 73‐74.
[677] P. Franz Schmidberger, Time
Bombs of the Second Vatican Council,
Angelus Press, 2005, p. 10.
[678] The Angelus,
“A Talk Heard Round the World,” abril de 2006, p. 5.
[679] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 63.
[680] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 39.
[681] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, p. 11.
[682] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, pp. 56‐57.
[683] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. II-II, q. 2, a. 7.
[684] Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologica, P. II-II, q. 2, a. 8.
[685] Santo Tomás de Aquino, Sent. II, 28, q. 1, a. 4, ad 4; citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, p. 55.
[686] Santo
Tomás de Aquino, Sent. III,
25, q. 2, a. 2, solute. 2; citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, pp. 55-56.
[687] Santo Tomás de Aquino, De Veritate, 14, a. 11, ad 1; citado por el P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism of Desire, pp. 55‐56.
[688] P. Jean‐Marc Rulleau, Baptism
of Desire, pp. 56‐57.
[689] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 47.
[690] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 48.
[691] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 52.
[692] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 38.
[693] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 49.
[694] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, pp. 85‐86.
[695] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 81.
[696] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 59.
[697] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 9.
[698] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 68.
[699] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 77.
[700] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 76.
[701] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 34.
[702] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 34.
[703] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 22.
[704] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 77.
[705] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 47.
[706] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 47.
[707] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, p. 48.
[708] Denzinger 696; Decrees
of the Ecumenical Councils, vol. 1, p.
542.
[709] P. Francois Laisney, Is
Feeneyism Catholic, pp. 48‐49.
[710] P. Jacques Dupuis, S.J. y el P. Josef Neuner, S.J., The Christian Faith,
p. 540.
[711] Denzinger 861.
[712] Denzinger 696.
[713] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), pp. 237‐238.
[714] Denzinger 1800.
[715] Denzinger 714.
[716] Dr. Ludwig Ott, Fundamentals
of Catholic Dogma, p. 354.
[717] Denzinger 861.
[718] Denzinger 696.
[719] The Reign of Mary,
vol. XXIV, No. 70, Spokane, WA, Winter, 1992, p. 10 ff.
[720] The Reign of Mary,
vol. XXVI, No. 83, pp. 4‐5.
[721] The Reign of Mary,
vol. XXVI, No. 83, pp. 4‐5.
[722] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 230; Denzinger 430.
[723] Denzinger 468‐469.
[724] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 386.
[725] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[726] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[727] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646.
[728] Denzinger 1000.
[729] Denzinger 1473.
[730] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 803.
[731] The Reign of Mary,
vol. XXVI, No. 83, pp. 4‐5.
[732] Denzinger 2022.
[733] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2, p.
39.
[734] Jurgens, The
Faith of the Early Fathers, vol. 2, p. 3.
[735] Denzinger 696.
[736] Denzinger 994‐1000.